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CAPÍTULO II • La suerte está echada •


C L E M A T I S

Mi rostro comenzó a arder. El palpitar fue generándose en mis palmas era tal, que sentía como estas quemaban. Era como si estuviesen sobre las brasas del fuego y hubiera apretado trozos de carbón con ellas.

Traté de observar las heridas que poseía, pero la visibilidad de mi entorno era casi nula. Las enormes nubes de humo, que se habían elevado hasta el cielo, obstruían el brillo de la luna aquella noche.

Coloqué mi índice sobre la palma y la apreté. Inmediatamente, me vi obligada a retirar mi dedo. El dolor que me propició aquella única acción me hizo encogerme en mi lugar. La piel de mis palmas había sido desgarrada y traía pequeñas piedras y trozos de ramas clavadas con profundidad.

Un sudor frío envolvió mi cuerpo, podía percibir algunas gotas bajar por mi frente hasta perderse en la tela del mi vestido. Era un dolor agonizante, pero, aquel dolor físico que me embargaba en esos momentos, no se comparaba al dolor que sentía dentro de mí.

Mi corazón no dejaba de golpear con fuerza mi pecho, mis ojos ya ardían de tanto llorar. Estaba devastada. No merecía estar viva si todo lo que amaba se acababa de esfumar.

El ser consciente de que me había quedado completamente sola me mataba en todo momento. El saber que no solo mi familia, sino también todos los aldeanos del pueblo. Estaban muertos, me partía a pedazos. Quizás, solo quizás, era la única humana que seguía con vida en esa parte de la nación. Y el pensar en que todo había sido mi culpa. Lograba aumentar mi malestar. Generando que me sienta como la peor escoria del planeta. Era más que probable que, cuando escuché esas ramas crujir en el bosque, se trataba de algún guardia que dio aviso al resto para que comenzaran la aniquilación.

—No puedo permitirme seguir tirada en el piso —me dije a mi misma dándome algo de valor. Mi madre había decidido dar su vida con tal de protegerme. Necesitaba huir.

¿Pero, a dónde?

No podía escapar a otra nación. Si me atrapaban los de la guardia real, el castigo que recibiría sería una dolorosa ejecución pública. No tenía un lugar al cual volver, ya no había un sitio al cual pudiera llamar hogar. La única opción viable en esos momentos, era escapar a las montañas, alejándome de todo y de todos, para evitar ser encontrada.

Diciendo esto, traté de sostenerme de la raíz grande de un árbol que estaba cerca de mí. Pero en cuanto logré erguirme lo suficiente, sentí un crujido a la altura de mi tobillo. Mi pierna derecha no reaccionaba, y en cuanto trataba de apoyar el pie sentía como miles de agujas se clavaban en mi planta del pie. Alcé mi vestido, y traté de observar que era lo que me pasaba. Y aunque pude ver muy poco, porque el cielo se aclaró ligeramente, me di cuenta de que la piel estaba completamente rasgada. La sangre se mezclaba con la tierra y había varias piedras allí incrustadas.

—¡Vamos, muévete! Tengo que moverme...—comencé a llorar mientras trataba de estabilizarme para continuar—. Reacciona... no puedo permitir que el sacrificio de mi madre sea en vano...

Si no podía correr, era poco probable que pudiera llegar lejos de los asesinos.

Comencé a mover los pies importándome poco aquella sensación dolorosa que me embargaba. Sentía que en cualquier momento me desmayaría. Pero debía continuar. Aunque, por momentos, la idea de darme por vencida y dejar que alguno de ellos me atrape, y ponga fin a todo esto, era en verdad muy tentador.

—¿Quién anda ahí? —Me sobresalté al oír aquella voz gruesa en medio de la noche. Mi cuerpo comenzó a temblar y por unos segundos, sentí como mi corazón detuvo su palpitar.

Al observar más allá vi un par de ojos azules. Estos brillaban peligrosamente en medio de toda la oscuridad. Era uno de ellos, no cabía duda alguna. Era un Hanoun.

Por inercia, de mi morral tomé la navaja que tenía esta tarde y la apunté en su dirección. Trataba de aparentar ser fuerte. Si en mi destino estaba el morir justo ahora. Lo haría luchando, tal y como se lo había prometido a mi madre.

—¿Un humano? —Vi como aquellos ojos azules empezaron a acercarse peligrosamente. Y bastaron únicamente algunas fracciones de segundo, para que lo tuviera frente a mí. Él me observó de pies a cabeza. Mientras me escrutaba con la mirada y me analizaba con desconfianza.

Al tenerlo así de cerca, me pude percatar de que no se trataba de uno de los Wolfgang. Ni siquiera era un soldado de la guardia real. Sus ojos azules, y la cabellera rubia, despejaron toda sospecha que pude tener. Él, era un miembro de la familia Hanton, quienes eran descendientes de los felinos. Pero... ¿Qué hacía él en un lugar como este y sin escolta?

—Guarda eso —me ordenó mientras señalaba la navaja que aún mantenía fuertemente sujeta entre mis manos—. Tú sabes perfectamente que no lograras hacerme ni cosquillas. E incluso, antes de que logres siquiera rozarme, yo podría hacerte mucho daño.

Sin despegarle la mirada, dirigí la navaja hacia su cuello. Pero antes de que mi mano lograra acercar aquel objeto filoso, él lo sujetó con rapidez en el aire, y la partió en dos con facilidad, como si se tratara de una rama delgada. No pude evitar sorprenderme. En ese momento, me sentía frustrada y decepcionada. Sabía que poseían una fuerza descomunal y sobrehumana, pero no esperaba que fuera tanta. Comparado con los seres humanos, poseían demasiada ventaja.

—¿Qué planeabas hacer con eso?, ¿Darme cosquillas? —exclamó en tono de burla mientras soltaba una pequeña risa.

Sin poder evitarlo, el llanto volvió a mí y mis ojos se inundaron de lágrimas. Era imposible que un simple humano pudiera ganarles, nosotros no representábamos competencia alguna para ellos...

—Si va a matarme, hágalo rápido, por favor —exclamé con dolor mientras cerraba con fuerza los ojos esperando el golpe final.
—¿Matarte? —Nuevamente volvió a reír. Abrí los ojos ante su atípica reacción— ¿Por qué querría matarte?
—Eso es lo que hacen, ¿no? —le pregunté— Matar humanos para podérselos comer.
—Estás equivocada —me respondió a medida que se acercaba y me olfateaba.

Luego de algunos segundos, observó hacia el suelo y se agachó hasta la altura de mi tobillo. Sujetó mi vestido con delicadeza y lo alzó, dejando expuesta la herida que tenía. Al observarme, hizo una mueca de dolor con sus labios. Después, volvió a bajar mi vestido y regresó a su posición inicial.

—Olías a sangre —dijo—. Pero no imaginé que la herida fuese tan profunda —tras decir esto, elevó con suavidad su cuello e inspeccionó el aire—. A decir verdad, todo el ambiente huele a sangre humana

En ese momento yo no sabía qué hacer o decir. No entendía que hacia un Hanton en territorio Wolfgang, ni mucho menos entendía por qué se comportaba de aquella forma.

—¿Quiénes son...? —preguntó mientras observaba por sobre mi hombro.

Ante mi sorpresa, él se agachó hasta estar a la altura del suelo y me dio la espalda. Yo lo observé perpleja. No sabía que era lo que estaba tramando.

—Ya vienen tus atacantes, ven —me dijo mientras señalaba su espalda como si quisiera que yo subiera allí.

Un Hanoun, y no un Hanoun cualquiera, sino de la línea real ¿Ayudando a un humano?, ¿Acaso era posible?

—¡No tenemos tiempo! —Al ver que me negaba a subirme. Me tomó entre sus brazos y me alzó del suelo mientras emprendía la huida. La rapidez que poseía era única, tanto que el viento que impactaba en mi rostro lograba lastimarme.

Él corrió durante varios minutos. Poco a poco la espesa vegetación comenzó a disminuir. Y tras un largo trayecto, finalmente logré visualizar una pequeña cabaña en medio de la nada, la cual tenía aún las velas encendidas en el interior. Cuando estuvimos frente a la entrada, me depositó con gentileza en el suelo y comenzó a tocar la puerta con desesperación. La puerta se abrió y una anciana asomó el rostro para ver de quien se trataba.

Me quedé observándola con mucha curiosidad, había algo extraño en ella. Se veía como una humana, ya que no poseía colmillos, pero tenía unas garras puntiagudas, y orejas como las de un Hanoun

—Buenas noches, madame. Lamento estar volviendo nuevamente a su hogar. —El rubio se acercó e hizo una reverencia—. Pero, por favor, necesito que me ayude otra vez. Verá, la aldea humana ha sido atacada, y ella. —Ambos voltearon a observarme y me sentí intimidada—. Ha logrado escapar, pero está herida. No puede correr, por favor ¿Podría esconderla en la parte inferior de su casa?
—Joven Argon, quisiera ayudarle. Pero si la guardia viene... —La mujer comenzó a temblar producto del miedo.

Así que ¿Ella también le temía a la guardia real?

—No se preocupe por eso —exclamo él con seguridad mientras colocaba una de sus manos sobre el hombro de la anciana mujer—. Le prometo que no pasara nada malo. Confié en mí ¿Sí?

Diciendo esto, la anciana, algo dubitativa, se hizo un lado y nos permitió el ingreso a su hogar. Ella se dirigió rápidamente hacia la pequeña mesa que había al centro de la cabaña y retiró el tapete del suelo. En cuanto lo hizo, pude ver una compuerta subterránea. La abrió, me dirigió una sonrisa, y extendió su mano en mi dirección.

Me acerqué con desconfianza y sujeté su palma. Me ayudó a bajar lentamente y me indicó que me apoyara en los muros para poder llegar a la planta baja. Ella no se veía como alguien peligrosa o mala, pero su aspecto me generaba desconfianza.

Cuando llegué al final de las pequeñas escaleras, escuché la puerta de la planta superior abrirse estrepitosamente. Mi corazón comenzó a golpetear con fuerza mi pecho. Sentía un escalofrío recorrer mi espalda a medida que escuchaba unas pisadas en la parte superior.

—¿Han visto a una humana pelirroja? —Uno de ellos habló con autoritarismo en su voz.
—¿Qué humana? —Esta vez, fue el tal Argon quien respondió. Sus palabras resonaron con fuerza, al punto que el eco de estas inundó la recámara donde me encontraba.
—¿Un miembro de la familia real Hanton? —preguntó otro de los tipos. Se notaba que estaba confundido. Yo estuve igual hace algunos minutos.
—Lo siento. Mi señor —respondió otro—, pero esto es un asunto que únicamente le concierne a la familia Wolfgang.
— Pues, como verán, aquí no ha venido ninguna humana —exclamó con completo desinterés—. Y como podrán darse cuenta, están interrumpiendo esta pequeña visita que le hago a una amiga de mi familia. Traen consigo un olor bastante desagradable, y están arruinando mi tranquilidad en este momento —soltó él de forma despectiva—. Así que, si no quieren problemas con Giorgio, será mejor que se larguen.

Tras decir esto, escuché como la puerta se cerró y la anciana emitió un suspiro de alivio. Solo en ese momento, me permití respirar con tranquilidad.

Con sumo cuidado, fui tanteando con mis manos la pared que estaba a mi izquierda. Mis ojos se habían adaptado un poco a la oscuridad de aquel lugar, pero aun así no lograba ver con claridad más allá de mi nariz. Avancé torpemente hasta que llegué a una de las esquinas del oscuro sótano, y me senté. Mis heridas estaban palpitando, y aunque en ese momento poseía poca sensibilidad en esas zonas, podía percibir como la sangre caliente aún seguía brotando.

Trataba de recordar algún momento en mi vida donde me haya sentido peor que ahora. Pero no fui capaz de hacerlo. Sentía un inmenso malestar generalizado, y esto no se limitaba a algo físico. Emocional y psicológicamente en ese momento estaba destruida. Me martirizaba el hecho de recordar las últimas palabras de mi madre. Y me mataba aún más el saber que ni siquiera tuve la oportunidad de ver a mi hermano por última vez.

—Mamá... —las lágrimas salían una tras otra. Incontenibles. Dolorosas—. William...

Ambos ahora me observaban desde un lugar lejano, y el saber que fui la culpable de su prematura partida, era algo que arrastraría hasta el día de mi muerte.

—¿Qué haces allí? —escuché su voz posicionarse delante de mí. Ni siquiera me percaté de que había bajado. Él se agachó hasta estar a mi altura, y pude verlo bien gracias a la luz tenue de una vela que trajo consigo.

Era un Hanoun de tez clara. Sus ojos eran algo achinados y poseían un color celeste semejante al cielo despejado. Sus labios eran delgados, pero iban acorde con la fisionomía de su rostro. Su cabello lacio le llegaba hasta los hombros; no lo tenía atado ni nada por el estilo, este se encontraba acomodado de forma natural hacia el lado derecho.

—Sí que te caíste muy fuerte —dijo a medida que iluminaba las zonas donde sentía dolor. Solo en ese momento, me pude percatar de la gravedad de mis heridas.

A su lado izquierdo, había un cuenco de madera, un diminuto pote metálico, una pequeña jarra y un trapo. Él, llenó el cuenco con agua y colocó el trapo allí dentro. Dejó que este se empape bien y luego lo escurrió, eliminando de esta forma el exceso. Me dirigió una sonrisa repleta de ternura, y me pidió que extendiera mis manos en su dirección.

No podía dejar de observarlo. Sus acciones me confundían y generaban que desconfiara mucho más. Esto iba en contra de todo lo que siempre me habían enseñado. Se suponía que ellos eran criaturas salvajes y despiadadas. Siempre me dijeron que bajo ningún motivo debía interponerme en su camino. Porque nosotros, los humanos, no valíamos absolutamente nada para ellos.

Al ver que no accedí a su petición, él tomó mi mano izquierda con gentileza, y luego, comenzó a frotar con suavidad el pañuelo blanco sobre mis heridas. Sentía mucho dolor, la piel me quemaba. Reprimí un grito en cuanto presionó la zona, y él se disculpó, pero me dijo que era necesario que hiciera fuerza si quería limpiar bien el área afectada.

Con sus garras filudas, comenzó a extraer pequeños pedazos de piedras y ramas, las que estaban clavadas a grandes profundidades. Repitió la acción con la otra mano, mi rostro, y mi tobillo. Y para cuando terminó, me dijo que extendiera las palmas encima del cuenco para que pudiera lavármelas yo misma. Asentí, y así lo hice. El agua fue cayendo lentamente hasta que el pequeño cuenco quedó lleno, este poseía una tonalidad rojiza y marrón, por toda la sangre y tierra que había caído allí.

—La amable mujer me dio unas hierbas medicinales para poderte curar.

Volví a pegar las manos a mi pecho y no le respondí. No sentía deseos de mantener una conversación con él, ni con nadie.

—Oye —dijo mientras me sonreía con gentileza—. No te haré daño, tranquila.

Volví a hacerle caso pero con cautela. Al extender mis palmas en su dirección, él comenzó a aplicar aquella plasta de hierbas sobre ellas. El olor que desprendía la mezcla era demasiado fuerte, aquel olor mentolado generaba que entrecerrara los ojos y lagrimeara un poco. En definitiva, era una mezcla poco agradable. Pero luego de que extendiera aquel ungüento, las heridas dejaron de sangrar. Al ver mi reacción, él volvió a sonreírme, dejando a la vista sus colmillos, y luego prosiguió con su tratamiento en las demás heridas que tenía.

—¡Listo! Con esto mejorarás rápidamente. —Su mano fue en dirección hacia mí. Cerré los ojos por inercia esperando algún tipo de golpe, pero este nunca llego. Al abrirlos, vi que se quedó con la palma extendida y luego contrajo los dedos para regresarlos a su posición inicial—. Oh, es verdad. Lo siento, aún no te he preguntado tu nombre ¿Cómo te llamas?

Me sentía temerosa a su lado. Intuí que lo había lastimado por la reacción que tuvo. Pero pese a que hasta ese momento me había demostrado ser alguien completamente diferente a lo que me enseñaron. Algo dentro de mí no me permitía el confiar al cien por ciento.

—¿Tienes nombre? —volvió a preguntar y yo asentí lentamente.
—Cl... Clematis —respondí en un hilo de voz. Pero él lo percibió con claridad. Agaché mi rostro y evité mirarlo. Pero sus dedos se posicionaron bajo mi mentón y me obligaron a observarlo.
—Bueno, Clematis —volvió a sonreír y yo volví a sentirme nerviosa—. Tienes un nombre muy lindo. He de admitir que es algo poco común. Pero me agrada. —Su dedo se dirigió hacia la punta de mi nariz y le dio un leve toque—. Te diré algo ¿Sí? —yo asentí—. No debes tenerme miedo, no te haré nada. Si en mis planes estuviera el lastimarte, lo hubiera hecho en el bosque.
—¿Por qué? —le cuestioné con la voz temblorosa. Me dolía todo el cuerpo, mi garganta estaba completamente seca. Y traía los ojos irritados de tanto llorar—. ¿Por qué me está ayudando? Usted es de la familia real de otra nación. Usted, es un Hanoun... —diciendo esto, lo observé con detenimiento mientras él se limitaba a sonreír cabizbajo. Luego, sacó unos pequeños trapos de su saco y comenzó a envolver mis heridas para evitar que se siguieran ensuciando.
—No todos los Hanoun son malos —soltó con sinceridad—. Te encontré en el bosque, lastimada y con mucho miedo. No podía dejarte sola a tu suerte. Con esas heridas, no hubieras llegado muy lejos. Esos guardias que vinieron te hubieran atrapado fácilmente, o en caso hubieras logrado escabullirte, habrías muerto producto de alguna infección.
—Gracias, por todo... —fue lo único que pude decir, ya que casi instantáneamente, caí profundamente dormida.

Las imágenes de la gente siendo asesinada comenzaron a repetirse en mi mente una y otra vez. El grito desgarrador de aquellos adultos, ancianos y niños se repetía sin descanso. Me vi a mi misma corriendo en medio del oscuro bosque, esquivando los árboles y las piedras. Escuché el grito de mi madre cada vez más lejano, y al ver hacia el frente. Vi a mi hermano corriendo. Alejándose cada vez más y más.

—¡William! —gritaba con desesperación, pero él no lograba escucharme. Y en lugar de detenerse, comenzaba a aumentar la velocidad—. ¡Espera, regresa!

Pero él no se acercaba. Estiré mi brazo en su dirección, pero al hacerlo, aparecí en la cabaña de la señora. Allí, pude ver a Argon entrando por la puerta. Él me observó con desdén, y detrás de él, se encontraban unos guardias.

—¡Allí está! —gritó—. ¡Atrápenla!

Los guardias se acercaron rápidamente hasta donde me encontraba y comenzaron a halarme de los brazos. Estos crujieron por la fuerza que emplearon, y cuando sentía que mis huesos se desprendían. Sentí como una mano atravesó mi abdomen, pero en cuanto el grito de dolor emanó de mí, este fue reemplazado por el grito agónico de mi madre.

En ese momento, desperté.

Mi respiración era entrecortada. Mi frente se encontraba perlada en sudor y un escalofrío me envolvió. Oír nuevamente aquel grito agonizante, me desgarró el alma. Ni siquiera podía imaginar cómo fueron sus últimos minutos de vida. No podía imaginar que clase de dolor sintió antes de partir de este mundo.

Al verme, traía una manta colocada encima del cuerpo. Pero ni aquella delgada tela lograba mitigar el frío que sentía en ese momento. Me moví para ver el estado de mi cuerpo. Aún me dolían demasiado las heridas que traía. Pero ya me encontraba algo más respuesta. Había descansado lo suficiente como para tener algo de energía, así que era momento de escapar.

Odiaba admitirlo, pero aquel sueño me hizo ponerme en alerta. Si antes había ignorado aquellas pesadillas que me aquejaban, ahora no podía darme el lujo de hacerlo. No importaba la amabilidad que Argon y la anciana me brindaron. No debía confiar en nadie.

Comencé a subir los escalones con sumo cuidado. Evitaba hacer cualquier tipo de ruido que fuera percibido por ellos. Una vez que llegué al final, empujé levemente la compuerta de la parte superior de la casa. No logré ver a nadie. Así que está era la oportunidad perfecta para poder huir.

Después de salir y dejar todo en orden. Me dirigí hacia las ventanas que estaban en la parte posterior de la cabaña. Pero, en cuanto pasé por un estante de madera. Un retrato en particular llamó mi atención. En este, se mostraba un dibujo realizado con carboncillo. En el cual se podían ver una humana y un... ¿Hanoun?

Si mi vista no me engañaba, ese era el dibujo de una humana al lado de un Hanoun, y al medio de ellos, se podía apreciar a una pequeña niña que poseía garras y orejas, más no colmillos.

¿La anciana que vive aquí? ¿Acaso era un híbrido?

Aquella era una idea completamente descabellada. —¿Era posible una relación entre un Hanoun y un humano?—. Era inconcebible. Ellos eran nuestros amos. —¿Cómo podría uno de ellos enamorarse de uno de nosotros?

Deshice esa idea absurda de mi mente, y me acerqué lo más rápido que mi herida me lo permitió hacia la ventana. Levanté mi pierna hacia el exterior, y luego de apoyarme en el suelo, hice lo mismo con la que se encontraba lastimada. Y una vez que ya me encontraba afuera, inhalé una cantidad considerable de aire, y mientras daba algunos tropezones, continué con mi camino.

Caminé en dirección al bosque que se encontraba un poco más alejado. A lo lejos, podía ver unas enormes montañas. Si seguía por este camino, y teniendo en cuenta las condiciones en las que me encontraba, tardaría como mínimo unos dos o tres días en llegar a ese lugar.

El sendero del bosque se volvió tortuoso. La herida me punzaba con cada paso que daba. Mi cuerpo me pedía descanso, pero si me detenía en ese momento, tardaría mucho más tiempo del estimado.

Para cuando me di cuenta, ya llevaba caminando aproximadamente dos horas. Y esto lo supe por la posición en la que se encontraba el sol. Mi garganta estaba seca, y mi estómago rugía como si una criatura habitara allí. Necesitaba tomar un poco de agua o comida urgentemente. El último bocadillo que había probado fue durante el desayuno del día de ayer.

Al avanzar un poco más, visualicé un pequeño lago. Me sentí aliviada al ver sus aguas cristalinas frente a mí. Me acerqué, me agaché con cuidado, y sin ningún tipo de decoro, enterré el rostro dentro para beber la mayor cantidad de agua posible. Daba un sorbo tras otro, y no me detuve hasta eliminar la resequedad de mi garganta. Sentí mucho alivio, ya que también el dolor de mi estómago fue disminuyendo paulatinamente. Al menos, esto me ayudaría a soportar un poco más el largo camino que tenía por delante.

En cuanto me sentí lo suficientemente satisfecha. Me lavé el rostro y remojé mi cabello para eliminar el calor que sentía. Me puse de pie, y cuando estuve dispuesta a seguir, escuché unas voces acercarse. Así que, lo único que me limité a hacer en ese momento fue esconderme tras una inmensa roca que se encontraba cerca.

—El cargamento de hoy ha sido demasiado pobre —escuché a un hombre decir mientras respiraba con dificultad. Aparentemente, estaba constipado—. Con esta cantidad de gente no ganaremos nada. !Todos son unos malditos híbridos! —pronunció de forma despectiva mientras golpeaba algo de metal.
—No podemos hacer nada. —Esta vez, fue una mujer de voz rasposa la que habló—. La aldea de los humanos fue aniquilada anoche, así que nos quedamos sin mercancía.
—¿Ya se sabe quién fue? —le preguntó el tipo.
—Desde luego. Los que atacaron fueron...
—Fueron los del ejército. ¿No? Es decir. —De pronto, la mujer hizo un ruido, pidiéndole de esta forma que guardara silencio—. ¿Qué sucede?
—Idiota —le reclamó ella con disgusto—. ¿Acaso no hueles?
—Estoy mal del olfato desde ayer producto de este maldito virus. Eso lo sabes perfectamente —recalcó con obviedad— ¿Cómo pretendes que pueda olfatear algo en estas condiciones?
—Huele a humano —dijo ella de forma divertida y el otro enmudeció.
—¡Un humano! —gritó él con entusiasmo. Incluso, aunque en esos momentos no lo estaba viendo, podía jurar que estaba dando pequeños brincos—. Esto es estupendo, ¿Te imaginas cuánto dinero conseguiremos por la única humana de esta nación?

Aquello bastó para que comenzara a moverme en dirección contraria. Pero mis piernas no colaboraban en lo absoluto. La herida de mi tobillo me impedía movilizarme con normalidad.

—No te escaparás, humanita —susurró él de manera victoriosa muy cerca de mí. Al girar mi rostro hacia la izquierda, lo pude ver allí. De un momento a otro, sentí como me colocaba algo en el cuello, luego, algo me haló hacia atrás con fuerza, provocando de esta forma, que cayera sentada al suelo.

Mientras era halada hacia atrás, aproveché en tocar aquel objeto pesado que me aprisionaba. Al bajar la mirada, vi que se trataba de un collarín de metal, de este colgaban dos brazaletes que estaban unidos por una cadena al cuello. Al llegar hacia donde se encontraba la Hanoun, me tomó con total brusquedad del cuello y me obligó mirar hacia arriba, luego, el otro sujeto vino y me colocó los brazaletes en cada muñeca, y una vez que me encontraba bien aprisionada, me arrastraron en dirección a una especie de jaula.

—Ohhh —exclamó él, luego de verme. Su cabello era grisáceo claro, y sus ojos eran de color marrón; sobre uno de sus parpados, se podía ver con nitidez una cicatriz que iba desde la ceja hasta el pómulo—. ¡Es una cría de humana! Tiene el cabello de fuego. Muy bonita por cierto. !Mira esos ojos! Son de un color semirojizo. Es una pena que tenga el rostro y el cuerpo tan lastimado.
—Las heridas son lo de menos. !Esto es estupendo! —La Hanoun me observó mientras esbozaba una sonrisa de oreja a oreja. Ella compartía los mismos rasgos que el otro tipo, salvo que en su rostro terso, no había ninguna cicatriz—. Definitivamente, es nuestro día de suerte.

En cuanto abrieron la jaula que estaba sobre una carreta, me pude percatar que dentro de este había muchas mujeres híbridas, similares a la anciana de la cabaña. En cuando me tiraron adentro, más de una me observó con compasión en sus ojos, peor había otras, poseían una mirada vacía y triste, y se hallaban abrazando sus propias piernas. Ellas, quizás, ya se encontraban resignadas al destino que les aguardaba.

—¿Qué haremos con ella, mamá?
—La prepararemos para venderla en el mercado. —El otro asintió con entusiasmo tras oírla.

Durante todo el camino no quise hablar con nadie. Algunas chicas que se encontraban dentro trataban de calmarme, pero simplemente me limité a ignorarlas. La suerte no estaba de mi lado en lo absoluto, había sido una estúpida idea escapar de la cabaña.

Para cuando el sol estaba en lo alto del cielo, llegamos al centro de la ciudad. Aquel, era un lugar al que únicamente los Hanouns y los híbridos que fueran sirvientes de ellos, podían ingresar. Había edificios de hasta dos pisos en cada esquina. Los puestos de comercio variaban conforme íbamos pasándolos: telas para vestido, joyerías, y finalmente, las verdulerías y fruterías se hallaban un poco más alejadas.

El destino final fue una edificación de piedras de color blanco que traía puesto en un letrero en la parte superior que decía: Venta de esclavos.

Aquel sujeto se acercó hacia donde estábamos y golpeó los barrotes para espantarnos. Abrió la reja luego de reírse, y nos fue bajando una a una, mientras nos unía a todas con una cadena larga para evitar que escapáramos. En cuanto todas estuvimos aseguradas, nos hizo pasar al interior del recinto y nos condujo en dirección a unos pasadizos oscuros. Las paredes internas eran de color crema. El alfombrado del piso era de color rojo, y se podían ver algunos cuadros de lobos colgados sobre las paredes desnudas.

Fuimos llevadas hasta una habitación que tenía dos jaulas en su interior. Al centro de aquel cuarto había una mesa larga, a la izquierda, cerca de las paredes, había un pequeño tocador que tenía diversos tipos de lo que parecía ser maquillaje, a la derecha, había un ropero de caoba de dos puertas, y al frente de este, había un pequeño banco de madera que poseía algunas manchas de sangre impregnadas en su base.

—¿Será vendida como esclava? —le preguntó él a su madre.
—No. —Ella volteó a observarme, y con malicia en sus ojos, exclamó—. Ella será la más cara de todas —sonrió—. Será vendida como dama de compañía.

Su hijo asintió. Sacó una llave de su bolsillo, y me separó del resto. Luego, me haló hacia donde se encontraba él. Cuando me hallaba lo suficientemente cerca, me tocó una nalga, y no pude evitar pegar un brinco ante su despreciable tacto. Una risotada escapó de sus labios ante mi reacción, y no pasó mucho tiempo como para que su madre comenzara a reír también.

Luego de dejarme dentro de aquella jaula. Él se acercó hacia el ropero, las puertas de este crujieron a medida que eran abiertas, removió algunas prendas, y sacó un vestido del interior: Poseía un encaje de color negro en la basta, su tonalidad era oscura, y cerca del cinto de la cintura, se podía observar como la gaza estaba finamente colocada; en los hombros, el diseño poseía unas plumas de color negro, las cuales también adornaban ligeramente el escote pronunciado del frente.

—¿Sabes algo, madre? —Tras oírlo, ella le dirigió una mirada adusta—. Supuse que dirías que ella sería una dama de compañía. Tiene un rostro muy bonito, su cuerpo no está nada mal. Quizás si tuviera más pecho se vería mejor, es un poco plana para mi gusto. Pero en términos generales, cuando las heridas sanen, posiblemente valga la pena.
—Desde luego. —Ella sonrió sintiéndose complacida—. Yo nunca me equivoco con ellas. Es gratificante el saber que ya eres capaz de emitir una opinión tan certera con solo mirarlas, estoy orgullosa, eso significa que aprendiste bien el negocio.
—Gracias, madre. —El muchacho se acercó a su progenitora como si fuera un niño pequeño en busca de aprobación—. Los nobles pagarán muy bien por ella. —Él rio con fuerza. Su mirada lasciva pasó por mi cuerpo y me vi obligada a taparme con mis brazos por inercia—. Oye tú, cría de humano. —Su lengua relamió sus filudos colmillos amarillentos mientras sonreía—. ¿Sigues siendo casta? ¿O ya te entregaste a otro? —A sus espaldas, su madre rio tras oírlo—. Porque si ya no lo eres, me gustaría divertirme un rato contigo.

La forma en la cual se expresaba me causaba repulsión y náuseas. El sujeto me recorría completamente con la mirada. Sus ojos se depositaban sobre mi pecho, y luego, se detenían en mis partes íntimas. Sé que quedó allí durante varios minutos, sujetó su entrepierna en mi dirección. Su madre rio ante su gesto y luego él comenzó a hacer lo mismo. Ni siquiera estaba vestida de forma provocativa como para que me tratara de aquella forma. No entendía por qué actuaba de una manera tan obscena y grosera conmigo. Me sentía sucia en esos momentos.

¿Por qué le importaba si era virgen todavía? ¿Qué era ser una dama de compañía?

—Si es casta o no es muy fácil de averiguar.

La Hanoun comenzó a acercarse hacia donde estaba y abrió la celda. Retrocedí por inercia buscando algún tipo de protección en la pared, pero mi accionar tan solo generó que ella riera aún más. Cuando estuvo en frente a mí, me sujetó del cuello con firmeza y me alzó del suelo con brusquedad. Mis manos comenzaron a sujetar con fuerza su muñeca, pero ella ni siquiera se inmutó por los arañones que le venía propiciando. Para cuando me sacó de aquella jaula, me tiró sobre la mesa que había al centro, y sentí mi espalda crujir en cuanto hizo contacto con aquella superficie.

—Sujétale los brazos —le ordenó, y su hijo se acercó rápidamente hacia donde me encontraba. Cuando ya me mantenía firmemente sujeta, se inclinó ligeramente y aspiró el olor de mi cabello, luego, deslizó la lengua por mi oído y generó que me estremeciera.

En su camino pasó por mi cuello, hasta casi la entrada de mi pecho. Me encadenó a la mesa para que no pudiera moverme. En ese instante, pude sentir como mi vestido era levantado sin ningún reparo, y pese a que luché por liberarme, simplemente me fue imposible hacerlo.

Traté de cerrar las piernas, haciendo toda la fuerza posible. Pero ella, en un solo movimiento, logró abrirlas, provocándome mucho dolor, porque sujetó mi tobillo. Las lágrimas volvieron a aparecer. Me sentía humillada totalmente. No solo me habían atrapado. Si no que ahora estaban observando mi intimidad para que supiera que era lo que harían conmigo.

—Es casta —dijo con regocijo mientras esbozaba una sonrisa. Su cómplice emitió una risotada que retumbó entre las cuatro paredes—. ¿Te imaginas lo que pagaran por la última humana casta?
—¡Seremos ricos! —exclamó él con gran alegría—. ¡Nunca más tendremos que volver a trabajar en nuestra vida! —La dicha se podía sentir en sus palabras conforme hablaba. Ambos comenzaron a dar saltos de alegría—. Se acabó el estar cazando a los híbridos. Aunque, si se vende a bajo precio, al menos, viviremos muy bien durante algún tiempo.
—Manda una invitación al palacio. —La Hanoun caminó hacia una gaveta y le entregó un sobre bien decorado a su hijo. Este, raudamente salió del lugar—. Gracias, cría de humano —dijo con sorna—. Por ti, mi hijo y yo, viviremos muy felices por algún tiempo.

Ella salió por la puerta dando pequeños brincos, parecía una niña pequeña, la emoción no cabía en sí. Durante varios minutos lloré con amargura, las muchachas que se encontraban en la jaula me observaban de forma atenta. Trataban de calmarme. Pero en estos momentos, cualquier tipo de palabra de aliento quedaba anulada.

La puerta se abrió nuevamente, y ella regresó. Traía cargada una tina de madera, la cual posicionó justo en el medio del suelo. Luego, volvió a salir, pero esta vez trajo un balde más pequeño que estaba lleno de agua. Removió algunas cosas sobre el tocador y agarró una esponja metálica, y una vez que tuvo todo a su alcance, me desencadenó únicamente para tirarme dentro de la tina.

Me tiró el primer chorro de agua, la cual estaba helada, y comenzó a frotar mi cuerpo con la esponja de metal. Por fracciones de segundo sentía como la piel se me desgarraba. La fuerza que empleaba era tal, que me había visto obligada a removerme producto del dolor, pero en cuanto lo hacía, ella me golpeaba en el rostro con fuerza para que me quedara quieta. Terminé con nuevas heridas en el cuerpo a causa de esto.

Después de bañarme, me sentó completamente desnuda en el banco de madera que estaba frente al tocador. Me ordenó que me parara, pero ante mi negativa a hacerlo con rapidez, me sujetó con fuerza del cabello y me tiró hacia arriba para que obedeciera. Con la misma brusquedad que hasta ahora había demostrado, me colocó aquel incómodo vestido. Ajustó con detalle cada zona, y en cuanto llegó al corsé, haló de las tiras tan fuertes, que por una fracción de segundo, me quedé sin aire.

Removió el tocador mientras buscaba algo. Sujetó una esponja color crema entre sus garras, la frotó sobre un pomo metálico, aplicó aquel polvo sobre las heridas que tenía en el rostro, ocultando de esta forma, los moretones y heridas visibles. Seguidamente, sujetó entre sus manos un extraño pincel, empapó la punta, y lo frotó sobre una pasta de color negro. Tiró de mis ojos hasta achinarlos y sentí como trazaba líneas con dicho implemento.

—Quien lo diría, eres aún más bonita cuando estás arreglada. —Ella sonrió mientras apretaba mis mejillas—. Tu madre debe haber sido hermosa, lástima que no logramos capturarla, con vida —recalcó esto último, y rio mientras yo me hundía en la silla.

Para finalizar, tomó un cepillo con cerdas de plata y tiró de mis cabellos. Sentía como algunas hebras eran arrancadas de mi cabeza. Pero nuevamente, cuando trataba de quejarme, ella volvía a palmotearme con fuerza a modo de regaño, pero esta vez, me golpeaba en el cuerpo, para no arruinar el trabajo que había realizado en mi rostro. Tiró, de mis rizos hasta cierta altura y elaboró un pequeño moño en la parte superior. Al finalizar, acomodó algunos de mis cabellos hacia delante, y volvió a formar los rulos con sus dedos.

—¡Listo! —dijo mientras observaba orgullosa lo que había hecho.

De pronto, la puerta se abrió de golpe y su hijo entró por ella. Este, al verme, abrió la boca ampliamente, mientras cerraba la puerta tras de sí.

—Me perdí el baño —exclamó con pesar y luego suspiró—. En fin, madre, ya están aquí —diciendo esto, la mujer me soltó y tomó entre sus manos el collarín con los brazaletes metálicos que me había sacado, y volvió a ponérmelos.

Su hijo se acercó hacia la jaula de las híbridas, y luego de asustarlas, abrió la reja para volver a unirlas por la cadena. Nos colocaron en forma lineal y nos sacaron del pequeño cuarto. Solo en ese momento observé con atención a las que estábamos allí. Podía distinguir con claridad como unas no pasaban de los doce años, y eran precisamente las que lloraban más amargamente. Las mayores, por su parte, trataban de brindarles consuelo. Aunque todo era en vano.

Ni siquiera se habían molestado en limpiarlas, sus ropas estaban rotas y harapientas. Sus rostros aún poseían manchas de lodo, y sangre, posiblemente ellas habían tratado de escapar. Aquello solo me indicaba una cosa que era alarmante. La única que significaba algo de valor para ellos, era yo.

Nos hicieron caminar hasta llegar atrás de una especie de escenario. Aquella habitación se veía oscura y tenebrosa. Al lado izquierdo, había unas escaleras de color blanco, de material brilloso.

Luego de que nos indicaran que era lo que debíamos hacer, la Hanoun alisó su vestido y subió lentamente por aquellas escaleras para comenzar con el denigrante espectáculo. El hijo por su parte, se quedó abajo con nosotras. Y en ningún momento me despegó la mirada.

Para cuando fueron llamando una a una. Algunas de las híbridas se tiraban al suelo para no ser obligadas a subir. Pero él, rápidamente, se encargaba de obligarlas a ponerse de pie mediante una patada en el estómago. Precio tras precio fue expuesto en aquella subasta, y conforme se escuchaban respuestas del público mejorando la oferta, la híbrida era entregada al ganador que ofrecía más por ella.

Cuando por fin, la última de ellas fue vendida. El Hanoun tiró de la cadena que me sujetaba provocando que me resbalara. Pero, a diferencia de ellas, él me levantó lo más rápido que pudo sin darme ningún tipo de golpe. Lentamente, comencé a subir escalón por escalón. Con cada paso que daba, sentía mi corazón palpitar con fuerza. Estaba sumamente nerviosa. Las manos me sudaban de una manera que no creí posible.

En cuanto estuve arriba pude apreciar mejor el entorno. Era un cuarto amplio, había sillas cuidadosamente decoradas, y todas, y cada una de ellas, estaban siendo ocupadas por Hanouns que variaban en edad. Pero, había una en específico que estaba alzada por sobre el resto, y era la que mejor decoración tenía, se encontraba completamente vacía.

Al ver como todos me observaban, poco a poco fui perdiendo la visibilidad. Llegó un punto en el cual tan solo veía unas sombras tenebrosas, las cuales sonreían de forma grotesca en mi dirección.

—Bueno, la última en ser vendida este día, es esta cría de humano. —Ella esbozó una sonrisa mientras hablaba—. Como bien sabrán. Mis señores, el día de ayer toda la aldea humana fue atacada, y hasta el último de ellos fue erradicado —dijo con sorna—. Pero, por obra del destino, ella logró escapar —todos los presentes comenzaron a reír con fuerza—. Pues bien, al ser ella la última humana de cabello rojizo. Entenderán que su precio estará muy por encima de todas las híbridas que pasaron —ella me tomó del mentón y me obligó ver hacia el frente—. ¡Miren estos ojos! Una verdadera belleza ¿No creen? Ojos color rojizos al igual que su cabello. Y no solo eso, miren esta tersa y bien cuidada piel.

Los Hanouns más viejos de cabellera blanquecina, se encontraban sonriendo peligrosamente. Sentía miedo. Dentro de mi estómago se había formado un remolino que me producía unas ganas inexplicables de vomitar. Quería escapar, pero no podía. El irme con cualquiera de ellos, significaría una vida de completa esclavitud.

—Por cierto —dijo ella, captando la atención del resto—. Esto no es todo lo que esta bella cría nos ofrece. —Sonrío ampliamente mientras observaba al público—. ¿Les dije que era casta? —Se cruzó de brazos, y fingió que lo había olvidado—. Creo que olvide mencionar este pequeño detalle.

Tras decir esto, el bullicio comenzó y todos los presentes comenzaron a alzar las manos. Su hijo, quien se encontraba en la parte trasera del escenario, comenzó a dar brincos en su sitio, y ella, reprimió una carcajada.

—Teniendo tantas buenas virtudes de ella en cuenta —bufó—. El precio mínimo será de unos... —meditó durante algunos segundos, los cuales parecieron eternos—. Cien mil vidaleons.
—Ofrezco ciento cincuenta mil vidaleons —gritó un Hanoun gordo desde la parte posterior, y ambos no salían de su asombro.
—Yo ofrezco ciento ochenta mil vidaleons —gritó otro desde el lado derecho.
—Yo ciento noventa mil. —Esta vez, la voz vino del lado izquierdo.
—¡Yo doscientos cincuenta mil! —No de los Hanouns ancianos sonrío desde el frente, sintiéndose ya victorioso. Él me dedicó una mirada libidinosa, que generó un profundo miedo en mi ser.

Agaché la mirada, y cerré los ojos esperando lo peor. Ya estaba resignada a irme con él, pues nadie más hablaba. Tanto la Hanoun como él sonrieron. El hijo de ella se acercó hacia mí, y de forma discreta, me susurró al oído «Lord Write, dicen que tiene el fetiche de follarse a sus damas de compañía para luego comérselas. No pudiste tener peor suerte.». Pasé saliva, y comencé a halar de la cadena en cuanto él la sujetó fuertemente entre sus manos. De todas las personas que había aquí, el más sádico y enfermo de ellos me había comprado.

—Bueno, al parecer nadie ofrecerá más. —Ambos comenzaron a bajar mientras me jaloneaban para entregarme a mi nuevo dueño—. Así que, la humana, se irá con Lord Write. Por doscientos cincuenta mil vidaleons.

Comencé a llorar de la impotencia mientras era arrastrada a su lado. Por más que susurraba que tuvieran compasión de mí, ambos hacían oídos sordos a mis súplicas. Al darme cuenta de que el Hanoun anciano se levantó de su silla, y comenzó a caminar hacia mí, mi desesperación se acrecentó aún más. De pronto, cuando ya estábamos a escasos centímetros de distancia, una voz se alzó por sobre el resto, y él, detuvo su paso.

—Yo, ofrezco novecientos mil vidaleons. —Todos voltearon a observar hacia el fondo. Y allí, parado en medio de todos había un Hanoun de cabellera negra larga hasta abajo de los hombros, quien comenzó a caminar en dirección a la escalera, seguido por dos híbridas.

Todas las personas del recinto sin excepción, se pusieron de pie inmediatamente e hicieron una reverencia. Incluido los Hanouns esclavistas. Comencé a observarlo a medida que se acercaba, pero la esclavista me obligó a mirar hacia el suelo.

—Espero no haber llegado muy tarde —exclamó él con sorna, mientras Lord Write regresaba a su asiento—. ¿O es que acaso ya no puedo comprarla?
— No, no. Mi señor —exclamó con torpeza la mujer mientras esbozaba una sonrisa de oreja a oreja—. Usted nunca llegará tarde, mi señor. Nosotros acudimos demasiado temprano. !Vendida al regente Giorgio Wolfgang, por novecientos mil vidaleons!

No salía de mi asombro. Aquel Hanoun, era nada más y nada menos que, Giorgio Wolfgang. Nuestro amo y señor. El regente de la nación de My—Trent.

Mi curiosidad en ese momento pudo más, así que alcé la mirada para poder observarlo con detenimiento: Él, tenía unos ojos de color ambarinos, profundos, cómo si guardara más de un secreto dentro de si. Sus colmillos sobresalían ligeramente de su boca, pero no demasiado. Poseía la piel más blanca que el resto de los presentes, incluso más que la mía. Y su cabello negro era delgado, pero abundante. Al percatarse que lo observaba atentamente, me gruñó, e inmediatamente, volví a observar hacia el suelo.

Después de que la Hanoun emitió el anuncio, todos los Lord's que se encontraban en sus asientos salieron sin chistar mientras lo reverenciaban. El regente Giorgio, por su parte, les dedicó una mirada adusta a quienes pasaban por su lado. Chasqueó los dedos, y le indicó a una de las híbridas que lo acompañaba, que le entregaran el dinero para que pudieran marcharse.

—Mi señor ¿Desea llevarla con el collarín puesto? —preguntó ella.
—No —le respondió él de manera tajante—. Quítenle ese molesto collar, no podrá hacer nada si lo trae puesto.

Tras decir esto, el muchacho me retiró el collar que estaba en mi cuello. Y ambos nos acompañaron a la salida. Giorgio ni siquiera esperó que le indicaran el camino, al parecer, estaba acostumbrado a venir a este lugar con regularidad para comprar esclavos.

Cuando comenzamos a alejarnos de la tienda que ellos tenían. Ambos agitaron los brazos en el aire a forma de despedida. Cuando estuvimos lo suficientemente lejos, se resguardaron en el interior, posiblemente a contar el dinero que acababan de recibir.

Seguimos caminando un pequeño trayecto, en ese breve lapso de tiempo, aproveche en sobar mis muñecas para aminarla el dolor que sentía. Observé el lugar donde estuvieron los metales, y la piel que había estado debajo estaba enrojecida y algo morada. Probablemente, también tendría esas mismas cicatrices alrededor de mi cuello.

Esperamos al lado de un sendero. Una de las híbridas sujetaba una sombrilla encima de la cabeza de Giorgio para evitar que el sol le diera, y este se mantenía allí, quieto, aguardando algo. De pronto, pude ver como a la lejanía aparecía un carruaje, en cuanto este se posicionó frente a nosotros y pude darme cuenta de que estaba siendo jalado por híbridos.

La carroza era de color negra, y los marcos de las puertas y ventanas eran de oro. Las cortinas del interior se encontraban extendidas, por lo cual imposibilitaba la vista al interior. Sobre el techo, resplandeciendo de forma orgullosa, se encontraba el escudo de los Wolfgang, la cual consistía en la silueta de la cabeza de un lobo.

—Sube —me ordenó con autoridad.

Simplemente, asentí y obedecí en silencio.

¿Por qué el regente de mi nación me había comprado?

No podía evitar preguntármelo, pero fuera cual fuera el motivo por el que lo hizo, seguramente no se trataba de algo bueno.

Aquel día, me sentí derrotada. Ya que ahora, era su prisionera.

Mi suerte ya estaba echada, por aquel Hanoun que me compró. 

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