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─¿Acaso no estás contento? ¡Regresarás a tu vida, Stinger! Regresarás a tus chicas, a tus trofeos, a tu colección de motocicletas... ¡a tu casa! ─Fox se mostró ofuscado, dando vueltas por la habitación y sin dar crédito a lo que acababa de escuchar.

─¿Por qué no terminar con la rehabilitación aquí? Luke es muy profesional, la doctora me supervisa correctamente... ─Fox levantó su mano, cortando a su pupilo de modo abrupto cualquier explicación.

─Con que ahí está la cuestión de todo ─interrumpió a Huster.

─¿A qué te refieres Willy?

─No te hagas el desentendido, tú y yo bien sabemos que esa muchacha está reteniéndote aquí por alguna extraña razón que me ocultas ─el viejo Fox tenía sus pupilas dilatadas. Esa doctora estaba entrometiéndose en sus planes.

─Ella no me retiene. Soy yo el que prefiere continuar en este hospital, es lo más adecuado para mi mejoría.

─No te encapriches sin sentido, Stinger. Si estás deslumbrado por un simple uniforme, pues te compro uno y le digo a una de las chicas que te coquetee con él todas las noches ─Fox aumentaba su enojo. De ceño fruncido y con la frente sudorosa, estaba inquieto. Secando la transpiración de su nuca con un pañuelo, hizo un surco en el piso de aquella habitación de terapia.

─¡No seas idiota Willy! Creo que es poco responsable de mi parte trasladarme, comenzar con un nuevo equipo de trabajo siendo que aquí estoy perfecto. Además...tengo una idea para solucionar esto.

─Si es tan brillante como la de permanecer en esta clínica lejos de tu vida, ahórratela, no me importa escucharla ─su mano dibujó un gesto desdeñoso.

─Rentemos un apartamento próximo al centro médico y envía mi coche para mi traslado periódico hasta finalizar con todo esto. Prometo regresar a Los Ángeles cuando obtenga el alta definitiva.

─¿Te estás escuchando? Estás loco, ¿¡verdad!? ¿Estás dispuesto a quedarte en esta ciudad siendo que podrías estar en LA con todos los lujos y comodidades del mundo? Déjame decirte que después de la idiotez de jugar a los enemigos con McGregor, esta clasifica en segundo lugar ─Thiago giró los ojos e infló sus mejillas, conteniendo bronca por la intransigencia en la postura de su representante.

─Willy, amigo, permíteme hacer las cosas a mi modo. Son un par de semanas nada más.Relájate ─minimizó el corredor.

Fox puso los brazos en jarra. El sudor marcaba grandes aureolas bajo sus axilas.

─Tú no eres el Thiago Huster que conocí hace doce años atrás, el Thiago arrogante, competitivo, inteligente... ¿estás seguro que sólo te han repuesto la cadera? ─por primera vez durante la charla, Fox dejó de lado la amargura en su rostro acercándose amistosamente a su protegido.

─Búscame un bonito apartamento, con amplias vistas. Cómodo y que tenga jacuzzi.

─¿Algo más le apetece al señor? ─Willy bajó su sombrero blanco haciendo un gesto de pleitesía real, generando una carcajada muy estruendosa de parte de Thiago.

─Sí, mi noble servidor: necesito que esté de camino al apartamento de la doctora Züberteins.

Fox ladeó la cabeza.

─¡Pero si resultaste ser un bastardo! Con el perdón de tu santa madre y tu amable padre ─Fox arrojó un cojín en dirección a Thiago quien rápido de reflejos, lo atajó entre sus manos.

______

El despertador sonaba una y otra vez. Deseaba ignorar que lo escuchaba, pero no era posible, el sonido aumentaba su volumen a medida que proseguía con su melodía.

Una puntada penetrante recorrió sus sienes; ella restregó las manos en su rostro: los papeles del día anterior y las fotografías permanecían cubriendo el edredón sobre el cual se había quedado dormida.

La luz se colaba por entre las cortinas de las ventanas puesto que ya era de día y Evangelina debía regresar a su trabajo. De prisa guardó todo en la caja, devolviéndola a su lugar

Torpemente, entredormida, recogió unos vaqueros gastados y una camisa color azul.

Inspirando profundamente se planteó comenzar una nueva etapa de su vida. Era el momento exacto para hacerlo y sin tener en claro de qué manera, se aplicó algo de máscara en sus pestañas y una ligera capa de laca labial roja, obsequio de su hermana, meses atrás.

Tal vez, sintiéndose atractiva, su estima se elevaría un poco más del piso.

Reticente a caer en las garras del maquillaje, aun sabiendo que era en beneficio de la especie femenina, su estilo no era ni por cerca, el de una femme fatal: siempre había sido una chica más del montón, jamás se había destacado por su sensualidad, aunque sus rasgos delicados y simpatía, hacían de ella una mujer interesante para cualquier hombre.

Su turno comenzaba a poco de marcar las once de la mañana y por fortuna, la prensa ya no se agolpaba en las puertas del hospital dispuesta a tener noticias de su ícono deportivo. Los periódicos ya no llenaban sus hojas con su nombre, los programas de TV no hablaban de Huster constantemente, sino que tan sólo un grupo de jóvenes ruidosos se acercaba al sector de guardia para obtener alguna información que, amablemente, Heidi entregaba con reparos, lógicamente autorizada por Evangelina o el Dr. Neufert.

Ingresando a la sala de médicos, lista para colocarse su chaqueta y arreglar su cabello, la estridente voz de Karen se coló por entre los oídos de la recién llegada.

Thiago me ha pedido mi número, ¿puedes creerlo Joan? ─la voluptuosa enfermera hablaba con una de las muchachas del servicio de limpieza, en el corredor. Eva agudizó su oído.

¿Y se lo has dado?

Por supuesto. Me ha dicho que cuando tenga el alta definitiva, me llevaría a bailar Tango.

Él coqueteaba con ella como lo hacía con todas las mujeres del mundo. Lo que en un principio creyó que sería algo privado y especial, no sería más que una estúpida estrategia de seducción.

Se castigó mentalmente por no haberlo sospechado desde el minuto cero.

Aun así, con algo de desilusión, no dejaría que aquello estropease su intención de encarar una nueva fase en su vida, la que se había propuesto forjar de ahora en más. Herida en su orgullo, salió airosa de la estrecha sala con la frente bien en alto, con el pecho abierto y la espalda erguida. Su metro sesenta y cinco se pavoneó por el corredor, en el cual ya no estaba Karen ni la amiga de ésta.

Sin escoger el elevador, subió las escaleras hasta llegar al segundo piso, donde se encontraba el paciente estrella del St. Davids.

Limpió su garganta, inspiró profundo y se dispuso a ingresar.

─Buenos días, Huster ─no lo miró ni lo saludó con la palma en alto, como siempre ─. ¡Oh, buenos días Peter! ─Levemente sorprendida por la presencia del rubio, Eva sonrió al joven corredor, interrumpiendo su plática ─. ¿Listo para bailar tango? ─sangrando por la herida y con una mirada teñida de sarcasmo, Eva observó a Thiago primero, y luego, a la planilla de diagnósticos.

─Si tú estás dispuesta, ¿por qué no? ─replicó Huster sin amilanarse, ante la risa reprimida de su colega.

─No creo ser la adecuada. Se rumorea que tienes muchas candidatas a actuar como bailarinas...─la doctora estaba subiéndose a un tren de sarcasmo que no la favorecía en absoluto.

La mirada desconcertada de Thiago no fue la respuesta que pensó obtener, sin embargo, dejó el tema de lado para saborear la venganza que se le estaba presentando ante sus ojos.

De cabello suelto, con algo de color en sus labios y más máscara de lo habitual, lucía mejor que de costumbre. Nada hacía suponer que horas atrás, se había desangrado emocionalmente.

─Peter ─la única mujer de la sala volteó su cabeza dirigiéndose hacia al amigo de su paciente. El chico abrió grandes sus ojos ─, he estado pensando en tu propuesta... ¿la recuerdas? ─Eva sintió vergüenza. Tal vez ni siquiera Peter tendría presente que la había invitado a salir. Para su alivio, el chico irguió su espalda y asintió con la cabeza.

Dio un par de pasos hasta alcanzarla.

─Por supuesto. Recuerdo que te invité a salir y que me has rechazado ─sonrió con sonrojo.

─Bueno...yo...mañana viernes...salgo más temprano. El sábado tengo guardia por la noche...─ inexperta en esta clase de coqueteos, Evangelina fui cuidadosa en sus palabras. Culpable por utilizar a McTool como señuelo, deseaba acabar con esta situación cuanto antes ─. No sé si puedes...─completó aliviando su propia tensión y rogando que dijese que no.

─Realmente no esperaba esto ─el muchacho se mostró alegre ─, pero me temo que el domingo compito y los chicos de la escudería no querrán que me distraiga en otros menesteres ─ disgustado, rascó su nuca ─. Si no te incomoda, pásame tu número. Si consigo que los ogros del equipo cedan, podría llamarte para acordar una cita.

─¡Oh, claro que sí! ─con fingida emoción Evangelina cogió el móvil de la mano de Peter para guardar su número en la agenda telefónica, la cual tardó en encontrar. 

La incomodidad en el rostro de Thiago fue evidente; tosiendo, se mostró en suma desventaja.

Mantuvo abiertas las aletas de su nariz, ofuscado. ¿Qué era lo que estaba sucediendo frente a sus ojos?

─Huster, ¿te encuentras bien? ─Evangelina avanzó en su dirección pero su marcha se vio interrumpida por la mano en alto de Thiago.

─Perfectamente. Peter, ¿no es momento de irte? ─Volaba de furia. Justo lo que quería Eva.

─Oh sí...sí...claro. Tienes toda la razón. 

El otro competidor se marchó, no sin antes saludar a Eva con un adiós, doctora.

─Dime Evangelina por favor ─aportó ella con amplia y falsa sonrisa.

"Amplia, falsa y culposa".

Thiago cruzó ambos brazos en su pecho.

─¿Qué significa todo esto? ─disparó el corredor con tono grave e intimidatorio.

─¿Perdón? ─minimizó Eva sabiendo exactamente a qué se refería.

─¿Qué ha sido ese coqueteo con mi amigo? Es... ¡inaceptable! ─Thiago aleteó cual pollo.

Evangelina rió con gracia. Había logrado su cometido.

"Maldito mujeriego, te daré de tu propia medicina".

─No comprendo por qué tendría que discutir mi vida privada con usted Huster y dado que soy una mujer sin compromisos, no tengo la necesidad de dar explicaciones a nadie. ¿Entendido? ─Thiago miró atento pero consciente de su desborde. Ella lo volvió a tratar con distancia.

─Peter es muy niño para ti. Tiene menos de veinticinco años.

─¿Y cuántos años crees que tengo yo, Huster? ¿Acaso crees que soy una roba cunas? ─ poniéndose a la par suya para que él se apoyase en su hombro y pudiera incorporarse, sintió a Thiago resoplar de bronca en su oído.

─Él no es para tí, Evangelina; tú necesitas un hombre de verdad.

De pie, frente a ella y con la muleta bajo su axila, Thiago fijó su vista en los ojos verdes de Evangelina, cargados de una fuerte molestia.

─Necesitas a alguien que vele por tí, que recoja tus lágrimas cuando estés triste y bese tus sonrisas cuando estés contenta; alguien que susurre palabras de amor en tus oídos antes de ir a dormir...

Evangelina confió en esas palabras, dejándose atrapar por el aura de Huster.

─¿Qué es lo que pretendes Thiago? ─ella quebró sus propias barreras, levantó la barbilla y clavó su mirada en la de su contrincante,la cual  la desnudaba por completo. Bajo esas cejas oscurísimas, se escondían unos ojos tan enigmáticos como penetrantes ─.No me vengas con rodeos. Yo no los necesito ─Thiago no le concedió ni un milímetro de aire.

Dejando la muleta caer en la cama, él arrebató la boca de Evangelina de una forma primitiva, animal. Rodeándole la espalda con fuerza, avanzó arrastrando el cuerpo de la doctora contra la pared, presionándola, quitándole el aliento en tanto que ella movía sus brazos espasmódicamente, con sus parpados abriéndose y cerrándose velozmente.

Con una mano apoyada en la pared para sostener su peso propio y mantener la presión sobre el de ella y la otra tomando la boca de Eva, Thiago jaló del labio inferior de la doctora con el filo de sus dientes. Atrapaba la lengua de Eva con la suya, absorbiendo su calor, su textura de seda.

Ella tendría que tener solo ojos para él, se repetía y por orgullo,se propuso dejar su huella. Por primera vez se sintió inseguro de sí mismo: ya no era el joven apuesto corredor de motocicletas, rodeado de éxitos y laureles; era un hombre abatido por un pasado sombrío, con cicatrices en el alma y en el cuerpo, que aun no era consciente de las consecuencias finales del terrible accidente en el que se vio inmerso dos meses atrás.

Su fuerza, su vigor, no serían los mismos y aquella cuota de gloria, tampoco. Regresar a la alta competición, ni siquiera parecía una opción.

Huster era una bestia en celo; con mayor fuerza de la posible, eliminaba cualquier resquicio de aire entre ambos. Eva se sentía asfixiada pero plena. La adrenalina de estar besándose en una habitación en la que cualquier podría ingresar, subió los latidos de su corazón.

Lo prohibido era un brebaje del que quería seguir bebiendo.

Agitados, respirando el mismo oxígeno, Thiago alejó su boca de Evangelina para observar la notable lujuria brotando del rostro de su doctora personal: sus ojos estaban cargados de fuego, su boca hinchada y colorada por el arrebato de sus besos y sus mejillas ruborizadas y calientes, contrastando con la porcelana blanca de su piel.

─Desde que te he visto, no puedo dejar de soñar contigo. No quiero irme de aquí Eva, no quiero ─suplicó sin dejar de mirarla.

─Entonces, quédate...─Evangelina contraatacó la quimera con otra.

Tomando distancia Thiago giró sobre sus talones y con lentitud, tomó la muleta, dejando a Evangelina inmóvil con la espalda contra la pared, tocando sus labios con sus dedos y reteniendo aquel momento repleto de pasión.

─Bajemos al natatorio, antes de que esto pase a mayores y no sea capaz de contenerme.

Abriendo la puerta de la habitación Thiago salió de ella, ante los confusos y erráticos movimientos de Evangelina, quien tomó su carpeta y apagaba el interruptor de la luz casi por inercia.

Tomando por el codo a Thiago, una vez fuera, deberían mantener el profesionalismo a pesar de las sonrisas nerviosas y las miradas a través de las profusas pestañas de Stinger.

─Vamos Huster. El agua bajará tu temperatura ─recobrando un ápice de cordura, Eva dijo a su oído aumentando las palpitaciones de su paciente, duro como piedra.

Una vez en el elevador, tres personas más ingresaron en esa misma planta quebrando en mil pedazos la intimidad del hilo invisible que los conectaba: una de ellas era una enferma que llevaba a un niño de diez años en silla de ruedas, recientemente enyesado en su pierna.

El jovenzuelo abrió sus ojos como dos monedas al ver que Huster, el ídolo deportivo de reconocida fama, estaba de pie y a su lado, sostenido por la asistencia de las muletas y la doctora a su lado.

─Stinger... ¿eres tú? ─El niño se mantuvo perplejo. Thiago se inclinó con ayuda de su doctora para saludar al crío.

─¡Choque esos cinco! ─abriendo su palma, el muchacho respondió de la misma forma . ¿Qué te ha ocurrido? ¡Has tenido mala pata como yo! ─bromeó el corredor señalando incómodamente su rodilla malherida.

─Si... ¡pero no tanta como tú! ─ambos sonrieron conscientes de la verdad ─.Los periodistas han dicho que estabas muy grave, al borde de la muerte. Pero yo te veo bien ─su inocencia les arrebató una sonrisa a todos los presentes.

─He estado mal, pequeño, pero hay Stinger para rato ─revolviendo la cabellera dorada del chicuelo, Huster extendió su cuerpo conteniendo algo de dolor, mostrándose con mayor fortaleza física de la que realmente tenía.

─¿Volverás a correr? McGregor ha dicho que no lo harás nunca más...

Mirándose entre sí, Huster contuvo la respuesta, con su debate original rondándole la cabeza. Evangelina suplicó por un no rotuno.

Un no que no llegaría en absoluto.

_____________

Ante los ejercicios más intensos, Thiago se sobre exigía obteniendo un 200% de sí mismo; no se rendía con facilidad, era un luchador nato y Evangelina estaba impactada con tan sólo mirarlo.

Al confesarle abiertamente que quería quedarse allí, él movilizaría cada centímetro de la piel de Eva, acostumbrada al dolor.

Con unos kilogramos de más, Huster lucía fibroso. Luke había hecho un gran trabajo: no sólo Thiago estaría listo para dejar sus muletas en breve, sino que además, lograría fortalecer cada músculo de su cuerpo.

Perdida en la destreza acuática de Huster, Evangelina se sintió descaradamente atraída por el pecho firme de su paciente: ancho, surcado con una fina línea de vello oscuro que se perdía en su vientre, la llevaba hacia el camino a la desventura.

En ese preciso instante, Stinger realizaba trabajos con una barra de goma inyectada blanda, levantando y bajando sus piernas, moviendo sus rodillas, sosteniéndola con ambas manos y brazos extendidos, rotando suavemente su torso.

Finalizada la rutina y echando por tierra sus pensamientos ardientes, Eva se puso de pie, como siempre, entregándole el toallón del Hospital para que se secara; mientras lo hizo con su cabello, Luke dio una palmada en la espalda, reconociendo el enorme esfuerzo que había hecho hasta entonces. Era un buen paciente, jamás se quejaba e incluso, nunca había deseado tener privilegios a diferencia de los pedidos del arrogante de Fox, que presumía bajo el nombre de Huster.

─Te movilizas con mayor firmeza, eso es muy bueno ─lo animó Evangelina concluyendo unas anotaciones en su planilla médica ─. No obstante, debes tener ciertas precauciones: te noto ansioso, y en este punto de la rehabilitación es fundamental tener autocontrol.

─¿Autocontrol? ─Thiago sonrió irónico, con las imágenes del arrebato en su habitación palpitando en sus sienes ─. Desde que te he besado he perdido por completo cualquier tipo de control ─su voz rasposa acarició el oído de ella, en alerta.

─Huster, no es ético ni profesional lo que ha sucedido. En lo que a mí respecta, te pido disculpas ─susurraba, avergonzada.

─¿Estás loca? ¿Por qué tendrías que disculparte? Yo te he incitado a hacerlo ─lentamente y sin muletas, se acercó a Evangelina dando pequeños saltitos. Le sostuvo la barbilla entre su pulgar e índice, obligándola a mirarlo ─. Sé que temes a ser descubierta por alguien de la clínica e incluso comprendo que cosas como estas comprometen tu empleo. Pero si lo deseas, pero que conste que sólo sí es lo que deseas, esta situación no se repetirá. Al menos, mientras yo esté internado aquí.

Evangelina fue víctima de un intenso escalofrío por su espalda, era ambiguo lo que escuchaba pero tampoco no tenía las agallas para preguntar qué significaría aquel "mientras yo esté internado aquí".

─Deja de mirarme de ese modo, Eva. Te he dicho que no quiero irme de aquí y cuando digo aquí, no me refiero sólo a dejar la clínica. Me refiero a Austin.

Eva voló hasta el cielo y volvió de la mano de las palabras de Thiago, quien sonrió de lado al ver que ella se sonrojaba.

─He discutido sobre esto con Willy y contrariamente a lo que él desea, me quedaré hasta finalizar por completo con mi rehabilitación. Rentaré un apartamento lo suficientemente cerca como para venir aquí el tiempo que sea necesario.

─Lo tienes todo planeado ─Eva le sostuvo la mirada, a pocos centímetros.

─Mi vida no se ha caracterizado por el orden y el sedentarismo. Viajo mucho, suelo salir por las noches y beber hasta perder la conciencia. Todo lo contrario a lo que debes hacer tú. No quiero presionarte ni decirte que seré el mejor candidato que puedes tener, pero sí que has puesto patas para arriba todo mi mundo. Si no fuera por ti hubiera mandado al demonio a Luke por someterme a estas sesiones dolorosísimas de ejercicios y no hubiese dudado ni un segundo en viajar a Los Ángeles para continuar con esto, tal como lo sugirió Willy ─Huster subió sus hombros, esperando que Eva comprendiese el peso de sus palabras.

─ ¡No quiero sentir que te he obligado a hacer nada! ─a ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Se creía responsable de exponerlo a una involuntaria encrucijada. Una parte de sí misma agradeció no ser la única que tuviese en su interior dos voces opuestas que constantemente hablaban, torturándola.

─Doc... he hecho apuestas muy estúpidas todo este tiempo e incluso, casi pierdo la vida en una de ellas. Esta vez, deseo apostar por algo nuevo...algo tan desconocido como tú ─recogió un mechón del cabello de Eva y lo colocó tras su oreja, provocándole una descarga eléctrica al mínimo roce de su dedo contra su piel ─. No niegues que no existe una conexión entre nosotros Evangelina...intentémoslo.

─¿Y qué te hace pensar que nunca hubo alguien esperando por mí, en casa? ─cuestionó, sin fundamentos.

─Porque aceptaste salir con Peter, porque me lo hubieses hecho saber tras nuestro primer beso; porque te hubieses resistido durante el segundo y ahora no estarías temblando como una hoja del miedo de aceptar que aquí sucede algo ─enumeró con sagacidad.

Eva emitió una sonrisita nerviosa. Nunca un hombre había ejercido tanto dominio mental y físico sobre ella, al menos no de una modo tan excitante.

─Dime qué es lo que temes ─Thiago le tomó el rostro entre sus manos─. ¿Temes que te lastime?

─Tal vez ─admitió Eva con hilo de voz.

─Sé que no he sido muy bueno con las promesas, pero te juro que esta vez, no será así.

¿Qué posibilidades tenia de salir ilesa de esa promesa? Arriesgar tenía sus desventajas, nadie podría saber a qué se estaba exponiendo y por un momento se preguntó si valía la pena saberlo.

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