CAPÍTULO X • El gran consejo •
NACIÓN DE MY – TRENT
El clima de My—Trent aquel día, era idóneo para salir y disfrutar del cielo despejado. Algunos Hanouns nobles, ni cortos ni perezosos, hicieron justamente eso. Su pasatiempo favorito era salir de compras y poder adquirir las novedades que venían de otras naciones.
Si bien los habitantes más pudientes estaban enfrascados en banalidades, en el palacio de My—Trent la historia era completamente diferente. En medio de aquella quietud, Giorgio se encontraba observando con suma atención a un punto fijo de la pared de su despacho. Su mente divagaba entre tantas ideas que tenía, y por más que repasaba aquellas anotaciones mentales, ninguna llegaba a concretizarse del todo.
Desde la aniquilación de los humanos, la producción de alimento había disminuido considerablemente. Ni siquiera se había llevado a cabo el festival de la cosecha. Y esto había provocado una considerable baja en los ingresos económicos. Giorgio se había obligado a compensar la obra de mano barata que perdió y decretó que los esclavos de los nobles fueran a arar y recolectar los productos del campo, al menos los que aún se podían usar, pero ya le habían comenzado a llegar cartas con quejas. Los nobles estaban demasiado acostumbrados a que los híbridos hicieran todo por ellos, así que ni siquiera sabían atarse los cordones de los zapatos.
Tiró su cabeza hacia atrás y cerró los ojos sintiéndose hastiado, sujetó el puente de su nariz, escuchó un pequeño sonido siseante, y solo en ese momento se dispuso a sujetar una pequeña cantimplora que reposaba dentro del bolsillo interno de su saco. Llevó el pequeño objeto de forma pesada hasta sus labios y bebió de su contenido; no pasó mucho y una mueca de disgusto se formó en su rostro a medida que el menjunje bajaba por su garganta. Detestaba el sabor de aquella mezcla, pero era imperioso que la tomara, si no, sentiría como su cabeza se partía en dos.
Con sumo cuidado comenzó a frotar su sien mientras suspiraba. Murmuró algunas cosas incomprensibles que solo él entendía, y en cuanto se sintió un poco más calmado, se detuvo, y volvió a su posición inicial mientras volvía a ojear algunos papeles que poseían cálculos escritos. Tras ojearlos por treintava vez, los tiró hacia el frente, reposó su rostro sobre la palma de su muñeca y tamborileó los dedos de su mano izquierda sobre la mesa; observó la pipa tallada que poseía la forma de un lobo, la sujetó, introdujo una pequeña bola de plantas machacadas, y por último, encendió un cerillo para que el fuego la consumiera en su totalidad. Dio una calada y giró su silla para observar el cielo, las nubes grises transitaban lentamente, trayendo consigo penumbra por fracciones de segundos.
—Lloverá bastante hoy —dijo a modo de susurro mientras volvía a dar otra calada.
El humo que salió se impregnó en la ventana, y tal y como dijo, las gotas de lluvia no tardaron en golpear el cristal dejando tras de sí pequeñas hileras. Las ramas de los árboles se movían oscilantes por la brisa del viento y algunas aves surcaban el cielo buscando refugio. Sin quererlo, su mente se transportó al pasado, trayéndole recuerdos un tanto dolorosos, pero otros eran lo suficientemente alegres como para generarle que esbozara una pequeña sonrisa. Pero antes de que pudiera seguir con su pequeño viaje, unos leves golpeteos de la puerta se encargaron de arrastrarlo nuevamente a la tierra. Tras conceder el permiso una de las híbridas que trabajaba en el palacio entró e hizo una reverencia.
—Amo Wolfgang, ha llegado una vyla oficial del consejo —ella se acercó un poco hacía el escritorio que los dividía y depositó el sobre de color negro bellamente decorado sobre este.
Ni bien ella terminó de hablar chasqueó la lengua en señal de fastidio— Como si no estuviera lo suficiente ocupado ya— pensó. Siempre que el consejo de ancianos citaba a una reunión, de forma inmediata, todos los líderes de la nación, sin excepciones, debían asistir.
—Puedes retirarte —le respondió con frialdad mientras tomaba el sobre y hacia el ademan de limpiarlo con un pañuelo de su bolsillo.
La sirvienta volvió a hacer una reverencia e inmediatamente salió del lugar, por suerte para ella, Giorgio parecía no encontrarse de «buen humor», lo que implicaba que al menos ese día, él no le pondría un dedo encima.
Para cuando la muchacha se fue Giorgio dio la vuelta al sobre y rompió el sello rojo que traía el símbolo del lobo. Se acomodó lo mejor que pudo en la silla y abrió el papel que estaba doblado dentro con completo desinterés.
«Saludos cordiales, estimados regentes.
Como es costumbre, se les informa que realizaremos una reunión para discutir los acontecimientos recientes que han venido ocurriendo, además de discutir diversos temas con respecto al manejo de tratados comerciales entre naciones. Recuerden que, esto solo ocurrirá al finalizar la reunión.
Como cada año, luego de realizar un sorteo interno, en esta oportunidad el anfitrión será la nación de: Velmont.
Es de suma importancia recordarles que la presencia de todos los regentes es de carácter obligatorio, sin excepciones. Así pues, se les dará el plazo de dos meses para llegar a aquellos cuyas naciones estén más alejadas, de no presentarse, se les tomará por desertores, y la nación será dada de baja.»
Giorgio suspiró con pesadez mientras se disponía a guardar la carta nuevamente dentro del sobre. Detestaba Velmont, los liberalismos que poseían eran denigrantes para la orgullosa raza de la que ellos provenían.
Cuando el sobre fue abierto nuevamente, Giorgio se percató que dentro había otro pequeño papel, no tan elaborado como el primero, y aquello era algo extraño, los vejetes del consejo tenían una obsesión particular por la presentación de sus escritos.
«Regente Giorgio Wolfgang, al ser usted el más cercano a la nación de Velmont, se le solicita su presencia inmediata. Tiene un plazo de dos días para llegar y discutir sobre los acontecimientos recientes y reprochables que han ocurrido en su nación.»
Al terminar arrugó el papel y estrujó el sobre, una ira inexplicable lo embargó y terminó destruyendo el documento en miles de pedazos que terminaron esparcidos por todo el escritorio.
—Las noticias si que vuelan por aquí —luego de leer aquel endemoniado papel no sentía deseos de ir, puesto que había una gran probabilidad de que le dieran muchos sermones.
Salió de su despacho y comenzó avanzar en dirección a la biblioteca. Al llegar allí sin tocar ni nada por el estilo, abrió la puerta de par en par, adentro tanto la humana como Argon lo observaron, e inmediatamente se separaron para poder ponerse de pie y hacer una reverencia. En cierta forma aquella escena se le hacía un tanto graciosa, nauseabunda, y familiar. Definitivamente, Argon era un Hanton, y no uno cualquiera, sino hijo del despreciable Rier. Él y su padre compartían ese absurdo cariño por aquella raza tan inferior.
—Señor Wolfgang —Argon se inclinó levemente y Giorgio le correspondió.
—Argon, alista tus cosas, necesitamos volver a tu nación inmediatamente.
—¿Pasó algo en Velmont? —preguntó con un deje de preocupación en su voz, a lo que Giorgio negó con la cabeza.
—No, pero necesito ir, habrá una junta con el consejo y Velmont fue elegida —exclamó a medida que se encogía de hombros y se recostaba sobre el marco de la puerta—. Si tú vienes me ahorro el trabajo de esperar que tus guardias bajen a corroborar quien soy. No pienso congelarme en la entrada.
Y así como vino se fue sin dar mayores explicaciones dejando a Argon con la palabra en la boca. Bajó las escaleras y ordenó a los sirvientes que prepararan su equipaje para un viaje de dos meses.
Velmont, el paraíso invernal, quedaba en la frontera oeste de My—Trent, a carruaje se podía llegar con tranquilidad en medio día, mientras que a píe, se podía llegar en un día, claro, si el que se encontraba caminando era un humano. Al ser Giorgio el primero en llegar, y teniendo en cuenta que el plazo para los demás era de dos meses, eso significaba que forzosamente tendría que pasar tiempo de calidad con los molestos concejales.
—Padre —Jaft lo llamó desde atrás y Giorgio volteó a observarlo con desinterés—. ¿Sucedió algo? —le preguntó al ver a los sirvientes revoloteando de arriba hacia abajo.
—No es nada, Jaft —luego de responderle, Giorgio volvió a observar por la ventana, del otro lado otros sirvientes se encontraban limpiando el carruaje meticulosamente y algunos baúles de su equipaje ya estaban siendo subidos a la parte trasera—. Es la reunión anual del consejo, necesito ir a Velmont durante un tiempo.
El pelinegro suspiró con pesadez y desgano, movió sus hombros entumecidos por la posición en la que estuvo, para finalmente voltear y observar a su hijo. Le brindó algo similar a una sonrisa y se acercó lentamente hacia él, en cuanto lo tuvo a una distancia prudente, colocó ambas manos sobre sus hombros. Jaft simplemente se quedó quieto observándolo atentamente.
—Escucha, te quedarás a cargo de todo en mi ausencia —Jaft no pudo evitar sorprenderse, pero tras oírlo asintió con emoción y entusiasmo—. Tienes que revisar los papeles que dejé en el despacho y buscar la forma de equilibrar la perdida de mano de obra que tuvimos. De momento, es imposible comprar más humanos, necesitamos que esa cosecha que están retirando los híbridos llegue sana y salva a Dico. ¿Entendido?
—¿Los híbridos están realizando el trabajo de los humanos? —le preguntó.
—Sí. Los híbridos de los nobles están trabajando. De momento logro mantenerlos calmados, pero si ese cargamento no sale, será imposible traer más humanos para que trabajen.
—¿Podrán hacerlo correctamente? —ante tal pregunta Giorgio elevó una ceja y lo observó divertido—. Padre, en todos estos años los híbridos solo se han dedicado a las labores hogareñas en casa de los nobles...
—Lo sé —Giorgio golpeó levemente los hombros de Jaft—. Pero es la solución más rápida que pude encontrar. Tan solo espero que lo inútiles esos no dañen demasiado los campos —suspiró—. Revisa los documentos y has un balance de las pérdidas que estamos teniendo. Seguro veré a Polakov en la reunión del consejo, como tienen mano de obra en Dico será simple hacer un trueque con ellos.
—Ojalá hagan bien su trabajo... —masculló el rubio mientras Giorgio blanqueaba los ojos.
—Jaft, hijo mío —dijo con sorna—. Soy el regente de esta nación, si les digo que trabajen en los campos lo harán, e incluso, si les dijera que se corten un brazo estarían dispuestos a hacerlo —tras decir Giorgio volvió a observar por la ventana—. El que tiene el poder, es quien decide qué hacer con el resto.
Tras aquella pequeña conversación, Giorgio dejó a Jaft solo en el salón, el rubio no cabía en su emoción, por fin tenía la oportunidad de demostrar que era un buen heredero. Haría las cosas bien, y para cuando su padre volviera, lo felicitaría por el excelente trabajo que había realizado.
Para cuando el equipaje fue subido y sujetado al carruaje, Giorgio volvió a bajar por las escaleras, Argon hizo lo mismo y se acercó hacia la entrada, Clematis, quien había bajado a despedirlos, recibió un abrazo por parte de él, abrazo que no pasó desapercibido para Giorgio, quien no pudo evitar blanquear los ojos y poner una mueca de desagrado, y aquel gesto que fue compartido por Eleonor, quien observaba a ambos subirse al carruaje. Una vez dentro, Argon se sentó frente a Giorgio, y a un ritmo pausado, se fueron alejando poco a poco.
Para cuando se fueron todos volvieron a entrar. Clematis subió a su antigua habitación y vio como el vehículo comenzaba a perderse en el horizonte. No podía evitar sentirse triste. Estaba sola, nuevamente se encontraba sola. Desde que Argon había llegado sus tardes eran divertidas, tenía con quien conversar de temas diversos, y aunque él fuera un Hanoun, se sentía a salvo, ya que Zefer no se acercaba a molestarla. Ella se había acostumbrado a sus bromas, a sus ocurrencias, a su energía y su vitalidad. Y aunque tan solo hubieran transcurrido algunos minutos desde que se marchó, ella ya se sentía perdida sin saber qué hacer.
Aquel rubio ojiazul se había vuelto su soporte y mantenía distraída a su mente de aquellos dolorosos recuerdos... tal vez, sonaba descabellado, pero ella sentía que por fin había encontrado un amigo.
Se levantó de la cama y caminó con dirección a la puerta, sujetó el picaporte, y de un momento a otro se sintió mareada, fue necesario que se apoyara en el marco para no caer. Cerró los ojos y la cabeza le dio vueltas; traía los músculos agarrotados, su espalda estaba hecha estragos y su garganta le había comenzado a doler.
Desde que la obligaron a trasladarse a la habitación de Zefer no había descansado correctamente. Los primeros días había dormido con dificultad en el balcón, pero si había podido conciliar el sueño, Sin embargo, el clima ya había comenzado a cambiar, y por las noches la lluvia ya se estaba haciendo presente. Debía pensar un luego lugar donde pudiera descansar, ya que quedarse en la misma habitación con Zefer era algo impensable.
—Espero no resfriarme —susurró para ella misma. Si se enfermaba, era muy poco probable que la auxiliaran en alguna habitación.
Al salir de la habitación se dirigió a las escaleras. Necesitaba algo caliente para disminuir el dolor de garganta. Escuchó gotas de lluvia a lo lejos, e inmediatamente su nariz pudo percibir el aroma a tierra mojada del jardín, ella, que llevaba poco tiempo en el mundo exterior, no podía evitar sorprenderse por los cambios bruscos de clima que poseía My—Trent.
Comenzó a tararear la melodía que le había escuchado a Jaft en aquella ocasión mientras poco a poco bajaba las escaleras con tranquilidad, pero cuando se encontraba en el penúltimo peldaño, la vista se le nubló y trastabilló, se sujetó lo mejor que pudo del barandal que había a su lado mientras trataba de reponerse. La cabeza comenzó a darle vueltas y sintió la necesidad de sentarse en ese momento, así que lo hizo. Observó sus manos y las veía temblar ligeramente, se maldijo para sus adentros, dormir afuera del balcón había logrado enfermarla después de todo.
—¿Estás bien? —la voz de Jaft la obligó a levantar su cabeza, él la observó con atención mientras se mostraba genuinamente preocupado.
—Sí, no se preocupe, joven Jaft —sonrió a la par que se ponía de pie y trataba de actuar con normalidad—. Casi me resbalo, eso es todo —tras decir esto, ella pasó por su lado, pero nuevamente trastabilló, y esta vez fue Jaft quien la sujetó en el aire antes de que cayera de rostro al suelo.
—Espera —él la tomó entre sus brazos y la cargó. Apoyó su frente en la de Clematis y esta se quedó estática sin saber que hacer—. ¡Estás demasiado caliente! ¿Cómo puedes caminar? ¡Tienes fiebre! Eres una señorita, debes tener más cuidado con tu cuerpo, casi te caes de rostro, te hubiera quedado una fea cicatriz si te golpeabas en este piso.
—Gracias por preocuparse por mí, pero no es nada, en verdad —le aseguró mientras trataba de bajarse.
—Oye, tranquila, te voy a llevar a que descanses. ¿Sí? —Jaft le sonrió y ante su insistencia, Clematis terminó asintiendo.
Jaft comenzó a subir las escaleras con normalidad, como si no la estuviera cargando, Clematis no pudo evitar sentirse incomoda por la situación, después de todo, no había entablado una conversación larga y tendida con él desde que había llegado. Ambos no pasaban del saludo cuando lograban cruzarse.
—Joven Jaft... —susurró ella al ver hacia donde se dirigía—. Perdone, no quería ser una molestia.
—No eres una molestia, en parte eres de mi familia ahora, así que tenemos que velar los unos a los otros. ¿No lo crees? —sonrío y ella asintió apenada.
Para cuando llegaron a la habitación de Zefer, Jaft se acercó hacía la enorme cama y la depositó con gentileza sobre esta, Clematis, al darse cuenta de donde se encontraba recostada, trató de levantarse con rapidez, siendo Jaft quien se lo impidió al sentarse a su lado tratando de tranquilizarla.
—Es la cama del joven Zefer... no puedo estar aquí recostada —soltó ella de repente con un gesto de horror en su rostro, pensando en lo que aquel pelinegro sería capaz de hacerle si captaba su aroma allí.
—¿Qué? —le respondió con incredulidad—. ¿Dónde has estado durmiendo estos días entonces?
Ella no respondió y mordió su labio con fuerza, había metido la pata al soltar eso tan de repente, Jaft la observó con el ceño fruncido mientras esperaba una respuesta. Ante la negativa de Clematis por hablar, se tapó los ojos producto de la vergüenza y suspiró sintiéndose decepcionado de su hermano. No había que ser muy listo para saber que él le había prohibido recostarse allí.
—En el baño —le respondió luego de meditarlo—. He estado durmiendo en el baño, joven Jaft.
—No mientras —su voz se mantuvo seria, pero serena, observó a todos lados como analizando el ambiente para finalmente observar hacia el balcón—. ¿Has estado durmiendo en el balcón, no es verdad?
Ella palideció al escucharlo, se había olvidado de aquel olfato que ellos poseían, era obvio que para él bastaba con oler el ambiente para encontrar donde había pasado las noches desde que llegó a ese lugar.
—¿Qué? —soltó con nerviosismo mientras reía—. No, joven Jaft, está equivocado... yo he estado durmiendo en el baño.
—Clematis, tú no podrás tener el olfato agudo, pero yo sí, y con total seguridad puedo decir que logro percibir tu aroma con mayor fuerza allá afuera del balcón —él la observó y ella terminó agachando la cabeza mientras asentía—. Escucha, yo no te puedo llevar a mi habitación, no se vería correcto que te brinde un espació allí, después de todo, tu prometido es Zefer... además, teniendo a Eleonor rondando por la casa...—el rubio mordió un poco el interior de su boca— pues, basta con ver como ella te observa para que uno se sienta un poco preocupado.
Jaft la acomodó sobre la almohada y dirigió nuevamente su mano a la frente de ella, sintió su temperatura, y no pudo evitar preocuparse. Al verla de cerca se percató de las pequeñas heridas que tenía en su rostro, su mano bajó de donde se encontraba y la tomó del mentón, giró su rostro levemente hacia el lado izquierdo, y pudo ver los pequeños arañazos que estaban cicatrizando.
—Sé que Eleonor te golpeó cuando mi padre te dijo que tenías que dormir en la habitación de Zefer—Jaft se removió algo incomodó sobre el colchón y luego sujetó sus manos mientras observaba la habitación—. Escucha, mandaré a Meried o Wylan a que te traigan un cuenco con agua y te ayuden a cambiarte tu ropa.
Jaft se puso de pie y la obligó a recostarse nuevamente, ya que ella trató de salirse de la cama. Tomó las mantas que estaban dobladas en un extremo, y la tapó hasta el cuello, impidiéndole moverse. Despejó algunos rizos que caían por su frente, y finalmente le sonrió.
—Será mejor que te vayas soltando el vestido, imagino que sabes hacerlo —ella asintió—. Escucha, pase lo que pase no te estés destapando ni levantándote, cuando vuelva quiero verte echada en el mismo lugar.
—Pero ¿Y el joven Zefer? —ella le respondió con temor mientras temblaba, Jaft no sabía si era producto de la fiebre o por el imaginar que le haría Zefer si la veía allí—. Si él me ve aquí se enojará.
—Yo hablaré con Zefer, y créeme que tendrá que escucharme —le respondió con seriedad, Jaft dirigió una de sus manos hacia su nuca y aprisionó ligeramente el área—. Hasta cuando aprenderá... —musitó sintiéndose cansado de la actitud de su hermano—No tiene derecho a tratarte de esta manera, tú ahora formas parte de los Wolfgang. No eres una mascota ni un juguete. Mira que hacerte dormir en el balcón. !Está demente! No puedo ni imaginar el dolor que debes sentir por todo el cuerpo.
Luego de volver a arroparla, Jaft caminó a la salida, y tal y como dijo, al cabo de unos minutos Wylan entró por la puerta trayendo consigo un cuenco de agua con unas telas remojadas dentro. Ayudó a Clematis a sacarse el vestido para posteriormente colocarle un camisón fresco y seco encima, ella le agradeció, pero contrarío a otras veces, ella le brindó una cálida sonrisa, al parecer estaba preocupada por ella, o sentía pena y no quería hacerla sentir mal.
Para cuando se fue, Clematis se quedó completamente sola, observaba cada tanto la puerta y rogaba porque Zefer no entrara, sería su ruina si la veía acostada allí. Cada vez que escuchaba pasos no podía evitar sobresaltarse, imaginaba lo peor. No quería ni pensar en lo que él sería capaz de hacerle.
Después de varios minutos, la puerta volvió a abrirse y ella pegó un brinco, esperaba algún grito o ser lanzada a algún punto de la habitación, pero esto no pasó, ya que el que entró fue Jaft quien estaba acompañado de un Hanoun anciano y bajito, el cual traía consigo un pequeño maletín ancho de color negro.
—¿Podrá prepararle alguna medicina? —le preguntó Jaft al Hanoun bajito.
—Si. Mi señor, solo tengo que darle un poco de la dosis que normalmente ustedes toman, pero no sé qué efectos secundarios pueda traerle, nunca he preparado medicina para un humano.
—¿Podría hacerle mal? —dijo algo preocupado.
—Pues, no lo sé, pero lo que sí puedo asegurar, es que tendrá mucho sueño después de tomar cada dosis. Bastará con que la tome por dos días después de cada comida. ¿Clematis, cierto? —ella asintió—. Bueno, no tienes que levantarte y evita desabrigarte, amo Jaft, cada cierto tiempo tiene que venir alguien a observarla y cerciorarse de que la fiebre no le suba.
—No se preocupe, estará vigilada.
—Bueno, señorita Clematis, esta es tu primera dosis.
Él Hanoun colocó su maletín sobre una de las cómodas de la habitación, del interior de este sustrajo una pequeña balanza que había adentro, volvió a meter su mano y esta vez sacó unos frascos que contenían unos polvos de colores, colocó un pequeño papel al centro de los platillos de la balanza, y comenzó a añadir poco a poco aquellos polvillos. Cuando llegó a la cantidad necesaria se detuvo, cerró nuevamente los tubos y los metió a su maletín, dobló ligeramente el papel y le pidió a Clematis que se sentara para que pudiera tomarlo, ella asintió e hizo caso, una vez que introdujo el contenido del papel en su boca la pelirroja no pudo evitar poner una mueca de asco al sentir el sabor amargo de aquel polvillo. Volvió a recostarse, pero casi inmediatamente, comenzó a sentirse adormilada, sus ojos se sentían pesados y cada tanto comenzaban a cerrarse.
Ella escuchó pasos a lo lejos y luego oyó como la puerta se cerró despacio, dejándola de esta manera, nuevamente sola en aquella enorme habitación. Su pecho subía y bajaba de manera pausada, el dolor de garganta que hasta hace poco estaba sintiendo se fue disipando, giró su rostro hasta que su nariz estuvo pegada a la almohada, y no pudo evitar inhalar el aroma proveniente de esta. Aquel aroma poseía una mezcla fresca y masculina. Un enorme suspiro escapó de sus labios. Olía realmente bien. Hasta ese momento jamás había reparado en la fragancia que poseía Zefer, después de todo, cada vez que lo veía, estaba más enfocada en escapar o esconderse.
Pero debía admitir algo, él olía realmente bien.
Z E F E R
Los últimos días había estado yendo hacia el pueblo con frecuencia. No hacía nada en particular, pese a que en un inicio prometí volver al burdel, no sentía deseos de hacerlo. Tan solo buscaba que mi mente estuviera distraída y lejos de aquel infernal palacio. Observaba los puestos, transitaba por los senderos poco concurridos, he incluso, yo mismo me había sorprendido, ya que solía ir a la aldea abandonada de los humanos.
—Deberían demoler estas edificaciones, la madera chamuscada no sirve ni para hacer leña—dije al ver las pequeñas casas que fueron carcomidas por el fuego en el ataque.
Observé el cielo y me percaté de que las nubes de color gris se habían hecho presentes, algunas gotas de lluvia comenzaron a caer poco a poco, así que me vi obligado a dirigirme hacia el bosque. Hasta ahora no había transitado por este lugar ya que no había ido más allá de la aldea de los humanos.
Caminé durante mucho tiempo, no sé cuánto exactamente, pero cuando me encontraba bien alejado de la aldea, pude ver a lo lejos algo que llamó mi atención. Al acercarme, me pude percatar de que se trataba de un cadáver que ya estaba en un estado bastante avanzado de descomposición. Al parecer era una mujer, y esto lo intuía por la ropa y el cabello que traía. Sentí arcadas, el aroma que despedida la desdichada era sumamente repulsivo, algunos gusanos se encontraban entrando y saliendo de aquella carne putrefacta dándose un festín. En especial, de una zona en particular, a la altura del abdomen, ella tenía un enorme orificio, como si unas garras la hubieran atravesado por completo.
Si bien, el aroma era nauseabundo, no pude evitar observarla atento mientras tapaba mi nariz con la manga de mi camisa. Los guardias olvidaron a este cuerpo maltrecho y lo dejaron a su suerte, a diferencia del resto que fueron lanzados a una fosa común. Quizás ella había tratado de escapar por este lugar, pero lograron atraparla, y posteriormente le pusieron fin a su patética existencia.
Observé al cielo nuevamente mientras las gotas caían, al percatarme de que las nubes se iban acumulando más y más, eso solo significaba que comenzaría a llover aún más fuerte, de seguro la lluvia terminaría contribuyendo a que el cadáver desapareciera con mayor rapidez.
Lo observé por última vez y di media vuelta, pero cuando ya me encontraba un poco más alejado, me detuve, suspiré pesadamente y me maldije. Quiera o no aceptarlo, pese a que es una humana, supongo, que por lo menos debería tener un hueco en el que pudiera descansar.
Al regresar, busqué por los alrededores y observé un tronco cortado, una vez que lo tuve entre mis manos, me acerqué a un lado del cadáver y comencé a escarbar la tierra que estaba a su lado, en el proceso hacía un sobresfuerzo por no respirar aquella pestilencia que desprendía, y para cuando terminé de excavar aquella tumba improvisada, la lluvia ya había terminado de empapar mi ropa por completo.
—Por Kyros, debo estar demente —giré mi rostro hacia el lado y retuve un poco de aire en el interior de mis pulmones.
Me coloqué al lado izquierdo del cadáver, sujeté con fuerza el pedazo de tronco y poco a poco fui empujando el cuerpo de la mujer dentro del hueco, el sonido que produjo al moverlo fue asqueroso, ya que la piel se encontraba pegoteada a la tierra. Por suerte, ni un solo pedazo de carne se desprendió de los huesos. Conforme la fui empujando, algunos gusanos caían de donde se encontraban y comenzaban a retorcerse sobre la tierra. Sentí arcadas, quería vomitar.
Finalmente, luego de mucho esfuerzo, logré hacer que entrara allí dentro, terminó boca abajo, pero dudo que en donde está ahora eso le importe mucho. Tomé el tronco y fui tirando la tierra hacia el interior, el cuerpo fue tapado por completo, y cuando ya no había nada más que echar dentro, coloqué una piedra encima para marcarlo.
—Fue por el olor —me dije a mi mismo tratando de justificar mis acciones—. Esa peste no me hubiera dejado continuar con mi camino. Sí, fue por eso.
Escurrí el exceso de agua de mi cabello y mi ropa y volví a la aldea humana. Pero, cuando di algunos pasos más allá de la tumba, oí algunos arbustos moverse tras de mí, y aunque traté de percibir el aroma de lo que estuviera allá afuera, me fue imposible hacerlo. Tal vez había dejado algún carroñero sin su cena de la noche.
Algunos truenos comenzaron a retumbar a la lejanía, sería una noche bastante movida, a juzgar por el clima el caudal del rio se incrementaría un poco. Caminé largo rato hasta llegar a la aldea de los Hanouns y me dirigí hacia donde se encontraba el cochero y el carruaje.
—Vamos al palacio —le ordené, pero él comenzó a observar lo empapado que me encontraba—. ¿Qué me estas mirando, inútil? Te acabo de dar una orden.
—Sí. Mi señor, lo siento —tras decir esto, él abrió la puerta trasera y me subí al carruaje mientras frotaba mis brazos para poder entrar en calor.
Durante el trayecto al palacio la lluvia incrementó, lo cual dificultaba que uno pudiera ver con nitidez más allá de su nariz. Comencé a oler mi ropa para ver si esta no apestaba, por suerte la peste del cadáver ni se había pegado a mí. En cuanto entré, Jaft vino corriendo hacía donde me encontraba, me observó algo sorprendido, pero su ceño se frunció e inmediatamente cruzó los brazos mientras alzaba una ceja.
—¿Qué quieres? —le pregunté con desinterés mientras escurría algo de mi ropa generando un charco bajo mis pies.
—¿Por qué has dejado que Clematis duerma en el balcón? —preguntó él muy molesto, yo no pude evitar reír mientras blanqueaba los ojos.
—Que lengua floja resultó esa mascota. Creo que está de más decírtelo Jaft, e incluso deberías saberlo, pero como la trate es algo que no te concierne.
—¡No es una mascota, Zefer! —mi querido hermano bajó los brazos y comenzó a apretar los puños a cada lado de su cuerpo—. ¡Ni siquiera tratamos a los sirvientes de esa forma! ¿No puedes tener un poco de compasión por ella? ¡Lo perdió todo!
—¿Y? Si lo perdió todo, o no. No me interesa en lo más mínimo, Giorgio me la dio, así que es MÍA —recalqué la palabra—, el cómo la trate, o deje de tratar, es MI problema, no el tuyo ¿Acaso yo te digo como tratar a Eleonor? —bufé, Jaft estaba respirando con fuerza—. Por supuesto que no te lo digo —me respondí a mí mismo, luego, pasé por su lado dispuesto a irme a las escaleras, pero él me retuvo sujetando mi hombro— ¿Ahora qué quieres?
—¡Por tu negligencia ahora ella está ardiendo en fiebre! —sus uñas comenzaron a clavarse en mi hombro conforme hablaba.
—¿Y? —le respondí sarcástico mientras uno de sus puños se acercaba hacía mi rostro, pero antes de que siquiera pudiera tocarme lo detuve en el aire—. ¿Me vas a golpear? —bufé—. ¿En verdad piensas que puedes ganarme en combate, Jaft?
—Escúchame bien, Zefer —me respondió con autoritarismo—. Te voy a dar una orden, y por tu bien, vas a acatarla al pie de la letra. Ella está durmiendo en tu habitación, se quedará echada en tú cama hasta que mejore. Tienes prohibido el ir a molestarla o botarla de donde se encuentra —resoplé con fuerza y él continuó—. Mandaré a poner otra cama donde puedas dormir.
—¿En verdad piensas que te voy a obedecer? —solté una risotada.
—Nuestro padre se fue de viaje hoy y me dejó a cargo —me quedé perplejo mientras el sonreía victorioso—. Tú decides Zefer, u obedeces, o te largas.
Lo observé de manera retadora y luego bajé su puño, el cual, aún mantenía sujeto en el aire. No le respondí, simplemente comencé a subir por las escaleras en dirección a la biblioteca, y una vez dentro, me encerré y comencé a leer algunos libros que se encontraban en las repisas más altas. Era increíble la facilidad con la que mi tranquilidad se esfumaba en cuanto pisaba este asqueroso lugar, ahora tendría que soportar al pelele a cargo, y es probable que ahora que él era el regente momentáneo, los humos se le subirían a la cabeza.
No salí hasta muy entrada la noche, todos ya se encontraban descansando, las velas de los pasadizos ya habían sido consumidas en su totalidad y únicamente el ruido que lograba percibir era el de algunas aves nocturnas en el exterior. Comencé a caminar hacía mi habitación, y una vez que entré, observé una lamparilla de aceite que estaba encendida. Tal y como lo dijo Jaft, había mandado a colocar otra cama dentro, reduciendo de manera considerable el tamaño de mi habitación, chasqueé la lengua por lo molesto que me encontraba, odiaba que movieran o manipularan mi espacio de esta manera.
Al tornar mi vista hacía mi cama, vi a la humana recostada con los ojos cerrados. Me acerqué a ella con suma cautela y la observé con mayor atención, su rostro demostraba paz y tranquilidad, algunas gotas de sudor bajaban por su frente, y los rizos de su cabello se pegaban ligeramente. La manta que traía puesta estaba a la altura de su cintura, dejando a la vista el camisón que traía puesto, este estaba completamente empapado de sudor, así que la delgada tela se estaba pegando a su cuerpo, y conforme ella respiraba, su pecho se hacía más que notorio.
La observé con atención. Su especie era algo curiosa, eran criaturas débiles, ante algo mínimo lograban enfermarse. En un impulso, observé hacía la puerta y al verla cerrada, me acerqué un poco más hacía su rostro, su tez era blanca, sus labios eran carnosos, pero sin ser exagerados, y estos poseían un color rosado, las pestañas que tenía eran largas, de color rojizo y terminaban rizadas al final. Había que darle algo de mérito, no era una cosa tan fea, hasta se podía decir que era algo... bonita. Percibí un olor medio salado, así que me alejé, y en cuanto vi sus ojos cerrados, algunas lágrimas comenzaron a escaparse.
—Mamá —musitó con dificultad mientras fruncía el ceño—. Por favor... huye conmigo, no te quedes... No me dejes.
Al parecer estaba teniendo una pesadilla. Me levanté de su lado dispuesto a irme a la otra cama, pero al darle la espalda, sentí su leve tacto, bajé la mirada y su mano sujetaba con delicadeza algunos de mis dedos, la observé a ella y sus ojos se encontraban entreabiertos.
—Por favor..., no te vayas —su voz sonaba apagada conforme hablaba, sus dedos terminaron sujetando toda mi mano suavemente, mientras que yo, solo me limité a alternar la vista entre mi mano y ella—. No me dejes sola... no te vuelvas a ir.
Ella esbozó una débil sonrisa en mi dirección, no pude evitar sentir un leve retorcijón dentro de mi estómago. Aunque estaba seguro de que aquella sonrisa no era para mí. Es probable que la fiebre le hubiera subido tanto, que ni siquiera distinguiera con quien se encontraba hablando. Quizás era mi culpa el que ahora se encontrara así, pero el tocarme sin mi consentimiento me parecía una falta de respeto.
Me senté a su lado en la cama sin soltar su agarre, ella me observaba con los ojos entre abiertos sin decir ni una sola palabra, y únicamente hablaba cosas indescifrables cuando pretendía soltarla.
—¿Por qué estabas llorando? —le pregunté suavemente y ella se removió incomoda en su lugar, más no respondió.
¿Qué era lo que tanto la aquejaba aún dormida?
Observé el cuenco de agua a su lado y vi las telas sumergidas, luego, la observé a ella y un absurdo impulso por ayudarla me envolvió, es probable que fuera la culpa que sentía. Con la mano libre, revolví mi cabello, y soltándome de su agarre, sujeté la tela que se encontraba sumergida.
—No te vayas...
—No me voy a ir, voy a ponerte este trapo en la frente para que se te baje la fiebre —le respondí de manera calmada y ella se tranquilizó.
Tomé la pequeña tela entre mis manos, y luego de escurrirla, comencé a limpiar su rostro. Seguí con mi camino y lentamente me dirigí hasta su cuello, mis manos comenzaron a temblar a medida que bajaba, y una vez que estuve en la entrada del camisón, me detuve. Algo raro en mí, pero lo hice.
—Tu ropa está mojada—le dije mientras carraspeaba ligeramente.
—Cámbiame... —dijo ella con torpeza.
—¿Qué? —bufé con nerviosismo ante su respuesta—. No puedo hacer eso.
—William, tú siempre me has cambiado cuando tenía fiebre... No tengo fuerza para hacerlo yo misma —respondió ella con naturalidad.
—Te ayudaré a sentarte, pero tu harás el resto—le respondí molesto.
Me sentí algo ofendido porque me confundió con otro, posiblemente el tal William era un antiguo amante, y en medio de su delirio me estaba confundiendo con él.
Me levanté de la cama y me dirigí hacia el ropero, tomé uno de los primeros camisones que estaban a mi alcance y luego volví a donde estaba ella. Al sentarme, su cuerpo cayó sobre el mío, volví a sentir aquella extraña sensación. Ella comenzó a suspirar e inhalar mi aroma y no pude evitar sentirme algo incómodo. Su dulce aroma se impregno en mi nariz y no pude evitar inhalar a profundidad aquella fragancia que ella poseía.
Di unas leves palmadas en su espalda y ella alzó un poco los brazos, la ayudé a deshacerse del camisón mientras observaba al lado contrario, y una vez que estuvo desnuda entre mis brazos, le extendí la nueva prenda.
—Ten —coloqué el camisón sobre su regazo—. Póntelo rápido, o te dará el aire.
—Mi espalda... sigue mojada, ayúdame.
Abrí los ojos producto de la sorpresa, ella se encontraba a escasos centímetros de mi rostro mientras sonreía débilmente. Tomé el paño, lo escurrí como pude con una mano, y comencé a limpiar el exceso de sudor que bajaba por su espalda, por momentos lograba percibir la suave textura de su piel, y aquello me generaba deseos de mirar, pero me contuve, el ver a un humano con otros ojos era algo impensable para mí.
—Ya, ahora ponte la ropa.
—Está bien...
De forma costosa ella comenzó a colocarse el camisón, y una vez que terminó, una sonrisa se plasmó en sus labios de oreja a oreja mientras se echaba.
—¿De qué te ríes? —le pregunté ante su gesto.
—Es que... hueles muy rico —tras decir esto volvió a echarse y se quedó profundamente dormida.
PUERTA DE VELMONT
Luego de algunas horas viajando en carruaje, por fin pudieron ver la distancia el inmenso muro de Velmont: este estaba conformado por vigas inmensas de madera, pero al caer tanta nieve sobre esta, daba la ilusión que únicamente estuviera hecho de hielo solidificado.
Giorgio, que se encontraba dentro del carruaje, comenzó a frotar sus brazos con desesperación, ni el abultado abrigo de pieles que traía puesto encima lograba amilanar el frio penetrante que llegaba hasta sus huesos. Argon, por su parte, únicamente traía puesto un abrigo demás, el resto era la misma vestimenta con la que salió de My—Trent, al estar acostumbrado al salvaje clima de allá, el frío no le molestaba en lo absoluto, es más, le gustaba aquella sensación helada.
Una vez que llegaron a la entrada, la enorme puerta los recibió, Argon sacó su cabeza por la ventanilla, y saludando de manera muy amable, hizo un gesto con la mano a los guardias que custodiaban para que lo dejaran pasar. Ellos, al verlo, inmediatamente comenzaron a levantar el pesado portón.
El carruaje comenzó a avanzar lentamente, y luego de atravesar una distancia considerable, por fin la aldea humana se hizo visible. Los híbridos que lo halaban hacían lo mejor que podían, ya que no estaban acostumbrados a transitar por nieve. Giorgio corrió la cortina del interior y observó las casas, había algunas familias de humanos transitando con total libertad en las calles, y al verlos, no pudo evitar que una mueca desaprobatoria se dibujara en su rostro. Algunas familias estaban compuestas por hasta cinco miembros, es decir, los padres más tres hijos.
— Definitivamente, no entiendo como tú padre permite que se reproduzcan con tanta libertad, eso a la larga se volverá un peligro para ustedes —dijo con completa repulsión mientras dejaba de observar por la ventanilla, luego dirigió su vista hacia Argon.
—Yo no le veo nada de malo —le respondió el rubio mientras se encogía de hombros, le brindó una sonrisa cálida a Giorgio, y este no pudo evitar sentir arcadas por la similitud que tenían Argon y Rier—. Si cada familia se ama lo suficiente es justo que tengan los hijos que quieran y sean libres de caminar junto a ellos, sin ninguna preocupación.
—Al parecer te llevas muy bien con los humanos ¿No es verdad? —le preguntó el pelinegro con sarcasmo, obviamente usando el doble sentido, esbozó una sonrisa socarrona y Argon se removió incomodo en su lugar.
—Créalo o no, señor Wolfgang, ellos pueden llegar a ser criaturas fascinantes si los escuchas, tienen tantas cosas para enseñarnos, como nosotros a ellos.
—¿Te sientes tranquilo? —le preguntó ignorando por completo lo que había dicho. Aquella pregunta descolocó a Argon al no saber a qué se refería.
—¿Respecto a que, señor?
—Te pregunto si te sientes tranquilo de haber dejado a la humana en el palacio —Giorgio esbozó una sonrisa triunfante mientras Argon mordía la pared interior de su boca—, con Zefer.
Argon no tuvo tiempo de responderle, ya que los cornos y campanas fueron anunciando su llegada al palacio. Una vez que atravesaron las rejas, y se encontraron en la entrada, las enormes puertas se abrieron, un Hanoun de cabellera rubia, similar a la de Argon, y que poseía aproximadamente la misma edad que Giorgio, comenzó a bajar lentamente las escaleras. Su porte demostraba firmeza y seguridad, su andar era pausado pero elegante, no había ni una expresión en su rostro, pero en cuanto sus ojos azules que denotaban cansancio se cruzaron con los de Giorgio, un brillo especial surcó por ellos.
En cuanto Argon y Giorgio se alejaron del carruaje caminaron hasta estas al inicio de las gradas, Rier, por su parte, ya se encontraba allí esperándolos. Giorgio y Rier no dijeron nada, pero aquellas miradas indescifrables que se lanzaban denotaban mucho resentimiento. Para cortar la tensión palpable del aire, Rier esbozó una sonrisa en su dirección dejando a la vista sus colmillos, observó a Argon y le brindó un abrazo a modo de saludo, al soltarlo, Argon se posicionó a su lado y Rier se acercó hacia Giorgio mientras inclinaba ligeramente la cabeza a modo de saludo.
—Giorgio, que placer volver a verte —dijo con un deje de diversión mientras el nombrado solo se limitaba a asentir con la cabeza devolviéndole el saludo.
—Lo mismo digo, Rier ¿Ya llegaron los ancianos? ¿O tendré que esperarlos? —le preguntó para evitar cualquier tipo de conversación innecesaria.
—Están en el ala este —respondió con desinterés—. Me sorprende que llegaras antes de lo previsto, tenías dos meses para llegar.
—No tenía otra alternativa, ellos quieren hablar conmigo.
Giorgio pasó por su lado como si estuviera en su casa y se dirigió al interior del palacio, Rier y Argon estaban un poco más atrás murmurando cosas lo suficientemente bajas como para que el pelinegro no pudiera escucharlas. En cuanto llegaron al interior, una de las sirvientas tomó el pesado abrigo que cubría a Giorgio y le retiró los excesos de nieve.
—¡Maldito clima el que tienen aquí! —soltó de repente Giorgio mientras frotaba sus brazos con sus manos.
—Es lindo, una vez que te acostumbras —le respondió Rier desde atrás mientras se quitaba los restos de nieve.
—No quisiera acostumbrarme —le respondió Giorgio con evidente molestia mientras se dirigía hacia las escaleras—. Ahora, si me disculpan, veré que quieren esos vejestorios.
Al llegar a la parte superior, Giorgio comenzó a caminar al ala indicada, estaba cansado, la subida del carruaje hasta el endemoniado palacio había sido agotadora, no entendía porque habían decidido construirlo en lo alto de la montaña.
Pudo haber demorado más en su llegada, pero Velmont se encontraba en temporada de ventiscas, y si dejaba pasar un día, los caminos fronterizos podían cubrirse de nieve en un santiamén. Necesitaba descansar, pero si los concejales se enteraban de que él ya había llegado, y ni siquiera se había dignado en ir a saludar, no pararían de sermonearlo.
Al llegar al salón de reunión, arregló su saco color negro mientras giraba la perilla, los Hanouns ancianos ya se encontraban sentados en sus sillas, y al verlo, dejaron de conversar y reír entre sí, para observarlo a él con atención. Cada uno era completamente diferente al otro, y desde luego, cada uno era perteneciente a la familia contraria, ellos, en total, conformaban un grupo de seis.
El primero, y el más anciano de todos, poseía un color purpura en sus ojos, y quizás era el último perteneciente a la rama Hanton en poseer aquellos ojos, se decía incluso que aquel anciano, había venido del otro lado del mundo en una embarcación hace muchos años.
El segundo, quien seguía en edad y estaba sentado a la derecha del primero, poseía la cabeza completamente rapada, para que, de esta forma, disimulara cualquier rastro de calvicie que pudiera poseer, al centro de su frente poseía una gema de color ambarina que hacia juego con sus ojos del mismo color.
El tercero, que estaba sentado a la izquierda del primero, poseía unos collares de oro alrededor del cuello, lo que generaba que este se viera más largo que el del resto, y sus ojos color verdosos observaban cada movimiento que el realizaba Giorgio desde donde se encontraba.
El cuarto y el quinto, eran ambos gemelos, hijos de una de las últimas Hanouns que poseían el cabello color blanquecino, el cual también heredaron, ambos se mostraban desinteresados y siguieron con su amena plática en voz baja.
Y, por último, estaba el más joven de todos, este poseía una larga cabellera que llegaba hasta debajo de la espalda, y para mantenerlo perfectamente ordenado, esta se encontraba sujetada por una coleta. Si uno observaba con atención algunas extensiones de la cabellera, se podía percatar que estas tenían sujetas algunas gemas preciosas para lograr darle vitalidad.
—Bueno, veo que todos están completos —dijo él pelinegro con sarcasmo mientras observaba a todos por igual—. Anlo —se refirió al más anciano de todos y le extendió la mano una vez que se acercó a saludar—. Rugt —esta vez se acercó al de cabeza rapada e hizo lo mismo—. Retro y Prieto —saludo a ambos gemelos con un gesto de la cabeza y ellos hicieron lo mismo—. Distraico —esta vez saludo con la mano al que poseía los collares de oro—. Amorti — por último, saludo al más joven.
Una vez que terminó con las formalidades, se dirigió hacia una de las sillas que estaba en el extremo y se sentó de forma perezosa, colocó ambos codos sobre la mesa y reposó su mentón allí, luego alzó ambas cejas a manera de invitación a que los otros comenzaran a hablar.
—¿Y bien? Cuál es el motivo de su llamado importante—preguntó ante el silencio de los demás.
—Buscamos una respuesta con respecto a los sucesos que vienen ocurriendo en tu nación, Giorgio —respondieron los gemelos al unísono mientras Giorgio volcaba los ojos, detestaba cuando ambos hablaban al mismo tiempo.
—Queremos saber con exactitud, que sucedió con los humanos que tenías a tu cargo —decretó con voz firme Anlo, el mayor y líder de todos.
—De momento, no puedo responder a eso—soltó él con naturalidad.
—¿Cómo que no puedes? —Rugt respondió con indignación—. Deberías saber que sucedió, era tu conjunto de humanos y mano de obra, Giorgio. No puedes brindarnos una respuesta tan simple como esa.
—Créeme Rugt, si pudiera darles una respuesta más detallada lo haría, pero el caso de la aniquilación fue bastante extraño, un infiltrado se metió y robó a la guardia real —Giorgio se encogió de hombros—. Y no solo eso, el que lo hizo no dejó ni siquiera rastro de su olor como para poder ubicarlo.
—Pero no todos murieron ¿No es verdad? —Amorti preguntó mientras se echaba en el respaldar de la silla.
—No, no todos murieron, quedó solo una humana viva, la única que fue lo suficientemente inteligente de aprovechar el pánico y escapar para esconderse hasta que todo pasara —Giorgio soltó una risotada, pero nadie más lo hizo.
—Sí, lo habíamos escuchado —Anlo respondió esta vez—. Y también sabemos otro rumor acerca de eso.
—¿Y cuál sería? —le respondió con total cinismo el pelinegro intuyendo que iba a decirle.
—¡Que está comprometida con tu hijo, Zefer! —gritaron los gemelos al mismo tiempo.
—¡Es una humana, Giorgio! ¿En qué estás pensando? —gritó Retro mientras golpeaba la mesa.
—¡No podemos permitir que se case con tu hijo! —replicó Prieto.
—¿Podrían dejar de hablar uno detrás del otro? Me producen jaqueca —Giorgio suspiró con pesar mientras sujetaba su sien—. Además, lo que pase o deje de pasar en mi nación es asunto mío, en especial si es algo que concierne a mis hijos.
—Hijo —le corrigió Anlo—. Apropósito, ya que tocaste ese tema ¿Hasta cuándo planeas seguir con todo esto?
—Anlo tiene razón —respondió Rugt—. Estas sembrando ilusión en quien no será tu heredero, un Wolfgang que no tiene el cabello negro no puede ser el regente de la nación.
—Zefer aún no tiene por qué saberlo, no está listo para la responsabilidad que conlleva el ser regente —respondió Giorgio golpeando la mesa con fuerza, los concejales estaban tocando una fibra delgada en ese momento—. Sigue siendo estúpido e inmaduro, el saber la verdad hará que cante victoria antes de tiempo y los humos se le subirán a la cabeza.
—El otro Hanoun que vive en tu casa tiene que saber la verdad —le replicó Amorti con desaprobación en su mirada—. No puede seguir en una nación en la cual no tiene derecho a nada. !Que barbarie es todo esto! Un bastardo dándose las ínfulas de ser el próximo regente —todos los presentes asintieron al mismo tiempo dándole la razón.
—Yo sé cuándo le diré la verdad—Giorgio se cruzó de brazos—. Aún es demasiado pronto para que lo sepa—sentenció.
—Dices eso, pero la verdad es otra —respondieron los gemelos solo por molestarlo.
—Siempre has sido condescendiente con Jaft y le has dado tantas esperanzas, porque sabes que al final, él no obtendrá absolutamente nada, ni siquiera tendrá derecho a un título o algo si regresa al lugar donde en realidad pertenece —espetó Anlo con seriedad y el resto le daba la razón—. Tiene que venir a Velmont.
—Es verdad, tiene que regresar a su casa —el sujeto de los collares se cruzó de brazos a medida que observaba a Giorgio—. Tiene que saber que Rier es su verdadero padre.
En una habitación contigua, tras oír esto último, Argon se apartó con total brusquedad del muro por el cual estaba escuchando la conversación. Su corazón comenzó a golpetear su pecho con fuerza mientras sus manos sudaban, una sensación de frio recorrió su espalda y no pudo evitar llevarse la mano a la boca por nerviosismo.
Jaft, aquella persona que toda su vida pensó que era un Wolfgang y el futuro regente de My—Trent, era en realidad un Hanton, y no solo eso, si no, que era su hermano mayor.
¿Cómo era posible eso?, ¿Quién era la verdadera madre de Jaft entonces? Y ¿Por qué él se encontraba en My—Trent?
—No puede ser cierto —musitó bajo como para que no fuera escuchado.
Comenzó a analizar cada palabra que había escuchado, y una fugaz teoría surcó su mente, si Rier, su padre, era en realidad el padre de Jaft, entonces Lyra... tenía que ser su madre. Nuevamente su corazón se sobrecogió al pensarlo siquiera, aquella mujer, tan cálida y amable que tuvo el placer de conocer ¿Había tenido un amorío con su padre?, ¿En qué momento había ocurrido todo eso? ¿Por qué Giorgio había accedido a cuidar de una cría que no le pertenecía? Y sobre todo ¿Por qué su padre había dejado a un hijo atrás en manos de ese monstruo?
Millones de preguntas comenzaron a rondar su mente, pero Argon era consciente de que, si necesitaba una respuesta a todas esas interrogantes, solo había una persona que podía brindárselas.
Salió de la habitación donde se encontraba, y caminó a paso apresurado hacia el despacho de su padre, se sentía intranquilo y ansioso, y en lo único que lograba pensar era en lo que había escuchado, aquellas palabras se repetían incansablemente una y otra vez en su mente, y provocaban que un nudo se formara en su estómago.
Jaft, en realidad era su hermano.
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