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CAPÍTULO III • La prometida •


C L E M A T I S

En cuanto subimos al carruaje, Giorgio se sentó en el asiento del frente, y con un gesto adusto de la cabeza, me ordenó que me posicionara frente a él. Obedecí de forma inmediata. No parecía alguien al que fuera conveniente hacer enojar.

El silencio que reinaba entre ambos era asfixiante. Con cada segundo que pasaba, mi ansiedad iba creciendo aún más.

Al percatarme que aquellos ojos penetrantes ambarinos, no me despegaban la vista de encima, generaban que mi corazón palpitara con rapidez. Mis manos temblaban con fuerza. Esperaba algún tipo de reacción de su parte. Pero lo único que se limitó a hacer, fue apoyar su rostro sobre su palma para poder analizarme a detalle. No de una forma lasciva, sino que lo hacía con curiosidad, como si yo le recordara a alguien. En ese punto, no sabía qué hacer. Mi vista paseaba entre el suelo de la carroza y el exterior. Y cuando él comenzó a mover su pie de arriba hacia abajo, aumentó considerablemente mi paranoia.

¿Qué era lo que tenía planeado para mí?

El carruaje avanzaba demasiado lento. El paisaje se transformó paulatinamente. La escasa vegetación fue dejada atrás y el follaje de los árboles aumentó. Nos habíamos alejado del centro, y nos estábamos dirigiendo a un lugar cada vez más alejado. Quizás era demasiado pronto para pensarlo. Pero tal vez, solo tal vez, nos dirigíamos al palacio donde él y su familia habitaban.

Imaginar aquello provocó que sujetara con fuerza mis dedos, a tal punto, que las yemas se me pusieron de color blanco. Sentía muchos escalofríos. Y él, no contribuía en lo absoluto a mi paz. Que me siguiera observando, y no dijera absolutamente nada. Me sofocaba.

—Cría de humano —habló finalmente. Yo no pude evitar pegar un leve salto en el asiento tras oírlo. Su voz era grave, a tal punto, que lograba calar muy profundo en mis oídos. Alcé la vista y lo observé. Al percatarse que le estaba prestando atención, preguntó—. ¿Tus padres te dieron nombre?

—Sí. Mi señor... —mi labio inferior no dejaba de temblar producto del nerviosismo—. Mi nombre es, Clematis Garyen...

—¿Cuántas lunas tienes? —preguntó mientras alzaba una de sus cejas.

¿Lunas?

—Perdone. Mi señor, pero no entiendo el término lunas. —Giorgio esbozó una sonrisa mientras suspiraba resignado. Aunque trataba de disimularlo, era demasiado obvio que estaba reprimiendo una carcajada.

—Perdona —bufó—. Olvidé que los humanos emplean unos términos muy diferentes a nosotros —diciendo esto, volvió a observarme con sus penetrantes ojos, lo cual provocó que me estremeciera—. ¿Qué edad tienes? Creo que así le dicen ustedes ¿No?

—Sí, Mi señor —le respondí—. Tengo dieciocho lunas.

—¿Dieciocho lunas y todavía casta y sin marido? Debes de haber sido la burla de tu aldea.
—Lo era... —mentí. No veía prudente que él se enterara de que yo era la segunda hija de mi familia.

—Debes de haber tenido unos padres demasiado exigentes como para que no te comprometieran con cualquiera. —Él sonreía de manera graciosa, como esperado que yo también le correspondiera. Pero no lo hice—. Bien, escucha. —Me erguí para poder prestarle atención—. Estamos a punto de llegar, así que te iré diciendo algunas reglas que tenemos en el palacio. Tienes que seguirlas al pie de la letra ¿Está claro? —preguntó con firmeza mientras alisaba su saco de color negro.

—Sí, Mi señor —le respondí a medida que observaba hacia el suelo.

—Bien. —Él se aclaró ligeramente la garganta y prosiguió—. Supongo que tu madre, o quien te crio, te tuvo que haber enseñado como se divide mi familia ¿No es verdad? —asentí ligeramente—. Correcto, entonces, me ahorro el engorroso trabajo de explicarte todo. Ahora, dime ¿Quiénes son mis hijos?

—Su primogénito se llama, Jaft Wolfgang y su segundo hijo es, Zefer Wolfgang.

—¡Muy bien! —expresó de manera sarcástica. Claramente, se estaba riendo de mí—. Bueno, yendo al grano. Los desayunos se sirven exactamente a las nueve de la mañana. Si llegas algo más tarde que eso, te quedarás sin comer.
—Sí, mi señor.

—Todas las comidas se realizan en el salón principal —volví a asentir—. Llegarás en silencio. Te sentarás y comerás callada lo que se te sirva. Y a menos que alguien te pregunte algo, hablarás ¿Está claro?

—Sí, mi señor.

—Bien, ahora. Creo que es importante recalcar este punto, para evitarnos problemas a futuro. —Tras decir esto, él carraspeó para que alzara la mirada y lo escuchara—. Puedes recorrer el exterior del palacio y todas las habitaciones que se encuentran en la primera y segunda planta. Pero —lo observé con detenimiento—, tienes estrictamente prohibido acercarte al hala norte.

—Sí, Mi señor. —Luego de oírlo, sujeté mis palmas y comencé a acariciar ligeramente las heridas que poseía, ya que estas me estaban provocando unos punzones cada cierta cantidad de segundos. Giorgio tomó mi mano, y observó el estado en el cual se encontraban. Luego, me soltó y se limpió en su abrigo mientras hablaba.

—Llegando le diré a la servidumbre que te cure esas heridas. De lo contrario, el olor a sangre que traes podría estimular a alguno de mis cachorros —tras decir esto, sonrió de lado mientras halaba de sus mangas para acomodar la camisa debajo del saco—. Y ellos podrían devorarte —dijo divertido mientras que yo sentía como algunas gotas de sudor bajaban por mi frente—. Espero esas heridas de tu cara se curen, si te quedas así de fea, con cicatrices, perderías tu encanto, y resultarías una pésima inversión.

—Sí... Mi señor. —Asentí cabizbaja y seguí observándolo.

—Bien, prosigamos. —Volvió a carraspear mientras se sentaba aún más erguido en el asiento—. Los almuerzos varían al igual que las cenas, así que alguien se aproximará a tu habitación para informarte que debes bajar. ¿Quedó claro lo que te dije?

—Sí, Mi señor. Perfectamente claro.

—Excelente. —Giorgio observó por la ventanilla, y luego me volvió a dirigir la mirada—. ¿Sabes? De cierta forma el viaje fue... gratificante. Por suerte, no eres como las híbridas que cómpranos. Resulta demasiado molesto escuchar como lloran todo el camino hacia el palacio.

Después de que terminó de indicarme algunas cosas más, se mantuvo callado en lo que duro el trayecto. No tengo idea de cuánto tiempo pasó, pero, nuevamente la vegetación comenzó a disminuir poco a poco. Estábamos cerca de nuestro destino. El pensar aquello aumentaba mi nerviosismo. No sabía cómo serían sus hijos, y era muy poco probable que poseyeran el carácter de Argon, ya que lo tenían a él como padre.

De un momento a otro, el terreno cambió, la carroza comenzó a andar por un pequeño puente de piedra. Escuché unas rejas abrirse y pasamos al lado de dos soldados de la guardia real que custodiaban la entrada. Pude ver un poco los muros tras nuestra entrada, estos se hallaban cubiertos por una espesa la vegetación, las plantas habían crecido a tal punto, que daba la ilusión de que, en realidad, eso fuera lo único que impedía el acceso del exterior al interior.

—Llegamos. —la voz de Giorgio me sacó de mis pensamientos, y mi corazón comenzó a trabajar con fuerza. Él, bajó del carruaje, e inmediatamente, dos híbridas bajaron desde la entrada, y se acercaron a recibirlo.

Ambas poseían el mismo color de ojos, sin embargo, el color de su cabello era completamente diferente. Una de ellas poseía el cabello de color blanco, y la otra de un tono dorado. Ambas se veían jóvenes, quizás tenían mi edad, o quizás un poco menos, y por los rasgos faciales que compartían, era fácil deducir que, eran gemelas. Una vez que se acercaron a Giorgio y lo reverenciaron, la del cabello blanco le quitó el saco con sumo cuidado mientras la otra observaba a su hermana con atención.

Yo no sabía si bajar o no, pero al ver a Giorgio alejarse un poco, intuí que debía hacerlo. En cuanto pisé el suelo, ambas híbridas me observaron con desconcierto. La de cabello blanco frunció el ceño inmediatamente, mientras que la otra, simplemente me observó de pies a cabeza.

—Ella es Clematis. —Cuando Giorgio ya estaba colocando un pie en los peldaños de las escaleras, volteó a observarme. Tras escuchar mi nombre hice una pequeña reverencia—. Es el nuevo juguete de la casa, así que sean buenas con ella. —Él sonrió de lado mientras agitaba la mano en el aire—. Cría de humano.

—¿Sí, Mi señor?

—Ellas serán tus damas personales. —Las señaló y ambas hicieron una pequeña reverencia. Aunque claramente, lo hicieron de mala gana—. Escuchen atentamente lo que tienen que hacer. Llévenla a alguna habitación que se encuentre limpia y amoblaba. Después, hagan que tome un baño, y cúrenle esas horrorosas heridas. No quiero percibir el olor a sangre por todo el palacio ¿Quedó claro?

—Sí. Mi señor —exclamaron ambas al unísono mientras Giorgio terminaba de entrar al recinto.

¿Juguete?, ¿A qué se refería con que yo era el nuevo juguete?

—Camina, humana. —La de cabello blanco me observó por el rabillo del ojo, cada facción de su rostro demostraba que me odiaba. No pude evitar agachar la mirada tras oírla, la de cabello dorado simplemente sonrió forzadamente, y siguió los pasos de su gemela.

Comencé a caminar conforme ellas se alejaban. Subí lentamente peldaño por peldaño, lo mejor que pude, ya que mi tobillo no me permitía movilizarme con normalidad. En cuanto llegué al último escalón, quedé maravillada al ver el enorme portón de madera que daba la entrada. En esta, se podía ver a la perfección la figura tallada de un lobo, aquella figura que ellos poseían hace más de trescientos años, figura de la cual tenía conocimiento, gracias a mi madre, quien me enseñó unos dibujos. Aquella criatura se encontraba parada encima de una enorme roca y se podía apreciar perfectamente como aullaba hacia la luna.

Los barandales eran de un material frío y de color blanquecino, hasta el más pequeño detalle había sido tallado minuciosamente. A la derecha, pude apreciar unas torretas del mismo material, pero, a diferencia de todo, el pico de estas poseía una tonalidad rojiza, semejante a una fresa. Algunas plantas, similares a las de la entrada, subían hasta las ventanas, y abrazaban toda la edificación. Uno que fuera lo suficientemente diestro escalando, podía trepar todo eso y escabullirse al interior.

¿De qué época habrá sido este palacio?

No pude evitar preguntármelo. En algunas partes se notaba que había sido reparado, pero no por eso aquel inmenso lugar perdía su belleza. Cuando finalmente entramos, quedé maravillada, el frontis no le hacía justicia al interior de este lugar.

La decoración era sublime. Los detalles de cada pequeña cosa estaban perfectamente cuidados. El suelo brillaba como si se tratara de un espejo, y en los techos, se podía apreciar un inmenso candelabro del cual colgaban diversos cristales, que en cuanto reflejaban la luz de las velas, formaban un pequeño arcoíris.

Tal fue mi ensimismamiento, que uno de los híbridos tuvo que carraspear ligeramente para traerme a la realidad. Me disculpé inmediatamente, ya que me había quedado estática en la entrada, y en cuanto pasé, ellos cerraron el enorme portón con facilidad. Hice una pequeña reverencia, esto los tomó por sorpresa, pero me correspondieron por pura cortesía.

—¡Muévete!. —La peliblanca habló—. No tengo tu tiempo, humano —soltó con asco.

Agaché la mirada y comencé a acelerar el paso. Ellas ya se encontraban en la parte superior del segundo piso, así que debía apresurarme mientras me sujetaba del barandal para poder facilitar mi andar. Al ver a la izquierda, mi vista se posicionó en tres cuadros colgados en la pared. El nivel de detalle de la pintura era tal, que parecía que aquellas imágenes te seguían con la mirada.

El primero, que se encontraba a la izquierda, era de un muchacho rubio. Poseía unos ojos de color celestes como el cielo despejado. Tenía una mirada cálida, y la sonrisa levemente elevada que tenía allí plasmada, generaba que uno sintiera como si él te estuviera sonriendo mientras te daba la bienvenida.

Al medio, se podía ver a Giorgio. Él, se encontraba de brazos cruzados, sus ojos de color ámbar penetrantes, observaban al frente con dureza, tal y como lo había hecho durante todo el trayecto hasta aquí. No poseía una expresión para nada agradable, y el ver aquella pintura por mucho tiempo, generaba que mi corazón trabajara al doble de su ritmo. Casi podía escucharlo parado junto a mí.

El tercero, era un muchacho de cabellera negra hasta los hombros. Era sumamente parecido a Giorgio, salvo que este poseía unos ojos de color verde, similar a los vidaleons en su estado más puro. Su gesto era adusto, como el de su padre. Observaba hacia el frente como si quisiera asesinar a quien lo estuviera pintando. Incluso podría jurar, que, por unos segundos, su mirada reparó en mí y comenzó a seguirme conforme subía la escalera.

Ellos eran sus hijos. Pero ¿Y su madre? No había ni un solo retrato de ella por ninguna parte.

En cuanto alcancé a las gemelas. Ellas comenzaron a caminar por un largo pasillo, estaba algo oscuro, pero había unos sirvientes que estaban encendiendo las lámparas de aceite, y esto facilitaba tremendamente el que pudiera andar sin tropezarme.

Cuando finalmente nos detuvimos, llegamos a una puerta de color blanco. Esta poseía una tonalidad diferente a todas las demás. Ambas la empujaron, y cuando estas se abrieron, pude ver un hermoso baño frente a mí. Poseía unos ventanales altos, los cuales, estaban pintados de diversos colores y asemejaban un paisaje. La tina era inmensa, con tranquilidad podían entrar unas cuatro personas allí. Las repisas estaban elaboradas del mismo material de los barandales, y sobre estas, estaban colocadas diversas botellas en múltiples formas y colores, no se lograba distinguir que era lo que contenía, pero juraría que se trataban de hierbas medicinales.

A la derecha, no muy lejos de donde se encontraban ellas, había una columna que media con facilidad unos cincuenta centímetros, su frontis poseía la cabeza de un lobo con la boca abierta tallada en oro, y en la parte posterior, podía ver una palanca de placa de forma curveada.

—Humana, desvístete. —La híbrida de cabello dorado habló. Tras decirme esto, se posicionó detrás de la cabeza del lobo, levantó con facilidad la palanca y comenzó a bombear agua. De las fauces del animal, comenzó a emanar vapor caliente, seguidamente, el líquido transparente fue llenando la tina.

—¿No escuchaste, inútil? —La de cabello blanco se colocó detrás de mí y me empujó con fuerza. En cuanto hizo esto, no pude evitar tropezar y caer sobre mi tobillo que estaba lastimado. Grité con fuerza, hasta podía jurar que el sonido que emití fue escuchado en el primer piso. El golpe me había dolido demasiado, tanto, que me vi obligada a sujetar con fuerza la zona afectada por las constantes palpitaciones que emanaban.

—¡Meried! —Su hermana le gritó y luego de que me ayudó a ponerme de pie, caminó en su dirección y le tiró una cachetada que retumbó en toda la habitación—. ¿Puedes calmarte? Escuchaste al amo Giorgio ¿No es verdad? —su gemela se había quedado estática, y por pura inercia, dirigió su mano hacia la zona afectada—. Ella es su nuevo juguete. Nos la dejaron a cargo, por ende, si algo le pasa, nosotras seremos la cena ¿Quieres morir acaso?

—¿La estás defendiendo? —le preguntó la otra con asombro e indignación. Su ceño se frunció mientras me observaba con ira, pude ver como sus ojos se cristalizaban producto de las lágrimas—. ¿Por qué tenemos que estar atendiendo a un humano? Y no solo eso ¿¡Por qué ella está viva!? —dijo con dolor mientras me apuntaba—. ¿Por qué ella fue la única que sobrevivió? —Su hermana la rodeó con sus brazos y ella apretó los puños con fuerza a cada lado de su cuerpo.

¿Por qué seguía viva? A decir verdad, era una muy buena pregunta. Era más que probable, que ellas tenían a alguien en la aldea, y... por mi culpa aquella persona murió.

—Cálmate... —su hermana le acarició la cabeza con suavidad mientras hablaba de manera pausada tratando de contenerla lo mejor que podía—. Nadie es culpable por lo que pasó—ella suspiró pesadamente, y yo no pude evitar desviar la mirada sintiéndome culpable—. Si ella está aquí ahora, debe ser por algo. Además, sabes que a mamá no le hubiera gustado verte llorar por su muerte.

Cuando ella terminó de decir esto, Meried salió corriendo del baño, la puerta fue azotada con fuerza y la peli dorada se quedó observando el lugar por donde ella había corrido. Su hermana suspiró pesadamente, alisó el delantal que traía puesto, y volvió a girar en mi dirección. Me pidió que me diera vuelta, y accedí. Ella deshizo los amarres del corsé que traía, y bajó el cierre de la espalda.

—Termine de desvestirse, Señorita Clematis. Tengo que acatar las órdenes del amo Giorgio... —ella se quedó de pie detrás de mí esperando que me bajara el vestido. Pensé que me golpearía o algo por mi lentitud, pero no lo hizo—. Le pido que perdone a mi hermana —dijo ella de forma pausada—. Es solo que... bueno, nuestra madre falleció en el ataque de ayer.

—Lo lamento... —expresé genuinamente mientras me mordía con fuerza el labio.

En cuanto el vestido cayó, ella me ayudó a sacarlo por debajo de mis pies. Lo tomó con delicadeza y lo colgó en un pequeño gancho que había en la pared. Al observar mi cuerpo, pude ver que este se encontraba muy lastimado. La Hanoun esclavista había dejado unas horribles marcas sobre mi piel, como si fueran arañones. Y los palmazos que me había dado en cuanto me negaba a obedecerla, ya se habían teñido de una tonalidad de color morada.

—Disculpe... ¿Cómo se llama? —le pregunté mientras tapaba mis partes íntimas.

—No debe tratarme de usted, es incorrecto. —Ella volteó a observarme mientras caminaba hacia la repisa—. Mi nombre es Wylan, señorita. Y aunque ya escuchó el de mi hermana, ella se llama Meried.

Wylan caminó hacia las repisas y comenzó a buscar algo entre todas las botellas que había allí, finalmente, sujetó tres potes de estos con sus brazos y las trajo hacia donde me encontraba. La primera, que era la más grande, poseía un líquido de color amarillento y unas plantas de color verde y rojo en su interior. La segunda, que era mediana y poseía una forma cuadrada, estaba lleno de una mezcla de color verdoso, incluso pude distinguir un sapo flotando en el interior junto a unas flores de color morado. Por último, la tercera, que era la más pequeña, tenía una tonalidad de color rojo, así eso dificultaba la visibilidad de su contenido.

—¿Qué es eso? —le pregunté y ella me observó mientras se acercaba a la tina.

—Esto. —Sostuvo la botella más grande—. Es una mezcla de: jazmín, diopalo y lupre. Es muy eficiente para eliminar las cicatrices, todas las Hanouns de alta cuna la usan para evitar las marcas de edad —tras decir esto, vertió algo del líquido en el agua, y esta se puso de una tonalidad amarilla—. Esta —sostuvo la segunda—, es un macerado de: menta, delia y rana. Ideal para la regeneración y cicatrización de piel, el aroma que posee es algo fuerte, pero vale la pena en cuanto hace contacto con las heridas, ya que detiene el sangrado —repitió el mismo procedimiento de la primera botella—. Y esta, es para la reducción de costras, está compuesta de: betarraga, fresas y miel —en cuanto terminó de verter el contenido de las botellas, extendió su mano en mi dirección para ayudarme a introducirme en la tina sin resbalarme—. Acabo de mezclar las tres esencias para poder acelerar los procesos de cada uno. Con esto, solo le tomaría unos cinco días eliminar todas esas heridas que tiene —ella sonrió con algo de gentileza—. Vamos, entre a la tina.

Asentí y me introduje. En cuanto lo hice, hasta la más pequeña herida que tenía palpitó al entrar al contacto con el agua caliente. Wylan me dijo que era normal, después de todo, tenía demasiadas heridas abiertas distribuidas por todo el cuerpo. Apreté los puños hasta que mi cuerpo finalmente se acostumbró a la temperatura. La mezcla era tan relajante, que me adormeció ligeramente.

—Esta agua viene del subsuelo, es por eso que sale caliente. —Ella volvió a caminar en dirección al lobo y volteé a observarla—. Si usted usa la palanca que está detrás del lobo, puede hacer que el agua suba.

—Ya veo... gracias —susurré sintiéndome apenada. No estaba acostumbrada a este tipo de cosas. Ni mucho menos estaba acostumbrada a que otra persona que no fuera mi madre, me viera desnuda.

Wylan se me quedó mirando y caminó en dirección al gancho donde estaba el vestido colgado, lo tomó y lo colgó de su brazo. Yo atraje mis piernas hasta la altura de mi pecho y las abracé mientras aspiraba el aroma que emanaba del agua.

—No me agradezca nada... —respondió de manera pausada e inexpresiva—. Yo solo estoy haciendo mi trabajo —tras decir esto, ella me dedicó una última mirada, y salió de la habitación.

No pude evitar sentirme mal por su respuesta. Pero, aunque doliera admitirlo, era verdad lo que ella dijo. Wylan, solo estaba cumpliendo órdenes, y si se comportaba de cierta forma cortés conmigo, era únicamente porque debía hacerlo.

En cuanto se fue, comencé a llorar. Era doloroso pensar que tendría que atravesar por esto día a día. Debía vivir en un lugar completamente extraño, con gente que nunca antes había visto, a merced de cualquier cosa que quisieran hacerme. Y lo que más me dolía de todo esto, es que no tenía ni un solo amigo en quien confiar.

Z E F E R

El sol se encontraba brillando con fuerza en lo alto del cielo. No había ni una sola nube, o corriente de aire, que lograra disminuir el calor. Mi hermano y yo llevábamos caminando por horas de un lugar a otro. En este punto, ya me sentía hastiado de toda esta situación. Ni siquiera entendía por qué demonios tenía que venir a esta apestosa aldea calcinada. Bastaba con que Jaft, «el hijo perfecto», viniera a ver que sucedió con estos despreciables humanos.

—¿Qué han logrado averiguar? —pregunté con molestia mientras apoyaba ligeramente en una de las vigas del portón de una casa— No me digas que llevamos aquí tantas horas, y aún no hay nada, Jaft —comencé a frotar mi sien con molestia a medida que suspiraba, estaba a punto de darme jaqueca.

—Tranquilízate, Zefer —dijo él, mientras me observaba de soslayo—. Necesitamos saber que sucedió, por eso llevamos aquí más tiempo de lo planeado.

Jaft fue el más motivado a realizar esta investigación. En cuanto supo que la aldea había sido atacada, le pidió a Giorgio, nuestro padre, que lo dejara encargarse de la investigación. Y, desgraciadamente, él me terminó ordenando a mí que lo acompañara.

Nunca entendí esta parte de Jaft. Le importaba hasta el más pequeño de los habitantes de esta pútrida nación, en especial los humanos. El escucharlo hablar de ellos, o verlos como los tocaba con tanta naturalidad, como si fueran nuestros iguales. Me generaba náuseas. Esas insignificantes criaturas eran aún más inferiores que los híbridos. No merecían nada de nuestra parte. Ni siquiera un sepelio digno. Deberíamos dejar los cadáveres a la intemperie para que las aves carroñeras pudieran alimentarse.

—¿Llegaron a atrapar a los perpetradores? —Jaft se acercó hacia un guardia bajo, este lo reverenció, y luego habló.

—Sí. Mi señor, los que atacaron fueron ex convictos de las cárceles. —El guardia observó unas hojas que poseían anotaciones y las pasó hasta un punto exacto—. Escaparon la misma noche del atentado.

—¿Cómo pudieron escapar? —Mi hermano se cruzó de brazos mientras sujetaba su mentón—. Se supone que la cárcel estaba vigilada por cuatro habilidosos soldados.

—Fueron asesinados —dijo el enano a medida que me observaba, se le notaba nervioso.

Era lógico que lo estuviera, la expresión de mi rostro en ese momento no era para nada amigable

—Mi señor —continuó—, al parecer, primero alguien los durmió, luego les cortaron la garganta y abrieron las celdas.

—¿Les cortaron la garganta? —Jaft estaba casi tan sorprendido como yo.

—Sí, eso nos hace pensar que no fue un Hanoun o un híbrido —nuevamente, el enano volvió a mover sus hojas y se detuvo en otra de color amarilla—. Manejamos múltiples teorías. La primera es que pudo ser un humano.

—No tendría lógica —les dije, a ambos y voltearon a observarme. Jaft asintió dándome la razón— ¿Por qué un humano dejaría libre a reos? Y aún más híbridos, de antemano el que lo hizo, tenía que haber sabido que ellos tomarían represalias contra la aldea.

—Zefer tiene razón —dijo mientras se interponía entre el guardia y yo. Era obvio que tenía razón—. De hecho, yo estaba pensando lo mismo —no pude evitar suspirar tras oírlo. Maldito copión—. Todos los encarcelados eran híbridos, por ende, tenían motivos de sobra para querer vengarse de los humanos.

—Sí. Mi señor, somos conscientes de eso, por eso dijimos que era una de las tantas teorías que tenemos.

—¡Habla ya, maldita sea! —grité furioso. El tipo tardaba demasiado en hablar, estaba hastiado de toda la situación, quería largarme, y este enclenque lento nos detenía.

—Según nuestros informes —tartamudeó—. La jefa de la aldea, Rias Garyen, había emitido un documento para que se le proporcionara materiales para la reparación del lado norte del muro. Es probable que, la persona que liberó a los híbridos de la cárcel, haya tenido conocimiento de esto.

—¿En qué te basas para decirlo? —preguntó Jaft.

—Normalmente, la humana Rias, en ese horario, se encontraba al centro de la aldea. —Jaft asintió—. Usted sabe que ellos disponen de una campana de alerta por si algo logra suceder.

—¡Claro! —exclamó con obviedad—. Entonces, la persona que liberó a los híbridos, podría ser la misma que destruyó el muro. —Jaft analizó lo que el guardia le había dicho durante algunos minutos. Era obvio que fue un traidor, no sé por qué le daban tanta vuelta al asunto—. Tendría que haber anticipado que ella iría a cerciorarse del trabajo.

—La aldea humana no disponía de seguridad porque no la necesitaba —acoté y Jaft asintió—. Entonces, quien haya sido, aprovechó ese momento para infiltrarse y matar a los guardias.

—Es lo que creemos —dijo el enano dándome la razón.

—Supongo que no tenemos nada que hacer entonces —dije con desinterés mientras me separaba de la viga, caminé hasta donde se encontraban ellos y me crucé de brazos—. El asesino debe estar muy lejos de aquí.

—Zefer, guarda silencio —me respondió Jaft con enojo.

—Mis señores, también manejamos otra teoría. —Tras oírlo, me sujeté nuevamente el puente de mi nariz—. El causante de todo, podría estar metido en la misma guardia real. —En cuanto lo escuché lo observé con dureza, él se sobre encogió en su lugar—. La reja no fue forzada, la abrieron con la llave. Y hace algunos días, se le informó al amo Giorgio que algunos uniformes e implementos de la guardia, habían sido sustraídos.

—Sí, mi padre me informo de eso —comencé a golpear el suelo con mi zapato y Jaft me observó con reproche para que dejara de hacerlo, pero no le hice caso—. ¿Revisaron las hojas de natalidad? Si el asesino huyó, será fácil encontrarlo. Debe ser el único cuerpo que falta aquí.

—Tenemos un problema con eso... —el soldado observó otros papeles que tenía y mientras vacilaba entre hablar o no, me acerqué un poco más hacia él—. Según estas hojas, cada familia registro un solo hijo, eso hacía un total del cuarenta por ciento de la aldea...

—¿Y, cuál es el problema? —dije cansado.

—Que encontramos más cadáveres... —para este punto, su voz comenzó a temblar en cuanto se percató que yo estaba frunciendo el ceño—. La cantidad de personas asesinadas, es un ochenta por ciento. Cada familia tenía hasta tres o cuatro hijos. Es decir, tenían más hijos de los permitidos...

—Espera... —exclamé. No daba crédito a lo que estaba escuchando. De manera inevitable, una sonrisa sarcástica se plasmó en mis labios, y el enano sintió terror, la expresión de su rostro lo delataba—. Me estás tratando de decir —hice una pausa y respiré—. Que no solo podríamos tener un traidor en la guardia real. Si no que también. Esos sucios humanos se estaban burlando de nosotros ¿¡Rompiendo las reglas bajo nuestras narices!?

Me aproximé con rapidez hacia el guardia y lo tomé con fuerza del cuello. La incompetencia de toda esta gente había logrado que explotara. Todos, y cada uno de ellos, eran una sarta de perfectos imbéciles. No merecían ni respirar el mismo aire que nosotros. Eran una vergüenza para nuestra especie.

Mis garras comenzaron a clavarse cada vez más en su garganta. Él pataleaba sin poder tocar el suelo. Sentía deseos de devorarlo. Lo juro. Pero si me lo comía, podría enfermarme del estómago.

—Se... Señor —su respiración comenzaba a volver más dificultosa conforme pasaban los segundos—. Perdone nuest... nuestra incompetencia. Perdóneme la... la vida, por favor.

—Dame dos buenas razones para no matarte —le dije entre dientes mientras lo hamaqueaba.

—Cuando... cuando realizamos el censo a la población, no detectamos ningún olor... que los delatara —tosió con fuerza y sus manos palmoteaban ligeramente las mías—. Los humanos... tenían muy bien escondidas a sus crías. No sabemos cómo lo hicieron, pero lograron ocultar su aroma.

Cuando su tono de piel comenzó a cambiar, lo solté, y cayó con fuerza al suelo. Jaft colocó una mano sobre mi hombro e inmediatamente la retiré con fastidio. Luego, se dirigió hacia el guardia y lo ayudó a ponerse de pie mientras le preguntaba si se encontraba bien.

—Zefer, el guardia no tiene la culpa —dijo a medida que me encaraba.

—¿En serio, Jaft? —bufé—. ¿Cómo estás tan seguro de que él no proporciono todas las cosas que se robaron? ¡Ja! —dije en tono burlón—. Una persona tan débil como tú, no logrará gobernar esta nación. Todos se irán encima de ti por ese estúpido sentimentalismo que dejas que te domine. Mira que dejar que los asquerosos humanos, hayan estado infringiendo «nuestras reglas» bajo nuestras narices, es denigrante. Ni siquiera me quiero imaginar por cuanto tiem...

—¡Ya basta! —gritó él interrumpiéndome. Jaft se acercó con prisa hacia mí mientras me retaba con la mirada. Ambos nos observamos mutuamente hasta podía jurar que todo el ruido de nuestro entorno se detuvo—. Escucha atentamente, Zefer. Porque te juro, que ya estoy cansado de decírtelo. No sé qué complejo de grandeza tengas, para que te des tales ínfulas de grandeza. No le has ganado a nadie, y no eres mejor que yo . —Él, esbozó una sonrisa burlona que me hizo enojar, podía sentir claramente la sangre hervir dentro de mí— ¿Sabes algo? Hermanito. Tú. —Golpeó mi pecho con su dedo índice, y lo observé mientras apretaba los dientes—. Siempre serás el segundo en línea. Así que, por más que te creas un ser superior. Seré yo quien al final, se quedará con todo.

No toleré escucharlo más. Así que me largué dejándolo solo, con la palabra en la boca. En verdad, nunca había tolerado a este imbécil, cada cosa que él decía lograba fastidiarme. No recordaba ni un solo momento en el cual, ambos hayamos poseído una relación más cordial. El mal nacido siempre estaba restregándome el maldito hecho de que era el primogénito. Vivía diciéndome que todo esto sería de él, que yo no tendría absolutamente nada. Y siempre me restregaba en la cara el hecho de que, de él dependía mi estancia en el palacio cuando Giorgio muriera.

Al llegar al carruaje, me topé con los híbridos descansando. Malditos holgazanes. Les pegué un grito, e inmediatamente se pusieron de pie y comenzaron a llevarme al palacio.

Sí, Jaft sería quien al final se quedaría con todo. No entendía la insistencia de Giorgio de que lo acompañara a cada pequeña y maldita cosa que tuviera que ver con la nación. Odiaba ser su niñero. Pese a que él era mayor, el pelele de mi hermano no tenía la suficiente fuerza física como para poder pelear de forma decente y defenderse. Era patético. Un futuro regente incapaz de proteger su propio culo.

Lo único bueno de todo esto, era que, por fin, se acababan las visitas a este sucio lugar. No volvería a respirar ese desagradable aroma que poseen los humanos.

En cuanto llegamos al palacio, bajé del carruaje dispuesto a ir a mi habitación y tomar un baño helado. De pronto, un aroma en particular llamó mi atención. Aquella fragancia que me recibió en cuanto pisé la entrada era completamente diferente. Era una mezcla semi dulce, mezclada con hierbas medicinales. Tal fue mi desconcierto en ese momento que ni siquiera reaccioné cuando los sirvientes preguntaron si deseaba que me prepararan el baño.

Me quedé allí. Estático. Hasta que por fin recordé a que me recordaba aquella peste. Ese aroma lo había olido hace ya bastante tiempo en la aldea.

¿Cómo rayos podía oler a uno de ellos, si toda su maldita aldea fue aniquilada?

A lo lejos, pude ver a Meried y Wylan cargando algunas sabanas de cama color rosadas. Necesitaba respuestas, y aquel par, debía de saber algo.

—¡Meried!, ¡Wylan! —grité furioso, aquello provocó que ambas gemelas saltaran y se acercaran corriendo. Cuando estuvieron frente a mí me incliné para olfatearlas. Ambas poseían aquella peste impregnada en su cuerpo.

—¿Sí, mi señor? —dijeron al unísono mientras temblaban.

—¿¡Por qué rayos huelen a humano!?

—Mi señor... —Meried abrió la boca mientras agachaba más la cabeza provocando que su cabello blanquecino cayera en su rostro—. Le llegó una invitación al amo Giorgio por la mañana, provenía de los esclavistas, le estaban informando sobre una rara mercancía. Esto ocurrió luego de que usted y el amo Jaft se fueran. El amo Giorgio salió para ver que podían ofrecerle, y cuando regresó varias horas después, trajo consigo una humana.

—Debí suponerlo. —Reí con fuerza mientras ambas me observaban asustadas—. Ese maldito anciano se dignó a comprar una humana. —Sujeté mi rostro con fuerza y luego tiré de mis cabellos hacia atrás—. ¿Dónde está?

—En su despacho, mi señor —respondió Wylan.

—¿Podemos servirle en algo más, su excelencia? —esta vez fue Meried quien preguntó.

—No —comencé a subir las escaleras mientras las dejaba a ambas en la planta inferior—. Aunque, a decir verdad. —Ambas detuvieron su camino y voltearon a verme—, estoy muy estresado, así que quiero divertirme un poco con alguna de ustedes —ellas comenzaron a temblar y sonreí de lado por su reacción—. Meried —la peliblanca sobresaltó y me observó con detenimiento—. Anda a bañarte y ven a mi alcoba dentro de una hora. ¿Entendido?

—Sí... Mi señor. —Ella, tan solo se limitó a agachar la cabeza para no verme, su hermana sujetó fuertemente su mano en señal de apoyo. No pude evitar sonreír. Las híbridas solo servían para esto.

Subí furioso la escalera, incluso para llegar rápido, salté de dos en dos los peldaños. Comencé a caminar por los pasadizos y me di con la sorpresa de que las lámparas de aceite estaban encendidas. Seguro las colocaron para evitar que la asquerosa humana se tropezara por la noche.

Estaba gruñendo entre dientes. Enfocado en llegar con prisa. Cuando estaba atravesando los pasadizos, una de las puertas a mi lado izquierdo se abrió, y vi a esa criatura despreciable asomar su rostro por la ranura.

Sus rizos eran de color rojo, y estos caían ligeramente por su rostro. Sus ojos eran de una tonalidad rojiza, similar a su cabello, y estos se encontraban hinchados. Posiblemente, había estado llorando. Cuando ella reparó en mi presencia, comenzó a temblar mientras me observaba directamente. En ese momento, pude analizar aún mejor cada facción de su rostro. Su piel era muy blanca, y pese a que tenía algunas heridas en su cara, había que reconocer que aquella criatura de tan bajo nivel, no era para nada fea. Incluso, le habían colocado un vestido de color verde, que resaltaba su piel y cabello.

Mi padre debía estar demente.

De tanto que me quedé observándola, ella sujetó un poco el faldón, y mientras aprisionaba la tela entre sus dedos, hizo una leve reverencia. No dijo nada. Tan solo se quedó allí. Con la mirada enfocaba en el suelo.

Insignificantes criaturas. ¿Cuál era su propósito en este mundo?

—Deberías estar muerta —le dije, e inmediatamente percibí el olor salado de sus lágrimas.

Después de decirle esto, seguí de largo, importándome poco el haberla lastimado. La puerta no tardó mucho en ser cerrada, y luego se escuchó el pestillo ser bajado.

Una vez que doblé el corredor y llegué al final de la puerta, entré sin avisar. En cuanto lo hice, me topé con una escena ya conocida. Mi padre estaba bajándole el vestido a una de las híbridas que trabajaban aquí. Él, al verme de pie en el marco de la puerta con los brazos cruzados, blanqueó los ojos en señal de fastidio. Mientras que ella, me observó de alguna forma con agradecimiento. Giorgio, de muy mala gana, le dijo a la sirvienta que se largara y cerrara la puerta. Ella, ni corta ni perezosa, le hizo caso emprendiendo la huida del despacho.

—¿No sabes lo que es tocar la puerta? Pensé que te había enseñado modales de cachorro —dijo con desinterés mientras se acercaba hacia la mesa y tomaba asiento.

Abrió un cajón que estaba a su derecha, de este sacó una pipa, y la llenó de murtel. Luego, sujetó entre sus manos una cajetilla de cerillos, frotó el pequeño palo sobre un trozo de cuero especial, y esta se prendió. La llama fue dirigida inmediatamente a la punta de las hierbas, y estas comenzaron a humear.

—Los modales no me los enseñaste tú —lo corregí mientras me acercaba hacia el escritorio y tomaba asiento en una de las sillas que tenía frente a él—. Me los enseñó una de las profesoras que trajiste. La que después te cogiste tu antojo, y terminaste devorando. Fue la cena de hace dos años. ¿No recuerdas?

—Ah, cierto, lo había olvidado —sonrió de soslayo al recordarlo. Él dio una calada de su pipa, y luego botó el humo en dirección al techo—. Bueno. ¿Qué quieres? ¿No deberías estar con tu hermano investigando la matanza?

—Volví antes de lo previsto. —Me encogí de hombros—. Para serte franco, me sorprende la incompetencia de los de la guardia real. Dejaron que los robaran, mataron a sus hombres, y no solo eso, los asquerosos humanos estaban rompiendo nuestras reglas. Se habían estado reproduciendo demás bajo nuestras narices.

—¿En serio? —dijo él con sorpresa—. Lamentable, debo ordenar una reestructuración.

—No vine a traerte el chisme de la tarde —le dije con molestia.

—¿Entonces porque me interrumpiste? Habla, que no dispongo de tu tiempo.

—¿Qué hace uno de ellos acá? —Una vez que dije esto, Giorgio se limitó a sonreír ampliamente mientras volvía a dar una calada de su pipa.

—Pero bueno —dijo con sorpresa—. Sí que captaste su olor muy rápido.

—Sí, padre, a diferencia de ti, yo sí puedo oler con normalidad —dije con sorna y él frunció el ceño—. Envejecer es algo cruel si me lo preguntas. —Mis dedos se posicionaron encima del escritorio y tamborilearon levemente—. No quisiera llegar tan demacrado a tu edad.

Esto lo enojó, ya que él chasqueó la lengua en señal de fastidio. Era algo que hacía cuando no le gustaba alguna cosa en particular. Pero, contrario a lo que pensaba. El enojo no le duró mucho, ya que negó con la cabeza, y rio, como si estuviera recordando algo sumamente gracioso.

—Bueno, el que hace ella acá, es simple de explicar —expresó con total desinterés mientras se acomodaba en su inmensa silla—. Es la única humana viva en esta región, se podría decir que es un tesoro algo invaluable, a eso le añadimos que tan fea no es. Ah, por cierto —acotó—, me dijeron que aún es virgen. ¿Qué gracioso, no lo crees?

—¿Por qué tendría que importarme eso? —me crucé de brazos mientras él hablaba.

—Oh, tendría que importarte, Zefer —exclamó divertido—. En verdad tendría que importarte.

—De por sí, que me digas que ella es un «tesoro invaluable», es algo completamente enfermizo. La edad te está afectando. No me digas que ella será tu nueva amante. Pff —bufé—, mira que comprar una humana como ella para poder pavonearte con el resto de ancianos en las reuniones, es algo denigrante.

—Jajaja —rio con fuerza, de una manera bastante irritante. Se estaba burlando de mí por lo que dije—. No. Mi querido, Zefer. —Negó con la cabeza—. No la compré para pavonearme, es más, ni siquiera la compre para mí.

—¡Estás comenzando a cansarme! —grité mientras golpeaba el escritorio con mi pie, algunas cosas que había sobre el escritorio se movieron un poco—. !Habla de una maldita vez! —su petulancia y arrogancia ya habían logrado que me exasperara. No soportaba ser la burla de nadie. Venía de soportar al idiota de mi hermano, no pretendía aguantar al idiota mayor.

—Ella. Mi querido hijo, Zefer —esbozó una amplia sonrisa, dejando a la vista sus colmillos—. A partir de hoy, es tu prometida.

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