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26

─¡Mmm este risotto está delicioso!¡Es tu mejor plato! ─ comiendo con gran entusiasmo Huster reconocía la buena mano de Eva.

─Gracias, habrás notado Catherine suele dejarme comida pero en cuanto puedo me encargo yo mismas de la cocina. Y sí, este es "mi" plato ─ asintió con una sonrisa, bebiendo el exquisito borgoña ligero adquirido por él.

─Cuéntame más. Cuéntame sobre ti.

─No sé qué podría interesarte de mí ─ sonrió nerviosa, sorprendida por la pregunta.

─Sinceramente, nada; estoy aquí solo para acostarme contigo ─ soltó Huster con seriedad; acto seguido rió estruendosamente.

─¡No seas cruel Huster!¡Aun tengo tus caderas en mis manos!

─Doc, tienes más que mis caderas en tus manos ─ el corredor asumió con cautela, inclinando su torso sobre la mesa servida, entregándole un cariñoso beso en la frente.

─Muy romántico de tu parte Huster...muy romántico.

─¿Crees que no puedo hacerlo mejor? Te he enviado flores, cosa no menor─ bebió un poco de vino─. Jamás he comprado flores ni ropa íntima.

─¿No?¿Ni siquiera a Molly?

─No, ella no era una mujer muy convencional que digamos. Prefería otra clase de obsequios. Cosas más valiosas, por así decirlo.

Eva deseaba escuchar sobre la mítica Molly, aquella mujer por la que él había perdido la cabeza y con quien se había casado siendo muy joven, con un embarazo a cuestas. Contra cualquier pronóstico y arengado por el alcohol y la intimidad alcanzada hasta entonces, Thiago comenzó a dilucidar el misterio.

─La conocí en un bar, en un festejo organizado por Willy y los chicos tras ganar un campeonato─ sonrió, con el recuerdo en sus labios.

El voluble Huster entraba en acción; de estallar en carcajadas, ahora era pura nostalgia.

─ Molly era preciosa, una mujer muy llamativa ─ inspiró, con la mirada perdida─. Era una chica fácil, nunca quise asumirlo, pero así lo era. Era conocido que saltaba de cama en cama hasta que prometió amarme para toda la vida. Y no resultó del todo cierto.

─¿Por qué lo dices?

─Porque no sé si alguna vez me ha amado.

─Pero han tenido una preciosa niñ a─ Evangelina intentó apaciguar el dolor del relato junto a una caricia.

─Eso no significa que me haya amado, bonita.

Tenía razón. Ella había transitado por una situación similar.

─Comprendo y lo siento. Es que a veces me cuesta entender cómo la gente se enamora o desenamora tan fácilmente ─ Huster sintió un fuerte dolor en el pecho al oír esa verdad que le cabía a ambos.

─Quizás nunca fue amor verdadero, ¿tú lo has sentido?

─No, pero lo supe a medida que maduré ─ ahora mismo lo siento y gracias a ti ─. Me he casado creyendo que estaba enamorada de Christian; sin embargo, resultaría no más que cariño, mezclado con algo de sexo. Él había sido mi único novio desde entonces, nos conocimos de adolescentes; nuestras familias se agradaron de inmediato por pertenecer al mismo círculo social. Todo parecía fácil, previsible y sin altibajos.

─Tu hermana ha sido la rebelde.

─Exacto. Y deduzco que por eso, es tan feliz.

─¿Alguna vez has hecho algo sin que te importe el después? ─incisivo, Huster daba en el clavo. Eva meditó por un instante, teniendo la respuesta más rápido de lo imaginable.

─Venir a Austin.

─¿Venir a Austin?

─Sí. He vivido algún tiempo en Houston y luego en Brownwood con mi hermana hasta que Richard Neufert me ofreció un puesto dentro de su equipo en el St. Davids. Fue para entonces cuando supe que era el momento de encaminar mi vida, tomar el control de ella y virar hacia otro rumbo.

─Has sido valiente...dejaste tu pasado, tu estabilidad.

─Te equivocas Huster, nunca dejamos nuestro pasado del todo, simplemente aprendí a convivir con él ─ agobiada, con un sollozo en la garganta lo miró fijo ─. Si permanecía mucho más tiempo en Brownwood mi vida se estancaría y no estaba dentro de mis planes ser una perdedora eternamente ─ ella resopló por la nariz, vencida por el dolor.

─¿Qué pensaron tus padres? ─ Thiago le acariciaba su mejilla, tierno.

─ Que fracasaría. Me he recibido en Harvard y venir a Austin suponía un retroceso estrepitoso. Mi relación con ellos no es muy buena, mucho menos desde que mi hermana se casó.

Huster escuchaba atento. Recibiendo un beso en la palma de su mano, Eva bajó de la banqueta para llevar la vajilla al fregadero.

─Molly era cautivante ─ soltó Huster, rompiendo el súbito silencio─. Aunque yo tampoco estoy seguro de haberla amado incondicionalmente ─ Eva dejó caer un plato enjabonado cuando oyó aquello. ¿Ella no había sido su gran amor? Aquella resultaba ser una confesión que no creyó escuchar jamás ─ . Creo que la he idealizado. ¿Sabes? No negaré que siempre he tenido éxito con las mujeres, pero algo mí ha sido lo suficientemente inseguro como para aferrarse a ella pensando que era la única capaz de hacerme feliz. Era bonita, divertida y ha sido mi compañera durante mis interminables giras de campeonato. No cualquiera lo soporta. Ella lo hizo y yo sobrevalué ese esfuerzo.

La doctora continuó de espaldas a él, tragando con fuerza.

─En ella existía una dualidad bastante perturbadora ─ reconoció el corredor mientras se servía otra copa de vino el cual guardó en la nevera a posteriori. Acercándose a Evangelina  se preparó para la confesión más dura─: Molly tenía serios problemas con las drogas. Las usaba frecuentemente y cuando creí que por fin las dejaría, por el bien de su embarazo, no fue así. Cindy nació antes de lo previsto, de hecho.

Envuelta en el dolor ajeno, Eva volteó para encontrar a un Thiago doblegado, con la copa en su mano y abatido; conteniendo sus lágrimas se entregaba a ese oscuro relato.

─ Por mucho tiempo me culpé por haberla incitado a Molly a que se fuera de casa, incluso en esa fatídica noche en que ambas murieron. Fueron muchos años de terapia y un gran camino, reconocer y admitir que fue ella quien arrastró a Cindy hasta el auto, condujo ebria y bajo una tormenta de perros.

Sin poder evitarlo, Evangelina dejó que el llanto la alcanzase a ella también. Tapándose la boca ante el espanto, escuchó cada palabra.

─Esa noche dije cosas horribles, no estaba en mis cabales ─ tomando distancia de su doctora, él fue hacia el amplio ventanal abandonando su mirada en la oscuridad de la noche, a tono con la sombra de su corazón.

Evangelina avanzó, tomándolo por detrás, apoyando su mejilla contra su espalda. Inspiró profundo, saturando su nariz de aquel aroma a Stinger.

─ No es justo que te martirices. Lo hecho, hecho está y no podemos retroceder el tiempo. Nos equivocamos, acertamos, volvemos a tropezar...la vida está repleta de malos momentos; la clave está en dejar atrás y aprender de ellos, para construir unos buenos que sean mejores.

Huster suspiró profundo y presionó contra su pecho las pálidas manos de Eva.

─Tienes corazón después de todo Huster, no te rehúses a admitirlo ─ sonrió con la mejilla aun apoyada en él.

Thiago giró despacio, con denostada lentitud, rodeando el cuerpo de Evangelina.

─Eres tan sensible... ─ le acunó el rostro a su doctora, con el afán de recordar cada línea de su fisonomía para siempre.

─ Yo también te quiero.

____

De pie, observándose como dos desconocidos, sonriendo como adolescentes, se quitaron sus ropas.

La sudadera de manga corta gris de Huster cayó al suelo sin mejor propósito, dejando al descubierto su torso perfectamente delineado. Eva trazó entonces una línea imaginaria entre sus abdominales, recorriendo íntimamente cada pequeño cuadradito en el que se dividía su tallado cuerpo.

Huster se regodeaba al ver el redondeado rostro de su doctora, su sonrisa aniñada, sus ojos tan particulares y su nariz pequeña y respingada.

Con dedos entrenados y siempre dispuestos, él desprendió los botones de la blusa negra de Eva, sin perder de vista cómo se le agitaba su pecho al abrir cada broche.

─Llevas la lencería que te he comprado ─ susurró Thiago ardiendo por semejante descubrimiento.

─Me encanta el efecto que provoca en tí ─ asumió extasiada.

─Quiero hacerte el amor, Evangelina, dulcemente. Deseo que me sientas dentro, poseyéndote con suavidad─ absorbiendo su tono seductor, Eva inspiró sus palabras, haciendo carne de ellas, empapando cada poro de su piel, viviendo cada instante con intensidad.

La blusa oscura descendió por sus hombros hasta acurrucarse como un trapo viejo a sus pies; Huster bajó lentamente, posando sus manos en las caderas femeninas listo para bajar la cremallera de sus jeans.

Descendiéndolos con lentitud, pero con cuidado, aquellas bragas dejaban a la fantasía lo que ocultaban; el fino encaje rojo sangre era la barrera que separaba a Huster y a Eva del mismo placer.

─Me consumes por dentro ─ gruñendo, Eva masculló con sincero dolor.

La risa maliciosa de Huster agudizó aun más la terrible sensación de necesidad; la doctora lo quería dentro de sí, cumpliendo con la promesa de hacerle el amor tiernamente, como nadie hasta entonces lo había hecho.

Tomando su mano, él invitó a que Evangelina diese un paso al frente para desproveerse de sus pantalones, agolpados en sus tobillos. Tapada con aquellas piezas de encaje, fue observada minuciosamente por Huster desde sus profusas pestañas oscuras, comiéndola con la mirada, anhelando ahogarse en aquel océano personal; podía jurar que ahora sus ojos no eran verdes, sino que se tornaban de un color especial, tal vez el color del deseo.

Él la tomó por su barbilla con ambas manos, delineando las suaves y redondeadas líneas de su mandíbula; luego, le besó sus pómulos, sus párpados entornados, boca preciosa. Intercambiando roles, fue el momento de Eva de atestiguar la caída libre de los pantalones de Huster.

Acunándole el cuerpo como a una niña pequeña, Thiago la sujetó de la espalda y de las piernas en tanto que ella juntó sus manos tras la nuca del corredor, dejándose morir en sus brazos, con el aroma de su cuello penetrando en su cabeza.

Avanzando hacia el cuarto de Evangelina, Huster la recostó en la cama con extrema delicadeza, flexionando una de sus rodillas sobre el colchón para entregarla a la suavidad de aquella superficie.

Eva permanecía expectante, atenta a cada uno de sus movimientos para cuando su amante sostuvo su propio peso sobre sus antebrazos, marcando sus bíceps fuertes y musculosos.

Acariciándole las mejillas, corriendo los mechones de cabello que se enredaban entre ellos, no quiso que nada interrumpiese la plenitud del rostro de Eva.

─Juro por Dios que jamás he visto a una mujer tan hermosa como tú. Pero no sólo por fuera Eva... ─ creyendo en sus palabras, ella se entregó al inquietante aviso de su entrepierna, rozada sutilmente por la dura erección de Huster.

Dando ligeros mordiscones a la barbilla de Eva, quien reclinaba su cuello hacia atrás aceptando gustosa aquel contacto tan desenfadado, Huster acunó sus pechos, rozando el encaje sobre la piel de ella, causándole fervoroso ardor; de rodillas sujetó las muñecas de Eva, las colocó sobre su cabeza y dibujó la línea interna de sus brazos con la lengua.

Corcoveando impulsivamente, sin control, lloriqueando como una niña sin su juguete preferido en navidad, cerró los ojos dispuesta a sentir cada mínimo roce. Aquella pasividad le generaba sensaciones encontradas; un poderoso dolor entre sus muslos la torturaba recordándole que era capaz de superar su umbral de deseo mientras Huster estuviese del otro lado.

Quebrando su cintura ante la presión deliciosa del bajo vientre de Thiago sobre ella, ella mecía su cabeza de un lado hacia el otro, buscando un rescate, la liberación que no llegaba y rogaba con todo su ser.

Huster parecía no tener prisa, cada movimiento era estudiado y milimétrico, aun contra su voluntad. Jalando con sus dientes las diminutas bragas de Eva, arrastró premeditadamente aquel trozo de género, ayudado en parte por la predisposición de su dueña para arquear su torso y flexionar sus piernas, haciendo del sendero hacia el escape, algo fácil y accesible.

Toda posibilidad de acabar con la tortura quedaría de lado cuando Huster estampó sus palmas sobre los huesos de la cadera movediza de la doctora, dispuesto a saborearle el ombligo. Retorciendo las sábanas entre sus manos, Evangelina estaba en llamas.

La lengua del corredor, vieja conocida de Eva, desató su propia voluntad al trazar pequeños círculos sobre el pubis para luego ir hacia la parte interior de sus muslos de su compañera de ruta. Huster le inclinó las rodillas, exponiendo la zona íntima de Eva hacia él, dejándola abierta, hambrienta y temblorosa.

Delicado, sensible, lamió su dulce cavidad para continuar con la segunda parte del plan: enloquecerla. Explorando más y más a fondo, sintipo las manos de Evangelina enredarse en su oscuro cabello.

Hundiendo su lengua en ella, adoró recorrer cada recoveco, saborear hasta la última gota de deseo que Eva le entregaba. Como una gelatina, los músculos de ella se aflojarían sometidas a espasmos ligeros.

─¡Stinger! ─ como un grito de guerra, Evangelina exigió piedad.

Avivado como el fuego, Huster, se retiró de su sexo para quitarse los bóxers rápidamente, insoportables para él a esas alturas y protegerse; no obstante, la lubricación de Eva era óptima para su recepción.

Aun envueltas por las llamaradas del orgasmo, Eva era consciente de que Huster ahora se encontraba dentro de ella, llenado por completo cada lugar vacío de su cuerpo, generando un nuevo ojo de huracán.

Obsequiándole un beso posesivo sobre sus labios, Huster entraba y salía del cuerpo entregado de Eva, percibiendo el latir de sus músculos inferiores.

Thiago la penetró una y otra vez, con estocadas cortas pero firmes, imaginando el rastro de las uñas de su doctora en la espalda; aferrada a él, se adueñó de algo más que su piel.

─¡Eva...!─ gimiendo, exhalando como una bocanada de fuego para un dragón, Huster descargaba su alivio derramando todo su frenesí interno en aquel cuerpo femenino que lo condenaba a desear más y más.

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El cielo presagiaba tormenta, siendo ya las diez de la mañana tras un día agitado.

Colocando las dos maletas en la parte trasera del auto del motociclista, se encaminaron hacia un futuro desconocido pero esperado. Jugueteando de mano abiertamente, Huster la tomó por la cintura, la besó suavemente y la hizo girar en volandas antes de ingresar al auto e ir rumbo a Brownwood, sin sospechar que alguien más, estaría al tanto de la escena.

¡Lo sabía!¡Lo sabía! ─ Victor Lummens golpeaba el volante con el canto de sus manos, ofuscado y alterado.

Desde dentro de su Volvo corroboraba lo que sospechaba y Evangelina se negaba a admitir. La ira invadió su garganta como un fuerte nudo. Tomándose un momento, acomodó su cabello y decidió marcharse.

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