Capitulo 1: Estigma Social
Dedicado a Ruby Angell
Ellas están ahí, riéndose de mi sufrimiento con sus sonrisas blancas en contraste con su sombría imagen, esperando a que duerma para habitar mis sueños y causar estragos en mi mente. Y, lo peor de todo, es que todos creen que estoy loco, creen que son una simple paranoia, pero llevo casi 5 años aquí y mis perseguidoras siguen junto a mí. Creo que no saben que son un producto de mi mente como ellos dicen.
Mi nombre es Salem, actualmente me encuentro en un hospital psiquiátrico. Llevo aquí desde los 15 años, cuando mis padres me internaron y nunca regresaron. Pasado mañana cumpliré 20. Mi rostro ya se ha tornado pálido por la falta de sol y mi cabello largo y negro me da un aspecto como de la chica del aro cuando me levanto.
Cada día es igual: me levanto a las 06:00 de la mañana, incluso antes de que el guardia realice su cambio de turno. Tomo mi toalla y mi cepillo de dientes y aguardo hasta que a las 07:00 de la mañana comienzan a encender las luces generales, que en la noche se cortan desde una caja de contacto. El guardia pasa a buscarnos para que todos vallamos a lavarnos acompañados por el guardia principal, cuyo nombre nunca logro recordar, y su ayudante, el joven Damián. Luego de eso nos dirigimos hacia la cafetería donde nos dan un jarro de leche y pan tostado sin nada, aunque si tenemos suerte nos pueden dar unas galletas saladas. Al terminar, se nos da libre hasta las 13:00 horas, donde comienza el sufrimiento al tratar de comer el almuerzo que prepara la cocinera Gertrudis, una mujer mayor de aproximadamente 50 años, quien por si fuera poco tiene el hábito de fumar y cuando sirve la comida su aroma a tabaco me revuelve el estómago, y empeora el sabor de la ya repugnante comida grasosa y aguada. Ya terminando el almuerzo a las 14:30 aproximadamente, nos hacen realizar rutinas de ejercicio en el jardín durante 1 hora y es el momento que más disfruto, ya que comienzo a reír con las estupideces que realizan mis compañeros, quienes tienen cierto grado de locura en su ser. Al finalizar nos dan la tarde libre y muchos tenemos diariamente citas con nuestros psicólogos personales para tomar nuestros casos.
Son las 16:30 y me dirijo a mi cita con mi psicólogo, el doctor Frank Garceas, un anciano de 55 años de contextura gruesa, con ojos café y una barba frondosa, lo cual le da un aspecto de san Nicolás a la medida. Golpeo a su puerta y con su voz ronca él responde: "Adelante, Salem". Ingreso a su despacho y su cuadro en la pared del fondo de un castillo derrumbándose siempre capta mi atención, no importa las veces que llegue a su oficina, ni las veces que me detenga a mirarlo. Es la sensación que me produce lo que me incita a mirarlo. De pronto, la voz del doctor me desvía de mi incesante apreciación del cuadro.
—Recuéstate, Salem, comencemos con nuestra sesión —el doctor toma asiento en su sillón y con su mano me indica que me recueste en su futón y yo procedo a recostarme como siempre—. Dime, Salem, ¿cómo te encuentras?
—Si le digo que cuerdo, ¿me dejaría irme al fin de aquí, o deberé esperar otros 5 años más? —la mueca del doctor Frank me lo dice todo y comienza a preguntarme por "ellas".
—Salem, cuéntame cómo han estado sus compañeras, esas que llamas "sombras" —me mira de reojo y, con libreta y pluma en mano, aguarda mi respuesta impasible con su expresión inamovible de psicólogo.
— ¿Qué quiere que le diga, Frank? —Exclamo mientras me salgo de mi posición recostada y tomo asiento en el futón—. Primero que nada, ellas no son mis compañeras. Si pudiera me desharía de ellas en cuanto me fuera posible, pero es imposible, no importa a donde valla, ni qué tan aislado o escondido me encuentre, ellas me encontrarán, quiera o no. Cada día al despertar ellas están frente a mi cama observándome, cuando voy a lavarme o a bañarme me observan en todo momento, incluso cuando me alimento ellas me miran por encima de mis hombros, impasibles a que acabe para seguir atormentándome con sus risas. Y qué decir de ahora que se encuentran detrás de usted, y mientras una observa lo que anota en su libreta, la otra no me aparta la mirada en ningún momento.
Puedo notar la mirada de incertidumbre en el rostro del doctor Frank, quien cierra su libreta y se inclina apoyando sus codos en sus rodillas. Mi corazón se acelera ante la imagen grotesca. El doctor Frank, frente a mí, y detrás de él las sombras casi recostadas sobre él excretan un líquido por sus bocas de color café, el cual escurre por el hombro del doctor.
—Te propongo un trato, Salem —Frank exclama mientras me apunta con su libreta directamente—. Pregúntales a tus compañeras qué es lo que escribí en la libreta. Si aciertas, admitiré que estás sano y podrás irte; pero si fallas, lo que sería poco probable ya que ellas estaban viendo lo que escribía, tendrás que admitir que tienes un problema y que ellas son producto de tu imaginación.
—Así no funcionan las cosas con ellas, doc. —Lo miro fijamente, dándole a entender mi punto—. Ellas pueden hacer que mi vida sea un infierno, pueden atormentarme día y noche, pueden generarme los miedos y problemas más grandes que pueda tener. Pero ellas no hablan; solo me gimen y gritan hasta que termino suplicando que se detengan. Ellas no son mis compañeras como usted dice, y tampoco son producto de mi mente como todos creen. Ellas son demonios que me atormentan día y noche.
—Salem, sabes que si sigues con el cuento de que son demonios los que te atormentan nunca saldrás de aquí, piénsalo, hijo. Tu familia te dejó aquí y no volvió por ese mismo motivo.
Al escuchar esas palabras salir de su boca, una ira tremenda invade mi ser y pierdo control sobre mi cuerpo, mientras las sombras detrás del doctor comienzan a generar un ruido casi similar a una risa de manera estridente y desesperante, lo cual me hace perder los estribos. Golpeo su mano donde sostenía la libreta y esta vuela por los aires esparciendo las hojas por todas partes. Los ojos del doctor Frank, desconcertado, se abren de par en par y su pupila estaba contraída, como si hubiera visto a un demonio frente a él. Mis puños impactan sobre su rostro, y aunque me suplicara piedad y que me detuviera nada impedía hacer que mi cuerpo parara. Mi mente se encontraba nublada y mi vista enceguecida por la ira. De pronto, un grupo de guardias alertados por el ruido de la golpiza que le estaba dando a Frank, ingresaron y apartaron a Frank de mi alcance mientras este, a duras penas, podía mantenerse de pie intentando parar la hemorragia producida por su nueva nariz rota que le proporcione.
En tan solo un par de segundos los guardias logran inmovilizarme, mientras otra persona del área médica del hospital psiquiátrico ingresa con una jeringa.
Siento un pinchazo en mi cuello y todo se torna oscuro mientras escucho las risas de las sombras alejándose muy lentamente hasta perder la conciencia.
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Mi cuerpo se siente pesado y siento como algo me aprisiona las extremidades. Adapto mis ojos a la luz para poder ver con claridad dónde estoy y resulta que es mi propia habitación donde estoy recostado; distingo mi mesa de noche y que estoy atado de manos y piernas con correas de cuero.
Un sonido chirriante me altera los sentidos y las sombras aparecen a los pies de mi cama, paradas mirándome y sonriendo mientras tiemblan de éxtasis. Sus cuerpos se contonean de manera desenfrenada mientras espasmos hacen temblar sus delgadas figuras oscuras.
Una de ellas comienza a subir por los pies de la cama directo a mí y comienzo a sacudirme para poder soltarme. Lagrimas brotan de mis ojos por la desesperación, y el dolor de mis muñecas y tobillos es insoportable mientras intento zafarme de la cama. La sombra sigue su camino mientras que, por su boca, escurre un líquido blanco casi trasparente que me chorrea a medida que avanza en dirección hacia mí. Mi voz no logra salir debido al miedo de lo que vaya a pasar. Su boca está casi cerca de la mía. Cierro los ojos e intento inútilmente sacarla de arriba de mí sacudiendo mi cuerpo lo más que puedo.
La puerta se abre de golpe y las sombras desaparecen con el sonido. Mi alma regresa a mi cuerpo y el sudor frio empapa hasta mis sabanas.
—Veo que despertaste, Salem. Te traje algo de comer —observo hacia la puerta y distingo a Damián con una charola con alimentos.
Mi corazón no deja de latir como loco con la sensación de las sombras recorriendo mi cuerpo mientras subían hacia mí.
—Mira nada más cómo tienes tus muñecas y tobillos, Salem. Estuviste forcejeando para soltarte tú mismo —asiento y él deja la charola en mi mesa de noche y me desata.
—¿Sabes, Salem?, deberías intentar cuidarte más, además de que agredir a tu médico no es algo que te ayude mucho a que tu condición cambie en este hospital, y mucho menos a que te crean sobre tu salud mental.
—Sabes que yo no soy así, Damián. No sé lo que me pasó en ese momento. Mis manos se empuñaron y mi mente se nubló por completo; para cuando tuve control de mí ya los guardias estaban sujetándome y me administraban la droga —me siento en la cama para estar más cómodo.
—Bueno, Salem —dice él, con su mirada pérdida en el techo de mi habitación—. Es hora de que me vaya a hacer mis rondas y de que tú comas algo. Provecho.
—Damián, dime una cosa —lo retengo y este se para de súbito en el marco de la puerta.
— ¿Qué quieres Salem? —Damián me contesta sin voltearse.
— ¿Porque eres así con nosotros?
— ¿A qué te refieres, Salem? —el tono de su voz da la impresión de que se comenzara a molestar.
—Sabes a lo que me refiero. Eres amable con nosotros, los condenados a esta vida, los que te podrían dañar en cualquier momento si perdiéramos la cabeza.
Damián suelta una carcajada suave, casi imperceptible, y se aleja hacia el pasillo camino a las escaleras. De pronto un miedo tremendo invade mi cuerpo al encontrarme solo nuevamente en mi habitación, en donde estaba casi encerrado con las sombras.
Tomo lo que puedo de la charola y salgo a toda prisa de la habitación y, corriendo, subo a la azotea para estar en un lugar más amplio e iluminado. Al abrir la puerta que da a la azotea, una brisa impacta contra mi rostro y el aroma de las calles inunda mis pulmones casi al punto de reventarlos. Dejo salir un suspiro tan largo que expuse todo el aire de mis pulmones.
Me apoyo en la reja que recorre toda la azotea por medida de seguridad, y diviso la ciudad a lo lejos, ya no logro recordar bien ni siquiera por dónde vivía. Mis recuerdos de esa ciudad son tan vagos y borrosos como la neblina que rodea este hospital en invierno.
Un crujido suena a mi derecha y mi vista, por instinto, se dirige en esa dirección y hacia la esquina de la azotea distingo a una chica que nunca había visto. Su cabello largo y liso con ese color rojo sangre ondeando en el viento, como llamas, y su piel tan pálida como el mármol genera un contraste hermoso con su cabello. De pronto ella se voltea hacia mí y abre sus grandes ojos celestes, los cuales me dejan estupefacto. ¿Cómo es posible que alguien tan hermoso y con unos ojos que podrían causar la envidia de los mismos ángeles estuviera en este lugar?
De pronto mueve sus labios, y su voz alcanza mis oídos casi como si la distancia entre nosotros no existiera.
— ¿Esas dos sombras son tus compañeras, o son la razón de que estés aquí? —su pregunta hace erizar cada uno de mis bellos y, con un salto casi automático, me aparto de ahí para poder ver a las sombras riendo y gimiendo mientras observan mi estado actual.
Entre el ajetreo de las sombras y el viento que soplaba como loco, a mi mente llega una duda. ¿Cómo pudo ver a las sombras?
—Oye, ¿tú, puedes verlas o solo estás jugando conmigo?
—Puedo verlas como si se tratara de ti... —Salem, añadí yo—. Ok, Salem, por tu reacción de hace unos momentos puedo sacar por conclusión que son la razón de que estés aquí.
—Sí —asentí de forma seca, mirándola a los ojos mientras ella se acercaba más y más a mí.
—Yo puedo ver lo que nadie más puede y eso es lo que me tiene metida aquí.
—Bueno, lo mío son sólo estas dos —las sombras nos miran extrañados mientras se acercan poco a poco—. ¿Cómo llegaste aquí?, no te había visto nunca y ya llevo mi tiempo aquí.
—Me trasladaron hoy en la mañana. Estaba en otro hospital, pero se llenó con pacientes que eran más peligrosos que yo y se decidió enviar a los más dóciles a otras instituciones, y aquí estoy.
Las sombras se desvanecen frente a nosotros como si de humo se tratasen, y ella suelta una risa casi imperceptible.
—Dime, Salem, ¿te vas a comer eso? —la chica señala el pan y el jugo que tenía en mis manos.
—Bueno, si me dices tu nombre al menos, creo que podría compartir contigo —la chica me mira enojada mientras su rostro se torna de un leve color rosa, haciendo juego con su cabello.
—Mi nombre es Alizee Feraud —el rostro de Alizee se torna cada vez más rojo a medida que pasan los segundos; pareciera que toda la sangre de su cuerpo estuviera en su rostro.
— ¿Eres francesa? —exclamo, ya que el apellido y el nombre eran de esa etimología.
—Solo por parte de mi padre. Mi madre es americana —su rostro cada vez brilla más con ese tono rojizo que iba aumentando cada vez más—. ¿Acaso vas a seguir mirándome fijamente todo el rato?
—Bueno, mucho gusto, Alizee. Mi nombre es Salem, Salem Ramael —exclamo orgulloso sobre mi nombre.
La mirada de ella lo dice todo; quería reírse de mi nombre. De pronto una risa aguda sale de ella y me extiende la mano y me dice "mucho gusto Salem". Yo le devuelvo el saludo y nos miramos mutuamente. Luego se escucha un sonido proveniente del estómago de Alizee y esta me arrebata el pan y le da una mordida que casi se lo termina en ese segundo.
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Bajando ya por las escaleras de lado sur, Alizee y yo hablamos sobre cómo eran las cosas aquí en el hospital psiquiátrico. Casi llegando al primer piso se escucha un golpe seco y un grito desgarrador proveniente de las escaleras del lado norte del edificio.
Corrimos a toda prisa con el fin de saber qué había causado semejante estruendo, y Alizee poco a poco se va quedando atrás. Al llegar puedo distinguir a un lado de las escaleras al guardia, ese del que nunca recordé su nombre, aquel que tenía su cuerpo destruido y desgarrado sumido en un charco de sangre y masa encefálica debido a la abertura de su cabeza. Y a su lado, arrodillado, esta Damián, con su cabeza agachada y con las manos sobre el pecho de este.
De pronto siento un pellizco en las costillas y es Alizee quien se asoma para ver qué sucedía, ya que ella estaba detrás de mí, y al percatarse de la escena su rostro se torna casi de ultratumba. Aprieto a Alizee contra mi pecho intentando que no pudiera ver la escena dantesca frente a nosotros, pero ella me aparta y se queda apreciando el cuerpo como si de una obra de arte se tratara. De pronto el personal médico del hospital y los guardias de dicha área nos comienzan a sacar del lugar a nosotros y al resto de personas, en su mayoría pacientes, quienes estábamos perplejos por la muerte frente a nosotros.
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22:30 horas.
Llegada la noche me encuentro con mis luces encendidas y recostado en mi cama, pensando en la escena que presencie hoy. La aparición de las sombras mientras estaba amarrado, Damián y su extraña forma en la que se comportó hoy y, sobre todo, en Alizee, quien es la única que puede ver a las sombras como yo.
De pronto, un leve sonido de golpes en mi puerta altera mi ambiente libre de ruido. Me levanto y pregunto "¿quién es?", pero nadie responde. Mi mente me dice que no abra, pero mi estupidez maneja mi cuerpo y me aproximo a la puerta, cuidadosamente giro la perilla y comienzo a abrir la puerta, pero antes de terminar de hacerlo una silueta se introduce velozmente y cierra la puerta de manera veloz y delicada a su vez. Para mi sorpresa, es Alizee, quien esta con pijamas y me mira con enojo en los ojos.
—Llevo golpeando casi media hora, Salem. Intenté hacerlo suave para que los guardias no me escucharan —Alizee estaba furiosa y yo desconcertado por dos motivos, ¿porque estaba aquí?, ¿y cómo sabe dónde es mi habitación?
—Lo lamento, Alizee. No sabía que eras tú y francamente no esperaba visitas de nadie, y menos a esta hora.
—En fin, solo quería hablar de lo ocurrido hoy. Quería saber tu opinión sobre lo ocurrido con ese guardia —Alizee se dirige directamente a mi cama y, como si estuviera en su habitación, se sienta en la orilla y me mira fijamente con sus ojos grandes y brillantes, y una mirada seria casi de asesino.
—La verdad, Alizee, no sé qué pensar. Ese guardia estaba desde hace mucho antes de que yo llegara; él siempre fue muy estricto con su trabajo y siempre hacia las mismas rondas. Ahora se habla sobre que fue un descuido de él, cuando todos saben que era muy meticuloso con su trabajo y que nunca cometería un error que le costaría la vida.
— ¿Entonces estas diciendo que él fue asesinado? —Alizee inclina la cabeza y comienza a mirarme con dudas sobre mi teoría.
—Vamos, Alizee, es solo una suposición. Además, ya es tarde y deberías volver a tu habitación antes de que venga un guardia —para mi sorpresa y mala suerte, justamente en ese momento comienzan a golpear mi puerta y mi corazón deja de latir de la impresión.
—Oh, mierda —susurra Alizee, quien se pone pálida ante la idea de que fuera un guardia el que estuviera detrás de la puerta.
Si llegaban a descubrir que ella estaba aquí a esta hora, tanto a ella como a mí nos meterían en cuartos de aislación durante un mes.
Miro a mi alrededor, buscando algo que nos saque del aprieto, pero ante la emergencia me abalanzo sobre Alizee, quien no duda en propinarme un golpe en el rostro. Nos cubro con las sabanas y presiono su cuerpo lo más que puedo contra el mío, mientras Alizee me pellizca intentando zafarse de mí. Le susurro que no mueva ni un musculo.
Abren mi puerta y una voz ronca y profunda pregunta si ya estoy dormido. Al no responderle ingresa a mi habitación y se posiciona a los pies de la cama, mientras yo por entre el rabillo del ojo logro distinguir a uno de los guardias del sector médico, quien me mira fijamente. La respiración de Alizee choca con mi pecho y siento la presión de sus pechos rozando mi vientre, mientras nuestro calor corporal nos sofoca y nos baña en sudor, los cuales se mezclan y nos dejan un aroma distinto al habitual. El guardia comienza a inspeccionar mi habitación y Alizee comienza a jadear y a intentar empujarme cada vez más fuerte a medida que pasan los minutos. Con un leve movimiento cubro la boca de Alizee para que dejara de jadear tan fuerte, y esta cierra sus ojos y me proporciona un rodillazo y con sus manos rasguña mi espalda. El guardia se gira hacia donde estamos debido a los movimientos de Alizee, y yo en un afán de impedir que note que estoy despierto y me pida que me levante, me giro un poco y aprisiono los movimientos de Alizee con mis piernas y mis brazos. El aroma de Alizee comienza a subir hasta mi nariz y se distingue como uno dulce, el cual me llena los pulmones. Alizee comienza a salivar sobre mi mano debido a que cubrí su boca, y ella intenta respirar y no puede abrir y cerrar su boca bien. El guardia, transcurrido unos 15 minutos, se retira y apaga la luz y yo quito las sabanas que nos cubrían, liberando a Alizee de la prisión que era mi cama. Ella, tendida, casi inmóvil, con sus ropas desalineadas y exhibiendo un poco de su piel debido a la situación, me mira con su cara roja y los ojos cristalizados y llenos de enojo. Exclama "¿ya me puedo ir, estúpido pervertido?". La apariencia de Alizee y su cabello rojo me hacen dudar sobre si dejarla ir, pero mi mente sabe qué es lo que tengo que hacer.
—Será mejor que esperes un poco a que el guardia termine sus rondas de esta hora para irte, Alizee.
Alizee se sienta en la cama y su pijama delgado se torna casi transparente debido al sudor de ambos combinados al estar cubiertos con las sabanas por tanto rato. Ella se percata de que la observo y me lanza su zapato en la cara, el cual me impacta de lleno. Logro distinguir a Alizee, quien olfatea sus ropas mientras yo finjo no ver nada mirando hacia otro lado.
—Préstame una remera o algo tuyo —exclama mientras jala de mi remera y me mira con ojos de pocos amigos.
—Está bien, está bien. Te prestare algo, pero no creo que te queden muy a la medida tomando en cuenta que mides 1.55 y yo 1.80, sin mencionar nuestra diferencia de contextura.
—Como sea, solo préstame algo, después te lo regresaré —cada vez Alizee está más molesta y roja.
—Ok, pero no creo que puedas salir por un buen rato.
—De acuerdo —exclama Alizee—. Sólo quiero que dejes de mirarme con cara de degenerado.
Le paso una de mis remeras y me volteo para no verla cambiarse, mientras yo me saco la mía empapada en sudor. En eso se escuchan pasos detrás de mi puerta y un leve golpeteo en mi puerta nuevamente. A lo mejor escucharon nuestros murmullos y quieren asegurarse de que estoy dormido. Tomo a Alizee y la meto nuevamente a la cama, esperando a que el guardia ingrese y se valla lo más rápido posible de mi habitación.
— ¿Oye, Salem, que te crees que haces? —Murmura Alizee—. Aun no me pongo la remera y ya me había sacado la otra.
—Cállate un momento por favor, no ves que... —mi mente procesa lo que acaba de decir Alizee y me percato de que yo tampoco traigo la mía puesta. Nuestros cuerpos están en contacto directo uno con el otro.
Observo a Alizee, quien intenta inútilmente evitar que observe su pecho medio cubierto por mi cuerpo.
El guardia solo abre un poco la puerta y vuelve a cerrarla, solo para percatarse de que estuviera durmiendo al parecer, y Alizee, con un suspiro lleno de pesar, me pide que la suelte para que pueda terminar de vestirse mientras me jala del cabello hacia atrás.
Una sensación indescriptible hormiguea por mi cuerpo al percatarme del roce de nuestros cuerpos juntos en la cama medio desnudos. Alizee comienza a respirar de manera agitada mientras intenta separarse de mí, golpeándome y empujándome, y el sudor comienza a correr por su cuello y yo, sin pensarlo, me dejo llevar por mis impulsos y beso su oreja, haciendo que Alizee lance un gemido contenido por sus propias manos. Ella me mira enojada con una mirada de asesina y clava un golpe de lleno en mi rostro, pero al momento después susurra con una voz suave y sexy "hazlo otra vez, estúpido". Mi cuerpo se mueve por inercia y cojo la oreja de Alizee con mi boca, y ella suelta un suave gemido mientras sus dedos se clavan en mi espalda y rasguñan de un lado a otro. Me posiciono sobre Alizee, y ella me mira con sus ojos celestes clavados en mí, mientras cubre sus delicados pechos con sus manos, los cuales son más grandes de lo que la ropa del hospital deja apreciar. Aparto una de sus manos mientras ella me intenta empujar con sus rodillas para evitarlo, e incluso en la oscuridad de mi cuarto distingo los pezones de Alizee; ese color rosado en contraste con la palidez de su piel y esa curva inferior de su pecho me hipnotiza y me dan deseos de hundir mis labios en ellos. Alizee gime y se retuerce de placer ante mi accionar, mis manos acarician sus brazos y espalda mientras mi lengua recorre el pecho y el cuello de Alizee, y esta a su vez acaricia mi cabeza y jala mi cabello en desesperación al éxtasis por el que pasaba su cuerpo ahora. De pronto Alizee suelta una oración que me hace volverme loco de placer, me pide que la toque, que la llene de esta sensación de placer.
Mis manos comienzan a recorrer su cuerpo mientras esta se retorcía entre mis caricias. Acaricio sus pechos mientras muerdo levemente sus pezones, que cada vez se ponen más duros y sensibles, y Alizee a su vez me intenta apartar a medida que mi accionar la va volviendo loca. Comienzo por descender poco a poco por sus pechos hasta su vientre y antes de alcanzar su pelvis, ella me jala del cabello y golpea con sus piernas mis costados. Mi lengua comienza a jugar en el costado de su pelvis como si quiera recorrerla completa de una sola vez, mis manos descienden a la altura de mi cabeza e intento apartar el pantalón de pijama que trae puesto, pero ella, afirmando su pantalón y con una mirada de desesperación e ira, me empuja de su lado y patea mi rostro y en ese momento de lucidez. Alejado del calor de la pasión, tomo conciencia de lo que estaba haciéndole a Alizee.
— ¿Que acaba de ocurrir, Salem? —exclama Alizee, quien trata a duras penas de completar oraciones jadeando de manera descontrolada mientras cubría su cuerpo con sus brazos.
—Lo lamento, Alizee, no sé qué me paso. De pronto me dejé llevar por mis impulsos y terminé haciéndote daño. Lo lamento mucho —me aparto de Alizee, me posiciono en la orilla de la cama y cubro mi rostro con mis manos en busca de una respuesta, en busca de un escape de ver a Alizee a los ojos. Esta me quita las manos de mi lugar y abofetea mi mejilla izquierda y solo me dice "Buenas noches, Salem".
Alizee se pone de pie, se pone la remera y sale por la puerta de mi habitación tan silenciosamente como ingreso, y yo me quedo sentado en mi cama intentando comprender qué es lo que pasó mientras escucho la risa de las sombras inundar mi mente una vez más, y ahí me doy cuenta de que ellas nunca se fueron de mi lado.
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