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14


Un par de semanas después, cerré la puerta de la casa de mis padres y alcé la voz para saludar a cualquiera que estuviera allí a las tres de la tarde. Fue mi abuela la que respondió, lo que quería decir que mis padres aún estaban en el bar familiar, a pesar de que tenían a gente que podría haberse hecho cargo de todo si ellos hubieran querido tomarse la tarde libre. Después de dejar la cartera y el móvil en el cuarto de mi infancia, en el que llevaba durmiendo desde el fin de semana en que me marchase del piso de Alicia y les contase a mis padres y a mi abuela mi deseo de divorciarme, hice una pequeña parada en la cocina para beber a morro agua fría y luego me aventuré hasta el comedor, de donde llegaba el sonido de disparos y relinches de caballos de las películas del oeste que a la yaya le gustaba ver.

Me pasé el dorso de la mano por la frente. A pesar de ser la segunda semana de septiembre, el calor no daba tregua y no había parte de mi cuerpo que no sudase sin parar. La puerta del balcón y el resto de las ventanas del comedor estaban abiertas de par en par; sin embargo, el aire que entraba era caliente, espeso y asfixiante.

Me dejé caer en el sofá y le sugerí poner un poco el aire acondicionado.

Ella me hizo un movimiento de mano distraído que podría haber significado cualquier cosa, sin perderse detalle de cómo el Sheriff del pueblo encarcelaba a un joven maleante en una celda, por lo que preferí tomármelo como un «sí, Currito, ponlo que ya no aguanto más. Me estoy asando con este calor. ¡Eres mi salvador!». Cerré todo, incluida la puerta del comedor, y volví a dejarme caer en el sofá con un largo suspiro mientras el aire fresco empezaba a circular por toda la estancia.

Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás y hacia el aire acondicionado.

Algunos minutos después, un pie tocó la punta de una de mis deportivas blancas.

—¿A qué viene esa cara, xiquet? ¿No empezaban hoy tus vacaciones? Che, como que te falta algo de entusiasmo, Currito. Pareces una raya secándose al sol, sin energías para chapotear de vuelta al mar.

Hice una mueca sin abrir los ojos.

—Es Alicia. Hoy también vino a buscarme al trabajo a la hora de comer y me ha montado un pollo. Ni siquiera me ha dejado irme a comer. Mi jefe tuvo que mandarme a casa antes de empezar el turno de tarde porque Alicia no quería marcharse de allí por más que le dijera que se fuera.

—Ah —dijo tras una pausa. El armazón del sillón crujió, como cada vez que mi abuela se sujetaba al reposabrazos para ponerse de pie—. No digas más. Antes de que sigas, me hace falta un buen trago y diría que a ti también.

Sus zapatillas susurraron por el comedor. Un par de minutos después, me golpeó la deportiva para avisarme. Mientras me incorporaba y tomaba uno de los vasos que acarreaba antes de ofrecerle mi antebrazo para que se aferrase y se ayudase con él a la hora de sentarse, me advirtió que no le contase nada a mi madre, que ya sabíamos cómo se ponía mi madre cuando nos encharcábamos de alcohol como solución a nuestros problemas y que sería nuestro secretito, pero es que, «Currito, necesito algo bien fuerte en el cuerpo si vamos a hablar de esa xiqueta». Con una exhalación, se acomodó a mi lado y le dio un trago al líquido ámbar que traía en el vaso de cristal.

Yo apenas le di un sorbo y arrugué la nariz ante la quemazón que me dejó en el esófago. Era brandy.

—No entiendo por qué no se da por vencida. —Con la voz áspera y los ojos húmedos, apoyé el culo del vaso en mi muslo. No iba a beber más, pero no quería hacerle un feo a mi abuela—. Ya le dije todo lo que tenía que decirle y, aun así, no para de insistir. Me sabe mal por ella, pero es que... lo nuestro no va a ninguna parte, ¿sabes? Estamos en un callejón sin salida. Y no me parece justo para ninguno de los dos que sigamos juntos si ya no siento nada por ella.

Una de las manos de mi abuela se posó en mi otra rodilla, que luego me apretó.

—Hay veces que no es fácil aceptar según qué cambios en nuestras vidas y a esa xiqueta se nota que le gusta llevar la voz cantante de todo lo que pasa en su vida. Cuéntame qué ha pasado hoy, anda.

Tenía tanto en la cabeza, que me pulsaba como si me clavasen agujas en las sienes, desde el encuentro afuera del trabajo con Alicia, que las palabras no tardaron en derramarse por entre mis labios. Le conté que esa vez Alicia se había echado a mis brazos y había roto a llorar, lo que me había hecho sentir como el ser humano más rastrero y horrible que había pisado la Tierra; aun así, me mantuve firme y no cedí, a pesar de toda la incómoda atención que atrajo su actitud. Como pude, sin dejar de relatar todo a mi abuela, me encendí un cigarro y aspiré hondo, permitiendo que el sabor amargo acariciase mi garganta y mi nariz antes de expulsarlo. Mis músculos empezaron a relajarse entonces.

Nunca más cedería.

Porque, aunque me sintiese fatal, en el fondo sabía que estaba haciendo lo correcto.

Con todo, aferrada a mi brazo, Alicia había sacado a colación lo sola que se encontraba, lo mucho que me echaba de menos y lo mucho que le estaba costando vivir sin mí. Me había rogado que volviera a casa con ella y le diera otra oportunidad, que esa vez haríamos que funcionase.

Pero yo seguí negándome a volver al piso.

Momento en que las lágrimas se le secaron, me dio un bofetón que no permití que fuese a más al sujetarle las muñecas y empezó a gritar a los cuatro vientos lo desagradecido y lo buitre que era, que no era nada sin ella, que era como todos los demás hombres, que solo la había usado y ¿qué pensarían nuestros amigos cuando se enteraran de que la había abandonado? ¿Es que no me daba vergüenza lo que le estaba haciendo? Cuando volviera a ella arrastrándome para pedirle disculpas, porque ella estaba convencida de que ese momento llegaría tarde o temprano, entonces ya veríamos si a ella se le daba la real gana de perdonarme después de todo lo que la estaba haciendo pasar. Para ese punto, mi abuela me robó el brandy sin acabar y se lo bebió de un solo buche, refunfuñando por lo bajo lo mala pécora que era Alicia.

Me froté la cara y metí los dedos debajo de la montura de las gafas, insistiendo en los ojos en especial. Yo solo estaba cansado ya de todo. No sabía qué más hacer o decir para que a Alicia se le metiera en la cabeza que no iba a volver con ella, que lo nuestro ya se había acabado, que hacía muchísimo tiempo que estaba muerto.

Que solo quería pasar página y olvidarme ya de ella.

Aunque tal vez parte de la culpa de que no me creyese fuera mía, por haberme aferrado a ella cada vez con más desesperación cuando las cosas iban mal entre nosotros; por haber claudicado una y otra vez ante sus deseos tras cualquier discusión y dejar que pensase que, hiciese lo que hiciese, yo se lo perdonaría y siempre estaría ahí para ella la siguiente vez que me pusiera los tochos. ¿Cómo había podido ser tan idiota? Cuanto más analizaba nuestra relación, más avergonzado y estúpido me sentía. Salvo lo del bofetón y aquello último, le dije a mi abuela todo lo demás y esta tomó mi mano libre entre las suyas. Los vasos vacíos descansaban al otro lado del sofá.

—Tú dale tiempo. A esa xiqueta le gusta manejar el cotarro más que a un tonto un caramelo y la has pillado distraída.

—Pero estoy harto ya, yaya —mascullé por lo bajo. No sabía si podría aguantar más sus lloros, súplicas y acusaciones—. Solo quiero que me entienda y vea lo que le estoy diciendo. Si volviese con ella, solo nos haríamos infelices el uno al otro y yo ya no puedo vivir así. No quiero seguir viviendo así.

Bastante me estaba costando centrarme en trabajar y en poner un pie delante del otro día tras día cuando mi vida había cambiado de forma radical en tan poco tiempo y todo estaba patas arriba. Todavía no sabía qué haría con mi trabajo. Ahora más que nunca lo iba a necesitar, entre el abogado que mi familia me había animado a contactar y el hecho de que tendría que ponerme a buscar piso pronto, y eso requeriría un dinero del que no podía prescindir. Aunque mis padres y mi abuela me habían brindado enseguida su apoyo y una habitación en la que quedarme mientras trataba de ponerle orden a mi vida, no quería aprovecharme de ellos de forma indefinida.

Tenía veintinueve años, por Dios. ¿No se suponía que a esa edad uno debería tenerlo ya todo claro y no convertirse otra vez en una carga para sus padres?

Di otra calada y apreté la mandíbula mientras el humo escapaba por mi nariz.

—Currito, tú ya has hecho lo que tenías que hacer, que es bastante. Ahora es ella la que tiene que recapacitar y darse cuenta de sus errores. —Me dio una palmadita en la mano—. Y puede que necesite semanas, meses o años, pero no es culpa tuya y no dejes que te enrede con sus mentiras. ¿Entendido? Lo demás déjalo en mano de vuestros abogados y que ya se apañen ellos con todo lo del divorcio, que para eso le estás pagando tú al tuyo, ¿no? Y si tienes que pedir una orden de alejamiento de esas para que a la xiqueta se le meta en la cabeza que ya no sois nada y que siga de largo con su vida, pues hazlo.

Bajé la vista a nuestras manos, a sus dedos nudosos y pálidos en contraste con los míos más morenos, y asentí. La yaya tenía razón. Alicia no iba a escuchar. Nunca lo hacía. Que se encargase de todo el abogado y quizá algún día Alicia se daría cuenta de que había hecho lo correcto para los dos. Tras una breve pausa, le lancé un curioso vistazo de reojo y pregunté en un susurro:

—¿Cómo es que no me has preguntado las razones por las que nos divorciamos?

—Pues porque, si algo he aprendido en todos mis largos años de vida, es que es mejor no entrometerse en la de otros ni presionarlos. Cuando sea quien sea esté preparado para buscarte y hablar, entonces ahí estaré esperándole. Y eso te incluye a ti más que a nadie. ¿Quién sabe por qué sería? Pudo habérsete caído la venda del amor y por fin la ves como la vemos el resto de nosotros. O por fin viste lo que yo veía: que no te estaba haciendo feliz y cada vez te hundías más en una espiral de miseria que no me gustaba nada para ti. Che, qué sé yo.

Volví a asentir.

—Sí, es un poco de todo eso que mencionas. —Recorrí con la lengua el labio superior y luego el inferior. Luego, se me escapó—: Llevaba años poniéndome los cuernos, ¿sabes? ―Llevé los ojos a los de mi abuela y el corazón me saltó a la garganta; agregué de forma atropellada―: Pero no quiero que pienses mal de ella o que creas que le estoy echando toda la culpa porque no es así. Ella es... como es y estoy seguro de que yo le haría sentirse asfixiada y como que no tenía otra vía de escape más que buscar a otros a mis espaldas para soportar nuestro matrimonio.

Contemplándome con pena, mi abuela negó con la cabeza y me dio otra palmadita sobre la mano.

―Ay, Currito, no tienes que seguir justificándola.

―No, escúchame. Escúchame. No quiero justificarla, pero, ahora más que nunca, la entiendo. Yo... yo tampoco he sido un santo, ¿sabes? ―musité sin apenas mover los labios y con el rostro ardiéndome. Tragué saliva. Tuve que agachar la vista ante la mirada cuestionante y afilada de mi abuela―. Hace unos meses conocí... conocí a alguien. ―Hice una mueca―. No voy a contarte cómo entró en mi vida porque no quiero que pienses peor de Alicia y de mí y no sé si podría mirarte nunca jamás a los ojos si te enterases, pero... bueno... esta persona fue... fue lo mejor que me pudo pasar en mucho tiempo. Me hubiera gustado que hubiera pasado de forma diferente, haberle conocido estando soltero en vez de casado, y te juro que traté de razonar conmigo mismo y resistirme, pero hay algo en esta persona que no dejó de atraerme como una polilla a la luz una y otra vez hasta que me quemé, me atrapó y ya no pude ni quise huir más de lo que sentía por ella.

Silencio.

Pisando sin parar el suelo y el corazón retumbando como loco en el pecho, di una calada larga y me atreví a echarle una mirada soslayada a mi abuela. Esta me examinaba con ojo crítico y un fulgor de curiosidad en su mirada que nada tenía que ver con la expresión grave, sentenciosa y reprobadora que esperaba encontrar carvando las profundas arrugas de su rostro.

―¿No dices nada?

―Sí, que por fin, después de mucho tiempo, te veo otra vez enamorado. ¿Cómo se llama?

¿Así? ¿Tan fácil? Arrugué las cejas.

―Yaya. Te estoy diciendo que también le fui infiel a Alicia.

―Vale. Bien. Y yo quiero saber quién es esa persona que le ha devuelto a mi Currito el brillo en la mirada y que le ha dado ese empujoncito que le faltaba para que se diera cuenta de que su vida no se reducía solo a esa xiqueta.

Solté su mano y me puse de pie con una mano cóncava debajo de la ceniza que se había acumulado en la punta del cigarro. Mientras arrastraba los dientes por el labio inferior, fui al cenicero de cristal que había en el centro del mantel de la mesa del comedor y aplasté ahí la colilla antes de girarme hacia mi abuela y forzarme a encontrar sus ojos con los latidos descontrolados y la sangre zumbando en mis oídos.

Cogí aire y lo solté al decir:

―Es... Se llama Ventura. Es... es un hombre.

*

Dios. No sabes lo nervioso que estaba, Ventu.

Era la primera vez que le hablaba de ti a nadie. Después de meses de ser mi secreto, de guardarme todo lo que tuviera que ver contigo bajo llave y candado en una caja fuerte escondida en lo más recóndito de mi ser, era como si alguien hubiera abierto una compuerta y toda esa presión que había agrietado mi interior hasta amenazar con destrozarme por dentro encontrase por fin un hueco lo bastante grande por el que fluir.

Mi abuela no dejó de curiosear sobre ti.

Y, aunque no le conté nada sobre tu profesión ni nada de lo que sabía sobre tu familia, que tampoco era mucho, sí le conté que te habías convertido en uno de mis mejores amigos y que no había un segundo en el día que pasase a tu lado en el que me aburriese.

Sí le conté lo importante que eras para mí, lo mucho que te amaba.

La aprobación que se reflejaba en el gesto cálido e interesado de mi abuela fue como un bálsamo para mis nervios e inseguridades, al menos de forma momentánea. Aunque el mañana que empezaba a descifrar ante mí no fuera para nada como me lo habría imaginado, sin una familia por la que hacía meses me habría mordido la lengua y habría aguantado el chaparrón que fuera, las mariposas en mi estómago batían las alas con ferocidad y una ilusión que hacía mucho tiempo que no sentía me embargó.

Quizá sí habría algún tipo de futuro para nosotros, ¿no?

*

Mientras le contaba sobre ti a mi abuela, la ayudé a preparar algo rápido y, poco después, comí sentado delante de ella en la mesa del comedor, entre bocados de media barra de pan con jamón, rodajas de tomate y aceite y una pequeña ensalada que se empeñó en que comiese.

A eso de las cinco, me tiré en la cama de mi cuarto con el estómago lleno, una persistente sonrisa, el sabor delicioso de las natillas de chocolate aún en el paladar y el «más vale dolor de boca que de corazón» de mi abuela aún dando vueltas en mi cabeza después de que le hubiera contado que no me atrevía a contactarte de nuevo ni a confesarte que me habías ayudado a abrir los ojos y que te amaba. Con la vista clavada en el techo, acomodé un brazo debajo de mi nuca y un suspiro se coló por entre mis labios. ¿Qué estarías haciendo en aquellos momentos? Hablar de ti con mi abuela había despertado recuerdos de ti sepultados bajo toneladas de mantas en las últimas semanas, sobre todo después de lo idiota que había sido contigo y de lo mal que había acabado la última llamada.

Aunque tal vez aquel día sería diferente, ¿no?

Me habías pedido que no te llamara ni te contactara hasta que estuviera seguro de lo que quería y ese instante había llegado ya. Desde hacía meses sabía que eras lo único que quería, pero no había estado preparado para reconocerlo ni ante mí mismo ni ante nadie más. Alargué el brazo hasta que las yemas de mis dedos rozaron la superficie fría y metalizada de mi móvil. Una vez en la mano, me apresuré a desbloquearlo, aunque titubeé sobre si mandarte un mensaje por WhatsApp o si llamarte.

No me avergüenza admitir que ganó en el acto la segunda opción.

Si tengo que declararme adicto a tu voz, a la cadencia grave y a ese deje socarrón en tu voz, lo haré sin problemas, así como también me declaro adicto al olor de tu piel o la sensación de esta contra la mía. Ya no tenía nada que esconder en lo que a ti concernía, al menos no delante de ti. Con mis padres y mi hermano... no, dejémoslo en que aún no estaba listo para enfrentarme a la guerra nuclear que se desataría si se enteraban de que llevaba años engañándolos. Con el móvil resbalando por el sudor en mi mano, apreté tu nombre y me acerqué el móvil al oído al tiempo que me mojaba los labios y una exploxión seguida de otras más pequeñas se desencadenaba en mis entrañas, como si el simple hecho de llamarte hubiera activado todo un campo de minas.

Sequé la otra mano contra la colcha de verano y me aguanté la respiración. No podía esperar a que cogieses la llamada y soltarte que quería darle una oportunidad a lo nuestro.

No, no era tan inocente como para creer que duraría más que unos meses, pero no tenía miedo de aceptar aun así con tal de descubrir adónde iba lo nuestro y poder vernos cada vez que tu trabajo te lo permitiese. Durase lo que durase, jamás me arrepentiría de haberte tenido durante ese corto espacio de tiempo y siempre atesoraría lo nuestro. Y, si luego conseguía que siguiéramos siendo aunque fuera amigos, si conseguía que no salieses del todo de mi vida y escarbaba aunque fuera un diminuto hueco en la tuya, entonces ya me ganaría la lotería por completo.

El tono se cortó de forma abrupta y una voz masculina desconocida y jocosa dijo:

―Estás llamando al móvil de Ventura Urriaga. Si quieres hablar con él, que no puedo entender por qué alguien querría someterse a tal tortura, pulsa uno; si quieres que le deje un recado de tu parte, cosa que tampoco entiendo, pulsa dos; si quieres...

―¿Con quien mierdas estás hablando ahora? ¿Es que aún no tuviste suficiente con lo de anoche o qué? No entiendo cómo te pueden quedar ganas para darle al pico.

Aunque el nudo que había apretado mi estómago se soltó un poco al reconocer tu voz, amortiguada o lejana como si estuvieras en otra habitación, fruncí el ceño y me impulsé a una posición sentada con la espalda rígida. ¿Quién era esa persona que respondía a tu móvil con tanta familiaridad y quién se creía que era para hacerlo?

El extraño se rio.

―¡Nunca! No me canso tan rápido. Mucho más ahínco y sudor tienes que ponerle para vencerme y dominarme, rubito. ¿O es que en tu vejez ya no tienes tanto aguante y no puedes empinar...?

Hubo un portazo que me sobresaltó. ¿Qué? No, no, no. Tenía que haber oído mal. El corazón se me constriñó y el sabor a chocolate se agrió en mi boca. ¿Quería eso decir que tú y ese extraño os habíais...?

―Pfff. Mira, no me toques más los cojones que no estoy de humor. ―Tu voz sonaba más cercana. Y, a pesar de la acidez en tus palabras, había un dejo de diversión indiscutible. Algo, una toalla o una prenda de ropa quizá, restalló contra el desconocido, que protestó entre carcajadas. Encajé la mandíbula. Bien. Ojalá le hubiera dolido mucho―. Venga, vístete de una puta vez que se nos han hecho las tantas y... ¿Qué tienes en la mano? ¿Es ese mi móvil?

―Oh, vaya. Te felicito. Tus dotes de observación superan mis expectativas, querido Watson. Es bueno saber que aún te funciona bien la vista, a pesar de tu avanzada edad.

Resoplaste.

―Menos gilipolleces. ¿Me ha llamado alguien o no?

Sí, yo te estaba llamando. Yo quería hablar contigo. Abrí la boca para replicar, para hacerme notar de alguna manera. La respuesta, sin embargo, se atascó en mi garganta y lo único que salió fui un ruidito agudo e indiscernible, como si alguien estuviera estrangulando una gallina, que pasó desapercibido cuando ese tipo respondió con un juguetón:

―Puede que sí o puede que no.

―En serio. Menos jueguecitos. ―Los muelles de una cama crujieron y la risotada del otro retumbaron en donde quiera que estuvieses. ¿Estaríais en un hotel?―. Qué me lo des de una vez. Dámelo ya, joder.

Tu gruñido me recorrió entero y me puso todo el vello del cuerpo de punta.

Ese era el mismo ruido que hacías cuando jugábamos y te lanzabas encima de mí a hacerme cosquillas; ese era el mismo ruido que hacías cuando me tenías retorciéndome debajo de ti y capturabas mis labios antes de perdernos el uno en el otro. Empezasteis a forcejear entre risas y amenazas que sabía en lo más profundo de mis entrañas a lo que llevarían. En un momento dado, el sonido de vuestra pelea quedó ahogado como si el móvil hubiera acabado debajo de vuestros cuerpos o de las sábanas.

Cerré los ojos con fuerza.

Casi podía visualizaros en una habitación de un hotel cualquiera, encima de una cama de sábanas blancas ya arrugadas, contigo cerniéndote sobre aquel extraño y entre sus piernas; él sería tan atractivo como todos los hombres con los que te había visto en las fotos que a veces se colaban en las revistas o que enseñaban en la tele y en vuestros ojos quemaría el deseo con el fuego suficiente como para reducir vuestro alrededor a cenizas. La opresión en mi pecho aumentó hasta que respirar me fue imposible. Las protestas del desconocido quedaron estranguladas, como si le hubieras besado para acallarlo, cosa que tampoco era difícil de imaginar y por lo que me odiaba inmensamente.

―¡Devuélveme el teléfono! ―gruñiste bajo y peligroso, sin aliento―. Vamos a llegar tarde por tu culpa.

―¿Perdona? ¿Ahora tengo yo la culpa de que se nos pegasen las sábanas?

―Sí, sí que la tienes. ―Bufaste―. En serio. ¿Quién llamaba?

―Ah, pues ni pajolera idea. Espera que lo mire. No me has dado tiempo a...

Antes de que descubrieses que era yo, que me había quedado escuchando ese arrebato de pasión, ese momento íntimo, entre vosotros como un auténtico y asqueroso voyeur, colgué y apreté los talones de las manos contra los ojos, con los latidos lentos y dolorosos enterrados en mi garganta y un vacío inmensurable en mi pecho.

¿Por qué dolía tanto enterarme de que habías seguido adelante con tu vida y me habías dejado atrás? Nunca nos habíamos hecho promesa alguna, la parte lógica de mi cerebro lo sabía, pero eso no hacía que escociese menos.

Golpeé la colcha con la mano con la que sostenía el móvil una, dos, tres veces mientras apretaba los ojos y trataba de ignorar el picor que me subía por la nariz.

Mierda. No tendría ni que afectarme. ¿No me había dicho una vez tras otra que tarde o temprano te acabarías cansando de mí y te buscarías a otro? La culpa no era tuya, sino mía, por haber tardado tantísimo en reaccionar; por hacerme ilusiones cuando me había repetido hasta el cansancio que no debería y, aun así, me había montado una película sobre nosotros en la cabeza, como estaba visto que solía hacer, primero con Alicia y luego contigo.

Volví a estrellar el puño sobre el colchón con el pecho agitado y el sabor salado de las lágrimas en mis labios.

¿Qué leches me creía? ¿Que lo nuestro estaba escrito en las estrellas, que viviríamos juntos y comeríamos perdices, que lo que sentía por ti sería suficiente para que me perdonases todo lo ocurrido y no te marchases corriendo con alguien que fuera más de tu gusto y tuviera mucho menos bagaje encima? ¿Se podía ser más tonto?

Ya era hora de despertar y empezar a ser más realista.

*

Lo peor, sin duda, es que ni siquiera me llamaste.

Debiste tener tiempo de sobra para revisar tu móvil y ver mi nombre entre tus últimas llamadas, pero la ignoraste. Nunca supe si fue porque todavía estarías cabreado conmigo o estarías hastiado de tener que lidiar conmigo y ya no querías saber nada más de mí. Tampoco es que yo volviera a intentar llamarte. Con esa vez fue más que suficiente para saber que mi oportunidad ya había pasado de largo y nunca volvería. Y quizá fue lo mejor, ¿sabes? Porque, en ese preciso momento en que te escuché y te imaginé con otro, hubo una verdad que se iluminó sin escapatoria alguna en mi cabeza.

No podía ser solo tu amigo.

No soportaría estar a tu lado y verte desfilar con un sinfín de bellezas hasta que encontrases a esa persona especial que te merecías. No soportaría escucharte hablar sobre todos y cada uno de ellos. Habría sido la peor excusa de amigo en el mundo entero. ¿Quién no se alegraría cuando un amigo estuviese feliz y quisiera compartir esa euforia? ¿Quién se regocijaría cada vez que cada relación de su amigo terminase y volviese a estar soltero?

La respuesta en este caso hipotético, al parecer, soy yo.

Así que tal vez fue lo mejor que pudo pasarnos. Tú tenías tu carrera de la que preocuparte y a mí todavía me esperaban largos meses por delante en los que me tocó lidiar con Alicia hasta que por fin me concedió el divorcio. Todavía me esperaban años por delante para comprender que mi felicidad no depende de nadie más que de mí mismo, que mi valía no depende de nadie más, así como, aun hoy en día, sigo luchando conmigo mismo para terminar de aceptar ciertas partes de mí mismo con las que aún no estoy cómodo y sigo guardándome, cosa que no sería justo para ti. Todavía me quedaba mucho, mucho por delante para comprender que no tiene nada de malo estar solo; me tocó aprender a estarlo a la fuerza, sí, pero así fue como descubrí que me gustaba pasar tiempo conmigo mismo y conocer partes de mí que creía olvidadas y partes nuevas y desconocidas que no dejaban de sorprenderme, algo que solo fue posible gracias al apoyo de mi familia, que no duda en demostrarme día tras día que me quieren y que estarán a mi lado contra viento y marea, siempre poniendo mi bienestar por delante de todo.

Y que me harían ver que no te necesito ni a ti ni a nadie más para ser feliz.

Y, aun así, contigo es lo más cercano que estuve de serlo; contigo fue más fácil sonreír, recibir un nuevo día, encontrar algo emocionante que me impulsase a seguir adelante la jornada y no mirar atrás; contigo volví a aprender a amar y a ser yo mismo. Tú fuiste esa persona que todos necesitamos alguna vez en nuestras vidas y nunca dejaré de estar agradecido por todo el bien que trajiste a mi vida, incluso si nunca más nos volvemos a ver.

Eres lo mejor que me ha pasado.

Gracias por todo, Ventu.



* * *

¡Buenas, personitas!

Por fin llegamos al final de la historia. O sea, aún queda el epílogo, pero aquí se cierra esta parte de la historia como tal y dejamos el pasado atrás. Creo que muchos intuíais ya que esto pasaría (o al menos lo deseabais) 🤔 A pesar de todos los quebraderos de cabeza que os ha dado Paco, espero que su historia os haya gustado y os quedarais con lo bueno, sobre todo con el mensaje principal👌

Por otro lado, como creo que ya sabéis muchos, esta historia está dividida en tres partes, por lo que todavía falta una más.

En el epílogo veremos por dónde irán los tiros en la 3.ª parte 😚

Solo diré que aquí no se acaba la historia de estos dos. Quizá cuente un poco más en las notas del epílogo, pero ahora mismo es todo lo que voy a decir al respecto.

Como siempre, por favor, no os olvidéis de votar y comentar. He invertido muchísimas horas escribiendo y corrigiendo Extraña fascinación y Extraña necesidad, sobre todo cuando no habían ganas de nada durante el confinamiento que tuvimos en España el año pasado, y, ya que os la he ofrecido gratis, creo que como mínimo me merezco saber qué os ha parecido la historia.

Besos y nos vemos pronto 😚

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