Único.
La abuela Jennie era muy muy muy vieja para recordar.
La mayoría de las veces que cuenta una historia graciosa a Yang Mi, su pequeña nieta de 11 años, termina arrugando sus labios mientras rasca su cabeza, su cabeza llena de cabellos grises que parece un campo abundante de algodón para después, decir algo más gracioso, algo que está en su personalidad para reír, pero que de seguro inventó para no dejar a medias la historia que no recuerda. La memoria perdida.
La abuela Kim era muy, pero muy vieja para moverse. Ahora la mujer se sienta en su sillón amarillo reluciente mientras intenta tejer con sus arrugados dedos, sus articulaciones que ya no le permiten hacer nada son las mismas que la mantienen sentada, viendo el cielo, para después acomodar sus lentes, sonriendo, relamiendo sus arrugados labios.
La abuela Kim era muy muy muy vieja, pero seguía teniendo el brillo en sus ojos que la caracterizaban. La sonrisa que tiene cuando ve al cielo, la misma que hace arrugar sus pequeños ojos como media lunas, pero la misma sonrisa que hace notar lo arrugada que está. Las arrugas de la edad, las que hacen a Jung-ho suspirar, acariciando la mano tersa de su madre mientras ésta ve el cielo, con esa sonrisa.
Era muy muy vieja, pero de todos modos, podía seguir acariciando a su hermoso y gordo Becker, el gato gordo de 14 años que le regaló a sus madres para que no se sintieran tan solas a su ausencia por el nacimiento de su hija.
El gato que acompañó a Jennie y a Rosé en todo, aunque la segunda no era una llamada amante de los animales, terminó amando a ese gato más que a nadie en ese mundo, lo terminó amando igual que su esposa, la que sacaba una hermosa sonrisa.
Las acompañó, al nacimiento de Yang Mi, a la nueva y espaciosa casa de Jung-ho, a la ida y venida de familiares que tanto llenaban su corazón, lo podían romper.
Las acompañó toda su vida, hasta que en una de esas idas, lamentablemente Chaeyoung partió.
Becker acompañó a Jennie en su depresión silenciosa, en su vida, ahora gris. Becker la acompañó en su tristeza, en su dolor, en su llanto que llegaba en las noches al momento de ver los recuadros en la casa sola, la que la acompañaba en las risas, en lo amarillo y purpura de su día al ver a su familia, y a su soledad, a sus medias.
Jennie era vieja, muy muy vieja como para recordar, pero no para extrañar.
Jung-ho un 19 de febrero se dio cuenta de eso, cuando estaba sentada en su pequeño jardín contemplando el cielo mientras Becker estaba acostado en el regazo de su madre, ronroneando, sintiendo los dedos arrugados y tersos de su dueña en su cuello y barriga, lo que le hacía voltear. Jung-ho también volteó a verla, al escucharla hablar bajo.
—A tu madre le encantaba ver el cielo—dice, sonriendo.
—Lo recuerdo, de niño me recostaba en su regazo para ver con ella el amanecer los sábados, dice que esos son los más bonitos, y lo sigo creyendo—habló, sosteniendo la mano de la anciana mientras ésta ríe, asintiendo.
Pero esa sonrisa se borra después de otros asentir, donde suspira, exhalando aire, relamiendo sus labios. Acaricia a Becker.
—Hoy Becker encontró una caja—pausa para respirar y quitarse los lentes, limpiándolos en su suéter para después seguir—era la caja de Chaeng, donde guardé sus cepillos, ligas, donde guardé su bufanda favorita, y Becker ronroneó, acicalándose sobre ella.
Ríe, para volver a ponerse los lentes.
—Becker extraña a Rosé como la extraño yo.
Jung-ho sostuvo su mano, meciéndose al ritmo de su madre, asintiendo, volteando a verla.
—Yo también la extraño, mamá, aunque toda mi vida le dije que la amo siento que nunca se lo dije lo suficiente.
—No sabes cuánto la extraño, tal vez pienses que soy tan vieja como para no recordar, pero mi actividad favorita estos años ha sido recordar cada uno de mis segundos con mi Rosie, no sólo los lindos, los divertidos, también nuestras discusiones, pequeñas peleas que terminaban conmigo sonriéndole derrotada y ella abrazándome, extraño cada segundo de ella, Jung-ho, extraño cómo ella me corregía, cómo ella me decía en lo que estaba mal, cómo ella a su modo me protegía, me amaba, me apreciaba como yo la aprecié a ella.
Vuelve a limpiar sus lentes, riendo.
—Lo feliz que se puso cuando se entero que estaba embarazada de tí, cómo ella y yo juramos protegerte, cómo te criamos día a día, cómo te dejábamos pintar toda una pared porque esperábamos un artista como ella, hasta que te pusimos toda una, cómo te vimos crecer, nos viste crecer, la vi crecer, envejecer junto a mi, y aunque la extraño más que nada, estoy muy feliz.
El castaño se dio un tiempo para responder, él también limpiando sus lentes, lentes que usaba por la miopía heredada por Jennie, por las recientes lágrimas que comenzaron a inundar sus ojos hasta caer por sus mejillas. Vio al cielo, donde su madre veía sonriendo, divisando el atardecer en su mejor punto.
La anciana sonrió más fuerte, señalando los colores. Un naranja rojizo que se comenzaba a juntar con un purpura, a difuminar para generar un acto hermoso ante ella y su hijo. Sonrió.
—Porque a pesar de todo, cumplimos nuestra promesas de juntas hasta la muerte, porque ella se fue con el mejor recuerdo que creo, pudo tener, si es que tiene mi recuerdo como yo tengo el suyo.
Jung-ho sonó su nariz, evitando que el nudo de su garganta no lo delatara al reconocer las palabras de su madre. La escuchó hablar.
—Podré ser tan vieja pero sigo llevando su recuerdo en mi y en todo, en el atardecer naranja que se junta con purpura, en las ardillas, en las bufandas, en el suavizante de ropa—ese dijo riendo, pero volvió a acariciar al gato negro con su fuerza, sonriendo—en mi amado Becker que sé que ella amó igual, y ahora, sé que él nos lleva.
La mano fuerte del hombre que sostenía la arrugada de la anciana la hizo sonreír, viéndolo, y después volteando a ver el atardecer con una de sus sonrisas más grandes, inhalando, aceptándose a si misma con la naturaleza.
El castaño sollozó al escuchar el último suspiro de su madre, junto a una caricia más a Becker que se levantó al no sentir más afecto de su anciana dueña, y vio al hombre que se levantó del llanto a ver el cielo, arrugando sus labios mientras apartaba sus lentes para limpiar sus lágrimas, pero en eso rio, sin dolor.
Entonces, cómo Jennie veía a Chaeyoung en el purpura del atardecer, Jung-ho sabía que se fue con ella a ese naranja del cielo.
este one shot es una adaptación, créditos totales a markfrogs
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