Capítulo 19
Hazel
Dimos un recorrido en uno de los coches de golf, el lugar era impresionante y el rugido de las olas la melodía más hermosa. La playa me daba paz y lograba relajarme y olvidarme de todas mis frustraciones. Claro estaba que el hombre a mi lado era la razón principal para mi tranquilidad.
Nos detuvimos en una zona lejos de la mansión y donde no había personal a la vista, unas grandes palmeras brindaban algo de sombra, se movían al compás de la brisa al igual que mi cabello. Bajé sin esperarle y caminé en silencio hasta la orilla para mojar mis pies en el agua, fijando mis ojos en el inmenso azul.
—¿Sucede algo? —preguntó a mi oído, rodeando con sus brazos mi cintura y pegando mi espalda a su pecho.
—No, es solo que... —guardé silencio.
—¿Qué cosa?
—Olvídalo —sacudí la cabeza —no quiero llenarte de mis problemas, así como tampoco quiero que pienses que soy una frustrada que supera el pasado.
—¿Por qué asumes esas cosas? Sólo dilo, Cherry.
Dejé salir un suspiro y toqué su mano entrelazándola con la mía. Me sentía tan tranquila y esa sensación de confort con aquel hombre que prácticamente no conocía. Si, nos llevábamos bien en la cama pero temía que la pasión nublara mis sentidos y no me dejara pensar con la razón.
—Es sólo que me siento tonta porque a pesar de que siempre me sentí una mujer inteligente e independiente no era nada de eso. Al final era una más dominada por un marido machista, que controlaba mi manera de vestir, de hablar y de ser. Quizá... quizás esa era la razón por la que prefería estar lejos y nunca en casa.
>Y sé que debería olvidarme ya de eso y vivir la vida como no lo hice antes pero es difícil y hay momentos... bajones en los que me pregunto si... —volví a sacudir la cabeza sonriendo con ironía, no, no terminaría de decir aquello y quedar completamente expuesta a él o cualquier persona.
—Pero decidiste cambiar, ¿no es así? —sus labios descendieron a mi cuello depositando un pequeño beso —eso no te hace tonta, lo serías si hubieras seguido en la misma situación, si en lugar de divorciarte lo hubieses perdonado. No le has dejado nada de lo tuyo, es normal que en alguna etapa de nuestras vidas nos dejemos llevar por sentimientos y hagamos las cosas mal.
—No quiero volver a equivocarme de esa manera.
—Pues no lo hagas. No te atormentes más con esos, hemos venido aquí a olvidarnos de todo, ¿no es así? —me giró para quedar de frente a él.
—Si —sonreí y me incliné tirando de su cuello y alcanzar sus labios con los míos y unirnos en un beso tan intenso como cada uno de los que nos dábamos.
—La oferta sigue en pie, solo necesito nombres —negué sutilmente a la sugerencia y volví a unir nuestros labios —si cambias de opinión...
—Te lo diré —sonreí apartándome de él y girándome a la playa, dejando que el viento se llevara toda esa energía negativa —me he comprado una casa, ¿debería habilitar una habitación como la que tienes en la tuya?
Sentí su mano descendiendo de mi cintura a mis glúteos, su aliento chocar contra mi cuello ocasionando que mi piel se erizara por completo.
—Mmm no, prefiero tenerte en mi casa —reí y ladee mi cabeza para verle.
—¿Por qué?
—Me gusta verte por ahí.
—¿Por qué? —volví a preguntar.
—No lo sé, cherry, solo me gusta.
Me separé de él caminando de regreso al vehículo, cogí el móvil sintiendo su mirada sobre mi.
—¿Qué tan buen fotógrafo eres? —le tendí el móvil.
—Soy bueno en todo —sonrió con arrogancia —y más cuando se trata de ti.
Mi sonrisa se ensanchó y posé un rato para él, sintiéndome sexy ante su vista, sintiéndome en confianza al poder ser yo misma sin ser juzgada. Al final cogí el móvil para fotografiarnos a ambos, besándolo, acariciándolo o solo admirándolo. Nada forzado, me salía natural y era algo que me gustaba demasiado, me fascinaba.
—No lo publicaré, si te lo preguntas —le dije cuando acabamos y nos tumbamos sobre una toalla en la arena.
—No es como que me molestara que lo hicieras —se encogió de hombros —ya nos han visto juntos, ¿recuerdas?
—Si, pero soy fiel creyente de que las cosas se disfrutan más cuando son privadas. No quisiera saber opiniones públicas, quiero ser tan egoísta que solo quiero esto para mí.
Recargué mi cabeza sobre su pecho, mi mano deslizándose por su abdomen y una de mis piernas descansando sobre las suyas. Y su mano cubriendo mi trasero, o parte de él.
—¿Quieres contarme algo de ti? —murmuré luego unos minutos en silencio.
—¿Qué quieres saber? —hizo una pequeña pausa —Sabrás mucho luego de que me investigaste.
—La verdad es que sé nada de ti. ¿Cuánto tiempo te quedarás en la ciudad?
—Noruega es mi hogar, más que este país, así que no será tanto tiempo.
—Así que tendré que viajar a Noruega, ¿eh?
Su pecho vibró ante su risa.
—Es así, tendrás que preparar tu precioso trasero —le dio una pequeña palmada —te gustará.
—No lo dudo.
Que estuviéramos haciendo planes a futuro me daba cierto sentimiento de tranquilidad, el no ser la única que pretendía continuar este desenfreno tan malditamente delicioso.
Poco a poco iba dándome cuenta que no se necesitaba "amar" a una persona para pasarla bien, para sentir paz y sentirse bien con uno mismo. No tenía miedo, para nada, porque no había motivo para sentirlo cuando ambos teníamos claro lo que queríamos y lo que no.
Solté una carcajada cuando de repente me vi alzada en sus brazos, llevándome hacia el agua y sumergiéndonos en ella. Estaba fría, refrescándome de inmediato y relajando aún más mi cuerpo. No me solté de su cuerpo, entrelacé mis brazos detrás de su cuello y con mis piernas rodeé sus caderas mientras sus grandes manos sujetaban con firmeza mi trasero. Mis ojos no se apartaron de los suyos, fundiéndome en ese azul tan hermoso y único para mí. Me deleité admirando sus hermosos rasgos y me vi seducida por su encanto, inclinándome hacia sus labios y rozando con su incipiente barba. Me encantaba, todo él me fascinaba.
Tomé el control al envolver sus labios con dureza, pegando mis pechos al suyo y dejando escapar un pequeño gemido que fue ahogado en su boca. Removiéndome en su cintura a sabiendas de lo que provocaba, quería más, siempre quería más de él.
«Adicta» Si, estaba adicta a él y a lo que me hacía sentir.
Comparar a este hombre con otro era un crimen porque nadie se le igualaba. No solo era su belleza masculina sino su aura dominante y poderosa.
—Si sigues así no me controlaré, Cherry —soltó contra mis labios con la voz más grave de lo normal.
—¿Y quien quiere que te controles? —murmuré dejando sus labios y besar su cuello, embelesada con su aroma. Era increíble la manera en la que mi cuerpo reaccionaba a su toque, la manera en la que vibraba como quien reconocía a... su dueño.
Me dejé llevar por la ambrosía de sus besos, embelesada con su toque, de sus grandes manos y musculosos brazos sosteniéndome de los muslos mientras se hundía en mí en medio del agua, siendo aquel lugar paradisiaco testigo del deseo desenfrenado. De aquello que ya no podía controlar y que por alguna razón, me gustaba porque por primera vez sentía que le pertenecía a alguien. Un sentir que por más tonto que pareciera lo había buscado por tanto tiempo en alguien que no podía dármelo. Había encontrado al hombre que con su energía masculina hacía más femenina a la mía.
—Arvid... —arrastré su nombre en el momento en que algo explosionaba dentro de mí ocasionando que arquera mi espalda y elevara el mentón hacia el cielo, cerrando los ojos y enterrando con fuerza la yema de mis dedos en sus hombros en el momento en que un grito cargado de satisfacción saliera de mi.
—Joder —jadeo con la voz muy grave —pareces la mismísima Freya.
Lo último no lo comprendí al decirlo en un idioma desconocido para mí, pero se escuchó tan malditamente sexy.
—¿Qué idioma es ese? —pregunté bajando de su torso sin soltarme de sus hombros, mis piernas temblaban como gelatina.
—Danés —rió al notar mi debilidad —¿quieres regresar a la arena?
Negué con mi cabeza, quería nadar un poco antes de volver, el agua era una delicia.
—¿Y qué fue lo que dijiste? —inquirí mirándole a los ojos sin dejar de sonreír, sintiendo algo en mi pecho que me hacía sentir... feliz, si eso era felicidad.
—Qué parecías la mismísima Freya, sensual y letal a la vez.
—¿Letal? —arqueé una ceja —No mato una mosca, Arvid.
—Tienes una belleza letal, Hazel —alzó una mano para acariciar mi mejilla —tanto que podrías poner de rodillas hasta el hombre más poderoso del mundo.
Sonreí con timidez, bajando la mirada y sintiendo el fuego en mis mejillas. Ningún hombre me había halagado de tal manera, sólo él.
—Un día te mirarás al espejo y por fin verás lo que realmente eres —alzó mi barbilla —. Tú no eres mujer para "hombrecillos", no, tú fuiste hecha para dioses.
Culminó besando mis labios de la forma más profana posible. Algo que estaba muy lejos de ser delicado y tierno, algo que me hacía sentir realmente viva.
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