Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11


Ya está. Ya podría sacar tu esquirla de mi interior y seguir adelante con mi vida.

¿Verdad?

Acurrucado de espaldas a ti, cerré los ojos y apreté los párpados con fuerza mientras inspiraba y expulsaba el aire de forma rítmica mientras razonaba conmigo mismo. Aquello era lo correcto. Era lo que tenía que hacer. Hacía más de un mes que debería haberlo atajado. Y ahora podría olvidarme por fin de ti; ahora podría aprender a estar de nuevo con Alicia y a disfrutar de su cuerpo una vez más. Ahora podría centrarme en esa familia que había sido mi sueño desde hacía años. Y, cuando uno está tan cerca de alcanzar uno de sus sueños como yo lo estaba, tiene que apretar los dientes y sacrificar lo haga falta para hacerlo realidad. ¿Cierto?

¿Qué más daba si magullaba y destrozaba mi corazón en el proceso?

Apartaste tu pierna y la conexión entre nuestros cuerpos se sesgó. Los músculos de la espalda se me tensaron al tiempo que el estómago se me encogió en un puño. ¿Era estúpido que echase de menos tu calor cuando sabía que era lo que debía pasar, que tenía que acostumbrarme a no volver a sentirlo jamás?

Sí, sí que era estúpido. Estaba siendo estúpido e irracional.

Abrí los ojos. El triángulo de luz que se reflejaba en la pared se mecía con el vaivén de las cortinas. El aire, caliente y seco, pareció espesarse aún más. Moví los labios, pero ningún sonido surgió de ellos. Cerrando los dedos en torno al cubre y la sábana fina, volví a intentarlo con el mismo éxito. Las esquinas de mis labios temblaron y se curvaron hacia abajo. ¿Qué me pasaba? ¿Es que tenía que ponerse mi cuerpo en contra mía también? ¿No tenía bastante con esa reticencia que llevaba semanas persiguiéndome?

Una prolongada exhalación tuya rompió el silencio.

Las sábanas susurraron y me sobresalté cuando me atrapaste entre tus brazos sin previo aviso. Con mi espalda pegada contra la piel ardiendo de tu torso, la tensión abandonó mi cuerpo poco a poco y deslicé mis dedos por tus antebrazos hasta cubrir tus manos con las mías allá donde estas se apretaban contra mi estómago. Cerrando de nuevo los ojos, eché la cabeza hacia atrás con un suspiro a la vez que recostabas la barbilla rasposa sobre mi hombro.

Abrí la boca.

—Ventu...

—No podemos seguir así, Paco —me cortaste en un tono bajo y firme—. O decides estar con Alicia o conmigo, pero no puedes continuar con los dos a la vez. —Mis dedos se pusieron rígidos en torno a tus muñecas. Me diste un apretón—. Óyeme. No podemos seguir jugando al escondite. ¿Y sabes por qué? Porque, tarde o temprano, siempre te acaban descubriendo y es un juego en el que siempre sale alguien herido. ¿Es eso lo que quieres, Paco? ¿Tan poco corazón tienes? —Tu aliento chocaba contra mi oreja en soplidos bruscos y violentos. Con un nudo formándose en mi garganta, negué. Suspiraste y relajaste tu abrazo—. Eso creía yo también. Me habrías decepcionado más de lo que ya lo estoy si no hubiera sido así porque eso querría decir que todo lo que creo saber de ti es una mentira. Y quiero pensar que, al menos, algo de todo esto es real.

Me revolví sin mucho esfuerzo. Quería verte la cara. Necesitaba vértela.

»Estáte quieto. —Obedecí al instante—. Ahora es a mí a quien le toca hablar y vas a escucharme, ¿estamos?

Susurré un:

—Sí...

—Bien. No quiero que pienses que soy tu enemigo porque no es así. No te haces una idea de lo orgulloso y lo feliz que estaba por ti por el avance que hiciste. De que por fin tomases iniciativa y enfrentases a Alicia y te hicieses valer. —La pasión al enunciar aquello se marchitó al escupir en un siseo amargo—: Y lo has echado todo a perder al dejarte comprar por una quimera que no ves y que solo va a hacer más miserable tu vida. ¿Sabes lo desilusionado que estoy? ¿La rabia que me da comprobar que eres igual a ese hombre indeciso y confuso que conocí hace meses, que no has cambiado ni un poquito?

—Eso no es verdad.

—Sí que lo es, Currito. Que tú estés tan ciego que no lo veas no quiere decir que sea menos cierto. Te dejas llevar por la corriente que más fuerza tenga, sin tener muy claro qué quieres o esperas de la vida. —Encajé la mandíbula. No estaba de acuerdo. Ya no era la misma persona. Nunca podría volver a serlo. No después de ti—. Y no te das cuenta de que esa quimera, esa idea de familia perfecta que tienes en la cabeza, no existe, que te estás dejando engañar y atrapar en una vida que solo te hará infeliz. Y yo ya no quiero estar ahí para presenciar cómo te hundes ni ser más tiempo tu boya.

Me pasé la lengua por los labios resecos. Eso último... no lo podía negar, por desgracia.

—No sabes de lo que hablas. Sí que sé lo que quiero en la vida. Puede que tú no creas en el matrimonio ni en la familia, pero para mí son de las cosas más importantes.

—Por favor. —Bufaste—. ¿Quién dice que no crea en ello? Si te piensas que mi familia no es vital para mí, si te piensas que no respeto la decisión de otros de atar su vida a la de otra persona, es que me conoces muy poco.

—Entonces haz el favor de entender que...

—Pero no puedes negar que lo tuyo es obsesivo. ¿Qué pretendes aferrándote a una vida que no te llena y que solo te hace sufrir? ¿Eres así de masoquista o de verdad eres incapaz de ver que hay vida más allá de Alicia y de lo que sea que imaginases que sería vuestro futuro? Las circunstancias cambian; los planes cambian; los sentimientos y las personas cambian; la vida misma cambia y no se queda inmutable. ¿Por qué eres tan jodidamente cabezón y no quieres verlo? Tu vida no se reduce a Alicia y sus caprichos ni a unas ideas que pueden y deben caducar.

Hice amago de darme la vuelta para enfrentarte, aunque me lo impediste al volver a ceñir tus brazos a mi alrededor.

—¿Quieres parar? —Lancé un resoplido al tiempo que enterraba las uñas en tus antebrazos—. Suéltame ya. Yo también tengo mucho que decir. Tú no eres el único que...

—Además, no te das cuenta de lo serio que se volverá todo una vez tengáis hijos. Ya no seréis solo Alicia y tú. ¿Te has parado a pensarlo? ¿Has pensado en ese niño o niña? ¿En cómo le afectará todo? Me sé de puta memoria cómo va ese guion y cómo acaba la película, Paco, y déjame decirte que la respuesta es nada bien. Ese niño o esa niña debería ser lo más importante del mundo, por encima de vosotros dos. —El fervor en tu voz se entrelazaba con rabia y frustración. El corazón me pulsaba en la garganta. ¿Por qué no te callabas? ¡Todo eso ya lo sabía!—. Y, en cambio, solo se convertirá en una puta moneda de cambio que solo acabaréis usando para haceros daño mutuamente. —Siseé que yo nunca haría eso. Tu risa sardónica resonó en la habitación—. ¿Qué te hace pensar que tú eres diferente de todos esos padres que sí lo hacen? Porque no lo serás, por más buenas intenciones que creas que tienes ahora mismo, así como también sé que solo será una burda excusa a la que aferraros para seguir juntos.

Tu voz ronca, llena de una emoción que rebosaba con cada palabra, se apagó.

Silencio.

Nuestras respiraciones aceleradas se entremezclaron. Clavé más las uñas en tu piel. ¿Por qué me hacías esto? ¿Tan poco pensabas de mí? ¿En serio creías que le haría eso a un niño, a mi hijo? Apreté las muelas con el corazón arremetiendo contra mi caja torácica. Me acusabas de no conocerte, de pensar erróneamente de ti, pero tú estabas haciendo lo mismo conmigo.

Nunca le haría eso a alguien que no tenía la culpa de que lo mío con Alicia no fuese perfecto.

Haber crecido con unos padres que, aunque se querían, no siempre habían tenido una vida en común ideal me había enseñado muchas cosas. Claro que tenían sus peleas y sus baches, algo que era la mar de normal en una relación. Pero nunca nos habían metido en medio de sus discusiones. Jamás. Nunca nos habían usado para hacerse daño entre ellos, como parecías jurar que pasaría entre Alicia y yo.

Había tenido el mejor de los ejemplos como para echar por tierra las enseñanzas de mis padres.

»Abre los ojos y recapacita antes de que sea demasiado tarde o será ese niño el que más sufra y pague el pato por algo que no se merece —susurraste en un tono de cansado que había perdido fuerza e intensidad—. No seas tan imbécil como para caer en ello, ¿sí? Me jode pensar lo mal que te habría juzgado si así fuera. Si no por ti, al menos ten presente a ese niño o esa niña y lo que supondría para ellos.

Esa vez, no hiciste nada por pararme cuando me volví hacia ti. Las sábanas se enredaron entre mis piernas y las pateé varias veces hacia abajo mientras me incorporaba sobre el colchón con las mejillas quemando y los latidos palpitando en mi cuello.

—Eres un hipócrita. Te jactas de que no te conozco, me echas al saco junto a todos los demás, pero tú tampoco sabes una mierda sobre Alicia o sobre mí y todo lo que hemos pasado. Hablas y hablas y hablas y no escuchas nada. No tienes ni idea de si seríamos o no buenos padres. No sabes nada. No sabes que...

—Te quiero. —Pestañeé. Y el corazón se me detuvo en seco antes de hacer una pirueta extraña en mi pecho. Suspirando, te sentaste con las piernas cruzadas, sin apartar tus ojos de mí—. Nunca pensé que podría llegar a gustarme alguien como lo haces tú. Jamás pensé que sería capaz de tener un sentimiento así por nadie. Pero aquí estamos y no soy tan idiota como para negar que es lo que siento. —¿Por qué daba todo vueltas a mi alrededor? ¿Por qué me costaba respirar? De todo lo que podrías haber dicho...—. Te quiero y, por eso, no puedo seguir aquí, siendo un espectador, un actor secundario, en esta tragedia en ciernes. Lo mejor para los dos será que te marches antes de que ninguno de los dos diga algo de lo que podamos arrepentirnos después y que no vuelvas más por aquí ni me hables hasta que te aclares las ideas y sepas lo que quieres de la vida.

Un frío letal me erizó el vello de las piernas, de la espalda, de los brazos, de la nuca. La garganta se me cerró mientras recorría tus facciones en busca de algo que hiciera que mi mente se calmara.

―Pero... Acabas de decir...

Tu expresión se endureció. Te arrastraste fuera de la cama, como dando por finalizada la conversación. Mis ojos se engancharon al movimiento hipnótico de tus nalgas, de tu pene meciéndose entre tus piernas, mientras te acercabas al armario. Pronto, sin ropa interior alguna, te enfundaste unos vaqueros anchos que abotonaste despacio con una ceja enarcada y una mirada significativa.

Apuntaste con el mentón a mis calzoncillos junto a la puerta de la habitación.

La opresión en mi pecho era demasiado. Dolía respirar. Costaba llenar los pulmones, más allá de inhalaciones cortas y seguidas. Con las rodillas temblando, me puse de pie. La cara me quemaba mientras deshice el camino hasta la entrada de la casa y me iba vistiendo poco a poco. Era mentira. Lo que habías dicho tenía que ser mentira; si no, no estarías despachándome de esa manera, como si después de habernos acostado ya no tuviera más cabida en tu cama, en tu casa, en tu corazón...

¿En tu corazón? Saqué la cabeza por el cuello de la camiseta al tiempo que metía los brazos por los agujeros. No, a tu corazón no había llegado. No podía ser real. Yo solo era un pasatiempo. Solo estabas siendo el sensato de los dos, cuando estaba claro que yo había fracasado en el intento.

Para cuando bajaste, ya me había atado las deportivas y aguardaba junto a la escalera.

Sin mirarte a la cara, te seguí por la primera planta; sin embargo, te detuviste de golpe y me tropecé con mis propios pies, cayendo de frente contra tu espalda. Con los latidos en la garganta, me aparté y, cuando abriste la puerta, me apresuré a pasar por debajo de tu brazo, aunque levantaste el otro con brusquedad y me golpeé contra el pecho con él.

―A pesar de lo que creas, quiero que seas feliz. No te enfades conmigo. No quiero despedirme así de ti, ¿sí? Solo quiero lo mejor para ti.

Pinzaste mi mentón y me instaste a levantar la cabeza.

La respiración se me trabó en el pecho. El agua mansa en tu mirada azul se había oscurecido con un sentimiento que no entendía, pero que tensaba la piel en torno a tus ojos. Bajaste más las cejas mientras me contemplabas de hito en hito.

Acariciaste mi mejilla mientras mi pecho retumbaba. Quería retirar la vista; quería apartar tu mano, aunque no lo hice.

Poco a poco, te inclinaste hacia mí. Tus labios se posaron sobre los míos con suavidad. Un picor me subió por la nariz y parpadeé ante la quemazón en mis ojos mientras nos besábamos con lentitud. Cuando te retiraste, un amargor permanecía en mi boca, un sabor que nunca había asociado con tus besos.

Me aguanté un sollozo.

Un simple roce y ya me habías abierto el pecho en canal.

¿Qué iba a ser ahora de mí sin ti?

*

Para cuando el domingo de aquella semana llegó, ese último beso de despedida era todo en lo que podía pensar.

Encerrado en mi habitación de la infancia una vez más y recostado contra la ventana abierta de par en par, di una calada y repasé mi labio inferior con el pulgar, como si ese simple gesto pudiera devolverme el calor de tus besos. Abajo, en la calle, la gente iba de aquí para allá y el rugido de una moto sesgó la quietud de aquella tarde veraniega. ¿Qué estarías haciendo? ¿Estarías pensando también en nosotros? Aunque en el fondo sabía que habías hecho lo correcto al ponerle un alto a lo nuestro, que cada uno tenía que recuperar su vida y seguir adelante con ella, no concebía un mundo sin ti.

Con la mano con la que sostenía el cigarro, me froté el pecho a la altura del corazón.

¿Por qué no podíamos seguir siendo amigos, aunque fuera? ¿Por qué teníamos que alejarnos el uno del otro de forma tan repentina y abrupta? Era extraño no recibir ningún mensaje tuyo a lo largo del día, cuando a veces eran lo único que me hacían el día y me animaban a soportar lo que fuera en el trabajo.

Las bisagras de la puerta rechinaron al abrirse.

—Ale, ya he llegado a mi límite. No aguanto más en el comedor con Alicia. Es como estar en un universo alternativo, uno en el que todas mis pesadillas se hacen realidad. —Hubo un chasquido del pestillo al cerrarse. Poco después, Isaac se recostó en el extremo opuesto de la ventana—. Lo siento muchísimo, tete, pero tengo que darte una buena o mala noticia, según lo mires. Para mí, es mala. Estoy convencido de que a Alicia la abdujeron los extraterrestres y le hicieron un transplante de personalidad. —Se encendió un cigarro. El olor mentolado pronto competía con el olor acre del mío—. Qué quieres que te diga: ya se la habrían podido quedar, aunque me imagino que los pobres también acabarían hasta la coronilla de ella con tan solo unas horas de sufrir su presencia.

Isaac continuó hablando sobre esa loca teoría suya.

Puse los ojos en blanco. Era verdad que Alicia había accedido a venir al cumpleaños de mi hermano sin que yo tuviera que insistirle, como en el pasado, y que incluso se había molestado en comprarle un regalo, pero, por lo demás, a Isaac le gustaba demasiado exagerar. Alicia seguía siendo Alicia. Le había dado el regalo a Isaac con una sonrisa tensa y forzada que era más en beneficio mío que de mi hermano; se había mordido la lengua en momentos donde antes habría soltado algún comentario mordaz, aunque no había podido contener bufidos por lo bajo o que lo que pasaba por su cabeza se reflejase en muecas, así como tampoco había perdido tiempo en ocupar el sillón que siempre ocupaba tras abrir una de las ventanas del comedor y bloquearnos a todos de su mundo al enfrascarse con su móvil, como si hubiera dicho «ya está. Ya he cumplido con la función por hoy».

Una esquina de mis labios tembló en un intento de sonrisa. Ante tanto bufido y removerse en la silla, mi abuela le había preguntado a Alicia, para horror de esta, si tenía almorranas y había empezado a recomendarle cremas y remedios caseros en un tono compasivo tan real y serio que Isaac se había atragantado de la risa con su Coca Cola e incluso mi padre había escondido una sonrisa detrás de la servilleta.

Si hubieras estado allí, seguro que te habría arrancado esa carcajada potente que siempre calentaba mi pecho.

Un manotazo me devolvió al presente. Parpadeé. En el entrecejo de mi hermano había una arruga y este estudiaba con fijeza mi rostro, sin apartar la mano de mi brazo.

—Estás tope raro, Milhouse. ¿A qué viene esa cara larga todo el rato? Me haces sentir como si, en lugar de estar celebrando mi cumpleaños, estuviésemos en un velatorio. —Arrugó más las cejas antes de darme un apretón en el antebrazo—. ¿Qué pasa? ¿Tiene algo que ver con la bruja? Porque eso explicaría ese papel de esposa barra cuñada barra nuera perfecta que quiere desempeñar, aunque a mí no me engaña después de tantos años.

Mi negación de cabeza se transformó en un asentimiento.

No era nada malo que Alicia se esforzase, ¿no? Era justo lo que yo le había pedido, lo que ella me había prometido que haría hacía ya semanas. Era lo que nuestro matrimonio necesitaba si queríamos seguir a flote y comenzar a formar una familia. Tus palabras sobre cómo podría afectarle a nuestro posible hijo tener unos padres como nosotros resonaron en mi cabeza en ese momento. El sabor agrio a bilis se esparció por mi boca bajo la atenta mirada de mi hermano, que enarcó una ceja y me pidió con un gesto de la mano, mientras daba una calada, que elaborase.

Y, por primera vez en mi vida, fue lo que hice.

Aunque distaba de sincerarme como mi abuela habría querido, le conté sobre la última desavenencia que Alicia y yo habíamos tenido, lo que me condujo a lanzarme de cabeza a la piscina al confesarle sobre las infidelidades de Alicia, sobre todo la última de todas, la discusión que habíamos tenido y luego la reconciliación.

Y el nuevo compromiso al que habíamos llegado de expandir nuestra familia de dos.

Conforme me escuchaba en silencio, la frente de Isaac se contrajo más, hasta que sus cejas estaban todo lo apretadas que podían estar y su mirada de confusión demudó a una de incredulidad y enfado.

—Pero ¡tú eres tonto o qué te pasa! —siseó por lo bajo. Expulsando el humo por entre sus labios, aplastó el cigarro contra el alféizar—. ¿Cómo puedes perdonarla y darle una oportunidad después de todo lo que te ha hecho? ¿Es que no ves que te usa como su felpudo? Está haciendo contigo lo que quiere.

Señalé la colilla y enarqué una ceja.

—Yo que tú no dejaría que mamá viese lo que has hecho y haría desaparecer las pruebas del delito.

—Me importa tres pimientos lo que la mamá pueda decir ahora mismo. Pero ¿te estás oyendo? Pensaba que tú eras el prudente de los dos, el que mejor amueblada tenía la cabeza, pero ya veo que no. —Soltó un resoplido mientras negaba con la cabeza y se tocaba con un dedo la sien—. Tú has perdido un tornillo, eso es lo que pasa. ¿Cómo te dejas embaucar así? ¿Es que no ves que quiere seguir usándote? ¡Y ahora encima quieres meter a un pobre niño de por medio! ¿Has pensado acaso en cómo le repercutirá el matrimonio de mierda que tenéis a ese posible crío? Crecer en un ambiente así, con unos padres como vosotros, le joderá la existencia.

Comprimí los labios. ¿Es que él también tenía que ponerse en mi contra como tú?

—Ya basta. Si te lo he contado, no es para que me critiques a mí o las decisiones que tomo. ¿Por qué no puedes tener un poco de fe en mí y alegrarte por mí?

La mandíbula de Isaac se descolgó.

—Estás de coña, ¿no? ¿De qué debería alegrarme? ¿De que caigas una vez más en sus mentiras, de que Alicia vaya a usar a ese crío para ponerte en contra de nuestros padres o la yaya y no les deje verlo cuando no le place o de que seas tan tonto que no estás pensando con claridad? De qué debería alegrarme, ¿eh? Dímelo tú porque no lo pillo. Dios, en serio que no te reconozco.

—¡Queréis dejarme de una puñetera vez tranquilo! —Las mejillas me ardían. Tus palabras zumbaban en mi cabeza como una colonia de avispas enfurecidas—. Sé lo que estoy haciendo. No necesito que nadie me dé consejos ni me diga lo que está bien o está mal. ¡Y menos tú! Que eres el menos indicado para ir impartiendo consejitos cuando tienes un gusto pésimo en hombres y dejas que hagan lo que quieran contigo, joder.

Silencio.

Isaac apartó la vista, aunque no lo suficientemente rápido como para que no alcanzase a ver una sombra de dolor cruzar sus ojos. Una punzada golpeó mi corazón. Con la respiración alterada, cerré los ojos y enterré el rostro en mis manos trémula. Mierda, mierda, mierda. La había cagado. ¿Cómo podía haber sido tan insensible con él?

—Lo siento, enano. No quería decir eso. Me he pasado tres pueblos.

Este masculló un «no pasa nada», pero conocía demasiado bien a mi hermano como para saber que mentía. Isaac era mucho más sensible que yo, especialmente en lo que a lo que la opinión de otros se refiere y si esa opinión venía de parte de un chico que le atraía o le gustaba mucho.

Suspirando, bajé las manos y me acerqué a darle un abrazo, gesto que aceptó después de una ínfima vacilación. Con la cabeza de mi hermano recostada en mi hombro y sus brazos delgados ceñidos a mi alrededor, le acaricié la espalda y susurré en su oído una y otra vez lo arrepentido que estaba, lo mucho que lo quería y le prometí no volver a tratarlo así. Porque no se lo merecía. Porque, en el fondo, no estaba enfadado ni con él ni contigo, sino conmigo mismo. Y, mientras lo abrazaba y le reconfortaba, unas ansias enormes de estar entre tus brazos me invadieron. Hubiera dado lo que fuera por que tú estuvieras allí, a mi lado, e hicieras lo mismo que yo estaba haciendo con Isaac, aunque fuera una sola vez más.

Quizá, así, la constante quemazón en mi pecho se esfumaría y dejaría de echarte tantísimo de menos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro