CAPÍTULO XXVIII • Remembranzas del pasado III •
Luego de que todo pasó tuve que esperar pacientemente. Aún no era el momento indicado para comunicar oficialmente el deceso de mi padre, ya que sería obligado a realizar la ceremonia de paso de cargo, y lo que menos podía permitir en estos momentos era que Rier se enterara.
El mismo día del asesinato mandé a llamar a Polakov, él apresuró sus pendientes en Dico y partió inmediatamente a My—Trent. En cuanto llegó le pedí que me pusiera al tanto de la situación, las instrucciones que había dejado luego de mi viaje ya habían sido implementadas y las modificaciones pertinentes se estaban realizando.
Pero había un problema, Heros aún no mandaba una respuesta a mi carta y esto nos impedía tener acceso a las minas de vidaleons para continuar con la fabricación de las municiones.
¿En verdad era tan tonto como para arriesgarse a perderlo todo?
—Mi señor —Polakov me habló luego de que me quedara callado por algunos minutos—. No es que quiera ser un impertinente comentándole esto... pero el cuerpo del amo Madai ha comenzado a pudrirse y despide un aroma bastante nauseabundo.
Observé como Polakov comenzaba a respirar por la boca debido a la pestilencia. Al no poseer un sistema del olfato agudo ni siquiera me había percatado de la peste que emergía del cuarto de mi padre.
—¿Te molesta ese pequeño olor? —le pregunté con sorna.
—A decir verdad, si me permite ser honesto... —Polakov se removió ligeramente en su asiento—. Seré viejo, pero tengo el olfato de un joven, y ni bien entré al palacio esta mañana, pude saber exactamente de dónde venía el cadáver por el olor.
—Está bien —volqué los ojos, me puse de pie, salí de la habitación para llamar a dos sirvientes.
Al igual que Polakov podía ver como entreabrían los labios para poder respirar, los híbridos se acercaron hasta donde me encontraba y luego de hacer una reverencia aguardaron mis indicaciones.
—Saquen el cadáver y métanlo en un costal.
—¿No lo llevaremos al mausoleo, amo Giorgio?
—No —respondí de forma escueta—. Para poder meterlo dentro del mausoleo deberíamos romper el sello de la entrada y mandar a fabricar una nueva es demasiado trabajo.
—¿Entonces donde lo pondremos? —preguntó uno de ellos.
—Entiérrenlo cerca de la entrada del bosque, y luego manden a las de limpieza. Quiero todas las cosas fuera de la habitación el día de hoy.
—Sí, mi señor —respondieron al unísono antes de marcharse.
—Creo que está demás decirlo, pero quiero absoluto hermetismo. ¿Entendido?
—Desde luego, despreocúpese, amo.
Cuando abrieron la puerta del cuarto un enjambre de moscas emergió desde adentro, los sirvientes tuvieron que retirarse la camisa que traían puesta para atarla en su rostro y disimular de alguna forma la peste.
Desde la entrada observé todo el movimiento que hacían, Polakov estaba a mi lado y cada cierto tiempo lo veía tener arcadas en cuanto el aroma llegaba a su nariz. Lo que quedaba de Madai fue tirado dentro de un costal al igual que la ropa de cama, y en cuanto ellos se marcharon, subieron las encargadas de la limpieza y lo primero que hicieron fue ordenar a otro grupo que sacaran el colchón y lo incineraran a las espaldas del palacio.
Poco a poco la habitación se fue quedando vacía. Polakov y yo aprovechamos esto para regresar a mi despacho y continuar con nuestra charla. La cabeza había comenzado a dolerme.
—¿Se siente bien, amo Giorgio?
—Solo son dolores de cabeza —le resté importancia al asunto mientras observaba una pila de papeles—. Necesito que escribas algo por mí y lo entregues al tipo que entrena a las vylas.
Polakov tomó una hoja en blanco y el tintero con la plumilla, yo aproveché para introducir mi mano dentro de la gaveta y sacar una cantimplora de metal, desde esa vez que Lyra me había recomendado hacer esa mezcla de hierbas le había hecho caso, aunque claro, rebajaba el gusto horrible que estas tenían con un poco de macerado de licor.
Tras beber un sorbo considerable el dolor desapareció casi por completo. Polakov aguardaba mis órdenes, así que luego de dar una gran bocanada de aire comencé con mi dictado.
—Dentro de dos días a partir de la fecha, se ejercerá la celebración en honor al compromiso oficial de Giorgio Wolfgang, con la noble de su casta, Lyra Wolfgang. Se invita cordialmente a todos los regentes de la nación que se encuentren en las cercanías, a la recepción que tendrá lugar en el palacio. Y a aquellos que se encuentren lejos, esperamos sus felicitaciones y posteriores visitas.
—¿Lyra Wolfgang? —Polakov despegó el rostro del papel tras oírme—. ¿No era ella la hija de los ejecutados?
—Sí —sonreí mientras reposaba mi rostro sobre la palma de mi mano. Polakov hizo una pequeña mueca de desagrado, pero inmediatamente, se encargó de borrarla—. Polakov, espero que no me estés cuestionando —enmarqué una ceja, él palideció.
—¡No! Desde luego que no, mi señor.
—Bien, yo sé porque hago las cosas. No me gustaría que nadie cuestione mis decisiones.
—¡Jamás lo haría señor! —contestó inmediatamente, y con seguridad—. Si usted me dijera que la luna es la que brilla en el cielo durante el día, le creería.
—Me alegra oír eso, Polakov —sonreí dejando a la vista mis colmillos y él hizo lo mismo—. ¿Terminaste de escribir?
—Sí, mi señor.
—Entonces, llévaselo al encargado de las vylas.
Estaba jugando mis fichas del juego en el orden correcto para que nada pudiera salir mal. Conocía demasiado bien a Rier y estaba seguro de que en cuanto se enterara de la noticia, vendría corriendo para impedirlo, y esta sería la oportunidad perfecta para matar dos pájaros de un tiro. Alejaría a Lyra de su lado, y tras la estupidez que estaba apunto de cometer su padre lo mantendría aún más vigilado.
—¡Mi señor! —al cabo de unos minutos, Polakov regresó corriendo.
Traía la respiración agitada, su cuerpo temblaba y algunas gotas de sudor bajaban por su frente. Se acercó con prisa hasta el escritorio y extendió una carta en mi dirección. Era el documento que tanto había estado esperando de Velmont.
Al igual que él, mis manos comenzaron a temblar, pero me vi obligado a mantener la compostura para evitar que se notara mi ansiedad. Rasgué el sobre, saqué los papeles y comencé a leerlos detenidamente.
«Saludos cordiales.
Agradezco que me haya informado el terrible error que mi hijo estaba cometiendo, regente Giorgio Wolfgang, mediante este escrito le aseguro que tomaré cartas en el asunto. No deseo verme involucrado en una guerra sin sentido a causa de la estupidez de mi heredero.
Es por eso que adjunto podrá encontrar los tratados firmados con mi puño y letra. My—Trent y Velmont podrán volver a estar comunicados, y los tratados comerciales seguirán los términos que previamente expuso.
Atentamente, Heros Hanton.»
Comencé a reír histéricamente mientras terminaba de leer, le extendí el documento a Polakov para que pudiera leerlo y el comenzó a saltar producto de la emoción. Todo comenzaba a resultar de maravilla, esto era un indicativo de que el destino quería que yo me volviera la única persona capaz de poder controlar todo y a todos.
Durante los próximos dos días los sirvientes comenzaron a ordenar la planta baja para el evento. No hubo mucho tiempo para planificar demasiado. La ceremonia de compromiso no sería modesta, pero tampoco tendría grandes lujos como normalmente tenía que hacerse.
Esa misma noche, la guardia real trajo a Lyra al palacio, la llevaron hasta la planta alta, yo la observaba escondido desde el salón. No podía permitir que me viera, otro tenía que ser el que le informara acerca de la situación. Envié a Polakov a que conversara con ella, y luego, oí como la dejaban en la habitación que le había preparado.
Ahora, tan solo tenía que esperar, era probable que Rier se apareciera por la mañana para tratar de salvarla.
Estaba demasiado ansioso. Deseaba ir a verla, quería decirle lo feliz que me encontraba, sentía deseos de sujetarla con firmeza entre mis brazos y decirle que pronto sería mía, que ambos pasaríamos hasta el final de nuestros días juntos, amándonos. Pero debía aguardar con calma, ellos debían pensar que yo no sabía nada respecto a todo esto.
A primera hora de la mañana los preparativos fueron completados, todo se veía extremadamente cuidado y prolijo, había puesto tanto esmero en los detalles de la celebración que indirectamente me sentía orgulloso del trabajo ya finalizado.
Los invitados comenzaron a llegar desde las nueve de la mañana, los saludé como era la costumbre entre nuestra clase social, y luego me excusé para ir a buscar a la prometida. Caminé hasta la habitación de Lyra lentamente, y cuando estuve cerca, la oí hablando con alguien, al acercarme aún más, pude percatarme que se trataba de Rier, me vi obligado a reprimir una carcajada, el imbécil acababa de morder el anzuelo.
—Rier —en cuanto abrí la puerta, Rier mantenía sujeta a Lyra por los hombros, sentía deseos de escupirle, pero debía mostrar neutralidad en mi rostro. Suspiré de alivio y me acerqué hacia ambos, ellos me observaban atentamente—. Gracias a Kyros, eres tú.
—Giorgio — él se colocó al lado de ella y acarició con gentileza su mano—.¿Qué sucedió?, ¿cómo es que todo esto pasó? —preguntó el traidor mientras me observaba a los ojos.
—Volví hoy a My—Trent, las cosas se habían complicado en Dico así que tuve que quedarme. Madai me sorprendió con todo esto... su salud ha empeorado y me comprometió para asegurar el futuro de la nación —dije con falso pesar—. ¿Qué haces aquí? —le pregunté, fingiendo que no era consciente de lo que pasaba entre ambos.
—Lamento no habértelo dicho antes— turnaba mi mirada entre él y Lyra mientras seguía hablando—. Quería contártelo en cuanto volvieras, pero... nunca imaginé que te lo diría en esta situación tan caótica.
—¿Están juntos? —pregunté.
—Sí —cuando abrió la boca para decir esto sentí náuseas, quería molerlo a golpes.
—No lo sabía... Lo siento. Por Kyros, sino hubiera ido a Dico jamás hubiera pasado esto.
—Giorgio, te lo pido como amigo. Por favor, cancela todo este teatro... —suplicó mientras se acercaba hacia mí y sujetaba mis brazos con firmeza, yo únicamente desvié la mirada — Por favor, impide el compromiso.
—No puedo hacerlo —Rier me soltó y me observó incrédulo— Es un decreto oficial, los nobles de todo My—Trent y algunos regentes de naciones aledañas están abajo. Si Madai se entera que cancelé todo, es capaz de cortarme el cuello.
—¡Maldición! —Rier giró sobre sus talones y apretó con fuerza su cabeza, Lyra, quien se encontraba más atrás mantenía sujetadas sus manos con firmeza.
—Escucha, Rier —me acerqué hacia él y lo obligué a mirarme—. La única manera de que Lyra pueda ir a Velmont, es esperar a que mi padre y el tuyo mueran...
—¡Mi padre está más sano que nunca! —él se soltó de repente y golpeó una de las paredes más cercanas— Pasarían años antes de que eso sucediera.
—Esperemos entonces —le respondí con tranquilidad sin apartarle la mirada, él me observaba con confusión, no había entendido lo que quise decirle—. Rier, esto es solo un compromiso por nombre, tú podrás seguir viéndola. Te garantizo que una vez que mi padre fallezca, anularé todo este teatro.
—¿Lo dices en serio? —él sonrió, me volvió a sujetar los brazos y yo me limité a esbozar una hipócrita sonrisa.
—Tienes mi palabra, hermano.
Después de brindarle aquella falsa esperanza, los dejé solos, no quería hacerlo, pero era necesario, debían confiar en mí. Cuando volví a entrar y le dije a Lyra que teníamos que bajar, Rier se despidió de ella y se volvió a escabullir por la ventana como la rata que era.
Ella tenía su cuerpo tenso, su espalda se mantenía erguida y no volteaba a observarme a los ojos. Temblaba ligeramente, sentía unos inmensos deseos de acercarme y rodearla con mis brazos.
—Lyra —ella tras oírme pegó un respingo—. No tienes por qué desconfiar... —lentamente volteó, sus ojos estaban acuosos, estaba reteniendo las lágrimas—. Escucha, sé que... —apreté los puños a cada lado de mi cuerpo y suspiré con pesar— sé que me tienes miedo. Lo siento, en verdad que sí, nunca tuve la oportunidad de disculparme, sentía miedo, me asustaba pensar que tú podrías rechazarme.
—¿Perdón? —ella se abrazó a si misma con fuerza— Tus disculpas no me devolverán a mis padres —masculló—... tu falso perdón no hará retroceder el tiempo, Giorgio —ella no resistió más, perdió la batalla contra las lágrimas, una tras otra comenzaron a empapar su rostro—... nada hará que ellos vuelvan.
—No pude hacer nada... —ella alzó sus ojos verdosos en mi dirección y me observó atenta conforme hablaba— No tienes idea la culpa que siento desde ese día—mi voz sonó entrecortada—. Lo único que he hecho ha sido pensar en eso. Te lo juro, no existe un solo momento en que no me lamente el no haber podido hacer más. Pero. ¿Qué otra opción tenía? Ambos conocemos las normas, si no las acataba... mi padre hubiera sido mucho más drástico, ni siquiera tú estarías viva.
—Me gustaría creerte, pero no puedo —ella me observó con dureza mientras mordía su labio con fuerza—. Ese día, Giorgio. Tú estabas sonriendo. Mientras me observabas, tú sonreías, aquella sonrisa no era de nerviosismo, era una de gozo, estabas disfrutando ese momento. Sí, lo estabas disfrutando con cada parte de tu cuerpo.
—Te equivocas —caminé hasta ella sujeté sus brazos con fuerza, Lyra se tensó al sentir mis manos—. Nunca disfrutaría viendo el dolor ajeno..., te estoy siendo sincero, Lyra. Jamás haría algo que te lastimara de alguna forma.
—¿Por qué me estás diciendo esto ahora? —me preguntó con recelo mientras arqueaba las cejas.
—El porqué lo hago, no importa —lentamente me separé de ella, caminé hacia la puerta y sujeté fuertemente la perilla—. Escucha, yo jamás haría algo que los lastimara a ambos. Rier es como un hermano para mí... —la observé y volví a agachar la mirada—. Te pido algo, por favor, trata de fingir allá abajo, temo por mi vida. Entiéndeme, si mi padre descubre que cancelé todo, es capaz de cortarme el cuello... te prometo que cuando podamos firmar el tratado, te dejaré libre.
—No sé si deba confiar en ti...
—Hazlo —le sonreí y ella desvió la mirada—. Estoy de parte de ambos.
«Jajaja, es demasiado lista, no cae fácilmente. No es como el idiota de Rier. Anda con cautela, Giorgio, si no logramos controlarla, se nos puede ir de las manos.» —dijo la voz que hizo acto de presencia en ese momento.
—¿Vamos? —estiré mi mano en su dirección y ella se acercó ligeramente, Lyra estiró sus dedos, su mano vaciló momentáneamente, pero finalmente, terminó sujetándose a mi cuerpo.
Cuando salimos de la habitación, inconscientemente una pequeña sonrisa se formó en mi rostro, pero tuve que borrarla para no ser demasiado obvio. Ambos a paso firme comenzamos a descender por los largos escalones hacia el salón, todas las personas que se encontraban allí voltearon a observarnos, se pusieron de pie y aplaudieron enérgicamente por donde pasábamos nos reverenciaban en señal de respeto.
Una vez que terminamos de cruzar el enorme salón, llegamos hasta el podio que estaba colocado al final. La ayudé a subir, y comencé a anunciar oficialmente nuestro compromiso, no sin antes disculparme porque mi padre no se encontraba bien de salud como para poder asistir.
Todos los nobles de naciones aledañas habían traído consigo múltiples regalos, armaron una fila y uno a uno los fueron dejando: estos iban desde pedrería, implementos bañados en oro o gemas preciosas, hasta algunas cosas para bebés, aquello puso tensa a Lyra, pero la tranquilicé inmediatamente.
Su cuerpo tiritaba ligeramente producto del miedo, pero allí estaba yo para brindarle la seguridad que necesitaba. Mi pobre amada, ella aún estaba presa de los engaños de Rier, pero había que ser paciente, cuando la liberara de aquel hechizo, correría gustosa a mis brazos.
Mantenía todo el asunto de la muerte de mi padre bajo estricto secreto, cualquier sirviente tenía prohibido el siquiera mencionarle algo a ella. Pero era astuta, e inevitablemente las preguntas acerca de Madai comenzaron a surgir.
Tuve que contratar falsos médicos que dieran diagnósticos desfavorables acerca de él, y aquel teatro se repitió día con día.
Ella pasaba largas horas dentro de la biblioteca que mandé a construir, claramente, jamás le dije que la había edificado en su honor, pero resultó embelesada cuando ingresó por aquella puerta.
Mientras ella se mantenía ocupada, yo comencé a realizar los preparativos para la boda, el vestido que ella usaría fue confeccionado por una de las mejores costureras de My—Trent y los partes de la ceremonia fueron escritos por los mejores escribanos.
Días antes de que el gran suceso tuviera lugar, envié la invitación a la ciudad de Velmont, con esto mis planes se habían terminado materializando.
Ahora solo había un problema, mi falso padre enfermo, debía apelar al noble corazón de Lyra para acercarme un poco más a ella, y esto únicamente lo conseguiría fingiendo que Madai me importó alguna vez.
—Lyra... —me acerqué hacia ella y la rodeé con mis brazos, hundí mi rostro en su cuello y brevemente aspiré de su aroma. Mi actitud la tomó por sorpresa, soltó el libro que tenía sujeto—, mi padre... está mal. El doctor acaba de informarme que puede que no le queden más de dos o tres días de vida.
—Giorgio —musitó ella con dificultad mientras me correspondía al abrazo—. Lo siento mucho, sé que debe ser difícil para ti todo esto.
—Lo es... —le respondí mientras seguía deleitándome con su aroma—. Lo siento, Lyra... pero él quiere que nos casemos lo antes posible, es su último deseo...
Tras decir esto, ella se apartó por completo. Me observó con incredulidad, comenzó a negar en repetidas ocasiones con la cabeza y una de sus manos fue directo hacia su boca.
—¡Giorgio, lo prometiste! —replicó—. Dijiste que me permitirías estar junto a Rier...
—Y lo haré, Lyra... —la tomé por los hombros obligándola a mirarme—, tan solo finjamos el matrimonio, es lo único que te pido. Si él tiene la seguridad de que me dejó en buenas manos, me entregará de inmediato el cargo de regente, de ese modo, podré agilizar los trámites con el padre de Rier.
—No lo haré... —me respondió de manera tajante mientras se alejaba más y más—, tú sabes perfectamente que cuando me marche con Rier, si estoy casada, seré tratada de infiel, y el castigo para la infidelidad, es la muerte. No puedo hacerlo, no dejaré que Rier sea acusado y asesinado.
—¡Es la única alternativa, Lyra! —alcé la voz mientras la sujetaba con fuerza—. ¿Acaso no lo ves? No tenemos otra opción.
—¡Suéltame, Giorgio, me estas lastimando! —deshice mi agarre, ella me dirigió una mirada cargada de odio— Dejaré algo en claro. No pienso hacerlo, no puedo fingir casarme con alguien... que no amo.
Tras decir esto ella salió corriendo de la biblioteca. Estaba furioso por lo que acababa de decir, una ira descomunal se apoderó de mi cuerpo. Rompí todo objeto que se encontraba cerca de mí.
Habíamos pasado por tanto en las últimas semanas y Lyra aún no lograba reaccionar, pese a que durante todo este mes me había comportado de la forma más cordial posible, ella seguía manteniéndose reacia a aceptar la realidad. Aquella realidad en la que yo era el único capaz de amarla.
No tenía otra opción más que confiar en el poco juicio y la impulsividad de Rier para poder librarme de él de una vez por todas. Si Lyra aún se mantenía reacia a aceptar las cosas, tendría que abrirle los ojos de mala manera, y eso significaba adelantar todos los planes que tenía.
Tan solo me bastó con mover unos pocos hilos, y él, cual marioneta, había comenzado a moverse. La secuestró del palacio. Pero en cuanto lo hizo, los sirvientes no lograron percibir olor alguno, era como si ambos se hubieran desvanecido en el aire.
Pero aunque hubieran usado algún truco no importaba. Les seguiría los pasos, haría lo que haga falta para atraparlos.
Informé acerca de la fuga de ambos y puse en alerta a Heros, quien de inmediato comenzó la búsqueda de su estúpido hijo.
Este era mi mundo, yo era el nuevo Dios de todo lo que la luz tocara, y el que se escondieran no duraría para siempre. Meses después, la información tan esperada llegó, habían logrado ubicarlos, y Lyra pronto volvería a estar entre mis brazos.
La boda fue reprogramada y se realizó pese a aquel aspecto demacrado que ella tenía. Pobre de mí Lyra, ella ya me lo agradecería más adelante, cuando ambos fuéramos verdaderamente felices.
Heros me aseguró que el molesto parásito pasaría mucho tiempo tras la sombra, y me sentí extremadamente bien luego de saberlo. Pero nuevamente la felicidad me duró poco, Lyra había comenzado a sentirse mal en las últimas semanas desde su regreso, y cuando fue revisada por los médicos descubrió que estaba embarazada.
Sentí como una daga se clavaba en mi interior. Tenía deseos de asesinarla en ese mismo momento, y la voz que rondaba en mi cabeza me incitaba a hacerlo cada vez con más frecuencia. Pero me contuve, el sentimiento de amor que tenía por ella... simplemente me hizo desistir de la idea.
Conforme su barriga crecía, su esperanza de que Rier volviera por ella se fue desvaneciendo más y más, y cuando la carta de Heros llegó, diciendo que su hijo acababa de casarse, ella terminó por quebrarse definitivamente. Esa misma noche, estando tan débil y desahuciada como estaba, ella lloró amargamente en mis brazos, y yo le brindé toda la seguridad del mundo. La hice sentirse amada, la hice sentir querida, quería que entendiera que no estaba sola, pues yo estaba allí para ella.
Desde ese momento Lyra se volvió más accesible a mi trato, ya no se reusaba a mi cercanía y comenzamos a planear un sinfín de cosas para el cachorro. Era extraño, pero sentía una calidez inexplicable dentro de mi pecho cuando tocaba su abultado vientre, mi amada sonreía, y yo también terminaba haciéndolo.
Finalmente, el día de su nacimiento llegó y mientras la partera hacia su labor, yo me encontraba a su lado sujetando la mano de Lyra. No me importaba que no fuera mi hijo, yo era la única persona capaz de calmar su corazón, era el único apropiado para brindarle estabilidad.
Durante muchos meses imaginé la apariencia del bebé, y cuando él salió luego de una dura batalla de siete horas, al ver aquella pequeña melena rubia tuve muchos sentimientos encontrados: Tristeza, felicidad, envidia. Ese bebé y Rier compartían demasiados rasgos, más de los que me gustaría aceptar.
El pequeño se fue fortaleciendo día a día. Lyra me permitía estar a su lado, dejaba que yo me hiciera cargo de él, un inexplicable sentimiento de paternidad se había apoderado de mí.
Pero me sentía contrariado, lo odiaba por parecerse tanto a Rier, pero al ver los pequeños rasgos que poseía iguales a los de ella, terminaban ablandando mi corazón. Era una época donde me sentía pleno, y extrañamente feliz, la voz había desaparecido, se mantenía callada, en silencio, analizando y aguardando la mínima oportunidad para hacerse presente.
Un día, mientras me encontraba leyendo los informes de Polakov, uno de los sirvientes me había dicho que escucharon a Lyra conversando con alguien en su habitación, aquello no hubiera tenido nada de extraño, ya que podía tratarse de una de las sirvientas, pero lo que alarmó a aquel subordinado, fue que no lograba percibir olor alguno. Era él, había regresado, lo habían liberado de su cautiverio, y lo primero que hizo fue venir a buscarla.
Caminé con cautela hasta estar a una distancia prudente, y aguardé en silencio. Lo escuchaba hablar, lo escuchaba acercarse, pero ella lo alejaba, lo repelía. Ella se sentía traicionada, humillada.
—Dime que no me amas... —masculló Rier con dolor— Dilo y me iré, Lyra...
—Yo... Yo no te amo, Rier.
Luego de que ella le dijo aquello, me permití volver a respirar con tranquilidad. Escuché las ventanas abrirse, y una vez que todo volvió a quedar en silencio, oí su llanto agudizarse. No pude evitar reírme en voz baja, lo había conseguido, había logrado finalmente que ella lo odiara. Ahora, lo único que faltaba para que fuéramos una familia completa, era que ella me amara genuinamente.
Después de aquel día, dos años más transcurrieron rápidamente. Jaft era un niño alegre, lleno de vitalidad, cada rasgo de su personalidad se acentuaba más y más. Lyra lo llevaba a la aldea humana, lo mantenía siempre a su lado. Y aunque ella no quisiera admitirlo, al parecer, sentía miedo de que Rier se la arrebatara cuando ella no lo estuviera viendo.
Una mañana en el recorrido que ella hacía diario, se topó con un Hanoun de cabellera roja, su nombre era Shikwa, lo salvó de morir, le brindó techo, alimento y seguridad, y él, en retribución a todo eso, comenzó a ayudarme con mis planes.
Era un médico brillante, poseía conocimientos avanzados. Me explicó que huyó de su hogar, él venía del otro lado del mundo, igual que los concejales. Ahora las cosas cobraban sentido, Madai, ese viejo acaparador había conseguido todos los archivos de allí, es por eso que cuando viajaba, demoraba aproximadamente medio año en volver, y en el último de los viajes que realizó, regresó enfermo, había traído esa peste consigo, pero por suerte, se la llevó a la tumba sin perjudicar al resto.
Rier, al tener un hijo con su pareja, ahora poseía una excusa para venir de visita, buscaba mil y un formas de hacer que sus dos bastardos confraternizaran, pero aquello no bastaba.
En una de esas visitas, solicitó hablar conmigo, así que le dije que fuéramos a mi despacho. Al entrar, cerró la puerta y extendió un documento hacia mí, era el tratado que había hecho firmar a Heros, y debajo de todo, reposaba la fecha en la cual fue firmado.
—Giorgio —su ceño se encontraba fruncido, apretaba con fuerza la silla donde estaba, yo únicamente me limité a observarlo en silencio, como si nada pasara, como si aquello no fuera una prueba suficiente—. ¿Cuándo planeabas decirme acerca del tratado?
—¿De qué hablas? —me hice el desentendido, tiré el papel sobre el escritorio y me crucé de brazos—. No entiendo a qué te refieres, Rier.
—No te hagas el idiota, tú sabes perfectamente a que me refiero. Ese maldito tratado lleva firmado desde hace mucho tiempo, para ser más exactos, desde antes de tu compromiso con Lyra —la molestia podía notarse en su voz mientras hablaba—. Convenientemente, el tiempo en el que... tu padre estaba «enfermo»
—Oh, bueno esos son asuntos que mi padre y el tuyo resolvieron. Acabo de enterarme —mentí con cinismo, Rier apretó los dientes con fuerza tras oírme.
—¡No mientas! —golpeó la mesa con fuerza—, el nombre de tu padre no aparece en la firma del tratado, ¡aparece el tuyo!
—Escúchame, Rier. Estás en mi nación, y aquel papel no demuestra nada.
—Me traicionaste, sucio perro —escupió con odio.
—¿Traicionar? —bufé— El que traicionó al otro primero fuiste tú, querido hermano —dije con sorna, él se paró de su silla y se sujetó fuertemente del borde del escritorio—. Ahora, retírate, de lo contrario me veré obligado a llamar a los guardias.
A regañadientes se marchó del lugar, ordené a uno de los guardias mantenerlo vigilado por si quería aproximarse a Lyra, pero eso no pasó, ese mismo día él regresó a su nación.
Cuando cayó la noche y me encontraba en mi alcoba, ella entró intempestivamente mientras azotaba la puerta, me sorprendí al verla, ella jamás se había animado a entrar aquí. Se acercó hacia donde estaba, y antes de que pudiera decirle algo, terminó plasmando la palma de su mano sobre mi mejilla, sentí como sus garras rasguñaron con fiereza aquel lugar, y algunos hilos de sangre no tardaron en hacerse presentes.
—¡Me mentiste! todo este tiempo..., tú fuiste quien me alejó de Rier, me manipulaste y manipulaste la situación.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté mientras me ponía de pie, en ese momento, sentí como mi cabeza comenzó a doler, aquella voz comenzaba a manifestarse una vez más, había regresado.
—No te hagas el idiota, Giorgio. Durante todo este tiempo... estuve investigando, y hoy terminé confirmándolo, los oí a ambos hablar. Desde hacía mucho antes tu tenías todo firmado, habías planificado todo al milímetro. Eres un desalmado, me arrebataste la oportunidad de ser feliz —ella comenzó a llorar, lloraba de cólera, estaba herida, dolida, traicionada—. ¿Por qué? —me preguntó.
—¡Yo te amé primero! —grité con fiereza, ella pegó un respingo por la fuerza de mis palabras, dirigió sus manos hacia sus oídos y los apretó con fuerza—. Ambos estábamos destinados a estar juntos. ¿No lo ves, no lo entiendes? ¡Te salvé de él! —sujeté sus brazos con fuerza, mis garras se clavaron dentro de su piel, Lyra se retorcía, luchaba, pero yo no me detenía.
—¡Estás loco! —trataba de soltarse, pero no se lo permitía. Aproveché el momento para sujetarla con firmeza y apegarla a mi cuerpo—. ¡Yo jamás amaré a alguien enfermo como tú!
El chirrido comenzó a volverse más fuerte ante sus gritos. Finalmente, terminé por desconectarme, la voz tomó control de mis acciones.
La tomé por la fuerza, pese a su lucha, pese a su llanto, pese a que pedía auxilio, pese a que oía a Jaft llorar al otro lado de la puerta, no me detuve por nada del mundo. Cuando terminé, ella salió corriendo de la habitación, traía la ropa rasgada, las faldas manchadas, y el rostro desencajado. Tomó a su hijo que lloraba en el suelo, él al verla estiró sus brazos en su dirección, ambos terminaron encerrándose en una habitación.
Cuando caí en cuenta de lo que había pasado, era demasiado tarde. Ya no podía pedir perdón, el teatro había terminado, dijera lo que dijera de nada serviría, Lyra ahora me temía, me repudiaba, sentía asco con tan solo verme.
Poco tiempo después ella se enteró de que estaba embarazada. Lloró amargamente al oír a la partera, y yo no pude evitar odiarme también. El cachorro que crecía dentro de su vientre era el recordatorio perpetuo de algo doloroso, era alguien que fue engendrado sin una pizca de amor ni cariño, era alguien que fue creado a costa del dolor de su madre.
Lo odiaba y me odiaba. En cuanto lo vi nacer, sentí deseos de tirarlo por la ventana. Poseía la melena negra, era como verme a mí mismo, indefenso, débil. Él lloraba con fuerza, su madre lo sujetaba con firmeza, y yo no pude ni tocarlo. Sentía deseos de asesinarlo, sentía deseos de lastimarlo... odiaba a Zefer, deseaba que muriera con todas mis fuerzas.
Pero, pese a que ese cachorro era producto de un recuerdo doloroso para ella. Lo amó, nunca lo rechazó, jamás dejó que se sintiera solo, triste y desprotegido. Y aquello me enfermaba, para ella no existía nadie más que ellos, se enfocó únicamente en ese par, se sentía protegida, querida, amada, por sus dos hijos.
Procuraba no pasar demasiado tiempo en el palacio, pero jamás la dejaba sin vigilancia, ya que ella podía escapar, o tratar de suicidarse llevándose a sus hijos consigo, y quiera o no aceptarlo, Zefer desgraciadamente era el heredero legítimo de My—Trent.
Un día en particular, cuando volvía de un viaje, vi como un humano pelirrojo golpeaba de forma desalmada a un pequeño niño que estaba en el suelo, detuve el carruaje y me bajé, al ver al pequeño bastardo me di cuenta, era otro hijo de Rier, aquellos rasgos inconfundibles estaban plasmados en todo su rostro.
—¿De dónde salió ese niño? —le pregunté sin rodeos, el hombre no supo que responder—. ¿Eres sordo? Te acabo de hacer una pregunta.
—Es hijo de mi esposa —soltó con asco mientras escupía sobre el cuerpo inconsciente del menor—. Ella decidió tenerlo.
—¿Por qué es rubio? ¿Es hijo de alguien de Velmont?
—Sí, mi señor... es hijo de Rier Hanton.
—¿En serio? —una sonrisa malévola se formó en mi rostro mientras observaba al sujeto—. ¿Cómo te llamas?
—Sirthe Garyen.
—Bueno, mi estimado Sirthe. Si fuera tú, para hacer algo más presentable a ese esperpento, le rebanaría esas orejas y las garras, de esa forma, al menos se vería un poco más humano —tras aquella proposición, el tipo sonrió, tomó el pequeño cuerpo del suelo, y lo introdujo dentro de una cabaña, que probablemente era su hogar.
El sujeto de nombre Sirthe estuvo tan agradecido conmigo, que decidió brindarme un regalo especial, me dio la fórmula de una esencia, cuando la probé por mi cuenta, entendí que aquel fue el truco que Rier había empleado cuando secuestró a Lyra. Este pequeño obsequio resultó siendo sumamente beneficioso.
Cuando Zefer tenía 7 años, Rier volvió a venir al palacio y trajo consigo a su familia, como era algo habitual en él. Envié a uno de los guardias a seguirlo a una distancia prudente, claramente, primero le entregué un poco de aquella esencia, y luego de oír atentamente, me informó acerca de la conversación que Lyra y Rier tuvieron. Ambos planeaban escapar junto con sus hijos, planeaban llevarse a Argon, Jaft y Zefer lejos de estas tierras.
Lyra en todos estos años jamás apreció mi buen trato, la acogí con cariño, le di todo cuanto quiso, pero eso no bastó para ella. Ya se había vuelto una molestia.
Si yo no era feliz, no dejaría que ella lo fuera, no me importaba lo que tuviera que hacer para impedirlo.
Convenientemente, el sujeto de nombre Sirthe estaba conectado de alguna manera con Lyra, así que saqué provecho de la situación. Lo mandé a llamar, le expliqué lo que tenía que hacer, y aceptó gustoso luego de brindarle una considerable gratificación económica.
Luego de dejar todo preparado mandé a llamar a Lyra, ella se mostraba temerosa al estar conmigo a solas, me temía por lo que pasó la última vez. Ya no la necesitaba, la odiaba, ella se había encargado de transformar mis puros sentimientos en esto.
—Lyra, se lo que planeas hacer con Rier —sus ojos me observaron con temor mientras retrocedía algunos pasos, Sirthe, quien se encontraba a mi lado, estaba de brazos cruzados observándola atentamente—. No te preocupes, dejaré que te vayas —solté finalmente luego de un breve tiempo en silencio y ella me observó con incredulidad—. Pero antes, quiero que hagas algo por mí. Sirthe.
—No entiendo... ¿Qué está sucediendo aquí? —ella reconoció inmediatamente al sujeto, él la observaba con una sonrisa enorme plasmada en sus labios.
—Fácil —comencé a echar el líquido sobre mí mientras me cruzaba de brazos en una esquina—. Te acostarás con él y te gustará. Pero debes gemir cuando lo estés haciendo, solo así podrás largarte.
—Me niego a hacer eso —ella apretó con fuerza su mandíbula.
—¿Crees que estás en posición de exigirme algo? —bufé— Escúchame —caminé hacia ella y alcé su mentón, la obligué a observarme—. Si no lo haces, mandaré a degollar ahora mismo a tus dos cachorros.
—No lo harías... —su voz temblaba al igual que su cuerpo.
—Pruébame —le respondí con seguridad y total indiferencia—. Si yo he de salir lastimado, quiero que tú también sufras.
—Ojalá mueras algún día.
—Si lloras, me veré obligado a asesinarlos —dije ignorando por completo lo que acababa de decir—. Disfruta lo más que puedas, querida.
Tomé un sillón y lo coloqué en la esquina, sujeté un libro y comencé a leerlo. Sirthe comenzó con su labor, Lyra sentía deseos de llorar, pero el cuarto no tardó en llenarse de falsos gemidos. No les tomé atención, aquel par no valía la pena, lo único que importaba en ese momento era que Rier la escuchara y saliera corriendo por la puerta, quería que se decepcionara de ella, que la odiara, que viera la clase de bastarda que era en realidad.
Cuando Sirthe terminó se marchó del palacio inmediatamente, Lyra se quedó en el suelo, llorando mientras terminaba de acomodarse su vestido.
—Zefer estaba del otro lado... —soltó de golpe mientras las lágrimas salían con mayor fuerza—. Él no tenía por qué escuchar, no debía...
—Bueno, no es el único —comenté sintiéndome victorioso, caminé hasta la ventana y observé disimuladamente—. Al parecer Rier, también disfrutó el espectáculo —desde donde estaba podía ver como Rier arrastró a Argon dentro del carruaje, Lyra corrió hacia la ventana y trató de gritar, pero no pudo, allá se iba su chance de libertad— Qué pena, allá se fue tu ruta de escape —mascullé mientras negaba con la cabeza, besé su cien y me di la vuelta en dirección a la puerta.
—Te odio... —sentí su mirada clavarse en mi espalda, volteé a observarla, ella se veía devastada, desahuciada.
Si tan solo me hubieras amado, nada de esto hubiera pasado.
—Te odio, Giorgio.
—Lamento oír eso —acoté de manera divertida mientras sonreía—. Porque yo, pese a todo, aún te sigo amando.
Rier era un hueso duro de roer, no le bastó aquel pequeño espectáculo, volvió algún tiempo después, pidiendo una explicación, pero ella jamás dijo ni una sola palabra, ya que sabía que, si hablaba, alguno de sus preciados hijos moriría. La situación era simple, se marchaba y solo vivía ella, o se quedaba y vivían los tres.
Año tras año ella se fue mostrando más inestable, escueta, y su actitud ya no resultaba para nada agradable.
Era hora de probar un pequeño experimento, que bien podría o no funcionar, pero para que pudiera realizarse, necesitaba que ella muriera, de lo contrario, todo sería en vano.
Lyra no merecía una muerte piadosa o generosa. No. Ella merecía sufrir hasta el último aliento de vida, y me encargaría de darle donde más le dolía.
La última cosa que vería antes de morir, sería a su propio hijo arrebatándole la vida.
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