Capítulo 7: Mamá
Imagen de Portada: el 26 junio de 1945, en San Francisco se firma, por 50 países, La Carta de las Naciones Unidas y el Estatuto de la Corte Internacional de Justicia.
*
El sudor se formaba en sus rostros; sus gargantas estaban secas; sus respiraciones laboriosas; y sus músculos tensos por el miedo y ansiedad, vulnerables a ser domados por un shock nervioso.
Eiji y Shorter forzaron sus piernas a dar tres pasos hacia el frente, pisando el arroz que se había esparcido en el suelo. Sus ojos no podían enfocar correctamente, éstos se movían ansiosamente por el lugar, como si no lo conocieran.
El ambiente cálido y hogareño que había emanado dentro de la cabaña fue asolada en cuestión de segundos.
Las demandas de los kenpeitai eran gritadas a viva voz. Era increíble que aún se podía escuchar los lloriqueos de aquel niño aterrado en una esquina. El pequeño rodeó sus brazos alrededor de su pequeño cuerpo, creando una irrealidad de sentirse protegido por su propio calor corporal.
Alguien cerró la puerta con brusquedad, ocasionando que Shorter y Eiji sintieran escalofríos en sus espinas dorsales.
Una parte de ellos sabía que era el fin. La situación era más que obvia. Ya no había salida. No había cómo escapar.
Los descubrieron.
Eiji ya había escuchado las atrocidades del kenpeitai con anterioridad. Por provenir de una familia rica, no tuvo que lidiar con muchas dificultades de la plebe y sus adversidades.
Sin embargo, su apellido permanecía exánime y su existencia era una mera nimiedad.
— ¿Estos son los chinos que describiste, niño? — preguntó uno de los hombre que portaba la pistola con la bayoneta, con una voz pesada y ronca. El niño le respondió con un hipo.
De inmediato, Eiji frunció su ceño. ¿Por qué cuestionaba al niño? Tan rápido como se hizo esa pregunta en su mente, fue así también que obtuvo su respuesta.
Ellos no estaban seguros sobre la veracidad de las palabras del niño. Además, solo buscaban a chinos. Una parte de Eiji se sintió aliviada al creer que Ash y los demás estaban escondidos en alguna parte.
Eiji dirigió su mirada hacia Shorter disimuladamente. Podía escuchar el leve rechinido de los dientes de su amigo. Percibía el terror que habitaba sobre su cuerpo. El japonés cerró fuertemente sus ojos después de abrirlos con pesar. Había una diminuta posibilidad de salvarse. Haría lo posible para salvar a Shorter y al niño.
— Creo que esto es un malentendido. — Eiji moduló su voz, tratando de que no sonara agitada. — Soy japonés, junto con mi compañero, como todos los presentes.
Eiji sintió corazón explotar. Si podía demostrar quién fue él antes de la guerra, posiblemente no les harán daño, sin importarle que su apellido casi estaba extinto.
Todos los ojos estaban clavados sobre él. Esperaba que sus palabras no hubiesen sido impertinentes.
Eiji giró su cabeza y observó el rostro anonadado de Shorter. Por un breve momento, pudo conectarse con la mirada del chino hasta que Eiji sintió un dolor abrasador en su rostro.
— ¡La autoridad aún no te manda a hablar! — El militar que poseía el sable de caballería japonesa nuevamente, con el pomo de la katana, golpeó con más fuerza la cara de Eiji. Consecuentemente, la sangre de Eiji salpicó sobre el tatami y en las botas del kenpeitai. — Yo decido quién es japonés y quién no.
Shorter jadeó, asustado al percatarse claramente que el labio inferior de Eiji estaba reventado. Sin embargo, no tenía certeza si le quebraron la nariz pero su sangre brotaba lentamente de ahí de la misma manera que en su boca.
Sin preámbulos, Shorter intentó correr hacia su amigo sin llegar muy lejos, ya que fue retenido por otros tres kenpeitai.
— ¡Eiji! — gritó Shorter, forcejeando.
El aludido parpadeó, tratando de espabilar el ardor punzante en su rostro mientras respiraba suave y entrecortadamente por su boca, no teniendo en cuenta las ligas de saliva color carmesí que se deslizaban sobre su mentón y cuello.
— ¡Quieto, estúpido! — los hombres sometieron a Shorter, y con violencia, lo postraron sobre el suelo. Sin embargo, Shorter aún intentó librarse. — ¡Hijo de perra!
Uno de los ellos pateó fuertemente a Shorter con la cabeza mientras era aporreado por los otros dos. Eiji observaba con horror la escena, sintiéndose impotente.
De repente, moviendo su persona por primera vez de la esquina, el niño se puso de pie y corrió hacia los militares. Portaba un semblante lleno de angustia al presenciar el deplorable trato que recibieron Eiji y Shorter.
— ¡Ellos no son! ¡Son otras personas que vi! — balbuceó el niño y sus ojos se conectó con la mirada exhausta de Eiji. — ¡Eran un muchacho y un adulto con una pistola!
Shorter y Eiji abrieron grandemente sus ojos. Rápidamente se dieron cuenta a quienes describió el niño japonés.
Sin embargo, el kenpeitai que portaba la bayoneta incrustada con una pistola, observó al niño con indiferencia.
— Buscamos por toda esta pocilga sobre las personas que has descrito. — Empezó a caminar alrededor de la sala. — Y no había absolutamente nadie. ¡Ni siquiera una cucharada! Pero claramente este lugar está habitado.
El militar se acercó a Eiji, sacó de su bolsillo y le lanzó en el rostro varias fotografías. Inmediatamente, Eiji pudo identificarlas. Eran fotos de su familia y de él cuando practicaba salto de pértiga.
— Sin embargo, encontramos esto en varias cajas dentro de una habitación. ¿Eres Okumura Eiji?
Eiji exhaló. Si respiración topó contra sus dientes de adelante, emitiendo un débil silbido. Eso provocó que algunas gotitas de sangre volaron de sus labios y aterrizaron sobre el uniforme del kenpeitai. Eiji sintió escalofríos al tenerlo tan cerca pero su mente estaba enfocada en lo que había dicho el militar. Esas fotos estaban guardadas en unas cajas que él escondía debajo del tatami de su habitación.
Entonces, Ash y los demás estaban escondidos ahí.
— Sí. — susurró Eiji, cabizbajo.
— ¿Ah sí? ¿El deportista? — Eiji sintió la respiración del kenpeitai sobre su rostro. — ¿Y quién es él? — señaló a Shorter. Frunció su ceño al percatarse que Eiji no contestó de inmediato. — ¿Qué? ¿Ahora no hablas?
— Soy su asistente... — contestó rápidamente Shorter ante la vacilación de Eiji.
No obstante, por su propició y audacia, Shorter fue golpeado violentamente en el estómago repetidas veces.
Eiji se mordió la lengua para evitar gritar su nombre verdadero. Shorter apretaba los dientes para no darles el gusto a ellos de escuchar sus quejidos.
— ¡Basta! ¡Él no dijo nada malo! — imploró Eiji tratando de detenerlos.
El niño cubrió su boca ante la escena y cómo Shorter trataba de dar bocados de aire antes de ser golpeado nuevamente.
— Yo no le he preguntado a él. — El kenpeitai que estaba cerca de Eiji, le tomó por los cabellos y lo jaló para obligarlo a caminar hacia los demás soldados. Eiji gimió mientras cerraba fuertemente sus ojos. Por forzarlo a caminar, Eiji apoyó todo su peso en su pie lastimado, ocasionando que se tambaleara y cayera en un golpe seco contra el tatami. Varios de sus cabellos fueron arrancados y entrelazados en los dedos del militar.
Los kenpeitai rieron maliciosamente.
— ¡Eiji! — bramó Shorter al observar que el aludido hacía una mueca de dolor al tratar de recuperar la compostura. Eiji temblaba y su respiración era irregular. — ¡Maldición! ¡Eiji! ¡Resiste!
Eiji alzó la mirada. Shorter tenía hilitos de sangre que salían de su boca, cortadas y golpes en su robusto cuerpo. Una cálida sensación recorrió el alma de Eiji. Las golpizas hacia Shorter se detuvieron y no estaba tan malherido.
— Cómo qué no estás muy colaborativo, Okumura Eiji... si ese es tu verdadero nombre... — dijo el kenpeitai mientras se hincaba cerca del cuerpo yaciente de Eiji.
Eiji intentó levantarse con sus brazos sin éxito. El dolor en su tobillo era intenso y punzante, que por cualquier leve movimiento era insoportable. Además, podía sentir que su sangre aún se deslizaba de sus fosas nasales y su labio partido. Eiji aún estaba débil por estar malnutrido, como todos los de la cabaña, y sentía que en cualquier momento perdía el conocimiento. También su cabeza dolía por los golpes recibidos. No sabía cuánto tiempo iba a resistir.
— ¡Él es Okumura Eiji! ¡Dejenlo en paz! — gritó Shorter. Con todas sus fuerzas intentó zafarse de los kenpeitai que lo tenía aprisionado. — ¡No hay chinos aquí! ¡Ya revisó el lugar, usted mismo lo dijo!
— Vaya que eres bueno mintiendo... — pudo escuchar Shorter a uno de los militares que tenía detrás suyo.
Shorter observó con espanto al ver que, el capitán de los cinco militares, quien portar la bayoneta con la espada, le dio órdenes silenciosas a otro, señalando a Eiji, específicamente a su tobillo lesionado.
— Vamos a ver cuanto éste aguanta.
Los ojos de Eiji siguieron los movimientos del kenpeitai tras posicionarse detrás de él. Sintió que se revolvió el estómago tras darse cuenta que tramaba.
— No... por fa-
La suela de la bota del militar lo pisoteó con furor el tobillo de Eiji. Lo hizo repetidas veces. Los gritos de Eiji retumbaron por toda la cabaña.
— ¡¡P-pa-!! ¡ARGH! — Eiji se abrumó al escuchar el crujido de sus propios huesos en la zona en dónde lo estaban lesionando. Sus músculos se tensaron y sus ojos se abrieron en par en par. El dolor era tan insoportable y continuo, tanto que Eiji no pudo refrenar sus lágrimas.
El capitán sonrió de lado. — Con que el rumor es real. Verdaderamente te fracturaste en aquella práctica...— Eiji no contestó. Rechinó sus dientes ante el inminente dolor. — ¡Contesta! ¡¿Dónde se esconden los chinos?!
Eiji cerró fuertemente los ojos al sentir otra oleada de dolor en su tobillo. Luego, sintió que era somatado en su espalda y Eiji no pudo evitar dar un gemido de aflicción.
— ¡EIJI! — Shorter, con fuerza bruta, intentó zafarse de sus tres captores. Sentía tanta rabia que su razonamiento se nubló por completo. Lo que predomina sus sentidos era ayudar a Eiji. Los militares que lo sostenían tuvieron problemas en mantener su agarre.
El capitán ordenó. — ¡Sosieguen a este bastardo!
Shorter tragó saliva al sentir el filo de la katana de unos de los militares en su cuello, apretando su garganta. Su sangre empezó a derramarse lentamente.
El niño estaba ensimismado. No paraba de llorar desde que comenzaron los clamores de Eiji.
— Y-yo no quería esto. — balbuceó el pequeño. — Ellos no son los que vi... deben de estar en otro lado...
—¡¡Cállate o sino serás considerado como desertor y simpatizante de los chinos!!
Shorter gruñó lleno de frustración. Él perfectamente sabía que Eiji no los delataría por nada del mundo. Aún a merced de los kenpeitai, Eiji no se doblegará. Quería decirle que todo está bien. Si lo delata, aunque sea solamente a él, estaría bien. No lo culpaba de nada.
Decidido, Shorter planeaba confesarse hasta que el kenpeitai que estaba cerca de Eiji, pisó la cabeza del pelo azabache con fuerza.
— ¡¡Eiji!! — jadeó Shorter. Sintió que la katana fue enterrada con más profundidad en su garganta.
No obstante, la mente de Eiji estaba alejada de la situación que estaban atravesando. Abrumado por el dolor, Eiji, con una mirada pérdida y nublada por sus propias lágrimas, podía escuchar que Shorter lo llamaba desesperadamente.
Solamente cerró sus ojos, esperando que todo terminara. Visualizó el rostro de sus padres y su hermana; a Ibe y su compasión en ayudarlo cuando más lo necesitaba junto con su sobrina Akira; a Shorter y sus locuras que siempre animaba el tenso ambiente que se vivió en la cabaña; a Nadia y las delicias que lograba hacer con lo poco que tenían; a Sing tratando de comportarse como un adulto para no darle problemas a nadie, Eiji sintió lástima así mismo por no poder hacer más por él; a Lao y su complicada relación que llevaba; por último, recordó a Ash y su corazón palpitó con fuerza mientras más lágrimas cálidas se formaban en sus ojos. Lo amaba tanto que se sentía abatido por no haber tenido el tiempo suficiente en pasar más tiempo con él.
De repente, se escuchó un fuerte golpe dentro de la cabaña. Eiji abrió grandemente sus ojos. El ruido provenía de la habitación del tatami desplegable.
— Ash...— susurró Eiji ahogadamente, al vislumbrar una silueta muy familiar, corriendo hacia ellos.
Los kenpeitai dirigieron su atención a los pasos rápidos y pesados que se escuchaban más cerca. Jadearon tras ver quien era el responsable de esas pisadas.
— ¡¡A-Americano!!
Por unos segundos, Ash se paralizó por el panorama presentado ante sus ojos. Shorter, siendo sostenido por tres hombres y su cuello sangrando en abundancia; y Eiji en el suelo, siendo aplastado por una bota en su cabeza. Ambos estaban gravemente lastimados.
La ira rápidamente cegó los sentidos de Ash.
El capitán recobró la compostura al observar que Ash no se movía.
— ¡¡Ataquen!! ¡No muestren mie-!!
Los demás kenpeitai jadearon al presenciar que su capitán cayó sonoramente, muy cerca del rostro de Eiji.
Eiji quedó impactado. Había un orificio perfectamente perforado en el ceño del militar. Su sangre empezó a esparcirse a gran velocidad sobre el tatami. Las fotos que estaban en el suelo se cubrieron de sangre.
— ¡ASH! — Shorter sintió que el agarre de los militares se aflojó de sus brazos.
— ¡Maten a los prisioneros! ¡Matenlos!
Antes de que pudieran hacer algo, Ash disparó en menos de cinco segundos al militar que tenía pisoteando a Eiji y a los dos que habían sostenido los brazos de Shorter.
Solamente había quedado un kenpeitai. Éste gritó al ver a sus compañeros caídos. Dejó caer su arma y trató de salir huyendo pero fue domado por su propio miedo, haciendo que la simple acción de abrir la puerta de la sala fuese imposible.
Giró su cabeza y lloriqueó al percatarse que Ash estaba a pocos centímetros de él.
— ¡Me rindo! ¡No estoy armado! ¡No estoy armado! ¡No voy a pelear!
El aura estoica que emanaba Ash hacía que militar japonés temblar y llorar de puro horror. Ash lo miraba con indiferencia y con desprecio. Ese kenpeitai era joven, tal vez menor que él. Aún era un amateur. Se notaba en su tono de arrepentimiento hacia Ash, como si a él debía de expiar sus pecados.
Sin embargo, estaban en guerra, y la guerra era atroz.
Ash alzó su arma al rostro del militar. Lo tenía acorralado contra la pared, sin tener ninguna vía de escape.
— ¡¡Piedad!! ¡Ten piedad! — dio un grito desgarrador el kenpeitai, pensando que Ash pudiera entenderle. — ¡Tengo familia que me espera! ¡Nunca quise enlistarme! ¡Por fa-!
Ash tiró del gatillo. La bala impactó en la frente del militar, matándolo inmediatamente. Su sangre salpicó sobre el rostro pálido del rubio y en la pared. Una muerte sin sufrimiento era lo menos que podía hacer por él, aún si el rostro de kenpeitai mostraba lo contrario.
Ash tenía pavor. A pesar que el peligro eminente había desaparecido, Ash temía que Shorter y Eiji le tuvieran pánico tras presenciar la masacre que ocasionó. De todos modos, él era el resultado exitoso para matar sin interponer su altruismo de por medio.
El soldado suspiró mientras se limpiaba su rostro. Rápidamente, dio la vuelta y su complexión cambió por completo. Observó cómo Shorter, quien había corrido hacia ellos, protegía con su cuerpo a un niño, que Ash hasta ese momento se había percatado de él, y a Eiji, quien estaba en posición fetal entre los brazos de Shorter.
Cuando ya no escuchó ruido, Shorter abrió los ojos y se vieron con Ash mientras que el rubio, a paso apresurado, se hincó cerca de ellos.
— Shorter... Eiji...— Ash sintió escalofríos tras ver lo lastimados que estaban. Vacilantemente estiró sus brazos, con el temor de poder hacerle más daño si los tocaba.
Sin embargo, Eiji alzó su rostro al oír su voz. Sin importarle el dolor, Eiji se abalanzó hacia los brazos de Ash, escondiendo su rostro sobre su pecho. Cuando sintió que Ash lo rodeó con sus brazos, Eiji empezó a temblar.
— Eiji...— Ash sintió su alma aligerarse tras tener a Eiji refugiado en sus brazos.
Para brindarle consuelo al japonés, Ash acarició su espalda y su cuero cabelludo. El cuerpo de Eiji estaba empapado de sudor. El corazón de Ash se achicó al pensar lo estresado y aterrado que pudo estar Eiji momentos atrás.
— ¿Puedes moverte, Shorter? — preguntó Ash. Notó que el niño, bajo el cobijo Shorter, lo miraba en total shock. — ¿Qué tanto dolor sientes?
Shorter aún estaba ido, contemplando el brutal y sangrienta escena frente a sus ojos. Sabía que Ash era un soldado de los Estados Unidos, pero nunca en su vida había imaginado esa faceta impasible ante un ataque.
— ¿Shorter...? — lo llamó Ash, preocupado.
El aludido sacudió su cabeza. — Perdón, aún estoy conmocionado... — dijo tratando de brindarle una sonrisa falsa pero sus músculos todavía permanecían tensos. — Estoy adolorido. Tal vez me rompió una costilla, no lo sé...
Ash asintió mientras bajaba la mirada.— Entiendo...— susurró. — Los demás están a salvo. Les dije que permanecieran escondidos hasta que yo volviera...
— ¿Están debajo del tatami?
— Sí...
Hubo un silencio incómodo entre ellos. Eiji aún no se atrevía a hablar y el niño todavía poseía cierto temor.
— Ash...— el aludido se sobresaltó. La mano de Shorter descansó sobre su hombro y lo apretó levemente. — Gracias... de verdad... — Ash lo vio anonadado. — Mis palabras no son suficientes... para expresar lo agradecido que estoy contigo...
— Shorter... — la voz del rubio se tornó quebradiza.
— Nos salvaste, Ash...
Ash jadeó levemente al escuchar que esa voz no pertenecía al de Shorter.
— Eiji... — fue en ese entonces que Ash se percató, ya con la mente fría, de la magnitud del daño del japonés. Tenía sangre que brotó de sus fosas nasales y boca en su rostro, con ciertos golpes que ya se estaban tiñendo de morado y algunos rasguños en su cuerpo. Ash siseó al notar el tobillo de Eiji, de lo inflamada y torcida que estaba, incluso más que antes. El rubio no era un experto, pero sabía que su esguince empeoró, posiblemente sus ligamentos se rompieron casi por completo, porque por un ligero movimiento que Eiji hacía en sus piernas, su tobillo permanecía inerte. Además, se estaba formando un hematoma en su tobillo y en algunos dedos.
— Yo también te doy las gracias Ash...
— Shh... — silenció Ash a Eiji, quien cerró su boca de inmediato. — Permítame... — con la manga de su yukata, Ash frotó suavemente la tela sobre el rostro de Eiji, tratando de retirar toda la sangre que podía limpiarse. — Tu nariz no parece estar rota... — la mirada de Eiji se dulcificó por la delicadeza de los roces de Ash.
— No puedo decir lo mismo con mi tobillo...
Ash lo miró con tristeza. No quería prometerle ni asegurarle nada. Posiblemente, su tobillo no iba a sanar íntegramente.
— Trata de no pensar en eso por ahora. — susurró Ash mientras acarició su mejillas, siguiendo los visibles trazos en dónde sus lágrimas recorrieron su rostro. Eiji suspiró tras cerrar sus ojos, deleitándose en el fino sobajeo de Ash.
Por su parte, Shorter los observó con detenimiento. Nuevamente se sentía ignorado por ese tipo de interrelaciones. Hasta este punto, él ya debería estar acostumbrado al ser la tercera rueda cuando estaba con ellos y se ponen melosos.
— Iré a decirle a sacar a los demás...— dijo Shorter, levantándose adolorido. El niño trató de auxiliarlo. — Gracias. — le guiñó.
Por la voz de Shorter, Ash alzó su cabeza y asentó. — Sí... Necesitamos hablar urgentemente.— Ash dirigió su mirada hacia el niño. El pequeño se escondió más en las ropas del chino.
Cuando Ash notó que el chino y el niño no estaban viendo, besó a Eiji en sus labios y él le correspondió. Fue un beso impulsivo pero perfecto.
Ash escondió su arma en su yukata. Luego, le susurró a Eiji en el oído. — Voy a cargarte, Eiji. Rodea tus brazos en mi cuello...
Cuando lo hizo, Eiji gruñó adolorido tras ser levantado del suelo. Sintió un dolor agresivo en los nervios de su tobillo.
— Lo siento... — dijo Ash al momento de darse cuenta que Eiji tenía fuertemente cerrado sus ojos.
El japonés negó con su cabeza. — Estoy bien.
Ash desvió su mirada y comenzó a caminar. Deseó que Eiji no se mintiera a sí mismo para consolarlo a él.
*
Nadia, Sing y Lao se pusieron rígidos ante el chirrido que hizo el tatami.
— Soy yo, Ash...
Sing empujó el tatami desde adentro con sus manos al identificar la voz sorda de Ash del otro lado. Poco a poco se fue iluminando el oscuro orificio donde se refugiaron.
— ¡Ash! — gritó Sing tras salir y observar las ropas del rubio manchadas de sangre.
— No hay moros en la costa...— Sing lo vio con incertidumbre. Había algo en su tono de voz que a él no le gustaba. — Sing, cuida a que los demás no salgan de la habitación...
— ¿Qué? ¿Por qué? ¿Aún hay peligro?
Ash lo observó de reojo mientras salía de la habitación. — Tengo que ocuparme de algo... luego hablamos...
Sing y Lao presenciaron en la forma rápida de Ash en salir de la habitación sin mediar otra palabra. El adolescente no sabía en qué pensar. La forma en como Ash miraba a todos era extraña. Casi un rostro de tristeza.
Sin embargo, Sing salió de sus pensamientos al escuchar a Nadia.
— ¡Shorter! ¡Eiji! — exclamó Nadia. Los aludidos estaban recostados sobre la pared. Shorter estaba en medio, de Eiji y de un niño. Tenía rodeando sus dos brazos alrededor de ellos. Nadia corrió hacia y tragó saliva al observar la gravedad de sus heridas.
Su hermano le sonrió de lado, tratando de calmar sus evidentes nervios. Eiji trataba de mantener la calma tras sentir un fuerte dolor de cabeza y abrumado por su dolor.
— ¡Ay Dios mío! — jadeó Nadia y se dejó caer en sus rodillas. Sintió que sus lágrimas se salían al ver el estado de esos dos.
— Tranquila, Nadia... — susurró Shorter en mandarín. — Sólo estamos todo magullados.
Eiji asintió con determinación. Sing se acercó a ellos. Lao permaneció estático en dónde estaba.
El niño jadeó. — ¿Ustedes son chinos? — preguntó en japonés. Se cohibió al darse cuenta de la presencia de Sing y Lao. Su pequeño cuerpo tembló.
Shorter dio una carcajada. — ¿Raro, no es así? ¡Estás desde chinos tan inteligentes que hablan tres idiomas, un altruista japonés y un amargado estadounidense! Pero te aseguro que no te van a comer... bueno Lao tal vez te maltrate...
— Shorter...— regañó Eiji.
— ¿Qué? Por todo lo que atravesamos de seguro él se va a quedar, ¿verdad?
El niño se señaló a sí mismo. — ¿Yo?
— ¡Pues claro! Emm... ¿Cuál es tu nombre?
—K-Kotarou...
Sing le dio una sonrisa al nuevo integrante. Trató de no darle importancia las heridas de Shorter y de Eiji. No quería armar una escena. Lo importante es que estaban relativamente bien.
— Yo soy Sing... el de allá es Lao...— suspiró. — En nombre de mi hermano y el mio te pido disculpas por lo que sucedió hoy...
Kotarou bajó la mirada. — Fue mi culpa... nunca debí decir nada... los kenpeitai nos han amenazado antes si no reportamos a simpatizantes o extranjeros en el lugar...
Nadia, ensimismada por el relato del niño, se acercó a ellos. Primero besó la frente de Shorter, luego la de Eiji y acarició la mejilla de Kotarou. Los muchachos estaban sorprendidos. El dolor de sus cuerpos se apaciguó por unos momentos al sentir la calidez de los labios de Nadia sobre sus pieles.
— Tenía miedo... tanto miedo en pensar que los iba a perder a los dos... — ella sollozó y murmuró sus palabras en sus manos tras cubrir su rostro con ellas.
— Fue gracias a Ash...— mencionó Shorter con brillo en sus ojos. — Por él... estamos aquí y ahora...
Kotarou no pudo ocultar su sorpresa. — ¿Ash? — giró su cabeza para buscarlo con su mirada. Sing abrazó a Nadia para brindarle consuelo.
— El americano gruñón...— aclaró Shorter.
— ¿Él es un soldado bueno? ¿No va a matarnos?
Sing rió. — ¿Cómo crees? Él te salvó a ti también...
Inmediatamente, Eiji entendió perfectamente la preocupación del niño.
— Él no es un soldado que mate civiles al azar. Él es diferente... — dijo Eiji con una sonrisa.
De repente, Ash entró precipitado en la habitación. Llevaba consigo pistolas, katanas y la bayoneta. Su rostro era sereno mientras dejaba caer las armas.
— ¿Ash...? — preguntó Sing, con un poco de temblor en su voz. Las armas estaban manchadas de sangre.
El aludido suspiró y se sentó en el tatami. — Debemos huir.
Silencio total reinó sobre las cuatro paredes. Ash no esperó una respuesta, continuó diciendo lo siguiente.
— Desde esta mañana llegaron soldados pertenecientes a la Milicia Japonesa. Ahora yacen sus restos en la sala... solo es cuestión de tiempo para que sus altos mandos se percaten de su ausencia... posiblemente estén en camino... — observó al niño. — Alguien, traduzcale al niño lo que dije...
Eiji tragó saliva antes de decir en japonés las palabras de Ash a Kotarou. Por la seriedad y estoicismo de su tono de voz y rostro, Eiji lo observó con asombro, al igual que todos.
— ¿Eh? — pronunció Kotarou cuando Eiji terminó de traducirle.
Ash se acercó a él. Inconscientemente, el niño japonés se hizo para atrás. El rubio, al notar las acciones del pequeño, intentó suavizar su cara.
— No te haré daño. — dijo Ash, modulando su voz. — Denunciarnos ante tus autoridades fue lo más acertado en tu posición. Si yo hubiera tenido tu edad, y sentir que estaba en peligro, hubiese hecho lo mismo...
Todos dentro del cuarto quedaron anonadados por la respuesta de Ash. Eiji, por su parte, le sonrió levemente, por tratar de calmar los nervios de Kotarou y ganarse su confianza.
Eiji le tradujo sus palabras y agregó unas propias, creando una imagen angelical de Ash al niño.
— ¿En serio? ¿No está enojado conmigo? — Kotarou no contuvo sus lágrimas.
Eiji negó con su cabeza. — Te quiere ayudar... no como los kenpeitai. Yo lo sé, porque gracias a él, hemos logrado sobrevivir. Yo... le confió mi vida...
Todos estaban en shock por las palabras y el sonrojo en las mejillas de Eiji, a excepción de Shorter, quien estaba acostumbrado a que ellos se dirigieran palabras llenas de dulzura y se miraban con ojos en forma de corazones.
Ash, ignorante de la situación, cerró sus ojos y sus manos. — Quiero que me digas con total honestidad. ¿No hay más militares o semejantes en el cual acudiste o debemos de preocupar?
Eiji suprimió una mueca de dolor antes de hablar por haber movido ligeramente su pierna. Cada momento que pasaba, su esguince se tornaba fea.
— No.
Ash frunció el ceño. Le parecía extraño que la Milicia Japonesa mandara a pocos policías militares ante un supuesto escondite de extranjeros, en especial chinos. Eso no fue una táctica acertada y eso le preocupaba a Ash. ¿Qué se traían entre manos?
— ¡Pero mi mamá me espera! ¡Tal vez podemos refugiarnos ahí!
— ¿Tu madre? — Shorter arqueó una ceja.
Kotarou asintió. — ¡Sí! Nuestra choza no es muy grande pero se pueden esconder.
Cuando Ash pudo entenderle, se negó rotundamente. — Es muy peligroso. Toda esta área lo es. Tanto como nosotros como tu mamá y tú debemos desaparecer.
El niño no dijo nada más al momento que Eiji terminó de traducir las palabras de Ash.
— ¿Entonces a dónde vamos?— preguntó Sing, confundido en que Lao no haya abierto su bocota desde que salieron de su escondite.
— Al bosque. — informó Ash. — Pero primero hay que quemar la cabaña...
Shorter jadeó, causándole dolor dentro de su estómago. Aún era aquejado por sus lesiones internas.
— ¿Qué dices?
— Entiendo de qué debemos huir... ¿pero quemar todo?
Ash frunció su ceño tan fuerte, que su entreceja estaba muy marcada. — Es una medida de prevención y estrategia. — el rubio observó la expresión angustiada de todos los presentes. — Con una balística forense sencilla podrán determinar que los casquillos de mi arma son del extranjero, peor aún, sabrían inmediatamente que pertenecen a las Fuerzas Militares de Estados Unidos. Será un graso error darles ese tipo de evidencia tan valiosa. Nuestros problemas escalaraían hacia las ligas mayores.
— ¿Quieres decir... qué debemos borrar nuestra existencia dentro de la cabaña? — el corazón de Ash se estrujó al percatarse que fue Eiji el emisor de dichas palabras. — Y de todo lo que ha pasado aquí...
— Sí...— Ash inclinó su cabeza. — No sólo desaparecerá nuestro rastro... sino que también calcinará los cadáveres... con eso podemos retrasar su Inteligencia Militar.
Todos quedaron expectivos por la reacción de Eiji. Kotarou se se sentía confundido y queriendo que alguien le dijera que estaba pasando. Sin embargo, los ojos de Eiji se tornaron brillosos y los cerró fuertemente para evitar exhibir su momento de debilidad. Aunque sabía que sus acciones no pasaron por alto.
— De acuerdo. —susurró Eiji. Esbozó una sonrisa triste. — Yo confío en ti.
Ash observó detenidamente las lesiones y las heridas de Eiji y de Shorter. Pensó en aquella angustia y desesperación que tuvieron que atravesar y todavía no acababa ese martirio. Aún no estaban del todo a salvo.
— ¡Entonces hay que llevar suministros! — Sing se paró, dispuesto a salir.
— No.
Ash lo detuvo en seco. Sing se tambaleó, como si las palabras emitidas por el tono feroz de Ash fuesen un conjuro poderoso para frenarlo.
— ¿Qué? ¿Por qué? — Nadia preguntó, extrañada.
Ash se puso de pie y colocó su mano sobre el hombro de Sing. — Ya no hay nada de comida que llevar. Solamente sábanas para pasar el frío en la noche...
Shorter cayó en cuenta las razones de Ash. De plano, el arroz que habían conseguido con Eiji estaría bañado en sangre, así como todo el tatami de la sala de estar. Él abrazó más fuerte a Eiji y lo atrajo más a su cuerpo al percatarse que el japonés también entendió lo que quiso decir Ash.
— Pero...
— Sing. — Shorter dijo con una voz ronca. — No...
El adolescente se mordió el labio inferior. Por las horrorizadas miradas que Shorter y Eiji que le estaban enviando, Sing ya no insistió. No podía juzgar. No sabía qué horrores habían visto esos ojos dentro de la sala que ellos no querían que viera.
— Hay que organizarse. — dio instrucciones Ash. Cogió una katana y la fijó dentro de su obi. Igualmente, se aseguró que todas las armas tuvieran su seguro y guardó una dentro de sus ropas. — Cuando sea el momento de salir, yo iré enfrente, asegurando el camino. — caminó hacia Nadia y Sing mientras sostenía dos armas, una en cada mano. — No quisiera darles esto, pero ustedes serán mis refuerzos. — Ash fue testigo del cambio de facciones de los aludidos. Por un momento estaban expectantes y ahora le dirigían una mirada sobrecogedora. — Nadia, serás mi mano derecha... nosotros dos siempre iremos hacia adelante...
Nadia aceptó el arma quien Ash le hizo entrega en sus manos. Era la primera vez que cargaba una. Era pesada.
— Ash... esto es una locura. — dijo Shorter con voz temblorosa. Tan solo el hecho de pensar que su hermana estuviese en la primera línea de batalla, le revolvía el estómago.
— Shorter. — Nadia suspiró. Dejó que sus músculos se relajaran antes de girar su rostro e incrustar la pistola en su obi. De repente, tenía fuego en su mirada. — Está bien. Yo quiero hacerlo.
— Nadia... — Shorter se quedó sin aire ante la determinación de ella. Eiji compartía la misma reacción con Shorter.
— Gracias. — le susurró Ash a Nadia. La aludida suavizó su mirada. — Sing, estarás atrás de todos. Eres ágil y con buenos reflejos. Te necesito que protejas a todos en tu posición. Si Nadia y yo no escuchamos o sentimos algo, tú lo harás. — Sing tomó el arma con su ceño fruncido. — Serás mis oídos y mis ojos en mi espalda.
— ¡Sí! ¡Cuenta conmigo!
— No. No lo harás, Sing. — replicó Lao.
Ash dio unos pasos hacia Lao, quien ha sido un testigo mudo todo el rato. Su rostro era desapacible, y sus ojos se endurecieron al tener a Ash cara a cara.
El rubio suspiró. Ya se había tardado en alegar. Aunque tenía una razón válida para contrademandar.
— Posicionas a Sing en un punto vulnerable. Yo seré quién esté atrás.
— ¡Lao!
— Sing. No, espera. — interrumpió Ash. — De verdad no tengo tiempo en discutir contigo, Lao, así que te lo explicaré: No eres flexible pero Sing tiene más posibilidades en contrarrestar ante un inminente peligro. — Ash observó que Lao frunció sus labios. No tenía certeza si lo estaba convenciendo o no.
— ¿Qué haré yo?
Ash suspiró de nuevo. — Toma. ¿Siempre has querido una, verdad? — le entregó una pistola. Lao se la arrebató de sus manos. — Estarás en medio, cargando a Eiji y velar por su bienestar.
— No.
Ash lo observó fulminantemente. — ¿Por qué? ¿Por qué lo odias? ¿O me odias a mí?
— No.— Lao se acercó más a Ash. Podía sentir su respiración en su rostro. — Puedo ser más de ayuda estando enfrente o atrás.
El rubio exhaló por la nariz. No quería un enfrentamiento ahora. — Ni Sing ni Nadia tienen las fuerzas necesarias para cargar a Eiji. No quiero poner a nadie en peligro, no sabes lo difícil que es para mí entregar estas inmundas armas, — dio un vistazo al rostro golpeado de Eiji y luego a su tobillo hinchado. — pero no pienso dejar a nadie atrás. No lo hagas por mí, por Nadia, Shorter o Eiji. Hazlo por la seguridad de tu hermano. Es la única forma que se me ocurre salir de esta. ¿O tienes algo mejor?
Lao iba a hablar hasta que fue interrumpido por un murmullo.
— Lao... — Sing susurró en mandarín. — Esta vez... confía.
El aludido dejó caer su quijada. En los ojos de su hermano se estaban formando lágrimas, lágrimas genuinas que pronto iban a caer. Sing estaba llorando por él. En verdad estaba triste. Por primera vez Lao pudo entrever que sus acciones no estaban beneficiando en nada a su hermano. Le juró a sus padres que lo iba a proteger con sus propias manos. El mundo era un lugar peligroso al igual que sus habitantes.
— Lo cargare. — Sing respiró aliviado por las palabras de Lao.
Ash parpadeó, incrédulo. Lo que haya sido que Sing le dijo, funcionó de maravilla. Eiji estaba en shock.
— Te daré una advertencia. — susurró Ash en el oído de Lao. — Eiji está débil por los golpes que recibió para proteger tu culo. Protegelo como él lo hizo y no lo sueltes por nada en el mundo, o yo me asegurare que sufras las consecuencias.
— ¿Por qué la amenaza? Deberías preocuparte primero si logrará la huida de aquí. — dijo Lao rápidamente. — No me agrada pero no le deseo su muerte.
Ash le gruñó antes de alejarse de él. Tal vez no le deseaba la muerte a Eiji, ¿Pero Lao le deseaba la muerte a él por poner en peligro a Sing?
Ash asintió sin darle muchas vueltas al asunto. Luego, se dirigió hacia Shorter. — ¿Shorter, puedes correr?
El aludido contempló por unos instantes la preocupación de Ash que se reflejaba en sus ojos. Sus hombros estaban tensos al igual que su quijada. Shorter no se sentía tan abatido, no como Eiji. No quería sentirse como una carga. No como hace momentos atrás, que no pudo proteger a Eiji como lo había prometido.
— Podré tener unos cuantos huesos rotos, pero escapé de China y llegué y me asenté a tierras enemigas. — Shorter resopló. — Que la Milicia Japonesa me lama el hoyo.
Nadia jadeó mientras que Ash y Sing sonrieron satisfechos.
— Bien, cara de huevo, si mantienes el ritmo, estarás en medio, cuidando al niño y a su mamá.
Shorter sonrió de oreja a oreja. — Cuenta con eso. — se dirigió hacia Kotarou. — Iremos por tu mamá, chiquitín. No la dejaremos atrás.
Los ojos de Kotarou brillaron. — ¿En serio?
— Sí. — contestó suavemente.
El rubio desenvainó la katana e hizo un corte profundo en la ventana, tratando de hacer más ancha la entrada.
— Sing, Nadia, busquen mantas, ropa o algo que podamos mantenernos calientes y algo con que enrollarlos. No se atrevan ir a la sala de estar.— Ash intentó ocultar el temblor en su voz.— Los demás salgan de aquí y esperenlos.
— ¿Ash, qué piensas hacer? — preguntó Eiji. El rubio se sobresaltó al escuchar la voz suave y preocupada del japonés.
Ash habló, dándole la espalda a todos antes de salir de la recámara. — Necesito encargarme de lo que queda pendiente. No tardaré.
Eiji lo observó con tristeza al momento que el soldado se fue. El pelo azabache supo de inmediato que Ash iba a provocar el fuego, para asegurarse que no quedara nada.
*
Ash apiló uno por uno los cadáveres, intentando no resbalar en el mar de sangre que se había formado. Los puso boca abajo, para no tener que presenciar las últimas expresiones faciales de angustia y horror de los militares que iban a ser carbonizadas, como si le rogaran que cesara la tortura.
El rubio cubrió su rostro en sus manos entumecidas. Debía estar acostumbrado estar con la muerte. Desde pequeño, la muerte y la sangre han crecido con él. A los ocho asesinó a su violador en Cape Cod, a los catorce a su proxeneta y violador Dino Golzine y sus secuaces cuando pudo salir de la mafia e incluso, cuando estuvo en las primeras líneas de combate, mató a varios soldados del bando enemigo. Sus impuras manos han arrebatado muchas vidas, más de lo que podía recordar.
Por su estadía dentro de la cabaña, se reencontró con la paz, esa calma que le fue robada desde que Griffin se fue de casa. Ese calor hogareño que jamás pensó experimentar otra vez.
Sin embargo, ahora la realidad era otra. La muerte lo estaba acechando nuevamente.
Ash, de repente, vislumbró las fotografías que estaban en el suelo. Aguantó sus lágrimas tras ver que la mayoría estaban empapadas de sangre. Los recuerdos del pasado de Eiji, lo que él tanto añoraba y atesoraba, estaban estropeadas.
— Él está bien. Está a salvo. Es-Está vivo...— se repetía a sí mismo el soldado mientras se hincaba y estrechó las fotografías sobre su pecho, en dónde estaba su corazón, manchando más su yukata con sangre ajena.
Sollozó por unos minutos. Debía ser fuerte, por todos. Si el sucumbe, todos lo harán. Ellos tenían puesto su confianza en el ahora. Ash tenía miedo de fallarles. Miedo a que la muerte les haga una jugarreta y le impidiera tener éxito en escapar.
Ash guardó las fotografías en sus ropas, secó sus lágrimas y fue a la cocina, a paso lento, por las piedras que usaba Nadia para encender el fuego.
La cabaña estaba hecha de madera. Ardería por completo en poco tiempo.
Ash suspiró mientras le echaba un vistazo a la cabaña por última vez. No importa si el lugar desaparece o detrás de sus puertas ocurrió una masacre, aquí Ash conoció lo que es el perdón, la amistad, la estima, la tirria y el amor. Ash quería detener el tiempo para que esos momentos que pasó juntos con los asiáticos no se apagaran.
El mundo era un lugar cruel pero a la vez tan hermoso.
El rubio frunció el ceño cuando la primera chispa se formó entre las piedras y el fuego nació de ellas, cayendo sobre la madera.
*
Eiji empezó a sentirse ansioso. Hacía rato que Ash estaba dentro de la cabaña y no presentaba señales de salir pronto de ahí.
Lao lo estaba cargando en su espalda mientras que los demás esperaban impacientes al soldado. Cuando Eiji sentía pulsaciones en su tobillo, apretaba sus dientes para poder aguantar el dolor.
Sin embargo, Lao se percató que el agarre que tenía Eiji alrededor de su cuello se hacía más fuerte de vez en cuando. Rápidamente entendió.
— Si el dolor es muy fuerte, muerde el cuello de mi yukata.
El japonés le dio escalofríos tras escuchar la voz de Lao era dirigida a él.
— Yo...
— Pronto nos vamos a mover y tu pierna va tambalear cuando corra. — lo observó de reojo. — No creo que quieras dar quejidos todo el camino.
Eiji quedó extrañado. La amabilidad de Lao no era propia de él. Incluso, los demás compartían el mismo sentimiento que Eiji tras escucharlo.
Antes de que alguien tuviera la oportunidad de agregar algo, la calidez del fuego fue percibida sobre sus pieles.
Eiji abrió grandemente sus ojos y suprimió un respiro ahogado. La cabaña estaba ardiendo en llamas.
— ¡Ash! — gritó Sing. En su espalda llevaba las sábanas enrolladas sobre su espalda.
Cuando el aludido salió, se percató que todos estaban listos y en sus posiciones. Ash sintió pesadez en su estómago tras ver que todos estaban armados, incluso Eiji quien escondía su bayoneta en su yukata y Kotarou quien llevaba un cuchillo en sus manos.
Ash desvió su mirada hacia Eiji. Las facciones del japonés eran difíciles de leer. Sus ojos, puestos fijamente sobre las llamas que rápidamente se convertiría en una hoguera, sin prestarle atención a su alrededor. Ni siquiera se había percatado de su presencia.
Ash, compungido, contempló a Eiji. No tenía certeza sobre que pasaba por la mente de Eiji, tras ser testigo nuevamente de divisar como su hogar estaba siendo destruido.
— Eiji. — Ash llamó con una voz cálida. El japonés parpadeó varias veces antes de girar su cabeza. —Esta vez, no estás solo. — sonrió dulcemente. — Estamos vivos...
Eiji sintió un nudo en su garganta. Suspiró con dificultad por el humo espeso que estaba respirando. —Sí...— susurró suavemente.
Ash asentó aún sin borrar la sonrisa de su rostro. — ¡Es hora de moverse! ¡A sus posiciones antes de entrar al bosque!
Ash dio una última mirada hacia la cabaña encendida. Seguramente el humo atraerá algún curioso de la zona. Además, notó que los demás también estaban apreciando la cabaña por última vez.
No había tiempo de sentimentalismo, debían de moverse rápido.
— Shorter, pregúntale al niño dónde está su mamá... — ordenó Ash mientras corrían según las posiciones que él había acordado.
Ansiosos, atravesaron el lúgubre bosque.
*
En la profundidad del bosque, subieron colina arriba, pasando árboles y monte. Todos estaban en alerta por los extraños y estruendosos ruidos de los animales e insectos, orando que en ningún momento se encontraran con un militar en ella camino. No obstante a pesar de la helada noche, había un punto a su favor: hoy era luna llena.
Luego, Ash y Nadia apreciaron una choza asentada entre los árboles.
— ¡Aquí es! — dijo Kotarou, emocionado. No se percató que había agarrado fuertemente las ropas de Shorter y las jaló, provocando una leve fricción en sus resentidas heridas. El chino siseó.
— Nadia, prepárate. No sabemos qué habrá adentro.
Ella asentó, con su ceño fruncido.
El niño corrió hacia la choza. — ¡Mamá!
Inmediatamente, se abrió la puerta con desesperación, saliendo una mujer embarazada de seis meses.
— ¡Kotarou! ¡¿En dónde -?! ¡AH!
La mujer sudó frío. Lo primero que vio fue a Ash y sus ropas empapadas de sangre.
— ¡Mamá! ¡Está bien! ¡Ellos me salvaron! No hay nada que temer...
— ¿Salvar? — dijo, incrédula. — Kotarou, ¿En qué te has metido?
El niño negó con la cabeza. — ¡Mamá, por favor! ¡Te lo diré en el camino pero hay que irnos!
La mamá de Kotarou observó a los presentes, angustiada y helada en donde estaba. La gravedad de las heridas de Shorter y Eiji y la ansiedad que portaban los demás. Ella estaba intranquila ante la presencia de Ash.
Por su parte, Ash entendía las reacciones tan coherentes de la mujer. Sin embargo, lo que le molestaba era ahora saber que la dichosa mamá estaba embarazada. Eso provocaría lentitud en el paso. Además, sumaría a más preocupaciones para él. Será intrincado para el soldado proteger a una gran cantidad de civiles.
— Por favor, venga con nosotros. — Ash giró su cabeza hacia la voz de Eiji. Durante todo el trayecto, había estado mordiendo la tela del cuello de la yukata de Lao. Su rostro denotaba cansancio y dolor. — No tenemos mucho tiempo. Crea en su hijo...
La mujer, con sus ojos muy abiertos como un animal asustado, caminó a paso vacilante hacia su hijo, sosteniendo su estómago con ambas manos. Kotarou agarró una de sus manos y colocó a su madre al lado de él. El niño estaba en medio, cuidando de su mamá y sirviendo de soporte para Shorter.
Ash siguió con su mirada cada movimiento de la japonesa. Con quijada tensa y manos temblorosas, trató de trotar y seguir el paso. Tras darse cuenta de cuán dificultoso era para ella seguirles el ritmo, el rubio disminuyó la velocidad. Escuchaba como Kotarou, Shorter, Eiji y Sing intentaban calmarla, modelando sus voces para que sonaran lo más suaves posibles. La mujer no decía nada, pero Ash podía sentir que ella tenía clavada su mirada hacia él.
*
Trotaron por dos horas. Habían cruzado una distancia larga en el bosque. Ahora se encontraban en una parte empinada y rocosa de la playa, donde había escasez de árboles y el camino era angosto. Se podía oler perfectamente el agua salada chocar contra las piedras.
Ash giró su rostro a ver Nadia. Estaba cansada pero dispuesta a seguir adelante. Luego vio hacia atrás. Notó Lao sudaba, haciendo un sobreesfuerzo en no botar a Eiji. Por su parte, Eiji, abrumado por el dolor, ha tratado en no perder el conocimiento y estar presente de lo que pasaba a su alrededor. Estaba muy pálido y mordía fuertemente las ropas de Lao. Su pierna estaba endeble, se balanceaba como una muñeca de trapo.
Sin embargo, Ash jadeó al escuchar que alguien había caído. Despegó su mirada de Eiji y paró inmediatamente.
— ¿Qué pasó? — se acercó hacia los demás, quienes se habían conglomerado alrededor. Ash tragó saliva al percatarse que la mujer estaba sobre sus rodillas y sus tobillos estaban hinchados. Además, ella jadeó, asustada. El rubio tuvo pavor al ver que estaban muy cerca de la orilla del precipicio.
— Mamá... mamá...— Kotarou la llamaba con voz quebradiza. Rápidamente, estaba a su lado.
Shorter apretó sus dientes. — Necesita descanso, Ash. Ella ya no puede más.
Eiji, con desasosiego, notó los movimientos de Ash. El pobre soldado estaba aturdido, pensando en su siguiente jugada. Lao permaneció callado.
— Ha sido un día muy largo, Ash. Todos estamos cansados. — dijo Nadia, teniendo empatía a la mujer embarazada.
Ash suspiró. Contempló humo desde el horizonte. Se ubican ante una distancia favorable de lo que una vez fue la cabaña. Ellos podrían descansar hasta el amanecer mientras él estaba de vigilia. Sin embargo, estaban en un punto abierto, demasiado cerca de la orilla. La mujer estaba cansada y el único que podía cargarla para que tomara reposo dentro del bosque era él.
— Tomaremos un descanso. Hemos caminado mucho por hoy. — Ash dijo mientras bajaba sus armas. — Durante todo el trayecto no pude escuchar o presenciar a militares. Pero no hay que bajar la guardia. — notó los rostros preocupados de los demás. — Esto sólo es el comienzo.
— ¿A dónde vamos? — preguntó Sing.
— Hay que refugiarnos dentro del bosque y buscar en donde asentarnos...
Shorter sonrió de lado. — Me parece bien. — no quería quejarse, pero él se sentía muy adolorido.
Eiji igualmente sonrió, pero sus rasgos delataban lo exhausto que estaba. — Kotarou, vamos a descansar. ¿Tu mamá puede levantarse?
El muchacho mostró un rostro afligido. — No lo sé... — se acercó más a ella, con miedo de tropezar y caer de la montaña. — ¿Mamá, estás bien?
Su madre estaba ensimismada, observando la tierra. Lentamente, alzó su rostro y, con sus ojos llenos de lágrimas, sonrió a su hijo.
— Eres un buen niño, de corazón puro. ¿Lo sabes, verdad Kotarou?
El aludido se sintió intranquilo ante los sollozos de madre. Incluso, Shorter, quién estaban de lado de él, se denotaba su inquietud. Sing estaba detrás de la mamá.
— Esta bien, mamá. Yo te ayudo a levantarte.— dijo Kotarou, dando sus pasos en puntillas. Sintió la tierra enterrarse en sus dedos de los pies cuando pisaba firmemente.
De repente, su mamá lo rodeó con sus brazos alrededor de su cuello con mucha fuerza. La mujer llorando a gritos en el oído de su hijo, se inclinó boca abajo con él.
— ¡Te amo, Kotarou! ¡Eres el mejor hijo que pude haber tenido!
Sing sudó frío. Corrió hacia la mujer, con la intención de jalar sus ropas. Por el brusco meneo, las sábanas que tenía enrolladas sobre su espalda se soltaron.
— ¿Mamá? — balbuceó el niño, con temblor en su voz.
Ash jadeó y sus manos temblaron. Sin dudarlo, intentó acercarse a ellos pero la mujer, al percatarse que el soldado iba hacia ella, gritó.
—¡¡Alejate!!
De igual manera, Shorter trató de calmarla pero sus heridas no ayudaban. Sintió un fuerte temblor en su cuerpo que le impidió moverse en donde estaba. Nadia estaba paralizada.
— ¡Mamá! ¡NO! — imploró Kotarou al sentir que su madre cada vez se hacia más atrás del precipicio. Su progenitora lo apretaba cada vez más de su cuello y sentía que se ahogaba. Trató de liberarse sin éxito.
Sing se sentó lo más cerca posible de ellos. Estiró su brazo para poder agarrarle la mano al niño. — ¡Kotarou! ¡Resiste! — el niño lloriqueó tras darse cuenta que su mano era muy corta para poder alcanzar a Sing.
—¡SING! — Lao se tiró al suelo y agarró las piernas de su hermano. Eiji aún permanecía sobre su espalda. El japonés emitió un gruñido tras el impacto pero poco le importó. Estaba atemorizado ante el panorama que estaba viviendo.
— ¡Deténganse! ¡No lo haga, por favor! — rogó Eiji, intentando buscar la mirada de la mujer. — ¡Morir no es lo mejor... piense en Kotarou! ¡Piense en el hijo que está por nacer!
La mujer lloraba con furia. Sus calientes lágrimas se derramaban sin detenerse mientras sentía la respiración ahogada de su hijo sobre su pecho y cuello.
— Este bebé que crece en mi vientre no es deseado... — susurró la mujer. — Aún si naciera, morirá... igual que Kotarou y yo...
Eiji le faltó el aire. — ¡No está sola! ¡Puede estar con nosotros! ¡Entre todos nos apoyaremos!
Sin embargo, la mujer desvió su mirada y vio a Sing y Lao, tratando de agarrarla. Luego de unos segundos,
— ¿Me hablas que ese estadounidense nos ayudará? ¿Pretendes que escoja a Estados Unidos sobre Japón? — negó con la cabeza, con una sonrisa desgraciada. — Si me uno a ese americano, me violará y me matará; pero si no lo hace, el gobierno me matará por traición. Si elijo a mi país, la guerra me matará. ¿Dónde estará mi honor? — más lágrimas dejó caer. — Yo ya estoy cansada... ¿No es de valientes escoger cómo morir? ¿Acaso no tengo esa opción, ya?
— ¡Se equivoca! ¡El soldado americano salvó a su hijo! — Sing cerró fuertemente sus ojos. — ¡Nos salvó a todos!
— ¡Japón es cruel con sus habitantes! ¡,Usted está mal! — Shorter intervino.
Eiji se arrastró para poder estar más cerca de ella. Los gritos de Kotarou resonaban por todo el lugar. — Por favor, viva. Por usted misma... por su hijo...— el japonés sentía fuertes punzadas en todo su cuerpo, en especial su esguince. — Yo la entiendo... las cosas mejorarán...
— ¡Eiji! — gritó Shorter y luego Nadia. El de cabeza azabache se estaba acercando peligrosamente hacia ellos, y por ende hacia la orilla.
Ash no entendía las palabras que se estaban haciendo habladas. Sin embargo, al notar que Eiji se arrastraba a una zona de riesgo, actuó de inmediato. Tiró sus armas al suelo y corrió hacia Eiji.
— ¡Eiji, vuelve! ¡Vuelve! ¡Es peligroso! — Ash sintió su voz despedazarse. Observó como Sing gateó hacia Eiji, se le adelantó y lo agarró por la cintura.
La mujer dio un grito desgarrador tras ver a Ash correr, cada vez más cerca de ella. Se deslizó sobre el suelo con desesperación, aún abrazando a Kotarou. Por su propio peso, la mujer se tambaleó sobre la orilla hasta que finalmente ambos cayeron al vacío.
— ¡NO! — las cuerdas vocales de Shorter se rajaron ante el intenso grito.
Todos observaron como Kotarou clamaba por auxilio, como sus uñas se encarnaban sobre los brazos de su mamá. El impacto de ambos cuerpos estrellarse entre las rocas y como ellos se perdían en el fondo del mar.
El silencio se apoderó en el ambiente. Lo único que quedaba de Kotarou y su madre embarazada eran las piedras pintadas con la sangre de ambos.
Ash parpadeó varias veces. Lo que había pasado fue real. Él, gracias a los kamikase, había visto la locura de los japoneses de sobreponer su propia vida por su país. Sin embargo, eran soldados los que se sacrificaron. Personas entrenadas como él para matar. No un niño. No una mujer embarazada.
El rubio pasó su mano sobre su rostro con lamento. Otra vez, la muerte hizo su trabajo nuevamente ante sus propios ojos.
Vio a todos llorar desconsolados y en total shock, incluso Lao, quien a pesar no permitía que sus lágrimas salieran, su quijada temblaba.
No obstante, el rostro de Eiji era quien más le preocupa a Ash. Sus ojos apagados y su rostro lleno de entendimiento mientras lloraba.
— ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!— Sing estaba devastado y enojado a la vez.
Nadia se dirigió a Shorter y lo abrazó. Él lloraba desconsolado.
A pesar de su inteligencia, Ash no sabía qué hacer. La guerra era inhumana. La guerra lo pagaban los civiles. La guerra era muerte.
Ash dejó que todos se desahogaran y maldijeran. Se lamentaba a sí mismo en no poder hacer lo mismo que ellos. Su alma estaba demasiado damnificada que no se sintió acojonado por lo que vio.
El éxodo para ellos a penas había comenzado.
NOTAS: en 1945, el Imperio Japonés difundian rumores atroces sobre el Ejército Estadounidense a los habitantes del área costera de Japón. Dichas falsas advertencias consistían en que los soldados estadounidenses torturarían a civiles y violarían a las mujeres. Para que el pueblo no cayera en "deshonra", ante la llegada de Estados Unidos, los soldados japoneses incitaban al suicidio masivo del pueblo entero. Si se negaban, los obligaban a hacerlo. (Abajo es una foto real de los suicidios forzosos.)
(EDITO: porque la imagen no se adjuntó cuando lo publique)
NOTA 2: ufffff. Nunca pensé que me iba a tardar a escribir este capítulo (tenía planeado publicarlo después del día de San Valentín xD que buena broma.)
Con respecto a la trama de la historia, tendrá tres "arcos" argumentales y aquí se termina la primera que es la «Cabaña.» No puedo revelar el nombre de las otras dos o cuantos capítulos serán (creo que ha este punto serán más de lo que tenía planeado).
Espero que la tardanza haya valido la pena! Y muchísimas gracias por los comentarios y estrellitas que han dejado!!!! He tratado de responderle a todos >.< Me sorprendió bastante la aceptación de la historia!! (Ya van 1.6k leídas!!!! Son los mejores °3° )
Nos vemos a la próxima!
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