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CAPÍTULO XXXI • Confiar en el enemigo •


C L E M A T I S

Desde el momento en que rescatamos a Cael los días comenzaron a pasar con rapidez, y antes de que me diera cuenta, ya habían transcurrido dos meses. El pequeño se había ganado mi cariño y el de los demás instantáneamente, aunque al inicio se mostraba temeroso a relacionarse con el resto, poco a poco se fue soltando y su personalidad alegre y vivaz afloró cada vez más y más. Él era un pequeño rayo de luz que alumbraba la penumbra que sentía, sin embargo, en cuanto él dormía por las noches, mi mente viajaba lejos, a My—Trent, junto a Zefer.

Habían sido dos meses en los cuales no había tenido noticias de él. Por más cartas que enviara a My—Trent estas jamás eran devueltas. Paulatinamente, la frecuencia de mis envíos terminó disminuyendo, pero mi inquietud y tristeza iba en aumento.

Aunque no podía darme el lujo de encerrarme y pensar en él. Los Jackal habían dejado atrás una nación devastada, y el trabajo que había que hacer para que emergiera nuevamente era en verdad monumental. Teniendo todo esto como precedente, me puse la meta de mejorar la calidad de vida de sus habitantes, y aquello era algo que cumpliría cueste lo que cueste.

Argon fue una gran ayuda durante todo este proceso, me enseñó lo necesario para saber que factores tomar en cuenta al momento de elaborar una estrategia económica, y bajo su guía fue que pude armar un plan.

No podíamos depender de los intercambios comerciales, los Jackal tenían una deuda externa tan grande con sus vecinos mercantes, que era imposible el tratar de elaborar un tratado comercial. Wyrfell no disponía de una gran producción de alimento, no tenía sedimentos de minerales, ni mucho menos poseía algo más que pudiera ser de exportación, salvo las flores que cubrían gran parte de la nación.

Cómo todos los días, Argon y yo nos encontrábamos en el despacho observando los papeles con detenimiento, quería exponerle mis ideas, pero necesitaba tener una base concreta de la cual pudiera sostenerme para que me dijera si era factible o no hacerlo.

—Y bien, Clematis —dijo mientras se acomodaba en la silla—. ¿Qué es lo que has pensado hacer?

—Estuve analizando las deudas que tenemos, y en verdad son gigantescas —apunté—. Los Jackal pidieron cantidades de dinero exorbitantes, pero no se preocuparon en mejorar la infraestructura del pueblo, todo esto fue destinado a la compra de materiales para el inmobiliario del palacio.

—Bien, entonces ¿queda descartado la opción de tratados comerciales? —preguntó.

—Correcto. Estuve revisando cual era el único aliado mercante que tuvimos, y se trataba de Preblei, pero antes de que los Jackal murieran el tratado se rompió.

—Entiendo.

—Otra de las cosas que me llamó la atención fue que la producción de alimento jamás ha sido favorable durante todo su reinado.

—¿Y eso a que se debía?

—Mira —acerqué uno de los papeles donde figuraba el último censo que la guardia real había realizado—. La tasa de natalidad de humanos es demasiada baja en comparación a la de los demás habitantes.

—¿Y porque sería esto un factor determinante?

—Porque según la ordenanza impuesta por todas las naciones, los encargados de labrar los campos deben ser únicamente los humanos —esta vez tomé un papel amarillento en donde figuraban las firmas de los concejales—. Mira, aquí específicamente se indica que solo los humanos podrán ser los responsables de la producción y posterior recolección.

Argon sujetó los documentos y les dio un rápido vistazo, sonrió, y con un gesto de la cabeza me pidió que continuara con el plan que había trazado.

—Según el censo, la gran mayoría de los humanos de los que disponemos son personas ya adultas. Es decir, por más que traten de hacer un sobreesfuerzo para aumentar la producción de alimento, esto no es posible debido a las limitaciones físicas que tienen.

—Ya veo —dijo mientras entrelazaba sus manos.

—Sin embargo, cuando comparé la tasa de natalidad y los rangos de edad de los híbridos, me di con la sorpresa de que más de la mitad de la población está conformada por ellos.

—¿Entonces cual sería la división del pueblo?

—Sería de la siguiente forma —esta vez sujeté un papel en blanco y una pluma que reposaba en el tintero— Veinte por ciento son humanos, setenta por ciento son híbridos, y solo el diez por ciento son Hanouns.

—¿En serio? —preguntó con cierto deje de sorpresa en la voz—. ¿Qué más descubriste en tu investigación?

—La distribución de alimentos también está desbalanceada. Los campos dividen las raciones de la siguiente manera —dije mientras garabateaba justo al centro de la hoja—. Los únicos que tienen acceso a productos como la carne son los nobles, pero ellos también reciben una ración adicional de los campos de cultivo, el sobrante se divide entre los híbridos, y los humanos, siendo estos últimos quienes reciben menor cantidad. El consumo es mayor a la producción, por eso nunca ha sido posible generar un balance adecuado.

—Interesante —apuntó Argon mientras miraba detenidamente el papel—. Para serte franco, no había tomado en consideración los ingresos extras que tenían los nobles, ni siquiera se me había pasado por la mente leer los archivos del último censo.

—Es algo que... se me ocurrió —respondí con las mejillas enrojecidas, Argon alzó los pulgares en señal de felicitación.

—Lo que estoy pensando, teniendo en consideración que la mayoría de los híbridos solo percibe el ingreso minúsculo de raciones alimenticias, es pedirles que trabajen en el campo —hice una pequeña pausa, Argon sujetó su mentón y luego asintió—. Sé que jamás han trabajado antes en los campos, pero si tenemos más mano de obra podremos saldar las deudas y estabilizarnos.
—¿Crees que lo tomarán a bien? El trabajo en los campos es difícil.

—Pensé establecer un horario de trabajo.

—¿Un horario?

—En My—Trent... nunca hubo horarios, los humanos trabajaban desde que el sol salía hasta que se ocultaba en el horizonte. Si establecemos un horario, no solo para los humanos, si no también para los híbridos, su confianza en nosotros podrá aumentar y lograrán apoyarnos sin dudar.

—Me parece algo razonable.

—¿En verdad lo crees? —exclamé con nerviosismo— Quizás planteé esta solución porque es algo que a mi me hubiera gustado vivir con mi madre o hermano, pero... imagino que muchos de ellos también tienen familias y quieren ayudarlos de alguna manera.

—Me parece una estupenda propuesta, Clematis —Argon lucía en verdad orgulloso, la sonrisa que traía plasmada en el rostro me reafirmaba esto—. No puedo creer que tu sola hayas podido planear todo esto.

—Fue gracias a tu ayuda que pude hacerlo —acoté.

—No, yo solo te instruí para que tomaras en cuenta ciertos factores, tú eres quien encontró la solución perfecta sin mi ayuda. Cómo te dije hace un rato, jamás se me hubiera cruzado por la mente tener en cuenta otras alternativas.

—G... gracias —respondí con nerviosismo.

—Vas a ser una gran líder, puedo notarlo —él sujetó mis manos y las apretó ligeramente—. Eres en verdad muy inteligente, y no lo digo porque sea tu amigo.

—N... no es para tanto.

—¡Claro que sí! —dijo entusiasmado mientras me soltaba— No menosprecies tus logros, Clematis. Siempre siéntete orgullosa de lo que realizas por más pequeño que sea.

—Tienes razón.

—Entonces, ahora te ayudaré a escribir un decreto y mandaremos un vocero a que de la orden.

—¡No! —respondí de inmediato, Argon, quien había sujetado ya una hoja en blanco me observó confundido— No podemos mandar un vocero, quiero que ellos sepan que estoy comprometida a ayudarlos. Me gustaría dejarles bien en claro que esto no es una obligación, quien no desee colaborar es libre de no hacerlo.

—No lo sé...—dijo de forma dubitativa mientras desordenaba su cabello—, no es común que los regentes den los anuncios.

—Soy una humana, Argon —esbocé una sonrisa—. De por si no es común que un humano tenga un puesto alto. Además, tú mismo lo dijiste, alguien tiene que empezar con un cambio.

Sin más que decir, al cabo de algunos minutos salimos del palacio y nos dirigimos caminando hacia la aldea de los híbridos, me negaba rotundamente a usar el carruaje y estaba agradecida por que Argon lo entendiera.

Las hojas de los árboles ya estaban cambiando de color tornándose algo amarillas. En My—Trent jamás había tenido la oportunidad de presenciarlas directamente, al menos no que yo recordara. Las únicas veces que podía apreciar el cambio de estación, era porque William siempre me llevaba las hojas que se encontraba en su camino para que pudiera mirarlas.

Ya entrada la tarde, por fin llegamos hacia la aldea. Al igual que siempre, los híbridos, nobles, y humanos se me quedaban mirando atentamente. Desde el día en que rescate a Cael de los esclavistas me había vuelto la comidilla del pueblo, y aunque Argon se había ofrecido en más de una ocasión a comentarme que es lo que decían, prefería no saberlo.

En cuanto me paré frente al podio elevado de madera, sentí como mi corazón golpeaba con fuerza mi cuerpo. Mis manos sudaban, y sentía mis rodillas temblar debajo del vestido. Pero debía mostrarme confiable ante ellos, si veían dudas en mi rostro, era poco probable que aceptaran mi propuesta.

Argon se acercó hacia una gran campana que había en el centro, y con suma facilidad la golpeó con un enorme tronco. El sonido retumbó en cada rincón de las calles, y poco a poco la gente fue llegando.

Únicamente cuando todo estuvo lleno pude darme cuenta del estado de el pueblo. Los híbridos eran muy delgados al igual que los humanos, los únicos que se veían bien alimentados eran los nobles.

Cerré los ojos por unos segundos para calmarme, inhalé una considerable bocanada de aire, y pude ver de soslayo como Argon se colocaba atrás de mí mientras exclamaba tenuemente: Adelante.

—Buenas tardes a todos los presentes.

Hablé lo más fuerte que pude para que pudieran oírme. Aquellos que se encontraban más cerca del podio, me observaron confundidos porque no entendían que hacía yo allí arriba, y comenzaron a murmurar cosas entre si.

—Mi nombre es Clematis Garyen, y soy la nueva regente de Wyrfell. He venido hoy aquí a hablarles acerca de un problema que todos conocemos que hay en nuestra nación.

Sé que más de uno es consciente que la producción de alimento es demasiado baja, por lo que elaborado un plan para que logremos salir juntos a flote y superemos el estado actual de nuestro hogar.

Quería extender mi invitación a aquellos híbridos que deseen colaborar en los campos con la producción de alimento. Si recibimos el apoyo necesario, podemos pasar de una producción del veinte por ciento a una del ochenta en tan solo un par de meses. Claramente, los horarios serán modificados. El trabajo comenzará a las ocho de la mañana y cesará a las cinco de la tarde, la disminución de tiempo no influirá de forma negativa en las raciones que ya vienen percibiendo, muy por el contrario, considero que es necesario que luego de una jornada tan cansada, tengan el tiempo suficiente para descansar o pasarla con sus seres amados.

Quiero ser muy enfática en que esto no es una ordenanza. No se obligará a nadie a contribuir con este trabajo, pero... si la suficiente gente se suma a esto, sería en verdad de utilidad por el bien de todos nosotros.

—¿Por qué habríamos de confiar en usted? —replicó un anciano híbrido mientras me observaba con detenimiento. Al parecer era el líder de todos ellos— Los humanos de esta aldea siempre nos han tratado con desprecio al igual que los Hanouns. Nos ven como criaturas despreciables. ¿Por qué tendríamos que aliarnos con ellos?

—¡Es verdad! —gritó una mujer un poco más alejada.

—Usted es una humana más, al igual que el resto, que tenga un título por haber sido la mascota de un Wolfgang no le da derecho a tratar de mandarnos —gritó uno desde el fondo.

— ¿Cómo sabemos que no nos explotarán? —preguntó el anciano mientras alzaba el bastón, inmediatamente la gente que gritaba se calló—. ¿Qué nos garantiza que no favorecerá a su gente y tan solo nos usará como lo hizo el antiguo regente?

—¡Los humanos son criaturas traicioneras! —esta vez el grito provino de un joven que estaba más alejado—. ¡La mayoría de nosotros somos producto de violaciones que los Hanouns hicieron contra los humanos! ¡Incluso nuestros padres nos abandonaron al considerarnos una abominación!

Argon estuvo a punto de gritarles, pero lo detuve, él los observaba con desaprobación, estaba furioso por las cosas que me decían, pero el empezar una pelea justo ahora no traería nada bueno, necesitaba convencerlos de forma pacífica. Algunos guardias que se encontraban cerca comenzaron a acercarse, pero los detuve inmediatamente.

—¡Llamas a tus guardias porque te sientes intimidada! —gritó otro anciano— Lo mismo harás con nosotros, nos obligarás a trabajar y mandarás a tu ejército a que nos controlen si no obedecemos.

—¡Eso no es cierto! —grité y todos enmudecieron— Yo jamás les haría daño o los traicionaría, lo que quiero es ayudarlos.

—No podemos confiar en ti —sentenció uno mientras daba media vuelta y se alejaba de la muchedumbre, otros comenzaron a imitarlo y los demás no sabían que hacer.

—¡Mi madre se llama Rias Garyen! —grité—. Ella vive en la nación de My—Trent, mi hermano se llama William..., y él es un híbrido...

Las palabras salieron de manera tan natural de mis labios que hasta yo me sorprendí. Aquel dolor agudo volvió a mi mente y recordé algo. Escuché a William diciéndome que él en realidad era un híbrido, recordé cuando me mostró sus orejas mutiladas, y la imagen de él detrás de unos barrotes se hizo medianamente visible en mi mente.

Respiré de manera pausada, me sentía sumamente mareada en esos momentos, no entendía que era lo que estaba pasando, pero no podía permitir el que ellos me vieran desestabilizarme, debía permanecer fuerte para poderlos convencer.

—William y yo fuimos criados como hermanos, y pese a que yo en un principio no sabía que él era uno de ustedes, yo lo amo. Lo amo más que nada en el mundo porque es mi familia —hice una breve pausa para tomar aire y luego proseguí—. En My—Trent, exactamente en el palacio de los Wolfgang, viven dos hermanas gemelas: Meried y Wylan. Ambas son híbridas y me llevo muy bien con ellas —suspiré mientras esbozaba una sonrisa—. He tenido la fortuna de conocer a más híbridos luego de que Zefer y yo nos marcháramos de Wyrfell, y vi como los humanos, los híbridos y Hanouns somos capaces de vivir en un mismo ambiente lleno de paz y armonía —tragué saliva mientras observaba a los demás, los que se estaban marchando detuvieron su caminata y decidieron quedarse a escuchar—. Soy amiga de Argon Hanton, Hanoun heredero de Velmont. Y estoy enamorada de Zefer Wolfgang, hijo del regente de My—Trent, descendiente directo del gran Kyros. Y aunque quizás suene demasiado confiada al afirmar esto, sé que él me ama a mí también.

Los que se mantenían quietos se comenzaron a ver entre sí como si buscaran la respuesta entre su compañero de al lado, Argon se mantenía a mis espaldas escuchando atentamente lo que decía.

—Sé que soy tan solo una simple humana, y soy consciente de que mi especie ha hecho cosas terribles, pero se los ruego, vengo aquí con el corazón en la mano exponiendo todo lo que siento... —lentamente comencé a arrodillarme en el suelo, pegué la cabeza a la madera del podio y los murmullos no se hicieron esperar, jamás un regente había agachado la cabeza por su pueblo.

Argon al ver que hice eso estuvo a punto de ir y levantarme, pero se detuvo a medio camino, algunas personas que se encontraban en el tumulto de gente me gritaban que me parara, que no agachara la cabeza, pero sentía que debía hacer eso si me quería ganar su confianza. En ese momento lo único que anhelaba es que ellos vieran que mis intenciones eran genuinamente sinceras.

—Les pido perdón por todas las atrocidades cometidas, pero en verdad quiero ayudarlos —alcé el rostro para observarlos directamente, el líder de ellos me sostuvo la mirada—. No puedo quedarme de brazos cruzados sentada en el palacio sí sé que están pasando hambre. En verdad quiero cambiar las cosas aquí. Así que les pido, por favor bríndenme su apoyo para hacer este cambio, ayúdenme para poder ayudarlos. ¡Yo en verdad estoy comprometida con ustedes!

El silencio reinó por todo el ambiente y escuché algunas pisadas. Cerré los ojos con fuerza mientras apretaba mis puños, volví a agachar la mirada hacia el suelo esperando lo peor. Argon se acercó a mí y me ayudó a ponerme de pie.

—Clematis... mira, abre los ojos —con sumo temor los abrí y lo que observé me dejó atónita.

Todos los híbridos que se encontraban reunidos, estaban arrodillados en el suelo mientras agachaban la cabeza, incluyendo a aquellos que habían expresado su disconformidad.

—Estamos agradecidos por su interés —exclamó el mismo anciano que había mantenido hasta el último su desconfianza—. Queremos confiar en usted, regente Clematis, y en verdad esperamos que no nos decepcione —sonrió—. Pero si me tomaré el atrevimiento de pedirle lo siguiente. No incline la cabeza, es una deshonra para nosotros que lo haga. Lo que estamos haciendo ahora es demostrar nuestra lealtad por usted —añadió—. Los híbridos de Wyrfell serán leales a su causa y a su casa hasta el último de nuestros días, regente Clematis —el anciano lentamente se giró sobre sus talones y observó a la multitud que aún mantenía la cabeza agachada—. ¡Viva la regente Clematis! ¡Larga vida a su dominio!

Tras el grito del anciano, los demás se pusieron de pie y comenzaron a gritar de alegría mientras repetían sin cesar lo último que él había dicho.

Sin querer comencé a llorar, Argon pasó su brazo sobre mis hombros y me apegó hacia él mientras sonreía.

El cambio que tanto anhelaba estaba cada vez más cerca. Y esto avivaba aún más el sueño que tenía, acerca de un mundo donde todos pudiéramos convivir en armonía en un mismo lugar.


NACIÓN DE MY—TRENT

Desde que la aldea humana había sido erradicada hace ya bastante tiempo, las labores de limpieza y reconstrucción no habían cesado en lo absoluto. Los híbridos, que eran esclavos de los nobles, se vieron obligados a ir a trabajar a los campos, mientras que los de la guardia real, se vieron forzados a retirar los escombros e edificar nuevas casas que fueran ocupadas.

Desde luego, las quejas no se hicieron esperar. Los nobles vivían exigiendo que le devolvieran a su servidumbre, ya que sería una deshonra para ellos realizar labores domésticas, como lavar sus propias prendas, o movilizarse de un lugar a otro sin que tuvieran a alguien sujetando el paraguas.

La situación se estaba volviendo caótica, así que el regente, Giorgio Wolfgang, se vio obligado a comprar nueva mano de obra de la nación de Dico. Los nuevos esclavos de los campos poseían la tez semi oscura, entre ellos podían apreciarse algunos de cabellera negra y otros que poseían el cabello de color castaño.

Y esta vez, para evitar cualquier problema a futuro o una posible desobediencia a las reglas de My—Trent, estas habían sido modificadas ligeramente a espaldas de los concejales. Giorgio había pedido dos requisitos: Uno, cada humano debía como mínimo tener una cría. Y dos, después de que tuvieran una sola descendencia debían de ser castrados. No importaba el método empleado, él quería que fuera de esta forma, así que Polakov se encargó personalmente de hacer cumplir las órdenes de su Dios.

—Jaft —lo llamó.

Con paso firme, Giorgio se acercó hacia su hijo que se encontraba en la sala de estar junto a Eleonor, ella le sonrió de una forma muy cordial al verlo. Después de aquel accidente en las escaleras, ella despertó al tercer día, y tras una revisión médica, se determinó de que había perdido la memoria. Aunque al inicio a toda la servidumbre le costó creer esto, en cuanto notaron el cambio de actitud en la déspota pelinegra, terminaron siendo convencidos por la aparente amabilidad que ahora poseía.

—Necesito que vayas a la frontera con Dinaris, Polakov ha enviado los doscientos humanos que mandé a traer, quiero que verifiques que lleguen a salvo.

—¿Compró esclavos? —preguntó mientras lo observaba con detenimiento.

—Sí, los nobles no paran de quejarse, están tan acostumbrados a que los híbridos les limpien hasta el trasero que no son capaces de hacer las cosas por su cuenta —suspiró mientras frotaba su cien que había comenzado a doler.

El dolor que sentía siempre era un indicativo que sus ataques de demencia estaban por iniciar, así que se dio media vuelta dispuesto a ir a encerrarse a su habitación.

—Como sea, parte de inmediato, el carruaje está esperándote afuera.

—Sí, padre —Jaft depositó un beso en los labios de Eleonor y partió no sin antes sonreírle.

—Si me perdonas, Eleonor, tengo algunos asuntos que atender, deberías descansar un poco más— exclamó mientras se dirigía a las escaleras y comenzó a subir de manera pausada los escalones.

En cuanto llegó a la segunda planta el dolor que sentía se intensificó aún más. Caminó con prisa hasta su habitación, y se encerró allí dentro. El dolor de cabeza se había agudizado, las gotas de sudor frío perlaban su frente. Comenzó a apretar su cabeza con fuerza para calmar el dolor, pero aquello no funcionaba.

—Ya basta... —musitó sintiéndose cansado mientras cerraba los ojos con fuerza— Estoy haciendo lo que me dijiste. ¿Qué más quieres? Las cosas toman tiempo.

«No, no lo estás haciendo bien, Giorgio. Estás tardando demasiado, si descubren nuestros planes, nos cortarán la cabeza.» —exclamó la voz siseante con peligrosidad.

—Déjame en paz... estoy haciendo todo bien, no necesito que me recuerdes las cosas.

«Querido Giorgio, no puedo dejarte, yo soy tú. Soy la parte más putrefacta de tu ser, existo para recordarte los errores que tienes y tratar de evitar posibles tragedias. Ahora, te diré lo siguiente, no deberías confiar en Jaft..., es el bastardo de Rier, nos traicionará igual que su padre»

—Soy su padre... —exclamó mientras golpeaba su cabeza con sus puños— Él no me traicionaría, es mi hijo... es mi hijo.

«No, no es tu hijo, es la cría de Rier con Lyra, el símbolo de su mayor traición. ¿Por qué sigues engañándote? Jaft es hijo de tu enemigo, él nos va a traicionar. Basta con mirarlo, es la viva imagen de Rier cuando era joven»

—Tú, tú lastimaste a Rier, Jaft es mi hijo—repitió—. Jaft es mi hijo, no le haré daño. No lo lastimaré, tú no volverás a lastimarlo.

«Tus supuestos hijos son el pecado que cargas Giorgio. Ambos jugamos sucio contra Rier, no solo fui yo. ¿Lo olvidaste?»

—Fuiste tú, fuiste tú...

«Y no te bastó hacerles la vida miserable a ellos, sino que también destruiste a Lyra, y Zefer es el recordatorio perpetuo de lo que le hiciste aquella noche.»

—No, no es verdad —las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos mientras caía de rodillas—. Esa noche tú la lastimaste, no fui yo, no podía detenerte.

«Tu deseabas eso tanto como yo, Giorgio. Recuerda, soy la personificación de tus más grandes deseos, si no fuera por mí, aún serias golpeado por tu padre, si no fuera por mí, Lyra hubiera huido con tu cría a Velmont, si no fuera por mí, Giorgio, no serias el nuevo Dios de este mundo.»

Giorgio observó a la nada, sus ojos se mostraban inexpresivos mientras seguía sujetando su cabeza. En cuanto alzó la vista vio como una figura comenzó a materializarse frente a él, y una vez que la estrepitosa criatura terminó de adquirir una forma, se vio a si mismo allí de pie. Pero aquel era un Giorgio joven, lozano, lleno de vitalidad, pero que mantenía una sonrisa deformada y tétrica plasmada en el rostro.

Giorgio retrocedió mientras agitaba los brazos en el aire, la criatura se acercó lentamente hasta estar frente a él y tomó su mentón entre sus dedos obligándolo a mirarlo. Giorgio temblaba, la criatura se mantenía quieta mientras aún sonreía.

«Déjamelo a mí, Giorgio. Recuerda tu dolor, recuerda a los que te traicionaron. Déjame encargarme del resto, soy el mejor aliado que tienes, yo jamás te traicionaría. Hemos estado juntos tantos años, y yo siempre he tenido la razón con todo, siempre he acertado en todo lo que te dije. ¿No es verdad?»

—Sí...—exclamó el pelinegro mientras su mirada se encontraba aun perdida—, siempre tuviste razón en todo lo que dijiste, jamás te equivocaste.

«Entonces. ¿Confiarás en mí? ¿Me dejarás guiarte por el camino de la gloria? ¿Me dejarás controlar tus acciones a partir de ahora y ya no lucharás?»

—Confío—murmuró mientras asentía ligeramente—. Confiaré en ti, de ahora en adelante, tendrás el control de mí mente y cuerpo.

«Sabia decisión, Giorgio.»

Y al terminar de decir esto, la criatura comenzó a introducirse dentro de su boca, ojos y nariz, como si se tratara de una especie de humo negro. Para cuando eso desapareció, Giorgio se quedó sumido en un letargo mientras sus ojos y la boca se encontraban abiertas enormemente.

En cuanto recobró el sentido, aquella misma sonrisa que tuvo el ente se plasmó en su rostro, y sus garras comenzaron a clavarse sobre su cabeza mientras arrancaba algunos pedazos de piel con cuero cabelludo.

Mientras Giorgio se encontraba sumido en la demencia total, Zefer bajó rápidamente por las escaleras, en una de sus manos mantenía un sobre sellado, y en la otra colgaba un casco de guerra bellamente decorado.

Antes de partir a su destino, se aseguró que ninguno de sus guardias lo viniera siguiendo, y únicamente cuando tuvo la certeza de esto, comenzó a correr al interior del bosque.

Si algo salía mal, o si alguien lo veía, todo el plan que llevaba ideando se vendría abajo sin antes haber comenzado. En cuanto llegó a un claro despejado, se encontró con una persona que poseía una capucha cubriéndole el rostro.

Se acercó con sigilo, y el sujeto al darse cuenta de que él se estaba acercando, hizo una pequeña reverencia mientras estiraba sus manos para recibir lo que Zefer traía.

—Llévale esto a Rier Hanton, asegúrate de que nadie te detenga en tu camino —Zefer extendió el sobre sellado, e inmediatamente, el individuo misterioso se encargó de guardarlo entre sus ropajes—. Este es tu pago, esta conversación nunca ocurrió.

Lo que le entregó era un casco que estaba valorizado aproximadamente en cuatrocientos mil vidaleons, adicional a esto, anexó una pequeña carta que le cedía a esa persona el objeto sumamente valioso que había estado en su familia por generaciones.

—Lo que usted ordene, mi señor —murmuró el otro Hanoun mientras lo reverenciaba—. Me aseguraré de que mi regente reciba esta carta.

Ni bien terminó de decirle esto, la figura partió corriendo a una velocidad sorprendente, característica de los Hanouns.

—Tan solo le ruego a Kyros que Rier me crea —musitó Zefer mientras volvía a dirigirse en dirección al castillo.

El plan había sido puesto en marcha, y ahora solo le quedaba esperar a que la otra parte creyera en él, y que, por un bien común de todos los habitantes, se tomaran medidas en el asunto antes de que fuera demasiado tarde.

Debía confiar en aquella especie felina que Giorgio tanto repudiaba, y la cual durante toda su vida le dijo que nunca confiara. Pero estaba dispuesto a realizar cualquier cosa para evitar aquella catástrofe que cada vez se cernía más sobre sus hombros.

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