INTRODUCCIÓN
Seguramente, después de cinco años, ya ni siquiera te preguntes por qué la elegí a ella.
Quiero decir: ¿por qué deberías cuando podrías tener a quien quisieras? No soy tan creído como para pensar que, aunque hubiéramos acabado juntos, seguiríamos el uno con el otro. Si hay algo que te precede, por lo que investigué tras aquella primera vez en la que solo eras un desconocido para mí, es que vas de conquista en conquista, como si fueras Alejandro Magno durante su invasión del Imperio persa.
No soy tonto. La prensa se hace eco de todas y cada una de ellas.
Y todos son mujeres exuberantes u hombres atractivos con los que solo tengo en común los cromosomas XY.
¿Por qué debería haberme arriesgado por algo que ni siquiera sabía si tendría futuro o por alguien que podía cansarse de mí a los dos meses? O, al menos, esas son algunas de las preguntas que cruzaron mi mente hacia el final de nuestra relación. Y no podía hacerme eso a mí mismo. No podía cuando, lo que más deseaba con todas mis fuerzas, era tener alguien estable a mi lado y, algún día, esperaba que cercano, hijos. Si algo se me ha quedado marcado a fuego en el subconsciente en referente a mi familia, es que han sido siempre una influencia tan positiva en mi vida que espero y quiero tener lo mismo.
Quiero un matrimonio como el de mis padres.
Quiero criar a mis hijos como ellos nos criaron a mi hermano Isaac y a mí.
Y estaba seguro de que contigo todos esos sueños se desvanecerían como el humo en el aire.
Puede que no pienses demasiado bien de Alicia, pero tienes que entender que tiene sus motivos para ser como es. No tuvo la mejor de las infancias. Por no tener, no tuvo la mejor de las familias. Con un padre alcohólico y maltratador, ¿cómo se puede esperar que ella no sea como es?
Incluso con todos sus defectos, yo la quería.
No te haces una idea de lo mucho que marcó mi adolescencia. Me había pillado por más de una compañera de clase o curso, hasta empezaba a darme cuenta de que la forma que miraba a mis compañeros en los vestidores después de Educación Física o lo mucho que me gustaba estar cerca de algunos, hacerlos sonreír con idioteces mías, iba mucho más allá de querer ser sus amigos. Pero nadie, y digo nadie, me fascinó como lo hizo ella la primera vez que la vi en la finca de uno de mis mejores amigos.
La única excepción serías tú, aquella vez en el baño de esa discoteca.
Era tan estúpido el flechazo que tuve con ella que, desde ese primer encuentro en que balbuceé «hola» y hui rojo como la grana, encontré la más mínima excusa para visitar a mi amigo casi todas las tardes con la esperanza de poder volver a verla. Imagíname a mí: un chaval de catorce años, con más granos en la cara que una paella y aparato dental, aún demasiado incómodo en un cuerpo que no dejaba de traicionarlo y cambiar, tratando de escaquearse de casa todos los días casi de puntillas para no perder tiempo haciendo los deberes o cuidando de Isaac.
Algunos días colaba.
Y otros... otros mi madre llegaba pronto a casa del bar familiar, ponía los brazos en jarra y me mandaba a mi habitación bajo pena de dejarme sin cenar como no sentase el culo frente al escritorio del cuarto que compartía con mi hermano pequeño.
Hay veces que incluso la desafié con tal de poder ver a Alicia.
Por ejemplo, hubo una vez en la que me dijo que, si tantas ganas tenía de salir, que me llevase a Isaac conmigo. Y aunque protesté, siguió arreglándose para salir a hacer un recado. Arrastrando las suelas por el pasillo y con un mohín en los labios, regresé a mi habitación. ¿Por qué mi madre no podía entender lo importante que era para mí ver a esa chica tan guapa? Todavía no sabía su nombre, todavía no me había atrevido a preguntárselo ni a hacer algo más allá de saludarla, ni siquiera le había hablado de ella a ninguno de mis amigos, pero yo estaba segurísimo de que estábamos hechos el uno para el otro.
Que algún día me casaría con ella.
Al entrar al cuarto, Isaac, que en ese entonces tenía nueve años y estaba sentado a lo indio sobre su cama, levantó su mirada oscura y esbozó una sonrisa pilla que revelaba el hueco de las dos paletas frontales. Sin dejar de peinar el pelo de una de esas muñecas que solo tienen busto y manos, me canturreó:
—Yo zé adónde quierez ir.
Era verano y, aunque teníamos las ventanas abiertas de par en par, de nada servía. Gruesas gotas de sudor descendían por las mejillas encarnadas de Isaac y navegaban la extensión de mi espalda.
—Cállate, enano. —Ignoré el calor en mis mejillas y proseguí—: Y dile a mamá que no te apetece venirte conmigo.
—¿Y por qué debería? No ez mi culpa que eztéz obzezionado con eza chica y no te atrevaz a hablarle. La verdad, no zé cuál ez el problema. Zi tanto te guzta, deberíaz dejarte de rolloz y hablarle de una buena vez.
Me dejé caer a su lado con un gemido. No hay nada como que tu hermano menor te dé lecciones.
—Si le dices a mamá que no te apetece salir, prometo que me dejaré pintarrajear y que me hagas lo que quieras en la cara o la cabeza.
Era una propuesta arriesgada, pero ahí quedaba dicha.
Y, tal y como esperaba, una enorme sonrisa explotó en el rostro de Isaac, iluminándoselo, como si Papá Noel hubiera llegado con meses de antelación. Le revolví la melena. Si había algo que a mi hermano le gustaba más que chincharme, era tener a su disposición a una nueva víctima, que la mayoría de las veces solía ser mi abuela o mi padre, y sacar todo su arsenal de maquillaje y pintauñas que mis padres no dudaban en comprarle, dijera lo que dijese nadie.
Por esa razón, algún día quiero ser tan buen padre como ellos.
Para ellos, éramos como teníamos que ser, de la misma manera que mi madre aborrecía las palabrotas, pero siempre escupía alguna o era una metomentodo; mi padre prefería escuchar que llevar la batuta en una conversación, como muchas otras cosas en casa, o mi abuela era la mejor confidente que esta vida podría haberme regalado.
Quizá, si hubiera confesado mi secreto, me habrían aceptado sin parpadear, tal y como habían hecho con Isaac.
Pero ya era demasiado tarde.
Seguí adelante con mi vida creyendo que ese burbujeo que a veces sentía en el estómago por algún chico eran imaginaciones mías o que todas esas veces que me masturbé con alguna imagen masculina en la mente no contaban porque estaba confundido, que no tenía que darle la menor importancia.
Y, además, estaba Alicia.
Aunque me costó muchísimo hablarle, aunque al final terminamos en el mismo grupo de amigos, no había nadie más en mi cabeza que ella. Y aunque llegué a la universidad sin haber probado aún sus labios, ese año fue de los más especiales porque por fin me atreví a pedirle una cita, porque por fin nos besamos algunas semanas después, porque por fin hicimos el amor tres meses después una tarde que no había nadie en su casa.
Tuvimos más de un altibajo, sobre todo en lo referente a mi familia, pero esos primeros años fueron perfectos.
¿Y cuando le propuse matrimonio siete años después y me dijo que sí?
Fui el hombre más feliz del mundo.
Antes de ti, jamás hubiera imaginado que podría encontrar otra persona que no fuera Alicia. Mi presente y mi futuro eran ella. En mi cabeza, ella lo era todo. Era mi posibilidad de tener esa familia que siempre había soñado, de ser padre, de tener una vida dichosa.
Era la madre de mis hijos.
Esos con los que, a veces, fantaseaba. Era tan vívido en mi mente que podía visualizarme acostándolos por las noches y cubriéndolos con las sábanas. Como nos ocurriese a Isaac y a mí, compartirían cuarto de pequeños. Y siempre eran un niño y una niña. Entre los dos, me convencerían para que me quedara a contarles un cuento. No tenían que insistir demasiado. Un par de «por favor, papi» y soltaría una risa de rendición porque ya me tendrían en sus manos. Me metería en la cama del más pequeño, que se sentaría enseguida en mi regazo y se metería el pulgar en la boca mientras observaba con ojos más despiertos de lo recomendable para la hora que sería las imágenes del cuento en cuestión. La mayor, por el contrario, se acurrucaría a mi otro lado y descansaría la mejilla contra mi brazo; con la boca medio abierta, cosa que me arrancaría más de una sonrisa efímera, se aferraría cautivada a cada una de mis palabras, como si con ellas estuviera tejiendo en su imaginación murales con castillos, puentes, príncipes y dragones.
Todo eso se vino abajo cuando empecé a notar ciertos signos en Alicia.
Pasaba demasiado tiempo pegada a su móvil, que por primera vez en todo el tiempo que nos conocíamos bloqueaba con contraseña.
Borraba casi obsesivamente el historial del navegador del portátil que compartíamos.
Y había veces que, si salía y no volvía a casa en toda la noche, me daba detalles muy vagos y repetitivos de lo que había pasado.
Al principio, preferí no creerlos; preferí ignorarlos, pero hay evidencias difíciles de negar. Y así aprendí que, por mucho que aprietes los ojos y te los cubras, no conseguirás opacar la luz de la verdad. Por más tenue que sea, estará ahí, filtrándose por entre tus dedos y anunciándote que no puedes escapar de lo que sea que huyas.
Y así fue justo lo que pasó.
Una de esas veces en que Alicia se olvidó de limpiar el historial, di con algunas páginas de citas en las que se anunciaba como soltera y en las que tenía más de una conversación con hombres que en nada se parecían a mí. A pesar del revés que supuso, quise creer que sería un desliz puntual, uno del que podríamos recuperarnos si fingía no conocer nada al respecto y me forzaba a aparentar normalidad. Al fin y al cabo, me dije, un bache en su relación lo tiene cualquiera, ¿no?
Sin embargo, la situación empeoró poco después de que cumpliese veintiocho años.
O, mejor dicho, se hizo difícil seguir fingiendo que todo estaba bien entre nosotros, que ella no tenía instalado en su móvil aplicaciones como Tinder, que tenía nombres de hombres en su WhatsApp que no me sonaban de nada o que cada vez hacíamos menos y menos el amor, hasta que se redujo de una vez por semana a una vez al mes, si tenía suerte. Supongo que Alicia se confiaría, después de tantos años aparentando que todo era perfecto entre nosotros, porque le quitó la contraseña a su móvil y empezó a dejarlo en cualquier lado, como si no le importase que yo pudiera cogerlo y mirar el contenido que tenía.
Para mí, lo único que algo así significaba es que estaba claro que algo había hecho mal, que había algo malo en mí que la había empujado a buscar a otros.
Que era mi culpa.
Y que tenía que hacer algo si quería salvar nuestro matrimonio, nuestro sueño de tener una familia.
Por eso, una mañana de sábado, después de que hubiese vuelto a salir de fiesta con sus amigas y volviese oliendo a la colonia de otro, hice el desayuno y me armé de valor. En cuanto entró a la cocina vestida solo con una de mis camisas grandes, que engullía su delicada figura, con los ojos medio cerrados y arrastrando las chanclas, me sujeté al mármol de la encimera, al tiempo que un nudo enorme se formaba en mi garganta y los ojos me escocían.
Le puse el café, que luego posé delante de ella.
Besé su sien.
Y llené mi propia taza antes de sentarme delante de ella.
Mientras ella daba sorbos cautos, aún sin despegar los párpados y con una mueca resacosa, inspiré hondo y dije:
—Tenemos que hablar. —Hizo un ruido gutural desinteresado. El sudor en mis manos hacía que el asa de la taza resbalase de entre mis dedos—. Sé que... sé que anoche estuviste con otro hombre. No sé qué haríais, no sé si os acostásteis, pero sí sé que no es la primera vez que pasa.
Alicia abrió los ojos de golpe.
—No seas tonto, Francis. Jamás te...
—Por favor, no me mientas más, ¿sí? Sé que últimamente hemos tenido algunos... baches, pero no quiero perderte. Me da pavor perderte. Sea lo que sea que esté pasando entre nosotros, quiero que lo remontemos. No me gusta vivir en este limbo en el que no sé si algún día conocerás a otro que te ofrezca lo que está claro que yo no puedo darte y me dejarás.
—Yo tampoco me quiero divorciar —musitó con la vista perdida en el fondo de la taza—, pero no voy a negar que nos falta algo. No sé.
Apoyé las manos en la mesa y me incliné hacia delante.
—¿El qué? —Mi voz salió en un hilo de voz doloroso—. Dímelo, por favor. Haré cualquier cosa que me pidas, lo prometo.
Y, aunque la respuesta no llegó hasta el día siguiente, eso no le restó menos dureza al derechazo que Alicia me dio. Estábamos sentados en el sofá por la noche, viendo una película en la que no era capaz de concentrarme, cuando Alicia cogió el mando de la televisión, la silenció y declaró:
—Creo que necesitamos ampliar horizontes, cielo. Siento que ya no es lo mismo de siempre entre los dos.
Todo el cuerpo se me heló.
—¿A qué... a qué te refieres? —pregunté en un susurro trémulo—. ¿Quieres que nos demos un tiempo?
Ella puso los ojos en blanco y desdeñó mi miedo con un movimiento brusco de mano.
—No seas tan dramático, Francis. Claro que no. Eres mi marido y te quiero, pero nos falta algo. Me falta algo. Todo contigo es tan... monótono. —El estómago se me encogió, como si me hubiese dado un rodillazo que me robó el aire—. Nos falta chispa. Algo. No sé. Con ampliar horizontes, me refiero a que deberíamos invitar a un tercero a follar con nosotros. Si tanto te molesta que me vaya con otros, pues la solución perfecta sería traer a ese otro hombre a nuestra habitación y ya está. Problema resuelto.
No. Eso no solucionaba nada.
Lo único que remarcaba esa proposición era la patente realidad de que yo era el problema en esa ecuación.
Y aunque no se lo hice saber, sí que estuve dándole vueltas los siguientes tres días. No porque me gustase pensar en compartir a mi mujer con otro hombre ni mucho menos; de hecho, batallaba contra mis pensamientos casi tanto como estos me traicionaban. No quería que nadie se metiese entre nosotros. No quería que encontrásemos a alguien que hiciese que Alicia se olvidase de mí y, al final, me abandonase. Sería como ofrecerle la oportunidad en bandeja de oro a algún tío que ni siquiera sabría apreciar como debía lo muchísimo que valía Alicia.
Pero también me carcomía por dentro el hecho de que yo no fuera suficiente.
Que tenía que ser yo quien cediese si quería hacer algo para recuperarla y salvar nuestro matrimonio.
Por eso, la mañana del jueves terminé diciéndole que sí.
Y, al día siguiente, Alicia me pilló desprevenido al arrastrarme con una de sus amigas a una discoteca llamada Alegoría. Había dicho que sí, pero no estaba preparado para hacerlo ya. Algo dentro de mí se revolvía, arañaba y chillaba en protesta ante la idea de hacer lo que fuera que Alicia tuviera en mente. La sola idea de compartirla con otra persona me ponía el vello como escarpias y un agujero negro se abría dentro de mi estómago, amenazando con devorarlo todo a su paso, incluido a mí mismo.
Estaba acojonado, simple y llanamente.
Lo que no esperaba era entrar en un baño cualquiera y golpear al hombre más atractivo que había visto en mucho tiempo en toda la cara.
O que ese hombre empezase a ligar conmigo.
Que, a pesar de tratarlo como una mierda, este supiese perdonar mi estupidez y mi pánico y me ayudase.
Que no apartase sus ojos de mí, así como yo no era capaz de hacerlo con él, y me tratase como si fuera, por primera vez, el ser más especial en toda la creación humana.
Tú lo cambiaste todo.
Sin ti, no estaría donde estoy ahora mismo. Como un vendaval, entraste en mi mundo pisando fuerte; lo arrasaste todo a tu paso y pusiste patas arriba hasta el último rincón de mi alma. Hiciste que me cuestionara muchísimas cosas sobre mí mismo, sobre mi matrimonio, en las que nunca había reparado. Y, más importante aún y aunque no lo llegues a saber nunca, me enseñaste lo que es amar de verdad.
*
¡Buenas, personitas!
Por fin empezamos con la historia de Paco :D Siento haber tardado tanto en comenzar a subirla, pero preferí terminar de escribirla antes de ponerme a corregir y compartírosla.
Aviso desde ya que es un borrador y, aunque voy a ir corrigiéndola conforme la suba, sé que en un futuro tendré que revisarla de forma más profunda y mejorarla, por lo que muchas veces puede que lo que leáis no sea perfecto. ¡Ya me gustaría!
Pasando a la intro, ¿qué os ha parecido? ¿Os esperábais esto de Paco? ¿Tenéis ganas de leerlo que ocurrió entre él y Ventura? Como habréis podido ver, Paco es un hombre de sueños bastante básicos y "simples". Oh, y espero que os cayese bien Isaac porque vais a verlo muy seguido ;)
La semana que viene, si todo va bien, arrancamos con el primer capítulo y podréis ver un poquito más de la vida de Paco.
Muchísimas gracias desde ya por acompañarme en esta secuela <3
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