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CAPÍTULO XXXVII • Al filo de la cordura •

C L E M A T I S

Mis ojos se alternaban entre el papel y Zefer, releí nuevamente las líneas, lo observé atenta, y al igual que los demás, nos mantuvimos en silencio aguardando su respuesta. Zefer nos observaba, por momentos entreabría los labios buscando generar alguna oración, pero claramente no sabía ni siquiera por donde comenzar.

Ella y Zefer compartían demasiadas similitudes en el rostro, en especial los ojos, se podría decir incluso que Zefer era prácticamente su versión masculina, pero al ser consciente de que la madre de Zefer había muerto hace ya bastante tiempo, era imposible que se tratara de esa Lyra. Aunque claro, que Giorgio, aquel ser que no se preocupaba por nadie más que por él mismo la estuviera buscando, confirmaba la pequeña sospecha que creí imposible.

Finalmente, luego de varios minutos de evidente incomodidad Zefer únicamente terminó emitiendo un largo y pesado suspiro, luego tomó el papel y con completa calma nos observó.

—Tendrán que continuar con la misión sin mí, debo ir cuanto antes a My-trent para poder salvarla.

—Espera, Zefer...—le dije de forma calmada, él me observó con el rostro tenso—. ¿Ella es tú...?

—No es mi madre —respondió tajantemente—. Miren, me gustaría explicar detalladamente todo, pero hay muchas cosas que ni siquiera yo sé —esta vez me volvió a observar y continuó—. Al igual que tú, Clematis, la primera vez que la vi me sentí igual de confundido, no sé cómo Giorgio lo hizo, pero logró hacer una réplica de mi... madre.

—¡Ian, Rick! —uno de nuestros aliados vino corriendo desde atrás, traía la respiración entrecortada y la frente perlada en sudor—. Encontramos a los que fueron con Lyra, uno logró despertar.

—¿Logró despertar? —Ian enmarcó una ceja tras oírlo.

—Sí, será mejor que vengan cuanto antes.

Los cuatro comenzamos a correr en la dirección a donde se estaba dirigiendo. En cuanto llegamos, vimos a todos los del grupo recostados boca arriba. El más joven, de nombre Matry, se sentó con dificultad con la ayuda de uno de sus camaradas.

—¡Matry, diles lo que nos contaste!

—¿Qué pasó con Lyra, quien se la llevó? —Zefer se agachó hasta la altura del joven y este tosió ligeramente, todos traían la ropa empapada de sangre, pero ninguno poseía una herida visible, salvo unos arañazos.

—Cuando nos separamos... fuimos en la dirección contraria, Lyra usó una bomba de humo, pero no es como la que usamos nosotros, esa era de color verde, el olor nos terminó alcanzando y poco a poco comenzó a adormecernos, yo al estar más lejos no caí inconsciente, pero los demás cayeron dormidos en el acto...

—¿Uso una variante de nuestras bombas? —preguntó Ian quien estaba visiblemente molesto, Rick tuvo que sujetar su mano disimuladamente para tranquilizarlo.

—Sí... recuerdo que ella comenzó a arañarnos —tras decir esto él comenzó a toser y aguardamos a que se repusiera—, luego de hacernos esas pequeñas heridas Lyra desapareció por varios minutos y trajo arrastrando a un guardia, le rebanó el cuello y nos manchó con su sangre...

—¿Qué más viste? —le pregunté.

—Luego de que hiciera eso volvió a desaparecer, pero esta vez regresó con tres soldados, les dijo que nos había asesinado para dejarles el camino libre y que pudieran escapar, pero la única condición que tenía era que la llevaran a My-Trent.

—¿Dijo algo? —insistió Zefer.

—Estaba preguntando por un tal Shikwa, parecía conocerlos de antes, ellos le prometieron que si cooperaba lo dejarían verlo cuando llegaran a My-trent.

—¡Es una idiota! —gritó Zefer mientras sujetaba su rostro. Los demás veíamos como caminaba de un lado al otro.

—¿Quién es Shikwa? —le preguntó Ian.

—Es su amigo, ambos venían viajando juntos —añadió Zefer luego de que por fin se quedó quieto—. El plan de Shikwa era llevarla con Rier, pero Lyra por ayudar a unas híbridas terminó alertando a unos guardias, Shikwa era consciente de que Giorgio los estaba buscando así que dejó que Lyra escapara, ella debe haber reconocido a esos guardias, deben ser los que se llevaron a Shikwa.

—¿Y fue a salvarlo? —Rick e Ian se miraron atentamente.

Vieras por donde lo vieras, aquella era una misión suicida, aún si fuera por realizar un acto noble.

—Le dije que lo rescataríamos —añadió él, estaba furioso, y no era para menos, Lyra había actuado por su cuenta y casi nos pone a todos en peligro—, pero al parecer, decidió ir por cuenta propia. Lo siento, pero debo irme, no puedo permitir que lleguen a My-Trent.

—¿Qué es lo que Giorgio quiere hacer con ella? —le pregunté a Zefer, este simplemente apretó los puños con firmeza a cada lado de su cuerpo.

—No lo sé —dijo mientras nos observaba—, pero que Giorgio haya traído a alguien a la vida que es exactamente igual a mi madre, no es nada bueno. La va a lastimar al igual que en el pasado.

—¿Qué haremos? —preguntó Ian, que aunque seguía molesto, parecía entender porque Lyra había hecho todo eso.

—Debemos ir a Velmont, necesitamos ayudar al grupo que fue —añadió Rick.

—Puedo ir sola con un grupo de apoyo, ustedes pueden ir por Lyra —les dije, los dos se rehusaron inmediatamente—. Es peligroso que vayas sola, lo mejor sería seguir el plan que teníamos en mente.

—Zefer —Rick volteó a observar a Zefer quien parecía estar perdido en sus pensamientos—. Entiendo tu preocupación, pero si Lyra es tan importante para tu padre, es poco probable que le haga algo malo, tenemos ese pequeño tiempo a nuestro favor.

—¿Qué pasará si la lastiman?

—Descuida —Rick sujetó su brazo con firmeza, Zefer desvió la mirada mientras fruncía el ceño.

—Rick tiene razón, Zefer —añadió Elinor con timidez, quien hasta ahora se había mantenido al margen—. Es mejor ir primero a Velmont a ayudar a sus habitantes, a mí también me preocupa Lyra, pero esa gente necesita de nuestra ayuda...

Zefer terminó accediendo a nuestra petición, pero claramente no podía dejar de pensar en Lyra, ya que durante el resto del plan de rescate que estábamos trazando se le veía ido de la conversación.

Pero en cierta forma yo ni nadie podía culparlo, puede que esa mujer no fuera su madre, pero se veía como ella y eso le impedía a Zefer hacerse ajeno al miedo que le causaba imaginar que algo podía ocurrirle.

Comenzamos a movilizarnos rápidamente, Zefer se había quedado en la parte trasera del pelotón para resguardar a los que iban más lentos, e Ian y Rick iban a la cabeza.

Para cuando estuve a su lado él ni siquiera reparó en mi presencia, con nerviosismo acerqué mi mano hasta la suya y cuando sintió el tacto de mi piel regresó a la realidad. Lo observé y él me brindo una sonrisa forzada, pero acaricié sus nudillos con tal de darle soporte.

—Todo saldrá bien, tranquilo.

—Quiero creer que será así, pero... conforme pasa el tiempo más me cuesta creerlo —añadió con dolor mientras volvía a dirigir la mirada al frente.

—Zefer, sé que las cosas se ven mal... pero...

—Las cosas a partir de este punto solo empeorarán, Clematis —me dice y vuelvo a observarlo—. Al final tendré que saldar cuentas con Giorgio por todo el daño que hizo, y el daño que te causó, y es algo que tendré que hacer yo solo...

Pude sentir como su cuerpo temblaba, por un momento sus dedos soltaron los míos, su mirada se ensombreció mientras sus facciones se endurecían, pero inmediatamente lo volví a sujetar y él me observó sin saber como reaccionar.

—Ya no estás solo Zefer —le dije con firmeza, él entre abrió los labios y me observó detenidamente—. Prometo no dejar que libres otra batalla por tu cuenta, ahora estoy a tu lado y no habrá poder en la tierra que logre cambiar eso.

Por un momento la mirada cándida del Zefer que tanto amé apareció, pero nuevamente aquel ser de penumbra terminó opacando su mirada.

No sabía por todo lo que había tenido que pasar él durante todo este tiempo, pero ahora que volvía a estar a su lado no permitiría que sufriera nuevamente en completa soledad.

NACIÓN DE VELMONT

El muro de hielo comenzaba a temblar por los ataques, los soldados de Giorgio no se habían contenido en lo absoluto, teniendo conocimiento de la inmensa fortaleza que protegía a la nación, situaron catapultas a una distancia prudente, y aunque la guardia de Velmont ya venía soportando durante varios días los ataques, el muro había comenzad a ceder.

Una a una las inmensas piedras de fuego bañadas en aceite, y posteriormente encendidas eran lanzadas. Los tiradores de los muros no lograban hacer demasiado, tan solo esquivar las inmensas bolas de fuego y disparar a quienes lograban escapar de la zanja de hielo.

Se sentían acorralados, sin Rier dirigiendo al ejército, no poseían la seguridad de que lograrían soportar por mucho más tiempo.

Otra vez, una inmensa piedra impactó contra el muro, y este se resquebrajó ligeramente, algunos inmensos pedazos de hielo comenzaron a caer en picada hacia el suelo, los habitantes, quienes se encontraban concentrados en el centro temblaban de miedo, los soldados de Giorgio no tendrían piedad alguna por ellos, si lograban entrar, sería su fin.

—¡Necesitamos que alisten a cuanto Hanoun, híbrido o humano pueda luchar! —gritó con fiereza el capitán desde la parte superior.

—¡De acuerdo! —gritó uno de los subordinados que comenzó a correr a la planta baja.

El muchacho corría a tropezones en medio del camino nevado, y una vez llegó hacia la plaza central, hizo sonar la campana, los aldeanos salieron de sus casas, el soldado comenzó a pedir ayuda, los soldados de Giorgio estaban a punto de derribar las murallas, y los habitantes pese al temor que sentían tomaron lo que mejor pudiera serviles para pelear.

—¡Defensa, sitúese en la entrada de la puerta! —el grito del capitán se escuchó a lo lejos, la montaña rugió, como su supiera lo que estaba pasando.

Una nueva bola de fuego terminó impactando en el mismo lugar resquebrajado, todos los que se encontraban en la parte superior comenzaron a correr con desesperación hacia las escaleras, se tiraron sobre los tejados cercanos que disponían nieve, y vieron como poco a poco el muro de Velmont comenzaba a ceder hacia abajo. El rugir de la montaña no se hizo esperar, una espesa capa blanca producto de la nieve se alzó, como si se tratara de las fauces de una bestia esperando comer a cuanto tuviera a su paso.

Los aldeanos, quienes se situaban cerca a la entrada se pusieron en guardia, su cuerpo temblaba con fiereza, sentían miedo, jamás habían tenido que combatir en sus vidas, y no entendían como lograrían ganar a los soldados que se avecinaban sobre ellos.

—¡Ataquen! —se escuchó un aullido desde el otro lado, los soldados se Giorgio comenzaron a correr con rapidez en su dirección, el jefe de la guardia se situó al frente de todos y elevó el arma que sujetaba con fuerza en su mano al cielo, gruñó con fiereza, y en ese mismo instante la batalla comenzó.

Los aldeanos corrieron en dirección a los soldados y lucharon con bravura, los muertos no se hicieron esperar, los cuerpos comenzaron a caer sobre el blanco manto, tiñéndolo de una tonalidad carmesí.

La montaña rugía con fiereza, era como si llorara la perdida de sus habitantes, era como si la naturaleza fuera capaz de percibir aquella masacre y sintiera la perdida como suya.

Poco a poco fueron sometiendo a los aldeanos, los hombres de Giorgio los superaban en número, pero ellos se sentían incapaces de rendirse, preferían morir antes de que su libertad les fuera arrebatada.

Las mujeres híbridas y Hanouns comenzaron a pelear con fiereza igual a sus semejantes, para que la muerte de sus esposos, e hijos, que ahora yacían muertos sobre el suelo, no fuera en vano.

Un grupo de humanas quedó a cargo de los niños más pequeños y comenzaron a guiarlos para la sección de las minas. Debían salvarlos, al menos ellos debían de poder tener la oportunidad de crecer sin miedo, sometidos por un demente, aunque en ese punto aquel deseo se veía demasiado lejano.

—¡Mátenlos a todos, son órdenes del amo Giorgio! —gritó el líder de los Wolfgang.

De un momento a otro una cortina de flechas encendidas comenzó a caer del cielo, el ejército de los Wolfgang buscaba por todas direcciones para ver quienes eran sus atacantes, pero la misma ventisca imposibilitaba la visión.

Un grupo caminó al frente cautelosamente tratando de analizar el aire, pero no podían captar ni un solo aroma en el ambiente.

—¡Ah, mi pierna! —gritó uno de los soldados, sus compañeros se acercaron y se percataron de que esta estaba dentro de una trampilla de metal.

—¡Salgan de ahí! —gritó otro, pero tras dar un paso otra trampilla se activó y aprisionó uno de sus tobillos con las fauces de metal.

Una nueva cortina de flechas encendidas comenzó a caer desde el cielo, los guardias enemigos trataban de correr y esquivarlas, pero el terreno les dificultaba que se pudieran mover con facilidad.

De pronto la neblina comenzó a esparcirse por todo el ambiente, los soldados estaban tan confundidos como los aldeanos y no sabían con exactitud a que o quien estaban atacando, pero el grito de los enemigos confirmaba que estaba habiendo bajas por parte de los Wolfgang.

—¿¡Qué mierda está pasando!? —gritó el capital Wolfgang al tratar de visualizar a sus atacantes, un golpe llegó por su lago izquierdo y lo hizo caer.

Para cuando la neblina se disipó medianamente ambos bando vieron a un grupo de extraños que portaban unas máscaras, sus atuendos a penas los estaban protegiendo del frío, pero más de uno tenía sometido a algún soldado Wolfgang en el suelo.

—¡Defiéndanse inútiles! —gritó hastiado el capitán al ver como sus hombres eran reducidos.

La batalla continuó, y aunque los forasteros de las máscaras en un inicio habían tenido la ventaja del combate, el número de los que ellos disponían era menor al de los soldados del ejército enemigo, y por cada soldado que lograban matar parecía que había tres más aguardando el momento de pelear.

—Mierda, necesitamos refuerzos —añadió uno de los muchachos mientras aplicaba un torniquete en el brazo de su compañero que había sido herido por bala.

De un momento a otro el ruido del viento cesó, pero un extraño sonido similar a un gruñido comenzó a hacerse cada vez más y mas fuerte, y allá a lo lejos se podía observar como unas extrañas bestias cubiertas de nieve aparecían a gran velocidad.

Un gruñido potente característico a los felinos emergió desde una de estas máquinas, y para cuando ese armatoste metálico estuvo más cerca de todos, se dieron cuenta de que dentro de cada una de esas bestias habían hasta diez personas prácticamente colgadas, apuntando con armas al frente.

Los habitantes de Velmont que aún quedaban se vieron obligados a buscar refugio, los del ejército de Giorgio cambiaron de objetivo, dispararon, pero no eran lo suficientemente rápidos para conseguirlos.

—¡Defiendan a los aldeanos! —un muchacho de capucha que traía el rostro cubierto gritó desde una de las carrozas metálicas.

Ni los enemigos, ni los soldados Hanton ni mucho menos los forasteros entendían quienes eran ellos, pero de algo si podían tener certeza.

Finalmente, la ayuda había llegado a Velmont.

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