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3

Una semana después, seguías latente en mis pensamientos. Había algo en tu actitud conmigo que me constreñía las entrañas cada vez que me permitía rememorar el gran fracaso del viernes anterior y la frialdad en tus ojos las pocas ocasiones en que me miraste.

Sentado dentro del coche cerca del supermercado en el que trabajaba mi hermano con el aire acondicionado a tope, volví a fruncir el ceño, como llevaba haciendo hacía días cuando me perdía en mis cavilaciones. ¿Qué te había hecho yo para que me tratases así? Habías sido tú quien había roto sin miramientos la promesa que me hiciste aquella primera vez sobre que no querías inmiscuirte entre Alicia y yo; me habías hecho creer que yo tenía tanto derecho a disfrutar de lo que hacíamos como Alicia, cuando, en la práctica, era mentira.

Me habías dicho que me centrase en ti y en tus órdenes, que no me calentase la cabeza con nada más, pero el viernes pasado te habías desentendido de mí y me habías abandonado a mi suerte, sin previo aviso.

Y encima Alicia creía que tú eras la solución a todos nuestros problemas...

«Ventura es justo lo que necesitamos», había dicho.

¿Cómo se suponía que debía encajar aquello? No solo había sido un mero espectador durante el último trío, sino que también lo era en mi propio matrimonio. Me eché hacia atrás, golpeando el reposacabezas con la coronilla, y metí los dedos bajo la montura de las gafas para frotarme los párpados cansados. ¿Es que no podía dejar de cagarla?

Porque era evidente que la culpa era mía.

Hasta Alicia había dicho que tenía que esforzarme más y no solo cuando estuviera con vosotros.

¿Cuándo aprenderé a hacer una a derechas? ¿Cuándo?

Tres golpes en la ventanilla me sobresaltaron. Abrí los ojos y parpadeé, encontrándome al otro lado del cristal con el rostro sonriente y acalorado de mi hermano, por el que se deslizaban churretones de sudor mientras se abanicaba con una mano.

Le hice un gesto con la mano hacia la otra puerta y quité el seguro.

Enseguida, Isaac se dejó caer junto a mí y se repantingó en el asiento con un exhalación.

—Qué calor, por Dios. Me voy a derretir.

Sonreí.

—Da gracias a que tú ya has acabado tu turno y no tienes que volver después al trabajo como yo. Al menos, vosotros tenéis aire acondicionado allí adentro.

—Tranqui, que las doy todos los días. —Se acomodó en el asiento, dejando una pequeña mochila negra entre sus piernas mientras se ponía el cinturón—. ¿Siguen sin haberos arreglado el aire? ¿A qué espera tu jefe? Porque encima tenéis esas cristaleras que dejan entrar toda la solana. Os vais a cocer vivos.

De camino a casa de nuestros padres, le conté en tono hastiado que mi jefe estaba tan rata, con eso de que casi todo el mundo se estaba yendo de vacaciones y apenas teníamos clientela, que nos tenía abriendo todas las ventanas e incluso la puerta de la entrada de la tienda de informática para sobrevivir. Para cuando aparqué y salimos del coche, ambos llegamos a la conclusión de que mi jefe era un gilipollas profundo que se merecía caer en el inframundo y que Cerbero lo masticase y vapulease un rato antes de caer en las garras del mismísimo Hades.

Por primera vez en días, solté una carcajada mientras llamaba al telefonillo.

*

A diferencia de la comida familiar anterior, faltaban Alicia y su madre. Podría haber pasado a recogerla, como había hecho con Isaac, pero no estaba tan loco como para dejar que esos dos pasasen más de cinco minutos juntos en un espacio cerrado y reducido; y, bueno, prefería mantener la frágil tranquilidad que teníamos en casa por encima de todo, en lugar de volver a perturbarla y cabrear a Alicia otra vez.

Ni mis padres ni mi abuela me preguntaron por ella.

Así que comimos ensaladilla rusa y esgarraet**, entre bocados de pan y ensalada de tomate con ajo, mientras charlábamos y nos reíamos de esto o aquello. Por un rato, pude distraerme lo suficiente para no acordarme de lo demás. ¿Por qué no podían ser así todas nuestras comidas familiares? Para cuando llegamos al postre y el café, estaba arrellanado en la silla y removía las cuatro cucharillas de azúcar que le había echado al cortado con movimientos lentos y una sonrisa pegada en la cara mientras el humo del cigarro que me acababa de encender serpenteaba en el aire.

Mi hermano nos relataba las peripecias que su compañero de piso y él habían tenido que hacer para subir el sofá nuevo por las escaleras de su finca el fin de semana pasado, desde jugar al tetris para que cupiese por la diminuta entrada del edificio hasta aferrarse a las barandilla de la escalera mientras maniobraban porque, si no se le cansaban los brazos a uno, se le cansaban al otro.

A mi derecha, de brazos cruzados, mi padre asintió con un gesto serio.

—Ese es el legado de los Jiménez: altos como espigas, endebles como una brizna y tan longevos como Matusalén.

A mi izquierda, Isaac refunfuñó un:

—Pues vaya mierda de genes. ¿Dónde está la caja de devoluciones? Porque estamos a viernes y aún siento que se me van a caer los brazos de las puñeteras agujetas.

A pesar de que mi madre le llamó la atención por el taco, todos rompieron a reír.

Yo me apresuré a imitarlos, aunque sin muchas ganas, mientras daba una calada larga y profunda al cigarrillo.

Alicia tenía razón. Tenía que ponerme las pilas y pronto si no quería que nuestro matrimonio se fuera al garete y la perdiese. Lo único que no tenía claro era lo tuyo. La boca del estómago se me cerró, al tiempo que rompía una tira de la servilleta y meneaba la pierna derecha bajo la mesa. ¿De verdad eras lo que necesitábamos?

Según Alicia, sí.

Según yo, no estaba tan seguro...

No si las cosas entre nosotros continuaban igual de mal. Estaba claro que, si seguíamos adelante con lo que fuera que hacíamos los tres, solo tenía dos vías posibles: tenía sacarte de mi cabeza o hacer algo respecto a lo que fuera que te pasase conmigo si no quería terminar de perder el norte la próxima vez que nos viésemos.

Porque tenía que haber otra ocasión.

Al fin y al cabo, era lo que Alicia deseaba, ¿no? Y, en esos momentos, ella creía que eras la respuesta que necesitábamos a nuestra situación...

Abandoné el cigarro en el cenicero y saqué el móvil del bolsillo de los vaqueros. Mientras mi hermano seguía protestando sobre las desventajas de haber salido más Jiménez que Marín, busqué nuestra conversación en WhatsApp. O, bueno, el monólogo que dejaste que tuviera hacía semanas sin una sola contestación de tu parte más que esas exasperantes uves que, al menos, me decían que sí habías recibido mis mensajes y tal vez los hubieses leído. ¿Me habrías bloqueado? Tendría que arriesgarme porque te necesitábamos.

Te necesitaba.

Y, aunque tratara de engañarme, era otro motivo el que hacía que terminase una y otra vez en nuestra conversación unilateral para comprobar si al menos estabas en línea, como en ese instante. ¿Qué había pasado con ese hombre de ojos azules llenos de comprensión y manos grandes, firmes y cálidas con el que di de bruces en aquel baño de discoteca? Esa persona me había mirado solo a mí; me había visto. Se había interesado por mí. Por mí, que no soy la gran cosa y, aun así, supo hacerme sentir especial durante unas horas. ¿Sería también culpa mía lo que fuera que hubiera hecho que se torciesen las cosas entre nosotros?

Seguramente, sí.

Apreté la pantalla y enseguida emergió el teclado, sobre el que mi pulgar titubeó.

Arrastré los dientes por mi labio inferior, sin levantar la vista ante el ruido de mis padres y mi hermano corriendo las sillas hacia atrás al levantarse. Empezaron a recoger la mesa. Cuando mi hermano hizo amago de llevarse mi plato y mi vaso, le hice un gesto y le dije con voz distraída que ahora lo haría yo.

Yo: ¿Estás ahí?
Yo: No sé si verás esto o si me responderás, pero no me gusta cómo se quedaron las cosas el otro día
Yo: ¿He hecho algo que te molestase para que estuvieses así conmigo?
Yo: Por favor, contéstame
Yo: Me gustaría solucionarlo
Yo: A pesar de cómo te portes conmigo, sé que no eres mala gente

Titubeé unos segundos más sobre si agregar algo más, pero al final embutí el móvil en el bolsillo y alcé la cabeza con una sonrisa que trastabilló cuando mis ojos dieron de lleno con los atentos y calculadores de mi abuela, que me contemplaba con las manos unidas y el mentón sobre el dorso.

—¿Todo bien, Currito? Estabas muy callado y serio hasta hace un segundo.

Tragué saliva. Mierda. A ella no la podía mentir. Me conocía demasiado bien.

—Ahora sí, mucho mejor. No te preocupes, yaya. Tenía... algunas cosas dándome vueltas por la cabeza, pero ya está todo bien. Te lo juro.

—Bien, bien. Sabes que no me gusta verte mal.

¿Estaba mal? No me sentía así. Solo... como si me estuvieran estirando en todas direcciones y no supiese cuál tomar; sin embargo, ya podía coger aire y soltarlo con libertad. Había dado el primer paso al contactarte y ya era más de lo que había hecho en semanas. Si conseguía que me respondieses, si conseguía averiguar lo que te pasaba conmigo, tenía la sensación de que parte del barullo en mi cabeza se calmaría y podría dejar de sentir que tenía que estar en tensión todo el tiempo.

*

Con esfuerzo, aguanté un resoplido mientras arrastraba los pies por el suelo y, conmigo, la enorme botella de butano desde la entrada del piso hasta la cocina. Nunca me había costado tanto dar diez pasos. Pasé por delante de mi abuela, que me repitió que no era necesario que lo hiciera yo, que luego podría hacerlo uno de mis padres o el vecino de al lado. Encajando las mandíbulas y los bíceps temblequeando, negué con la cabeza. Si podía serles de ayuda, hacer algo por ellos, prefería hacerlo yo. No era la primera vez que mi abuela se impacientaba y hacía algo que no debería en cuanto le dábamos la espalda. Como aquella vez que nos quedamos en la mesa charrando** y, cuando mi madre fue a la cocina a llevar la cafetera, la muy bruta ya había limpiado los fogones y estaba sobre una banqueta rascando la grasa de los azulejos.

Nunca he conocido a tu abuela, Ventu, y ya es demasiado tarde para que algún día pueda, pero a veces me pregunto si la tuya era igual de cabezota como la mía o si era tanto tu apoyo como mi abuela lo fue para mí.

Cuando atravesé el umbral de la cocina, mi vista se enganchó a la figura de mi hermano, que estaba sentado en uno de los taburetes, con la espalda recostada contra el lateral de la nevera blanca, mientras hablaba con alguien por el móvil con una expresión abstraída.

Genial. Y yo ahí dejándome los brazos.

—No corras a levantarte, no. —Di otro tirón y el canto de la botella hizo un estruendo metálico cuando la dejé en el suelo. Da vergüenza de admitir, pero ya estaba resollando. Me pasé el envés de la mano por la frente humedecida—. Quédate ahí, por favor. No quiero molestarte con lo que sea que es tan urgente como para que no quieras echarle una mano a tu hermano.

Sin despegar la mirada de la pantalla, los labios de Isaac se curvaron.

—Me alegra que lo entiendas, tete.

—Sabes que entre los dos habría sido más rápido y fácil, ¿no?

—Ya, pero —hizo una mueca— te he visto sufrir tanto con los primeros pasos que se me han quitado las ganas de moverme. Además, ¿has visto lo fabulosas que tengo las uñas? —Al tiempo que sus ojos, más oscuros que los míos, resplandecían, me enseñó las susodichas uñas, que estaban pintadas como si fueran escamas centelleantes de sirena—. Me las he currado demasiado como para que se me salte el esmalte. —Movió los dedos de forma rítmica—. Así que te dejo la tarea a ti, que seguro que te irá mejor y no lamentarás fastidiarte esas uñas tan... poco cuidadas.

Puse los ojos en blanco.

—Pues vale. Luego no me pidas que te acerque a casa.

Se encogió de hombros, quizá porque sabía tan bien como yo que era un farol y que, en cuanto nos fuésemos y me lo rogara una sola vez, haría lo que me pidiera, aunque no sin protestar una o dos veces durante el trayecto.

Negando con la cabeza, me volví, me acuclillé y me puse manos a la obra al sacar la otra bombona, vacía, y quitarle el regulador.

Un par de minutos después, cuando empezaba a recuperar la sensación en los bíceps y podía dar mi trabajo por finalizado, me enderecé y acepté el vaso de agua fría que mi abuela me tendió. Tras beberme hasta la última gota y devolvérselo, ella lo dejó en la pila y, sin darme tiempo a reaccionar, atrapó mi rostro entre las manos. Como Isaac y yo somos más altos que ella, tiró de mí con una fuerza que no debería ser posible para una persona de su edad y me plantó un beso sonoro en cada mejilla.

—No sé qué haría sin ti, Currito. Si es que vales millones. —Y, aunque me pellizcó las mejillas como si aún fuera un crío de nueve años en vez de un hombre de veintiocho años, no dije ni mú. Luego, miró de reojo a Isaac y agregó—: Ojalá otras personas aquí presentes se aplicaran el cuento y aprendieran de ti.

Sin mirarnos, Isaac volvió a enseñarnos sus manos.

—Uñas. Bonitas, ¿eh?

La mare que t'ha...** —Mi abuela echó la vista al techo—. Santa paciencia la que hay que tener contigo.

—Venga, yaya. Si sabes que me quieres así. —Con una sonrisilla, Isaac rodeó su vientre abultado y apoyó la cabeza en él antes de mirar hacia arriba y hacerle ojitos—. Menos cargar cosas pesadas, cocinar o comer tu sopa de pescado, puedes pedirme lo que quieras.

Me eché a reír, mientras mi abuela le dedicaba una mirada poco halagüeña a mi hermano.

—Tienes suerte de que me gusta cuando me lavas la cabeza y me la masajeas o te echaba con los perros.

—Pero si no tenemos perros.

—¡Pues ahora sí! No me repliques, niño.

—Vale, vale. —Entre risitas, Isaac se apartó con las manos en alto y añadió en un tono burlón—. Yo que no quería robarle el puesto a tu Currito.

—¡Vaya con el follonero este! Hoy tienes la lengua muy suelta tú. No juegues conmigo que te pongo el culo rojo como cuando eras pequeño, te metías temprano en mi cama y me arrancabas uno a uno pelos de la nariz para despertarme.

Enseguida, Isaac rompió en risitas y, entre palabras zalameras, trató de volver a atraparla en un abrazo que mi abuela esquivó, lo que solo hizo que mi hermano se levantase y se pusiera a perseguirla por la diminuta cocina mientras le lanzaba besitos. Ceñuda, mi abuela protestó y lo apartó como pudo, hasta que se cansó, espetó un «ja voràs tu si t'agafe. Vine ací, pocavergonya»**, cazó el trapo de la cocina y le atizó con él en el trasero. Vibrando de la risa, Isaac dio un salto, pidiendo casi sin aliento que tuviera piedad de él antes de precipitarse fuera de la cocina.

Apoyado contra el marco de la puerta, resoplé una risa por la nariz y, cuando mi hermano se sujetó a mis hombros y apoyó la frente en el centro de mi espalda para usarme de escudo, no hice nada por evitarlo.

No lo hice porque hacía días que no me reía tanto.

Me dolían tanto las mejillas de sonreír que no estaba seguro de qué agujetas me dolerían más al día siguiente: las de los brazos o las de la cara.

¿Qué haría yo sin mi familia?

*

Horas más tarde, mucho después de que hiciera la cena y Alicia y yo nos la comiésemos frente al televisor, seguías sin haberme contestado. Aunque estar con mi familia fue una buena distracción, en cuanto dejé a mi hermano en el portal de su piso y volví al trabajo, fui más consciente que nunca de mi móvil. Su peso en el bolsillo, su calidez, no paraba de tentarme en todo momento, como el canto lejano de una sirena o un tritón, en tu caso.

¿Por qué tardabas tanto en responder? ¿O es que directamente no lo ibas a hacer?

Al fin y al cabo, no era la primera vez que me dejabas en leído y te olvidabas de mí.

Encerrado en la cocina con la excusa de recogerla y limpiarla, el móvil descansaba sobre el banco con la pantalla encendida, que revisaba cada dos por tres, entre meter cubiertos, platos y vasos en el lavavajillas o pasar un trapo húmedo por el mármol y la vitrocerámica.

En ese momento, barría el suelo sin dejar de echarle miradas.

—¡Francis! ¿Vas a venir a ver una película o qué? Me tienes aquí toda abandonada.

—¡Ahora voy! Estoy terminando aquí. Friego el suelo y ya voy.

—¡Más te vale! —refunfuñó ella—. Que me aburro.

Le pregunté si es que no estaba hablando con una de sus amigas sobre quedar una tarde de esas, a lo que ella replicó que de eso hacía ya más de veinte minutos y que estaba tardando tanto que ya se había cansado hasta de revisar Instagram. Tras un suspiro, le prometí que acabaría pronto. Luego, sacudí la cabeza para mí y recogí en la paleta un puñadito de polvo. De nada servía pasarme la noche en la cocina o en el baño revisando mi móvil. Tenía que dejar de obsesionarme contigo y tu respuesta porque estaba claro que no iba a llegar, que no me ibas a responder por más que yo pensase en ello.

Y, siendo así, ¿de qué servía comerse tanto el tarro?

Llené un cubo de agua, en el que vertí un chorro de amoníaco y otro más largo de friegasuelos con aroma a lavanda, y me puse con ello. Para cuando acabé, ya estaba decidido a volver al comedor y ya estaba barajando posibles películas que nos gustaban a Alicia y a mí. Y, si aún estaba echada en el sofá, pondría sus piernas en mi regazo y le haría un masaje de pies como disculpa por hacerla esperar.

Con ello en mente, puse rumbo al dormitorio y coloqué el móvil bocabajo sobre mi mesita de noche.

Tras una última mirada, di media vuelta. Cuanto más lejos estuviera de mí, mejor.

Antes de que llegase a la puerta, sin embargo, el zumbido de una vibración detuvo mis pies en seco y el estómago me dio un vuelco brusco. Ni siquiera sabía si eras tú, Ventu, y, aun así, se podría decir que prácticamente me abalancé sobre el dichoso móvil. Con dedos torpes, pero ávidos, desbloqueé el móvil.

Y mis latidos se desbocaron.

Porque eras tú. Por fin me habías contestado.

Ventura: Debería ser tan falso como tú y mentir al decir que no te conozco

Fruncí el ceño. ¿En qué se suponía que estaba mintiendo yo?

A pesar de la decepción inicial, el burbujeo en mi vientre, en lugar de escindirse, creció y se propagó cuando apareció otro mensaje tuyo.

Ventura: O bloquearte
Ventura: Si fuera lo bastante inteligente lo haría ahora mismo
Ventura: Pero me toca los cojones cosa mala que sigas con este puto paripé
Ventura: Ya no hace falta que finjas una mierda

Arrugué la nariz. Durante un minuto entero, caíste en un bucle de escribir y parar, pero no me mandaste nada.

Yo: No sé de qué estás hablando
Ventura: De tus putos mensajes de antes y ahora!
Yo: ¿Es que ahora uno no puede preocuparse por otra persona? ¿Hay que tener motivos para todo o qué?
Ventura: Mira, nano, conmigo tonterías las justas
Ventura: Así que no te hagas la víctima conmigo que no me molan nada las mosquitas muertas

Retrocedí hasta dar con el borde de la cama, sobre la que me senté con pesadez.

Yo: No entiendo lo que te he hecho para que me trates así
Yo: Tú no eres así
Yo: Al menos, no te recuerdo así

Aunque aparecías «en línea», no me contestaste.

De hecho, no lo hiciste hasta unos cuantos minutos después, cuando ya me tenías al filo de la cama y moviendo la pierna con un nudo en el estómago que se constreñía más y más con tu silencio.

Ventura: No me conoces una mierda y no finjas que lo haces
Ventura: Estamos?
Ventura: La proxima vez te bloqueo

El corazón se me elevó y me permití una ligera sonrisa.

Yo: ¿Quiere eso decir que no lo vas a hacer ahora?
Yo: ¿Qué puedo hablarte cuando quiera y me responderás?
Ventura: Haz lo que te dé la gana
Yo: Prometo no decir nada que te moleste
Yo: Pero de verdad me gustaría que arreglásemos las cosas

Poco después de mi último mensaje, desapareciste y no volviste a contestarme.

Al menos, no ese día, porque si una cosa tenía clara era que, ya que había conseguido que me respondieses, no iba a desaprovechar la oportunidad ni me iba a dar por vencido tan fácilmente.


**esgarraet: ensalada típica valenciana de pimiento rojo asado y bacalao seco con aceite de oliva

**charrando: tomado del valenciano/catalán "xarrar", que significa "charlar".

**La mare que t'ha (parit): La madre que te ha (parido)

**Ja voràs tu si t'agafe. Vine ací, pocavergonya: Ya verás tú si te agarro. Ven aquí, desvergonzado.


* * *


¡Buenas, personitas!


Perdonad que haya tardado tanto en actualizar, pero, como expliqué en un mensaje en mi tablero, no me encontraba muy bien. Por suerte, ya estoy mucho mejor, así que aquí os traigo actualización ;)

¿Qué os ha parecido el capi? Después del anterior, ya tocaba uno con menos drama y qué mejor que ver un poquito más de Paco con su familia :P Aun así, vemos que sigue atribuyéndose toda la culpabilidad y busca soluciones a su manera...

Desde a partir de ahora, comienza la historia de verdad >D

Muchísimas gracias por leer hasta aquí y os agradecería que me hicierais llegar vuestras opiniones.

¡Abrazos! <3

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