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Capítulo 7



Arvid

Alguna de las cosas que me parecían sensuales en una mujer era lo seguras que se mostraban de sí mismas, siendo consientes del impacto que causaban en los hombres.  Hazel era una mujer impresionante en cuanto a físico, su cuerpo curvy que llamaba a mis manos a tocarla, a explorar cada parte de él y saciarme de todo. Sentía tanta hambre por aquella mujer, por mostrarle los placeres que le ofrecía el sexo desenfrenado, podía notar lo inexperta que estaba en el tema y por alguna razón me encantaba la idea de ser yo quien la llevase a ese mundo tan poco explorado por ella. Quería inducirla a lo carnal, a estar con alguien sin necesidad de un vínculo amoroso y no salir dañado en el intento.

El dolor que ella cargaba era muy obvio para mi, bastaba con mirarla más de cinco minutos para ver a través de la muralla que intentaba poner entre sus emociones, para que estos no la dominaran por completo. Poco entendía de los vínculos amorosos, nunca llegué a entablar nada con nadie, he tenido tantas mujeres que he perdido la cuenta y ninguna de ellas me interesó para tener esa mierda que sólo llevaba a la depresión a quienes lo conocían. Un sentimiento disfrazado de oveja cuando sólo era un lobo que arrasaba con todo lo que tenías, estabilidad emocional, autoestima, entre otras cosas.

Fui testigo de como el amor acabó con mi madre y ahora veía en aquella mujer lo mismo, una profunda agonía por haber perdido a su esposo de la misma manera en que muchas perdían los suyos. Infidelidades.

Alguien carraspeó a nuestro lado, despacio me aparté de su boca en lo que ella giraba su cabeza hacia el ventanal totalmente avergonzada. Sentí tantas ganas de probar nuevamente su deliciosa boca que no pude resistirme más. Me prendía que me hubiese buscado, que hubiese pensando en mí durante estos días hasta el punto de no poder más y buscarme, de quererme de nuevo entre sus piernas y darme hasta su último aliento.

En silencio observé al camarero servir nuestras comidas para después retirarse apresuradamente, también avergonzado por habernos interrumpido.  Una buena propina se llevaría al menos.

—¡Dios! He olvidado donde estábamos —susurró volviendo a mirarme, dejando que mi mano explorara su pierna por debajo de la mesa.

—¿Qué importa? Más de alguno se habrá calentado con sólo vernos —murmuré sin dejar de tocarla hasta llegar a ese punto por encima de su pantalón, moviendo mis sexis en círculo y sintiéndola tensarse y sujetas con fuerza los tenedores para comer la pasta que tenía frente a ella.

—Arvid... —arrastró las letras de mi nombre en un murmullo que pareció más un jadeo, estaba excitada, podía sentirlo incluso por encima de su ropa —quiero... ¡Mierda!

No hizo el intento por apartar mi mano, la dejó estar como muestra de que le gustaba lo que estaba haciendo, como si estuviese calmando el fuego que se esparcía por todo su cuerpo.

—¿Quieres que me detenga? —susurré al oído presionando más ese pequeño botocito que la hizo soltar otra maldición.

—Por favor... —le costaba respirar y centrar su atención en la comida. Sonreí divertido apartando mi mano o terminaría soltando un gemido lo suficientemente alto para que los comensales a nuestro alrededor se diesen cuenta.

El color de sus mejillas se volvió más intenso cuando se fijó en mis ojos, desviándose de inmediato al invernadero hasta que el sonrojo disminuyó por completo.

—¿Algún deseo que quieras compartir, Hazel?

—Si —sonrió a medias dejando su plato y girarse a mi, inclinándose un poco para rozar nuestros labios. Un movimiento sorpresa que me fascinó —quiero repetirlo esta noche, Arvid.

Fue más clara esta vez.

Asentí levemente escaneando su mirada y encontrando una mezcla irresistible de deseo, lujuria y seducción. También ansiaba volver a explorar su hermoso cuerpo hasta saciarme por completo, normalmente solo compartía una noche con algunas mujeres, con mis favoritas podrían ser semanas enteras e incluso meses compartiendo la misma cama hasta que me cansaba y pasaba a la siguiente.

Pero aquella mujer despertaba cierto interés, en lo que podría convertirse si llegaba a tener más de un encuentro con ella.

—Tenemos un pequeño problema, Hazel —llevé la copa de vino a mi boca, saboreándolo como si fuese su elixir el que estuviese deslizándose por mi garganta.

Ladeó su cabeza interesada, frunciendo levemente el ceño como si le molestase tener un contratiempo en conseguir lo que quería. Estaba demasiado ansiosa, lo sabía por mucho que tratara de ocultarlo y mantenerse tranquila.

Tomé un mechón de su cabello entre mis dedos, volviendo a acercarme a ella, lamiendo la parte de su cuello detrás de su oreja, percibiendo como irguió su espalda y se estremeció ante el contacto.

—Que yo no quiero esperar hasta la noche —posé mi mano sobre su pierna —te quiero ahora mismo.

Me aparté sin dejar de verla con intensidad, pendiente de sus movimientos y dándome cuenta lo nerviosa que se puso, ese sonrió volviendo a aparecer dándole un toque inocente.

—¿Ahora? —soltó en un hilo de voz, mirando de mí hacia la puerta.

—Si, ahora.

Apretó sus labios pensándolo, había perdido el control de la situación, se dio cuenta y seguramente ahora se debatía si ceder o aguantarse las ganas hasta la noche. No creía que tuviera tanto autocontrol, sus ojos oscurecidos y pupilas dilatadas era la muestra de que también me deseaba ahora.

—No lo piensas tanto, hermosa. No reprimas tus deseos, por muy oscuros que estos sean.

Su cuerpo se relajó y asintió, sin esperar arrepentimientos saqué mi billetera dejando el dinero sobre la mesa para levantarme y extender una mano hacia ella. Tímida la tomó, levantándose y siguiéndome el paso como aquella vez en la discoteca, a diferencia que esta buc estaba lúcida, sin una gota de alcohol encima. Lo que lo hacía mucho mejor.

Se detuvo frente a su camioneta, acercándose demasiado sin importarle qué debía guardar apariencias.

—Te espero en la misma habitación, supongo que sabrás llegar a ella —me guiñó un ojo para después caminar al auto, moviendo sus caderas de un lado a otro con ese pantalón que le ceñía el gran y bonito trasero que tenía.

Caminé a mi auto cuando el suyo arrancó perdiéndose de vista, subí acomodándome el pantalón viendo lo que aquella mujer había causado. Era la primera con la que me enrollaba en mi llegada a la ciudad, podría decir que era lo único bueno con lo que me había encontrado en este lugar.

Conduje despacio para que ella llegase primero, escribiéndole un mensaje para detallarle cómo la quería en esa habitación, dispuesta para mi sin arandelas de ropa de por medio o acabaría destruyéndola por la fiereza que despertaba en mi aquel cuerpo de infarto.

Bajé del auto respondiendo un mensaje del abogado que me informaba que todo estaba listo para el desalojo de Saanvi, puesto que ella se negaba a salir y me lo había dicho en la cara esta mañana al pasar por el hospital. Se pensaba que era una broma y que no sería capaz de hacerlo, pero estaba equivocada, ninguna decisión que tomaba la cambiaba. No me contradecía en nada, tampoco me importaba si terminaba en la calle y sin nadie que viese por ella.

Entré al ascensor marcando el código que Hazel me envió por mensaje adjunto con una imagen de ella frente al espejo vistiendo únicamente un liguero de encaje negro, viéndose tan ardiente como una diosa del sexo. Llevé la mano a mi empalme mientras hacía un juramento silencioso de convertirla en una, de eliminar cualquier indicio de inocencia y mancharla de pecando, llevarla al éxtasis de la lujuria y moldearla a mi gusto para que sea mi amante eterna. Era la mujer perfecta para ello, de bello rostro, cuerpo curvilíneo y sin duda, una mujer que no quería saber nada de relaciones sentimentales.

«Simplemente perfecta para mi propio deleite»

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