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CAPÍTULO XXII • El inicio de la contienda •


C L E M A T I S

En cuanto dije esto todos se me quedaron mirando. Al parecer estaban procesando mis palabras. Luego de algunos minutos, Ian, Rik y Forke se alejaron un poco y nos dejaron a mi y a Zefer a solas para que pudiéramos conversar. Pude darme cuenta que él se tensó ya que acarició mi mejilla, pero antes de que siquiera lograra decirme algo lo detuve.

—Oíste bien —respondí intuyendo cuál sería su pregunta.

De alguna manera durante este viaje ambos habíamos adquirido la capacidad de saber lo que el otro estaba pensando antes de que pudiera decirlo. Era algo extraño, pero muy reconfortante. Aunque claro, en situaciones como estas resultaban ser muy agridulces.

—No tienen que irse —oí que gritó Ian desde atrás, Rik, en un intento por callarlo le colocó las manos sobre la boca—. Somos fuertes —añadió—, podemos defenderlos.

—No me malentiendan —suspiré sintiéndome agotada—. No estoy dudando de su capacidad, estoy priorizando el bien de la aldea. Estoy segura de que podrían acabar con el grupo que está en Wyrfell pero ¿qué pasaría si Giorgio manda más soldados? La probabilidad de que vengan aún más preparados es muy alta. No quiero que las familias que viven acá paguen por mis deseos egoístas.

Ian apretó los puños a cada lado de su cuerpo mientras observaba al suelo. Sabía que ellos nos querían aquí, pero también era consciente de que la seguridad y el bienestar de su gente era lo primordial en este tipo de situaciones.

—¿Están seguros de querer hacer esto? —preguntó Rik mientras apretaba el hombro de su pareja con fuerza, Ian colocó su mano sobre la de él.

—No... —replicó Zefer, él me abrazó con suavidad mientras depositaba besos sobre mi cabeza.

—Yo sí lo estoy... —acaricié con suavidad su espalda mientras le dedicaba al resto una sonrisa forzosa—. Gracias por hacernos sentir parte de este hermoso lugar.

—Ustedes siempre serán parte de esta aldea, Clematis... —Ian se acercó y me abrazó con fuerza, yo le correspondí—, si algún día deciden volver, nosotros los esperaremos con los brazos abiertos.

—Gracias por todo, Ian —el nombrado se acurrucó aún más entre el espacio de mi cuello y mi hombro—. De igual manera, gracias por todo lo que hicieron por mi Rik, y Forke—ellos asintieron desde sus posiciones.

—No olvides practicar lo que te enseñamos—me dijo Rik mientras sonreía de forma lineal.

—Eres una gran persona —dijo Ian cerca de mi oído—. Eres mi mejor amiga, no quiero que nada malo te pase —asentí tras lo que me dijo—. Pase lo que pase, no dejes de luchar.

En cuanto dijo esto algo dentro de mi se revolvió. Dentro de mi sentía que antes ya había escuchado esas palabras, pero no sabía con exactitud quien me las había dicho.

Mi cabeza me comenzó a doler, una pequeña mueca de dolor se posicionó en mi rostro, pero tuve que disimular para no preocupar al resto. Me despedí de los demás con naturalidad, pero no podía evitar sentirme extraña. Mi vista se mantuvo fija en un punto y una serie de imágenes de un bosque oscuro comenzaron a pasar rápidamente frente a mí. Oí gritos, podía sentir como mi piel recordaba la fresca brisa nocturna.

—Es hora de irnos —Zefer fue el único que pudo sacarme de mi ensimismamiento. Volteé a observarlo y él tenía su mano extendida en mi dirección.

Cuando comenzamos a descender la montaña caímos en cuenta de que pronto volveríamos a la realidad y odiábamos sentirnos de esa manera. Para cuando terminamos de cruzar el bosque vimos el campo de flores que habían comenzado a cambiar producto de la estación, el paisaje de cierta manera era un reflejo de nuestros sentimientos en estos momentos.

—Estamos cerca —murmuré al ver el muro de Wyrfell a tan solo unos metros de distancia.

Al dar un paso al frente Zefer me detuvo y sostuvo mis manos con fuerza, no entendí que era lo que le pasaba, pero lucía muy acongojado.

—En verdad... lo siento —susurró, pero alcancé a oírlo—. Todo esto es mí culpa. En verdad quería que viviéramos en esa aldea... perdóname, Clematis.

—No tienes que pedirme perdón, Zefer —mis brazos lo rodearon, necesitaba confortarlo de alguna forma.

—Por mi culpa has tenido que dejar atrás lo que más querías —acotó.

—Fui feliz en ese tiempo que vivimos allí —añadí—. Pero seré igual de feliz en cualquier lugar donde estemos, lo que en verdad importa para mi es que permanezcamos juntos, como una familia.

—Pienso lo mismo —Zefer se acercó hacia mí y depositó un suave beso sobre mis labios, luego, se separó y pegó su frente a la mía—. A veces siento miedo... —soltó de pronto.

—¿De qué? —pregunté.

—De que veas la clase de persona que soy y te vayas de mi lado.

Tras decir esto Zefer dio media vuelta y sonrió. Lo vi contrariado, pero no añadió nada más. Su mirada buscaba decirme algo, pero fue prácticamente imposible que pudiera descifrar que exactamente. Y antes de que siquiera pudiera preguntarle, el enorme portón de Wyrfell se abrió y dejo salir a un grupo de diez soldados quienes reconocieron inmediatamente a Zefer.

—¡Joven amo! —exclamó con euforia, Zefer me colocó detrás de él— No sabe cuan feliz estamos de haberlo encontrado sano y salvo. El amo Jaft está que lo espera en Wyrfell.

—¿Jaft? —el cuerpo de Zefer se tensó ligeramente—. ¿Por qué Giorgio mandó a Jaft a Wyrfell?

—El amo Giorgio ordenó que el amo Jaft encabezara el pelotón de la guardia real. Quizás no lo sepa, pero los Jackal le habían tendido una trampa.

—¿Entonces Giorgio tomó la nación?

—Correcto, joven amo. Wyrfell ahora le pertenece a My—Trent.

—Ya veo —fue lo único que dijo Zefer mientras entrelazaba sus dedos con los míos para comenzar a avanzar.

—Puedo mandar a traerle un carruaje, joven amo, no es necesario que camine —aunque el sujeto tratara de disimular el que Zefer hubiera hecho tal gesto lo había descuadrado por completo.

—No iremos en carruaje —sus palabras salieron con firmeza, aparentemente también se había dado cuenta de como el sujeto nos miraba—. Iremos a pie.

—Pero, señor...

—Dije que iremos a pie. ¿Entendido?

No sé con exactitud que mirada le propició Zefer pero el guardia no tardó en ponerse de color blanco, y al darse media vuelta, lo único que se limitó a hacer fue decirles a sus compañeros que despejaran el camino para nosotros.

Al atravesar las murallas de cierta manera sentí que ahora solo éramos Zefer y yo contra el mundo, la gente no dejaba de observarnos, en especial los nobles que murmuraban a nuestras espaldas, pero él se encargó de hacerme sentir segura y fuerte.

—¿Estás bien? —su cuerpo seguía tenso y no entendía bien porque.

—Sí, es solo que no esperaba que Jaft hubiera venido a buscarnos.

Caminamos lentamente y al llegar al enorme palacio, y en cuanto estuvimos frente a la puerta antes de que siquiera pudiéramos golpear la superficie esta se abrió. Las híbridas que vimos la primera vez nos recibieron cordialmente, su semblante había cambiado, ya no tenían aquella expresión de tristeza que tenían meses atrás. Traían ropa nueva, su piel había comenzado a curar, y la sonrisa de la cual antes carecían había comenzado a aflorar.

Solo cuando Zefer comprobó de que ambos estuviéramos a salvo se animó a soltar nuestras manos.

—¿Dónde está Jaft? —le preguntó a una de las sirvientas.

—El joven amo está en el despacho de los antiguos dueños.

—¿Está solo?

— Si... —respondió la mujer con una pequeña reverencia.

—De acuerdo... —espetó él con frialdad.

Zefer volteó a observarme y me sonrió aparentando que todo estaba bien, pero podía darme cuenta de que él estaba tratando de ocultar algo.

—Clematis, necesito ir a hablar con mi hermano, cuando termine te veré en la habitación donde nos alojamos la primera vez.

—¿Tardarás demasiado?

—Necesito preguntarle algunas cosas —dijo mientras se cruzaba de brazos—, puede que me tome un poco de tiempo.

Zefer dio media vuelta y luego de que las híbridas le indicaran el camino que debía seguir comenzó a subir las escaleras, una vez que se encontró en la parte alta volteó a observarme y con un gesto de la mano se despidió de mí.

NACIÓN DE WYRFELL

El silencio del despacho había comenzado a ser asfixiante. Jaft se encontraba sumido en sus pensamientos mientras observaba sus manos con detenimiento. Llevaba horas de la misma manera, pero no había señal alguna de que fuera a detenerse en algún punto.

Estaba temblando. Aún podía percibir el olor de la sangre de aquel soldado y todavía podía sentir como la viscosidad de los órganos destrozados. De un momento a otro comenzó a sudar, se vio forzado a sacar el pañuelo que guardaba en el bolsillo de la camisa y limpió las pequeñas gotas que perlaban su frente.

Él siempre fue alguien pacífico. Prefería el diálogo antes que la fuerza, es por eso que aquello que había sentido más temprano lo había contrariado enormemente.

Para su buena fortuna antes de que pudiera seguir atormentándose con el mar de pensamientos la fuera se abrió e internamente agradeció a quien sea que lo hubiera salvado.

Grande fue su sorpresa en cuanto vio a Zefer de pie en el umbral de la puerta. Estuvo tan enfocado pensando en lo que había pasado que ni siquiera se percató del olor de su hermano. El pelinegro sin hacer algún ademan de saludo únicamente se limitó caminar y tomar asiento en la silla frente a él.

—¿A qué te mando Giorgio? —preguntó sin más, generando que su hermano enmarque una ceja— De buena fuente sé que hasta ahora, a Giorgio le hubiera dado igual que me fuera del palacio. ¿Qué ocasionó el interés repentino?

—Hola Zefer, cuanto tiempo —replicó el rubio de forma sarcástica—. Sí, también me da gusto verte. Oh, no te preocupes, no representó ninguna molestia venir a salvarte el trasero.

—Hablo en serio, Jaft —la actitud pedante de Zefer saltaba a flote cada vez que hablaba con Jaft o su padre.

—Si lo supiera te lo diría sin tanto rodeo. ¿No crees?

—Un poco difícil de creer sinceramente.

—Supongo que cuando le conté que era lo que había pasado afloró su sentido paternal.

—¿Cómo sabían qué estaba aquí?

—Argon nos indicó tu paradero. Uno de los sirvientes de los Jackal era conocido suyo, ese sirviente fue quien le envió una nota y le dijo que los Jackal habían querido asesinarte.

—¿Argon?

—Sí. Mi padre también se sorprendió —el rubio apoyó los codos sobre el escritorio y luego de suspirar prosiguió—. Aunque siendo franco, el que Argon tenga contactos en otras naciones me genera un poco de... desconfianza.

—No le veo anda de malo, no es como si tuviéramos algo que ocultar.

—Concuerdo contigo, pero si Argon es capaz de infiltrarse en otras naciones no quiero ni imaginar que sería capaz de hacer con la información comercial que tenemos en My—Trent.

—Entonces. ¿Qué quiere el vejete?

—No lo sé, pero está furioso.

—¿Entonces viniste a apagar el fuego? —preguntó sarcástico.

—¿Te puedo preguntar algo?¿Qué planeabas hacer, Zefer? Por más que trato de imaginarlo, no logro comprender como pensaste que sería una magnífica idea el desaparecer sin siquiera decirme algo. —Jaft se colocó al borde de la silla y observó atentamente a Zefer—. Podremos tener nuestras diferencias, pero somos una familia. No puede ser que seas tan desconsiderado, nosotros debemos permanecer unidos, como nuestros antepasados.

—Las cosas cambian. No somos como los Hanouns de hace 300 años. Ya no es necesario que vivamos «en manada». Cada quien debería ser capaz de elegir su propio camino.

—¿Qué fue lo que te paso?, tú no eras así—las palabras de Zefer terminaron descolocando a su hermano.

—Simplemente me di cuenta de varias cosas —él se encogió de hombros restándole importancia—. Escucha, ¿quieres sinceridad? Bien, no planeaba regresar a My—Trent, prácticamente he sido obligado a volver.

—¿Llegaste a esa decisión por Clematis?

—Sí, lo hice por ella. Y haría muchas más cosas solo por ella.

—Pensé que no te importaba —el mayor de los Wolfgang se cruzó de brazos mientras alzaba una ceja, le parecía increíble la confesión que su pequeño hermano estaba realizando.

—Siempre me importó. —Aquella respuesta sincera tomó por sorpresa a Jaft—. Es solo que antes era demasiado tonto como para admitirlo.

Jaft ni siquiera tuvo tiempo de responder algo, Zefer se puso de pie e inmediatamente salió del despacho.

—¿Qué hicieron contigo? —preguntó al aire mientras sujetaba su cabeza.

Su hermano parecía una persona completamente diferente a la que era hace unos meses. Había cambiado y no sabía con exactitud cual fue el detonante de todo eso.

Ese mismo día Jaft le notificó a Giorgio mediante una vyla que su hermano había aparecido sano y salvo, y la respuesta claramente, no se hizo esperar. Giorgio solicitaba que los dos regresaran inmediatamente a My—Trent.

Jaft, obedeciendo al pie de la letra las indicaciones que le dio su padre, dejó a cargo de la nación de Wyrfell al jefe de la guardia real de My—Trent. Los sirvientes se despidieron de sus nuevos amos y prepararon un sustancioso banquete, según el presupuesto que tenían, para desearles un buen viaje.

Desde el retorno de Zefer y Clematis las cosas comenzaron a pasar con rapidez, el viaje de regreso fue breve, únicamente hacían paradas durante la noche para que pudieran descansar y en cuanto el alba se asomaba en el cielo continuaban con su recorrido a su hogar.

Luego de una semana y media viajando por fin lograron ver My—Trent a lo lejos, Zefer había comenzado a sentirse medianamente mal. Cada tanto volteaba a observar a Clematis, quien dormía recostada en su brazo, asegurándose de que no se iba a despertar.

Suspiró con desgano y luego corrió la cortina que los separaba del exterior en cuanto cruzaron por la antigua aldea humana, grande fue su sorpresa al darse cuenta de que nuevamente, habían comenzado a edificar nuevas casas, posiblemente serían para los nuevos esclavos que Giorgio compraría.

Cuando las ruedas del carruaje comenzaron a sonar producto del camino pedregoso ambos terminaron de despertarse. Las puertas se abrieron dando paso a la enorme edificación del antiguo palacio y cuando el vehículo se posicionó en la entrada las puertas se abrieron dando paso a la servidumbre que iba a ayudar a sus amos.

Claramente, los residentes no se hicieron esperar y Eleonor ya estaba en primera fila aguardando a su presa que iba a bajar.

Jaft fue el primero en bajar y saludó con un beso a su prometida, luego le siguió Zefer que ni siquiera reparó en la presencia de la susodicha, lo que provocó que ella emitiera un bufido por tal desplante.

La pelirroja aún se encontraba dentro. Estaba nerviosa, una cierta sensación extraña había comenzado a embargarla nuevamente, pero aquello lo atribuyó al cansancio del viaje. Ante la mirada atónita de todos, incluida la pelinegra, Zefer introdujo la mano dentro del carruaje y ayudó a Clematis a descender lentamente los escalones.

Ni bien terminó de descender y antes de que pudiera dar las gracias a su prometido, del interior Argon salió corriendo y la abrazó con fuerza, empujando un poco a Zefer en el camino.

—¡Pensé que nunca te volvería a ver! —el rubio la removía de un lado al otro, estaba feliz de verla, pero el comportamiento atípico de su amiga terminó provocando que se separara para ver que era lo que le pasaba.

Cuando la observó a detalle enmudeció de golpe. Los ojos de diferente color y la cicatriz sobre uno de sus parpados no pasó desapercibida; acarició su mejilla mientras enmarcaba una ceja, pero ella se limitó a tensarse y no dio una respuesta.

—¿Qué pasó? —esta vez le preguntó a Zefer. Argon era alguien pacífico, pero en ese momento la sangre le estaba hirviendo.

Ante su negativa a hablar Argon sujetó del cuello de la camisa a su mejor amigo, Zefer lo observó en silencio sin saber que hacer o que decir en esa situación, y antes de que siquiera pudiera decir algo ambos fueron interrumpidos por Clematis.

—Disculpa... —ella se acercó y sujetó con firmeza la mano de Argon, prácticamente le estaba pidiendo que lo suelte—. No sé quien seas, pero no creo que está bien solucionar las cosas de esta manera.

—Clematis... —Argon no entendía que era lo que estaba pasando—. ¿No me recuerdas? Soy yo, Argon.

—Lo siento... —dijo apenada— Pero no logro recordar quien es usted.

—Argon... —Zefer se interpuso entre ambos mientras observaba hacia el suelo—, prometo explicarte todo lo que sucedió, pero espera un poco. Por favor...

—Oh, claro que sí. Tienes que darme muchas explicaciones —diciendo esto, el rubio dio media vuelta se alejó de ellos y desapareció tras una de las puertas de la primera planta.

—¡Jaft, Zefer! —gruñó el dueño del palacio— Vengan inmediatamente.

Oír el tono que acababa usar Giorgio desde la segunda planta de la escalera provocó que los nombrados sintieran como la comida de la noche anterior subía nuevamente a su estómago.

Estaban en muchos problemas.

Jaft comenzó a subir los escalones con dirección al despacho de Giorgio y se quedó justo al medio mientras con un gesto le decía a Zefer que lo acompañara.

—Meried, Wylan —ni bien Zefer llamó a las sirvientas ellas se acercaron con rapidez desde el interior de la cocina—. Por favor lleven a Clematis a mi habitación y asegúrense de hacerle compañía.

El que Zefer Wolfgang hubiera dicho por favor, y que les hubiera pedido aquello de una manera tan cordial dejó descolocada a ambas. Pero era mejor no tentar a la suerte, así que no hicieron preguntas y decidieron acatar rápidamente las órdenes.

Todos subieron las escaleras y cada uno se dirigió en dirección a la que debía, Clematis le dio un último vistazo a su prometido y este hizo lo mismo mientras esbozaba una sonrisa.

—Por aquí, señorita Clematis —la peli dorada le sonrió, y luego comenzó a subir por las escaleras—. Es verdaderamente gratificante y tranquilizador el ver que usted, y el joven amo, regresaron a salvo.

—Gracias... —susurró la pelirroja mientras las seguía—. ¿Ustedes me atendieron la primera vez que vine?

—Sí... —la peliblanca la observó, y luego le dirigió una mirada de desconcierto a su hermana, Clematis estaba actuando extraño—. Nosotras somos sus damas personales, cualquier cosa que necesite por favor háganoslo saber.

El que ahora tuviera damas personales generaba cierta incomodidad en Clematis. Estaba acostumbrada a hacer todo por cuenta propia, pero en ese mundo donde Zefer vivía el tener ese tipo de comodidades eran algo natural, y ella tenía miedo de no lograr adaptarse correctamente.

La primera parada fue el baño, lo necesitaba, traía el cuerpo agarrotado y el agua caliente de la tina terminó relajando todos los músculos tensos. Una vez que salió las gemelas la llevaron a la habitación de Zefer y le prepararon un hermoso vestido de color morado, secaron su cabello, y peinaron delicadamente sus rizos. Al terminar, ella ni siquiera pudo reconocerse en el reflejo del espejo, parecía una muñeca de escaparate.

Las gemelas se morían de ganas por preguntarle qué es lo que había pasado con ella y con Zefer porque claramente, que ahora poseyera el aroma de su amo la delataba, pero debían soportar la curiosidad, no sería correcto que comenzaran a hablar como un par de cotorras.

La pelirroja era una persona completamente diferente. Ya no agachaba la cabeza, ya no temblaba del miedo, ni mucho menos parecía que quería llorar. Se veía como una persona completamente nueva, pero las hermanas no sabían si aquello bastaría para parar al huracán que estaba encerrado dentro de la casa.

Y como si hubieran invocado a una tormenta, la puerta fue azotada al ser abierta, Eleonor se encontraba de pie en el umbral, con una sonrisa de lado, sus brazos se encontraban cruzados debajo de su pecho, y luego de observar a la humana sentada en el tocador, comenzó a avanzar hacia ella. Meried y Wylan se interpusieron en su camino y agacharon la mirada.

—Híbridas, largo, necesito hablar con la humana.

—No podemos irnos, ama Eleonor. El joven Zefer nos ordenó que estemos junto a la señorita—Meried habló reuniendo todo el valor del mundo, sentía sus manos temblar.

—¿A quién crees que le estás hablando? —Eleonor hizo sonar el tacón de sus zapatos en el suelo y el eco retumbó en la habitación—. Recuerda tu posición, esclava. ¡Obedéceme!

Clematis, quien observaba a Eleonor por el reflejo del espejo, dejó el cepillo del cabello a un lado y se puso de pie. Caminó delante de las gemelas y luego de sonreírles, les pidió que la esperaran afuera. Ambas se miraron dubitativas, no sabían si obedecer o no.

—Vayan —dijo la pelirroja mientras sonreía. A ellas no les quedó más remedio que acatar las ordenes.

—Quien lo diría, sigues viva, pensé que no volvería a verte —Eleonor se mostraba segura ante ella, Clematis por su parte, no entendía quién era y que quería, pero si algo le quedaba claro, es que Eleonor era una persona indeseable—. Debo admitir que para alguien de tu... nivel, eres demasiado problemática. Mira que obligar a mí lindo Zefer, a que corra tras de ti de esa forma, que denigrante, espero nadie se entere de esto, se volverá el hazme reír de todos.

—Disculpe usted. ¿Pero acaso no es la prometida del joven Jaft? —Eleonor enmarcó la ceja después de oírla, el tono que Clematis acababa de usar la descolocó por completo— Dudo mucho que al joven Jaft le agrade la manera en la cual se expresa de mi prometido.

—¡Ja! —exclamó ella con diversión, comenzó a rodar a Clematis como si fuera su presa mirándola de arriba hacia abajo— Mira que te has vuelto respondona. ¿Qué te hace pensar que puedes hablarme así?

—Ambas somos iguales, ninguna de nosotras es mejor que la otra —dijo con seguridad.

—¿Qué ambas somos iguales? —bufó—. No me hagas reír, criatura inferior. Tú, jamás llegarías a mi status y nivel. Me enfermas —soltó con asco—. Todo tu cuerpo apesta a Zefer. ¡Claro! Por eso te las das de gran señora ahora, cogiste con él, pedazo de mujerzuela...

—No todas necesitamos usar nuestro cuerpo para tener a alguien al lado —ante la respuesta Eleonor se sintió muy ofendida, incluso se veía como una pequeña vena comenzó a sobresalir de su frente—. Se burla de mi raza por ser humana, pero usted no es mejor que yo. Ni siquiera sabe expresarse correctamente sin atacar con su lengua ponzoñosa —una a una las palabras iban saliendo de manera espontánea, Clematis no sabía de donde estaba sacando esa fortaleza—. Si no tiene nada que decir que al menos valga la pena oír, le pido encarecidamente que se retire de mi habitación. De lo contrario, me veré en la necesidad de hablar con el joven Jaft.

—¡Esta es la habitación de Zefer, no la tuya!

—Sí, es la habitación de Zefer —Clematis imitó la postura de Eleonor solo por molestarla—. Pero yo soy su prometida, y puedo sacarla de aquí si es que me place hacerlo.

—¡Maldita igualada!

La paciencia de Eleonor acababa de llegar a su límite. Sin previo aviso se acercó hacia Clematis para poder propiciarle un golpe, pero sorprendentemente ella fue más rápida y logró reaccionar justo a tiempo. Ian y Rik le habían enseñado muy bien a leer a las personas a tiempo para evitar este tipo de ataques sorpresas. Si no hubiera sido por ellos, estaría con el rostro pegado al suelo.

—¿Cómo demonios es que tú...? —Eleonor no daba crédito a lo que acababa de mirar, ni siquiera podía formular una oración coherente dentro de su cabeza.

—No tienes derecho a tocarme—Clematis caminó hacia ella y con la misma velocidad extendió su palma con la intención de golpearla, pero se detuvo a tan solo unos centímetros de su rostro—. Esta vez no diré nada de tu incivilizado comportamiento —la amenazó—. Pero escúchame bien, Eleonor. No soy una criatura indefensa, si quieres pelear gustosamente te voy a responder.

La pelinegra gritó en señal de frustración, y luego salió de la habitación pegando un portazo. Tan solo cuando ella se fue, Clematis se permitió respirar con tranquilidad nuevamente. Caminó hacia la cama y se sentó, inhaló una gran cantidad de aire y luego lo exhaló. Se había estado muriendo de miedo, pero si se mostraba débil, Eleonor habría tomado ventaja. 

Mientras tanto, en el despacho de Giorgio Wolfgang, tanto Zefer como Jaft se encontraban frente a su padre esperando lo que sea que fuera a decirles. Y él sabía perfectamente que estaban esperando que hablara, pero había optado por quedarse callado para provocarles aún más miedo del que ya sentían.

—Bueno, que agradable conversación, es lindo pasar tiempo en familia —Zefer se cruzó de brazos mientras se ponía de pie dispuesto a marcharse—. Si no hay nada más que acotar, con su permiso, me retiro.

—Vuelve a sentarte —ordenó Giorgio con dureza—. No me hagas golpearte.

—Padre, tranquilo. Por favor—Jaft intervino, él le suplicó con la mirada a Zefer que no hiciera enojar más a Giorgio—. ¿Para qué nos llamó?

—Escuchen, con atención porque solo lo repetiré una vez. Durante de la reunión de los líderes de las naciones, se tomaron muchas decisiones. Estoy en desacuerdo con la gran mayoría de estas, pero dada la situación actual de My—Trent, no me ha quedado más que agachar la cabeza y acatarlas.

—¿Si son cosas acerca de la nación, porque tendrían que importarme? —Zefer se acomodó con desgano en la silla mientras movía su pie de arriba hacia abajo—. Estas cosas únicamente tendrían que hablarla Jaft y tú, padre.

—Al parecer esas pequeñas vacaciones que tomaste no te quitaron lo irrespetuoso.

—Eso pasa cuando uno es obligado a regresar a un lugar donde no quiere estar —contraatacó.

—Bien ¿Quieres saber porque mandé a llamar a los dos? —ambos asintieron—. Los concejales ordenaron que los dos entren a una contienda.

Ambos hermanos prácticamente se irguieron en sus asientos tras la noticia, si no hubiera habido un respaldar en la silla se hubieran terminado cayendo de espaldas tras la noticia. Según las normas Hanouns, si había dos hijos machos en plenas facultades y capacidades de adquirir el cargo de regente de una nación, el padre podía solicitar una contienda.

Giorgio jamás decidió apegarse a esa tradición y nombró como único heredero a Jaft. Entonces. ¿Por qué ahora decidía hacer caso a lo que otros le decían?

—Si alguno de los dos hubiera sido hembra nos hubiéramos ahorrado todo este engorroso problema. Desgraciadamente, ese no fue el caso.

—Pero padre —la cara de Jaft era un verdadero poema, Zefer estaba tratando de suprimir una carcajada.

—Vaya, vaya —murmuró mientras los observaba a ambos—. Quien diría que esos vejestorios lograran tener una estupenda idea.

—¡Zefer! —gritó Jaft tras oírlo.

—Tranquilízate, Jaft —Zefer se puso de pie pese a la mirada amenazante que le estaba brindando Giorgio en esos momentos y comenzó a caminar a la puerta—. Les ahorro el trabajo. Me rindo. No tengo el mínimo interés de combatir contra él, lo único que pido, señores regentes, es que me dejen vivir tranquilidad junto a Clematis.

—Rendirte así tan fácil no es una opción, Zefer —Giorgio sujetó su pipa y comenzó a dar una calada de esta.—. Si uno de los dos se niega a participar, el desertor será ejecutado por considerarse traición al código de los Hanouns.

—¿Qué, desde cuando está esa regla? —preguntó el pelinegro, era la primera vez que escuchaba algo similar.

—Desde que el consejo lo decidió, si me hubieras dejado hablar, lo sabrías.

—¡Esto es absurdo! —por primera vez Jaft se encontraba verdaderamente molesto por la situación en la cual se encontraba, Giorgio y Zefer no pudieron evitar sorprenderse tras su reacción— No pueden cambiar el orden de las cosas según como les convenga.

—Corrección. Si pueden. Te guste o no, ellos hacen las normas y las modifican según les convenga. No pienso quedar afuera de todos los tratados comerciales solo porque a ustedes no les parece. No soy estúpido.

—No puedo creerlo —Zefer sujetó el puente de su nariz y suspiró con fuerza—. No solo me arrastraron de regreso, sino que ahora. ¿Quieren que compitamos por ver quién se queda con el maldito cargo?

—Lamento decepcionarte, querido hijo. Pero eso no es todo lo que tengo que decirles—Giorgio esbozó una sonrisa de lado, estaba tranquilo, a él no le afectaba en nada lo que les estaba diciendo—. A los vejestorios, como tú les dices, no les agradó que la humana estuviera comprometida contigo, así que por decisión unánime el compromiso queda anulado. ¿No es excelente? —exclamó su padre con sarcasmo mientras veía como Zefer perdía poco a poco ese porte seguro—. Lo que tanto anhelabas desde un inicio se hará realidad.

—¡No puedes hacer eso! ¿Qué pasará con ella? —Jaft se paró de su asiento, Zefer seguía mudo tras recibir la noticia.

—Soy consciente de que no puedo dejarla a su suerte. Después de todo, salió un juguete demasiado caro—Giorgio sonrió de lado, aquella sonrisa Zefer la conocía bien, siempre que él buscaba hacerlo sentir mal era la predecesora a la desgracia—. En vista de que ahora tenemos a Wyrfell, y no poseen un regente, será enviada allá. Ascenderá de rango, prácticamente pasará a ser un noble más.

—¡Me niego a aceptar todo esto! —Zefer se acercó bruscamente y golpeó el escritorio con fuerza.

—No tienes opción, Zefer. No creas que no es inconveniente para mí también. Tengo que buscarte alguien de tu altura, una pura sangre de nuestra casta.

—¡La comerán viva en Wyrfell! —Zefer estaba desesperado, no concebía la idea de verse separado de una manera tan brusca de ella.

—Si te preocupa que vaya a estar sola pierde cuidado, estará en buenas manos —una sonrisa maquiavélica escapó de sus labios, Zefer sintió como su pulso se disparó hasta las nubes.
—¿A que te refieres? —Zefer acababa de comenzar a sentir un malestar creciente.

—Hubo una persona en esa reunión que se ofreció a desposarla —añadió, y aquello se sintió como si colocara el dedo sobre una herida recién hecha—. Dentro de doce días, Argon será el nuevo prometido de Clematis y juntos se mudarán a Wyrfell. 


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