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22


─ Richard, ¿me necesitabas? ─ en el consultorio de su superior, Eva se encontró con Víctor, el abogado patrocinante girando en su silla para ponerse de pie frente a ella. El profesional lucía más joven que el día anterior; su cabello rubio informalmente desordenado, sus gafas colgando de su polo blanco cuello pico y con vaqueros oscuros cayendo perfectamente por sus largas piernas, hacían de él un hombre interesante.

─Hola Evangelina ─ gentil, le entregó un suave beso en la mejilla, provocando la misma incomodidad que 24 horas atrás.

─Hola, buen día a ambos ─ replicó tímidamente, tomando distancia con elegancia.

─Víctor ha venido para coordinar personalmente contigo tu defensa ─ explicó Neufert dejando su asiento.

─¿También trabajas los domingos? ¡Debo de estar metida en un asunto bastante feo, entonces! ─ asintió Evangelina con algo de vergüenza y sarcasmo en su expresión.

─ Me pagan lo suficientemente bien como para estar disponible en todo momento ─ afirmó con gruesa voz, tras beber un sorbo del café servido por Richard ─ . Le comentaba a Neufert que tendremos que apurarnos con algunos detalles de la demanda.

─¿Eso se debe a mi ausencia?

─Exacto, preferí venir a verte lo antes posible. Richard me ha dicho que tienes guardia todo el día.

─Sí, hasta mañana lunes hasta las 12 del mediodía.

─Perfecto, tiempo suficiente para conversar.

El halo seductor de Víctor Lummens era innegable. Rondaba los 35 años y no poseía sortija en su dedo corazón. Eva debía reconocer que era guapo y que su manera de dirigirse a ella la intimidaba más de la cuenta; por primera vez dio la derecha a Huster con respecto a su modo de hablarle.

─Mejor los dejo solos ─ el teléfono de Richard sonó; él aprovechó para salir de la sala.

Tanto ella como el abogado resiguieron el andar del doctor hasta la puerta, para concentrarse de lleno en su tema.

─Víctor , comprendo que el centro médico esté urgido por liberarse de este tema y créeme, yo también lo estoy, pero realmente este es un hospital con mucho movimiento de gente, debo estar lista ante cualquier llamado y...─ el experto en leyes se acercó más de lo pensado por Eva. Ella tragó con fuerza, con la respiración inquieta.

─Lo sé, además debe comer, dormir en la medida de lo posible...─ con la carga de un no sé qué en su voz, la perturbaba. La doctora dio un paso hacia atrás, tomando cierta distancia.

─Exacto. Creo que lo mejor será beber algo en una cafetería, fuera del hospital, en un ambiente y durante un horario controlado ¿no le parece Lummens?

─ Evangelina, llámame Víctor, tal como lo has hecho recién ─ volviendo a su silla dio media vuelta sobre sus talones ─. Luces tensa y lo entiendo, suelen decirme que me comporto de un modo bastante hostil ─ esbozó una sonrisa medida ─. Pero así es mi trabajo: analizar y estudiar el más mínimo comportamiento de la gente, inmiscuirme en su mente para ver si mienten o no. Mi empleo consta del armado de estrategias, algunas forzadas, otras no tanto, pero para ello siempre necesito que mi cliente sea sincero. Cuento con que esta no será la excepción.

─Por supuesto que no ─ aliviada por la distancia y por el giro de conversación, los latidos de Eva se aquietaron. Pero, ¿hasta dónde debía ella llegar con su declaración?

─La ética profesional será un pilar importante en su defensa; no obstante, de esa parte nos encargaremos un poco más adelante. Por lo pronto, creo útil la cita de mañana ¿A las 19, en mi estudio quizás?

─No lo tome a mal, pero preferiría un lugar más...concurrido ─ pasó saliva, intentando persuadir al obstinado abogado. ¿Acaso no entendía que no tenía intenciones de estar a solas con él?

─Evangelina, no me propasaré contigo si ese es tu miedo ─ ladeó sus labios, avergonzándola ─. Si te deja tranquila, nos veremos en Moonshine Grill.

Ella parpadeó por la coincidencia; ese sitio se ubicaba a escasos metros de su apartamento.

─Conozco tu domicilio y me resulta lógico pensar que no deseas trasladarte grandes distancias tras una ardua jornada de trabajo. No me representa molestia movilizarme hasta allí.

Suponiendo que el centro médico le brindaría todos sus datos, las licencias de Lummens la irritaron aunque poco podía hacer si deseaba salir ilesa de la funesta acusación de McGregor.

─ Está bien. Será hasta mañana ─ aceptó amable.

─Perfecto, adiós Evangelina.

─Adiós ─ sin siquiera acercarse a darle un beso, agitó su mano a desgano y salió del consultorio de Neufert con una áspera sensación en su garganta.

Fastidiada por ello y por el incesante rugido de su estómago, recordó que desde el día anterior no tenía nada sólido en el estómago; no solo no habría cenado (detalle que no le disgustaría en absoluto ya que habría saciado su hambre de otro modo más placentero) sino que tampoco había bebido más que unas gotas de café en lo de Huster y alguna que otra soda durante su ronda.

Una hamburguesa rápida en el comedor del centro médico acallaría su voz estomacal, cuando su móvil comenzó a sonar desde dentro de su chaqueta.

─¡Bonita! ─ el tono rebosante de alegría de Huster era contagioso.

─¡Hola! Tu llamado me coge por sorpresa ─ ella reconoció con dulzura, tragando.

─¿Eso es bueno o malo?

─Muy bueno, Huster...estaba cenando.

─¿Sí? Yo también, quise llamarte para cenar a la distancia contigo. Es una pena que no podamos vernos...

─No, pero sí escucharnos. ¿Qué estás comiendo? ─ Eva extendía sus piernas sobre una silla cercana, necesitaba elongar sus cansadas pantorrillas.

─Un puré de patatas con un filete mignon, lógicamente, gracias a nuestra amiga Catherine.

─¡Vaya, qué sofisticado! Yo debo conformarme con una hamburguesa sosa y una gaseosa cola.

─¡Pues ven a cenar a casa! ─ la voz encendida de Huster deseaba guerra.

─Tu propuesta es muy seductora ─ Eva hablaba bajo, apoyando la mano contra el auricular del móvil, para que nadie oyera sus palabras ─. Ansío ser tu postre ¿lo sabes? ─ redobló la apuesta.

El silencio se apoderó de la conversación.

─Eres perversa, doctora...mala muy mala ─ Huster hablaba excitado, con la voz ronca teñida de deseo.

─No tanto como tú.

─Iría ahora mismo hasta allí para hacerte cosas sucias...

─Lamento decirte que no puedes ─ rió aligerando la tensión sexual entre ellos.

─Nunca digas nunca, bonita.

Mirando vagamente hacia la noche, al otro lado del ventanal de la cafetería, Eva viró el timón de la plática.

─Huster, he hablado con el abogado, hace unas horas.

─¿Trabajo los fines de semana?

─Lo mismo he dicho, pero se excusó diciendo que su paga aquí es muy buena.

─¡Patrañas! ─ exclamó, con un berrinche de labios.

─Huster, hemos quedado para mañana en un restaurant, cerca de mi apartamento.

─Fantástico, así podré acompañarte ─ sin estar convencida que era buena idea que estuviese presente, y menos aun tras la fulminante frase "la ética profesional será un pilar importante en su defensa", Eva estaba dispuesta a que las cosas decantasen por su propio peso.

Los altoparlantes llamaron a Eva a cirugía estruendosamente.

─Huster, debo dejarte; hay una urgencia en operaciones ─ expeditiva, puso las cosas en la bandeja plástica para caminar a toda velocidad y arrojar los residuos en los cestos.

─No digas que debes dejarme...suena feo ─ su voz masculina se tiñó de un ligero malestar el cual Eva captó al instante.

─Es cierto, no quise decir eso ─ susurró, culposa─ . Me necesitan para una emergencia ¿Así está mejor? ─ reformuló la frase.

─Sí, mucho mejor ─ respondió el voluble e inestable Huster.

Tras varias horas de intervención, todo fue un éxito. Ya era entrada la madrugada y estaba exhausta; no era para menos, su cuerpo le echaba en cara el desgaste de la última semana.

Con una sonrisa de lado y sin grandes casos que atender, fue al cuarto de médicos para recostarse un rato y soñar con la bella cadera masculina que tanto la hacía suspirar.

Tras lavar los trastos del fregadero, Huster tomó una cerveza de la nevera, la destapó y bebió un trago largo. Estaba helada y esa fría sensación calmó su ardor interior. La conversación con su doctora sería breve pero excitante, logrando vencer su resistencia, débil a partir del momento en que se cruzaron en su camino.

Atravesarían un largo sendero hasta entonces, sin siquiera proponérselo. Eva lo habría operado, lo cuidaría como un niño grande seduciéndolo desde su inocencia e inteligencia, como nunca nadie lo consiguió antes.

Sin poder contenérselo, le dijo "te quiero".

¿Él sería lo suficientemente bueno para ella?¿Sería capaz de no dañarla? Pensar en Eva dolida por su culpa lo llenaba de ira. Él se consideraba un monstruo.

Sus palabras habían detonado la bomba que arrastrarían a Molly y a Cindy también. Él era el culpable emocional de aquella tragedia. Quizá nunca se lo perdonaría a pesar de los años de terapia y la ayuda de su entorno.

─¡Stinger! ¿En qué andas campeón? ─ la voz de Willy Fox, su manager, evaporaba sus pensamientos desde el móvil.

─He terminado de cenar. ¿Y tú? ¡Supongo que tienes noticias de las buenas!

─Lógicamente, pero necesito que nos reunamos mañana a las 7 de la tarde.

─¿No podría ser más temprano? Tengo ciertos...compromisos ─ "como tener a raya a un bastardo abogado que mira indecentemente a mi chica".

─No, porque no estaremos solos sino que vendrán del equipo Suzuki a verte. Desean hablar contigo en persona.

El corazón de Huster se detuvo por un instante.

Hacía un año que no corría oficialmente y en un estúpido enfrentamiento con McGregor lo echaría todo a perder. Volver al ruedo, en este momento de introspección y calma... ¿era lo mejor?

─La próxima temporada se unirá un nuevo sponsor a Suzuki del que no se puede hablar aún, pero te quiere entre sus filas. ¡A ti, Huster!. ¡Y están dispuesto a invertir una suma exorbitante de dinero! ─ era una oferta tentadora. Las arcas tras su intervención quirúrgica se vaciaban a gran escala y tras la rehabilitación estaría en condiciones de regresar a lo único que sabía hacer: correr con una motocicleta.

─Me temo que no podré decir que no, Willy ─ mil cosas pasaron por su mente. Su vuelta a Los Ángeles se presentaba como algo muy próximo, acentuando la lejanía de Austin.

─Pasaré por tu apartamento a las 18.30hs, iremos a Sullivan's Steakhouse.

En dos semanas finalizaría oficialmente su contrato con Honda y en vistas de la notoria ausencia en el circuito de Huster y la presencia de Peter en la escudería, era un sinsentido que esa escudería continuase con la paga de Stinger. Suzuki invertiría en él a pesar de estar en el ocaso de su carrera y con una lesión reciente sobre sus hombros.

─Echaré de menos a los muchachos ─ reconoció apenado.

─Pues los seguirás viendo Stinger ¡no seas sentimental hombre! Ya veo que esa muchacha te está cambiando el temperamento ─ Thiago juró que el viejo estaría refregando sus sienes ofuscado.

─No sé a qué te refieres ─ intentó disuadir a su manager, sin éxito alguno.

─Huster no estaré contigo todo el día, pero sé que están juntos o algo parecido. Lo único que te pido encarecidamente, es que no pierdas la cabeza por una falda. ¡Eso se te suele dar muy bien!

─No me regañes, no soy un niño y lo de Molly fue hace muchos años atrás.

─No te regaño, Stinger, solo quiero que estés seguro de lo que haces, una mujer puede causar muchos problemas.

─¿Cómo esta todo por allá? ─ dio un giro a la conversación, preguntando, ahora, por Los Ángeles.

─ Maryelin, la colombiana, no deja de preguntar por tí ─ en tono burlón y sugestivo, Willy rió del otro lado de la línea.

─Pues tendrás que convencerla que deje de hacerlo. La semana entrante pienso darme una vuelta por allí e iré acompañado.

El silencio fue profundo.

─Oye Stinger, ¿acaso es lo que pienso?

─No leo tu mente, pero puedo suponerlo. Y mi respuesta es sí. El jueves viajaremos a Brownwood con la doctora y la he invitado a pasar unos días en Los Ángeles para que conociese mi apartamento. Y con respecto a ello, necesitaré de un poquito de tu ayuda ─ anunció.

Fox intentó persuadir a Thiago con respecto a su accionar. Resignado, comprendiendo que Stinger ya no era el muchachito maleable que recién comenzaba en estos asuntos, simplemente acató el pedido de su representado confirmado cita para el lunes por la tarde.

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─Eva...Eva ─ la suave voz de Roxanne, la recepcionista de turno noche, la despertó.

Deseaba que fuese la hora de ir a casa, pero no. Aun tenía más de ocho horas por delante. Refregando sus ojos, extendiendo sus brazos, la doctora intentaba salir de su amilanamiento.

─Tienes un paciente en el consultorio de Neufert.

─¿En el de Neufert? ¡Qué extraño! Suelo ir al de Johanssen... ─ acomodándose la chaqueta y el cabello, abrió sus ojos, se dio unas palmaditas en las mejillas y salió rumbo a lo de su jefe.

─¿Qué patología tenemos? ─ tomando el informe preliminar de admisión de Roxanne, la escuchó.

─Paciente de unos  treinta y algo, masculino, con un fuerte dolor en la cadera. Ha padecido una intervención previa, existe la posibilidad de rechazo de prótesis. No demostró fiebre ─ elevando los hombros, Rox (como la llamaban todos) se alejaba, tras el agradecimiento de la doctora.

Avanzando unos metros, Eva revisó la planilla. La ficha mantenía el renglón del nombre vacío. Ladeó la cabeza por la involuntaria omisión.

Recorriendo la zona de consultorios, ocupados en su mayoría, no le resultó extraño que Neufert ofreciera el suyo para atención de guardias sin mayores riesgos.

Sin despegar la mirada de la planilla, abrumada por lo incompleta y los espacios en blanco que brotaban por doquier ("¿no han preguntado siquiera si es alérgico a algún medicamento?") exhaló ligeramente para no echar maldiciones y abrió la puerta con un movimiento brusco.

El paciente la esperaba sentado en la camilla con ambas piernas colgando.

─Buenas noches─ pasó y elevó la vista─. Pero... ¿qué rayos significa esto?

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