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Luna no tiene la culpa

Luna era una gata muy tranquila, algo reservada y neutral en varios aspectos. Acostumbraba a quedarse en un solo sitio, el cual consideraba como su hogar, solo se iba a explorar por las calles cuando lo consideraba totalmente necesario, y —aunque tenía la capacidad para meterse en los asuntos de otros— la mayoría de las veces prefería mantenerse al margen.

Lo cierto era que Luna no era una gata común y corriente. No era como un animal doméstico de los que suelen tener los humanos, y tampoco era un animal salvaje de los que viven en armonía con la naturaleza. En realidad era algo denominado "felino oscuro" o "felino de oscuridad". Ella estaba muy consciente de su condición y, aunque de cierta forma se sentía orgullosa de ello, a la vez le traía algo de tristeza de forma constante.

Aquella noche se encontraba caminando de techo en techo, observando cómo los demás seres vivos del lugar vivían sus aburridas rutinas. En una casa unos humanos cenaban en familia felizmente: eran un padre, una madre y dos hermanos. En otra casa vivía un humano adulto soltero, que se encontraba viendo una película mientras se tomaba una cerveza. Más adelante estaban dos compañeros de universidad que se dividían la renta, ellos simplemente estaban conversando mientras escuchaban música.

Pero los humanos no eran los únicos presentes; estaban otros 3 gatos normales yendo de aquí para allá, también había un perro doméstico recostado en el garaje de su casa, muchos insectos, aves, y por supuesto una cantidad exagerada de microorganismos.

Aunque —por desgracia— Luna no se sentía parte de ninguno de esos grupos, pues existía una diferencia abismal con respecto a ellos.

¿Y cuál era? Simple: ella no estaba viva.

Para ser más exactos, nunca había estado viva, y si en algún momento lo había estado, entonces ya lo había olvidado por completo.

Mientras Luna pensaba en ese hecho, continuaba moviéndose entre la oscuridad de la noche y la luz de los hogares; sin embargo, su caminar más bien parecía una danza extraña —y elegante— que se podría combinar con una melodía triste de una interpretación musical a piano.

Finalmente, Luna llegó a un lugar que se veía diferente del resto, un poco extraño y tétrico. Era un terreno abandonado, que tenía el pasto bastante descuidado y desigual. Sin embargo, lo extraño se encontraba en la superficie de la tierra, que se asemejaba a baba negra y espesa, muy parecida al petróleo. ¿Cuál era su origen? ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo se sentiría pasar por ese lugar? ¿Sería peligroso?

No era la primera vez que Luna veía dicha sustancia, pero sí era la primera vez que la veía en un lugar lleno de humanos y de otros seres vivos, y por más que le daba vueltas al asunto, no hallaba respuesta a ninguna de sus preguntas.

Decidió acercarse al lugar y ver con sus propios ojos qué pasaba, así que saltó desde la barda en la que estaba y cayó con elegancia cerca de la sustancia negra. De inmediato, se dio cuenta de que se sentía muy ligero y que era como una ilusión, pues —aunque lo parecía— no era para nada espeso. Por un momento, sintió que era como caminar en un lugar con neblina, sobre una nube o simplemente en un lugar con humo. Entonces, ¿por qué se veía tan denso?

Avanzó hacia el centro del lugar, y entonces descubrió que en esa parte se concentraba toda la esencia de dicho fenómeno. Era como un remolino que iba arrastrando de forma lenta el pasto y tierra del terreno. Justo en el centro de dicho remolino, había un negro absoluto de una profundidad considerable, a la vez que se veía plano y hasta cierto punto irreal.

Luna no era un ser que sintiera el mismo miedo que los seres vivos. Esto no quiere decir que careciera del todo de esta emoción, pero sí significaba que tenía un esquema mental diferente y, por lo tanto, solo le temía a cosas muy específicas, cosas muy extrañas; y el fenómeno que estaba presenciando no entraba en dichos temores. En realidad, no recordaba la última vez que había sentido algo similar al miedo.

Por eso mismo, no dudó en saltar directo en el centro del remolino oscuro para experimentar por cuenta propia las consecuencias, y así desdeñar los secretos del mismo.

No pasaron más de un par de segundos después de haber saltado, para que se sintiera un poco arrepentida, pues justo en esa parte sí se podía sentir el espesor de la sustancia, hasta tal punto que era inevitable salir de ahí. En un solo parpadeo se vio arrastrada hacia la oscuridad, siendo tragada por completo. En dicho proceso, no solo sintió que su cuerpo se sumergía en algo desconocido, sino que le pareció que su existencia se iba esfumando del plano con cada centímetro que se hundía, yendo a un lugar que ella no podía comprender del todo. Al final de cuentas, aunque fuera una gata oscura, todavía había cosas que se escapaban de su comprensión.

Negro absoluto. Parecía ser el final para la oscura felina, pero en realidad no lo era para nada.

En seguida se pudo recomponer y mirar el nuevo lugar en el que estaba. Este era un espacio un poco reducido, cálido, oscuro y sin forma. Por momentos era tal como una habitación vacía con las luces apagadas, sin embargo, rápidamente cambiaba la forma —o más bien, cambiaba la perspectiva con la que se miraba—, hasta que resultaba ser como el fondo de una piscina llena de resistol, asfixiante, abrumador; mientras que en otros momentos era como estar envuelto en varias sábanas.

A pesar de que esto resultaría agotador para un humano —y sin duda lo terminaría sobrepasando—, para Luna no era para tanto, después de todo, estaba acostumbrada a vivir en ambientes más hostiles y deprimentes; solo le había tomado por sorpresa al principio, porque últimamente había convivido mucho en un plano demasiado amigable, hasta podría decirse que muy rosa y optimista, y se terminó acostumbrando un poco a todo eso.

Después de unos minutos el pequeño espacio pasó a ser un pasillo, por el cual Luna comenzó a caminar con lentitud. Mientras lo hacía recordó que antes ya había recorrido un lugar similar en una antigua casa.

Dicha casa se trataba del hogar de una humana anciana que había cuidado de ella por un tiempo. Aunque Luna se veía como una gata normal, es un hecho que al mirarla a los ojos se podía apreciar algo más allá de nuestra realidad; por eso mismo, nunca había convivido mucho tiempo con seres vivos que fueran lo suficientemente perspicaces. La anciana de la casa antigua era una excepción a todo esto, pues nunca temió de la felina oscura y tampoco le cuestionó ningún aspecto de su existencia. Solo se habían limitado a compartir sus vidas por un breve periodo de tiempo.

Luna al recordar a la anciana sintió lo que los humanos llaman "nostalgia" —o al menos algo muy similar—, pues ya tenía un par de años que la muerte les había separado.

Es cierto que Luna pudo haber hecho algo al respecto para que la anciana viviera unos años más, pero su neutralidad no la dejó actuar. De hecho, se podría decir que en aquel entonces ella no se sintió triste como tal por el fallecimiento, aunque el saber que nunca más podría acompañar a aquella anciana por las tardes mientras veían la televisión, hacía que quisiera regresar en el tiempo para poder repetirlo. ¿O acaso sí era tristeza? Para los seres oscuros era un poco complicado entender cuándo podían sentir algo y cuando no; por el simple hecho de que al sentirlo no podían terminar de comprenderlo. Muchos querrían dejar de sentir cosas, pero no se podrían imaginar los horrores que algo así conlleva.

Solo aquellos capaces de entender el abismo podían darse ese lujo. Luna lo sabía, y se sentía orgullosa por ello.

Todos estos pensamientos se fueron difuminando a medida que se acercaba al final de ese pasillo tan oscuro y largo, hasta que llegó a una zona más amplia y clara, similar a un mar nocturno, por el cual podía caminar sobre su superficie sin tener que preocuparse de hundirse. No era la primera vez que le pasaba algo así, y cada vez que ocurría sentía que estaba haciendo trampa de alguna forma.

Ahí mismo se encontraba aquello que Luna había estado buscando por tanto tiempo, y que en ocasiones creía encontrar, pero que al final terminaba siendo otra cosa totalmente distinta. Aquello era #$%&!, en efecto, #$%&! en estado puro.

Sin embargo, la #$%&! tenía una apariencia que no se esperaba. En lugar de ser un concepto interno que no se debía materializar físicamente, en su lugar era una criatura gigantesca de forma humanoide, pero con una piel escamosa grisácea y al mismo tiempo brillante. Solo se podía ver la parte superior de ese ser saliendo del mar. ¿Cómo era que Luna sabía que esa cosa era "#$%&!"? ¿No podía ser algo más? ¿Era necesario ponerle un nombre? Pues claro que era necesario, ya que una cosa tan majestuosa no podía existir sin estar ligada a un significado, a un nombre.

Luna se quedó paralizada observando a la criatura, que cada vez se alzaba más y más, hasta llegar a lo más alto del escenario. Era tan grande que parecía absurdo, tal como era absurdo que Luna supiera su nombre con tan solo verle.

Justo cuando parecía que ya no habría más espacio para ningún otro ser más, se alzó otra figura, pero esta vez tenía la apariencia de un ave blanca, similar a un águila con características muy exageradas. Por ejemplo, dicha ave tenía alas que abarcaban casi la totalidad del horizonte, tapando la poca iluminación que había en el escenario, en lugar de plumas tenía llamas radiantes, su pico tenía la apariencia de la boca de un reptil, y —a pesar de tener una naturaleza "brillante"— no terminaba de iluminar la zona, tal como si la oscuridad fuera tan pesada que absorbiera cualquier tipo de luz. Esta otra criatura no tenía un nombre, aunque en este caso Luna no llegó a pensar que fuera necesario que lo tuviese, pues su sola presencia bastaba para entender de qué se trataba.

Ambos seres eran aterradoramente gigantes, solo que de distinta forma. #$%&! era muy alto, mientras que el ave era mucho más amplio.

Entonces, tanto el ser humanoide como el ave comenzaron a atacarse mutuamente, sin importarles la presencia de Luna. En realidad, el primero en realizar el movimiento fue el humanoide, quien tomó una de las alas del ave blanca y comenzó a apretarla con ambas manos hasta romperla —o más bien hasta triturarla— haciendo un ruido seco y agudo. Esta respondió mordiendo uno de los brazos del humanoide, masticando con sonidos húmedos y chiclosos, rompiendo los tendones y músculos, arrancando la piel escamosa, despedazando la totalidad de la extremidad; convirtiendo todo el escenario en un espectáculo grotesco.

Desde lo alto, caía una gran cantidad de sangre negra y espesa, además de pedazos de carne del mismo color. ¿Así era el interior de esas criaturas? Ninguna gritaba o emitía sonido alguno de sus bocas, como si lo único que existiera en ellas en dicho momento fuera el sentido de la supervivencia.

El combate continuó y, a pesar de que cada vez les quedaba menos carne para moverse y contraatacar, se seguían moviendo como si una fuerza extraña les estuviera ayudando. Luna simplemente observaba con curiosidad morbosa, sin querer intervenir de ninguna forma, hasta que en determinado momento solo quedaron dos masas negras intentando dañar la una a la otra sin mucho éxito. Todo terminó cuando por fin desaparecieron del todo, dejando detrás una estela de incertidumbre, suciedad e incomodidad.

¿De verdad estaba bien que Luna fuera tan neutral en cualquier situación? ¿Por qué no interferir en algunos casos?

Luna se encontraba justo en medio de todo ese escenario sin tener muy claro qué era lo que tenía que hacer, o si tenía que esperar a que algo más pasara, así que se quedó ahí un par de minutos que muy pronto se convirtieron en horas, y de las horas pasaron los días; y en todo ese tiempo no pasó nada en lo absoluto, solo se encontraba Luna sentada entre toda esa suciedad.

Si se tuviera que comparar todo el tiempo que Luna se quedó en dicho lugar, sería el equivalente a toda una vida humana —de las longevas—, aunque para ella no era más que unos instantes. ¿Por qué? Porque Luna era un ser oscuro que no tenía vida como tal, por lo que no tenía la misma percepción de otros seres vivos terrestres.

Una vez que se aburrió, volvió por el mismo lugar por el que entró sin muchas complicaciones; y mientras lo hacía pensaba en que, de cierta forma, era más cómodo estar en planos oscuros que en el mundo humano. ¿De verdad creía eso?

Al llegar, notó que las cosas habían cambiado drásticamente. El lugar ya no era el vecindario tranquilo y lleno de vida de antes, sino que ahora habían casas destruidas, olor a podredumbre, vísceras y sangre, además de una sensación abrumadora de soledad. ¿Dónde estaban todos? ¿Qué había pasado con todos los seres vivos? ¿Qué había provocado este destino? Era cierto que —en un principio— a Luna no le importaba mucho lo que le pasara al resto, sin embargo, últimamente ligaba la vida y la muerte con el recuerdo de la anciana con la que había vivido, lo que la hacía sentir cosas que —de nuevo— no terminaba de comprender.

Movida por la curiosidad, avanzó un poco entre los escombros hasta llegar a una de las casas que todavía estaban parcialmente enteras. La puerta era de madera y se encontraba descolgada por completo; al entrar se dio cuenta que todo estaba en completa oscuridad, aunque eso no representaba ningún inconveniente para Luna, pues podía ver con mucha claridad, como si fuera de día. Ahí, escuchó unos sonidos poco habituales provenientes de una de las habitaciones del fondo; avanzó hacia dicha habitación mientras observaba que la casa estaba llena de objetos rotos, polvo, muebles destruidos, charcos de agua, moho y sangre.

Al llegar pudo ver aquello que estaba provocando el ruido: se trataba de otra criatura oscura, pero esta no era como ella, sino que estaba consumida por completo por todo lo negativo que pudiera existir, emitiendo en todo momento un aura de odio y hostilidad. ¿Y su forma? La criatura no tenía una forma del todo definida, era como un humanoide que intentaba andar a cuatro patas, su piel se encontraba desgarrada en varias partes, dejando ver sus músculos negros, mientras que su rostro era gelatinoso y cambiante. En ese momento, la criatura estaba consumiendo la carne de una persona en el suelo, la cual ya no se distinguían sus características por lo deteriorado que se encontraba el cuerpo. Era una escena muy asquerosa, tanto que hasta el humano más fuerte hubiera vomitado al instante; pero Luna no, pues ella estaba acostumbrada a cosas así.

Luna cruzó la mirada con la criatura oscura, quien en seguida mostró sus intenciones de atacar si se acercaba más. Se asemejaba a un animal salvaje que intenta proteger su comida de los demás depredadores, o incluso de un carroñero que no quiere compartir con nadie más el botín que encontró. Luna sin hacer mucho caso de la advertencia se acercó más para poder ver más detalles de la escena.

Pasó lo inevitable.

La criatura oscura enseguida se abalanzó hacia Luna, quien se apartó de un salto de forma sútil y elegante. La criatura cayó un poco confundida, rápidamente localizó a Luna para intentar atacar de nuevo, y esta volvió a esquivarle sin demasiado esfuerzo. En el tercer intento de ataque fue que la felina se mostró un poco más molesta, así que —en lugar de apartarse— contraatacó con sus garras, arrancando por completo la cabeza del resto del cuerpo de su contrincante.

La criatura yacía sin cabeza en el suelo, todavía pudiendo moverse un poco, aunque sin mucho control. Luna, quien ya no quería que esa cosa la siguiera molestando, se acercó y con sus colmillos comenzó a morder en donde ella creía que se encontraba su corazón. Con cada mordida Luna quitaba trozos cada vez más grandes de carne, chorreando más y más sangre oscura, yendo a una velocidad poco creíble aunque posible para ella. En cuestión de nada ya había llegado hasta el corazón, así que procedió a arrancarlo de un solo movimiento, dejando por fin sin vida a la oscura criatura.

Un poco harta por haber tenido que esforzarse al mínimo, Luna decidió que ya no había nada que le interesara en esa casa, por lo tanto, tenía que buscar otro lugar que explorar o se terminaría aburriendo más de la cuenta. Aunque, ¿de verdad era capaz de aburrirse? ¿O se trataba de otra cosa?

Salió y se dio cuenta que la criatura oscura de antes no era la única que había en el vecindario, de hecho, llegó a la conclusión de que ellas tenían —en parte— la culpa de que no quedaran seres vivos en el lugar, y de que todo a los alrededores se encontrara tan destruído y deteriorado. Pero, ¿por qué habían llegado y de dónde venían?

Estos seres no eran del todo iguales al anterior; cada uno tenía características diferentes y al mismo tiempo grotescas, como extremidades deformadas, cabezas muy grandes, cuerpos amorfos, ausencia de piel, incluso algunos ni siquiera tenían cabeza. Lo que todos compartían en mayor o menor medida era el aura de hostilidad, la oscuridad en sí, y que estaban buscando constantemente a quien atacar. ¿Para alimentarse quizá? ¿O solo por la simple satisfacción de acabar con una vida?

Siempre y cuando Luna no se acercara mucho a ellos, no parecían muy interesados en ella, quizá porque sentían la oscuridad que albergaba, o simplemente porque le tenían miedo. De cierta forma, a Luna le daba un poco de asco que esos seres se compararan con ella, ya que consideraba que nunca sería controlada por la oscuridad, más bien, ella tenía el control total.

Cansada de ver ese escenario, la felina oscura decidió que tenía que irse de ahí, pues quería estar sola un momento. Dejó atrás el pequeño vecindario y llegó a una parte amplia llena de pasto alto, desde donde se podía apreciar el cielo estrellado y despejado.

Por unos instantes sintió algo parecido a la paz.

En el horizonte se alcanzaban a ver más edificios deteriorados, sonidos extraños, monstruos moviéndose de aquí y allá, tal pareciera que todos los seres vivos que alguna vez conoció perecieron debido a la plaga de los seres oscuros. ¿Ya había visto algo así antes? Puede que sí, en otro mundo y en otro tiempo, pero justo ahora Luna no podía recordarlo con claridad. Lo que sí recordaba era la anciana que la había acompañado, porque —aunque no fuera una humana muy sociable— sí que apreciaba esas pequeñas alegrías de la vida, y creía fervientemente que había atisbos de luz entre tanta oscuridad. Por lo tanto, el simple hecho de que todo lo que la anciana quería en vida ya no existiera, resultaba bastante triste.

Luna continuó preguntándose si aquel sentimiento era tristeza genuina o no, porque —de nuevo— ella no solía tener muchos sentimientos, y cuando los tenía no podía terminar de comprenderlos.

¿Qué debía hacer ahora? ¿Tenía que quedarse en ese mundo desolado? ¿Debió intervenir para que nada de esto pasara? ¿Fue porque estuvo ausente mucho tiempo? Por primera vez sentía apego hacia una realidad. Pasó tanto tiempo ignorando todo lo que ocurría a su alrededor, permaneciendo al margen de cada situación, que nunca se detuvo a pensar en qué haría cuando todo llegara a su final y tuviera que buscar otra realidad en la cual poder vivir.

Justo en ese momento algo se rompió.

Sintió una presión enorme en su interior; como si alguien la hubiera pateado con una fuerza tremenda justo en el estómago, como si de repente toda la sangre del cuerpo le hirviera a temperaturas muy altas, como si por fin se librara de su larga anestesia, pudiendo ahora sentir toda la tristeza de la que había estado escapando. Ya no eran sensaciones diluidas y confusas: por fin se trataba de algo genuino.

Mientras tanto, a su alrededor todo seguía pereciendo.

Luna no tenía la culpa de no ser como el resto; nunca había sentido en su totalidad todas las cosas de las que disfrutaban —y sufrían— los seres vivos, así que durante miles de años se limitó a observar y, de cierta forma, envidiar aquello que no podía terminar de alcanzar. De verdad estuvo esperando mucho tiempo a que llegara el día en el que comprendiera, en el que respirara, en el que se sintiera parte de esta realidad. Sin embargo, ya era muy tarde para eso, pues no había nada más por rescatar, y a Luna solo le quedaba un sentimiento abrumador de tristeza y soledad.

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