Capítulo 15: Vicisitud
Portada de la imagen: Después de la Segunda Guerra Mundial, a los soldados estadounidenses se les había prohibido a relacionarse con los japoneses, en especial con las mujeres. No obstante, tras la ocupación, más de diez mil mujeres japonesas se casaron con soldados americanos y se mudaron a Estados Unidos. Fotógrafo: DESCONOCIDO. La fotografía es parte de NATIONAL ARCHIVES AND RECORDS ADMINISTRATION de STARS AND STRIPES.
*
Pasaron varias semanas para que Ibe sacara la cámara de su estuche. Solo, en el cuarto oscuro, Ibe la siguió contemplando en penumbras. Aún con el alma pesada de amargura, Ibe no se atrevía a revelar las fotografías tomadas en Hiroshima.
Entonces recordó en sus tiempos de paseo por Estados Unidos que leyó un libro viejo sobre la mitología griega que se aplicaba en su situación; tenía miedo que una vez que salieran a la luz las imágenes, tuviera las mismas consecuencias que abrir la caja de Pandora: la propagación de los males del mundo. No muchas personas de fuera podrán creer lo que pudo plasmar a través de su cámara. Ni siquiera él mismo ha asimilado de todo lo ocurrido, a pesar de que fue una víctima más de la desolación de la bomba.
Rápidamente salió de sus pensamientos cuando tocaron la puerta. — ¿Ibe-san, está ahí?
El susodicho parpadeó para luego incorporarse con sutileza. La voz gentil de Eiji llegó amortiguada en los oídos del japonés en virtud que la puerta era un ruido de la comunicación, una barrera que no le permitió escuchar con claridad sus palabras. Aún así, Ibe siguió con la retroalimentación de la conversación.
— A-Ah, Ei-chan... sí. Aquí estoy.
— Nos llamaste tío Shunichi. — Ibe escuchó un leve empujón de la puerta, como si Akira se hubiera recostado sobre ella. — ¿Podemos entrar?
Ibe asintió por inercia. Segundos después se percató que ellos no podían verlo.
— Sí, entren. No hay problema. No estoy trabajando con las fotografías ahora.
De inmediato, rayos de sol irradiaron el cuarto tras abrirse la puerta con lentitud. Ibe tuvo que entrecerrar sus ojos debido a que los mismos ya se habían acostumbrado a la oscuridad.
— ¿Ibe-san, qué sucede? — preguntó Eiji ya estando dentro e Ibe los observó con detenimiento. El aura que emanaba el otro japonés todavía era de pura tristeza.
Ibe suspiró profundo y encaminó a sentarse en una silla vieja de madera. Eiji y Akira lo seguían con sus ojos.
— ¿Tío...?
Pasó su dedo pulgar e índice sobre sus sienes mientras cerró sus ojos. La tensión permanecía latente. — Creo que es hora para darles una explicación sobre Hiroshima...
Eiji jadeó. — Ibe-san, no debe...
— Ei-chan, no me detengas. — alzó la mirada. — No ahora que hallé las fuerzas para hacerlo.
Él cerró sus labios velozmente. Akira contempló la escena con desasosiego. — ¿Por qué solo a nosotros?
Ibe partió sus labios sin poder hablar por unos segundos. — Solo ustedes entenderán mejor... — nuevamente estuvo cabizbajo. — Lo que pasó en Hiroshima no es nada comparado a los bombardeos de Tokio o en Yokohama... fue algo... — exhaló al mismo tiempo que revolvió sus lacios cabellos entre sus dedos. — ... fue algo difícil en describir con palabras... — Ibe giró sus ojos hacia la pared, apartando su vista de ellos. — Simplemente no quedó nada de áreas construidas pero... los sobrevivientes, los que se quedaron...
— Ibe-san.
El aludido escuchó como el bastón de Eiji golpeaba el tatami, camino hacia él. Cuando menos se lo esperaba, sintió la mano de Eiji descansar en su hombro. Ibe dirigió su mirada hacia ese ser que consideraba su hijo. Por ese simple gesto y la sonrisa empática dibujada en su rostro, le dio fuerzas para seguir.
— Yo tomé unas fotografías del lugar y de los pueblerinos. — dijo Ibe, con pesar. — No puedo evitar relacionarlo con la historia Izanami e Izanagi. — Eiji y Akira quedaron en shock. — Era como si la propia Izanami pudo remover la roca Chibiki de la caverna del Yomotsu Hirasaka y contaminó su figura putrefacta en todos los habitantes de Hiroshima expuestos a la bomba... — tragó saliva. — era como presenciar la tenebrosa tierra de los muertos.
— ¿Tan... tan mal esta ese lugar? — tartamudeó Akira.
Ibe asintió. Tomó un respiro antes de dar lo que él consideraba "el tiro de gracia" para su corazón. Posiblemente compartiendo su agonía podría fenecer su prolongada murria.
— Estando allá, encontré a Eiko.
Eiji le dio escalofríos. Sabía sobre la existencia de ella y la promesa que habían hecho con Ibe. No obstante, él pensó que Eiko pereció como los demás.
— ¡¡¿Ella está bien?!! — exaltó Akira, claramente anonadada.
Ibe ocultó su rostro en sus manos. — Ella se fue en paz.
Eiji sudó frío por conectar cables en su mente de manera infausta. — ¿La urna...?
— Sí...
Un gran desconsuelo se manifestó en Eiji y Akira; ambos con ojos muy abiertos permanecieron en silencio y con la mente en blanco por un lapso largo.
Eiji abrió la boca y exhaló tres veces para quitar la vacilación de sus pensamientos. — Lo lamento, Ibe-san... — enfoco su mirada en su bastón. — Realmente lo siento... — suspiró mientras parpadeó para alejar las ganas de llorar. Una especie de nostalgia recorrió por sus adentros. — Sé lo difícil que es perder a personas que amas.
Akira torció sus labios y derramó unas cuantas lágrimas. Eiko siempre fue buena con ella. Era la figura materna que nunca tuvo y a pesar que no entendió muy bien la separación entre ella y su tío, intentó borrarla de su mente pero aún así la apreciaba.
Ibe se puso de pie de golpe, ocasionando que la silla que ocupó se cayera estruendosamente. Acercó a Akira más hacia él y rodeó sus brazos a ambos japoneses.
— Eiko, tu familia, nuestros amigos y las otras víctimas son irremplazables. — dijo Ibe con voz quebradiza. — Pero... ellos ya no están... lo único que queda es honrar sus nombres.
Eiji apretó el agarre tras escuchar esas suaves palabras mientras que Akira sollozó.
— Tío Shunichi...
— La vida sigue... — exhaló. — Y debemos salir adelante también... Yo haré todo lo posible en apoyarlos tal y como sus padres hubieran querido.
Ibe sintió que Eiji asintió. Akira suspiró mientras intentó relajarse.
— Aquí estamos, Ibe-san. — murmuró Eiji, con voz quebradiza. — Puede depender de nosotros también.
Fue entonces que él giró levemente su rostro y observó de nuevo la cámara. Algún día, podrá ser capaz de revelar las desdichas imágenes; algún día iba a abrir su propia caja de Pandora.
*
Cuando Ibe quería pensar, iba al cuarto oscuro. Increíblemente, no estaba tan agobiado como antes desde que se desahogó con los otros japoneses.
Sin embargo, aún sentía un vacío en su ser. Esa cámara fotográfica le estaba atormentado.
Una vez, suspiró profundo y salió de aquella habitación luego de varios minutos de haber permanecido ahí. Lo que no esperó fue a ver a Shorter y a Ash, interponiéndose en su camino.
— ¿Ash? ¿Shorter?
Sus rostros estaban compungidos.
— Ibe, ¿estás bien? — preguntó Shorter, yendo al grano.
El aludido sintió una presión en su pecho. — Sí...
Ash exhaló por medio de la nariz. — No has podido revelar las fotografías...
Ibe no quiso alarmarse. Su comportamiento extraño era más que obvia. Con su corazón acelerado, asintió. — Nunca pensé que me fuera afectar tanto.
— No te culpo... — susurró Shorter, intentando aplacar esos recuerdos.
— Incluso he llegado pensar... que es mi Caja de Pandora. — divagó Ibe.
Shorter alzó sus cejas, cambiando su gesto rápidamente. — ¿Tu qué?
Ash partió sus labios sutilmente. —Ibe...
Ibe parpadeó, dándose cuenta de lo que dijo. — Lo siento... fue algo muy tonto decir eso...
El rubio sonrió con debilidad. — ¿Sabes Ibe cómo termina la leyenda de la Caja de Pandora?
Shorter se sintió perdido.
— No... — musitó el japonés, captando la atención del rubio.
— Cuando Pandora pudo cerrar la caja, todos los males del mundo que los dioses guardaron salieron, sí, pero en el fondo se quedó un espíritu bueno: Elpis. — Ash fue testigo como la expresión de Ibe se iluminaba. — Era conocido como el espíritu de la esperanza.
Ibe respiró con dificultad. — ¿Qué? ¿En serio?
Ash rió. — No me la estoy inventando. — se acercó un poco a Ibe y posó su mano sobre su hombro. — Aún si esa es tu propia caja de Pandora, siempre hay esperanza durante los momentos tormentosos; o al menos... eso pienso ahora...
Ash recientemente no ha visto la muerte rondar cerca de él o sentir la sensación abominable de descomposición hacia él mismo o sobre el futuro. Su forma de pensar ha cambiado.
Ibe y Shorter observaron a Ash, perplejos. El rubio se había vuelto más sabio y convertido en un excelente líder.
— La esperanza es lo último que muere, ¿eh? — murmuró Ibe tras bajar la mirada. — Gracias... a los dos.
Antes que pudieran decir algo más, la voz estruendosa de Nadia hizo eco en toda la casa. — ¡¡A comer!! ¡¡Es hora de almorzar!!
Ibe les regaló una última sonrisa para luego proceder su camino hacia la mesa. — Vamos...
Cuando Ash y Shorter se hallaron solos, el chino posó sus ojos en la silueta del estadounidense.
— ¿Me contarás sobre esa leyenda?
Ash sonrió entre dientes. — Será tu cuento antes de dormir.
— ¡Menso!
Ambos rieron plácidamente mientras acortaron los pasos a su destino.
Octubre 1945
En la mañana, Ibe se levantó algo tarde de lo costumbre y... no escuchó nada. Todo estaba silencio en las cuatro paredes. Desorientado, el japonés se levantó del futón y se dirigió a la sala de estar. Luego, parpadeó con velocidad al ver un conocido conglomerado de personas en el umbral de la puerta de la casa, sacando la cabeza hacia la calle.
— ¿Qué está pasando? — preguntó con curiosidad.
Sing, Akira y Eiji ladearon sus rostros, con una sonrisa amplia, hacia un confundido Ibe. Incluso se estaban aguantando las risas.
— Ven, Ibe... ¡te lo vas a perder! — susurró Sing.
Arqueó una ceja. — ¿Qué cosa?
Eiji dio una risita. — El novio de Nadia.
— ¡¡Aún no lo es!! — refunfuñó Shorter. Claramente su malhumor lo demostraba con sus muecas.
Eiji y Ash encontraron sus miradas y se regalaron una sonrisa de oreja a oreja.
— Es... — dudó Lao en continuar debido a que Shorter todavía estaba sensible por ese acontecimiento. — extranjero. — no obstante, hoy tenía ánimos de causar conmoción.
Shorter gritó frustrado.
Como si se hubiese tratado de una profecía, la declaración de Ash sobre la avenida de grupos militares de otros países, se cumplió.
Casi por un abrir y cerrar de ojos, la ocupación de Japón fue inmediata, tanto que en cada rincón del pueblo nipón había soldados estadounidenses, en su mayoría.
No obstante, lo que fue un hecho meramente imprevisto era la conducta de los soldados hacia los japoneses, era muy amena y era sinceras sus intenciones de querer ayudar a una nación muy rota moral y psicológicamente.
Parecía que esos soldados disfrutaban su estadía en Japón, en tierras extrañas que explorar. Igual sentimiento era compartido por algunos japoneses.
Ibe no estaba del todo sorprendido que Nadia atrajera más de alguna mirada de los forasteros. Ella era muy hermosa.
— Ahora comprendo porque Nadia se tardaba tanto en hacer las compras... — dijo Ibe.
— ¡Pero no iba sola! — explotó Shorter. — ¡Siempre iba con Akira y Sing! — los acusó, señalandolos con su dedo índice.
— Ay, vamos Shorter-san. — sonrió Akira con malicia. Precisamente ese día, Nadia les pidió no acompañarla a las tareas diarias.. — ¡Es guapo!
Bufó. — ¡¿Y eso qué?!
— Parece ser buena persona, Shorter; y Nadia no es tonta para que alguien la engatuse. — Sing se mordió el labio inferior. No se atrevió agregar que la forma que ellos dos se miraban era el mismo brillo en cómo Ash y Eiji lo hacían.
Shorter suspiró y se llevó la mano en su calvicie. — ¡Lo sé! ¿Pero por qué extranjero?
Ash lo observó. — No sabía que eras... xenófobo.
— No lo soy, hermano. — Shorter negó con la cabeza. — A lo que voy es que con un extranjero como cuñado cambian las cosas. Hubiera sido más fácil si hubiese sido chino... así entendería mejor mis chistes y la comunicación sería mejor. Los extranjeros son raros...
Ash rodó los ojos. — ¿Gracias? — dio un vistazo si Nadia y el susodicho pretendiente estaban cerca y no había moros en la costa. — Si quieres que todo eso no pase, aprende mejor el inglés o le enseñas mandarín, idiota. Soluciones hay.
— Creo que es más la preocupación de Shorter por no saber nada acerca de ese hombre. — dijo Eiji, con sus ojos serenos. — Digo, ellos son soldados con una misión, no vienen a buscar mujeres.
Ash rió. — No lo defiendas, Eiji. Deja que se defienda usando su inexistente inglés.
Shorter sintió una venita resaltar en su sien. — ¡¡Hey!!
— Ahí vienen. — habló Lao, tranquilo.
Ibe corrió hacia el pórtico y acompañó a los demás en estirar sus cuellos al máximo para mejor visibilidad a la calle en donde venían dos personas, Nadia ruborizada y el otro hombre extranjero, quien sostenía las bolsas de compras en sus hombros y espalda. Él, a juzgar por su uniforme, era un soldado de Estados Unidos, alto, con complexión delgada pero se notaba que no era débil. Lo que más llamaba la atención era esa cabellera pelirroja.
Ellos estaban tan ensimismadas del uno con el otro que no se percataron que, a centímetros de distancia, eran objeto de curiosas miradas.
— Lamento en haberlo molestado, señor Charlie. — murmuró Nadia, juntando sus manos.
Él sonrió ampliamente. — No lo es, señorita Nadia, es un placer. — musitó. — Se me hizo extraño que no estuvieran sus acompañantes hoy.
Nadia dio una risita. — ¿Sing y Akira? Ellos tuvieron algo urgente que hacer el día de hoy.
Charlie despegó su mirada un momento; casi se detiene en seco cuando notó que estaban cerca donde habitaba Nadia y habían varias personas dentro de ella, husmeando su llegada.
— ¿Ellos no son los niños? — señaló Charlie.
Nadia jadeó tras percatarse que todos la estaban viendo y saludando con la mano. En vez de sentir vergüenza, ella quiso aprovechar el momento para presentar al hombre que ha estado ocupando sus pensamientos desde que lo conoció.
— Ven, quiero que los conozcas. — ella le jaló el brazo.
— ¿Ellos son inquilinos? — preguntó Charlie. Dio un respingo cuando se dio cuenta de la presencia de Ash. El rubio por su parte, tornó su rostro de alegre a una más seria.
Nadia sonrió entre dientes. — Es mi familia.
Charlie reflejó el mismo gesto de la china y se dejó guiar por ella.
Todos y cada uno de ellos estaban con la expectativa de que haría el famoso pretendiente extranjero de Nadia.
Cuando estuvo enfrente de ellos, Charlie tragó saliva. Extrañamente se sentía nervioso.
— Hola Charlie. — dijo Sing, saludando.
— ¡Hola, Charlie-san! — gritó animadamente Akira.
Ver rostros conocidos hizo que los músculos del pelirrojo se relajaran. — Buenos días. — dijo con gentileza. — He traído a la señorita Nadia a salvo.
A Nadia se le tiñeron sus mejillas.
— Te los presento. — manoteó para no sentirse tan nerviosa. — Él es Lao, hermano de Sing; — Charlie lo saludó con un gesto. — él es Eiji, Ibe, tío de Akira, y Ash.
Ambos japoneses saludaron cortésmente pero Charlie solamente observó a Ash con detenimiento. El rubio llevaba una yukata de color oscuro y su cabello, que le llegaba hasta el cuello, lo tenía atado, tal y como un japonés lo haría.
— ¿De qué unidad eres? — preguntó Charlie, sin emoción.
La tensión creció rápidamente.
Ash cerró los ojos antes de sonreír de lado y tomar una actitud arrogante. — ¿Qué te hace creer que soy parte de la milicia?
Charlie frunció el ceño. A juzgar por su acento, el rubio provenía de Estados Unidos, posiblemente su familia fue migrante pues aún conservaba ese timbre de voz que lo delataba de ser parte de una familia foránea.
— La ocupación de Japón fue ordenada por el propio Gobierno de los Estados Unidos. No ha habido alguna orden de permitir a civiles que entren al país.
Todos giraron sus rostros no tan sutilmente hacia Ash. Sin embargo, Ash no se sentía amenazado.
— Los de la Cruz Roja no son soldados tampoco. Ni los miembros de las iglesias que están haciendo el valor de ser misioneros.
Charlie suprimió un respingo y frunció más el ceño, no sintiéndose convencido.
No obstante, los demás lo vieron con fascinación, en especial Eiji que aún se admiraba de las refutaciones rápidas del rubio.
— Ash ha estado viviendo con nosotros hace mucho tiempo. — susurró Nadia, teniendo un poco de miedo de hacerlo en el oído del pelirrojo, así que lo hizo de donde estaba. — Él es muy de fiar.
Charlie asintió, aplazando su mente de seguir escudriñando sobre los antecedentes del occidental. — Ya veo.
Nadia bajó la mirada, no sabiendo qué hacer después. Luego, esporádicamente se escuchó que alguien aclaró la garganta; ella alzó su mirada ante el sonido y se percató que Shorter la observó, impaciente. Ella todavía no lo había presentado ante Charlie.
— ¡Charlie, él es mi hermano! — hizo una mueca de advertencia, para que no lo estropeara. — ¡Shorter!
El aludido salió del pórtico con un semblante neutro. Se paró cara a cara con el pelirrojo y estudió sus facciones. Charlie en ningún momento de inmutó.
Nadia iba a decir algo antes de que se diera un malentendido en que su hermano estuviese confrontado al soldado.
— Shorter Wong. — estiró su brazo en señal de saludo. Se comportó como todo un caballero. — Mucho gusto.
Los demás estaban en shock. La maraña de nervios que se manifestó en Shorter, desapareció.
Charlie sonrió levemente y le dio un apretón a la mano extendida del chino. — Charlie Dickinson.
— Gracias por acompañar a Nadia hasta aquí.
— Para mí fue todo un placer. — La mano de Shorter le dio un calambre. ¿Estaba hablando en doble sentido? — Bueno, me dio gusto haberlos conocido.
— ¿Ya te vas? — murmuró Nadia.
— Estoy en servicio ahora pero cuando sea mi descanso podremos conversar amenamente.
Nadia jugó con su yukata para no sentirse tan apenada.
— Entonces, señor Charlie está invitado al té en mi humilde morada. — comentó Ibe, interrumpido la sesión de miradas enamoradas de Nadia y el aludido.
Charlie quiso levantar las manos para protestar pero fue ahí que se dio cuenta que aún agarraba la mano de Shorter. — ¡No quiero molestar!
— Insisto. — sonrió Ibe. — Así dejaremos de ser unos extraños.
El pelirrojo vaciló. Contempló las miradas expectantes de la demás compañía hasta que observó la de Nadia, quien le rogaba con sus ojos su afirmación.
Él suspiró. — De acuerdo. — asintió. — Muchas gracias por la invitación.
Ibe sonrió. — Hasta en la noche entonces.
Charlie soltó la mano de Shorter y luego le entregó las bolsas de compras.
— ¡Te estaremos esperando, Charlie! — expresó Akira, con alegría.
— Por supuesto. — dio una risita.
Antes de irse, Charlie se despidió de todos y después dirigió toda su atención en Nadia.
— Por favor ten cuidado. — susurró Nadia, juntando sus manos.
Charlie suavizó su rostro y palpó el hombro de la china. — Descuida. Nos veremos luego.
El pelirrojo, con miedo a que sus superiores lo vieran ocioso con los miembros de la "familia" de Nadia, corrió hacia su puesto de servicio sin voltear a verlos.
Nadia observó la espalda del soldado, ensimismada.
— Woa... — expresó Sing.
El amor era tan caóticamente hermoso y aterrador.
*
Durante la comida, todos sentados alrededor de la pequeña mesa, comían arroz, caldo de pescado, miso y pescado asado. Desde la ocupación, la comida empezó a abundar considerablemente para todas las familias de la región. Los ánimos subieron para todos.
Por lo general, durante el consumo de los alimentos, no era común mantener una charla entre los presentes, comían en silencio, para saborear mejor la comida.
No obstante, ese día, Sing rompió el protocolo por su propia curiosidad.
— Hay algo que no entiendo.
Lao masticó el arroz mezclado con pescados. — ¿Qué?
Sing parpadeó. — Si Charlie viene del nombre Charles... — vio al rubio. — ¿Ash de qué nombre es?
Los demás observaron al aludido. El silencio se prestó para que él hablara.
—-Pues... — Ash notó que Eiji estaba igual de desconcertado. Él había sido el único que sabía la verdad. — Ash Lynx es un alias.
—¡¿Qué?! — gritaron Sing y Akira al unísono.
Shorter se atragantó por un arrocito que bailó en su garganta por unos segundos. Solamente se ahogó brevemente y tragó con dificultad.
Nadia, Lao e Ibe estaban sorprendidos.
— Era mi alias en la milicia...
Eiji sonrió con torpeza. — Literalmente su nombre es Ceniza Lince...
— Si, lo sé pero nunca le tomé importancia. — contestó Ibe. — Los occidentales a veces tienen nombres raros.
— ¡¡¿E-Entonces, cuál es tu nombre?!! — Shorter se sentía mal y engañado. Tantos aventuras y desventuras que han pasado todos y no saben como se llama ese peculiar estadounidense.
Ash bajó su mirada y se ruborizó. — Aslan... — los rostros de todos irradiaban alborozo. Incluso Eiji estaba emocionado de poder escuchar nuevamente ese precioso nombre. — Aslan Jade Callenreese. — su lengua sintió rareza en sus sílabas debido a que no estaba acostumbrado a decir su nombre real.
— ¡¿No eres Lynx-san?! — expresó Akira, asustada.
Ash suspiró. Jamás se imaginó un alboroto por algo tan sencillo.
— Sí lo soy, Akira...
— ¿No quieres ser llamado por tu verdadero nombre? — preguntó Nadia, claramente consciente del cambio de humor del rubio.
Ash sintió un nudo en su garganta. Los recuerdos de su niñez y adolescencia más oscuros salieron a lucirse en su mente.
— Aslan Jade Callenreese ya no existe. — las facciones de Ash se tornaron sombrías y voz lánguida. — Ese nombre murió hace tiempo en Estados Unidos.
Se destacó el mutismo absoluto. Luego de unos segundos, solo el sonido de los utensilios chocar contra los platos predominó. Un incómodo y tenso ambiente emanó en la mesa al grado que los alimentos ya no estaban tan sabrosos.
Ash dejó de comer. Aún con los palillos débilmente entrelazados entre sus dedos, se limitó a ver su plato. Su estado de ánimo no sólo ha mutado para mal, sino que también ha alejado a todos los demás por su actitud.
Después que todos terminaron de comer, Ash se quedó en su lugar, estático y sin saber qué hacer. Su alma se sentía compungida.
— Ash. — El aludido levantó la cabeza de golpe, sacándolo de sus pensamientos. Los demás observaban a Eiji, quien tenía una sonrisa imborrable. — ¿Por qué no me acompañas a hacer un mandado allá afuera?
Desde que regresaron de Hiroshima, e incluso cuando la ocupación estaba en su mero auge, Ash no se ha atrevido salir de la casa. A veces se sentía un ermitaño mientras los otros podían ir y venir a su gusto.
— ¿Es una buena idea? — Ash frunció el ceño.
Shorter e Ibe sintieron una gotita de sudor resbalar por sus frentes. Ash no tenía en mente aquella vez que se subieron al tren y él no portaba la kasa. Causó tanto revuelo entre los japoneses en esa época que posiblemente como no llegó a violencia, el rubio lo desechó de su memoria.
Eiji mantuvo su radiante sonrisa. — Claro, irás conmigo. Así nadie podrá molestarte. — dio un golpe sobre el tatami con su bastón.
Ash parpadeó. Algo no cuadraba en esa declaración.
— ¿Ei-chan? ¿Estás seguro? — preguntó Ibe, preocupado. — ¿A dónde iran?
— No iremos lejos, Ibe-san. Créeme. — lo observó con ojos agraciados. — Volveremos antes de que Charlie-san llegue.
Shorter se mordió la lengua debido a que iba a autoinvitarse en dicha salida. No obstante, en un último milisegundo se percató que las intenciones de Eiji eran otras. Siempre cuando Ash estaba en esa faceta melancólica, Eiji sabía cómo manejarlo al grado de sacarlo de su desgracias. Eso era un secreto a voces entre ellos.
— D-De acuerdo. — comentó Ibe, luego suspiró. — Solo tengan cuidado.
Eiji asintió. Con emoción jaló a Ash a la fuerza hacia la salida sin decir ninguna palabra más.
Tras la puerta se cerró, los demás restantes exhalaron profundamente. Ya la densidad desapareció.
— ¿Está seguro en que vayan solos, Ibe? — preguntó Nadia, en japonés.
Sing tragó saliva. — Eiji siempre ha sabido como sacar a Ash de ese estado... no dudo que estarán bien...
Lao coincidió con su pequeño hermano.
— Sí... eso creo yo también. — agregó Ibe.
Shorter cerró sus ojos y los apretó con sus dedos. Le empezó a doler un poco la cabeza en virtud de lo vivido momentos atrás. — Jamás me imaginé que eso fuera un tema delicado para él.
— Puede ser que no le guste su nombre. — dijo con inocencia Akira.
Ibe suspiró. No importaba cuán cercana fueras con la persona, ella siempre tendrá un secreto que guardar. Con Ash, a pesar de haber atravesado varias experiencias juntos, Ibe se atrevería decir que no lo comprende del todo. Incluso no sabe como el resto y él se conocieron o la certeza de que por que estaban de nómadas por el bosque.
Aún así, Ibe quería mantener la confianza dentro del lugar. Siendo ellos todavía extraños, se ayudaron mutuamente; Ibe también le tendería una mano con esta situación.
— Pase lo que pase, el verdadero nombre de Ash ya no se vuelve a mencionar dentro o fuera de la casa. — espetó Ibe a los demás. — No sabemos las razones de su actuar anteriormente o porque lo detesta; eso no nos incumbe.
— Sí. — comentó Shorter mientras levantó los trates. — Por respeto a él, es mejor que esa conversación quede entre nosotros. Si alguien pregunta o insiste en saber cómo se llama, le diremos "Ash".
Todos asitieron casi al mismo tiempo. Nuevamente se sintió un ambiente ligeramente pesado en el ambiente.
— A veces me pregunto que le ha tocado vivir a Ash en el pasado, para que se reaccione de esa manera. — dijo Nadia con una voz baja, casi susurrando.
Akira ciñó sus ropas con sus manos e intentó hacer algo para que no se percataran su actuar. Sin embargo, Sing fue el único que se dio cuenta pero no le dio mucha importancia.
— Ser soldado ya contrae tener muchas mierdas por detrás... peor que él se enlistó a tan corta edad. — habló Lao, sorprendiendo un poco por su comentario.
Ibe suspiró. ¿Acaso Ash nunca ha disfrutado de la vida al cien por ciento? No era que él también lo haya hecho, pero el rubio siendo tan joven ha tenido que sobrellevar muchos traumas, experiencias y maldades, más que los otros.
Fue entonces que a Ibe se le ocurrió una idea.
*
Ash observó sus alrededores con gran fascinación. Las calles y avenidas habían cambiado mucho desde que salió por última vez. Antes Japón fue azotada por muerte y todo era tétrico; ahora la localidad estaba llena de vida, a pesar que estaba infestada de ocupantes extranjeros, la gente se sentía más tranquila, un efecto que Ash nunca imaginó que pasara.
Eiji lo vio de reojo para asegurarse que iba detrás de él. Tras ver el rostro iluminado de Ash, Eiji rió entre dientes; el rubio parecía un niño curioso y lleno de inocencia.
El trasladarlo a otro ambiente le ha ayudado a Ash a calmarse.
— ¿Diferente, no es así?
Los ojos de Ash se suavizaron. A pesar que estaban en un trecho poblada de gente, Ash solo podía ver a la silueta de Eiji.
— ¿Esto es Gizmo? — preguntó Ash, en broma.
Eiji infló sus mejillas y rápidamente su rostro se tornó en un tono rosa. — ¡Izumo, Ash! — rió. — Debes de aprender bien el japonés... ¿no has prestado atención a las clases que te he dado?
Ash sonrió. — Sí lo hago, onii-chan. — Eiji frunció sus labios. — Solamente debo de decir: ¡Hola! ¿Cómo estás? Un gusto conocerte, mi nombre es Ash Lynx. — el rubio cruzó sus brazos. — No, no, no. ¡Es Ash, no Ashu! — abrió grandemente sus ojos. — ¿Eh? ¿Qué? ¿Salud? Pero si no he estornudado.
Eiji negó con la cabeza. Una cosa sobre Ash es que aprendía rápido; abrumadoramente rápido. En poco tiempo pudo aprender a decir lo básico y mucho más.
Realmente, Ash era un joven dotado de inteligencia.
— Tonto... — dijo Eiji, sin malicia alguna. Luego de unos pasos, se detuvo. — ¡Ah! ¡Ahí está! Ven, Ash.
El aludido sintió un leve escalofríos al momento que Eiji comenzó a dar zancos apresurados a un puesto de comida. En su condición, la caminata debía ser moderada pero el japonés tenía una gran cabezota que, a veces, Ash se frustraba por su necedad.
— ¡Eiji! — lo agarró del brazo y estuvo junto a él. — Despacio, con cuidado.
El japonés sonrió ampliamente. Estaba contento que Ash regresara a la normalidad. Además, podía compartir tiempo con él con una actividad que tenía en mente desde hace mucho, tal y como una cita de verdad.
De pronto, Ash pudo oler un aroma que jamás en su vida ha percibido. Dirigió su mirada al puesto y notó algo extraño de ahí.
— ¡Son dangos! — exaltó Eiji, emocionado. — ¿Quieres probar?
Ash quedó impresionado por la velocidad que el tendedero los hacía, los colocaba en un pincho y los despachaba a los clientes. El aroma era agradable y como no terminó de comer su almuerzo, su estómago rugió.
— ¿Estás seguro? No tenemos mucho dinero... — además no le gustaba que Eiji gastara en cosas innecesarias. De por sí, Ash odia el nuevo trabajo de los japoneses.
Eiji asintió. — ¡Estuve ahorrando! — el corazón de Ash se estrujó. Él no debía molestarse. — Además no son tan caros, no te preocupes. Déjame invitarte.
Inseguro, Ash permitió que Eiji ordenara. El pedido y la entrega fueron rápidas pero el rubio pensó que pudo ser más rápida si el tendedero no lo hubiera visto de reojo varias veces. Aunque él no lo culpaba, era el único estadounidense en la calle que portaba una yukata y sandalias.
Ash se percató que el japonés solamente le alcanzó para comprar un pincho de tres dangos de color café.
— Déjame llevarlo. — Ash se ofreció sin darle oportunidad a Eiji de negarse, se lo arrebató de su mano e ignoró la mirada molesta por parte del pelo negro. — ¿Qué? ¿No puedo ser cortés?
Eiji rodó sus ojos. Sin embargo, su fastidio desapareció por completo al momento que Ash deslizó su brazo y lo entrelazado con el de él, buscando su mano. Cuando sintió el calor de la mano de Eiji, la sostuvo con delicadeza.
— ¿Ash? — dijo Eiji casi como el sonido de un susurro. Había muchas personas alrededor que podrían ofenderse por sus muestras de cariño.
Ash entendió la mirada angustiada de Eiji. — ¿Qué? ¿Ahora no puedo ayudar a un inválido a caminar? — contestó Ash tras percatarse de que varias personas estaban ensimismadas viéndolos. — Vamos Eiji. — flexionó ambos brazos a la altura de su cadera. — Busquemos un lugar donde comer. Te hace mal estar parado mucho tiempo.
Eiji se ruborizó y bajó la mirada. Sentía como Ash estaba a la defensiva ante cualquier que pusiera mala cara a ellos pero cada vez que posaba sus ojos posaban sobre él, su mirada se suavizaba.
Las calles aún eran de tierra y había mucho movimiento de transeúntes debido a era una ruta donde se conectaba con la ciudad de Izumo; y por lo tanto, Eiji estaba muy cómodo al lado de Ash.
— ¡Ahí, Ash! En el puente. — alzó su rostro. — Podemos sentarnos ahí.
Ash levantó una ceja. El dichoso puente estaba hecho de madera en forma de arco inclinado. Era sencillo y no estaba tan congestionado de personas. El rubio notó que el río que pasaba por debajo no era bravío y había suficiente espacio para poder descansar.
— Creo que ese lugar estará bien.
No caminaron de prisa, se tomaron su tiempo debido a que Eiji empezó a dar pasos muy bruscos por un calambre en una de sus piernas. Es por ello que pudieron apreciar mejor el panorama presentado ante sus ojos. Nuevas tiendas abrieron de diferente tipo pero algunas de ellas eran muy bulliciosas. Lo que antes eran casas, ahora eran bar donde albergaban mucho alcohol y mujeres.
Cuando Ash y Eiji tenían que pasar al lado de una, el rubio intentó acelerar un poco el ritmo, sin abrumar las extremidades de Eiji.
— Este lugar era la casa de Hokuto-san. — dijo Eiji mientras lo miraba de reojo.
La cantina era carente de luz natural y todos los comensales estaban bailando y bramando a su gusto, porque claro, esa escena representaba fielmente el refrán «cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta.» Seguramente todos estaban fuera de servicio en ese momento.
Ash observó al japonés. — No husmees tanto, Eiji. Las personas ebrias pueden causar muchos problemas... — hasta cierto punto pareció ridículo su declaración. Eiji estaba acostumbrado a este tipo de ambientes por su reciente empleo.
El japonés tragó saliva y asintió. Descansó su rostro en el brazo de Ash y desvió su mirada hacia otro lado, ignorando cualquier ruido originario de ese lugar posiblemente clandestino.
Ash sonrió y quiso darle un beso en la frente a Eiji. Tras ese comportamiento inocente del japonés hizo que el rubio estuviera más atento a sus alrededores. Así que sus oídos se agudizaron al igual que su vista. Ash no pudo evitar escuchar el bullicio dentro del bar y por lo mismo fue que paró en seco.
Eiji tambaleó. — ¿Ash?
El aludido palideció y giró su cabeza lentamente hacia el interior de la taberna. En sí, era una amalgama de diferentes nacionalidades y por el alboroto no se podía distinguir los dueños de aquellos gritos.
Sin embargo, Ash escuchó un timbre de voz muy conocida. Una ronca, cantando a todo pulmón la misma frase de una canción.
— ¿Ash? — Eiji dio un apretón en su mano.
El rubio parpadeó ante lo insólito de su conducta. Volvió a la realidad y se percató que había preocupado a Eiji.
— Perdón, creí haber escuchado algo... — sonrió para tranquilizarlo. — Vamos, ya estamos cerca de ese puente.
La distancia entre el puesto de dangos y el puente era corta, pero se tardaron hasta llegar a su destino. Ash ayudó a Eiji sentarse, separando sus piernas entre las delgadas péndolas y al mismo tiempo procurando no dejar caer los bodoques esponjosos que ya estaban frías.
Entonces Ash se sentó de igual manera que Eiji, no estando muy alejado de él. Lo observó y se sintió satisfecho por su trabajo. La gravedad haría que circulara mejor la sangre en las piernas colgantes de Eiji.
Eiji también lo vio, admirando las facciones de Ash suavizadas. — Anda, come...
Ash rompió su mirar con Eiji y levantó el pincho a la altura de su rostro. Con un giro de muñeca, el rubio examinó la comida, con profunda curiosidad. — ¿Dijiste que se llama dango?
Eiji asintió.
El estadounidense no era ningún quisquilloso. Confiaba completamente en Eiji que no compraría nada que posiblemente le desagradecería y menos cuando estaban en escasez.
Por lo que Ash abrió grandemente su boca y se comió el primer dango de un bocado. Eiji estaba sorprendido y a la vez contento por Ash. No hizo ninguna mueca.
—Mhh... delicioso. — comentó Ash con la boca llena.
Eiji sonrió ampliamente. — ¡Verdad que es muy bueno!
Ash lo afirmó con su pulgar arriba. No quiso hablar más para que no se le cayera de la boca el dulce manjar. Entregó a Eiji el pincho para que también comiera mientras que él terminaba de masticar y tragar.
No obstante, con Eiji fue diferente. El japonés daba mordiscos pequeños al dango. Ash estaba ensimismado. La forma de comer de Eiji le recordaba a un conejillo. Antes esos pensamientos, el rubio se sonrojó y ocultó su rostro en sus antebrazos.
— Eiji.
El aludido levantó ambas cejas. — ¿Sí?
— He estado pensando...
Eiji notó su inseguridad. — ¿Dime?
Ash levantó su rostro y aún estaba rojiza. — Que debo... trabajar también...
— Ash... ¿Estás seguro? ¿No es muy pronto?
— No me agrada la idea que sean con Ibe traductores ambulantes a esos mierdas que requieran sus servicios para regatear en los mercados, ayudarles a buscar burdeles o bares.
Eiji sudó frío. — No es tan malo.
— Eiji, tu deberías estar descanso... te hace mal mucho esfuerzo físico. Hay otras personas viviendo bajo el mismo techo que pueden aportar dinero. —repudió.
Eiji finalmente terminó de comer el dango. — Me da miedo que pueda pasarles algo por ser... chinos.
Ash suspiró. — Eiji, no te preocupes. Créeme que te digo que en Japón es más acogedor que en otros lados.
— ¿Y qué has pensado en hacer, Ash?
Se sonrojó nuevamente. — Dar clases de inglés.
Eiji se sobresaltó. — ¡¡¿En serio?!!
— ¡Sí! — contestó en japonés. Luego, cambió al inglés por su limitado vocabulario. — No tengo competencia ahora. Supongo que varios estarán interesados para poder comunicarse mejor con los forasteros.
Eiji se meció y su sonrisa se agrandó. — Shorter podría ser tu primer alumno.
— ¡Jah! Lo necesita para hablar con el novio de Nadia.
— ¡Apoyo a esa idea!
Ambos se rieron a carcajadas. Se formó una burbuja de felicidad en sus adentros y explotó apaciblemente, sintiendo la tibieza en sus almas.
Eiji secó algunas lágrimas que se acumularon en sus cantos externos de sus ojos. Después, vio fijamente a Ash, con amor. Su situación actual con los demás tenía premisas alcanzables para mejorar. La vida les estaba sonriendo.
— Ten, te doy el último. — extendió Eiji perezosamente su brazo.
Ash gesticuló una negación con su rostro. — No, cometelo, Eiji. Necesitas más energías que yo.
El japonés suspiró, sabiendo que con él no iba a llegar a nada. — Sabes que, mejor mitad y mitad, ¿te parece?
Relajó su mirada al igual que sus músculos. — Trato hecho.
Eiji curvó sus labios hacia arriba antes de atarazar el dango, tanteando el centro de la circunferencia. No obstante, Eiji calculó mal y comió menos de lo estimado. En vez de sentirse frustrado, Eiji se sintió conforme con su trabajo y entregó el resto a Ash.
— Hey, come más... — Eiji cubrió su boca y negó con la cabeza.
El japonés acomodó la masa entre las paredes internas de sus cachetes. — Todo tuyo.
Ash resopló y se metió todo en la boca. Luego de unos segundos, Eiji poseía un rostro radiante, y sus ojos llenos de destellos.
— ¿Qué?
Eiji apartó su rostro y extrañamente la vergüenza se apoderó de sus sentidos. — Nos dimos un... beso indirecto...
Ash le dio un respingo y sintió sus mejillas calentarse. — ¡¿Qué nos dimos que?! — contuvo sus ganas de darse un manotazo en su rostro. — Si quieres un beso real, solo debiste pedirlo.
El japonés se percató de la sombra creciente de Ash que se acercaba hacia él, acortando la separación entre ellos.
— A-Ash, aquí no...
El aludido sonrió débilmente y cerró sus ojos. Recuerdos del último momento íntimo que tuvo con Eiji aparecieron en su mente. — Lo sé... — percibió un cosquilleo en su estómago. Cuando estuvieran solos, se comería a besos a su amado pero por el momento debía de contener.
La necesidad de estar más apegados, tocarse, sentir el calor aunque sea de su mano, fue añorada. El estigma y los ojos de curiosos clavados en ellos no influía en marchitar esa ambición de tenerse cerca, aunque sea unos segundos. Ese deseo reacio de la sociedad conservadora solo hacía quererse aún más.
Lo único que les quedaba era estar de centinelas ante la presencia de las personas y esperar la noche, cuando la luna y las estrellas eran las exclusivas testigas de su sublime devoción el uno al otro.
Tras un silencio amargo, Eiji intentó llamar la atención del rubio palpando su mano sutilmente.
— Ash...
— Eiji... — intentó despejar su mente tras cambiar de tema de conversación. — ¿Mi actitud... dentro de la casa fue... correcta?
Eiji inhaló. Le tomó un poco de tiempo en poder responderle. — Tienes tus propias motivos, Ash. —buscó su mirada. — Ellos entienden eso... no te desanimes. Solo... no pienses sobre ello. No estás en Estados Unidos.
Asintió. — Perdón.
Bufó suavemente. — Mucho te disculpas, ya te estás volviendo japonés.
Ash rió con bajo volumen pero con tono divertido. — Es tu culpa...
Eiji sonrió. Su corazón palpitó con gozo tras ver más relajado a Ash. — Creo que debemos volver antes de que Charlie llegue.
— Sí.
Ash rápidamente tiró el pincho por los aires y se incorporó rápidamente antes de que Eiji se atreviera a mover un músculo de su lugar. Lo agarró por debajo de las axilas y lo jaló. El japonés casi no pesaba nada.
—¡¿Ash?!
Evitaron ser el centro de atención momentos atrás pero fue infructífero por los movimientos del rubio.
— Ya has caminado mucho. — musitó y cogió el bastón. — Déjame llevarte.
Infló sus cachetes. — Está bien... — murmuró entre dientes.
Eiji no forcejeó ni luchó para que Ash lo dejara ser. Simplemente se dejó ir con la corriente tras estar a merced de el estadounidense. Incluso escuchó un leve gorjeo victorioso por parte de él mientras lo cargó a cuestas.
Lo que pudo constatar Ash fue el fuerte movimiento peatonal en las calles. En un santiamén todo estaba poblado y le era un poco difícil al rubio pasar sin empujar a alguien y pedir disculpas.
— ¿Qué es lo que está pasando?
Eiji estiró su cuello y dio vuelta hacia los lados. — Supongo que es porque hoy arrimaron los barcos que descargan mercancías. — explicó Eiji. — El camino de allá atrás conduce a la ciudad y los puertos de Izumo.
El rubio entendió. — La próxima vez, salgamos cuando no haya una multitud grande. Quisiera ver los alrededores contigo.
Las palabras de Ash lo pilló desprevenido y dio un sobresalto. Velozmente se ruborizó, maravillado por la calidez que sentía su corazón.
— Por supuesto. — rodeó sus brazos alrededor del cuello de Ash e inspiró su olor.
Ash se distrajo en lo disfrutable de tener a Eiji sobre él, de lo inevitable que fue sonreír ampliamente. Caminar hacia la casa fue un momento pacífico. Se sentía a gusto que durante en tiempo que ha convivido con los demás, nunca experimentó atosigo. Incluso se le olvidó el pequeño desliz acerca de su verdadero nombre que tuvo en el hogar.
Él estaba viviendo un sueño, uno muy placentero.
Cuando se estaba acercando al ruidoso bar, Ash no notó que un grupo de soldados salieron ebrios del lugar.
Cinco soldados estaban abrazados, con una botella de licor en sus manos.
— ¡¡Esta cantina es mejor que el de la otra ciudad!! — bramó uno de los soldados.
— ¡¡Keiko tiene grandes tetas para ser una china!!
Otro soldado le pegó. — ¡Es japonesa, tarado!
— ¡¿Hay alguna diferencia?!
Todos estallaron a carcajadas. Las personas se incomodaron rápidamente y trataban en no lidiar con ellos.
No obstante, uno de los soldados se tambaleó y empujó suavemente a un transeúnte.
— ¡Ayy yay! ¡Lo siento! — dijo mientras cerró con fuerza sus ojos.
Fue totalmente ignorado, ocasionalmente que pelara sus párpados de golpe y buscó a la persona. Sin embargo, lo que le llamó sumamente su atención fue una persona siendo cargada por otro hombre, uno de aspecto occidental con un característico cabello dorado.
— No puede ser... — murmuró. Su vista estaba tan nublada por el licor que no podía enfocar bien. — ¿Ash... o un fantasma?
Desoyó a sus compañeros y se concentró en rastrear aquel muchacho como la propia ebriedad se lo permitía. Corrió hacia la dirección donde recorrió pero se había perdido en el mar de gente. Sus compañeros ni extrañaron su presencia.
Angustiado y con alcohol hasta la coronilla, el soldado de ocupación siguió buscando.
*
Tras entrar a la casa, los recibió un silencio impropia del lugar. Ash se sintió nervioso, pensando que ellos se habían molestado con él. La ansiedad recorrió por sus venas cuando camino en el interior de la morada y todavía no veía a nadie.
— ¿Hola? ¿Dónde están todos? — preguntó Eiji aún en la espalda de Ash. Él también estaba extrañado.
Entonces los buscaron entre las habitaciones y prontamente los hallaron en una. El alivio fue exteriorizado por ambos hombres con un gran suspiro.
No obstante, algo que ellos no se esperaban por nada del mundo era todos reunidos, esperandolos, con otro japonés que no conocían sosteniendo la cámara fotográfica de Ibe y conversando con él.
Al momento que Ash y Eiji pasaron a la recámara, los demás estaban todos juntos, atrás de la pared, en dos filas en el siguiente orden de derecha a izquierda: Lao, Nadia y Shorter estaban haciendo una fila y enfrente de ellos estaban Sing y Akira.
Sin embargo, el japonés que tenía en sus manos la fotografía, se emocionó por ver a un extranjero por primera vez y tomó una fotografía de Ash, y de paso de Eiji también.
— ¿Qué está pasando? — Ash estaba totalmente perdido. Eiji aún seguía un poco ciego por el flash.
Por su voz, llamó la atención de los demás. Ibe sonrió ampliamente y se acercó a ellos. — ¡Oh! ¡Bienvenidos! — saludó Ibe en japonés. — Él es Mamiya Seiji, nuestro vecino.
— Un placer. — dijo el aludido con una leve reverencia.
Ash y Eiji lo imitaron para no perder el respecto entre extraños. Luego de que el hombre Mamiya se volteara y examinara la cámara fotográfica, Ash acortó la distancia con Ibe. Los otros parecían que se estaban divirtiendo.
— ¡¡¿Ibe, se ha vuelto loco?!! — murmuró Ash en el oído del susodicho. — ¡¿Qué hace él aquí, tan... tan campante?! — sus ojos se clavaron en ese japonés.
La tragada de saliva por parte de Eiji fue audible para Ash.
— Le pedí que me hiciera un favor nada más...
— ¿Qué explicación le dio acerca de Ash? — preguntó Eiji, tenso.
Ibe sonrió. — Que él está haciendo un reportaje sobre la economía de Izumo, nada malo. Mamiya sabe que yo trabajé en Estados Unidos un tiempo... piensa que yo soy el contacto. — les guiñó.
Ash y Eiji parpadearon ante la osadía de Ibe. aunque los demás aún tenían rastros de su remoto estupor cuando vieron a Mamiya por primera vez.
— Pero eso no responde por qué está aquí. — pronunció Ash.
— Ibe tampoco ha querido decirnos. — dijo Sing desde donde estaba. — No nos ha permitido movernos.
El japonés rió entre dientes y palpó el hombro de Ash, indicándole que avanzara junto con Eiji. — He pensado un poco lo que me dijiste ese día, Ash; sobre mi propia caja de pandora y de Elpis...
Shorter jadeó.
— ¿Tío Shunichi? — murmuró Akira, perpleja. Los otros asiáticos compartían el mismo sentimiento de confusión.
— Así que... si me lo permiten, — vio de soslayo a todos los presentes. — quisiera que nos tomemos una fotografía, todos juntos, para plasmar lo que hemos logrado y lo que hemos llegado hasta aquí. — suspiró con ilusión. — Que tras revelar el rollo, esta sea la última fotografía... — observó a Ash. — Que esta fotografía sea mi propia esperanza, tal y como la leyenda.
Ash percibió los segundos cuando dejó de respirar momentáneamente. Quedó quieto y su mente se tornó en blanco. No contuvo su ser en liberar la brecha de sus propias emociones. Abrió su corazón y permitió el desborde de la euforia. Fue tocado por las crudas pero hermosas palabras de Ibe. Una alegoría de los infortunios y contentamiento que describen perfectamente lo han tenido que atravesar todos y cada uno de los presentes.
Era un anhelo de permanencia y de seguridad.
— Ibe... — susurró Ash, sintiendo sus ojos arder.
El japonés sonrió. — Así que vengan y pónganse en medio de Akira y Sing.
Eiji notó que el rubio no se había movido ni un centímetro. — ¿Ash?
Ash esnifó y exhaló profundamente. — Estoy bien. — alzó su mirada. — Vamos... antes de que llegue Charlie.
Tras colocarse en donde le pidió Ibe, Ash bajó a Eiji de su espalda y le dio el bastón. Se sentía bizarro entre los demás. Nunca antes se había tomado una fotografía, y tenía seguridad que los chinos tampoco, así que trató de estar relajado mientras observó como Ibe le daba instrucciones a Mamiya.
— ¡No pongas esa cara larga, hombre!
Ash fue jalado por atrás y despeinado por el mismo Shorter. El rubio protesto y le maldijo.
— ¡Shorter! ¡Maldito pelón! — dijo a duras penas.
— ¡No peleas! ¡No antes de una fotografía! — gritó Akira a todo pulmón.
— ¡Ayy! No seas tan ruidosa. — se quejó Sing.
Eiji rió a carcajadas. Nadia y Lao no se inmutaron a decir nada al respecto.
— ¡Está bien! — Ibe sonrió ampliamente.
El japonés trotó hacia los demás y se posicionó al lado de Akira y de inmediato la calmó.
Mamiya enfocó el lente y cuando quedó satisfecho con el ángulo, curvó sus labios a arriba. — ¿Todos listos?
En un santiamén, todos estaban firmes pero Ibe emitió una risita. — ¡Por favor, sonrían!
Eiji buscó la mano de Ash y la sostuvo con delicadeza. Ash la palpó y sonrió de felicidad frente a la cámara.
Mamiya no tomó la fotografía hasta que todos sonrieron. Se sintió dichoso al presenciar una imagen de alegría tan genuina en esas personas.
— Fascinante. — dijo Mamiya, impresionado.
*
Llegada la noche, Nadia estaba haciendo los últimos preparativos antes de la avenida de Charlie. Ibe se enclaustró en el cuarto oscuro; Shorter y Lao la ayudaban cocinando mientras que los demás ordenaban la casa un poco para que se viera presentable.
Mamiya ya se había ido hace unas horas atrás y Nadia quería que todo quedara impecable. Quería impresionar a su pretendiente.
Nadia estaba preparando el té al instante que tocaron la puerta.
— ¡Yo abro! — expresó emocionada la china y corrió hacia allá.
Shorter hizo una mueca y los demás intentaban no reírse de él.
Con una sonrisa y rubor dibujadas en su rostro, Nadia procedió abrir la puerta.
Sin embargo, a Nadia se le borraron sus bonitos gestos y se percató que el hombre que tenía enfrente no concordaba con la imagen que ella tenía impregnada en su mente.
Ella no esperaba encontrarse con otro soldado de cabellera castaña, sudoroso, jadeante, apestoso a alcohol y que se sostenía en el umbral de la puerta.
La china sintió escalofríos.
— ¿Sí? — murmuró.
El hombre exhaló sonoramente y se acercó a ella sin considerar que la iba a asustar. — Buenas noches. — dijo con una voz entre sobrio y ebrio. — Estoy aquí para hurgar su casa.
Nadia palideció. — ¿Qué...?
El hombre tosió y luego escupió un gargajo. — Estuve investigando todo el día entre los pueblerinos y sé que aquí reside un extranjero estadounidense de forma ilegal. — la empujó suavemente, poniendo un pie en el interior de la casa. — Así que, apartarse.
Nadia hizo lo impensable. Efectos de la misma adrenalina la china con todas sus fuerzas echó afuera al soldado; éste se quejó tras caer al suelo, Nadia rápidamente cerró la puerta con seguro y recayó todo su peso en él.
— ¡¡Shorter, Lao!! — gritó Nadia en mandarín. Por el escándalo, todos se juntaron asustados en el pasillo, incluyendo a Ibe.
— ¡¡¿Quién es?!! — preguntó Shorter, ansioso.
Nadia cerró sus ojos cuando se percató que el hombre empezó a patear la puerta.
— ¡Nadia! ¡Quítate de ahí! — exaltó Sing, intentando jalarla lejos.
Sin embargo, Nadia no se movió de allí. — ¡¡Tienen que llevarse a Ash de aquí!! ¡¡Hay un soldado que se lo quiere llevar!!
Shorter respiró entrecortado. Agarró con fuerza la muñeca de un aturdido rubio. No obstante, antes de que ellos se echaran a correr, el soldado de cabello castaño empezó a elevar su voz.
— ¡¡Ash, sé que estás ahí!! ¡¡Ash!! — pateó con más fuerza la puerta.
El aludido se crispó de inmediato. Reconocía esa voz.
Asimismo, los demás presentes estaban en shock.
— ¿Qué...? — expresó Eiji en japonés.
La casa se llenó de incertidumbre. De un momento a otro, el hombre dejó de insistir debido a que afuera se escuchó que fue interceptado por alguien.
Sing pudo alejar a la china en la entrada y la posicionó cerca de Akira y de él. Se oían forcejeos fuertes del otro lado de la puerta, y nadie dentro de la casa se atrevía a inspeccionar.
— ¡¡¿Qué hace, soldado?!!
Nadia jadeó levemente. — ¡Charlie! ¡Es su voz!
— ¡Déjame! ¡¡Necesito entrar!! — se escuchó al otro soldado decir con voz apretada. — ¡¡Ash!!
Como un imán atraído a una base de metal, Ash, estupefacto, caminó lentamente hacia la puerta. Quitó el seguro y abrió la puerta pausadamente.
Nadie lo detuvo.
Luego, ante él, estaban dos hombres que ya había visto antes pero solamente sus ojos estaban clavados en uno de ellos. Ambos hombres dejaron de pelear cuando se percataron de la presencia del rubio.
Ash suspiró y sus labios temblaron; su semblante era todo lo contrario a uno calmoso.
— ¿Max? — musitó, frunciendo suavemente su ceño.
El aspecto del susodicho era miserable por el día de fiesta que tuvo. Se notaba cansado, con ojos rojos y labios secos. No obstante, eso no fue obstáculo para acortar la distancia entre el rubio y él. Lo sostuvo por sus hombros para asegurarse de lo que veía no fuera una jugada de su propia borrachera.
Ash se quedó estático tras verlo ahí, frente a él, vivo.
— No puede ser... — susurró Max, convencido que no era un producto de su imaginación. — ¡¿Cómo?! ¡Te ví morir! — lo sacudió pero Ash no reaccionó.
Charlie parpadeó, incrédulo. ¿Qué estaba pasando realmente?
— Ash... — murmuró angustiado Eiji al ver a su amado todavía desconcertado.
Entonces, Ibe decidió que era hora de actuar. Se aproximó a los foráneos. — ¿Por qué no entran y podemos discutir todo esto más tranquilos? — ofreció.
Charlie vio de reojo a Max y a Ash. — De acuerdo. — concordó pesadamente. — Al parecer hay mucho que aclarar con estos... soldados... — masculló cuando vio al rubio.
Akira tembló y se escondió detrás de Nadia, jamás había presenciado a Charlie tan serio.
Charlie fue el primero en entrar. Luego al cabo de unos segundos, Ash y Max le siguieron en silencio.
Ibe sintió que su cuerpo era invadido por una incómoda tensión. Después de suspirar, cerró la puerta.
*
DATOS A CONSIDERAR
1. Dentro del folclore japonés, la creación del mundo fue gracias al dios Izanagi y la diosa Izanami con una lanza hermosa y vistosa (Ame no nubuko). Ellos se casan y tienen varios hijos que forman parte de las ocho islas de Japón. Pero el último de los hijos, el Kami de Fuego, quema a Izanami dentro del vientre y la mata. Izanagi, triste por la pérdida de su esposa, decide buscarla al Monte Hiba a través de una de las entradas (el camino llamado Yomotsu Hirasaka) al Yomi (el inframundo). Él la encuentra en las penurias, no obstante, Izanami le pide que no encienda una llama para verla debido que ha saboreado el alimento prohibido del infierno y debe permanecer ahí. Izanami amaba tanto a Izanagi que le dijo que la esperara para ella pudiese convencer a los dirigentes del Yomi si la dejaban irse. Izanagi no tuvo paciencia y encendió una mecha para ver a su esposa como un cadáver putrefacto. Horrorizado, Izanagi escapó del Yomi mientras era perseguido por otros demonios (Yomotsu Shikome). Desesperado, Izanagi bloqueó la entrada Yomotsu Hirasaka al Yomi con una roca que se conoce como Chibiki. Debido a esto, Izanami le maldijo que cada día mataría a mil humanos, a lo que él respondió que de hacerlo, haría nacer a mil quinientos.
Fue por eso a Izanagi se le llama "dios de la vida" e Izanami "diosa de la muerte".
Se cree que la entrada Yomotsu Hirasaka está en Iuyasaka, cerca del Templo Uya, en la Provincia de Izumo.
Izanagi (derecha) e Izanami (izquierda). Pintura hecha por Eitaku Kobayashi.
2. La ocupación de Japón conllevó varios cambios radicales. Después de la rendición de Japón, el presidente de EEUU de la época designó a Douglas MacArthur en ser el comandante supremo de las fuerzas aliadas para la supervisión de Japón. A un inicio, querían dividir el territorio japonés entre los países aliados pero no se llevó a cabo por motivos desconocidos. Al final, cuando MacArthur arribó a Japón, decretó varias leyes, entre ellas: Ningún personal aliado debía asaltar al pueblo japonés; ningún personal aliado debía comer la escasa comida japonesa; y la creación de una red de distribución de alimentos, tras el colapso del gobierno y la destrucción total de la mayoría de las principales ciudades. Asimismo, MacArthur apoyó a que el emperador Hirohito permaneciera al poder debido que, un país tan frágil económica, política y socialmente como Japón, debían de sentir que su país no había sucumbido del todo.
Imagen: Douglas McArthur y el emperador Hirohito en 1945.
NOTAS DE LA AUTORA: ¡¿Qué está pasando, doctor Garcia?! ¡Tan rápido otro capítulo! Pos, pos sí xDD. Ya que pude terminarlo antes, ¿para que postergar la espera? :D
La verdad yo no sé que tienen mis lectores que sabían casi de inmediato que personajes nuevos iban a salir en esta entrega xDDDDD. Me sorprenden bastante! xDD
¿Qué pasará en los últimos capítulos? Sólo diré que viene lo sad para quedarse. d:
¡Nos vemos hasta la próxima!
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