CAPÍTULO I: Este es mi hogar.
Z E F E R
La quietud de la noche se vio interrumpida por el sonido lejano de una flauta. Me senté al borde de la cama, frotándome los ojos para terminar de despertarme, y volví a escuchar la misma melodía. Era la flauta de mi hermano... y aquella era la melodía que solía tocar a estas horas de la noche.
Pero no podía ser posible. Él estaba muerto. Yo... lo había matado.
Al ponerme de pie, sentí cómo mis manos temblaban. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, desde la punta de los dedos hasta la última hebra de mi cabello. Avancé con miedo hacia la salida. Tomé el picaporte, y la puerta rechinó al abrirse.
Me dirigí hacia las escaleras, y la tonada se hacía más y más clara. El sudor corría por mi frente al darme cuenta de que me estaba acercando. Al llegar al jardín, el inmenso árbol en el centro me recibió. La melodía había cesado, y ahora me encontraba allí, completamente solo.
—Me quitaste todo —escuché a mis espaldas, y me quedé estático, sintiendo cómo todo mi ser comenzaba a temblar—. ¿Por qué no moriste cuando tuviste la oportunidad?
Al voltear, el entorno cambió. Ambos estábamos en el punto exacto del bosque donde ocurrió aquella pelea. Jaft, de pie frente a mí, era un cadáver putrefacto. Su piel era oscura, de sus heridas brotaba sangre coagulada, y lombrices asomaban sus rostros por ahí. Me alejé, pero mi cuerpo chocó con el tronco de un árbol. Fue entonces cuando Jaft comenzó a acercarse lentamente.
—Mereces sufrir, Zefer... —a medida que hablaba, su mandíbula se descolocaba— ¡Solo muere de una vez! Facilita las cosas —gritó con fiereza, tal como lo hizo minutos antes de su muerte— ¡Desaparece de este mundo!
Jaft seguía acercándose, arrastrando los pies. Extendía sus brazos en mi dirección. Traté de escapar, pero del árbol donde reposaba mi cuerpo emergieron manos que me sujetaron con fuerza, aprisionándome e impidiéndome huir. Cuando Jaft estuvo frente a mí, percibí el hedor a podredumbre que emanaba de él. Sus ojos sin vida me observaban atentamente. Una sonrisa macabra apareció en su rostro, y luego sus garras se dirigieron hacia el parche que cubría mi ojo, apretándolo con fuerza.
Al mirar por encima de sus hombros, vi a Giorgio. Estaba allí, sonriendo, disfrutando de mi sufrimiento. En sus manos sostenía una cruz de madera, de la cual emergían hilos que controlaban cada extremidad de Jaft, manipulándolo como una marioneta.
—Te lo dije, Zefer —masculló Giorgio con resentimiento, mientras reía como un psicópata—. Después de todo, tú y yo no somos tan diferentes.
Grité con todas mis fuerzas. Sentí cómo los dedos de Jaft se hundían cada vez más en la herida. Comencé a escuchar el llanto de un bebé, seguido de la voz de mi madre llamándome por mi nombre, una y otra vez.
—¡Basta! —grité, y me desperté.
Mi cuerpo estaba empapado en sudor. El corazón latía desenfrenado en mi pecho y mis manos temblaban como hojas al viento.
Miré a mi alrededor y me encontré en mi habitación. La luz de la luna iluminaba los rincones oscuros, pero ni así lograba sentirme en paz. Tenía miedo. Desde el día en que asesiné a Jaft, lo veía en mis sueños. Su fantasma me perseguía, recordándome lo que había hecho.
—¿Zefer? —al mirar hacia la puerta, vi a Clematis parada en el umbral.
Me quedé mudo, incapaz de emitir palabra alguna. El terror que sentía era tan intenso que no podía formular ni siquiera una oración coherente. Al darme cuenta de que unas lágrimas recorrían mi rostro, desvié la mirada, avergonzado. Las limpié lo mejor que pude, pero algunas gotas cayeron sobre la sábana.
Ella, al verme tan angustiado, se acercó con cautela después de cerrar la puerta tras de sí. Llegó al borde de la cama, se sentó, acomodó suavemente su bata y acarició mis piernas por encima de la sábana. La miré, y ella me sonrió de forma conciliadora.
—¿Tuviste una pesadilla? —preguntó.
—No es... nada —le respondí, pero no quedó conforme.
—¿Sabes algo? —dijo mientras se acomodaba a mi lado, sin meterse bajo las sábanas, pero quedándose junto a mí—. Tal vez, después de haber tenido tantos sueños malos a lo largo de mi vida, aprendí a saber cuándo alguien miente.
—No es nada grave —dije, aunque en realidad sí lo era. No podía contarle las cosas horribles que hice durante el tiempo que estuvimos separados.
—Si no quieres hablar de ello, está bien —dijo mientras acariciaba mi cabeza con gentileza, recordándome a mi madre cuando venía por las noches tras una pesadilla—. No voy a obligarte a que hables, pero imagino que necesitas un poco de apoyo en estos momentos —sonrió, y de repente sentí cómo todo el miedo que me embargaba desaparecía casi por completo—. Estaré aquí. Tranquilo, descansa un poco más.
—No soy un niño —dije con una sonrisa burlona, nervioso por su proximidad. Ella rió de la misma forma y volvió a mirar al frente.
—Sé que no lo eres, pero no puedo dejarte solo si estás así.
—Perdón por despertarte... no era mi intención.
—No te preocupes —observé su mano reposando junto a la mía. Sentí el impulso de entrelazar nuestros dedos, pero hacerlo sería aprovecharme de la situación. Ambos aún estábamos en un proceso de aceptación de lo que había pasado, y optamos por ir despacio esta vez—. Hace tiempo que no logro conciliar el sueño tranquilamente. Cuando cierro los ojos... recuerdo cosas feas. Mis noches se hacen eternas y el día se vuelve corto.
—Te entiendo —le dije, y nos miramos fijamente.
Mi corazón palpitaba a mil por hora. No era una situación romántica ni mucho menos, pero tenerla allí conmigo en ese momento me ponía nervioso y ansioso. Deseaba besar sus labios, anhelaba abrazarla como lo había hecho antes, pero no quería abusar de su confianza.
—¿Quieres que me quede? —preguntó, y noté un leve sonrojo en sus mejillas, aunque rápidamente giró el rostro para que no me percatara.
—Nada me haría más feliz —dije, y ella asintió, nerviosa.
Carraspó ligeramente, separó un poco las sábanas y se metió conmigo. Ambos miramos al frente, observando el techo con atención, y aquello me recordó nuestra primera noche juntos en un mismo lecho. Sentí cómo ella giraba su cuerpo hacia mí, y percibí sus ojos mirándome. Giré para observarla, y ambos sonreímos con nerviosismo. Estiró la manga de su bata y comenzó a secar el sudor de mi frente. Al llegar al parche, se detuvo y acarició el costado con delicadeza.
—¿Te duele? —me preguntó.
—No, se siente raro. Pero no duele.
—¿Cómo pasó...?
—En combate —le respondí con sinceridad, y ella apretó los labios, formando una línea delgada.
—Entiendo...
—Clematis —ella me miró nerviosa, y yo tomé sus dedos con delicadeza—, ¿puedo tomarte de la mano?
Ella se quedó en silencio, observándome, pero luego asintió levemente. Nos quedamos mirándonos, sin decir nada. El silencio no era incómodo, al contrario, se sentía agradable y pacífico. Sentía tranquilidad, algo que amaba de ella. Clematis calmaba mis ansias. Apaciguaba mi corazón.
—Debemos dormir —dijo, y yo asentí.
—Buenas noches, Clematis —dije, besando sus nudillos, y ella sonrió.
—Buenas noches, Zefer.
MURO DE MY—TRENT
La noche dio paso al día. Las aves comenzaron a trinar y los aldeanos despertaron de una noche reparadora. Todavía había trabajo por hacer. Tras los estragos de la batalla, quedaba mucho por reconstruir. La mayoría de las casas había sufrido daños, el muro presentaba grietas por doquier y debía ser reparado.
—Ian, ¿hoy llegan los demás, verdad? —Rik, quien estaba serruchando un tronco de madera, detuvo su labor y observó a su pareja, que cargaba las tablas cortadas en una carreta.
—Sí. ¡Clematis estará muy contenta!
—No solo ella —Rik miró a Elinor, que vendaba a unos ancianos.
—¿Crees que la sorprenda?
—Por supuesto. Ha estado ansiosa por verla todo este tiempo.
Elinor, al notar que la estaban observando, los miró con nerviosismo. Habían estado actuando de manera extraña durante una semana, y sabía bien que hablaban de ella, pues Ian no era precisamente discreto.
—Listo, recuerde tener cuidado con el vendaje, señor —dijo Elinor al anciano, quien le sonrió.
—Gracias, señorita, usted es un sol —su esposa le dio un golpecito cerca de las costillas y ambos rieron.
—Lamentamos causarle tantas molestias, señorita Elinor —la mujer sacó de su pequeño morral un cuaderno artesanal con el nombre de Elinor grabado en letras doradas—. Ya no trabajamos como antes, pero siempre la vemos escribiendo en su libreta. Esperamos que le sea útil.
—No debieron molestarse —Elinor sintió cómo le ardían los ojos. Quería llorar. No estaba acostumbrada a recibir obsequios de extraños. Durante mucho tiempo, la única que había cumplido sus caprichos, en cierta forma, había sido Fiora.
—Es un pequeño gesto de agradecimiento —la mujer sostuvo sus manos y le entregó el cuaderno—. Tiene unas manos mágicas.
—No es para tanto, disfruto ayudándolos —Elinor se sonrojó levemente. Acarició la tapa del cuaderno y luego lo presionó contra su pecho—. Muchas gracias, de verdad. Estoy muy contenta.
—Nos alegra oír eso —añadió el esposo—. Desde que llegó, la hemos visto algo cabizbaja.
—Eso es porque no encontré a la persona que vine a buscar.
Recordar su llegada y no encontrar a Fiora le había hecho temer lo peor. Había habido tantas bajas en ambos bandos que no estaba segura de si seguía viva. Había encontrado a Shikwa, pero él le dijo que no vio a Fiora en ningún momento. La única persona que podría darle algún indicio sobre su compañera era Meried, pero esta había desaparecido de la prisión hacía tiempo, junto con Celine... y su hermana.
—Estamos seguros de que pronto volverá a verla —la anciana acarició su mejilla de forma maternal, y Elinor se sintió sumamente avergonzada al oírla.
—Gracias por sus palabras de aliento —dijo Elinor, y los ancianos se pusieron de pie e hicieron una pequeña reverencia antes de alejarse.
Elinor los observó marcharse, la mujer sujetando firmemente el brazo de su esposo. No pudo evitar pensar que, en algún momento de su vida, se había imaginado en esa misma situación al lado de Zefer. Pero ahora, todo pensamiento romántico que había tenido con él se había desvanecido por completo. Agradecía haberlo amado, ya que Zefer fue la luz en su camino oscuro, el motivo por el cual nunca atentó contra su vida. Sin embargo, al reencontrarse con él hacía varios meses, entendió que no estaban destinados a estar juntos. Ahora, al ver a Zefer con Clematis, se alegraba inmensamente por ellos. Esa era una de las grandes diferencias que la alejaban de su hermana: Elinor sabía cuándo rendirse y también era capaz de sentirse feliz por los demás.
—¡Elinor! —Ian se acercó a ella, sonriendo, después de dejar a Rik cargando el resto de las tablas.
—¿Me pueden decir por qué hablan a mis espaldas? —preguntó ella, frunciendo el ceño, mientras guardaba sus pociones en su maletín médico.
—¿Quién dice que hablamos de ti? —replicó Ian, cruzando los brazos. Elinor lo miró sarcásticamente e Ian no pudo evitar soltar una carcajada—. Son ideas tuyas.
—Claro, ideas mías —murmuró Elinor, dándose la vuelta, pero Ian la detuvo cogiéndola del brazo.
—¡Espera! Quería decirte que hoy llegarán más sobrevivientes, necesito que vayas a la puerta del muro para brindar primeros auxilios.
—¡Hubieras empezado por ahí! —le regañó, mientras Ian reía.
—Bueno, lo importante es que ya te lo dije, ¿no?
Elinor puso los ojos en blanco y salió corriendo hacia el muro. Ian era una persona muy agradable, y le gustaba cómo se expresaba, pero su inmadurez la exasperaba a veces. Aunque por suerte, siempre estaba Rik para ponerlo en su lugar.
La brisa movía su larga cabellera mientras observaba el sol, que resplandecía en lo alto. Ni una nube oscurecía su brillo, y unas aves surcaban el cielo despejado, lo que la hizo sonreír.
Durante el trayecto, Elinor daba pequeños brincos de vez en cuando. A lo lejos, vio cómo las puertas del muro se abrían para permitir el regreso de los habitantes de My-Trent a sus hogares.
Al acercarse, algunos soldados la saludaron cordialmente, deseándole los buenos días, y ella les devolvió el gesto. Los niños que corrían por los senderos hicieron lo mismo, y Elinor los despidió con la mano al verlos alejarse. Era curioso ver ahora a híbridos, humanos y Hanouns convivir juntos. Aunque algunos, sobre todo los nobles, seguían mostrando resistencia al cambio, los más pequeños disfrutaban de la compañía de sus nuevos amigos sin preocuparse por la opinión de sus padres.
Cuando las personas comenzaron a pasar una por una por el portón, Elinor se recogió el cabello en un moño alto y dejó su maletín sobre una pequeña mesa cercana a una casa. Otros tres médicos ya estaban atendiendo a los heridos, y justo cuando iba a preguntar en qué podía ayudar, se quedó estática. Sus manos quietas a los lados, observó hacia adelante.
Allí, en la entrada, una mujer de cabellera castaña se había detenido. Ambas se miraron por un instante que pareció eterno. Elinor llevó las manos a su boca y comenzó a llorar al reconocerla. Corrió con desesperación hacia ella, esquivando a las personas que pasaban. Cuando llegó hasta su tan ansiada persona, la abrazó con fuerza. Siendo más pequeña, su cabeza reposó en el cuello de la otra mujer. Fiora le acarició la espalda y la sostuvo mientras ambas lloraban.
Elinor se separó ligeramente, sujetando el rostro de Fiora entre sus manos. No podía creerlo, después de tantos meses, por fin volvía a verla. Su amada Fiora estaba allí, sana y salva.
—¡Te extrañé tanto! —dijo, llorando aún más—. ¡Pensé que te había perdido, Fiora!
Fiora le sonrió con amor. Tener a Elinor nuevamente frente a ella le traía una paz inexplicable. Había estado preocupada por ella durante mucho tiempo. Su corazón se había sentido intranquilo durante su encierro en el calabozo y también mientras huía de la prisión. Tratar de encontrarla había sido difícil, como buscar una aguja en un pajar. Cuando finalmente llegó al pueblo de Ian y Rik, se enteró de que Elinor había partido para ayudar a Clematis en la batalla.
—¿Qué pasa, Fiora? —Elinor preguntó al ver su expresión. Fiora apretó los labios y, tras un momento de vacilación, sacó de su bolsillo una pequeña libreta y un pedazo de carboncillo. Escribió algo y se lo mostró a Elinor.
—¿Por qué no puedes hablar? —Elinor temblaba. Las lágrimas de alegría se transformaron en amargas lágrimas de tristeza. Fiora tomó su mano y la guió hasta una banca cercana.
Cuando se aseguró de que nadie las miraba, Fiora abrió ligeramente la boca. Elinor quedó horrorizada. El corte estaba cicatrizado por completo, pero más de la mitad de su lengua había sido cortada.
—¿Quién te hizo esto?
Fiora volvió a escribir, esta vez mostrándole un nombre. Al leerlo, Elinor sintió una ira incontrolable. Eleonor no solo le había arrebatado la vida, sino que también había herido a la persona que más amaba. Era inaceptable.
—¡Voy a encontrarla! —escupió furiosa—. ¡Debe pagar por todo lo que ha hecho!
Fiora le apretó las manos y negó con la cabeza repetidamente. Elinor no entendía lo que intentaba decirle. Eleonor la había mutilado por puro placer, le había causado un daño atroz, pero a Fiora no parecía importarle.
Fiora volvió a escribir en su cuaderno durante un largo rato y luego le mostró lo que había escrito:
«No importa lo que Eleonor haya hecho. Lo importante es que tú estás a salvo. Verte viva me trae una paz inexplicable, mi pequeña flor. Gracias por darme un hogar al cual regresar.»
¡Hola! Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que actualicé, lo siento mucho 😢. Desde la publicación del primer libro, el trabajo y la preparación del manuscrito del segundo libro, que sacaré en físico, me dejaron super estresada. Extinción siempre ha sido una historia que me ha encantado escribir; de hecho, es la que más cariño me genera. Por eso, sentarme a escribir sin estar realmente enfocada me resultaba fatal. Tuve un fuerte bloqueo, pero poco a poco estoy saliendo de él.
Me voy a poner como meta escribir al menos un capítulo por semana. Sé que están deseando leer el final de esta historia y yo también muero por escribirlo, así que iré avanzando poco a poco 😌. Muchas gracias por seguir acompañándome en este camino.
Me ayudaría muchísimo si pueden seguirme en mis redes sociales ❤️. Por ahí también informaré cuando haya una actualización, por si Wattpad no lo notifica.
¡Nos vemos pronto! Los quiero mucho. 💕
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