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─Thiago, has sido todo para mí...pero ya no. He querido decírtelo antes, pero no me atreví ─Molly se deshizo en lágrimas.
─¿Adónde vamos mami? ─La voz dulce de Cindy se colaba entre los gritos de su madre y pedido de explicaciones de Thiago.
─A lo de la abuela mi amor. Papá necesita pensar y quedarse solo aquí. Ve arriba y recoge tus cosas ─ordenó Molly y su pequeña hija, obedeció.
Este diálogo, las lágrimas de Cindy, los chirridos de las llantas de la Land Rover de Molly...fuego, corridas, ambulancias, doctores, alarmas, sangre.
Esta secuencia tenebrosa de imágenes en blanco y negro como en una triste película, eran recurrentes. Por más de ocho meses lo perseguían sin darle tregua y ahora, tampoco era la excepción. Transpirando, abrió los parpados ante la oscuridad de la habitación; con ojos llorosos, agitado, adolorido, volvió en sí.
La pesadilla. La muerte de Molly. La muerte de Cindy.
Su propia muerte.
─Huster... ¿se encuentra bien? ─Dorothy aproximó unas compresas de agua fría para posarlas en la frente de su paciente ─.Ha estado muy sedado, es comprensible que tenga algo de fiebre y delire ─la mujer intentaba reprimir el quejido de Huster.
Aun con poco aliento, perturbado y afligido, Thiago volteaba sus ojos, sus párpados temblequeaban, intentando enfocar su mirada en el rostro de la mujer que le hablaba. Finalmente, lo conseguiría tras mucho esfuerzo.
─¡No!... ¡no!.. ¡Ella no! ─repitió él desconsoladamente con dificultad y levemente ahogado.
─Tranquilícese. Ha sido un mal sueño ─la mujer continuó presionando las gasas embebidas en agua helada.
Huster bien sabía, aun en su estado de semi conciencia, que eso distaba de ser un sueño. Hubiera sido capaz de dar su propia vida en lugar de la de Cindy .
"Si tan solo hubiera impedido que Molly la llevase, si hubiese detenido su marcha impidiendo que manejase en esas condiciones..."
Los recuerdos se entremezclaron con pinturas borrosas del día anterior en la que creyó haber muerto. Por desgracia, aun no sería momento de encontrarse con la pequeña Cindy.
"Todavía no papá" juró haber escuchado con las voces de numerosas personas agolpándose en sus oídos y el piquete de las agujas en sus venas. Tampoco estaba lo suficientemente lúcido para saber si aquella imagen de la doctora que lo había ido a visitar, se condecía con la realidad.
Ella le había tomado su mano, provocando en él un cosquilleo eléctrico que despertó todos sus sentidos. Le masajeaba las falanges alejando el terrible dolor de su cuerpo, sumergiéndolo en una tranquilidad extraordinaria.
Recordó la humedad en sus labios cuando con gentileza ella presionó una mota de algodón en su sedienta boca. Un leve abrir y cerrar de ojos le bastarían a Thiago para reconocer su piel lozana, cabellos oscuros y unos redondos ojos verdes. Su boca, su voz, eran capturadas por un barbijo.
Esos segundos fueron suficientes para aquietar su corazón, un corazón maltrecho que no conocía de paz desde el momento en que conocería a Molly y mucho menos, desde el accidente.
Molly era temperamental pero también una mujer sencilla que se había acostumbrado a vivir el alocado ritmo de Huster el cual se daba entre estaciones de televisión, países de todo el mundo y circuitos profesionales.
Molly era hija de Nadine Corbin, madre soltera y dueña de una pequeña tienda de antigüedades en Pasadena, con igual fama de ligera que su hija. Los trascendidos aseguraban que nadie conocía al verdadero padre de las hermanas Molly y Madeleine.
Envueltos en una relación con altibajos constantes, Molly y Thiago se juraban amor eterno noche tras noche como algo sistemático, sus discusiones terminaban en tórridas sesiones de sexo y en reproches sin sentido.
─Vamos Huster, no intentes moverte...pronto sanarás y estarás en pista nuevamente ─el arrullo cordial de la mujer bajita le inspiró confianza y tranquilidad. Sin embargo, deseaba tener a su lado a la doctora de voz celestial.
Thiago cooperó y con lentitud abrió los ojos, algo resecos y molestos por la luz artificial de la habitación. Sin registrar momento del día, todo era vertiginoso.
─Cuán...to─ balbuceó─... ¿tiempo? ─le costaba inspirar a través de la mascarilla y cada vez que lo hacía un puñal parecía clavarse en el medio de su pecho.
─¿Cuánto tiempo llevas aquí? ─Dorothy tenía el decálogo de las preguntas clave.
─S...sí ─asintió con dificultad.
─Casi cuarenta y ocho horas ─no tanto como pensaba.
"Willy estará volviéndose loco."
─Vi...si...tas ─su garganta le raspaba y el movimiento de aire en su pecho presionaba sus maltrechas costillas flotantes. Necesitaba saber, hablar, confirmar si había estado envuelto en una pesadilla o si era cierto que Dios le daba una segunda oportunidad.
─Pocas y muy ávidas de verlo, Huster. Lamentablemente, los horarios son muy restringidos y dado el estado de intranquilidad de las personas que se han acercado, su doctora ha preferido que hasta que no pasen las horas más críticas y sea trasladado de la Unidad de Cuidados Intensivos, se mantenga en soledad.
Efectivamente, Willy estaría caminando por las paredes de la Clínica. Un importante contrato con una empresa de indumentaria deportiva ansiaba su imagen para la próxima campaña de otoño y estaban en vísperas de definir su, de seguro, abultado cheque.
A juzgar por sus dolores y por la gravedad de su accidente, no sería difícil encontrar a alguien en mejor situación física que lo reemplazara de inmediato.
─Oh, aquí ha llegado ─la enfermera se puso de pie y sin siquiera abrir los ojos nuevamente, Thiago supo quién estaba ingresando a la habitación.
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Apenas vio la cantidad de periodistas que rodeaban el ingreso al St. Davids, Eva deseó salir corriendo. Tendría que asimilar, contra su voluntad, que atender a Huster venía acompañado por un detalle extra: su fama.
Bajó del taxi que todas las mañanas la trasladaba hasta allí religiosamente, inspiró profundo y rogó que nadie la reconociera. Con suerte ganaría tiempo dentro del Hospital pudiendo elaborar un parte de novedades decente para aquietar a las fieras que se agolpaban en la entrada del Centro Médico.
La noticia del accidente de Thiago Huster y Dallas McGregor no trascendería al instante, puesto que ninguno de los dos equipos deseaba formar parte de semejante escándalo y mucho menos atribuirse la irresponsabilidad del caso, pero como era de esperar, la información se vendería como pan caliente y a primera hora del día siguiente las portadas de los tabloides más reconocidos del país, recogieron la noticia como primicia absoluta.
Eva pensó entonces en alguna estrategia para pasar desapercibida: la entrada principal era una locura; colapsada por los paparazis, la atosigarían a responder algo sobre la salud de los deportistas. La entrada de servicio, la de ambulancias, fue la alternativa más efectiva de momento.
Escondiéndose tras sus gafas ahumadas y caminando con ligereza, se dispuso a perpetrar su plan para cuando éste se vio afectado por un detalle: Karen, la enfermera, salió a fumar un cigarro. ¡Vaya puntería!
─¡Doctora Züberteins! ─La morena la saludó desde lejos y efusivamente a la médica, advirtiendo a uno o dos reporteros que platicaban cercanos al acceso de emergencia.
─Me las vas a pagar... ─masculló la profesional al quedar envuelta en una nube de periodistas que prontamente la rodeó, tal como ella buscaba evitar.
Armándose de paciencia detuvo su marcha, dispuesta a responder lo justo y necesario, sin detalles comprometidos ni escabrosos que le trajesen problemas.
─¡Doctora Züberteins!, ¿cómo se encuentra el gran Ccmpeón Thiago Huster? ,¿Y Dallas McGregor? ─preguntaron los de algún diario deportivo mientras otros micrófonos golpeteaban todo su cuerpo.
Aun midiendo más de la media, sintió que los reporteros la tapaban por completo.
─¿Es cierto que Dallas McGregor y Thiago Huster se enfrentaron a golpes de puño antes del accidente? ─los de las revistas de espectáculos fueron más allá de la información sobre su salud,.
Enfrentando una pregunta tras otra, sin siquiera tener tiempo para respirar, no pudo responder hasta que levantó ambas manos, logrando algo de silencio para hacerlo.
¿Cómo hacían los actores de Hollywood para soportar tal asedio?
─Ambos se encuentran estables. En una hora más brindaré un breve parte médico en la entrada principal de la clínica. Por favor, sean organizados y responderé las dudas. Ahora, por favor, permítanme ingresar para ver a mis pacientes.
Abriéndose paso con fuerza, Evangelina logró entrar ante el asedio del periodismo, que no conforme, seguía lanzando preguntas al aire.
─Los medios no son lo tuyo ─sonrió Heidi, la recepcionista, mientras Eva acomodó sus ropas ultrajadas por el tumulto.
─¡Están como locos por este Huster!, ¿tan importante es?
─Observa estas fotografías ─la blonda se abanicó con la mano ─.Después de ver esto, me apunto a la carrera de medicina para atenderlo ─lanzó una carcajada irónica y estridente ─.¡No hay músculo que no tenga tallado, querida!
Heidi le entregó en mano un periódico cuya portada tenía como eje el accidente del día anterior. Evangelina apoyó su pesado bolso sobre el mostrador en el que atendía la cuarentona empleada para leer: "Grave incidente entre los corredores Dallas McGregor y Thiago Huster casi termina en tragedia."
─Hay más dentro ─insistió la recepcionista notando el desánimo de la doctora.
Evangelina hojeó el matutino hasta promediar el cuerpo del periódico para cuando sus hojas citaron una reseña de la vida del pentacampeón de motociclismo. Siguiendo con el dedo las frases de su historia, la nota alternaba fotografías de diferentes tamaños y momentos de la vida del deportista: un joven Thiago de dieciocho años, alzando su primer trofeo, era la más grande e imponente de todas. Su cabello lucía desordenado y por sus hombros y su sonrisa prometía ser avasallante.
"Mientras él era campeón yo me liaba con el idiota de Christian", trazó un ingrato paralelismo con su viejo presente.
Otra imagen con el padre, en la que alcanzaría unos veinte años y una en donde era llevado en andas por sus compañeros de equipo con su torso desnudo, acompañaban el texto restante.
La hoja siguiente no era muy distintas a las anteriores ya que destacaban los lauros y los vaivenes amorosos del motociclista: alguna que otra fotografía con juveniles promesas del modelaje o la actuación causaron que Eva parpadease sorprendida preguntándose dónde había estado ella todo este tiempo que no tenía presente el historial de conquistas de este muchacho.
Pero luego, al pie de la hoja central, dos imágenes supieron erizarle la piel: la primera tenía de protagonista a una niña pequeña, probablemente de unos cinco años con largas trenzas y muy rubia quien tomaba del cuello y le daba un beso en la mejilla al deportista.
En shock, Eva recordó el anuncio publicitaria de un perfume masculino con motivo del "Día de los Padres".
"Huster es el de la gráfica", se dijo en silencio, recordando algún cartel a la vera de la carretera. Una última no mejoró su desconcierto: "La peor derrota", profesaba la letra chica debajo de la fotografía de Huster, con gafas oscuras y vestido íntegramente de negro.
"El múltiple campeón de 250 cc despide los restos de su hija Cindy."
Como una estatua, llevando la mano a su boca horrorizada, Evangelina miró a Heidi con asombro y con el estómago revuelto. ¿Cuándo habría sucedido tal tragedia?
Las palabras de Neufert con respecto a la dura vida del corredor comenzaron a tener sentido. Su retiro de la alta competición tan tempranamente, en el mejor momento de su carrera profesional, cerraba un círculo, hasta entonces, abierto.
Ella tragó con dificultad, algo sofocada. Acto seguido devolvió el periódico a la recepcionista con rostro compungido y se dirigió a la sala de médicos en silencio, apabullada y con un ardor en su pecho difícil de explicar.
Una catarata de lágrimas la inundó por completo. Su esternón se comprimía impidiendo el paso de aire por su garganta, haciéndola sentir enferma. Thiago había perdido una hija. Y eso era, a su entender, el dolor más grande del mundo y también la injusticia más terrible sobre la faz de la Tierra.
En un acto reflejo, Evangelina plegó sus rodillas pisando las sillas y abrazó a su vientre, para mecerse en un movimiento compulsivo.
Respirando con nerviosismo, con los ojos cristalizados por el dolor de la pérdida, se dijo que debía alejar sentimentalismos.
Secó el llanto con el dorso de su mano, fue hacia el estrecho lavabo de la sala para aclarar su rostro y se vistió su chaqueta blanca. Inspiró profundo; su vida siempre estaría rodeada de tragedias, incluso, la carrera que tanto amaba y de la cual no se arrepentía en absoluto.
Exhalando hondo, Eva sabía que su misión en esta vida era ayudar. Y Thiago era uno de quienes necesitaban de ella.
A pocos metros de la puerta de la habitación 70 de la UCI, un hombre sexagenario con facciones similares a las de Huster platicaba con un joven de mitad de su edad.
Evangelina se acercó pausadamente, concluyendo con su análisis a la distancia.
─¡Le he dicho que no entrara en esa absurda provocación, pero no ha querido escucharme! ─repetía el joven una y otra vez al hombre mayor.
La médica se acercó a la dupla.
─Buenas tardes y disculpen la interrupción ─se dirigió a los hombres, quien silenciaron de inmediato ─.Yo soy la doctora Evangelina Züberteins, responsable del seguimiento y control de la evolución de Thiago ─extendió su mano y completó ante el asombro de ambos, cortos de reacción.
─Oh...quizás...yo pensé que alguien más experimentado estaría al frente de esta situación. Me han hablado del Dr. Neufert...y aparece usted...¡sin ofender! ─sin dudas era el padre de Huster quien gesticulaba nervioso por confesar sus pensamientos; sus ojos oscuros y su piel aceitunada lo delataban.
─El doctor Richard Neufert es mi jefe y formamos parte del mismo equipo. Coordinamos conjuntamente la intervención de Huster y él me ha dejado a cargo de su recuperación. Confíe en mí. Le aseguro que haré lo mejor.
─Bu...bueno... ─el hombre aún se mostró resistente a su presencia.
─¿Usted es...? ─Evangelina lo miró fijo, intimidándolo.
─Disculpe mi falta de modales ─sonrío con un resabio de inquietud en sus manos─, soy el padre de Stinger...perdón, de Thiago. Jeremy Huster, a su disposición ─ el hombre saludó más relajado; para entonces, el aire se había descomprimido.
─Y yo Peter Mc Tool, compañero de trabajo de Huster ─el rubio la estaba mirando con impertinencia. Era atractivo pero sin llamar la atención de la doctora quien los retiró del corredor para hablar del estado de su paciente.
Segura y específica, Evangelina les repitió aquello que horas atrás habría conversado con William Fox, manager de Huster. A diferencia de la reacción soberbia de Fox, el padre del corredor y su compañero, coincidían en que lo mejor era respetar los plazos médicos estipulados y que colaborarían en todo lo necesario para garantizar su recuperación.
Gustosa por la respuesta de ellos, ella no tuvo más remedio que despedirlos.
─No obstante y a pesar de haber reaccionado bien a los efectos de la anestesia y a la prótesis de cadera, lamento mucho que aun no puedan ingresar a verlo. Quizás mañana cuando la doctora Parker, jefa de esta Unidad, verifique que está todo en óptimas condiciones y su hijo pueda ser trasladado a terapia intermedia, sin dudas tendrán la posibilidad de ingresar y pasar tiempo a su lado.
Saludándolos con la frente inclinada y recibiendo el agradecimiento de Jeremy Huster, giró sobre sus talones para cuando Peter se acercó y tocó a su hombro, en un contacto incómodo para Eva.
─Doctora, sé que es difícil que me responda esto a estas alturas pero...─Peter reprimió palabras antes de preguntar, eligiéndolas con delicadeza ─.¿Thiago volverá a caminar?
Era evidente que la información sobre la gravedad de las lesiones de Huster, llegarían lejos. Alguien estaba inmiscuyéndose, entregado información a expensas de la confidencialidad del caso.
─Mc Tool, es complicado analizarlo ahora mismo. Todo ha evolucionado favorablemente, Thiago ha resistido a las operaciones y su reacción posterior a la anestesia fue más que exitosa. Es sólo cuestión de tiempo. Su columna estaba comprometida, es cierto, pero no encontramos lesiones que prevean semejante fatalidad. Ahora, si me permite, debo continuar con su seguimiento ─Eva dirigió una media sonrisa y avanzó hacia la habitación, en clara despedida, para encontrarse frente a la única barrera que lo apartaba de Huster: la puerta.
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