Capítulo 2: sombras
Abro los ojos y la luz se cuela por la ventana, tiñendo todo de un color dorado casi relajante. No sé qué hora será, pero está claro que con lo sucedido ayer hoy los guardias no pasarán despertándonos como de costumbre. Mis parpados cansados intentan cerrarse, pero risas invaden mi habitación y mi cuerpo por inercia se tira de la cama y busco de dónde provienen.
Mis ojos se mueven de un lugar a otro buscando el nacimiento de ese sonido, pero no están por ningún lado. Es más, no se han mostrado ante mí desde ayer en la tarde cuando el guardia falleció y solo he podido escuchar sus risas después de lo ocurrido con Alizee.
Algo toca mi hombro y mi vista se va directamente a mi costado, pero mirando mi hombro me doy cuenta de que esta mojado, como si me hubiera caído agua. Mi mente por un minuto se pausa y alzo mi cabeza hacia el cielo de mi habitación, y sobre mí están las sombras paradas como si la gravedad ni las leyes de la física existieran, poniendo a prueba los conocimientos de la humanidad.
Mis piernas, como si estuvieran hechas de piedra, no se mueven ni un milímetro, pero mi mente grita que escape a toda prisa. De un momento a otro las sombras caen frente a mí y quedan a centímetros de mi rostro. Una de ellas me observa de frente mientras que la otra ruge a mis espaldas. Cada vez que se acercan puedo notar más detalles en sus figuras espectrales, veo lo delgadas que son y lo muy parecido que tienen sus cuerpos al de los humanos, pero sobre todo ahora distingo que sus cuerpos son más sólidos de lo que parecen de lejos.
— ¿Cuál es tu mayor deseo, mocoso? —exclama la sombra frente a mí y mi sangre abandona mi cuerpo por un instante deteniendo mi corazón y pensamientos.
"¿Cómo es posible que una sombra me hable?", es lo primero que pienso. Ellas únicamente me han acosado día y noche desde que tengo memoria, y nunca hablaron ni exclamaron algo que tuviera el más mínimo sentido.
— ¿Cómo es que pueden hablar?, llevo años con ustedes y nunca habían exclamado nada más que quejidos.
Las sombras gruñen al unísono y comienzan a girar en torno a mí como si de fantasmas se tratasen. Mis ojos no pueden seguirles el paso y no sé cuál es cual. De pronto una de ellas atraviesa mi cuerpo como si fuera humo, y salió por el otro lado mientras reían. Mi mente se llenó de imágenes de muerte y asesinatos, me mostraban a personas que nunca había visto morir de las maneras más atroces, veía mujeres siendo violadas mientras eran golpeadas en el rostro hasta morir, niños siendo abiertos estando vivos y consientes para extraerles órganos y hombres siendo apuñalados vivos mientras observaban como violaban y mataban a sus mujeres e hijos. Mi estómago no para de revolverse y, sin poder evitarlo, devuelvo todo su contenido, dejándome la sensación a bilis en la boca y con la necesidad de seguir vomitando hasta botar mi estómago por completo. Las imágenes eran tan reales que pareciera que estuviera frente a esas personas viendo como sufrían sin poder apartar los ojos; intentaba cerrar los ojos, pero las imágenes corrían por mi mente como si fueran recuerdos propios. De un momento a otro, mi mente y conciencia se van esfumando y pierdo el sentido.
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Un sonido de tarareo llega a mis oídos. Es una canción que he escuchado antes, mucho antes de llegar aquí.
Abro los ojos y veo mi ventilador girando en el techo. Me levanto y me encuentro en mi habitación, pero no la del hospital psiquiátrico, sino la de mi hogar, el hogar donde crecí.
— ¿Salem, aun no estás listo? Se nos hará tarde, cariño.
La voz de mi madre resuena en toda la casa. Mi madre, aquella que no he podido ver en casi 5 años. Me aproximo al espejo que pende de mi pared y me doy cuenta de que tengo 10 años otra vez.
Intento procesar lo que ocurre, pero mi mente piensa que todo lo que he vivido hasta ahora pudo haber sido solo un sueño. Nada más que un sueño. Salgo corriendo de mi habitación y me encuentro con mi padre cruzando el corredor.
—Ten cuidado, Salem —exclama mi padre—. No queremos que te pase nada antes de ir al parque de diversiones.
Mi padre estaba frente a mí, con su cabello negro peinado hacia atrás, sus gafas redondas y su camisa color blanco invierno que combinaba con sus pantalones café, tan planchados que pareciera que fueran recién fabricados; sus zapatos lustrosos que casi podías verte reflejado en ellos y su expresión apacible que lo caracterizaba. Por otra parte, mi madre era todo lo contrario a mi padre; era extrovertida, emocionalmente activa y con un sentido de la moda un poco estrafalario mientras combinaba sus camisas con faldas de colores, o vestidos de lujo con chaquetas de cuero cortas. Su forma de ser atraía mucho a las demás personas y sobre todo te daba un aire de protección que te hacia ver el mundo de otra forma.
Continúo bajando las escaleras junto a mi padre mientras este veía su teléfono como siempre. Llego a la cocina y mi madre está ahí con su remera blanca vieja que tanto le gustaba, sus pantalones de mezclilla y un delantal todo manchado, su cabello castaño desalineado y su rostro moreno lleno de harina mientras me regalaba una sonrisa.
Mis lágrimas fluyeron y empaparon mis mejillas mientras veía a mis padres una vez más.
— ¿Qué sucede, Salem? —pregunta mi madre mientras mi padre me mira desconcertado.
Levanto la mirada para ver a mis padres y decirles que estoy feliz de verlos, cuando descubro que estoy solo ahora. Mis padres no están y la cocina esta desierta.
Busco en todas partes, pero no hay rastros de ellos. Me dirijo hacia la calle para ver si están en el jardín, pero al cruzar la puerta me encuentro en la escuela junto a un niño tirado en el suelo con la nariz sangrando. Intento ayudarlo a pararse, pero este me mira con ojos de terror y grita llamando a su mamá. De pronto una de mis maestras de ese entonces me coge del brazo y comienza a jalarme hasta llegar a una puerta café inmensa.
Ingreso a la habitación y me doy cuenta de que es la oficina del rector, y mis padres se encuentran ahí sentados frente al rector, quien me mira con ojos vacíos, carentes de emoción. Mis padres por su lado no me miran y solo mantienen sus cabezas apuntando hacia el suelo.
Me acerco a ellos para saber qué es lo que sucede y mi padre me exclama que me aleje y me quede donde estoy, mientras que mi madre me observa de reojo sin decir nada con una mirada de tristeza y miedo.
— ¿Qué sucede aquí, mamá? —exclamo, pero sin respuestas de ella.
— ¿Te parece poco haberle roto el brazo a uno de tus compañeros? Y ahora cuando estamos llegando a tu escuela. Nos informan nuevamente que golpeaste a un compañero hasta romperle la nariz.
Mi padre se pone de pie frente a mí y su mirada me da la sensación similar a cuando las sombras de mi sueño estaban cerca de mí.
— ¿Papá, de que estás hablando?, yo no le he hecho nada a nadie. Acabo de llegar a la escuela.
Una bofetada por parte de mi padre gira mi rostro casi hasta botarme al suelo. Levanto la mirada y veo el rostro furioso de mi padre, llorando frente a mí con su mano en alto, sin perder la postura. Mi madre, detrás de él, aun sentada lloraba cubriendo su rostro y el director intentando consolarla mientras mi maestra hacía como si nada estuviera pasando. De pronto escucho risas a mí alrededor y sin darme cuenta, estoy frente a mi casa y al mirar mi reflejo en el espejo del carro de mi padre, veo que tengo la apariencia de cuando tenía 13 años.
— ¡¿Qué mierda está pasando aquí?! —grito al cielo.
— ¿Recién llegando a casa y ya hablando groserías, Salem? Creo que tus padres se decepcionarán de ti.
Volteo para ver de quien es esa voz nostálgica, y veo a una chica alta de cabello negro azulado y ojos miel, quien sostiene un morral celeste. Lleva una camiseta verde agua con unos shorts de mezclilla ajustados.
—Deja de mirarme así, pervertido. Somos casi hermanos —al escuchar supe quién era, supe reconocer su rostro con mejillas pecosas y ahora enrojecidas.
Era Kaya, mi vecina y amiga de la infancia. Ella y yo tenemos la misma edad y siempre estuvimos juntos desde que tengo memoria; siempre que me encontraba en problemas podía contar con ella y su apoyo en los peores momentos. Era una gran amiga y hermana. Mi niñez fue buena, pero sin ella no creo que me hubiera convertido en lo que soy.
Unas risas inundan mi mente y comienzo a arrodillarme de dolor mientras Kaya se aproxima a mí, preocupada por lo que me está sucediendo. Observo a Kaya y las sombras están detrás de ella riendo y gimiendo, mientras acarician su cabello con sus huesudas manos negras. Con un grito espontaneo alimentado por la ira y el coraje, corro en dirección a Kaya, quien se encontraba desconcertada por mí y la expresión demoniaca en mi rostro ya deformado por la ira. Corrí para apartarla de las sombras, pero ella intentó escapar de mí cruzando la calle. Mis piernas no fueron lo suficientemente rápidas y ella se alejó de mí y de las sombras, dándome un leve aire de satisfacción por protegerla de las sombras, quienes reían al lado mío.
Ingreso a mi casa y mi padre está frente a la puerta y me propina una bofetada que hace fluir un tibio riachuelo carmesí por mi labio inferior.
—Vete a tu habitación y no salgas hasta que reflexiones sobre lo que intentaste hacerle a Kaya —al parecer, mi padre había visto como corrí en dirección a Kaya y le dio una impresión diferente a lo que intentaba hacer.
Subí por las escaleras y me encontré frente a mi madre quien, desviando la mirada de la mía, bajó por las escaleras mientras una lágrima casi imperceptible corría por su mejilla. Me adentré al interior de mi habitación y ahí estaban las sombras, paradas sobre mi cama con sus miradas fijas en mí.
— ¡¿Qué es lo que quieren de mí, malditas desgraciadas?! —grité vaciando mis pulmones mientras mi rostro se entibiaba por el fluir de lágrimas debido a mi impotencia.
Pasos se escuchan subir por las escaleras y sé que es mi padre quien viene a golpearme para que deje de gritar. Parece que la única interacción que tengo con él es cuando me golpea para castigarme. Escucho sus pasos detenerse frente a mi puerta y observo mi perilla girar mientras las sombras chillan descontroladas a la espera de mi golpiza; la puerta se abre de golpe y una luz me enceguece momentáneamente.
Al abrir los ojos me encuentro frente a un juez, quien me mira inamovible. A mí alrededor se encuentran personas que nunca había visto, pero en la esquina, muy al fondo de la sala están mis padres. Intento acercarme a ellos para pedir que me digan qué sucede, pero un guardia me empuja de vuelta a mi posición original.
Las risas inundan la sala y entre las personas distingo a las sombras sentadas mientras se burlan de mí. Mis padres se paran y salen de la sala y el juez pregunta "¿Cómo se encuentra el acusado?"
—Su señoría, ni siquiera sé porque estoy acá. He estado hace apenas unos segundos en mi habitación, esperando a mi padre y yo... —el juez interrumpe mi declaración con unos fuertes golpes de su martillo y se inclina sobre su escritorio.
— ¿Me estás diciendo que no sabes por qué estas acá? —pregunta el juez apoyando su martillo en su rostro.
—Sí, su señoría, ni siquiera sé qué fecha es hoy.
—Déjame que refresque su memoria, joven Salem —exclama el juez mientras saca un documento de debajo de su escritorio—. El sujeto denominado Salem Ramael, de 15 años, fue encontrado de pie junto al cuerpo de la joven de 15 años llamada Kaya Flawer, de la misma edad que el acusado. La víctima, "Kaya", se encontraba tendida con una herida cortante en su rostro y con múltiples heridas en el cuerpo, mientras que el sospechoso tenía sus manos con magullones y pequeñas manchas de sangre.
Mi mente se torna en blanco ante la noticia y lo único que puedo exclamar son preguntas mientras el juez mi mira confundido: "¿Dónde está Kaya?, ¿está bien?, ¿está viva?".
El juez me mira con intriga y me contesta que está hospitalizada sin riesgo vital.
Mi pecho sufrió un desahogo como nunca lo había tenido y mis piernas flaquearon ante mi peso.
—Dime una cosa, chico —comenta el juez poniéndose de pie.
—Dígame, señoría, qué es lo que quiere saber.
— ¿Por qué lo hiciste, si ahora preguntas con un rostro afligido si es que ella está viva?
—Es porque yo no he sido. Fueron las sombras, aquellas que me atormentan día y noche con sus quejidos y risas mientras intentan volverme loco.
El juez lleva su mano a su cabeza y se dirige directamente al escritorio para tomar asiento.
—Señores del jurado, díganme como declaran ante las declaraciones del acusado.
De pronto una mujer de unos 28 años se pone de pie con una mirada algo molesta, y ante todos declara: "Encontramos al acusado como imposible de procesar penalmente, debido a su condición encontrada por los psicólogos. Se ordena que el acusado sea puesto en un hospital psiquiátrico a la espera de nuevos antecedentes".
De pronto mi mente se llenó de risas y gritos mientras veía cómo me llevaban a rastras al hospital psiquiátrico, y me dejaban ahí solo sin nadie más que las sombras, quienes estaban frente a mí riendo y convulsionando mientras las puertas se cierran tiñendo todo de negro.
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Mis ojos se abren y me encuentro acostado en una camilla. A mí alrededor solo veo blanco, por lo que debo estar en el área médica del hospital. Al intentar levantarme veo a Alizee de espalda a mí, saliendo por entre las cortinas.
Me pongo de pie y los recuerdos de aquella pesadilla inundan mi mente y mi corazón, haciendo brotar lagrimas cálidas y dolorosas por mis ojos mientras, a lo lejos, escuchaba las risas de las sombras inundando el ambiente.
Salgo de la enfermería donde me encontraba, ya que no había nadie ahí, y emprendo el viaje hacia el área psiquiátrica donde debería estar. Escucho lamentos provenientes de distintas direcciones y mi mente comienza a jugarme bromas con imágenes de mi pasado.
Mi corazón se acelera ante la imagen de mis padres frente a mí. Lágrimas corren por mis mejillas e intento alcanzarlos, pero al llegar se vuelven humo y frente a mí aparecen las sombras riéndose en mi cara por mi reacción.
Una voz reconocible llama por mi nombre y al voltearme veo a Damián, acercándose a mí con una cara un tanto molesta.
— ¿Qué crees que haces rondando solo por estos pasillos, Salem?, ¿no sabes que no puedes salir de un área sin la compañía de un guardia?
Damián jala de mi antebrazo mientras camina para llevarme de regreso a mi sección, y las sombras se quedan atrás gritando como siempre, intentando volverme loco.
Al llegar a mi sección Damián me suelta y me advierte que no vuelva a estar solo en la sección médica, y después de esto se marcha dándome un golpe en la espalda y una carcajada.
De pronto, en el alto parlante se escucha una voz un tanto ronca:
<< Paciente Salem Ramael, diríjase a su cita diaria con su psicólogo. >>
De pronto me percato ya que no he comido nada, y mi estómago ruje como condenado.
Me encuentro frente a la puerta de Frank, pero al golpear no responde nadie, aunque no lo culpo por lo sucedido la última vez.
Ingreso de igual manera a la oficina y una silueta esbelta y de prominentes curvas se encuentra frente a la ventana, dándome la visión de su cuerpo en contraste con la luz que emana del exterior.
—Buenas tardes, Salem. Soy Daniela Rogers, tu nueva psicóloga, debido a la indisponibilidad de tu psicólogo anterior.
Su presencia hacía que mi mente se nublara y que mis palabras no fueran capaces de escapar de mi boca. Su cabello largo y negro brillaba ante la luz del sol, sus ojos verdes se anteponían en contraste a su cabello y su piel un tanto morena me inducía a observarla de pies a cabeza.
— ¿Vas a seguir desnudándome con la mirada o vas a pasar, pervertido? —exclama la doctora mientras se acomodaba su minifalda para sentarse.
Sentía cómo mi rostro hervía por la subida de mi sangre ante la declaración de la doctora, quien me miraba y reía de manera coqueta cubriendo su boca son su mano.
Al ingresar y cerrar la puerta noto que ni el cuadro que me encantaba, ni mi futón se encontraban en la oficina.
— ¿En dónde me siento exactamente, doctora? Mi futón no está por ninguna parte.
—Siéntate junto a mí, Salem. No me gusta que entre paciente y médico haya diferencia ni distancia, aunque si me vuelves a mirar con ojos pervertidos tendré que llamar a seguridad —exclamaba mientras reía como una niña pequeña.
Tomo asiento junto a ella, tomando distancia de igual medida.
— ¿Qué haces, tonto? Acércate más —exclama la doctora mientras hacía una cara enojada que la hacía ver preciosa.
Me comencé a acercar a ella, tanto que casi nuestras piernas se tocan una a la otra y la doctora, con un aire de madurez, comenzó preguntándome algo que hace mucho nadie me preguntaba: "¿Extrañas a tus padres?". Mi mente quedó perpleja ante dicha pregunta y mi boca comenzó a temblar cuando sentí una lagrima correr por mi mejilla.
La doctora, afligida, seca mis lagrimas y me pide perdón ante la pregunta, pero que esto es para saber cómo es la persona y sus sentimientos hacia otros.
—Descuide, doctora, yo...
—Llámame Daniela solamente, Salem. Pasaremos mucho tiempo juntos y yo prefiero hacerme amiga de mis pacientes, más que solo su médico —me interrumpe, dándome una impresión algo agradable en cierta forma de ella. Una impresión que nunca tuve con Frank.
La tarde transcurrió calmada entre risas y conversaciones de mi vida antes y después de llegar al hospital, pero casi finalizando algo me dejó perplejo, algo me trajo de regreso a la realidad de mi vida aquí. Las sombras ingresaron a la oficina y se aproximaban hacia donde estábamos nosotros.
—Lo lamento, Daniela, debo irme o podría pasarte algo malo.
Daniela me miraba con angustia en sus ojos y, sin darme aviso sobre lo que haría, cogió mi cabeza y me abrazo presionándome contra su pecho mientras me decía: "Tranquilo, Salem, nada malo pasará". Las sombras se acercaban a mí y a la doctora, pero en vez de continuar su camino se quedaron inmóviles ante nuestra presencia. De pronto las sombras se esfumaron y quedamos solos los dos.
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Al terminar la sesión me dirigía a la puerta de salida.
— ¿A dónde crees que vas, Salem?, ¿no me acompañas a tomar una taza de té?
La doctora extiende una tetera y dos tazas de porcelana.
—No sé si será buena idea que la vean con alguien como yo, siendo tan cortes y amable.
—Vamos, Salem, eres mi único paciente y después de ti quedo sola y aburrida hasta la noche, cuando me marcho.
La doctora me miraba con una sonrisa de oreja a oreja mientras suplicaba.
—Está bien, pero no te acostumbres, Daniela.
—No hay problema, pervertido. Sabía que te quedarías para seguir mirándome.
— ¿Quieres que me quede o que me valla?- exclamo mientras tomo el pomo de la puerta
Daniela soltó una risa contagiosa, de esas que salen del alma, y procedimos a tomar té hasta muy tarde.
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Ya son las 8 de la noche y me dirijo a mi habitación un poco atrasado del toque de queda, cuando escucho un llanto a lo lejos.
Mi mente me dice que haga caso omiso a aquel sonido, pero mi cuerpo se mueve por si solo en su dirección. Ya casi estando cerca del sonido, me percato que este proviene de detrás de una puerta metálica con barrotes. Intento acercarme sin hacer ruido, pero una voz suave me pregunta "¿quién es?".
Mi mente y mi cuerpo se desconectaron por unos segundos mientras desidia si hablar o no
—Mi nombre es Salem —respondo—. Escuché tu llanto y vine a ver si todo estaba bien.
— ¿Acaso eres un guardia?
—No, todo lo contrario. Soy un interno más.
—Ya veo. Entonces no me sirves, vete de aquí.
Su voz suave se tornó macabra por un instante.
— ¿A qué te refieres que no te sirvo?, ¿no querías ayuda?
—No. De hecho, solo quería hacer que un guardia viniera y abriera mi celda para fornicar conmigo, y cuando lo hiciera, le arrancaría la yugular con mis dientes, tomaría las llaves y escaparía de aquí.
Mis pensamientos se bloquearon por un momento, y de pronto vi cómo una mano salía de entre las tinieblas de la celda e intentaba alcanzarme.
— ¿Quién eres? —pregunto por simple curiosidad.
—Soy el juguete sexual de los guardias. He estado aquí por 10 años internada.
— ¿10 años? —exclamo sorprendido ante su tiempo en este hospital.
—Oye, Samuel...
—Salem —corregí.
—Como sea, ¿crees que podrías venir mañana como a esta misma hora? Fue divertido hablar con alguien, aunque solo nos hemos presentado.
No sé si fue intriga o morbo lo que me motivó a aceptar, pero ahora tenía una reunión mañana a la misma hora con la chica de las tinieblas.
De pronto escucho las risas de las sombras aproximándose a mí. No sé en qué dirección vienen, pero sé que están cerca, escucho sus quejidos y casi puedo imaginar sus convulsiones erráticas frente a mí, cuando una mano se posa en mi hombro haciéndome lanzar un puño al aire impactando en la cara de un guardia y llevándolo a tierra.
Una luz me ilumina y suena un pitido de alarma, y antes de darme cuenta estoy en el piso con dos mastodontes vestidos de guardias sobre mí, mientras un médico se me acerca con una jeringa para así llevarme a los brazos de Morfeo nuevamente, mientras siento cómo amarran mis brazos.
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