Capítulo 6
Hazel
Llegué a la empresa de mi padre encaminándome al ascensor y marcar el último piso. Mi relación con él era bastante buena tanto en lo personal como en lo laboral, antes de hacer cualquier negocio que consideraba bastante importante me pedía opiniones y estar presentes en la firma de estos. Así como también yo hacía lo mismo con respecto a las decisiones importantes de los hoteles.
Al entrar a su oficina sonreí recibiendo un abrazo de su parte.
—¿Cómo estás, cariño? —preguntó con preocupación, escrutando cada parte de mi rostro en busca de un indicio de dolor.
—Mejor que nunca, padre —sonreí restándole importancia al asunto, ignorando el hecho de que mi corazón se sentía oprimido con el asunto tan reciente —No hay nada que tu hija no pueda superar.
Sonrió nuevamente revolviendo mi cabello yendo a sentarse de nuevo a su silla tras el escritorio.
—Eso es, mi pequeña. Te lo he dicho muchas veces, ningún hombre merece tus lágrimas, ni siquiera yo.
Asentí sentándome frente a él, cruzando mis piernas y sonriendo levemente.
—Lo sé.
El resto de la mañana la pasé a su lado, escuchando con atención cada parte de la reunión, dando opiniones hasta que llegamos a un acuerdo en la que ambas partes estuvieron complacidas.
Salí de la empresa revisando el móvil para asegurarme que no hubiera cancelado lo que podría catalogarse como una "cita". Reí ante mi propio pensamiento, era de todo menos aquello. Lo veía como un negocio más, con intereses en comunes, un ganar-ganar.
Subí a la camioneta ordenando que me llevaran al restaurante de comida italiana, en el momento en que mi móvil vibraba con un mensaje suyo.
«Estoy esperando por ti, preciosa»
Un hombre puntual y de palabra. Me gustaba.
Al no encontrarnos tan lejos del lugar sólo demoramos quince minutos en llegar al restaurante, bajé de la camioneta al verlo afuera, recostado sobre su hermoso deportivo, vestido con un elegante traje azul marino, sin corbata y con unos lentes de sol oscuro. En su mano sostenía un cigarrillo, mientras la otra descansaba en su bolsillo dándole un aire de despreocupado.
—¡Holaa! —saludé llegando a su lado, emitiendo una pequeña sonrisa y fijándome en sus labios apresando el cigarrillo para segundos después expulsar el humo viéndose tan candente.
—Tardaste, hermosa Hazel —sonrió de lado repasándome con sus ojos sin ningún disimulo —luces perfecta.
—Lo sé —volví a sonreír, se deshizo del cigarrillo lanzándolo al suelo y deshaciéndolo con la suela de su zapato —¿entramos?
—Después de ti.
Caminé por delante sintiendo el peso de su mirada sobre mis glúteos, de pronto mis piernas se sintieron como gelatina y por un momento olvidé como se caminaba correctamente. Era increíble cómo lograba ponerme nerviosa con sólo imaginarlo mirándome cuando nunca reaccioné así con las miradas de los hombres, sólo con la de Emmett y ahora con la suya.
La joven recepcionista nos guió hasta la mesa reservada, cerca de la ventana que daba vista a un hermoso invernadero con estanques. La mejor parte del lugar, una de las razones por las cuales amaba ir allí.
—Bonito lugar —comentó perdiendo su vista en las plantas.
—Lo definiría como encantador —sus ojos volvieron a fijarse en mi, penetrándome hasta el alma con ella —este lugar es como un refugio para mi. Podría trabajar durante horas aquí y no las sentiría, pierdo la noción del tiempo cuando algo hermoso me rodea.
Alzó sus cejas comprendiendo la doble intención de mis palabras. No tenía problemas con soltar halagos a un hombre, tampoco en ser la primera en tener iniciativa aunque con él... parecía ser siempre quien la tenía.
—Ya veo. Me da curiosidad... —relamió sus labios ganándose la atención de mis ojos en ese pequeño gesto —saber si quisiera volver a perder la noción del tiempo o sólo está aquí para agradecerme de haberle dado la mejor noche de su vida.
Llevé mi cabello para atrás apartándolo de mi rostro, recargando mi cabeza sobre las palmas de mis manos y sonreír inocentemente.
—No lo sé, lo averiguaré.
—¿No sabe? O... ¿tiene miedo de ser rechazada?
—No le tengo miedo a nada, Arvid —saboree su nombre, soltándolo despacio —y dudo mucho ser rechazada. Me basta con notar cómo me mira para poder asegurarme que no soy la única que lo desea. Usted lo hace, ¿me equivoco?
Guardó silencio por lo que parecieron unos minutos, sin despegar sus ojos de los míos, su azul fundiéndose con el gris de los míos en una batalla de quien seducía primero, quien caía en la tentación antes que el otro.
—No se equivoca —contestó al fin recargándose sobre el respaldar de la silla.
El camarero irrumpió nuestra conversación justo cuando empezaba a ponerse interesante. Elegí lo de siempre y él decidió pedir lo mismo, alegando que confiaría en mi bien gusto.
—Y bien, hermosa Hazel, ¿me dirás porque me dejaste solo en esa habitación de hotel? —la sonrisa de medio lado me hizo querer soltar un suspiro ensoñador, querer abalanzármele encima para besarlo de nuevo y volver a sentir las mismas sensaciones de aquella noche que no quería salir de mi cabeza. Mi cuerpo erizándose con solo recordarlo, deseando volver a sentir lo mismo y hacerme olvidar por al menos unas horas el dolor que me guardaba en mi interior, el que poco a poco desgarraba mi alma al no dejarlo salir.
«Guardar tus emociones te convierte en una bola de tiempo, Hazel.» las palabras de mi psicóloga resonaron en mi cabeza.
—Quería evitar escuchar las típicas palabras de un hombre que obtuvo lo que quería.
Alzó sus cejas con sorpresa.
—¿No es algo mutuo? Si pasa, es porque ambas partes así lo desean.
—Cierto, quizá, no supe cómo sobrellevar la situación.
No mentía en ello, mi experiencia con amantes era nula. Las veces que tuve sexo toda la noche fue con mi novio y esposo, despertando a la mañana siguiente con besos amorosos, palabras bonitas y abrazos.
—Comprendo, pero... —volvió a soltar su sonrisa ladeada por unos pequeños segundos —voy a aceptarte las disculpas si no lo vuelves a hacer.
—"Vuelvo a hacer" —repetí las palabras sonriendo, ruborizando mis mejillas sin saber que decir a continuación. Dudosa si llegase a soltar unas palabras inadecuada que llevara a la borda lo que quería para esta noche —¿quiere decir que desea rememorar el fin de semana, Arvid?
Sus ojos bajaron de mi boca a mis senos, deteniéndose demasiado tiempo en ellos como si evocara aquellos momentos cuando los apresaba con fuerza, jugando con ellos, saboreando mis aureolas con su lengua, apresando su...
—Si —su voz sonó más ronca, se inclinó sobre la mesa para acercar su boca a mi oído y susurrar lo que me puso a arder en cuestión de segundos —no me gustan los rodeos, Hazel, realmente deseo volver a follarte como una bestia, que vuelvas a arañar mi espalda como una maniática y a gemir tan alto como una gata encelo.
»Escucharte suplicar por más, verte retorcer sobre las sábanas delirando por mi, verte en tantas posiciones sean posibles y explorar tu hermoso cuerpo con mi boca. Succionar ese delicioso sabor entre tus piernas, llevándote al cielo y al infierno al mismo tiempo. ¿Quieres que hago eso, Hazel?
¡Dios, si! Mi imaginación había volado a medida que soltaba aquello, apretando mis piernas y sintiendo la humedad que me delataba. La lujuria era algo que no podía controlar, esa necesidad exacerbada por vivir cada momento placentero que sabía que él podría cumplir.
—Si, quiero eso y lo quiero ahora, Arvid —solté su nombre en un pequeño gemido, en un instante lo tuve a mi lado tomándome del mentón y pegando sus labios en los míos, apresándolos con frenesí, enredando sus manos en mi cintura y glúteos. Había tanto deseo en aquel beso que por un momento olvidé que estábamos en un lugar público, olvidé que estábamos ahí para tener un almorzó amistoso y tal vez proponerle que me visitara esta noche pero aquella declaración de lo que quería conmigo me enloqueció, cegó mi raciocinio y lo cambió todo.
Aquel hombre que todavía era un completo desconocido me ponía a arder, me hacía sentir más placer con un sólo beso que las últimas veces que estuve con Emmett. Él era lo contrario, me quemaba con su toque, me contagiaba del fuego que lo recorría y me hacía desear caer en las redes de la seducción, en lo tentador que era el pecado.
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