EPÍLOGO
A unos diez minutos de la hora acordada de aquel sábado por la tarde-noche, por fin encontré un hueco en el que estacionar. Salí dando un portazo y puse la alarma del coche, tras lo cual me tocó dar un paseíto hasta llegar al edificio en cuestión. A la luz del día, la fachada era una mole de ladrillo de un marrón feo con algún que otro graffiti aquí y allá a la que definitivamente le sentaba mejor el anonimato de la noche. Eché un vistazo por encima del hombro, pero no parecía que ningún reportero ni ningún cámara me hubieran seguido. De los fotógrafos no podía estar tan seguro, pero me la iba a jugar por un día.
Necesitaba aquel respiro.
Era algo de lo que mi abuela también se había percatado. Aún seguía viviendo temporalmente en casa de esta, y aquella tarde la habían visitado un grupo de amigas a la hora de la merienda. Últimamente, no me despegaba de su lado en ningún momento, así que le ofrecí una sonrisa cortés a su grupo de amigas, todas octogenarias como ella, y me senté junto a mi abuela mientras tomábamos un cortado con unas pastas; sin embargo, como llevaba pasándome los últimos días, enseguida mi atención volvió a apagarse con un chasquido inaudible en cuanto se pusieron a hablar de gente que no conocía y a reír como chiquillas por todo, apenas prestándole atención al programa del corazón que tenían encendido de fondo.
O más que apagarse, mi mente se fugó a lo que ocurriría aquella noche.
Intentaron meterme en la conversación más de una vez, incluso alguna de ellas trató de engatusarme a alguna nieta o sobrina, pero mi abuela las ahuyentó por mí con un:
—Dejadlo en paz porque de nada os va a servir. Mi Ventura no necesita de Celestinas metomentodo como vosotras, os lo aseguro, y tampoco creo que quisierais que el rompecorazones de mi nieto saliera con ninguna de ellas.
Tener los ocho pares de ojos de aquellas mujeres sobre mí estudiándome con interés y sonrisillas pícaras mientras yo me congelaba a medio sorbo de café había sido una experiencia nueva que preferiría no tener que volver a repetir en la vida. Sobre todo, cuando, acto seguido, rompieron en risitas, algunas sonrojadas y abanicándose con las manos, y soltaron que cualquier corazón partido valdría la pena si tenían a un espécimen como yo en sus camas al acabar el día.
No supe si sentirme halagado o darme una ducha fría para arrancarme la sensación de que me comiesen con los ojos unas señoras que bien podrían haber sido mis abuelas.
Más tarde, cuando mi abuela me encontró escondido en la cocina y jugando a una variante del Tetris en el móvil, sentado y acodado en la mesa de madera ante la pequeña televisión de plasma que había comprado para que las mujeres del servicio estuvieran entretenidas mientras cocinaban, se dejó caer con una exhalación a mi lado. La silla tan siquiera crujió bajo su escaso peso y mi corazón se encogió como cada vez que comprobaba que aún no estaba del todo bien. Luego, me puso una mano en el brazo, clavó sus ojos cansados en mí y dijo:
—Corazón, no es necesario que hagas todo esto. Estoy bien, ¿vale?
Los dedos se me congelaron y enseguida perdí la partida.
—¿Qué quieres decir? No creo estar haciendo nada malo por querer pasar más tiempo contigo.
—Nunca se me ocurriría sugerir tal cosa. —Me apretó el antebrazo—. Pero también llega un momento en la vida en que no tienes suficiente tiempo para tantos circunloquios. —Fruncí el ceño. A pesar del maquillaje que las cubría, la piel entorno a sus notables ojeras se tensó y plagó de arrugas al darme una ínfima sonrisa—. No te creas que no me he dado cuenta de que estás preocupado y que por eso no te despegas de mí, pero no puedes poner tu vida en pausa por mí. La vida sigue adelante, por más que me pese decirlo.
Entreabrí los labios.
—Pero…
—Y no quiero que pierdas la tuya cuidando de mí. Te agradezco de corazón todo lo que has hecho por mí, pero no quiero que dejes de lado tu vida ni que pase delante de tus narices sin hacer nada. Vuelve a tu casa, vuelve al trabajo y sal con tus amigos. No, no estoy del todo bien, pero algún día lo estaré gracias a todos vosotros. Sabes que siempre te recibiré con los brazos abiertos cada vez que me eches de menos y quieras venir a verme.
Me removí en el asiento.
—Quiero quedarme unos días más —musité, y ella abrió la boca para protestar con el ceño fruncido. Atrapé su mano entre las mías—. Solo unos días más, ¿sí? Para asegurarme. Luego… luego ya dejaré que las cosas vuelvan a su cauce.
Ella asintió con reticencia y una mueca disconforme, aunque se relajó y recuperó la sonrisa en cuanto le dije que esa noche tenía planes. ¿Sabes, Paco? Rememorar momentos así con ella a veces me hace desear haber sido un mejor nieto y poder traer a su casa a alguien a quien presentarle como mi pareja; sin embargo, en el fondo, ambos supimos siempre que posiblemente aquello nunca sucedería y no me equivoqué. Nunca pude presentarle a nadie. En esas noches solitarias en las que me la paso observando el techo sin pegar ojo con una mano tras la nuca y otra sobre el abdomen, no puedo evitar preguntarme quién habría estado más decepcionado de haberla fallado, si ella o yo.
Posiblemente yo.
Me acerqué al telefonillo que había dentro de las rejas negras. Tras revisar un momento todos los nombres, metí el brazo y apreté el número trece. Y esperé y esperé. Cuando me cansé de la espera y de pisar el suelo, pulsé tres veces seguidas con insistencia. Fruncí más el ceño. No me habríais dejado colgado, ¿no? Porque no me haría ninguna puta gracia. ¿Tanto costaba avisar si…?
Por suerte, alguien descolgó y cortó mis pensamientos.
—¿Sí? ¿Quién es?
Era tu voz. Grave, suave y melodiosa, mandó un escalofrío por toda mi columna. Enseguida, fruncí el ceño y me aferré a la verja con ambas manos. ¿Qué mierdas me pasaba? ¿Por qué me traicionaba así mi propio cuerpo? ¿No habíamos quedado en que no nos interesaba nada que tuviera que ver contigo?
—Soy yo. Ventura. ¿Vas a abrirme o qué?
Hubo una pausa.
—¿Qué? ¿Ventura?
—¿En serio? —Me aguanté las ganas de poner los ojos en blanco—. No me jodas que ya no te acuerdas de mí.
—No, no es eso. Es solo que…
—¿Vas a abrirme o me vas a tener esperando toda la puñetera tarde?
Otro silencio. Luego, balbuceaste:
—Eh… ahora… ahora te abro, claro. Espera. —El telefonillo emitió un zumbido y, al instante, la verja se abrió con un chasquido—. Ya. ¿Está abierta?
—Sí.
Dijiste algo más, pero lo cierto es que no me quedé a escucharte. Subí al trote las escaleras. La puerta de la finca estaba abierta, así que me colé dentro y fui directo adonde recordaba que estaba el ascensor. Todo el camino hasta la quinta planta me mantuve con la vista fija en el panel y los brazos tensos cruzados, tratando y fallando en dejar la mente en blanco. Cuando llegué a tu planta, me esperabas tras la puerta entreabierta, vestido con unos pantalones de chándal viejos, una camisa blanca demasiado grande para tu constitución delgada, despeinado y descalzo. Hice todo lo posible para no fijarme en los dedos de tus pies, largos y pálidos contra las baldosas oscuras, o la forma en que los contraías y estirabas, como si estuvieras tan nervioso e incómodo como lo estaba yo.
En mi caso, me esforcé para que no se reflejara nada en la cara mientras me acercaba a ti.
—¿Qué haces aquí? —Tenías restos de grasa y comida junto a las comisuras de la boca, lo que hacía que tus labios brillasen. Lo peor, sin duda, era la jodida barba incipiente que cubría tu rostro enjuto y que no tenía derecho a quedarte tan bien—. Eh, no te esperaba. ¿Se te olvidó algo el otro día o…?
Solté una risa burlona mientras me obligaba a desplazar la mirada a tus ojos.
—Eso de que no me esperabas lo puedo ver. Tienes… —Me apunté toda la zona de la boca—. Me han recibido de muchas maneras cuando quedo con alguien para echar un polvo, pero desde ya puedo decirte que nunca con esas pintacas. Enhorabuena. Te llevas la palma.
Las mejillas se te tiñeron de rojo. Con el envés de las manos, te limpiaste como pudiste la cara, restregando una y otra vez la suciedad contra la parte trasera de las perneras del chándal. En cualquier otro momento, me habría parecido gracioso o incluso adorable la manera en que me echabas miradas subrepticias y abochornadas, pero ignoré el cosquilleo en el estómago e hice una mueca de asco.
Porque eso era lo que debía sentir.
No podía olvidarme de ese punto en específico.
Avancé hacia la puerta. Como el cervatillo asustadizo que eres, te echaste hacia atrás con brusquedad, como si temieras que nuestros cuerpos se tocasen lo más mínimo, que era justo como había esperado que hicieras, y me adentré en el piso, moviéndome por el pasillo con soltura hasta que llegué al comedor con la nariz arrugada. Quizá era los días que habían transcurrido desde que había estado allí, pero no me acordaba del pestuzo que a jazmín que contaminaba cada rincón de la casa o de la sensación de opresión en las entrañas que me ocasionaba ese lugar, con su decoración de ensueño y sus tonos pastel, como una planta carnívora que atrae a sus presas con sus colores vivos y el olor delicioso de su néctar dulce antes de tragárselas y hacerlas desaparecer para siempre.
La única nota discordante en aquel mar de perfección era la botella a medias de dos libros de cola, los varios paquetes de papas, cortezas de cerdo y maíz frito regadas sobre la mesa de cristal y el cenicero con un cigarro encendido y varias colillas amontonadas.
La presión en mis entrañas se aflojó.
Y que una vez más fuese gracias a ti me dio más rabia de la que se podía explicar con palabras.
Tenía que borrar tu foto cuanto antes. ¿Por qué cojones no lo había hecho aún?
Tus pies retumbaron por el pasillo. Poco después, pasaste a cierta distancia por mi lado y te sentaste en el sofá para, acto seguido, empezar a recogerlo todo el caos con prisas mientras me lanzabas miradas confusas cada dos por tres.
—Perdona el deso…
—¿Dónde está Alicia?
Te paralizaste. Cuando levantaste la cabeza, tu rostro estaba limpio, como si hubieras hecho una breve parada en el baño antes de buscarme.
—¿Eh?
—Qué dónde está Alicia. ¿Estás sordo?
—No, claro que no. —Bajaste las cejas y un par de arrugas se marcaron en tu entrecejo—. No sé dónde está. Bueno, sé que iba a salir con unas amigas y que volvería tarde. Por eso… —Señalaste todo lo que había en la mesa y luego la televisión de plasma, que mostraba la imagen congelada de un hombre con una melena por los hombros rizada, nariz prominente, bigote y perilla de mirada intensa que vestía una chupa de cuero. A ese actor lo conocía yo—. Ya sabes, ella tenía su noche de chicas y yo mi… noche de chicos.
Hice un ruido indiferente con la garganta. Me dejé caer en el sofá, en la esquina opuesta a la que tú estabas y a un metro de distancia. Apoyé el talón del pie derecho sobre la rodilla izquierda, me crucé de brazos y me recosté hacia atrás sin apartar la vista de la televisión.
—¿Podrías avisarla? Estuvimos hablando, pero no me dijo nada de que saldría hoy hasta tarde. Si va a tardar mucho, dile que me piro.
Hubo un silencio de tu parte bastante prolongado.
Con todo, resistí el impulso de mirarte siquiera de reojo. Te levantaste con pesadez y saliste del comedor, llevándote contigo las bolsas y la botella. Todavía quedaban algunas migas, pero apreté los labios y no dije nada. Ya te las apañarías tú con tu mujer. La quietud de la casa se rompió unos cinco minutos después con lo que parecía ser una discusión entre susurros. No os puse mucha atención. Aun así, distinguí algunos retazos, como ese «¿por qué no me habías dicho nada?» o ese «me prometiste que solo lo haríamos una vez, Alicia. ¿Es que mi opinión no tiene ni voz ni voto en este asunto?».
Cuando regresaste, lo hiciste con unas chancletas que arrastrabas al andar y la cabeza y los hombros caídos. Me diste un amago de sonrisa rígida y poco creíble.
—Ahora viene. ¿Quieres algo de beber?
Negué con la cabeza.
Y te sentaste. Pusiste en marcha el capítulo, que resultó ser una serie nueva española de ciencia ficción de viajes en el tiempo que no estaba nada mal. De los dos, fui el que más interés acabó poniéndole. A pesar de estar reclinado hacia delante con los antebrazos sobre los muslos, no creas que no me di cuenta de que tus ojos estaban más interesados en mi perfil que en la televisión. No tengo ni idea de qué pasaría por tu cabeza en ese momento, pero, conociéndote como te acabaría conociendo durante los próximos meses, pongo la mano en el fuego con que eran cavilaciones tormentosas.
Cuando el capítulo llegó a su fin, apagaste la televisión y el comedor se quedó en penumbras. Afuera, empezaba a anochecer.
—Ventura… lo del otro día… —musitaste—. Lo del otro día… yo…
Te interrumpí con una exhalación mientras me echaba hacia atrás.
—Ya, ya sé lo que vas a decir y ahórratelo, ¿quieres?
—Pero…
—Por Dios, Paco. —Te lancé una mirada exasperada—. No voy a decirle nada a Alicia. ¿Contento?
Otra vez el silencio se apoderó del comedor.
—Ventura.
—¿Qué? —Giré la cabeza con desinterés—. Di lo que tengas que decir.
Subiéndote las gafas, asentiste y te humedeciste los labios.
—No me respondiste a los mensajes y… bueno… quería saber si estabas mejor.
—¿Mejor de qué?
—Ya sabes. Por lo de… —Frunciendo las cejas, me escudriñaste con la mirada—. Por lo de tu abuelo.
Aquella vez no me refrené de poner los ojos en blanco. ¿Y a ti qué te importaba cómo estuviera o dejara de estar? ¿Qué ganabas con esa actitud?
—Ventura.
—Deja de gastarme el puto nombre ya, coño.
—Pues respóndeme.
—Pero ¿de qué mierdas vas? —Se me puso la espalda rígida y tensa mientras me volvía hacia ti de golpe—. Háztelo mirar porque lo tuyo es grave. No hay quien cojones te entienda. —¿Es que ya se te había olvidado cómo me habías tratado? ¿O era aquello una treta más de tu parte?—. Y, para tu información, no tengo por qué contestarte a nada. ¿Has pensado que si no te respondí sería por algo?
—Lo siento —murmuraste con la vista baja—. No lo hice adrede. No era mi intención comportarme… así.
—Me importa tres cojones que no fuera tu intención.
Levantaste la cabeza con el ceño arrugado y ojos fulgurantes.
Enarqué una ceja, retándote.
Abriste la boca para espetarme algo.
Y sea lo que fuera que ibas a decir quedó en el olvido cuando la puerta de la entrada se abrió y Alicia gritó un saludo en un tono alegre. Te erguiste y te pusiste de pie, acción que yo imité más despacio. Poco después, Alicia entró en el comedor cargada con bolsas de diferentes tiendas de ropa y su sonrisa risueña se ensanchó nada más verme. Con una coleta alta que acentuaba los ángulos marcos de sus pómulos, un vestido blanco veraniego con florecillas multicolor que se amoldaba a sus curvas y unas sandalias cuyos cordones trepaban por sus largas piernas de infarto, era tu polo opuesto en todos los sentidos.
—¡Ventura! Qué gusto verte.
Después de darte un beso rápido en la mejilla y endosarte todas las bolsas como a un perchero, rodeó la mesa y me echó los brazos al cuello. La abracé como era evidente que quería que hiciera y compartimos un par de besos en la mejilla, aunque antes de apartarnos me robó un pico que la hizo deshacerse en risitas. Luego, me tomó de la mano y tiró de mí hasta llegar a ti, con quien también repitió el gesto después de que depositaras las bolsas sobre el sofá.
—Espera, Alicia. ¿Podemos hablar un momento?
Ella alzó una ceja.
—¿Qué hay que hablar? Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir por el móvil, ¿no?
—Bueno, sí, pero… —Te pasaste la mano libre por el cuello y me lanzaste una mirada soslayada—. ¿Por qué no me habías dicho que vendría? Podrías haberme consultado y…
Chasqueó la lengua.
—¿En serio vas a airear nuestros trapos sucios delante de nuestro invitado?
—No, claro que no, pero…
—Entonces ya lo hablaremos luego. Venga, que quiero ayudar a desnudar a mis chicos favoritos y que ellos me hagan gemir sin parar durante unas horas.
Dejaste colgar la cabeza. Y yo no fui mucho mejor: me mordí la lengua, dejándome arrastrar por el pasillo. Querría haberle espetado que yo no era «su chico», que nunca lo sería, pero no lo hice. Y no lo hice porque la gran diferencia entre aquella vez y la anterior era que ahora sí que sabía cómo debía jugar aquel juego. Así como con mi abuelo me había costado algunos años descifrar las reglas de nuestra partida, con vosotros ya las había averiguado a las malas, pero bien temprano.
Si vosotros ibais a utilizarme, entonces yo haría lo mismo con vosotros.
Así de simple.
Esa era la única forma de sobrevivir que conocía desde hacía años. Y es que si no quieres que los leones del mundo te despedacen y te engullan, lo más inteligente que puedes hacer es unírteles y aprender a comportarte como ellos. Y yo no era débil. No era un blandengue. No iba a postrarme ni a enseñarles mi yugular para que hicieran conmigo lo que quisieran.
Ya no era ni nunca sería el títere de nadie, ni siquiera el tuyo.
Y, al menos, eso sí que lo logré meses después.
* * *
¡Buenas, personitas!
Se me olvidó avisar la semana pasada de que el epílogo es una especie de vistazo/adelanto cortito de algo que leeréis en la historia de Paco 😋 Como veréis es una continuación del capítulo anterior, al día siguiente de los mensajes de Alicia. Lo sé, lo sé. ¿Cómo puedo dejar la historia ahí?
Bueno, nadie dijo que fuera buena, muajajaja.
Ahora, en serio, se me hizo una buena manera de unir las dos partes 😋
¿Qué os ha parecido? Una vez más, la parte de Ventura con su abuela fue de mis preferidas. No lo puedo evitar. Llamadme sentimental. Aunque también me gustó ver a Ventura luchar consigo mismo para autoconvencerse de que detesta a Paco. Es tan... tozudo e infantil que solo puede aferrarse a su enfado para mantenerse firme. ¿Y a vosotros? ¿Qué os gustó u os llamó más la atención de este vistazo? ¿Y menos?
Por cierto, a modo de agradecimiento por haberme acompañado hasta aquí y por haberme ofrecido vuestro apoyo, os quiero proponer algo: estoy dispuesta a escribir uno o más extras de algo que queráis leer sobre la historia o los personajes, así que hablad ahora o callad para siempre 😉 Quitando lo que leísteis aquí en el epílogo, que ya saldrá en la historia de Paco desde su perspectiva, y que me reservo el derecho de no escribir sobre aquello que sepa que saldrá más adelante o que no me inspire en absoluto, podéis pedirme cualquier cosa que tenga que ver con Ventura, Paco e, incluso, Alicia.
Soy toda oídos.
Sobre la historia de Paco, espero empezar a publicarla en algún momento de agosto. Ahora mismo, estoy aprovechando para escribir y avanzar todo lo que pueda.
Ahora sí, muchísimas gracias por acompañarme hasta aquí 😚💕
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro