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🎄 4 Klara 🎄

Mis ganas de acelerar el tren y salir volando de las vías consumieron la parte más oscura de mi alma, pero desistí de inmediato. La vida de 100 pasajeros dependía de mi buena salud mental. Debía recomponerme.

Eso, sin embargo, no impidió que me lamentara de mis desgracias y que continuara construyendo mis planes de escape.

La noche en Tivoli, y Tivoli mismo, ahora tenían un recuerdo permanente del momento mágico, único y maravilloso entre Tomte y yo; una noche, y un momento, que habían sido uno de los errores más dolorosos que había experimentado. Tomte estaba a punto de pedirle matrimonio a la persona con la que deseaba compartir el resto de su vida, y yo... yo solo era la novia de la escuela, un viejo recuerdo que, por casualidad, había aparecido en su camino. No era capaz de interponerme con unos sentimientos tan viejos que estaban despertando una vez más. Ninguno de ellos se lo merecía, mucho menos en estas fiestas.

Presioné el botón del hombre muerto antes de que se accionara y concentré mi atención en el camino. Una inesperada tormenta se había estado acercando a nosotros desde anoche y me preocupaba las repercusiones en cuanto a velocidad o que la constante nevada se acumulara, impidiendo el avance a pesar del deflector de obstáculos.

Aumenté la velocidad de los limpiaparabrisas. La bruma invernal empañó las tres ventanas trapeciales, lo que redujo a precario mi campo de visión. Las traviesas habían desaparecido debajo de la capa de nieve fresca. Casi parecía que el tren transitaba sobre una alfombra blanca. Tragué saliva. Me gustaba la adrenalina de conducir un tren, incluso durante la noche, pero no era partidaria de los climas así, mucho menos cuando aparecen de improvisto.

La luz amarilla del sistema de comunicación parpadeó, indicándome que había un mensaje entrante desde el puesto de mando. Lo presioné y al instante escuché la voz de un hombre que decía:

―Puesto de mando a maquinista del tren EXR-2. Se acerca una tormenta a su ubicación, de riesgo notable. Se le solicita que tome las debidas precauciones y evite las acumulaciones de nieve o el paso por túneles.

Evidentemente, la advertencia había llegado demasiado tarde. La tormenta se había formado sobre nosotros, y, aún peor, estaba a menos de seis metros de atravesar un túnel.

La puerta de la cabina se abrió justo en el momento en que terminaba la llamada y enviaba una señal de que la había recibido.

―Ah, perfecto. ―En cuanto Wilhelm se detuvo junto a mí, noté que se le habían caído los hombros―. Un túnel. Justo tenía que llegar para este momento.

―Ponte de espaldas y ya. ―Fue justamente lo que hizo.

El estrecho túnel se tragó la luz natural, dejándonos bajo la dependencia de las luces encendidas en la cabina. Pese a que encendí las luces externas, la caverna y su reducido espacio me provocó una incómoda sensación de asfixia.

―¿Para qué has venido? ―le pregunté con la esperanza de que mi conversación lo distrajera mientras pasábamos el trago amargo.

―El clima está empeorando, quería ver cómo lo manejabas.

―Bien, aunque me ha llegado un mensaje desde el puesto de mando. La tormenta no pinta bien.

Un golpe de luz anunció que habíamos abandonado el túnel. Wilhelm suspiró, aliviado, y se dio la vuelta. Recostó las manos en el pupitre de conducción, teniendo especial cuidado de no presionar un botón que no debía.

―¿Crees que habrá atrasos en el viaje?

―Espero que no. ―Me concentré en la manera en que el deflector de obstáculos rompía la nieve en las vías―. No te preocupes, estoy siendo muy cuidadosa.

―Bien, porque un problema más es justamente lo que no necesitamos. ―La tormenta me mantenía tan inquieta que no quise apartar la mirada de las vías que se fundían cada vez más con la bruma. Mis manos se aferraron a las palancas. Esperaba que Wilhelm no se diera cuenta―. Todavía no ha aparecido el anillo de compromiso y el señor Granholm ha preguntado a cada rato por él.

Las palabras «anillo», «compromiso» y «Granholm» en la misma oración, me causaron un dolorcito insoportable en el pecho.

―No puedo ocuparme de dos problemas a la vez ―refunfuñé. Aunque era estúpido, me había enojado con él por haber traído el tema. No quería pensar en esa situación mientras intentaba mantener con vida a cien personas.

―Por supuesto. Tú ocúpate de esto que de lo otro me encargo yo.

―Mierda, ¿por qué tienen que ser tan seguidos?

Me tragué la carcajada. Wilhem le dio la espalda al túnel y esperó en silencio, pero sin mover un pelo, a que saliéramos de la oscuridad. El trayecto esta vez fue un poco más largo, y Wilhem fue el primero, como siempre, en suspirar de alivio cuando salimos a la luz. Contrario a otras ocasiones, no se dio la vuelta, sino que rodeó mi silla y echó una mirada por la ventana izquierda.

―¡Klara, cuidado!

No necesité voltear para saber a qué se refería: la gran montaña de nieve cayó desde la izquierda y cubrió las vías. La fuerza de la avalancha se desplazó con rapidez, azotó el tren y la cabina se sacudió quedamente.

―¡Sujétate! ―le grité a mi primo.

―¿De dónde, de la silla? ―Como al pobre se le había olvidado la agarradera de seguridad, se aferró, de hecho, a la silla.

No tenía muchas opciones. Agarré la palanca del freno y la activé. El tren redujo drásticamente su velocidad y golpeó la nieve que ya había caído sobre las vías. El impacto causó otro derrumbe que arropó la cabina, sumergiéndola en la oscuridad.

―¡Oh, mierda! ―Wilhem se apartó de mí y subió la intensidad de las luces―. Definitivamente el viaje se atrasará.

―Silencio, rey del drama. ―Programé el radio de comunicaciones para transmitir un mensaje―. Maquinista del tren EXR-2 a puesto de mando, cambio.

La respuesta tardó pocos segundos:

―Dígame, EXR-2, cambio.

―Ha ocurrido una avalancha, el EXR-2 se encuentra debajo de la nieve y he perdido visibilidad desde la cabina, cambio.

―Haga las comprobaciones en el tren mientras nosotros comprobamos si hay equipo disponible para llegar a la zona, cambio y corto.

La llamada terminó. Al darme la vuelta y mirar a Wilhem, su expresión reflejaba lo que rondaba en mi cabeza: ¿cómo mierda iba a realizar las comprobaciones si la cabina había quedado cubierta por la nieve?

Alguien tocó la puerta de la cabina. Wilhem le indicó que esperara y volteó a verme.

―¿Qué vamos a hacer?

―Voy a intentar salir y ver en qué condición ha quedado el tren. ―Me levanté de la silla, agarré mi parka y me puse los guantes―. Ojalá que sea una tontería y que podamos sacar la nieve de la cabina. Si no, habrá que esperar a que el puesto de mando envíe a alguien, siempre que la tormenta lo permita.

―Ten esto, entonces. ―Abrió un compartimiento, sacó una caja metálica y de ella agarró dos radios―. Mantén constante comunicación. En cuanto hable con el personal, saldré contigo.

Fuera de la cabina, el mundo era un caos. Nuestros compañeros nos bombardearon de preguntas para las que no teníamos respuesta a la mayoría.

―Los pasajeros están asustados ―dijo una de las camareras. Su expresión transmitió la inquietud que de seguro había en los coches de pasajeros.

Wilhem calmó la situación lo mejor que pudo al darles un mensaje que transmitir. Mientras manejaba la crisis, me abrí paso hacia la salida, solo para descubrir que la nieve la había bloqueado.

―La mayoría de las ventanas del lado izquierdo están trancadas por la nieve.

Esa voz... Si quedaba algo de calma en mí después del choque, la voz de Tomte la destrozó. Cuando me atreví a mirarlo a los ojos, estos estaban cubiertos por una cortina de preocupación.

―La situación no es más grave de lo que se ve ―intenté sonar alentadora―. Al menos, eso espero. ―Evidentemente, no lo conseguí.

―Lo entiendo, pero vine a ver cómo estabas tú. Me... me preocupé. ―Mi corazón recibió una inyección de adrenalina―. Sé que te encontrabas en la cabina conduciendo.

―Estoy perfectamente bien. ―Le obsequié una sonrisa tranquilizadora―. Chocamos con la nieve, que es blanda, así que no hubo ningún peligro. Pero la avalancha ha cubierto la cabina, y en esas circunstancias no puedo continuar la ruta.

―¿Qué va a pasar entonces?

―Debo salir a revisar el estado del tren. Supongo que tendré que usar la puerta de la derecha.

―Espera... ¿cómo que salir? ―De pronto, Tomte palideció―. ¿Has visto cómo está la tormenta?

―No tengo muchas opciones. ―Pasé junto a él y sin querer nuestros brazos se rozaron―. El puesto de mando me ha pedido que haga las comprobaciones. A lo mejor solo necesito quitar la nieve de la cabina. Si no, tendremos que esperar a que pase la tormenta y envíen a alguien por nosotros. Si eso sucede, nos va a tocar pasar Nochebuena en el tren, y no es lo que esta gente había planificado. Tengo que llevarlos a la estación hoy mismo.

Al llegar a la puerta, el remolino de viento y nieve que se percibía a través de los vidrios me dejó sin aliento. La inclemencia de la tormenta había aumentado en los últimos minutos. Salir en esas condiciones, y con tan poca visibilidad, eran un riesgo mayor del que había esperado. Ni modo... Yo estaba a cargo de este tren. De una manera u otra, me iba asegurar de llevarlos a todos a su destino.

Apenas abrí la puerta, el viento me arrojó hacia atrás y fue Tomte el que impidió que me cayera en el suelo alfombrado del tren. Tragué saliva al percibir ese calor electrificante entre nuestros cuerpos que traspasó la ropa.

―Klara, no es que quiera decirte como hacer tu trabajo, pero mira qué espantoso está el clima afuera. Es demasiado peligroso y no puedo permitirlo. ―Su voz había sonado ronca cerca del oído, lo que me causó un escalofrío de placer. Estaba mal que me gustara. Tomte se iba a casar. El recordatorio me apuñaló el corazón.

Volteé hacia él, y en ese momento comprendí, más allá de todas las razones justificables, por qué necesitaba retomar la ruta. Si nos veíamos obligados a pasar Nochebuena en el tren, eso significaba que vería a Tomte junto a su pareja. Si el anillo aparecía, entonces iba a presenciar como le pedía que se casara con él, y no sé qué tanta resistencia podría yo tener para aguantar un golpe así. No era lo mismo saberlo que verlo por mí misma.

―Por favor, Klara. ―Su súplica era dulce y dolorosa a partes iguales―. No salgas, es peligroso.

No sé si fue mi raciocinio o lo persuasiva de su voz, pero me vi a mi misma cerrando la puerta y voltear hacia él. Tomte estudió mi expresión con cuidado, como si esperara que su intromisión me hiciera enfadar. La verdad había sido todo lo contrario: me arrancó una sonrisa. Tomte... Ojalá nunca te hubiera pedido que me dejaras ir.

―Gracias ―le susurré―. Soy bastante obstinada a veces. Me alegra contar con tu sensatez.

Sus hombros se relajaron al instante que una sonrisa curvó sus labios.

―No has cambiado tanto, Klara, y me encanta saber que te sigo conociendo bastante, aunque la nueva tú sea tan única como la vieja tú.

Pero la nueva yo solo podía ser su amiga, mientras que la vieja yo tuvo la oportunidad de disfrutar el enamoramiento que ahora me hacía sentir culpable. Quien diría que una persona se podía envidiar a sí misma. Esta Navidad no estaba marchando como esperaba.

―Debo avisar al puesto de mando. ―Vacilé antes de decir―: Puedes venir conmigo, si quieres. Será una llamada corta.

Tomte metió las manos en los bolsillos de su gabardina, sonrió y señaló el camino con la barbilla. Pasamos junto al grupo de empleados y les pedí unos minutos antes de hablar con los pasajeros. Wilhem me detuvo un segundo para darme un rápido informe.

Guardé el radio en la caja, me senté en la silla e inicié el protocolo para realizar la llamada.

―Maquinista del tren EXR-2 a puesto de mando, cambio. ―No hubo respuesta, de modo que lo volví a intentar. Nada. Temiendo que la tormenta hubiese interferido en las comunicaciones, lo intenté una vez más.

―Puesto de mando a maquinista del tren EXR-2. ¿Cuál es su estado? Cambio.

Solté el aire de golpe. Mierda, ¡qué susto!

―La tormenta no me permite salir y hacer las comprobaciones. La cabina sigue sumergida bajo la nieve y dos de los coches de pasajeros han quedado dentro del túnel, cambio.

La respuesta no llegó de inmediato, de modo que la cabina se sumergió bajo un silencio tenso.

―Qué montón de botones. ―Tomte se inclinó sobre el pupitre de conducción con la curiosidad de un niño―. ¿Cómo aprendiste todo esto? Quiero decir... ¿Cómo retienes las funciones de cada uno?

―No le dan la licencia a cualquiera, debes haber pasado unos cursos y un adiestramiento. Además, ayuda mucho la práctica y recordar que la vida de 100 personas depende de ti.

Al notar mi sarcasmo, Tomte me miró de reojo y sonrió.

―Confío en ti, pero esas palabras me ponen los nervios de punta.

Me eché a reír, más por su expresión cómica que por lo que había dicho. Una carcajada era justo lo que necesitaba para tranquilizarme. Era la primera vez que ocurría una situación así desde que iniciamos los viajes del Expreso Navidad. No quería que nada arruinara esto. Este tren incluso fue el motivo de mi divorcio, lo que me hizo entender donde estaban mis prioridades. Necesitaba a una persona que no quisiera ponerme el freno y que me apoyara. Viajar constantemente era mi estilo de vida.

―Lamento que el anillo de compromiso no haya aparecido ―le dije, lo que para mí supuso mayor esfuerzo del habitual.

Tomte adoptó un gesto abatido.

―Supongo que a ninguno de los dos nos ha salido los planes tal como los trazamos, ¿eh? ―Aunque intentó sonreír, su pesadez era evidente―. Quería encontrarlo antes de decirle que desapareció.

―La compañía cubrirá el valor del anillo. Sé que no es del todo un alivio, pero si ella te quiere, que estoy segura que es así, te dirá que sí incluso con un anillo de papel.

―¿Decirme...? ¿Qué...? ―Por alguna razón, el semblante de Tomte palideció. Intentó decirme algo, pero la voz de una mujer acaparó la cabina.

―Puesto de mando a maquinista del tren EXR-2, le habla la directora de manejo de desastres. A partir de este momento, se establece una alerta roja y usted se convierte en el jefe local de la emergencia. Avise a los pasajeros y prepárelos para un posible desalojo por la vía en cuanto la tormenta pase y llegue el equipo de rescate. Ya le hemos avisado a los maquinistas de la zona para que tomen sus precauciones. ―Tras una breve pausa, añadió―: Feliz Navidad, EXR-2, cambio.

Bufé. Feliz Navidad... Al menos era gentil.

―Bueno, pues a enfrentarnos con la verdad.

―Espera...espera... ―Tomte me sujetó de la muñeca―. Creo que ha habido un malentendido.

―¿Sobre qué? ―mi expresión confundida lo arrojó a una crisis nerviosa. Tomte hiperventiló y se apartó sin soltarme la mano.

―A ver... ―Soltó una carcajada temblorosa.

―¿Podríamos hablar después? ―La visión de nuestras manos tomadas apuntó y disparó a mi corazón con una corriente eléctrica―. Debo ir a hablar con los pasajeros.

―Claro... ―Pero nunca soltó mi mano. En el fondo, yo tampoco quería. Al contrario: me gustaría que la distancia entre nosotros desapareciera.

Me armé de valor y me liberé del apretón. Antes de que pudiera decirme cualquier cosa, abandoné la cabina y me dirigí al coche de pasajeros más próximo, donde Wilhem intentaba aplacar el bullicio de la gente asustada.

―¡Atención, por favor! ―grité para atraer las miradas hacia mí―. Mi nombre es Klara y soy la maquinista. La tormenta que se formó anoche se ha fortalecido y la acumulación de la nieve, por desgracia, ha caído sobre la cabina. El viento y la nevada no permiten que podamos salir, por lo que el tren no puede moverse. Ya me comuniqué con el puesto de mando. Un equipo de rescate vendrá ayudarnos, pero debemos esperar a que pase la tormenta.

―¿Eso qué significa? ―preguntó una mujer al final del coche de pasajeros.

―¿No vamos a llegar a Estocolmo en la tarde? ―preguntó otra.

―Significa ―elevé la voz― que tendremos que pasar Nochebuena en el tren.

La reacción fue diversa: algunos gritaron con enfado mientras que otros lloraban de la frustración por no pasar las fiestas con su familia después de varios días de viaje. Wilhem me buscó con la mirada, como preguntándome de qué manera podríamos aplacar a la multitud.

―¡Calma, por favor! ―Levanté las manos y no las bajé hasta que hubo silencio―. Sé que es una situación incómoda, y lamento muchísimo que no podamos llegar a tiempo para pasar Navidad con nuestras familias, pero intentemos hacer de esto lo mejor posible. Le pediré a los cocineros que preparen una cena especial. Mientras tanto, permítannos ofrecerles una buena taza de chocolate caliente.

―¿Y dónde vamos a cenar? ―preguntó uno de los pasajeros―. El vagón comedor ha quedado encerrado dentro del túnel, ¿es seguro entrar?

―¡Esta es la peor Navidad!

Los pasajeros se hicieron eco de los lamentos. Yo ya no sabía que hacer para aliviar el descontento, porque entendía lo desalentador que resultaba pasar las fiestas rodeados de gente desconocida.

―Vamos, no tiene por qué ser una Navidad espantosa. ―Sorprendida, volteé hacia Tomte, que se había adelantado hacia la multitud―. Podemos usar uno de los vagones que no hayan quedado en el túnel y pasar a él todas las decoraciones. Sí, entiendo que estas no son las fiestas que teníamos en agenda, y también comprendo que muchos aquí tenían la ilusión de ver a sus seres queridos después de tanto tiempo, pero al menos estamos vivos, a salvo y reconfortados a pesar de la tormenta que nos azota desde afuera. No dejemos que el desánimo nos impida celebrar. Por esta ocasión, seremos una gran familia de 100 personas. ¡Así que vamos! ―elevó la voz con entusiasmo―. Entre todos podemos salvar esta Navidad.

La energía de Tomte era contagiosa, de modo que, en un parpadeo, el vagón de pasajeros se sumió en gritos de algarabía, silbidos y aplausos. Lo miré, vacilante entre el orgullo, el asombro y la admiración.

―Gracias ―le dije.

Tomte volteó a verme con una expresión divertida.

―Nada de «gracias». ―Mi cuerpo se congeló en cuanto Tomte me pasó un brazo por los hombros. Olía jodidamente bien―. Ya no tienes que quedarte en la cabina, el tren no se irá a ningún lado, así que vas a ayudarme.

―¿Yo? ―musité, insegura―. ¡Pero no sé nada sobre decorar! Soy ingeniera, ¿lo has olvidado?

―Para todo lo que tengo en mente, una ingeniera es justo lo que necesito. ¡Arriba ese ánimo, Klara Hogen! ―Con un empujón, me hizo avanzar―. ¡Vamos a salvar la fiesta en el Expreso Navidad!

Los pasajeros respondieron con silbidos de algarabía. En cuestión de un santiamén, el ánimo de celebración se propagó por todos los vagones. Tomte dividió los grupos de manera estratégica: mientras dos grupos preparaban los vagones que serían utilizados como comedor, el resto trajo las decoraciones y el material de trabajo de Tomte; otros asistieron en las cocinas, repartieron el chocolate caliente y una pareja ofreció música en vivo. Incluso Wilhem se arremangó la camisa y ayudó a trasladar los objetos pesados. El Expreso Navidad había agarrado una vida como nunca antes, y no podía estar más contenta, aunque la situación fuera de todo menos esperada. La Navidad se había salvado. Solo un detalle más podría hacer que fuera perfecta.

Pero entonces lo vi: Tomte acababa de poner una máquina verde sobre la mesa cuando se le acercó una mujer castaña, que tenía en sus manos un pequeño estuche que él abrió en cuanto llegó a sus manos. Pese a la distancia, logré distinguir que se trataba de un anillo. El anillo de compromiso... Y supongo que ella era la afortunada. La manera tan genuina, amplia y llena de felicidad con la que Tomte le sonreía, no dejaba espacio para la imaginación.

No fui capaz de seguir mirando. La Navidad se había salvado, pero no para mí.

―¡Ingeniera!

Estaba de espaldas, pero evidentemente reconocí su voz, la misma que antes me daba cosquillas, pero que ahora me resultaba dolorosa escuchar.

Volteé lentamente hacia él e intenté que no se notara que me estaba hundiendo.

―Es una larga historia, pero... ―Me mostró el estuche mientras sonreía―. Ha aparecido, así que todavía puedo salvar esta propuesta, pero necesito la mano amiga de una ingeniera.

Oh, no.

―Claro ―le dije sin pensarlo mucho―, ¿qué necesitas?

Su idea era bastante sencilla. Sin embargo, necesitaba hacer varias pruebas, y lo ideal era que su futura prometida no lo viera, por lo que terminé haciéndolo en la cabina. Lo terminé en menos tiempo del que pensé que me tomaría. Supongo que mi mayor incentivo fue acabar con esa tortura lo más pronto posible.

Volví al vagón e hice la conexión de las luces del árbol mientras observaba a Tomte de reojo personalizando los adornos según el pasajero le indicaba lo que quería. Era bastante rápido, aunque supongo que la máquina verde, que hacía los cortes del vinil que pegaba en las bolas transparentes o de colores ayudaba a acelerar el trabajo.

―Ya está listo ―le informé.

Tomte terminó de pegar un nombre en una de las bolas transparentes, se lo entregó a la pasajera con esa deslumbrante sonrisa suya y volteó hacia mí.

―Gracias, ingeniera.

Imité mi mejor sonrisa y me alejé discretamente.

―¿No vas a quedarte para ver la proposición?

Dios, no. No me pidas eso.

―Necesito ocuparme de otras cosas ―no logré ocultar mi desánimo. ¿Será que alguna vez aprenderé a disfrazar lo que sentía?

Tomte me miró como si él hubiera entendido un chiste y yo no.

―No te muevas de ahí, estás en el lugar perfecto. ―Pero, por alguna razón, me di cuenta de que no me hablaba a mí, sino al hombre rubio detrás de mí, aunque un poco más a la izquierda―. ¡Astrid! ¿Puedes quitar ese adorno plateado? Sí, el de la estrella. Hay dos adornos plateados más abajo y no me gusta cómo se ven.

―¿Este? ―preguntó la mujer, apuntando el adorno con el índice. Así que se llamaba Astrid.... Incluso su nombre era bonito.

―Ese. ―Tomte asintió.

Contuve el aliento mientras veía como Astrid tiraba de la estrella y activaba la redirección de las luces del árbol hasta que estas formaban las palabras «CÁSATE CONMIGO». Astrid no lo entendió de inmediato. Retrocedió con una expresión de desconcierto, y una vez que se detuvo a una distancia prudente, se sobresaltó. Ignoré la punzada de envidia y sonreí.

Entonces, ocurrió algo inesperado. El hombre junto a mí avanzó hacia Astrid, le quitó la estrella ―lo que dejó al descubierto el anillo― y se arrodilló.

―Mi hermosa Astrid, no creo que exista mejor manera de pasar Navidad que contigo, a menos que me digas que sí, y eso la haría mejor. ¿Quieres casarte conmigo?

Astrid no lo pensó ni por un instante. Gritó que sí con todas sus fuerzas y se abalanzó sobre su ahora prometido, lo que causó una ola inmensa de sonrisas. Yo... yo me sentía como una tonta, y en cuanto mis ojos se cruzaron brevemente con los de Tomte, lo que sentí fue vergüenza.

Cubrí el calentón de mis mejillas con las manos y escapé hacia la cabina. No me di cuenta de que había estado retenido la respiración hasta que escuché la puerta cerrarse y solté el aire de golpe. Me había hecho toda una película basándome en partes sueltas, en spoilers que yo misma me había inventado. Habría podido ahorrarme todo eso si le hubiese hecho una pregunta de frente, o si el mismo Tomte hubiera tenido la gentileza de decirme que el anillo no era para su pareja. Tonta...

La puerta de la cabina se abrió y cerró con rapidez. Miré por encima de mi hombro y todo mi cuerpo se congeló al ver a Tomte de pie y con las manos metidas en los bolsillos. ¿Lo peor? Estaba sonriendo.

―Así que, en Tivoli, cuando iba a besarte, te apartaste porque pensabas que me iba a comprometer en Nochebuena.

Le di la espalda. Por Dios, ¡era vergonzoso! Por supuesto que me había apartado por eso. Yo jamás podría meterme en medio de una relación sin importar la rabieta de mis sentimientos.

―Debí decirte que el anillo era para Astrid. ―Luego de una pausa, añadió―: Es mi medio hermana.

Ahogué un gemido. Eso era mucho peor.

―El punto es... ―Me estremecí al percibir su acercamiento―. Astrid tomó el anillo porque fue la primera idea que se le ocurrió hacer para que fuera a pedirle ayuda a la maquinista. Cuando supo tu nombre, encontró divertido y maravilloso que la maquinista fuera mi exnovia. Ya le había hablado de ti.

―¿De mí? ―Volteé quedamente. Tomte sonrió, satisfecho.

―Klara... ―Otro acercamiento―. Fuiste una persona importante en mi vida. Toda persona que quiera conocerme de verdad, tendrá que soportar que hable de ti.

Cállate. ¿Qué no ves lo que le haces a mi corazón? Pero, por favor, sigue hablando.

―Me lo ha entregado sin saber que era para ella, pero yo no estoy comprometido con nadie. Desde hace mucho tiempo, no estoy interesado en ninguna mujer. ―Mis piernas comenzaron a derretirse por la manera en que me miraba―. Ha sido un verdadero milagro de navidad encontrarte aquí. ―Para el momento en que se detuvo frente a mí y me acarició la mejilla con el dorso de los dedos, yo ya estaba hiperventilado―. Temo darte una mala noticia, Klara, pero creo que me he vuelto a enamorar de ti.

Mi corazón explotó.

―Yo también.

La confesión nos desnudó a ambos; nos dejó desprotegidos. Una parte de mí nunca dejó de quererlo ―el recuerdo de ese chico me acompañó durante los años siguientes después de abandonar Estocolmo― y parecía que a él le había sucedido lo mismo. Supongo que hay sentimientos que no mueren con el tiempo, y el nuestro era uno de ellos.

Mis ojos se empañaron por las lágrimas, pero Tomte las secó con cariño. Cuando sus labios se posaron sobre los míos, sentí que volvíamos a tener dieciocho años. Recordé ese último beso y la despedida que siguió después. Por un momento, sentí que habíamos puesto nuestra vida en pausa y que la habíamos retomado justo en ese instante.

Tomte se apartó, me besó la punta de la nariz y sonrió. A mí se me escapó una carcajada. Una sonrisa no podría representar mi felicidad.

―¿No piensas reclamar tu premio? Conseguiste la almendra.

En ese momento, el único premio que quería era Tomte, pero la idea de que se comprometiera con otra mujer me destrozó por dentro. Pero ahora...

―Quiero besarte ―le dije.

Tomte sonrió, satisfecho con mi demanda.

―Te quiero, ingeniera ―susurró, y yo me derretí por dentro.

Le cubrí las mejillas con las manos ―el raspón de su barba se sentía extraño y placentero a la vez― antes de besarlo.

―Te quiero, decorador.

Una semana a bordo de un tren, ¿qué podría salir mal? Con la compañía de Tomte, nada.

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