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"No hay ni felicidad ni desgracia en el mundo; solo existe la comparación de un estado con otro.(...) Quien ha experimentado el extremo infortunio es el único apto para sentir la felicidad extrema. Es preciso haber querido morir para saber cuan bueno es vivir."
de El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas
─ ¿Es que no lo comprendes Dallas? ¡No deseo correr! He venido sólo para ver a Peter, él es quien realmente entrena para ello─ respondió a desgano volteándose para dejar atrás al rubio que lo provocaba constantemente.
─ Te equivocas, Thiago. Peter no me hace ni sombra. ¡Te apuesto mi motocicleta a que no ganas! ─disparó ante la sorpresa de los presentes.
Thiago dio medio giro para retomar su mirada hacia él. Todos temieron que finalmente cayera en la tentación de aceptar el duelo al que Dallas McGregor lo arrinconaba.
─No entres en su juego, amigo... ─Peter intentaba contener a Thiago, en vano, palmeando su hombro, rígido por el desafío.
─No te entrometas Peter, esto es algo entre Dallas y yo ─ la mandíbula fuerte de Thiago aprisionaba sus propios dientes, al borde del quiebre.
─¡Ya lo oíste, Mc Tool! ─añadió el rubio apuntando a Peter─, este es un asunto entre nosotros dos─ miró con desdén y redobló la apuesta ─. ¿Y, entonces? ¡Vamos Thiago! Apuesto mi motocicleta a que consigo ganarte en sólo 10 vueltas.
Thiago estaba tenso, como todo el equipo Honda, el cual abandonaba la motocicleta que estaba poniendo a punto para la competencia de la semana entrante, para ser testigos de la posible riña de esos dos titanes. Nada bueno podía suceder de este encuentro.
─¿Y por qué tendría que apostar algo contigo? Esto me huele raro, McGregor. ¿Qué buscas a cambio? Resulta evidente que estabas al corriente de mi presencia aquí, vienes como si nada, a estas horas de la madrugada... ¡larga lo que tienes para decirme de una puñetera vez! ─ Thiago Huster apoyó sus palmas en el pecho de su contrincante, caldeando aún más el ambiente, como si eso fuera posible.
─Tienes razón, Huster ─ de pie frente a él, a escasos centímetros de distancia entre sus narices, el aire era más denso. La atmósfera estaba candente y McGregor no cedió─. Quiero tu promesa, tu palabra.
─¿A qué te refieres? ─ expresó su contrincante, ahora, de brazos cruzados.
─¡Quiero tu palabra de que jamás volverás a correr! Me has opacado durante mucho tiempo Thiago y ahora que estoy en la cima no pretendo caer.
Thiago no salía de su asombro. Mc Gregor estaba obsesionado con el éxito y tenerlo fuera de circuito acrecentaba sus posibilidades de estacionarse en el primer lugar del podio. Dallas se consagraría vencedor durante la última temporada de competición, ayudado por el retiro voluntario de Thiago de las pistas de motociclismo.
A cambio de una (aparente) y simple carrera, sólo pedía su palabra de no regresar. Si fuese más inteligente le hubiese pedido otra cosa, ya que después de lo sucedido poco más de ocho meses atrás Thiago nunca había estado tan lejos de volver a competir profesionalmente.
─¡Por el amor de Dios, Thiago! ¿Qué demonios estás haciendo? ─Tim, el mecánico de la escudería, se escabulló por entre el resto del equipo limpiando sus manos engrasadas, dispuesto a detenerlo.
─¡Déjame en paz Tim, este bastardo no sabe con quién se ha metido! ─Thiago replicaba sin mirar al viejo mecánico.
Acababa de aceptar la apuesta más tonta y absurda de su vida.
Nada importaron las promesas ni el pasado doloroso que lo perseguía. Movilizado por su impulso (y su ego) ingresó al box de su ex equipo Honda, tomó unos guantes y el casco que en algún momento había usado, para colocárselo con furia.
Caminando a paso vivo, ante la mirada atónita de los presentes, caía en la provocación de un hombre que bien conocía sus debilidades; con un pasado colmado de límites poco respetados, cargado de dolores profundos marcados por la velocidad, su pasión más profunda y traicionera, las cicatrices volvían a surcar el temperamento de Thiago Huster.
Dallas McGregor era su acérrimo enemigo dentro de las pistas y también fuera de ellas, ya que ambos eran muy solicitados en anuncios publicitarios y medios gráficos, siendo la comidilla de gran parte del público femenino que se agolpaba durante las prácticas semanales para ver a dos de los referentes más sensuales de la categoría y así obtener algún que otro autógrafo de su ídolo.
Ahora estaba inmerso en una estupidez.
Fuera de sí, envuelto en un halo de furia, montó la Motocicleta que alguna vez habría sabido ser suya y se dispuso a vencer a Dallas McGregor, nuevo integrante del grupo Aprilia y último ganador del Campeonato de Estambul.
Dallas se relamía por la victoria asegurada: Huster había caído en su provocación por lo que el plan pergeñado desde hacía mucho tiempo, tocaba el éxito.
"Stinger", tal como llamaban sus amigos a Thiago, con mucho esfuerzo se mantendría al margen de las competiciones y prácticas con la escudería, siendo por el momento y hasta el final de su contrato con Honda, una especie de técnico-ayudante, evitando de este modo ser carnada fácil del periodismo deportivo que lo asediaba, sobre todo, tras su decisión de alejarse del ruedo.
Desde sus 18 años, momento en el que se consagraría como ganador de su primer gran premio, la prensa no dejaría de considerarlo como el mejor en su categoría, los 250cc. El avance deportivo se vería fogoneado gracias a su aparición dentro del mundo del espectáculo: sería la imagen de reconocidas marcas de indumentarias masculinas y tapa de diversos magazines de moda, generalmente, por estar rodeados de reconocidas figuras del jet set y modelos de renombre.
La fama lo abordaría pues, de forma rápida y temprana, un poco abrupta y sin pedir permiso.
Su romance y posterior compromiso con una camarera de un bar nocturno resultaría carne de cañón para los ávidos de escándalos y la prensa del corazón, contra la voluntad del mismísimo Thiago.
─ Buena elección Huster; aparentemente tu orgullo está más allá de cualquier promesa─ ladino, Dallas subió a su motocicleta dispuesto a comenzar con la carrera.
─¡Cierra tu maldita boca y sujétate fuerte si no quieres terminar en el otro extremo de la pista! ─Thiago apretaba el acelerador dispuesto a comenzar cuanto antes con el desafío.
Los motores rugían sin cesar, mientras que los miembros de ambas escuderías gritaban y llamaban a la seguridad del circuito de práctica para detener aquel patético espectáculo.
Tanto Huster como McGregor lucían como dos niños pequeños peleándose por pasar a la pizarra del salón de clases.
Mientras Thiago rotaba sus muñecas empuñando la motocicleta, la imagen de Cindy con sus largas trenzas color oro y sus grandes ojos oscuros, cruzaba por su mente como un vendaval. Recuerdos, un puñado de fotografías y el sonido de su aguda voz, permanecían en su cabeza, acompañando sus días de paradójica soledad.
Y a pesar de que por ella decidiría alejarse de la competición profesional, en ese preciso momento, también por ella desafiaba al tipejo que osaría hablar más de la cuenta.
─ Vamos, Thiago, no me vengas con que Molly no te ha hablado de lo nuestro─ con un gran cargamento de sarcasmo, Dallas, con el casco próximo a su cabeza, continuaba echando leña al fuego─. ¿Jamás le has preguntado con quién se acostaba mientras tú le dedicabas tus primeras victorias en Jerez de la Frontera?
Thiago agudizó su mirada, llena de rabia; esas palabras le causarían más daño que cualquier accidente. Sus manos se clavaron en las asas de la moto que ronroneaba lastimosamente, pidiendo clemencia.
Molly había sido la mujer más hermosa y peligrosa que Thiago conocería en su vida, tatuándose a fuego en su mente el instante exacto en el que la vio por primera vez.
En su cumpleaños número 21, Tom, Paul y Alex, compañeros suyos en Honda lo llevaron a un bar en las afueras de California, tras conseguir el triunfo en Laguna Seca. Tragos de por medio, una joven rubia, vestida con una corta e indecorosa falda roja y un ajustado top negro de cuero, se acerco a él, quien permanecía en la barra, mientras los demás bebían y conversaban con otras mujeres.
Ella, entonces, tomaría asiento en la banqueta contigua a la de Thiago para devorar sus ojos oscuros con deseo e intimidarlo con una sonrisa de lado, cargada de erotismo.
Rápido de reflejos, él no se quedó atrás: girando 90 grados, posó su codo en la barra, contemplándola de arriba abajo.
Molly aguardaba que el chico de la barra de tragos le entregara el tequila que otro cliente había ordenado, para finalizar su juego de seducción con aquel moreno de ojos inquietantes color carbón, de rasgos fuertes y de contextura amplia que no le quitaba la mirada de encima. Ladeando suavemente su cabeza y con una hábil mueca de labios pronunciando un saludo, lo conquistaría para siempre.
Desde aquel momento, Thiago no dejaría de frecuentar ese sitio, dando serios problemas a su equipo. Esa mujer lo había hecho perder la cabeza...y la concentración.
─ "Oye Stinger, si continúas así, ningún sponsor pondrá el dinero para que puedas continuar en esta escudería" ─ repetía hasta el cansancio Willy Fox, su manager─. "Ya no existirá negocio ni carreras ni nada, todo depende de tí y de tu buena conducta"
Pero a pesar de haber puesto su carrera en riesgo, de ser portada de revistas saliendo de bares a altas horas de la madrugada, sorprendería a propios y extraños cuando, súbitamente, anunciaría su decisión de matrimoniarse con esa camarera de dudosa reputación y sin nombre de peso, como lo era Molly.
─¡Este muchacho está completamente loco! ─-Tim tomaba su cabeza con ambas manos y su rostro de desesperación era más que elocuente al ver a Thiago a punto de correr.
─Déjalo ya, necesita un poco de acción después de tanta tragedia Tim....él sabe cuidarse. Es un león en las pistas─ Paul dio media vuelta y se retiró para ultimar detalles de la nueva motocicleta dispuesta en el hangar del equipo, dando por sentado que Huster ganaría.
Sin embargo, el pelirrojo Tim no estaba tranquilo; lo conocía a Thiago desde que tenía 10 años y sabía que bajo los efectos de la furia sería incapaz de razonar. El muy zorro de McGregor le acababa de pegar donde más le dolía.
Tim Jacobs era amigo de Jer Huster, padre de Thiago.
Iniciados como obreros en una fábrica de repuestos automotrices, ambos solían ir los fines de semana a las carreras de Indy Car con el pequeño Thiago de acompañante, quien absorbería como una esponja desde temprana edad ese amor por los motores, participando en las carreras de karting de su categoría, en circuitos en las afueras de Londres, donde finalmente se coronaría campeón por tres años consecutivos, hasta que siendo adulto, lo haría en la de 250cc.
Nacido en Inglaterra, único retoño de Jer Huster de igual nacionalidad y Kira Basteiros, brasileña, el pequeño Thiago emigraría desde Leicester hasta recalar en Los Ángeles. Cuando Kira falleció, su hijo tenía solo 14 años.
Justificándose en su rebeldía adolescente y temprana muerte de su madre, Thiago escapaba de sus clases para ir rumbo a la fábrica donde trabajaba su padre.
Al cumplir sus 16 y con mucho esfuerzo, Jer le obsequiaría una motocicleta, su primer gran amor. Poco a poco se introduciría en el mundo de la competencia a nivel profesional, alcanzando a ganar 4 campeonatos mundiales y 5 subcampeonatos en tan sólo 10 años de trayectoria. Para entonces su padre también contaba con un mejor empleo, ahora cmo mecánico dentro de una categoría inferior a la que corría Thiago.
Pero actualmente, todo era distinto: asediado por viejos y recurrentes fantasmas, Thiago estaba frente a la línea de largada a escasos centímetros de su contrincante.
Todos estaban alterados en el circuito, el aire permanecía enrarecido y ninguno de los integrantes de Honda estaban conformes con lo que sucedía. La preocupación estaba latente, intuyendo que la tragedia no les sería esquiva.
La noche era cerrada; el firmamento oscuro ni siquiera dejaba titilar a las estrellas.
Chris Monroe, amigo personal de McGregor, agitó la bandera amarilla, dando inicio a la locura.
Dando inicio al paso de la adrenalina por todo el cuerpo de Huster, inquieto por saber que había roto una promesa sagrada.
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