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Capítulo 5


Hazel

La simplicidad de las cosas muchas veces era maravillosa, como disfrutar del atardecer desde la azotea de un gran edificio en la Gran Manzana, dejando que el aire azote mi cabello y una refrescante Margarita en mis manos. Sin preocupaciones, sin que nadie esté reclamando por un tiempo que no tengo y que en lugar de darme apoyo sólo me... ¡Maldición! «¿Por qué todos mis pensamientos terminaban en el mismo punto? ¿Por qué la traición de ese bastardo seguía taladrando mi mente? ¿Por qué el corazón era tan estúpido?».

Mi momento de paz se vio afectado por la dirección de mis pensamientos pero es que la ira de haber estado tanto tiempo con alguien, siendo ciega cuando sólo me clavaban navajas en la espalda. Sacudí mi cabeza ante la frustración del tema, ante lo reciente que estaba el asunto de mi separación y por mucho que creyera que estoy superándolo en realidad no lo hago. Sólo doy un paso para retroceder dos, la aventura de una noche que creí me serviría para distraer mi mente, para relajarme y volver a concentrarme en mis negocios no había funcionado del todo. No cuando veía las marcas de lo pasional que fui cada vez que veo mi cuerpo desnudo frente al espejo, cuando en cada momento se me vienen escenas de lo vivido, del éxtasis tan inmenso que me hizo delirar, que hizo desear que aquello no acabara nunca. Arvid era de esos amantes que no fácilmente se olvidaba, de los que obsesionaban con un solo momento, con un solo beso, con un solo toque. Él era como el infierno, tan atroz y seductor. Era el pecado personificado y no me cansaría de repetirlo.

Frustrada regresé a mi oficina, no tenía nada que hacer, eran alrededor de las ocho de la noche y ahí estaba, sin un plan para despejarme. Me había sumergido en el trabajo por tanto tiempo, en sostener un matrimonio roto que me olvidé de socializar, de salir a divertirme y dedicar tiempo para mi.

Pero esos días se acabaron.

Decidida tomé mi bolso para bajar a mi habitación y cambiar mi vestuario por algo más sensual, diferente a lo que solía usar en el trabajo, prendas que dejaran al descubierto mis largas y gruesas piernas, que resaltará cada una de mis curvas porque el tiempo en que ocultaba mi figura para no tener tanta atención masculina había acabado.

Sonreí frente al espejo jurándome no volver a caer en el mismo hoyo nunca, que volvería a caer en los estúpidos engaños de un hombre. Nadie valía tanto como para cambiar nuestra esencia, para dejar de ser quienes somos sólo para complacer a un hombre inseguro. Porque eso es lo que era Emmett, un hombre que se sintió menos, que tuvo miedo que alguien mejor me conquistara, aprovechándose del amor que le tenía para manipularme a su antojo.

No más.

Salí moviéndome con sensualidad, llamando la atención de hombre y mujeres en mi caminata al bar del hotel mientras alzaba mi móvil para hacer una llamada. No veía porque tenía que reprimirme por querer otra probada de lo que tuve hace dos días.

—Fede, querido —ronronee a mitad del vestíbulo —¿qué tal todo? Oye quiero un pequeño trabajo que seguramente no te tomará mucho tiempo.

Escuché su sensual risa al otro lado de la línea, había conocido a Fede en la universidad, un amigo que se dedicó a ser investigador privado en sus tiempos libres.

—Te escucho...

—Su nombre es Arvid, el tipo que salió conmigo en el periódico de ayer —nuevamente soltó una pequeña risa —quiero saber quién es él y dónde puedo encontrarlo o contactarlo.

—¡Vaya! ¿Tan bueno estuvo que no te dio ni tiempo de preguntar su nombre?

Solté una pequeña carcajada, no podía discutir eso pero no fue así como sucedió exactamente. El ardiente Arvid se las dio de misterioso y no me dio más que su nombre.

—Tú sólo investígalo, pagaré bien.

—Me interesa tu oferta.

—La paga que quieras y una semana en mi isla privada, puedes llevar a quien quiera.

—Interesante, me quedo sólo con la semana en la isla. Mañana a primera hora te haré llegar todo —podía asegurar que había guiñado un ojo.

—Perfecto.

Corté la llamada mordiendo mi labio inferior, conteniendo una sonrisa que me provocaba el sólo imaginarme volver a verlo. Era un hombre interesante y más con su aire misterioso.

Llegué al bar yendo a la barra y bebiendo algo de alcohol para animarme a entrar a la pista de baile y mover mis caderas al ritmo de la música dejándome llevar y cerrando mis ojos imaginando sus grandes manos sujetar mis caderas mientras movía mis caderas contra su pelvis, su boca pegándose a mi cuello, sintiendo su respiración chocar contra mi piel, erizándome y enviándome descargas eléctricas.

«¡Dios! Realmente lo deseaba mucho»

Subí a mi habitación pasada la media noche, cansada me lancé sobre la cama sonriendo como una maniática al pensar que posiblemente mañana volvería verlo, que quizá la siguiente noche volvería a tenerlo para mi. Con eso en mente me quedé dormida hasta el día siguiente, al ser día laboral me levanté temprano para prepararme a cumplir los compromisos que tenía.

Me vestí con un traje de diseñador en color marfil, luciendo formal pero con un toque sexi al dejar entrever el inicio de mis senos sujetos en un corsé del mismo color. Sujeté mi cabello en una coleta alta y culminé mi maquillaje pintando mis labios con un gloss rosa bastante natural.

Tomé mi bolso saliendo fuera del hotel y encaminarme a la empresa de mi padre, habría una reunión importante con algunos nuevos inversionistas y me pidió estar presente. Subí a la camioneta en lo que revisaba el correo desde mi móvil, alcé mis cejas al encontrarme con la información que requería.

«Has mejorado tus gustos» había escrito Fede adjuntando un guiño de ojo. Al ver las imágenes de Arvid provocó un pequeño sonrojo en mis mejillas y una pequeña sonrisa tirar de mis labios.

La belleza de aquel hombre era indescriptible, podría compararla con la que eran descritos los dioses. Su altura era lo que más me fascina, debía mediar cerca de los dos metros. Mis ojos se desviaron al informe extendido de sus datos, incluidos números de teléfono, la empresa donde trabajaba y... me atraganté con mi propia saliva al leer su apellido volviendo a releer unas tres veces más para asegurarme de no haberlo hecho mal.

Arvid Dethlefsen, dueño de una importante empresa petrolera y de consorcios de gran renombre. El hombre con el que me había acostado no era cualquier empresario en ascenso, no, era uno muy bien posicionado en su rubro. Mi riqueza ni siquiera se podría compararse a la suya, sería una burla para los billones que ese hombre poseía sin contar las influencias en dichos gobiernos.

Sacudí mi cabeza y reí con ironía, había llevado un hombre a mi cama sin tomarme el tiempo en averiguar quién era, olvidándome que podría estar casado y provocarle un dolor a otra mujer igual al que viví. Con un suspiro y con un leve temor de que fuese así, seguí bajando a la información que me interesaba pero estaba sin datos.

Hice una mueca incrédula de que un hombre como él no estuviese casado, era extraño. Tenía treinta y siete años, apuesto y con una gran fortuna, un hombre ideal para cualquier mujer.

Copié su número de teléfono para marcarme, no era una mujer tímida y para nada me avergonzaba hablarme.

Uno, día, tres tonos...

—Me preguntaba cuánto tiempo te llevaría llamarme, Hazel —su voz sonaba igual de profunda a como la recordaba —No has tardado tanto como pensé.

—No imaginaba que tuvieras tanta seguridad de que llamaría —sonreí abiertamente —que placer volver a escuchar tu voz.

—Lo mismo digo, preciosa —mordí mi labio inferior —¿puedo saber el motivo de tu llamada? ¿Será para disculparse por haberme dejado solo aquella mañana?

—Pueda ser —perdí la mirada en la ciudad, atascados en el tráfico de esta. A veces prefería andar por las aceras, intuía que demoraría menos —¿Con un almuerzo bastaría para que me disculparas?

Escuché su ronca risa al otro lado, poniéndome más nerviosa de lo que estaba.

—Podría funcionar.

—¿Estás libre hoy? A mis ojos le placerían tener que contemplarte una vez más —«¿de dónde había salido tanta desinhibición?» —¿qué dices?

—El placer se los llevan los míos, pero será inevitable verla y no recordar en la forma que la contemplé hace unas noches, señorita Lougthy —apreté mis piernas acomodándome de diferente forma —¿Lo recuerda?

—Sería imposible no hacerlo, señor Dethlefsen —al pronunciar su apellido soltó otra pequeña risa.

—Veo que me ha investigado muy bien. Interesante... —murmuró lo último —esperaré los datos del lugar al que piensa invitarme almorzar, Hazel.

—Se los enviaré en un momento. Cómo lo dije anteriormente, será un placer volver a verle. Hasta entonces, señor Dethlefsen.

—Hasta entonces, Hazel.

Corté la llamada enviando los datos de mi restaurante favorito, envidando también la información a mi secretaria para que hiciera una reserva. Aspiré con fuerza tratando de que mis manos no temblaran ante el pequeño nerviosismo que me provocaba volver a tenerle de frente y esta vez con todo el esplendor del sol.

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