Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5


El martes por la noche, Alicia rompió el silencio en la cocina con un:

—¿Cuándo vamos a volver a quedar con Ventura? —Se giró para que viese bien su puchero mientras me pasaba su plato sucio de la cena, que se me escurrió de entre los dedos y se estrelló contra los que ya ocupaban el lavavajillas—. ¡Francis! ¡Ten cuidado con lo que haces! Sabes que esa es mi vajilla favorita. Qué torpe eres, joder. ¿Tienes pies por manos o qué te pasa?

Me dio un fuerte manotazo en el brazo que tal vez debería haber picado más de lo que lo hizo.

Pero es que escuchar tu nombre después del viernes pasado me paralizó. Me agaché para coger el plato mientras un retortijón martirizaba mis tripas. Luego, fingí inspeccionarlo, sin mediar palabra. Así de grande era el embrollo en el que se habían convertido mis pensamientos en los últimos días. ¿Ahora cómo le decía yo a Alicia que lo más seguro es que hubiera jodido nuestros encuentros contigo o que lo más seguro es que no volviésemos a saber nunca nada más de ti? Sin mencionar que, entonces, tendría que revelarle todo lo que había ocurrido entre nosotros: esa puerta que te estrellé en la cara, los besos que habíamos compartido en secreto, cómo me había robado tu número, los mensajes que habíamos intercambiado o... que había estado en tu casa.

No, por Dios. No podía contárselo.

Me aterraba que lo descubriese y lo usase para dejarme.

Solo quedaba resignarme y esperar a ver qué hacías, aunque no me extrañaría nada que te tomases mis palabras al pie de la letra y simplemente te evaporases de nuestras vidas. Después de todo lo que te había soltado el viernes, solo me habías sostenido la mirada, al tiempo que se acentuaba la línea tensa de tu mandíbula. Por lo demás, guardaste silencio, como si ya no tuviésemos nada más que decirnos, como si fuéramos dos veleros solitarios a la deriva que, durante un breve instante, habían compartido la experiencia de navegar juntos en un mar nuevo y extraño para los dos antes de separarnos y alejarnos por caminos opuestos.

Esperé largos segundos a que hablases, a que tratases de defenderte o a que al menos me volvieses a tachar de mentiroso.

Cuando no hubo nada, tuve que aceptar que hasta ahí habíamos llegado, que preferías aferrarte a esa monstruosa imagen mental que habías fabricado sobre mí antes que intentar razonar conmigo.

Negué con la cabeza y me marché de tu casa.

Lo había intentado.

De veras que lo había intentado, pero tú mismo fuiste el que me dijo que, si dos personas no quieren, uno solo no puede resolverlo todo. Quedaba en tus manos lo que pasara o no a continuación.

¿Y si me tocaba volver a salir con Alicia en busca de otro tercero? ¿Podría aguantarlo; podría sobrevivirlo, si no se trataba de ti?

Algo me roía por dentro, como pequeñas ratas dándose un festín en ese vertedero que eran mis confusas emociones, porque, en el fondo, sabía que, si era lo que Alicia quería, cedería a lo que fuera que ella quisiera con tal de remontar esta crisis con ella, ya que, al final del día, era la única persona que me quería y aceptaba tal cual era, aun con todos mis innumerables defectos.

Coloqué el plato con cuidado, sin fijarme en si se había desportillado o no. Luego, me erguí y musité:

—Lo siento, cariño. —Me pasé la lengua por los labios resecos, sin mirarla—. No lo sé. Supongo que cuando quieras.

Si no quedaba más remedio...

Aunque era una oportunidad como cualquier otra para descubrir cuál era tu decisión.

*

El miércoles por la mañana, poco después de que mi jefe se fuese a almorzar con unos amigos y nos dejase disfrutando de la paz y la tranquilidad que había dejado a su paso, me llegó un mensaje tuyo.

Al principio, aburrido y sin poder fumar, acodado en el mostrador mientras apretaba varias teclas de memoria para guiar a mi personaje en el mundo de Lufia que me permitía jugar el emulador de la SNES, no le di la mayor importancia. Por primera vez en días, no estaba obsesionado con tener delante de mí el móvil, ojeándolo a cada segundo. Tenía la conciencia limpia, o todo limpia que uno puede tenerla cuando ha ido tras la espalda de su mujer. Por suerte, no pensaba volver a repetirlo. Y tampoco es como si tú hubieras dado señales de vida. Pero ¿qué esperaba? Todas y cada una de las veces que te había hablado por WhatsApp, siempre había sido yo el encargado de iniciar la conversación.

Justo ahí, en mis morros, había tenido la prueba de que me odiabas.

Suspirando, me enzarcé en otra batalla por turnos para subir de nivel.

Embutido en el bolsillo del pantalón vaquero, el móvil volvió a vibrar con insistencia. Puse los ojos en blanco y lo saqué, convencido de que sería mi hermano bombardeándome con más verborrea sobre aquel chico que lo traía loco. Debería haberme alegrado de que estuviera feliz, de que al menos a uno de los dos le fuese bien en ese ámbito, pero no tenía ni las fuerzas ni las ganas. ¿Me hacía eso un mal hermano? Sí, supongo que sí porque, cuando Isaac empezó a pasarme fotos del chaval ese o a contarme detalles sexuales que a ningún hermano le interesaba conocer, le paré los pies y le pedí, por favor, que no volviese a hablarme hasta que su cerebro volviese a funcionar correctamente y no pensase solo en pollas.

Isaac, en respuesta, me había plagado de emoticonos desternillándose y una retahíla de berenjenas, sin tener ni idea de que la razón de mi reparo iba mucho más allá de lo que él creía.

Ventura: Qué te cuentas
Ventura: Se me hace raro que te hayas quedado tan silencioso después de días hablándome sin parar 😋
Ventura: O es que ya te has cansado de tocarme los huevos?

Mi corazón trastabilló un segundo antes de impulsarse y lanzarse en pos de una carrera imprecisa. Me enderecé de pronto.

Yo: ¿Qué haces hablándome?
Ventura: A qué te refieres? Es que ahora tengo prohibido hacerlo? 😋
Yo: Claro que no, pero el viernes pasado me dejaste claro lo que pensabas de mí
Ventura: 🤷‍♂️ Ya bueno
Ventura: He tenido tiempo para pensar en lo que hablamos

¿Y eso que significaba? Fruncí el ceño. Necesitaba saber a qué te referías.

Yo: ¿Y?
Ventura: Y quiero saber qué estas haciendo ahora mismo 😋
Yo: ¿Estás borracho? Porque solo son las 11 de la mañana, ¿sabes? 😕

Tu siguiente respuesta no llegó hasta una hora después y me reprendí por cada momento que mi mano o mis ojos buscaron el móvil, como si no tuvieran aguante alguno.

Ventura: Juas, me parto la polla contigo 😆
Ventura: No, acababa de salir del gimnasio y estaba bebiéndome un batido de proteínas antes de meterme a duchar
Ventura: Contento?
Ventura: Beber por la mañana y en solitario es una puta mierda de lo aburrido
Yo: Supongo que... es bueno saberlo 😅
Yo: Estoy en el curro
Ventura: Ah
Ventura: Y trabajas de...?

A cada segundo que pasaba, se me hacía más y más incomprensible e inverosímil que siguieras hablando conmigo después de cómo habían acabado las cosas entre nosotros el viernes anterior. ¿Habíamos entrado en una realidad alternativa y era el último en enterarme o era esa tu manera de fingir que nada había ocurrido? Y si era eso último, aún más importante, ¿qué quería decir aquello?

Yo: En una tienda de informática, vendiendo y reparando
Ventura: 🤣🤣🤣
Ventura: No sé por qué, pero eso te pega

Y ahí quedó la cosa por ese día, conmigo sin saber cómo interpretar tus palabras o acciones y desconcertado a más no poder.

*

Sin embargo, los mensajes esporádicos continuaron a lo largo del resto de la semana, por alguna razón que no alcanzaba a comprender. A pesar de que intentaba desterrarte de mis pensamientos una y otra vez, las preguntas se agolpaban en mi cabeza cuando bajaba las defensas y dejaba mi mente vagar, como cuando estaba metido en la cocina preparando el desayuno por las mañanas o la cena por las noches, cuando me tenía que sumergir en la tarea repetitiva de hacer comprobaciones o limpiar componentes en el trabajo o incluso cuando tenía un rato para echar una partida.

¿A qué se debía ese repentino cambio de actitud? ¿Qué me había perdido? ¿O esa era tu manera retorcida de hacerme pagar algo por lo que ya me habías colgado en el cuello el cartel de culpable?

Por un lado, no te conocía lo suficiente aún como para poder juzgar y, por otro,... bueno, por otro, no quería pensar que todavía me tenías tirria por algo que ya te había explicado. ¿Es que no te había dicho ya que Alicia era lo más importante para mí? ¿Que quería salvar nuestro matrimonio? Sea lo que fuera que había ocurrido entre nosotros, simplemente no podía existir. Yo tenía mis prioridades muy claras: antes que nada, estaba mi familia y jamás le daría una puñalada trapera a Alicia por algo... algo que no estaba bien y que nunca lo estaría.

Ni siquiera había estado nunca con un hombre antes de ti. ¿Quién me decía que no estaba confundido, como me había dicho Alicia hacía años, o que no lo había creado todo en mi cabeza?

Estaba convencido de que, lo que fuera que me pasase contigo, era admiración por cómo me trataste aquella primera noche.

Por cómo te habías tomado el tiempo de escucharme y entenderme.

Por cómo, en lugar de mofarte de mí o simplemente ir por tu lado, te habías preocupado por mí y habías hecho lo imposible por incluirme en todo.

Eso era todo.

Eso y que hacía semanas que Alicia y yo no hacíamos el amor.

¿Quién no se estaría frustrado sexualmente en una situación así? ¿Quién no reaccionaría ante la mínima atención de otra persona, cuando está famélico por ella? ¿A quién no se le erizaría la piel ante el más ligero roce o mirada? Mi reacción era normal. Mi reacción era normal y no había nada de malo en ello.

*

El fin de semana llegó como un bálsamo, especialmente para Alicia, a la que le dolían los pies después de toda la semana yendo de un lado para otro en la peluquería que regentaba con una amiga y a la que había tenido que suplir en aquellos aspectos en los que la aprendiz que tenían aún no dominaba, a pesar de que ella se especializaba en hacer peinados, maquillaje y manicuras.

Aquel sábado, más que cualquier otro día de la semana, Alicia se quejó sobre las ganas que tenía de que su amiga volviese de la luna de miel pronto.

Aun así, era el agotamiento el que hablaba, ya que ambos sabíamos lo mucho que le había costado ahorrar y aguardar a su amiga para poder permitirse aquel viaje por Europa, aunque hacía meses que se había casado. Por eso, y para tratar de aliviar un poco el ambiente, le sugerí que se tomase aquel día de descanso y relajación, que yo me encargaría de la limpieza y de cocinar.

Y eso fue justo lo que hicimos.

Ella dormitó hasta la hora de comer mientras yo trataba hacer el menor ruido posible y luego se tumbó en el sofá con los pies sobre mi regazo, que me aseguré de masajear con insistencia y movimientos repetitivos hasta que ella se durmió y mis dedos y los tendones de mis brazos sobrepasaron su límite. Cuando horas más tarde se despertó, casi cuando era la hora de ponerse con la cena, le acaricié la pierna y le pregunté si quería que le llenase la bañera y pusiera una bomba aromática. Medio adormilada aún, ella sonrió con pereza y me acarició el muslo con la planta del pie mientras musitaba su agradecimiento y prometía, de manera sugerente, que después me lo recompensaría.

Así que preparé la bañera para ella y la dejé allí a remojo con una copa de vino en el borde de la bañera.

A quien menos esperaba ver ese día era a ti, ¿sabes?

Daba por sentado que tus mensajes ocasionales eran una anomalía que pronto se subsanaría por sí sola y que, dentro de poco, tendría que tomar la decisión de contarle a Alicia por qué nunca más volverías por nuestra casa.

Pero me demostraste que estaba equivocado y reiteraste algo que acabaría descubriendo en los siguientes meses.

Que eres el ser más impredecible y frustrante que haya conocido jamás.

Ya había terminado de preparar la ensalada que íbamos a compartir y estaba pendiente de las pechugas que preparaba a la plancha mientras daba una calada cuando mi móvil vibró sobre la encimera. Extrañado, con la espátula en una mano y un cigarro en la otra, me acerqué.

Me petrifiqué al volver a leer tu nombre.

Y, otra vez, mi corazón bombeó como loco contra mi pecho.

Haciendo caso omiso a eso último, dejé el cigarro en el cenicero, cogí el móvil y desbloqueé. La exclamación que proferí al leer el mensaje no fue nada en comparación al desastre que monté a continuación en cuestión de segundos: golpeé el mango de la sartén con el codo, lo que provocó que se volcase y cubriese el mármol, momentos antes reluciente, de la espesa salsa de aceite caliente, perejil y ajo y me quemase en el proceso; el escozor trepó por mi brazo como un latigazo y, aullando, hice un barrido con el brazo, lo que me hizo tirar el cenicero y que esparciese por el suelo previamente limpio un cigarro aún encendido, colillas diversas y un reguero de cenizas. ¡Mierda! ¿En qué estabas pensando? ¿Por qué me hacías esto? Con la sangre palpitándose dentro de los oídos en un torrente descontrolado, atrapé el papel de cocina a la vez que el móvil se me caía dentro del bol de la ensalada.

Maldije en voz alta, lo que me ganó que Alicia vociferase desde el baño un «¿se puede saber qué coño es todo ese jaleo?» seguido de una ristra de palabrotas de las que solo entendí «torpón» . ¿Así cómo se suponía que se relajase?

Pero es que ella no comprendía. No entendía la locura que acababas de decirme.

Me disculpé con voz entrecortada mientras trataba de recoger el estropicio que había armado, al mismo tiempo que salvaba mi móvil de los confines de la ensalada. Por suerte, aún no le había puesto el aliño, de modo que estaba libre de aceite y vinagre, aunque estaba mojado por culpa del queso fresco. Lo limpié con insistencia contra mi camisa y volví a desbloquear el móvil con dedos torpes que se negaban a cooperar al cien por cien.

El sudor frío que se deslizaba por mi espalda se heló aún más cuando releí tu mensaje.

Ventura: Estoy abajo, frente a tu finca. Por qué no sales a saludarme? 😋

¿Qué mierdas...? ¿Qué hacías allí?

Después de enderezar la sartén y sortear el desastre de colillas y cenizas del suelo, corrí hacia el comedor.

Con el móvil atenazado en la mano, salí al balcón falto de aire, me hice un hueco entre dos macetas y asomé el pecho por la barandilla metálica. Abajo, en la calle, con unas gafas de sol oscuras puestas que reflejaban los rayos del sol y una camiseta ceñida con cuello en uve de un tono gris desgastado, examinabas la fachada del edificio en busca de algo mientras observabas de vez en cuando la pantalla de tu móvil.

—¿Ventura? ¿Qué haces aquí?

Alzaste la cabeza en mi dirección al instante y una sonrisa lenta y esquinada se perfiló en tus labios.

—¡Hombre! Por fin sales. Pensaba que me tendrías aquí esperando hasta el fin del mundo.

—¿Qué haces aquí? —repetí, cada vez entendiéndote menos y menos. Me acaloré muchísimo, sobre todo las orejas, cuando algunos viandantes se detuvieron a observarnos—. ¿Por qué no has llamado al timbre? N-no te quedes ahí. La gente se va a pensar que soy un mal anfitrión.

Más bien, lo que quería preguntar era: ¿por qué no me has avisado con tiempo de que te presentarías aquí, sin avisar, vestido así?

Tu sonrisa se torció más.

—Sí, no queremos que nadie piense mal, ¿eh?

¿Era aquella otra de tus pullas? Arrugué el ceño. Estuve a punto de espetarte un «si solo has venido a atormentarme aún más de lo que tu sola presencia ya me tortura, entonces vete por donde has venido». Pero no lo hice. Apreté los labios, meneé la cabeza y me metí dentro del piso, por el que navegué hasta llegar a la entrada. Descolgué el telefonillo y pulsé tres veces el botón que había allí, hasta que el eco de una puerta abriéndose y cerrándose me alertó de que ya estabas subiendo.

Eché un vistazo hacia el pasillo, a pesar de que dudaba que Alicia se hubiera enterado de nada.

¿Qué mierdas estábamos haciendo? ¿Por qué te seguía el juego? Aquello era precisamente lo que no debería hacer; mucho menos debería existir ese hormigueo en mi estómago, ese nerviosismo haciendo vibrar mi cuerpo, mi piel, solo porque iba a volver a tenerte delante de mí.

Abrí la puerta mientras me obligaba a tomar y expulsar bocanadas de aire controladas. Para cuando la puerta del ascensor se abrió, estaba más o menos... repuesto.

En algún momento, te habías quitado las gafas de sol, que descansaban colgadas del pico de tu camiseta y contra tu esternón. Tus ojos azules dieron conmigo enseguida, lo que hizo que tragase saliva y cambiase el peso de un pie a otro. A paso lento y desgarbado, rezumando por cada poro de tu piel una seguridad en ti mismo envidiable, te aproximaste a la puerta entreabierta y a mí. Encogí los dedos desnudos de mis pies al tiempo que carraspeaba, volvía a mirar por encima de mi hombro y me recolocaba las gafas antes de encararte de nuevo.

—¿Qué haces aquí? —musité tan quedo que ni resonó en el rellano—. No sabía que ibas a venir. —Una posibilidad relampagueó por mi mente y se me encogió el corazón—: ¿Es Alicia? ¿Te ha llamado para que vengas?

Las palabras me dejaron un regusto agrio en la boca. ¿Es que otra vez te había invitado y era el último en enterarme? ¿Ahora qué había hecho para molestarla y que lo pagase así conmigo?

Con un gesto divertido y burlón, negaste con la cabeza y te recostaste contra el marco de la puerta con los brazos, a escasos centímetros de mí.

—Nah. Esta vez he venido porque he querido.

Frunciendo el ceño, eché el torso hacia atrás y traté de poner distancia entre nosotros lo más disimuladamente que pude.

—¿Para qué? ¿Es que no tuvimos bastante el otro día? ¿No nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos?

De tu rostro se desvaneció cualquier rastro de sonrisa.

—No. —Tu postura se volvió rígida y menos casual. Tus ojos buscaron algo tras de mí y tuve que aguantar el impulso de hacer lo mismo. Frunciste los labios—. No puedes... no puedes negar que nos quedamos a medias. —Asentí despacio. Tu mirada se movió hasta mí—. Desde el viernes pasado, no he dejado de darle vueltas a lo que dijiste y, joder, tienes razón: hice lo que hice porque me sentía rabioso y quería hacértelo pagar, a pesar de todo lo que te aseguré y lo que te prometí. —Enterraste los dedos en tu cabellera y los deslizaste hasta tu nuca, a la que tu mano se aferró, provocando que los bíceps se hinchasen y marcasen—. Fue... No estuvo bien de mi parte. Dijiste que te odio, pero no lo hago, aunque quizá debería.

Curvaste una diminuta sonrisa pesarosa. Fruncí el ceño. ¿Cómo que «quizá deberías» odiarme?

—¿A qué te refieres?

Pero no respondiste. Solo suspiraste y negaste con la cabeza.

—Da igual. No me hagas caso. Me dejé llevar por... —Soltaste tu nuca e hiciste un aspaviento, como queriendo hacer desaparecer tus palabras—. Como sea. El caso es que tendría que haber tenido más claro mi papel en todo esto desde el principio y no haberme descarriado por el camino, cosa de lo que tú no tienes culpa alguna. Por eso quería... bueno, quería disculparme, si no es demasiado tarde.

Un mutismo inusitado se hizo presa de mí. Parpadeé y me sujeté a la puerta.

Aquello... no me lo esperaba. No sé por qué, pero, en aquel entonces, te hacía como un hombre demasiado orgulloso como para bajarse de su caballo, mucho menos capaz de aceptar sus propios errores en voz alta o buscar perdón, algo que me demostraste, en más de una ocasión, durante los meses que siguieron, que es una soberana estupidez. Lo único que te cuesta es expresar lo que sientes, como bien pude comprobar ese día. Ladeé la cabeza. A escasa distancia, tenía a un hombre adulto, fornido y atractivo que apenas podía sostenerme la mirada y al que un ligero rubor le teñía la piel morena de sus mejillas, como si te avergonzaras de haberme dejado entrever siquiera por un segundo por esa pequeña fisura que eras mucho más de lo que permitías que el resto del mundo viera.

Y era... era enternecedor.

¿Sabes que verte así fue lo que en verdad me quitó el aliento? No tu fama; no tu físico. Tú.

Tras unos segundos, tus ojos se atrevieron a buscarme y, entrecerrándolos, me escudriñaste, al tiempo que un par de arrugas aparecieron en tu entrecejo. Antes de que pudiera actuar, te pusiste rígido y te apartaste de la puerta, volviendo a erigir esa alta muralla que te separaba de todo y todos.

Bufaste una risa sardónica.

—Como sea. Perdóname o no lo hagas; tampoco me importa.

Mientras retrocedías un par de pasos y te hacías con las gafas de sol, mascullaste algo sobre que solo estabas de pasada por la zona de mi edificio, que habías quedado con unos amigos para cenar en un restaurante cercano y que se te había ocurrido venir, aunque, según me hiciste notar enseguida, tampoco te corría mucha prisa hablar conmigo, que no era urgente.

Pero todo sonaba a una sarta de patrañas.

Si no ¿por qué llevabas toda la semana insistiendo en hablarme por WhatsApp?

Puede que fuera en parte porque estabas arrepentido, pero no me creía ni por un segundo que tu interés fuera falso ni que tuviera segundas intenciones. Estiré la mano y te atrapé del antebrazo, ocasionando que enmudecieras y los músculos se endurecieran bajo mi agarre.

A medio camino de ponerte las gafas de sol, me miraste con expectación.

—Gracias por venir. Seguramente... seguramente debería estar más enfadado de lo que lo estuve, pero no me gusta malgastar energía en un sentimiento tan negativo como ese. Prefiero invertirla en, no sé, perdonarte. —Esbocé una leve y tentativa sonrisa, que, por alguna razón, se te contagió—. Y también en advertirte que ponerse las gafas de sol en el interior de un edificio es de capullos pretenciosos que se lo tienen muy creído y te hace parecer un chuloplaya insufrible.

Se te escapó una carcajada que fue evidente por tu expresión que te pilló desprevenido.

—Ya, bueno, tengo que cultivar bien mi imagen de gilipollas para los medios, ¿sabes?

Mi sonrisa se amplió y entreabrí la boca para contestarte.

—¿Francis? ¿Con quién hablas? —se me adelantó Alicia en algún punto detrás de mí. Me giré con brusquedad. Con el oscuro kimono de seda entreabierto, dejando a la vista un sujetador y un tanga de encaje blanco floreado, se acercaba descalza a nosotros—. ¡Ventura! ¡No sabía que ibas a venir! Escuchaba voces desde el baño y juraba que una de ellas era la tuya, pero no estaba segura.

Volví la cabeza hacia a ti con el corazón desbocado. Por favor, que no dijeras nada, que no dijeras nada.

Pero no lo hiciste. Tu semblante se iluminó con una media sonrisa artificial y, sin ni siquiera dedicarme una mirada, exclamaste:

—¡Sorpresa! Aquí Paco y yo hemos montado otro encuentro y estábamos ultimando los detalles, pero parece que ya se descubrió el pastel y ya no tiene caso.

—¡Que va! Sigue siendo una muy grata sorpresa.

¿Otro encuentro? ¿Cuándo nos había dado tiempo a planearlo? Traté de atrapar tu mirada, pero me evadiste.

Alicia se situó a mi lado, abrazándose a mi brazo y cazando tu mano izquierda mientras batía las pestañas con coquetería en tu dirección.

»Vamos, pasa adentro. Me muero por un buen polvo. He tenido una semana de mierda y tengo demasiada tensión encima. —Luego, apretó mi bíceps contra sus pechos al ponerse de puntillas y besar mi mejilla. Cerca de mi oreja, susurró—: Eres el mejor marido que una pueda tener. Te has acordado de lo que te dije. Por esta vez, pasaré por alto cómo conseguiste su móvil y te lo compensaré con creces. —Se retiró, plantando los pies en el suelo y dejando un rastro de olor a jazmín—. Vamos, chicos, me muero por estar desnuda entre vosotros y acabar la semana por todo lo alto. ¡Este sí es un plan fantástico para un sábado noche!

*

Alicia nos arrastró hasta nuestro dormitorio.

Y, aunque tu actitud hacia mí cambió, aunque te preocupaste por incluirme como aquella primera vez, ya no fue lo mismo.

Cada vez que nuestros ojos coincidían, uno de los dos los apartaba a los pocos segundos.

Cada vez que algún roce extraviado tocaba al otro, nos retirábamos como si la piel del otro estuviera cubierta de ácido.

Cada vez que había una oportunidad para ponernos de acuerdo en hacer disfrutar a Alicia, había una incómoda pausa entre nosotros demasiado larga y chirriante, lo que que acababa con cada uno llegando a una idea diferente y ejecutándola a destiempo.

Estábamos descoordinados. Y eso me hizo saber que no era el único que se contenía.

No sé cuáles serían tus razones, pero yo era muy consciente de las mías. No quería volver a meter la pata, ni con Alicia ni contigo. ¿Y la sola idea de dejarme llevar por lo que mi cuerpo me pedía? Era aterrador. ¿Cómo puede tu cuerpo y tu mente clamar dos cosas completamente opuestas?

No me gustaban los hombres.

No podían gustarme los hombres.

Durante los siguientes meses que transcurrieron desde ese encuentro, esa pared invisible siguió firme entre nosotros, incluso cuando no pude resistirme a hablar contigo a cada rato que teníamos, al principio de vez en cuando y luego todos los días. No podía mentir y negar el hecho de que me hacías mucho más amenas las horas en la tienda o que me divertía contigo. Era increíble que me fuera más fácil tratar contigo cuando te tenía lejos que cuando te tenía tan cerca que hubiera podido tocarte si tan solo el temor a lo que despertabas en mí no hubiera vencido todas y cada una de las veces. Mi único alivio era que esa tortura se redujo a cuatro veces más: ibas a participar en una obra de teatro que se estrenaría pronto y los ensayos y preparativos te tenían muy ocupado.

A pesar de todo, cuando llegó el treinta y uno de octubre, fuiste el primero en felicitarme.

No sabes la sonrisa más grande que me arrancaste cuando lo vi antes de irme a dormir, algo que se repitió por la mañana mientras hacía el café y varias ocasiones más a lo largo del día en que no pude resistir la tentación de buscarlo para releerlo una y otra vez, especialmente después de que me hicieras llegar por correo urgente un regalo. Mientras abría la caja en la trastienda del trabajo, mi corazón latía frenético. Y cuando vi lo que me aguardaba en su interior, se me calentó y llenó a más no poder.

Era una emoción tan rara de experimentar.

Pero ese gesto me mostraba que la frágil amistad que había nacido entre nosotros y que cada día cobraba más fuerza también era importante para ti, que, cualquier cosa que dijera, se grababa tan a fuego en tu memoria como lo hacía en la mía cuando revelabas cualquier detalle tuyo, por más nimio que fuese.

Hacía un par de semanas que me quejaba contigo de que solo iba a poder comprarme la PS4, pero no estaba seguro de poder adquirir los juegos. Nunca te dije por qué; nunca te conté que fue porque ese dinero se lo di a Alicia meses atrás, y, aun así, ahí estaban los tres juegos que te comenté aquella primera vez y que subrepticiamente me habías pedido que te recordase. Me fascinaba y sorprendía lo generoso y atento que podías llegar a ser, una imagen para nada acorde con la que se pintaba de ti en los medios de comunicación.

Tú fuiste lo mejor que me pasó ese día.

Por la noche, después de pedir comida para llevar y cenar en casa solos, Alicia se tumbó de lado con la espalda contra mí pecho mientras veíamos una película. Aunque a ella le gustaba salir a celebrar por todo lo grande cada vez que cumplía años, ese día siempre hacía una excepción por mí porque, después de tantos años juntos, me conocía mejor que a la palma de su mano y sabía que, donde se pusiera una noche tranquila de películas, lo demás no tenía comparación. Además, ¿para qué querría yo salir de fiesta con sus amigos? Yo ya lo había celebrado el domingo con mi familia y ella, que eran los que más me importaban. ¿Para qué querría más?

Eso se lo dejaba a ella, a Isaac y a ti.

A media película, Alicia se removió y se giró hacia a mí, en busca de mis labios. Correspondí enseguida. Y nuestros besos se tornaron dulces, lentos y tranquilos. Cerré los ojos, sujetándola por el cuello. Al cabo de unos minutos, entre suspiros, ella terminó sobre su espalda, cobijándome entre sus piernas abiertas mientras seguíamos comiéndonos la boca despacio. No sé si fue ella quien empezó el vaivén de sus caderas o fui yo, pero pronto nos frotábamos el uno contra el otro.

Yo me comía sus gemidos y ella los míos.

Mientras recogía su camisón de lencería sobre sus pechos, mientras los besaba y descendía por su vientre, mientras me deslizaba entre sus piernas y devoraba su sexo, me maravillé que estuviéramos ahí los dos juntos, que hubiésemos llegado tan lejos. Alicia me sujetó con firmeza del pelo y me guio, retorciéndose contra mí. ¿Quién le hubiera dicho al adolescente con granos y aparato dental que la conoció que, tantos años después, estaríamos juntos y en proceso de crear una familia?

Ella era la única persona que me aceptaba, a pesar de mis múltiples defectos.

Era mi mujer y quería que fuese la madre de mis hijos.

Ella era mi mundo. Todo mi mundo.

Si no fuera por ella, estoy seguro de que seguiría soltero; si no fuera por ella, mi sueño jamás se estaría haciendo realidad. Teníamos nuestros altibajos, pero ¿no los tenían todos los matrimonios? Mientras Alicia gemía con cada lamida y succión, por primera vez estuve más seguro que nunca de que superaríamos ese bache.

Abrumado, agradecido, me afané en demostrárselo al redoblar mis esfuerzos.

Cuando me aferró del cuello de la camisa y tiró de mí hacia arriba, obedecí enseguida. Nuestras bocas se unieron en un beso más urgido que los anteriores, ambos faltos de aire, y su mano se deslizó por la parte frontal de los pantalones de chándal que llevaba, recorriendo toda la extensión dura de mi erección. Contra mis labios, me demandó que la follase y, una vez más, me apresuré a cumplirle lo que deseaba.

Me hundí en ella despacio.

Y le hice el amor del mismo modo, queriendo transmitirle todo lo que sentía y pensaba de ella; lo agradecido que estaba de que me hubiera elegido a mí para compartir el resto de su vida.

Pero no duró.

Con un gruñido frustrado, invirtió nuestras posiciones, se recogió el camisón de lencería y se empaló en mí, echando la cabeza hacia atrás con un largo suspiro. A partir de ahí, fue una carrera a contrarreloj para ella, a la que yo solo pude sujetarme a sus caderas mientras ella se empujaba contra mí con urgencia y la piel empapada de sudor de mi torso escocía allá donde sus uñas se enterraban con ahínco.

Y, cuando nos corrimos, ella se desplomó contra mí, sudorosa y exhausta.

Besé su frente y la abracé. Hacía meses que el sexo entre nosotros no había sido tan bueno.

O eso pensaba yo, porque entonces me dio un manotazo débil y espetó:

—¿Es que todo lo tengo que hacer yo? ¡Ya podrías ser un poco más como Ventura! Ojalá hubiera estado él aquí, agh. A ver si te esmeras más y pones más empeño la próxima vez, Francis, porque empezaba a aburrirme ya. Tenemos que llamar a Ventura pronto: él sí que habría sabido cómo follarme bien sin que yo hubiera tenido que decirle nada.

Y aquello fue un balde de agua fría sobre un día que había sido perfecto hasta ese momento.

*

La siguiente vez que te nos uniste, a mediados de noviembre, no pude relajarme y pasármelo bien.

Más que nunca en aquellas últimas semanas, las quejas de Alicia hacían un ruido horrible en mi cabeza. Me sentía inútil e insuficiente. Me sentía avergonzado y humillado. Y reconozco que lo pagué contigo al estar más distante y parco de lo normal, tanto en nuestras conversaciones por WhatsApp como en persona, pero era superior a mí. Te resentía. Odiaba y dolía no poder ser tan bueno como tú en la cama, tan dominante como tú, tan decidido como tú.

Detestaba todo lo que tuviera que ver contigo, aunque enseguida me sofocase, arrepentido, y me sintiera culpable.

Pero es que, mierda, ¿por qué no podíamos ser solo Alicia y yo por una vez? ¿Por qué teníamos que recurrir a ti cada vez que ella quería tener sexo? ¿Por qué yo no podía ser suficiente para ella? ¿Por qué no podía ser mejor?

¿Por qué tenía que ser tan sumamente inútil?

¿Por qué? ¿Por qué?




***

¡Buenas, personitas!

Siento haber tardado tantísimo tiempo en actualizar, pero octubre fue un mes bastante difícil en cuanto a salud se refiere ☹ Mi intención era actualizar la semana siguiente de la nota que puse en mi muro. Como pudisteis comprobar, no me fue posible porque tuvieron que hospitalizarme al día siguiente durante casi una semana y, cuando por fin me soltaron, estaba demasiado cansada y sin ganas de nada. Y, la verdad, preferí centrarme en mi salud, descansar y cuidarme porque, tal y como vuelven a estar las cosas en España ahora mismo respecto al bichito de las narices, no quiero estar en un hospital más de lo debido.

Pasando a cosas más agradables (o no), aquí tenéis capítulo nuevo por fin 😉

¿Qué os ha parecido? Sé que muchos esperábais otro tipo de capítulo, en vistas de cómo terminó el anterior, pero ni Ventura hubiera querido ni el salseo es algo que Paco se plantee en este momento con alguien que no sea Alicia porque el hombre es así de fiel 🤷‍♀️ Lo siento si os decepcionó, cositas lindas. Aún no ha llegado el momento. Como suelen decir: lo bueno se hace esperar (?)

Por lo demás, espero que esa reconciliación y ese inicio de amistad os gustase 😏

PD: Para aquellos a los que os leo y siempre os comento, prometo ponerme al día pronto con vuestras historias ❤ Eso sí, os pido que tengáis paciencia conmigo porque tengo tantos capítulos acumulados que me abruma el solo pensar en ponerme con ello 🙈

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro