CAPÍTULO XVIII • Entre tus brazos •
Z E F E R
Comencé a correr con desesperación por las calles. Las personas me observaban como si fuera un loco, pero aquello no me importaba en lo absoluto.
Estaba al borde del colapso. Sentía que el aire me faltaba. Mis palmas sudaban, mi corazón golpeteaba con fiereza mi pecho. Por donde quiera que pasaba comencé a ver sombras. El rostro de las personas se fue deformando hasta que no quedaba más que una sombra oscura que me observaban con amplias sonrisas dejando a la vista sus filudos colmillos.
La voz de Giorgio se repetía una y otra vez en mi mente. La voz de mi madre diciendo mi nombre. Los gritos de Sirthe suplicando piedad. La voz de Jaft diciendo que era un asesino. Todo esto era un cúmulo de cosas que me lastimaba y me hundía en un pozo oscuro sin salida.
En mi huida tropecé con algo y caí de bruces al suelo, observé mis manos y las vi teñidas de color rojo. Comencé a llorar. Sentía deseos de vomitar. Deseaba... desaparecer.
Me metí a un callejón y comencé a golpear la pared. Mis nudillos se desgarraron por la fuerza que empleé, pero no me importó. Sujeté mi cabeza con fuerza y la apreté mientras me tiraba al suelo y abrazaba mis piernas.
—¡Ya basta! —grité, pero aquel sonido quedó suspendido en el aire.
Detestaba sentirme de esta manera. Era alguien muy patético.
—¿Qué debo hacer? —pregunté en voz baja.
Equivocadamente, creía que había aprendido a convivir con aquel fantasma de mi pasado. Pero luego de escuchar lo que me acababa de revelar William... me hacía dudar acerca de todo lo que ya tenía planeado.
¿Realmente la dejaría? ¿Sería capaz de dejarla aquí?
Sirthe y Clematis compartían sangre, pero eran dos personas completamente diferentes. Quería creer eso. Necesitaba hacerlo.
—¿Qué pasaría si ella me traicionaba? —me cuestioné—. ¿Tendría la suficiente fuerza para hacer cumplir la ley?
No, eso era impensable. Deseaba que ella viviera...
—¿Entonces, aquello significaba que tendría que no importarme su origen?
La simple idea de pensar en que ella pudiera traicionarme me aterraba...
Me quedé en silencio mientras meditaba, pero lo único que estaba consiguiendo en ese punto era hundirme más en el abismo donde siempre había estado.
—¿Zefer...? —oí mi nombre y enseguida me percaté de quien se encontraba a mi lado. Era ella, quien me observaba con preocupación—. ¿Te encuentras bien? Te vi correr hacia aquí, y te seguí. —Su voz sonaba distante, lejana.
Ante mi quietud, ella extendió su brazo para poderme tocar, pero inconscientemente me hice hacia atrás dejándola aún más preocupada.
—¿Pasó algo malo? Estás muy pálido. —Veía sus labios moverse, pero su voz sonaba demasiado distante.
La observé sin poder formular ni siquiera una oración coherente, las palabras simplemente se reusaban a salir de mi boca. —¿Qué pasaría si ambos terminaban siendo iguales? —. Tenía miedo, y ella podía darse cuenta de esto.
De forma lenta y pausada extendió nuevamente su brazo y sujetó mi rostro mientras sonreía de manera cándida. No recordaba cuando era la última vez que alguien me había observado de esa manera.
En un impulso la acerqué hacia mí y mi rostro terminó posicionándose en el espacio que había entre su hombro y su cuello. Sentí como su cuerpo se tensó debido a mi cercanía, pero contrario a todo ella no me apartó, sus brazos me rodearon y con una mano comenzó a acariciar mi espalda, esperando a que estuviera listo para hablar.
—Lo siento —susurré y ella simplemente me abrazó con más fuerza.
—¿Te sientes mejor? —me preguntó mientras se separaba un poco para observarme a los ojos.
—Ahora lo estoy. —Le sonreí mientras acariciaba sus mejillas, ella se sonrojó y desvió nerviosamente la mirada— Clematis... ¿serías capaz de lastimarme? —le pregunté y me dedicó una mirada de extrañeza— Tan solo... respóndeme, por favor.
—Nunca lo haría. —La seguridad en su voz generó que aquellos demonios que venían emergiendo se esfumaran casi en su totalidad—. No sería capaz de hacerlo —comencé a llorar sin poder hacer nada al respecto, ella limpió mis lágrimas con gentileza con sus dedos y yo cerré los ojos instintivamente.
Me sonrió, y por primera vez en mi vida, sentí paz dentro de mí.
Había optado por confiar en ella, algo que jamás había hecho con alguna persona. La amaba y estaba dispuesto a cambiar solo para verla feliz.
No podía dejarla. No quería hacerlo. Le debía mucho, sin saberlo le arrebaté una parte de su vida, por mi estupidez había llorado cada noche en el palacio, por mi negligencia ella había perdido la visión de un ojo. Era el causante de una larga serie de calamidades.
Seguí observándola en silencio y mi pulgar acarició sus labios, ella se quedó quieta mientras su rostro se encendía. Estaba tan absorto observándola que ella por instinto mordió sus labios. Clematis hacia eso cada vez que estaba nerviosa, lo sabía porque siempre la observaba de lejos.
Al verla de esa forma el mismo impulso que tuve en la biblioteca aquella vez se apoderó de mí.
Me comencé a acercar de forma lenta a ella aguardando su reacción. Mi corazón palpitaba con fuerza al punto de que sentía como este subió hasta posicionarse en mi garganta. Era la segunda vez que esto me pasaba con ella.
Cerró los ojos y finalmente mis labios se posicionaron encima de los suyos. Aquel tacto prematuro fue dulce y gentil, fue la cosa más sublime que haya experimentado alguna vez en mi vida. En ese único beso le expresé todo lo que sentía: mis miedos, mis inseguridades, y aquellos sentimientos por ella que día a día iban aflorando cada vez más.
Sus labios y los míos calzaban a la perfección como si estuvieran diseñados para complementarse mutuamente. Ella lentamente abrió la boca y entendí que me dio permiso para profundizar el beso. Fue acompasándose a mi ritmo, y únicamente nos detuvimos cuando la respiración ya se había comenzado a hacer escasa.
Coloqué mi frente sobre la suya y deposité un suave beso sobre su nariz. Sonrió avergonzada y juro que nunca vi algo tan hermoso.
—Es la primera vez... que me siento de esta forma —confesé.
—Yo igual. —Sus palabras emergieron atropelladas producto de la vergüenza.
—Clematis...—Ella me observó—. Te prometo... que pase lo que pase yo te protegeré. —Sujeté sus nudillos y deposité un beso sobre estos—. De todo y todos, incluso de mi mismo.
Ella me observó aún más confusa que antes.
Me puse de pie y estiré mi mano en su dirección. Observó mis dedos, pero no tardó en sujetarme, la ayudé a levantarse, y una vez que lo hizo, entrelacé nuestras manos y comenzamos a caminar en dirección a la salida de Demarrer. Clematis me siguió en silencio sin hacer ningún tipo de pregunta, y le agradecí por eso.
En este preciso momento era feliz junto a ella. Aunque era consciente de que esta felicidad no era más que un espejismo que se desvanecería en cuanto lograra recordar todo lo que había pasado.
Pero cuando ese momento llegara, yo sería el primero en implorar su perdón.
Dentro de los antiguos aposentos de Phyalé, se encontraba William, él observaba atentamente a través de la ventana. Sus puños se apretaban con tal fuerza, que pequeños hilos de sangre se escapaban por sus manos.
Detestaba la situación en la que se estaba. Pero no había encontrado otra salida para mantener a salvo a su amada hermana.
El tiempo que duró en soledad fue breve, Trya ingresó por la puerta del dormitorio trayendo consigo una bandeja de plata, encima de ella habían tres cápsulas de colores: una blanca, y dos de color amarillas, las cuales estaban acompañadas por un vaso de agua. Las colocó sobre el mesón de madera con cierta fuerza y el agua rebalsó un poco de su envase.
Él la observó de soslayo y emitió un sonoro suspiro, Trya, al ver al suelo vio las gotas de sangre y lo obligó a sentarse para que pudiera curarlo.
Estaba enojada, no había que ser demasiado listo para darse cuenta de esto.
—William. —Habló mientras limpiaba con brusquedad su herida—. ¿Qué le dijiste a Zefer? —preguntó mientras echaba alcohol sobre la herida, William puso una mueca de dolor, pero a ella no le importó lastimarlo—. Lo vi salir blanco como un fantasma, casi se tropieza e incluso casi me hace caer de las escaleras. Lo llamé pero no me respondió.
—Le dije que se marchara cuanto antes de Demarrer —mintió y Trya inmediatamente, soltó su mano.
—¡Clematis aún estaba en tratamiento! —William únicamente se limitó a observar al lado contrario, no se sentía con demasiado humor para soportar el carácter de Trya en esos momentos.
—Me dijiste que ella ya no necesitaba tu medicina porque había sanado favorablemente —se defendió—. Luego me dijiste que si se quedaba más tiempo aquí los demás residentes podían comentarle acerca de la masacre y eso podría generarle un shock emocional.
—Sé que te dije eso pero...
—Si ella va a recordar —la cortó de golpe mientras ella agachaba la mirada—, prefiero que lo haga a su ritmo. Clematis siempre ha sido una niña temerosa y dependiente del resto, ahora esta sola, no puede depender de mi o de Rias. Si no crece será devorada por los lobos.
—William. —La castaña volvió a sujetar sus dedos y continuó con su tratamiento, envolvió la herida con una venda y dejó la mano sobre su regazo—. Necesitaba que los dos estén aquí. —Su voz se puso tensa de pronto, William entendió que había malas noticias—. Anmari acaba de traer los exámenes que les hice, los resultados no son muy... favorables.
—¿Te diste cuenta? —preguntó mientras emitía una risa nerviosa.
—¿Lo sabías? —La sacerdotisa estaba perpleja.
—Trya. —Él sonrió con cierto deje de gracia y tristeza—. Creo que se mejor que nadie que es lo que pasa con mi propio cuerpo... de hecho... esperaba que ella no tuviera la misma condición.
—Podría elaborar una medicina que los ayude a sobre llevar su vida... pero eso no garantiza que lleguen a la vejez. —La franqueza de sus palabras fue tal que William se vio obligado a esconder el rostro porque sentía deseos de llorar—. Lamento no poder hacer más por ustedes, nuestra medicina no es tan avanzada para ayudarlos de otra forma.
—Quiero que ella viva —William apoyó su cabeza en el hombro de Trya, pese a que no lograba verlo, ella intuía que él quería llorar—. Sé que es ilógico lo que te voy a pedir, pero... necesito que me ayudes.
—¿Qué necesitas?
—Tiempo.
—¿Tiempo?
—Necesito tiempo para poder ayudarla en un futuro no muy lejano. —William se mantuvo allí quieto durante unos breves segundos, pero luego continuó—. Un buen amigo en My—Trent me contó algunas cosas hace algún tiempo, y créeme que no son nada bonitas de oir.
—Entonces... el que le hayas pedido a Zefer que se marche...
—Fue exactamente por ese motivo. —El rubio se separó y observó por la ventana. Siempre me ha gustado anticipar mis pasos. Honestamente, dudaba de su juicio, pero por suerte reaccionó tal y como lo esperaba.
—¿Me contarás que es lo que planeas? —Tras la pregunta William la observó y sonrió de forma lineal.
—Estoy a punto de hacerlo.
C L E M A T I S
Luego de que salimos de Demarrer, Zefer y yo estuvimos caminando durante una semana aproximadamente.
El camino que transitamos era escabroso. Había poca agua al igual que alimento, según Zefer, estos terrenos eran conocidos como inhabitables. Pese a que hubieran pasado trescientos años nada había vuelto a crecer con facilidad en este suelo. Sin embargo, Zefer se encargó de que nunca nos faltara nada. Siempre se mantenía alerta analizando el terreno y caminaba con cautela. Quizás aquella parte salvaje que aún mantenía latente muy dentro de su ser era lo que lo ayudaba a adaptarse tan bien a las circunstancias.
La época de lluvia había comenzado, y eso significaba que algunos caminos estarían cerrados por el incremento del rio. Desgraciadamente, nuestra nación más cercana tendría que ser Stretco, ya que ahora Treyment no poseía un camino de fácil acceso.
Una vez que llegáramos a Stretco, tendríamos que tomar un carruaje, o buscar la manera de movilizarnos hasta Wyrfell.
—¿Por qué necesitamos ir a Wyrfell? —le pregunté a Zefer.
—No puedo ir a Preblei—respondió mientras apartaba unas ramas del camino.
—¿Por qué? —insistí.
—La hija del regente estaba obsesionada conmigo, convenció a su padre para que este hiciera un acuerdo con Giorgio para que nos casemos —respondió dándome la espalda, sentí un leve apretón en mi pecho—. Pero me negué a hacerlo. Si te llevo, es probable que traten de... eliminar a la competencia.
—¿Es decir, tratarían de matarme?
—Sí... por eso iremos a Wyrfell. Los regentes no tienen descendencia, y es una de las naciones aliadas de mi padre. Estaremos a salvo.
Zefer volteó a sonreírme, y seguidamente, me sujetó la mano. Desde que salimos de Demarrer, no había tocado el tema del beso, pero su trato no era para nada distante. Siempre tomaba mi mano, por las noches me abrazaba y hacia que me recostara en su pecho para que pudiera dormir más plácidamente.
Mi corazón palpitaba como loco cuando estaba a su lado, me sorprendí a mi misma al darme cuenta de que siempre lo buscaba con la mirada, y cuando me observaba, sentía como mi cuerpo temblaba, pero también había momentos en los que sentía inquietud dentro de mi corazón, como si algo no estuviera bien.
Era algo extraño. Pero me sentía bien, lo único que lamentaba era haber perdido tantos recuerdos de él. Estaba segura de que mi memoria faltante estaba cargada de momentos llenos de felicidad a su lado.
Tardamos dos meses en llegar a Stretco, y una vez allí, con las últimas monedas que tenía Zefer, contrató un carruaje que nos llevara a las afueras de Wyrfell. Ya para entonces me había retirado por completo el parche y agradecí enormemente que pudiera observar todo con naturalidad.
—Clematis —lo oí llamarme mientras observaba por una colina.
—¿Qué sucede? —me coloqué a su lado e inmediatamente, el entrelazó sus dedos con los míos.
—Mira, esta es Wyrfell —él sonrió y sentí mis piernas temblar.
El paisaje que había frente a nosotros era algo sublime. Había un inmenso campo de flores que se extendía a todo lo ancho y largo del panorama brindando una apariencia de misticismo.
—Es hermoso. —Mis labios se habían entre abierto ligeramente.
—Sí. ¿Ves esas colinas? —El apuntó a unas en particular, que parecían ser de color blanco.
—¡Son hermosas! —respondí.
—Ese lugar es conocido como el jardín floral. Wyrfell tiene la fama de poseer las flores más hermosas de todas las naciones.
—Me encanta...—Había quedado prendida de la belleza natural que se mostraba frente a mí, lo único que devolvió mi mente a la realidad fue el sentir como Zefer besaba mis nudillos.
—El paisaje pierde su brillo si te miro a ti.
Tras oírlo no pude evitar sonrojarme, había momentos en los que soltaba este tipo de comentarios que me alteraban. Me sentía dentro de algún tipo de historia romántica, esas que mi madre me traía para leer cuando era niña. Donde la protagonista encontraba el amor en quien menos lo esperaba.
—Por Kyros, me puse nervioso—él tosió y desvió la mirada para evitar que lo viera—¿Vamos?
—¿Estás seguro? —Seguía sonrojada, necesitaba calmar mi respiración—. Está prohibido para un humano cruzar a otra nación...
—Tranquila. —Me sujetó con firmeza y me ayudó a caminar—. Eres mi prometida, no te pasará nada malo. No lo permitiré. Confía en mí.
Me sentía nerviosa, mis manos sudaban, pero a él eso no le importó. Comencé a seguirle el paso, y conforme nos acercábamos al enorme muro, mi corazón no dejaba de latir con fuerza.
—¿Quién anda allí? —gritó uno de los guardias desde la parte superior.
—Zefer Wolfgang, hijo del regente de la nación de My—Trent—su voz cambió drásticamente y sus rasgos faciales se endurecieron.
—¡Mi señor! —gritó con sorpresa—. ¡Abran la puerta de inmediato!
Miré a Zefer y este me sonrió en cuanto el guardia se fue hacia atrás, movió sus labios y me dijo que no me preocupara. Pero el ver como se mimetizaba tan bien según las circunstancias, me ponía algo nerviosa.
Un extraño sonido se escuchó desde la parte superior, Zefer me explicó que, cuando llegaba una visita de algún regente, o de uno de sus hijos, un corno era soplado para anunciarle la llegada a los aldeanos y a los mismos regentes. Cuando el portón terminó de abrirse, entramos lentamente, Zefer mantenía su postura erguida, yo por mi parte, aunque trataba de mostrarme segura y confiada, mis nervios me terminaban traicionando.
—Joven Wolfgang —exclamaron todos los guardias al unísono mientras inclinaban la cabeza en señal de respeto—. Bienvenido a Wyrfell.
Zefer simplemente los observó de reojo y siguió su camino. Pero yo si devolví el saludo de manera cordial, lo cual los tomó por sorpresa.
«¿Acaso él no les correspondería el saludo?»
—Clematis—Zefer detuvo su andar y me sujetó de los hombros.
—¿Qué sucede?
—Los Hanouns, tenemos ciertos códigos en lo que respecta al trato con los demás. Estamos en territorio canino, es decir, que los regentes de esta nación forman parte de una rama alejada de los Wolfgang. ¿Sabes el apellido de los de esta nación?
—Creo recordarlo...
Traté de hacer memoria, cerré los ojos y lo medité momentáneamente. La imagen de un Hanoun de cabello rubio se hizo presente, pero no podía ver su rostro, y su voz era demasiado lejana como para tratar de entenderla.
—¿Los Jackal? —le pregunté.
—Exacto, es una rama alejada de los Wolfgang. Cuando estemos en el castillo, limítate a estar junto a mí, si por algún motivo me mandan a llamar, no salgas de la habitación donde te dejaré, y de ser posible, cierra con llave hasta que vuelva y te hable desde el otro lado.
—¿Por qué?
—Puede que no lo recuerdes, pero... los Hanouns... no ven con buenos ojos a los humanos—él suspiró—. Pese a que eres mi prometida, quizás te sientas algo incómoda con el trato que puedan tener contigo. Cuando anunciaron mi compromiso, como te comenté antes de llegar a Stretco, esto no le hizo mucha gracia a los demás regentes.
—¿Tan solo por ser humana?
—Sí... —Sus ojos se toparon con los míos mientras lo observaba con detenimiento— Tranquila. ¿Sí? Es algo... momentáneo. —Zefer estaba nervioso, pese a que trataba de mantenerse sereno para brindarme tranquilidad, yo podía percatarme de eso.
Cuando pasamos por la aldea de los humanos, estos se metieron inmediatamente dentro de sus casas. No había ni una sola alma transitando por las calles, ni siquiera se podía escuchar el sonido de los niños.
Una vez que llegamos al palacio, las puertas principales se abrieron, dejando paso, a un Hanoun de cabellera grisácea y ojos ambarinos, detrás de él venía una mujer, caminaba firmemente, su mentón se mostraba levemente hacia arriba. Cuando ambos estuvieron frente a nosotros, me observaron por debajo del hombro, su gesto de disconformidad con mi presencia no pasó desapercibido. Pero, al ver a Zefer, una inmensa sonrisa se plasmó sobre sus rostros.
—Zefer Wolfgang —exclamó el Hanoun con jovialidad mientras palmeaba la espalda de él.
—Elian Jackal, sí que ha pasado tiempo.
—Pero muchacho, hubieras avisado que venías, no teníamos nada preparado para tu llegada.
—Quise darles una sorpresa. —Zefer se encogió de hombros restándole importancia—. A veces es mejor venir sin avisar.
—Sabes que los Wolfgang siempre estarán bien recibidos.
—¿Ya terminó la junta del consejo?
—Yo volví antes. Como sabrás, Wyrfell está en una situación algo delicada, así que no puedo darme el lujo de ausentarme durante mucho tiempo.
—Sí, te entiendo. Estoy en una especie de anticipo de luna de miel.
—Oh, ya veo... ¿Ella es quien creo que es? —No pude evitar pensar que el sujeto era un hipócrita.
—Perdona mi descortesía —Zefer dio unos pasos hacia mí y tomó con suavidad mi mano—. Ella es Clematis Garyen, mi prometida. Estoy seguro que leíste la vyla que mandó mi padre.
—Sí. Lamentamos no haber podido asistir, pero si te enviamos un presente, no es gran cosa, pero espero que te haya gustado.
—Desde luego, muchas gracias, Elian —El Hanoun mayor se me quedó mirando atentamente, esto me generó escalofríos—. ¿Sucede algo?
—Para nada, muchacho —exclamó él con nerviosismo—. Es una humana muy bien parecida —sus ojos se posicionaron sobre la mujer que hasta ahora se había mantenido en silencio—. Bueno, señorita Garyen. Ella es mi esposa, Juth Jackal —el Hanoun de manera muy disimulada codeó en el vientre a su acompañante para que saludara.
—Es un verdadero placer conocerte, Clematis —murmuró entre dientes—. Espero que tu estancia en nuestro humilde hogar, sea de tu agrado.
Luego de esa incómoda presentación, Elian ordenó a las híbridas que nos dirigieran hacia una alcoba y que me llevaran ropa. Zefer caminó a mi lado mientras la muchacha nos guiaba. No podía creer que ellos trataran a los híbridos de manera tan denigrante, las ropas de aquella chica se encontraban rasgadas y sumamente deterioradas, había tantos parches puestos sobre la tela, que esta misma había comenzado a desgarrarse producto del remallado. No podía evitar sentirme mal por ella, pero. ¿Qué podía hacer? Después de todo, yo no tenía voz ni voto en este lugar.
Una vez que llegamos, la muchacha me dijo que dentro de aquella alcoba había un baño donde podría asearme y que no tardaría en traerme algunos vestidos para que use durante mi estadía allí. Le sonreí, y ella agachó la cabeza, no pude evitar suspirar. Cerré la puerta detrás de mí y me quedé sujetando el picaporte mientras me apoyaba sobre la superficie.
—Zefer... ¿Por qué tratan así a los híbridos? —él se sorprendió ante mi pregunta—. Esa muchacha prácticamente viste puros harapos, e inclusive me di cuenta de las marcas de látigo que trae cerca de su cuello.
—Sí, yo también pude percatarme de eso, pero Clematis... no podemos hacer nada, ellos saben cómo manejar las cosas de manera interna aquí.
—¿Es igual allá? —sus ojos me observaron con detenimiento—¿En My—Trent también tratamos de una forma tan inhumana a los híbridos?
—Los Wolfgang tratamos con mucho más cuidado a nuestro personal, incluso diría que somos los que mayores comodidades les dan.
—Pero... siguen siendo esclavos.
—Las cosas han sido así durante mucho tiempo —replicó— No es tan fácil que, de la noche a la mañana, pueda haber un cambio.
—Supongo que tienes razón... —suspiré—, ojalá que algún día esto cambie y todos podamos vernos por igual. No importa que seamos Hanouns, híbridos, o humanos. Deberíamos aprender a coexistir entre nosotros sin aquellas enormes brechas sociales.
Zefer no respondió nada más después de eso. Quizás estaba siendo demasiado dura al expresar mis opiniones, pero era lo que yo sentía. No toleraba que trataran así de mal a los demás, me parecía una enorme injusticia, aunque, como Zefer dijo, esto había sido así por trescientos años, el pedir algo de consideración para aquellos que los Hanouns consideraban inferiores, era algo demasiado difícil. Era soñar muy alto.
Luego de varios minutos, la híbrida que nos guió regresó trayendo consigo unos vestidos muy pomposos. Le agradecí que los trajera, y eso volvió nuevamente a descolocarla, hasta podía jurar que estuvo a punto de llorar.
Luego de que ambos nos aseamos por separado, Zefer pidió que subieran los alimentos de la cena, alegando que se encontraba demasiado cansado como para bajar. Como era de esperarse, esto no les importó en lo más mínimo a los anfitriones.
Para cuando llegó la hora de dormir, cada uno entró al baño por separado y se colocó el pijama. Si bien, traía puesto un camisón, no podía evitar sentirme desnuda.
—Bueno... solo hay una cama—dije con nerviosismo y Zefer pasó saliva.
Ambos nos encontrábamos de pie mirando aquel lugar, estaba nerviosa, y Zefer parecía estarlo aún más.
— Clematis, si gustas, yo puedo dormir en el suelo. Tú usa la cama —Zefer caminó hacia la cabecera y tomó una de las almohadas que se encontraba colocada sobre la cama, la tiró al suelo, y seguidamente, se echó encima.
—Zefer... —exclamé con torpeza, él alzó la cabeza y me observó— podemos compartirla... —susurré, pero él alcanzó a oírlo. Estaba aún más nerviosa que antes, sentía el corazón en la garganta. Zefer no decía nada, y por un momento llegué a pensar que declinaría la oferta. Eso hubiera sido desastroso—. Es decir, tú debes estar más cansado y... a mí no me molesta que duermas a mi lado.
—¿Estás segura?
—Sí...
Tras decir esto, Zefer se puso de pie. Ambos nos metimos bajo las sabanas y observamos hacia el techo estáticos como un par de piedras. Era la primera vez que dormía al lado de un hombre, o bueno, alguien del sexo masculino. Y aunque se tratara de mi prometido, esto me generaba mucha vergüenza.
Pasaron varios minutos, o quizás horas, ni siquiera pude percatarme, pero cuando noté que la respiración de Zefer era pausada, me di cuenta que se había quedado profundamente dormido. Me senté un poco sobre la cama y lo observé: Tenía las pestañas largas, algunos mechones de su largo cabello se encontraban en su frente y tapaban ligeramente uno de sus ojos; poseía unas facciones masculinas marcadas, y sus labios... eran semi carnosos.
Quería besarlo, pero no sería algo propio. Me volví a echar, necesitaba espantar de mi mente los pensamientos que estaba teniendo, no podía aprovecharme de él mientras dormía. Me acurruqué y luego de un largo bostezo, poco a poco me fui quedando dormida.
A la mañana siguiente los rayos del sol que se filtraban por la ventana me despertaron. Me removí algo incómoda sobre la cama, me sentía algo pesada, no lograba moverme con tranquilidad.
Al abrir los ojos pude ver a Zefer muy cerca de mi rostro, uno de sus brazos rodeaba mi cintura y me apegaba hacia él. Y una de mis piernas, inconscientemente, se había filtrado en medio de las suyas.
Sonreí de forma nerviosa. Mi índice acarició su rostro con gentileza para evitar despertarlo, luego lo retiré y sintiendo aún la calidez de su piel los puse sobre los míos.
Me acurruqué más en su pecho, él se removió, pero únicamente lo hizo para acomodarse mejor. Sentía su corazón latir pausadamente, su aroma masculino se filtró por mi nariz llenando cada espacio de mis pulmones con su exquisita fragancia, esto provocó nuevamente que mi corazón volviera a latir.
Me sentía dichosa de poder disfrutar este momento a su lado. No recordaba haber tenido tanta paz y tranquilidad nunca en mi vida, y esta felicidad se la debía a él.
A mi amado Zefer.
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