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8

Durante los primeros días de rehabilitación, Thiago se mantuvo bajo la supervisión de Eva y Luke; con éste último estaría inmerso en la piscina del centro médico ya que le indicaba los ejercicios a realizar.

En soledad, el "niño estrella" del hospital realizaba la rutina sin las miradas chismosas y distracciones de los pacientes y empleados del centro médico tal como había solicitado William Fox. Con la aceptación forzada de Neufert, quien vaticinaba alguna que otra queja por parte de los otros internados, todos se garantizaban que la recuperación se llevara a cabo sin ningún tipo de obstáculos.

Cuidadoso en sus movimientos, cauto en sus desplazamientos, Huster no debía rotar su cadera más de noventa grados ni imprimir exagerada carga sobre su hemisferio operado.

Estaba siendo reeducado en su manera de andar con el objetivo de obtener la estabilización de la cadera lesionada y su pierna fracturada. El agua le ayudaría a no tener que soportar peso extra agilizando la recuperación de las extremidades afectadas por el accidente.

Labor de Luke sería configurar una serie de ejercicios para fortalecer la zona lumbar y abdominal, bastante doloridas a juzgar por su posición en la cama y resentidas, desde luego, tras la escasa movilidad de Thiago.

Si bien los primeros días posteriores a la intervención él realizaba algunas tareas para no perder movilidad, aquellos trabajos eran sectorizados. Focalizándose primero en su clavícula, luego en su pierna, recién a estas alturas podían pensar en una recuperación conjunta.

Alternando el uso de la muleta, su brazo sano se relajaba repartiendo sus más de ochenta kilogramos en dos.

Evangelina supervisaba los movimientos de Thiago, disminuyendo poco a poco los calmantes suministrados: las heridas estaban totalmente cicatrizadas, la prótesis perfectamente aceptada y su masa muscular tonificándose gracias a la rutina.

Eva solía sentarse en una silla cercana a la piscina en la cual se realizaban los ejercicios. Desde allí tenía una vista privilegiada de cada uno de los músculos que se entrenaban en sus sesiones jurando que su paciente había ensanchado su caja torácica.

Cubierto por un albornoz de la clínica y un bañador oscuro suministrado por el hospital, la doctora sostenía la prenda de toalla mientras se llevaba a cabo la terapia de rehabilitación.

Por momentos presionaba el paño con fuerza acomodándolo sobre su regazo, como si la piel del propio Huster estuviera junto a ella. Ese hombre irrumpía en su mente de una forma descarada e infantil.

Habían pasado más de dos meses del ingreso del motociclista al Centro Médico y Evangelina tenía presente que estaban inmersos en una carrera contra el tiempo: en una semana se llegaría al alta ambulatoria y de ese modo, aceptación de Huster mediante, su recuperación en Austin formaría parte de las noticias.

Un beso acalorado echaba por tierra cualquier segunda intención; ambos debían comprometerse a tener una relación meramente profesional. Eran adultos y se debían respeto mutuo como así también, conservar la investidura del centro médico que albergaba a Huster.

Tras la sesión de esa tarde, tocando las 18.30hs., fue turno de regresar a la habitación. Como era de esperar el fisioterapeuta auxilió a su paciente para salir de la piscina, sitio desde donde lo esperaba Evangelina con el mullido e inmaculado toallón.

Stinger agitó su cabello y luego lo frotó contra la superficie afelpada. Posteriormente, recibió de parte de su doctora el albornoz con el que se recubrió.

─¡Lo has hecho bien campeón! ─Eva guiñó su ojo obteniendo el pulgar hacia arriba de su paciente.

Con la boca reseca como cada tarde, observó las maniobras de Huster para incorporarse y manejarse por sus propios medios. Avanzando favorablemente, él se sentía animado.

Una vez en el elevador la sonrisa de Eva no se retiró; sin dudas, había sido un excelente día en la recuperación de Thiago. Balanceándose de atrás hacia adelante, festejaba en silencio que el campeón estaba cada vez más cerca de ganar esta carrera.

Contenta, ansiaba felicitarlo dándole un gran abrazo, frotando su espalda, reconociendo su gran esfuerzo pero mientras estuviese Luke entre ellos se antepondría la formalidad de unas escasas palabras y una arenga contenida.

Al llegar a la segunda planta, Luke alcanzó a Huster a la habitación en su silla de ruedas. Eva le cedió las muletas y Thiago hizo el resto.

Con estudiado cuidado se tumbó en la cama, exhausto.

─¡Estoy agotado! ─exhaló, bebiendo directamente desde la botella de agua que Luke le facilitó.

─Lo estás logrando. De hecho, es muy probable que la semana próxima estés fuera de aquí para continuar con tu recuperación en Los Ángeles.

Thiago la observó con ligero desdén, con la molestia de saber que Fox presionaría al máximo para que aquello sucediera. El malhumor constante de su manager, se lo dejaba de manifiesto cada vez que lo visitaba.

Hablando de Fox, éste irrumpió en la habitación de Huster sorprendiendo a propios y extraños por su arrebatada e inoportuna aparición.

─¡Stinger! ¿Cómo has estado? ─el viejo se había mantenido bajo la sombra por más de dos semanas. Thiago olfateó que algo se tenía entre manos.

─¡Willy, pensé que te habrías olvidado de mí! ─fue sarcástico, pero amable. Lo estimaba mucho a William y le estaría eternamente agradecido por tenerlo bajo su ala cuando nadie deseaba lidiar con un joven descarriado como él.

Evangelina aclaró su voz, carraspeando adrede.

─Creo que tienen mucho por hablar, lo mejor será marcharme ─tomando distancia de la cama, llegó hasta la puerta con un recordatorio pendiente ─: por favor Fox, recuerde que en veinte minutos finaliza el horario de visita ─determinante, no dejó lugar a la duda, siguiendo el consejo de Neufert.

Mostrarse dura, era una muestra de carácter al que Fox tendría que acostumbrase.

─¿Vendrás más tarde? ─en voz alta y asomando su cabeza por detrás del físico de Fox, sentado frente a él, hundiéndose en el colchón, preguntó con ceño comprimido y tono excitado.

─Mi turno ha finalizado ─sonrió ella ─.Nos veremos mañana ─acusó cerrando la puerta, saliendo de pésimo genio y sin dirigirle la palabra a nadie en todo el trayecto que tuvo hasta su apartamento.

Allí, estresada, rompió en llanto.

La angustia rodeaba su cuello, con sus músculos doloridos por el desconcierto de desear a alguien que no le convenía. Identificándose con el padecer de su paciente, mortificándose por su pasado de mujeriego y con la realidad latente de su traslado, debía reconocer que el vacío inexplicable de su corazón, se estaba llenando gracias a la atención (exagerada) puesta en Huster.

Con el llanto a flor de piel, se deshizo de sus prendas para ir por una ducha que acallase su queja, que aliviara su inconcebible pena. En su mente recreó cada uno de los músculos de Thiago, cómo se contraían y expandían al ejercitarse; la forma en que su rostro se tensaba soportando el malestar y las pequeñas líneas color nácar que surcaban su ceja, su hombro, su cadera, su abdomen y clavícula.

Desafiando sus límites éticos y morales, ella aceptaba que Thiago era encantador, seductor y con un carisma envidiable. Cotilleos sobre sus palabras subidas de tono hacia las enfermeras, sin embargo, enturbiaban la perfecta imagen que se compondría de él.

Si eran o no ciertas, quedarían en el armario de las dudas, sin descartar que era un seductor furtivo. El desencanto por no poder dar el siguiente paso, era acaso tal vez más fuerte que la desilusión de no haberlo intentado.

Abrazando el fracaso, se había jurado no comprometerse más de la cuenta con Huster. Patética, sentía que su vida cobraba sentido después de tanto tiempo, en manos de un deportista que seducía a cuánta mujer se le cruzaba y con un futuro lejos de Austin.

Todas las mañanas despertaba pensando en él, en su rutina de ejercicios, en sus gestos, en cambiar su alimentación y darle algún que otro gusto en su almuerzo...pero ¿a cambio de qué?

De absolutamente nada.

En los próximos días Huster abandonaría el hospital y ella de vuelta a su rutinaria vida.

Thiago significaba la bocanada fresca que tanto necesitaba; una mezcla de adrenalina, sensualidad, ternura y compasión. Sus bromas, su voz gruesa y aterciopelada, eran el combustible que su pequeño motor requería para funcionar de buen humor durante su jornada laboral.

Sentada en la bañera, tomando ambas rodillas con sus brazos y llorando hasta el hartazgo, Eva, por primera vez tomó verdadera dimensión de la soledad que la rodeaba.

Porque así estaba ella. Sola. Sin futuro. Sin planes.

Con casi tres décadas en su haber y el engaño de Christian, su autoestima, su confianza y su amor propio estaban arruinados. Repeler a los hombres y mostrarse con una coraza, era su estúpido mecanismo de defensa.

Encontrándose frente a un muchacho viril, con convicciones, aguerrido, sincero y con un pasado turbulento que lo hacía aun más fuerte, se confrontaba con el sentimiento que anidaba dentro de ella.

Huster era un amor platónico, adolescente y casi, imaginario.

Con la poca voluntad y energía que quedaba en ella decidió que lo mejor era seguir adelante; a los trompicones, reconociendo sus debilidades y aferrándose a sus, pocas, fortalezas.

Ella también tenía fantasmas por enfrentar, sombras que aparecían por las noches dejando su alma desnuda. Con el cabello empapado, una remera holgada y unos pantalones de franela bastante maltrechos, cogió un banco de madera el cual la ayudaría a rescatar una caja con varias pasadas de cinta adhesiva por arriba.

Cerrada desde su mudanza de Brownwood, varios meses atrás, no la había ni siquiera rozado más que para esconderla donde no la tuviese a mano.

Presionando con fuerza la punta metálica de un bolígrafo, rasgó las tapas de cartón para sumirse en su oscuridad más profunda. Debía afrontarlo y aceptar que aquella era parte de su historia.

Debía llorar por ello, hacer su duelo. Permitírselo y dejar de ocultarlo con una capa de fingido olvido.

De a poco, con la resignación como una pesada carga sobre sus hombros, inspiró profundo. Largando el aire desde dentro de sus pulmones, comenzó a viajar hacia el pasado. Unas hojas mal dobladas y un tanto amarillentas enumeraban nombres de niña, asomando por entre la caja.

"Nina".

Sonrió al leer ese nombre, escogido desde una vasta nómina. Recorriendo su caligrafía con el dedo, sollozó con las ilusiones revoloteando en su cabeza como un carrusel.

Plegando esa hoja la dejó de lado para continuar por otra; grapadas entre sí, varias hojas de tamaño más pequeño, contenían otros textos. A modo de diario, Evangelina se confesaba.

"...serás el tesoro más grande que conservaré para mí (...) has llegado para iluminar mi vida en sombras (...) Aun no te tengo entre mis brazos, pero ya te amo de principio a fin..."

Las lágrimas fluyeron por sus mejillas como previó, encontrando a su regazo como destino final. Sentada frente a ese puñado de palabras, el desencanto de lo que no sería, recrudeció su dolor.

Sus manos temblaban, el sudor recorrió su espina quemándole la piel. Sus párpados hinchados, su boca colorada por una posible fiebre, atentaban contra ella.

Nina había llegado a su vida como el sol de la primavera, inundando de luz su presente. Durante muchos años había soñado con su rostro, con sus mejillas rosadas y sus manitas pequeñas.

Mil veces pronunciaría su nombre antes de tenerla en su cálido pecho, fantaseando con verla correr en el parque, junto a otros niños. Desplomándose sobre el colchón, perdió su mirada en el blanco techo pensando en su rostro, dibujando con su mente como quien ve las nubes en el cielo y forma figuras.

Llevó el papel hacia su vientre plano, sobre el cual yacían unas imperceptibles estrías de un embarazo de treinta semanas y un parto prematuro. Formando un ovillo con su cuerpo, volteándose de lado y retorciéndose de dolor, el cansancio finalmente le ganó al llanto para concederle la posibilidad de caer rendida en las redes de un sueño profundo.


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