Día 6 - Orgullo
—¿Cómo va todo Bro?
Kaminari está frente a él con una sonrisilla pequeña que le asegura lo mucho que todos intentan sobrellevar la situación, lo mucho que todos saben lo que pasa allí, detrás de esas paredes de roca que lleva por piel. Kirishima ladea una sonrisa sin más temores a fingir que todo es perfecto en esa burbujilla en la que le gusta encerrar a su amor.
—Aún se niega a hablarme —mira a los palillos junto a su cena que humea frente a su rostro, él té frio desliza una pequeñas gotas sobre el cristal mientras las mira— pero si ya no me corre de la habitación debe ser un avance ¿no?
Ambos se sonríen más suave sin mucho ánimo de querer continuar con el tema pero Kaminari tiene que decírselo aunque le aprese el pecho y la garganta se le cierre. Lleva una mano a su nuca y Eijirou observa sus gestos dubitativos como un mal augurio de lo que sea que su siempre expresivo amigo fuera a contarle.
—Ei amigo, sabes que todos estamos preocupados por ti y por bueno, por el —alza la mirada brillante que se opaca tras la duda hasta los ojos centelleantes del héroe— Midoriya estuvo hablando con nosotros ayer... Sobre ese caso, trato de no mostrarse muy comunicativo con el tema pero ya sabes cómo es Mina y ella bueno —Denki tropieza un poco con sus palabras haciéndose de un trago de su bebida, sin volver a alzar la mirada— nos pidió que no te dijéramos, ya que tratas de mantenerte lejos del tema por el bien de Bakubro, nosotros entendemos eso, mientras menos información llegue a el mejor pero —mirándole Kaminari nota sus dedos tensos contra el mantel y traga saliva que se calienta en su boca, Kirishima lleva el rostro serio pero los nudillos más pálidos— ¿No te has enterado ya? ¿No te lo han contado?
Eijirou respira lento antes de hablar.— No, por la licencia forzada, y por lo que acordamos él y yo, me he mantenido lejos de cualquier tipo de información, incluso de las Noticias. No ha sido difícil, no mucho —Red Riot lleva un par de sus dedos al puente de su nariz en un ademan desesperado que desde hace un tiempo ya no les toma por sorpresa a sus amigos—. ¿Podrías solo decirme que pasa?
Entre sus labios deja salir un ligero aliento.
—Entre Héroes de la Agencia de Beast Jenist y Hawks se está hablando de la aprobación a la liberación de los Villanos atrapados en el contrabando de Endeavor, los rumores llegaron rápido a oídos de Midoriya, como era obvio, y...
Su respiración se detuvo.
—Viejo los otros no quieren que lo sepas pero tú y yo sabemos –—se detuvo para enfatizar—: incluso ellos saben, que Bakugou no es estúpido, es uno de los hombres más inteligentes y tenaces que jamás he conocido y
Kaminari mordió su mejilla interna al ver a su amigo con la cabeza gacha, levantando su mano en señal de silencio.
—Creo que debo irme a casa lo siento.
El rubio asiente viéndole levantarse y dejando un par de billetes en la mesa. No pronuncia palabra, ambos saben que el mundo en que creían se vuelve de cabeza y quien lo lleva arrastrando es aquel que desde la penumbra lleva los brazos vendados hasta las puntas de sus dedos.
Piel quemada.
Nervios desgarrados.
La música ruge fuerte desde dentro del departamento largo que comparten. Los sonidos golpean como un gorgoteo dentro de su pecho, palpando las cuerdas de su garganta que se han negado a pronunciar una sola palabra. Esta allí, en la oscuridad que solo las luces de la ciudad ataca contra sus ojos. Se mira frente al espejo, sentado a los pies de la cama, lleva la ropa oscura que solo hace a su piel pálida resaltar como una brumosa capa enfermiza contra la neblina nocturna.
Los ojos carmesíes brillan contra la ciudad que desciende desde las delgadas cortinas de su ventana.
Los cabellos rubios se difuminan contra la azulada apariencia de la noche.
Su boca sabe a vino y los parpados le pesan.
Antihéroe.
La palabra escapa de su mente sin saber que la pronuncia en la oscuridad. Su lengua adormecida choca contra sus dientes y su iris contra las vendas que se retuercen desde sus codos. Deja caer su cabeza apesadumbrada por el alcohol, se deja mirar sus dedos vendados que ya no arden sobre las quemaduras que en su momento le arrancaron un gruñido de dolor. Un grito o lo que fuera que su boca pronuncio.
Piensa en los escombros polvosos, el aroma de la nitroglicerina, de la piel quemada y la sangre en su boca. Ríe haciendo retumbar sus hombros ante el sabor similar entre esa y el vino barato. Metálico.
Los cadáveres extintos entre bombas del enemigo, un Villano con la capacidad de los hombres bomba. Un Villano contratado para desintegrar la zona.
Un Antihéroe.
Puede ver sus botas deslizándose entre la tierra con el corazón detenido después del frenesí. Escucha el sonido de la muerte como un pitido silencioso. Las explosiones se han detenido ya aun cuando sabe que los Villanos se encuentran heridos pero vivos unos metros más adelante. El polvo se extiende como una capa arenosa contra su boca que sangra lentamente. Se mueve como un animal ensordecido por sus propios gritos. Tratando de alejar el polvo que lo rodea. A sus pies la humedad se vuelve latente hasta que llega a ella.
La mujer respira desde el suelo. Sus ojos blanquecinos observan el cielo bañado en la lluvia próxima, alejando de los cielos la belleza de la noche. Escucha sus rodillas chocar contra el concreto. No hay llanto allí, no puede escuchar murmullos ni un solo rasgo de vida. Solo aquellos ojos. De pronto observa sus palmas enguantadas sumergirse tras su cabeza, raspándose contra los escombros. Los cabellos castaños se llenaban de sangre contra ellas, confundiéndose contra los guantes negros. El cráneo se sumía mientras intentaba sostenerle. La piel amarillenta manchada entre charcos de sangre. Las piernas desmembradas a los costados.
Recuerda la sensación de su garganta quemándose, vibrando, y luego las explosiones quemando contra sus palmas.
Las granadas cayendo destruidas a sus pies.
El odio. El maldito odio. Mira su rostro, con esas marcas alrededor de sus ojos, y vuelve a pensar que no hay diferencia.
Si era liberado. Si era un cómplice. ¿Entonces cuál era la maldita diferencia?
Se había esforzado, había luchado tanto como había podido. Lo había salvado creyendo que eran compañeros.
Y lo eran. Eran compañeros.
Siente la brisa golpeando contra las heridas en su piel. La mirada roja frente a el ofreciéndole una sonrisa, una genuina. A los otros héroes sosteniéndole desde los codos que sangran pero que no le detendrían, no podían detenerlo.
No había forma. Le habían dicho.
Soy un héroe bajo la capa de un Villano. Le había dicho. Como tú.
—¿Katsuki?
Kirishima lo mira desde el umbral de la habitación. Desde allí puede oler el vino derramado a los pies de su pareja como aquel presagio que tanto desearía que olvidara. Está sentado frente al espejo y no le mira, tiene las manos sosteniendo su cabeza con los codos en sus rodillas. Puede ver las vendas, ayudado por la luz nocturna, de sus dedos entre los rubios cabellos.
Respira lento el aroma del alcohol hasta que decide entrar.
—¿Katsuki? —Llama suave, casi en un murmullo hasta que consigue estar a su lado dudando en tocarle.
No recibe respuesta y pasa un segundo su mirada por el suelo. Lleva los calcetines negros mojados por el vino. La botella esta tirada a su lado y nota el otro par junto al cesto de la ropa sucia.
Resopla cansado una vez más.
La noche anterior no había sido diferente. Las botellas adornaban su suelo con más frecuencia de la que le gustaría.
—Katsuki —desciende con cautela frente a él dejándose caer de rodillas con el amargoso líquido coloreando sus pantalones— amor...
Lo mira temblar ligeramente. Su cabeza es presionada con mayor fuerza entre sus manos marchitas y los cabellos tironeados con desesperación. Lleva sus palmas contra el dorso de las suyas, procurando lentitud en sus movimientos. Las detiene sobre ellas, chocando contra el calor de las telas.
Bakugou detiene su fuerza, congelado en su agarre forzoso y con la garganta repleta de vidrios.
La música ya no suena. La nitroglicerina ya no quema contra su nariz ni el polvo está en su boca. Escucha su corazón palpitar rápido contra sus oídos y las venas en su cabeza latir.
Los dedos del pelirrojo se deslizan entre los suyos, rígidos, hasta separarles lentamente de sus cabellos. Los orbes rojizos se topan contra los suyos cubiertos por la seda del alcohol, escondidos como perlas preciosas contra las pestañas largas y rubias que tanto le han gustado siempre pero que ahora hacen a su corazón aplastarse. Lleva las delgadas pestañas húmedas y por sus mejillas cruzan un par de gotas.
—Eijirou.
Pronuncia firme, ronco, y su pecho se estruja.
—¿Soy un héroe?
El joven toma una bocanada de aire y lleva su vista al suelo entre sus rodillas. Sus dedos se entrelazan contra los suyos.
Katsuki le observa, abrumado y mareado. Entre la línea de la consciencia sabe que no es la primera vez que le hace la misma pregunta. Sabe que camina por un hilo que está cortando la garganta del hombre frente a él. Pero lo ve de nuevo, dudando un segundo entre sus propios pensamientos antes de levantar la vista a él. No lleva una sonrisa en su rostro. Sus ojos no se hacen pequeños con el gesto ni tiene la mueca en el rostro de admiración y superación.
Esta vez Kirishima ya no cree.
Esta cansado.
Su rostro lleva las mejillas lizas. Las cicatrices en su mejilla derecha de peleas pasadas parecen difuminarse contra la oscuridad. Los ojos rojos le observan inyectados de una energía que entorpece sus propios recuerdos.
—Si, Katsuki. Eres un maldito Héroe —el pelirrojo frunce su ceño pero no suelta sus manos y sus ojos se vuelven casi tan afilados como los suyos—. Pero si no luchas más, si dejas que esos desgraciados hijos de puta sigan tomando terreno mientras tu estas aquí, titubeando entre lo que es bueno o malo, en lo que eres o no. Si dejas que esto continúe así solo un poco más entonces no. Eres un maldito Villano.
Y sabe que lo ha herido, que sus palabras han calado en aquello que vio desvanecerse de a poco los últimos meses. Ve la chispa furiosa prendiéndose en sus ojos.
La confusión y la ira.
El odio, el maldito odio.
Entonces se levanta aprovechando la bruma que lo envuelve hasta escapar de la habitación. En el pasillo lo escucha tropezar contra una botella, intentando alcanzarle. Maldecir en gruñidos.
En la acera lo escucha rugir como una fiera.
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