CAPÍTULO XXXIV: • El regreso del no muerto •
C L E M A T I S
Llegó un momento en el que perdí la noción del tiempo, sabía que estábamos muy lejos de My-trent porque luego de pasar por la zona inhabitada, la vegetación verde había comenzado a aparecer.
Las visitas de Dinarko fueron cada vez menos frecuentes, las de Joao igual, pero incluso desde la celda donde cada noche me dejaban alcanzaba a escuchar como discutían. Joao insistía en que debían darme un escarmiento por haber desafiado a Giorgio, y Dinarko ordenaba que nadie podía ponerme ni un solo dedo encima, pero la orden que su líder les daba parecía no agradarle a ninguno de los soldados que había allí.
Al caer la noche encendieron la fogata, Dinarko me trajo una hogaza de pan para que pudiera comer y me dijo que cerca de las dos de la mañana, mientras hacia su ronda, tiraría dentro del lugar donde me encerraban las llaves de mis cadenas.
Estaba agotada, debido a lo poco que había comido y dormido no tenía energía, pero si es que quería salvar mi pellejo tenía que hacer un último esfuerzo.
Las horas pasaron, pronto llegó la madrugada, y Dinarko no apareció, pero contrario a otras noches, podía escuchar como todos estaban despiertos y se andaban moviendo de un lado al otro.
—Sáquenla de la celda —escuché a Joao decir desde afuera, inmediatamente unos dos guardias entraron y comenzaron a arrastrarme con la cadena.
Los soldados estaban reunidos formando un círculo, al medio de todo había una viga de madera, y justo a la izquierda, un látigo que tenía unas pequeñas espuelas en la parte final.
—Desnúdenla y átenla al poste —ordenó Joao, sus subordinados hicieron caso. Comencé a patearlos, pero debido a la fuerza que tenían lograron rasgar todo mi vestido, luego de eso me llevaron a la viga y me ataron dando la espalda.
La gente me observaba mientras reía, algunos comenzaron a silbar, pero Joao inmediatamente se encargó de callarlos mientras alzaba los brazos en el aire.
—¿Con cuántos comenzamos? —preguntó a la muchedumbre mientras comenzaban a gritar.
—¡Doce! —gritó uno que estaba al frente.
—¡Que sean treinta! —gritó otro, que estaba un poco más atrás.
—Yo digo que comencemos con cinco —sugirió otro de los soldados—, si le damos demasiados azotes el dolor del anterior amortiguará el siguiente.
—¡Bien! —Joao se colocó detrás de mi espalda y tomó el látigo del suelo, luego tiró de mi cabello hacia atrás y me obligó a mirar al resto— Serán cinco para empezar, y por cada grito que ella dé, se añadirá uno más.
Continuaron gritando, Joao comenzó a alzar el látigo, y el sonido del cuero bajando y golpeando el suelo provocó que comenzara a sudar frío. Cerré los ojos, mordí mis labios con fuerza, y el primer azote llegó, sentí como mi espalda crujía al recibir el impacto, la zona comenzó a tornarse caliente, posiblemente por la sangre que estaba comenzando a brotar.
—Bien, restan cuatro —informó Joao, y aunque no lo estaba viendo, sabía que estaba sonriendo.
El nuevo azote llegó. Estaba temblando, mi cuerpo sudaba, y comencé a llorar. Trataba de no gritar, pero entre cada intervalo de tiempo en el que él demoraba en darme un nuevo golpe el dolor crecía.
—Vamos, quiero escucharte implorar perdón —dijo Joao, tomando más impulso que antes para volver a azotarme.
Esta vez no logré contenerme, la fuerza que había empleado provocó que gritara, los soldados comenzaron a reír todavía más fuerte mientras aplaudían.
—¿Qué pasa, no te sientes bien? —preguntó sarcástico mientras se ponía frente a mí— ¿O es que quieres que traiga a tu amigo para que puedas sentirte acompañada?
Tras preguntarme aquello alcé el rostro y lo observé directamente, Joao chasqueó los dedos y con un gesto de la mano le indicó algo a los soldados que estaban detrás de mí, ellos comenzaron a hacer unos sonidos guturales similares a un gruñido, y luego de unos segundos lanzaron algo en su dirección.
Era un bulto envuelto dentro de un saco, Joao abrió la soga que la mantenía cerrada y del interior sacó una cabeza... era la cabeza de Dinarko. Sentí deseos de vomitar, Joao comenzó a reír todavía más fuerte al ver la expresión de mi cara, dejó la cabeza justo al frente de mí, y volvió a mis espaldas.
—Esto es lo que hacemos con los traidores —dijo mientras volvía a golpearme, volví a gritar, el dolor era inimaginable—. Que mal, tendré que golpearte dos meses más —habló, y volví a cerrar los ojos aguardando el próximo golpe.
Los soldados que estaban más lejos comenzaron a tirar fruta podrida en mi dirección, Joao continuaba riéndose mientras seguía golpeándome y llegó un punto donde ya ni siquiera podía alzar la voz.
—¿Quién irá primero? —pregunta el soldado que había propuesto los cinco azotes iniciales.
—¿Por qué esperar que uno vaya primero? —le contesta otro—. Tiene tres orificios, mientras no sean demasiado bruscos podrá con eso —añadió con sarcasmo.
Vi como el círculo comenzó a cerrarse e imaginé lo peor, sabía que estaban diciendo, era consciente de que es lo que querían hacer conmigo. Para cuando uno de ellos me tomó del cuello una lluvia de flechas incendiadas comenzó a caer en su campamento, la tela que usaban para poder alzar las carpas comenzó a incendiarse.
—¡Emboscada! —gritó Joao, pero antes de que pudiera dar otra orden un cuerpo calló desde un árbol, y luego otra persona que traía una máscara le disparó una flecha al que me tenía sujetada del cuello, él me soltó y finalmente quedó tendido en el suelo.
No sabía que era lo que estaba pasando pero escuchaba como Joao gritaba a mis espaldas, un muchacho enmascarado corrió hasta donde me encontraba y me quitó la cadena, reconocí la máscara de inmediato, era la misma que Ian usaba la primera vez que la vi.
—¡Ya estás a salvo, te sacaré de aquí! —me dijo él y yo asentí.
Al ponerme se pie mis piernas temblaban, Ian me colocó una capa con cuidado encima de mi cuerpo pero en cuanto la tela tocó mi espalda grité de dolor, Rik no tardó en darle el alcance, me depositó rápidamente sobre su hombro evitando de esta forma que siguiera lastimándome.
Al observar hacia atrás vi a Joao con el rostro desfigurado, el muchacho que se encontraba encima de él lo seguía golpeando sin cesar pese a que este aparentemente ya estaba muerto. Traté de ver quien era, pero aunque el humo del campamento todavía no era demasiado denso, no pude reconocerlo, lo único que me llamó la atención era su cortaba cabellera rubia y el cintillo del parche que rodeaba su cabeza.
Ian y Rik comenzaron a correr adentrándose cada vez más en la zona frondosa, y únicamente cuando el sonido de la batalla ya era lo suficientemente lejana me depositaron en el suelo. Los observé y los abracé con fuerza, comencé a llorar mientras temblaba, ellos tenían miedo de tocarme por mis heridas, pero sabía que estaban tan contentos como yo de verlos luego de tanto tiempo.
—Mierda —dice Ian, él también estaba llorando—. No sabes cuanto lamento que hayamos tardado tanto en encontrarlos.
—Te vamos a curar, estarás bien —me dice Rik, mientras limpiaba toscamente sus lágrimas.
Para cuando me vieron más respuesta, Rik volvió a cargarme y me colocó en la misma posición de antes, el cuerpo me dolía demasiado, y con cada paso que él daba sentía como las heridas de mi espalda palpitaban producto del dolor.
Tras varios minutos caminando en la penumbra, finalmente llegamos a un pequeño campamento escondido en medio del frondoso bosque, logré reconocer a algunos de los aldeanos con los que había convivido meses antes. Ian y Rik me llevaron a su tienda, me depositaron con gentileza sobre el suelo, e Ian comenzó a tratar las heridas de mi espalda.
En cuanto sentí que colocaba el ungüento de hierbas emití un quejido de dolor, se disculpó, pero le pedí que continuara, necesitaba reponerme cuanto antes.
—¿Han... estado en Wyrfell? —le pregunté a ambos, ellos asintieron.
—Fue por eso que demoramos en llegar, un grupo de nosotros se quedó auxiliando a los heridos, los demás que tenemos nociones de combate vinimos a seguirles el rastro —responde Ian.
—¿De casualidad vieron a un joven de cabello rubio entre los heridos? —pregunté con la esperanza de que me dieran noticias de Argon, pero ambos me dijeron que no, a penas habían tenido tiempo de ver a todos los heridos, su prioridad había sido correr en mi auxilio.
—Debes descansar por ahora —me propone Rik, que comienza a tumbar una tela sobre el suelo—, te voy a traer un medicamento para el dolor, pero este va a provocarte mucho sueño.
—Gracias por lo que están haciendo por mí.
—No nos agradezcas, tonta —me reprende Ian—. Debiste pedirnos ayuda desde antes, ¿porqué no lo hiciste?
—Porque de haberlo hecho, Giorgio hubiera atacado la aldea... —le contesté, Ian observó al suelo—. No podía arriesgarme a que algo malo les pasara, sabía que Giorgio iría por mi cabeza, no quería que más gente saliera lastimada en el proceso.
—Agradecemos que hayas pensado en nosotros —contesta Rik, Ian lo observa incrédulo—, pero de ahora en adelante, Clematis, ten la certeza de que nosotros vamos a poder ayudarte.
Después de esa pequeña conversación Rik no me dejó seguir en pie, me ayudó a colocarme las vendas que bordeaban todo mi torso, me dio la medicina que me dijo y me ayudó a ponerme boca abajo para que pudiera descansar.
—Esperen... —les dije a ambos, pero la medicina había comenzado a tener efecto en mí—, el muchacho rubio... que me salvó... ¿quién era?
—Primero descansa —me dice Rik mientras retira algunos mechones de mi rostro—, ya luego podremos conversar mejor.
Por primera vez en muchos días logré conciliar el sueño correctamente, pero por momentos despertaba y escuchaba voces a mi alrededor, sentía el suave tacto de alguien acariciando mi rostro, incluso en algún momento llegué a sentir como esa persona que vino a verme depositó un beso sobre mi mejilla.
Para cuando desperté del todo era de noche otra vez, Ian me dijo que había dormido casi un día entero. Me trajo comida, me ayudó a cambiar mis vendajes y me dijo que gracias al ungüento las heridas habían dejado de sangrar.
—Ian —lo llamé, él dejó de desmenuzar el pollo hervido que me había traído—, el muchacho de cabello rubio, ¿quién era?
—Bueno... él es un chico que vino hace poco a la aldea —contestó, pero lo vi visiblemente nervioso.
—Ian... —escuché que lo llamaron tímidamente desde la entrada, él le pidió a la persona que estaba allí que pasara, y cuando la muchacha entró a la tienda me quedé observándola—, traje más ungüentos.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, la chica de cabello negro me observó— ¿¡Qué estás haciendo aquí!?
Ian trató de frenarme en cuanto vio que me estaba poniendo de pie, mi torso apenas había sido vendado, la muchacha, al ver que me estaba acercando furiosa en su dirección salió corriendo de la tienda. Ian se irguió rápidamente y buscó frenarme, pero comencé a avanzar para poder alcanzarla, la gente me estaba observando pero no me importaba, necesitaba entender que diablos hacía Eleonor con ellos.
Ella terminó entrando dentro de otra de las tiendas que estaba un poco más alejada, en cuanto llegué la vi esconderse detrás de una muchacha de cabello rubio, ella me observó con el ceño fruncido.
—¿Qué quisiste hacerle? —me pregunta mientras se acomoda al frente de ella para esconderla.
—Necesito hablar con ella —contesté tajante, la tipa se cruzó de brazos.
—En primer lugar, no deberías estarte moviendo, no todavía —comenta mientras me observaba—. En segundo lugar, lo que tengas que decirle a ella puedes hacerlo delante de mí.
—No te concierne —espeté con dureza.
—Estás en mi tienda —recalca mientras da unos pasos al frente—, así que créeme que si me concierne.
—¿Qué pasó con Zefer? —le pregunté directamente, la muchacha se tensó en su lugar— ¿Qué hicieron con él?, sé que tuviste algo que ver con su muerte —ella se quedó callada, no decía absolutamente nada— ¡Contesta de una vez, Eleonor!
—Ella no se llama Eleonor —me interrumpe la otra mujer.
Únicamente cuando la tuve más cerca logré ver bien su rostro, y si bien tenía el cabello de color rubio, ella compartía algunos rasgos similares a los de Zefer, aunque eso no podía ser posible, su madre llevaba muchos años muerta, y la Hanoun que estaba frente a mí debía ser apenas un par de años mayor que nosotros.
—N... no soy Eleonor —contesta la otra tímidamente y sentí la sangre hervir.
—¡Deja de mentir, sabandija! —grité, ella se asustó y volvió a observar al suelo.
—Te estoy diciendo la verdad —tartamudea—. Eleonor... es mi gemela, yo me llamo Elinor...
—¿En verdad esperas que me trague ese cuento?
—Te está diciendo la verdad —me interrumpe nuevamente la otra Hanoun—. No sé que problema habrás tenido con su gemela, pero ella no es la tal Eleonor.
—Con respecto a Zefer... —añade, la otra mujer la observa fugazmente y ella se queda callada.
—¿Quién eres tú en primer lugar? —me pregunta mientras me observa— Vienes a mi tienda a gritarle y ni si quiera te presentas.
—¿Qué importa quien soy? —contraataco.
—Importa, si no te saco de aquí.
—Mi nombre es Clematis Gayren.
Tras decir mi nombre la muchacha cambió su postura, ambas me observaron con visible sorpresa, aunque no dijeron absolutamente nada.
—¿Han visto a Clematis?, Ian no sabe donde se me...
Escuché su voz luego de varios meses, mi cuerpo comenzó a tiritar, ambas alternaban la vista entre mí y la persona que se encontraba a mis espaldas. Giré sintiendo como todo mi cuerpo temblaba, mis piernas a penas podían sostenerme en ese momento.
Lo observé directamente y llevé mis manos hacia mi boca, pese al tinte que traía, pese a que su melena negra ya no estaba... y pese a ese parche que traía en el ojo, lo reconocía, era él. Era Zefer.
—Zefer... —murmuré, él agachó el rostro.
Las dos mujeres salieron de la tienda, Zefer se acercó un poco más hacia mí temblando, visiblemente afligido mientras me observaba.
Lo abracé con fuerza, él tensó su cuerpo, y mientras me rodeaba con sus brazos con gentileza procurando no lastimarme, pude escuchar como comenzó a llorar, y sin poder evitarlo yo también lo hice.
Estaba vivo, Zefer estaba vivo.
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