CAPÍTULO XX • Solo importas tú •
Z E F E R
Desperté sintiendo el cuerpo pesado, y al abrir los ojos la cabeza comenzó a darme vueltas. Tardé algunos minutos en recordar que es lo que me había pasado y donde estaba, pero no recordaba como llegué hasta este lugar.
Estaba dentro de una cabaña, mi cuerpo se hallaba tendido en una especie de cama de tela; el techo estaba elaborado de una mezcla de paja y lodo, unos metros más allá vi una puerta rústica de madera elaborada con cañas de bambú que permitían que una brisa fresca entrara al recinto, pero no podía percibir olor alguno.
Necesitaba encontrar a Clematis. No quería imaginar que atrocidades podrían estar haciéndole justo ahora.
Me senté sobre la cama y al tratar de estirar mis brazos me percaté de que estos se encontraban sujetos por sogas y grilletes, pese a que traté de zafarme por todos los medios simplemente se me hizo imposible hacerlo, aún seguía demasiado atontado como para reaccionar correctamente.
Comencé a analizar mi entorno y decidí ponerme de pie para ir en dirección a la puerta y buscar una salida, pero antes de que siquiera diera dos pasos al frente esta se abrió y ella entró al recinto, inmediatamente, me brindó una sonrisa cálida y yo no pude evitar sentirme agradecido con la vida. Por suerte estaba a salvo.
—¡Zefer! —se acercó corriendo hasta donde estaba y me rodeó con sus brazos, por inercia pegué mi rostro a su cuello y me removí a modo de caricia.
—¡Que bien, ya despertaste! —la irritante voz de aquel sujeto se coló a mis oídos, observé al frente y allí estaba él, con esa estúpida sonrisa en el rostro.
Coloqué a Clematis detrás de mi y comencé a gruñirle mientras mostraba los dientes, el sujeto retrocedió un poco mientras alzaba las manos en señal de paz.
—¡Oye! Tranquilo, no pienso hacerte nada —dijo con cinismo—. ¿Te sientes mejor? —preguntó.
—Estaba bien la primera vez que desperté —respondí con notoria molestia en mi voz.
—Lamento haberte sedado nuevamente. ¡Pero te comportaste como un loco! Si no te detenía el resto hubiera entrado y te hubiera amarrado de pies y manos —alcé las cejas con incredulidad tras oírlo y luego me di media vuelta para que viera los grilletes que traía—. Bueno... al menos solo fueron las manos.
—¿Qué pasó para que lo ataran? —preguntó ella mientras tocaba las sogas y los grilletes.
—Cuando despertó trató de golpearme —bufó—. Por suerte no logró ni siquiera tocarme un pelo —la sonrisa de satisfacción que traía en el rostro era enfermiza.
Un simple humano había sido capaz de evadir todos mis golpes. Ni siquiera los Hanouns de My—Trent me habían podido hacer frente en una pelea.
—Por cierto, no me presenté, me llamo Ian —el castaño elevó ambos pulgares con diversión, yo me limité a mostrarle los colmillos.
—Quítame ya estas molestas cosas, Ignacio.
—Te acabo de decir que me llamo Ian —lo vi blanquear los ojos mientras se acercaba hacia mí. Me quitó los aparatos y una vez que sentí el cuerpo más liviano volteé a observarlo—. Es en serio —esta vez él miró a Clematis—. ¿Cómo lo soportas? Si yo tuviera una pareja tan distraída y violenta hace mucho habría escapado —ella rio y yo no pude evitar sentirme incómodo ya que ella si había escapado por cómo me comportaba antes.
—¿Quiénes son? ¿Por qué nos raptaron? —le pregunté para evitar la tensión.
—No los raptamos...
—¿No nos raptaron? —bufé— Primero nos corretearon en medio de la noche por el bosque. Segundo, nos alcanzaron y nos lanzaron una malla de cadenas y dardos. Y por último, nos trajeron a un extraño lugar —Ian se rio con nerviosismo mientras enseñaba los dientes—. Perdón, pero si hubiera sabido que querían invitarnos a tomar algo hubiera venido de buena manera —repliqué con sarcasmo.
—Bueno, admito que la manera de traerlos no fue la mejor. Perdón por eso—Ian desordenó sus cabellos conforme hablaba— Pero únicamente tratamos de ayudarlos, los estaban siguiendo en el bosque. ¿No te diste cuenta de eso? Eran guardias de Wyrfell, si los atrapaban, quien sabe que les hubieran hecho.
Ante lo que dijo no pude evitar sorprenderme, por culpa del maldito bosque ese no había podido percibir nada a mi alrededor. Clematis había estado en peligro y no me había dado cuenta de eso.
—Estoy seguro que la mujer de Elian fue la causante de eso —murmuré entre dientes—, ya verán cuando llegue a My—Trent.
—Zefer... —Clematis me observó a modo de reproche y yo únicamente me limité a suspirar.
—Lo siento, me alteré.
—Bueno, el que no hayas podido oler nada en el bosque es en parte nuestra culpa —Ian sacó un pequeño frasco de su bolsillo y lo extendió en nuestra dirección—. Nosotros los humanos hemos descubierto que existen algunas plantas que atontan su sentido del olfato, dentro de este frasco estás viendo la esencia que usamos para escabullirnos sin ser detectados.
—Mirella y Lupe —Clematis habló bajo, pero Ian si alcanzó a oírla.
—¡Oh! así que sabes la fórmula —él se acercó hacia ella y palmeó ligeramente su hombro—. ¿Eres primogénita? —metí mi cuerpo entre ambos y separé la mano de Ian de su cuerpo—. Por lo santo y sagrado, que carácter —exclamó mientras rodaba los ojos.
—No, soy la segunda hija de mi familia. Pero recuerdo que alguien me dijo acerca de lo que sucedia si mezclabas ambas flores.
—¿Eres una segunda hija? —estaba sorprendido, Ian alternó su vista entre ambos y luego, habló—¿Entonces por eso ambos escaparon?
—No, la secuestraron y yo fui a rescatarla.
—Tú eres... Zefer Wolfgang. ¿No es verdad? —asentí—, y me imagino que tú debes ser Clematis Garyen... —él la observó de manera compasiva, intuía que le diría algo referente a su aldea, pero al interponerme nuevamente, entre ellos, lo observé y con la mirada le supliqué que no dijera nada.
—¿Nos puedes enseñar dónde estamos? —Ian me observó atento y luego asintió, había entendido el mensaje—. Digo, estar acá encerrado me volverá loco.
—Seguro, vamos.
Ambos caminamos hacia la salida de la pequeña cabaña. En cuanto abrí la puerta me topé con una escena que ni en mis sueños más locos hubiera imaginado ver. Muchos niños corrían de un lado hacia el otro, quizá esto no habría tenido nada de extraño, si no fuera porque entre aquellos niños, había: híbridos, Hanouns y humanos.
No podía salir de mi asombro. Todos ellos parecían acostumbrados a estar mezclados, no se trataban mal, ni se insultaban, ni se golpeaban.
—Esto es un sueño... —escuché como Clematis murmuró mientras observaba con detenimiento la escena, por instinto, la rodeé con uno de mis brazos y la atraje más hacia mí.
—No es un sueño —dijo Ian desde nuestras espaldas—. Esto, es algo que ojalá, algún día, se vuelva realidad.
—¿Cómo es que conviven todos en harmonía? —pregunté y él esbozó una amplia sonrisa.
—Todas las familias que ves aquí escaparon de sus naciones, la gran mayoría de ellos ya estaban cansados de vivir en ese mundo clasista donde no se podía amar con libertad a alguien que fuera de otra especie —Ian sonrió con satisfacción al ver cómo algunos niños iban de la mano con sus padres—. Los niños que ven aquí se criaron con amor enseñándoles que todos somos iguales, si educamos a las nuevas generaciones sembrando este tipo de valores, crecerán siendo adultos más tolerantes y empáticos.
—Ojalá todos pudieran ver eso...—ella suspiró pesadamente mientras apretaba sus brazos.
Por primera vez en todo este tiempo distinguí una sombra de melancolía en sus ojos. Ella no dejaba de observar a los niños correr de un lugar a otro, sentía que en este momento ella estaba en completa paz. La vida de Clematis debió de haber sido dura antes de que llegara al palacio y yo no se la puse muy fácil una vez que estuvo allí.
Este era el lugar que ella merecía para ser verdaderamente feliz... no aquella nación contaminada de odio.
—¿Y qué me dicen de ustedes?
— ¿Nosotros? —le pregunté.
—Es que, tú eres un Hanoun, y no uno cualquiera. Eres el segundo hijo de Giorgio Wolfgang, por ende perteneces a la raza más poderosa, los descendientes directos de Kyros.
—¿A dónde quieres llegar?
—Bueno... —lo vi removerse incómodo— Sé que me dijiste que a ella la secuestraron, pero teniendo en cuenta tu status, bien pudiste dejar que se la llevaran. Sin embargo, decidiste arriesgar tu vida por ella yendo a rescatarla. ¿La amas?
Tanto Ian como Clematis me observaron fijamente esperando una respuesta, en especial ella, que se veía claramente, incómoda ante mi silencio. Pese a las circunstancias que en un inicio no fueron favorables, ella había logrado colarse dentro de mi corazón y al convivir estos meses a su lado... había logrado apartar aquella bruma de mi corazón por completo.
—Claro que la amo—dije con seguridad mientras la observaba—. Haría cualquier cosa por verla feliz.
Ella se sonrojó ante la franqueza de mis palabras, agachó la cabeza apenada e Ian desde atrás comenzó a dar unos pequeños brincos como si se tratara de un niño.
—¡Que lindos! —Ian nos abrazó con fuerza. No me gustaba que me tocaran tan a la ligera, pero este sujeto, al parecer, únicamente lograba expresarse con el contacto físico—. ¿No quisieran quedarse y formar parte de nuestro pueblo? —antes de que pudiera responderle, ella habló.
—Tenemos que conversarlo...
—Oh, seguro, no se preocupen. ¿Pero saben? sea cual sea la decisión que tomen, nosotros siempre los recibiremos con los brazos abiertos.
Ian nos hizo un pequeño tour por la aldea. No había mucho que apreciar, pero el lugar era en verdad de ensueño, la naturaleza formaba parte del entorno y esto provocaba que cierto misticismo rodeara el ambiente.
—Ian —un muchacho pelirrojo se acercó y el nombrado volteó a observarlo, por la forma de su cara, lo identifiqué como el sujeto que tenía la máscara a la mitad del rostro—. Lamento interrumpir su charla —él nos saludó y le correspondimos—. Stevan se torció la muñeca y nos falta alguien más para poder terminar de cortar los leños.
—¡Que grandiosa noticia! —el pelirrojo se cruzó de brazos tras oírlo—. No lo de Stevan, pobre. Dile que visite a la curandera, estoy seguro de que ella logrará ayudarlo. Zefer —Ian volteó a observarme y aquello no me trajo buena espina—, es tu oportunidad de hacer algo bueno por el resto —él palmeó mi hombro con ligereza y luego me empujó hacia adelante.
—¿Perdón?
—Vamos, no seas tan arisco, aquí todos estamos para darnos la mano.
—Ve, te esperaré lo que haga falta —Clematis me sonrió y luego depositó un beso en mi mejilla.
Ian me sujetó de los hombros y comenzó a empujarme hacia el frente, su compañero lo observó con reproche, pero a él no pareció importarle, luego dio media vuelta y siguió caminando con Clematis en la dirección contraria.
El sujeto se presentó como Rik y luego de saludarme me llevó en dirección a un claro donde había una enorme pila de troncos sin cortar. Esto sin duda tardaría la mayor parte del día, y quizás, no acabaríamos hasta muy entrada la noche.
C L E M A T I S
Zefer se alejó a regañadientes y no pude evitar reírme. Prácticamente estaba siendo obligado a colaborar con el resto y él no estaba acostumbrado a eso. Sé que era algo malo de mi parte decirlo, pero un poco de trabajo duro en pro de los demás era algo que necesitaba.
Ian y yo seguimos caminando por el pueblo, me presentó a algunos aldeanos y varios de ellos me dieron algunas botanas para poder pasar la tarde. La hospitalidad de los lugareños era envidiable, en nuestro paso por Wyrfell no habíamos tenido este trato por parte de los Jackal.
Este lugar era en verdad un oasis, me sentía llena de energía y vitalidad estando aquí.
—Clematis.
—¿Qué sucede, Ian?
—¿Estarías de acuerdo en que te enseñe a defenderte?
—¿Defenderme?
—No sé si ambos decidan quedarse aquí. Si te soy franco me encantaría que lo hagan, pero sé que Zefer puede tener otras obligaciones por ser quien es —no pude evitar suspirar tras oírlo—. La mayoría de nosotros fuimos gente de pueblo o Hanouns sin mucho status, pero él al ser un pura sangre... pues es alguien mucho más importante.
—Lo sé... tiene muchas obligaciones por ser quien es.
—Y es por eso que quiero que sepas lo necesario para defenderte —Ian colocó ambas manos sobre mis hombros y los apretó con firmeza—. Un humano en un mundo de Hanouns es algo impensable para cualquiera, pero te ha tocado vivir esto y siendo realista, siempre puedes correr peligro de una u otra forma. Quiero evitar que te hagan daño.
—Lo sé, de hecho, yo también había pensado en eso, necesitaba buscar una manera de poder defenderme por mí misma.
—¡Esa es la actitud! —exclamó de manera efusiva—. Bueno, lo primero que haremos es conseguirte ropa apropiada, no podrás hacer nada con ese vestido.
Ian comenzó a caminar y yo lo seguí. Pasamos por varias casas, finalmente él se detuvo frente a una cabaña que poseía la puerta pintada de color azul, entró, y luego de algunos minutos salió.
—Clematis, adentro te dejé una muda de ropa, espero te quede, no sé cuál es tu talla.
—¿Estás seguro de que puedo entrar?
—Desde luego, esta es mi casa —él sonrió—. Estaré esperándote aquí afuera.
—De acuerdo, gracias.
Su casa era pequeña y modesta pero muy acogedora, Ian, y al parecer su pareja ya que la cama era lo suficientemente grande para dos personas, habían logrado decorar su espacio de una forma en la que sintieras que no te faltaba absolutamente nada. Me recordaba mucho a mi antiguo hogar, la distribución de las cosas era similar.
Tal y como me había dicho sobre la cama me había dejado ropa: era un pantalón negro, una camisa holgada blanca y un pedazo de tela roja para que pudiera sujetar mi cabello. Me cambié y al deshacerme del incómodo vestido me sentí yo nuevamente, odiaba usar esa ropa ostentosa e incómoda.
Una vez que estuve lista salí nuevamente, y encontré a Ian y a Rik dándose algunos besos, Ian se retorcía de forma graciosa bajo sus brazos. Ambos al percatarse de que los estaba observando se sonrojaron, Ian trató de apartarse, pero Rik no se lo permitió.
—¡La vas a espantar! —le reprochó.
—No creo que le incomode. ¿No es verdad? —yo asentí—. ¿Ves?
—Clematis—él tosió ligeramente—. Bueno, ya lo conoces, Rik es mi pareja. Lamento el bochornoso espectáculo, pero alguien no sabe mantener sus manos quietas.
—Sé mantener mis manos quietas, cariño —respondió en modo de burla—. Pero prefiero mantenerlas inquietas sobre ti.
—¡Cállate! —Ian lo codeó y no pude evitar reír—. ¿No te incomoda esto, verdad Clematis?
—No—sonreí apenada—. Bueno, jamás había visto a dos varones así, pero creo que si alguien ama a otra persona, no importa mucho si son del mismo sexo.
—Me encanta esta chica —Ian se soltó de su agarré y me abrazó, me movió ligeramente y luego depositó un suave beso sobre mi sien—, es tan linda, hasta podría jurar que es una muñeca. Lástima que tenga por pareja a Zefer, ese tipo es un bruto. Deberías considerar pasearlo con cadena, es un peligro para el resto.
—Zefer no es malo —reí—, es solo que, bueno..., es algo desconfiado con el resto.
—Puedo notarlo.
—Lo de las cadenas también va para ti, Don inoportuno.
—Aunque me las pongas, después me suplicaras que te toque—Rik le guiño un ojo e Ian y yo nos ruborizamos.
—¡Suficiente! —Ian estaba tan apenado que cerró los ojos con fuerza.
Me tomó de la muñeca y comenzó a caminar, Rik venía siguiéndonos desde atrás. Nos alejamos de las casas y llegamos a un pequeño claro, en este, había unos implementos bastante extraños tirados en el suelo, y otros clavados a la tierra. Pude ver que había unos muñecos elaborados de saco, los cuales estaban rellenos de arena; unos troncos con salientes del mismo material, e incluso, había una marca grande circular trazada de color blanco en el suelo.
—Bueno, aquí es donde entrenamos a los más pequeños para que se defiendan —no entendía a qué clase de entrenamiento se refería, yo simplemente me limité a asentir—. Empezaremos con lo básico, levanta tu pierna, quiero ver hasta dónde llegas.
Ian se puso delante de mí y me señaló su hombro. Lentamente, y procurando no perder el equilibrio, comencé a alzar mi pierna cada vez más y más, para cuando llegué, él se irguió e hizo que perdiera el equilibrio. Por suerte, me sujetó antes de caer al suelo.
—Bueno..., supongo que para alguien que nunca ha peleado..., está bien.
—¿Qué quiere decir eso exactamente? —le pregunté.
—Que tu capacidad de patear, es como la de un infante de cuatro años —Rik se acercó desde atrás con los brazos cruzados—Ian. ¿Seguro que podrás entrenarla? Tú eres demasiado blando, hasta con los niños.
—Es justamente por eso que quiero empezar con lo básico—le respondió con obviedad.
—Pues, señor entrenador, si no haces que ella primero haga estiramientos, no esperes que pueda alzar la pierna decentemente —Ian se cruzó de brazos y suspiró con fuerza—. Clematis, al suelo y estira tus piernas, con tus brazos trata de tocar la punta de tus pies.
—Tirano... —murmuró Ian.
—Te escuché —Rik esbozó una sonrisa.
No pude evitar reírme, ellos hicieron lo mismo. Rik comenzó a darme indicaciones y cambió radicalmente su carácter conmigo. Traté de alcanzar mis pies, pero la flexibilidad que tenía no era la mejor; Rik comenzó a rodearme como si fuera un ave de rapiña y de un momento a otro sentí todo su peso encima de mi espalda. Esto me ayudó a llegar a la punta de mis pies, pero en el proceso él había molido mi espalda.
—Bien, aguanta un poco más—asentí con dificultad—. Perfecto, ahora trata de bajar tu cabeza hasta que llegue a tus rodillas.
—Pesas mucho... —le respondí casi sin aliento.
—Esa es la idea, si no te ayudo a bajar, tus músculos no van a estirarse.
Luego de un largo rato, finalmente Rik se levantó de mi espalda. Traía los músculos destruidos, estaban tan entumecidos que se sentían como piedras. Me tiré al suelo y regulé mi respiración, mi condición física era deplorable.
—Bien, descansaste lo suficiente. Ahora, ponte de pie —lo oí decir luego de algunos minutos.
—E... Está bien —tartamudeé, Ian trató de decirle algo pero Rik lo silenció con un gesto de la mirada.
—Ahora, vuelve a poner tu pierna en mi hombro —no pude evitar mirarlo con cierto temor, Rik era del mismo tamaño que Zefer, hasta quizás era un poco más alto. Si yo parada le llegaba hasta la altura del pecho, no veía como mi pierna podría llegar a su hombro—. Vamos, no tengas miedo, te ayudaré un poco.
Asentí y de manera temblorosa alcé mi pierna. Sentía como mis músculos comenzaban a arder, algunas gotas de sudor comenzaron a bajar por mí frente y terminaron impregnadas en la camisa. Aquello dolía, y mucho. Comencé a curvarme, ya que no alcanzaba, estaba cerca, pero no era suficiente.
—¡No te encorves! —me reprochó—. Ian, ponte atrás y endereza su espalda.
—¡Eres muy alto! —grité encolerizada.
—Esa no es excusa —él rodó los ojos—. Créeme que aquí hay mujeres mucho más pequeñas que tú que pueden levantar la pierna mucho más alto.
—No seas tan severo..., recién está aprendiendo.
—Clematis, escucha —lo observé—. Créeme que ser flexible no solo te ayudará a defenderte. También te ayudará si quieres hacer otras cosas —Rik comenzó a reír por algún extraño motivo, miré a Ian y este se había puesto colorado nuevamente.
—Idiota —masculló mientras reía apenado—. No le hagas caso—me dijo para tranquilizarme.
No logré entender que fue lo que me quisieron decir, pero al parecer la pequeña broma si les hizo gracia a ambos.
Durante el resto de la tarde me la pasé entrenando con ellos, algunos niños llegaron y me ayudaron dándome consejos e indicaciones, era increíble ver la flexibilidad de sus cuerpos, yo aún era joven, pero no lograba hacer ni la cuarta parte de lo que ellos hacían.
Cuando el sol comenzó a ponerse en el horizonte dimos por terminada la sesión. Traía el cuerpo pegajoso debido al sudor y la tierra. Ian me ayudó a ponerme de pie y Rik por su parte me felicitó por el esfuerzo que hice.
Al llegar nuevamente al centro de la aldea, me encontré con Zefer y tanto Ian como Rik nos llevaron a la cabaña del comienzo.
— Clematis... ¿Qué te pasó? —Zefer se acercó hacia Ian y luego de sujetarme, me ayudó a caminar, me yo me senté al borde de la cama—, ¿te hicieron algo?
—No —dije aliviada. La superficie mullida de la cama era un premio a esta altura—. Me estaban ayudando a entrenar.
—¿Entrenar?
—Sí, ella quiere aprender algunas cosas para defenderse —Rik apareció atrás de Ian y caminó hasta donde me encontraba, en sus manos traía un pote de color crema—. Ten, colócate esto en tus brazos, piernas, o donde creas conveniente. Esto te ayudará a relajar tus músculos.
—Gracias...
—¿Desean cenar con nosotros, o están muy cansados? —preguntó Ian.
—Me gustaría, pero primero... quisiera saber si hay algún lugar donde pueda bañarme.
—Oh, sí claro, perdón. Si sales a la izquierda de aquí, encontrarás un pequeño letrero que dice aguas termales, tan solo tienes que caminar de frente, no hay pierde. Créeme que te servirán mucho.
—Te acompaño—dijo Zefer y yo lo observé—. Es de noche, puede ser peligroso.
—Aprovechen y báñense los dos —soltó Ian de golpe y ambos nos sonrojamos—. Espera, te traeré un poco de ropa limpia para que puedas cambiarte.
En cuanto se fueron no pudimos evitar sonreír con nerviosismo debido a la propuesta de Ian. Hasta ahora lo máximo a lo que habíamos llegado era darnos algunos besos subidos de tono y dormir juntos, pero no más que eso.
Luego de que Ian me trajera una ropa de cambio nos guiaron hasta el sendero que debíamos seguir, Zefer y yo caminamos en silencio en medio de la noche, la luz de la luna brillaba en lo alto y el cielo despejado lleno de estrellas alumbraba nuestro camino.
Tal y como nos indicaron llegamos a las aguas termales, los pozos eran pequeños y poseían el agua tan cristalina que se podía ver el fondo de este.
—Báñate tu primero —yo asentí—. Entraré luego de que termines.
—Está bien.
—¿Puedes caminar por tu cuenta?
—Sí, no te preocupes.
Zefer dio media vuelta y se sentó en el suelo mientras resguardaba la entrada. Comencé a desvestirme poco a poco y cada tanto volteaba a ver si no me estaba mirando, pero no lo hizo, y me sorprendí a mi misma por sentir cierta molestia.
Caminé lentamente hasta sumergirme en el agua, las burbujas naturales que emergían desde el fondo brindaban un masaje relajante, se sentía muy bien, pero de alguna manera... esto no era suficiente.
Abracé mis piernas y luego tiré un poco de agua sobre mi cabeza. Zefer aún me estaba dando la espalda.
—Zefer...
—Dime. ¿Te sientes bien? —respondió sin voltear.
—Sí, es solo que... —mordí mi labio con fuerza, me apenaba decir las cosas—. ¿Tú no quieres bañarte?
—Lo haré cuando tú termines...
—Escucha... no me molesta... si te metes conmigo.
—¿De verdad? —la velocidad con la que volteó fue tal que no pude evitar sumergirme un poco más adentro del agua producto de la vergüenza—. Lo siento, si no te sientes cómoda, no tienes porque hacerlo.
—No es eso, es solo que... bueno, nunca nadie aparte de mi madre me ha visto... ya sabes, desnuda.
—Haremos algo —propuso—. Me meteré, pero estaremos espalda contra espalda. ¿Si?
—Está bien.
Zefer comenzó a quitarse la ropa y me quedé observando con atención su ancha y marcada espalda. Él no era muy delgado ni tampoco demasiado tonificado, estaba justo en el término medio, pero eso lo hacia perfecto. Al observarlo más a detalle me percaté de algo en particular, al centro de su espalda él tenía una enorme cicatriz que iba desde su hombro hasta el costado de su cuerpo; se veía antigua, e indudablemente el causante de la misma había sido alguien de su especie.
Quizás Giorgio lo había golpeado en algún momento de su vida, pero la brutalidad con la que tuvo que haberlo hecho era tal, que la piel no había crecido bien luego de que cicatrizara.
Estaba tan ensimismada observándolo que solo caí de vuelta en la realidad cuando su pantalón cedió y cayó al suelo, cerré los ojos e inmediatamente le di la espalda. Mi corazón palpitaba como loco. Sentí como el agua se movió en cuanto él ingresó dentro, y lo siguiente que pude percibir fue su piel junto a la mía.
—Zefer... ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro, dime.
—¿Qué es esa cicatriz que tienes en tu espalda?
—Oye, eso no es justo, yo no te miré cuando te desnudabas—me respondió con picardía.
—Lo siento —él tenía razón, pero la curiosidad por verlo pudo ganarme—. Perdón, fue descortés de mi parte...
—Tranquila—él rio—, estoy bromeando, no me molesta que me hayas mirado —hizo una breve pausa, parecía que estaba buscando la manera de contarme cual era la historia detrás de eso—. Con respecto a la cicatriz —sentí como sus músculos se tensaron—. Es un recordatorio de algo malo que hice hace mucho tiempo.
—¿Qué cosa?
—Preferiría no hablar de eso, Clematis... Te prometo que algún día te lo diré pero... por ahora, lo único que te pediré es un poco de paciencia.
—Lamento si mi pregunta llegó a incomodarte.
—No tienes porque disculparte, es solo que... siempre se me ha hecho difícil hablar acerca de eso —Zefer emitió un sonoro suspiro y luego tiró su cabeza hacia atrás hasta apoyarla encima de la mía—. ¿Te puedo preguntar algo?
—Seguro.
Al responderle sentí como sus dedos sujetaron los míos por debajo del agua, quedando de esta forma entrelazados. El contacto que se formó entre nosotros justo en ese momento era algo mágico.
—¿Eres feliz conmigo?
—Lo soy —respondí con seguridad—¿Por qué lo preguntas?
—Quería estar seguro —pese a que estábamos de espaldas algo me decía que estaba sonriendo, inevitablemente una sonrisa también se plasmó en mi rostro—. ¿Puedo preguntarte otra cosa?
—Claro.
—¿Te gusta este lugar?
—Es como si lo que siempre soñé se hubiera hecho realidad —confesé—. Pero sé que tienes un cargo en My—Trent y tenemos que volver.
—Estoy dispuesto a dejarlo...—me respondió con tanta tranquilidad que no pude evitar girar un poco para verlo.
—¿Qué? —murmuré con incredulidad. Zefer volteó a observarme con detenimiento, su mano apretaba fuertemente la mía, luego la sacó y besó mis nudillos con gentileza—. ¿Dejar qué, Zefer? —le volví a preguntar.
—Estoy dispuesto a dejar todo en My—Trent.
Me quedé estática luego de oírlo, mis labios se entre abrieron y el aprovechó esto para depositar un suave y casto beso sobre ellos. Me observó con determinación, no había ni una sola pizca de vacilación en las palabras que dijo.
—Para mi lo más importante ahora es que tú seas genuinamente feliz —él soltó nuestras manos únicamente para acariciar mi rostro con gentileza—. No me importa lo que voy a dejar atrás, no me interesa ser el segundo hijo de Giorgio Wolfgang. Lo que verdaderamente me importa es vivir a tu lado rodeado de paz y tranquilidad.
—Zefer...
Hice un enorme esfuerzo para no llorar pero aquello me terminó rebasando. Algunas lágrimas comenzaron a escapar y él se encargó de atajar su caída con sus besos. Me apegó a su pecho y me abrazó con fuerza. Solo en ese momento pude sentirlo a plenitud. Volvió a besarme y sentí el mundo en la palma de mi mano. Sentía su corazón palpitar al ritmo del mío, y juro por todo lo sagrado del universo que jamás he experimentado algo igual.
—Clematis. ¿Quieres vivir aquí conmigo? —preguntó mientras abría los ojos y me observaba.
—Sí —exclamé en un susurro que él llegó a escuchar.
Ambos nos observamos y sonreímos con alegría. Nuestros labios volvieron a unirse y nuestros corazones se mantuvieron acelerados. De cierta manera, aquella noche sentí como si nuestras almas se hubieran conectado.
Alguna vez leí que después de la tormenta viene la calma, y si bien no recordaba nada acerca de los meses anteriores, quizás era la recompensa que estaba recibiendo.
Zefer estaba dispuesto a dejar todo por mí, y yo estaba dispuesta a dejar todo por él.
Si este era un sueño, deseaba con todas mis fuerzas nunca despertar de el.
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