Día 4 - Odio.
Nuevo Símbolo de la Paz.
Las pestañas rubias se separan con lentitud en la oscura habitación. El aroma a cenizas sigues disperso y el embriagador hedor a carne quemada sigue impregnado como azufre a su alrededor. Se despega del colchón ennegrecido en el medio de la habitación destrozada, mira sus piernas cubiertas por el oscuro pantalón. La cabeza le da vueltas y a lo lejos Dabi lo mira llevarse ambas manos entre los cabellos rubios polvosos, desesperado por cobrar importancia a esos recuerdos que le destruyeron y le llevaron allí.
El Villano se cierne sobre su compañero un poco antes de ponerse de cuclillas frente a él. El aroma a muerte y fuego le roba el aliento al rubio que se niega a mirarle, cerrando los ojos escarlatas.
—¿Aun quieres destrozarlo?
La voz ronca de Touya entra como un fuerte rugido contra sus oídos doloridos y sensibles por las detonaciones de la noche, enmudecido entre las drogas y el alcohol.
—Puedes hacerlo ahora, Shigaraki solo pidió que te retuviera una noche.
Entre los dedos pálidos puede ver su iris rojo quemándolo con la mirada. Tiene su atención y sus labios manchados le muestran una sonrisa hambrienta.
—¿Es que no puedes hacerlo? ¿Todo eso de la noche fue solo palabrería muerta? ¿No puedes hacer lo que juraste?
La voz venenosa entra lentamente mientras su cabeza retrocede en recuerdos llenos de estruendos, sangre y colores adversos. Naranja y Azul reflejando contra la noche. Gritos. Metal cayendo contra el pavimento.
Deku, el Héroe
—¿Eres un cobarde?
—Tsk.
Sus manos resbalan de su rostro después de minutos que ninguno de los dos sintió. Miro los vidrios de las ventanas frente a él, la noche perlada de estrellas, la brisa mortecina con el aroma espectral de un cementerio. Bakugo se siente como uno ahora, uno de esos muertos sin empatía. No tiene fuerzas, orgullo o tan solo vida. La cabeza le pesa pero no siente dolor, sus oídos aturdidos no escuchan el pitido de sus explosiones y su nariz solo percibe el aroma a quemado de las pieles de Dabi.
Lo ve levantarse, con el cabello negro y la gabardina difuminándose con el resto de la habitación. Los ojos azules relampaguean cansados desde arriba. Esta tan muerto como él. Todos ellos lo están.
El siempre había sido la excepción.
Las botas de Dabi resuenan contra los escombros que empujan dejándole solo en esa noche que recién comienza bajo la bruma de las toxinas que aún se encuentran en su sangre.
La libertad nunca había sido abrumadora, la fuerza o el poder siempre habían sido manejables. Era el mejor. Aprendió, creció y mejoro pero lo perdió todo.
—No soy un villano...
Susurra contra los vidrios quebrados de la habitación, de pie, admirando las estrellas desde aquel edificio. La brisa le golpea el rostro en caricias heladas que le remueven el cabello. Piensa en la televisión, en lo último que recuerda.
Deku...
Iracundo se había levantado del sofá alejando a la cínica rubia que se pegaba a su brazo. En un parpadeo la oscuridad se había apoderado de él. Tal como siempre había sido, con un vacío oscuro que le consumía desde hacía años.
Hasta calcinarlo.
Pronto estaba destrozando aquella parte de la ciudad abandonada, entre estruendos, héroes insignificantes asesinados y un compañero sonriente que desplegaba sus alas azules a su alrededor.
—Kacchan ¿Qué estas... ?
Cierra los ojos. Entre los pasillos, cegado por aquel vacío, sostenía del brazo un cuerpo inerte, sangrante. Sus ojos, cansados, devorados de un fuego que le quemaba, lo miraron. Muertos. Repletos de aquella apatía que se apoderaba de él.
Sin detenerse a pensarlo los cabellos verdes estaban frente a sus ojos, los iris escarlatas denotaban desesperación, miedo y preocupación al mirarle el rostro. Las pequeñas manos repletas de cicatrices tomaron el suyo. Pronto se vio arrastrado a la habitación oscurecida de su compañero, llena de calcomanías, juegues y posters, como en la infancia. Como de niños se vio a si mismo ser sentado en la cama de su compañero, la sangre aun goteaba fresca en su barbilla.
Suspiro y vio el humo de su aliento correr, escucho sus pasos contra el concreto, adentrándose a la oscura ciudad. Halo de la capucha de su gabardina oscura y se profundizo entre pasos seguros a las calles prominentes, congeladas.
Los siguientes días pasaron sin que se diera cuenta, nadie le cuestionaba, su mejor amigo se había ido, no había razones para cuestionarle. Su voz había muerto. Pero esa piel contra sus mejillas se paseaba en todas las noches sobre la suya, acariciando y observando como en espera de algo, algo que no podía liberar. Los ojos verdes tenían aquellos tintes olivas distribuidos entre líneas torcidas dentro de sus iris y el brillo de la noche reflejaba con mayor intensidad la blancura a su alrededor.
Su tacto era cálido, suave, aun con aquellas líneas remarcándola y por sobre la aspereza de los entrenamientos, era suave. Y él se dejaba llevar mientras el iris de fuego se quemaba contra su tacto por las noches, cerrándose bajo la luz de la luna.
—Vas a estar bien, Kacchan.
Pero abre los ojos y no se topa con los suyos una noche más. El viento frio se cola bajo su gabardina pero no logra hacerle temblar. Ante él está la puerta cerrada de un apartamento lujoso, ni siquiera recuerda como llego allí, no recuerda nada más que los pasos de Dabi retumbando en su cabeza y el sendero de las calles humedecidas bajo la bruma oscura.
Pronto escucha la puerta perder los seguros. La puerta se abre y esta vez cree que se mantendrá consciente un poco más, lo intenta, se sostiene enterrando las uñas en sus palmas dentro de los bolsillos.
—Ka...
Entonces la alza, llenando de fuego su interior. Midoriya enmudece ante su aspecto. Es más alto ahora, lleva remarcadas ojeras en una piel mucho más pálida. Los ojos rojos no fulguran ni bailan como una fogata hambrienta y se recuerda que ese aspecto murió aquella noche en que lo encontró.
Pasa, contra sus propios límites como Héroe, le deja entrar y mira su silueta acercarse al ventanal, observando el parque silencioso al otro lado del edificio. Los cabellos rubios se muestran opacos y girándose a contra luz lo encuentra más delgado.
Su boca se seca y recorre el camino que les separa hasta que pronto se encuentran frente al cristal. Las manos ahora más grandes de Izuku tocan sus mejillas sin dudarlo, percibiendo aquella frialdad digna de un cadáver y acaricia sus pómulos. Katsuki toma sus muñecas dejándole las manchas de su sangre en la piel.
—Estas sangrando.
Trata de separarse pero sus dedos se aferran con fuerza a él, sin dejar que las aleje de su rostro. Guarda de nuevo silencio, entendiendo que aquellas heridas son quemaduras vivas producto del uso excesivo de su Quirck. El joven Héroe aguarda, deseando que hable pronto, que aquello no sea una fantasía más de sus recuerdos traumáticos de la adolescencia. Que vuelvan a chispear aquellas palmas y fulgurar esos ojos.
Pero no pasa.
Es un villano, lo sabe, lo ha visto y trata de que aquellas palabras, repetidas en su cabeza, lleguen a su agitado corazón.
Las largas pestañas rubias se cierran una vez más ante el tacto cálido que le embriaga los sentidos, el aroma a frutos que se esparce por su nariz alejando las cenizas y el azufre de sus recuerdos, los rizos acarician con suavidad su nariz. La piel se humedece de apoco bajo sus palmas y las heridas escuecen un poco más contra ellas.
Abre los ojos lentamente.
El amanecer tiñe los cristales rotos de la habitación. Está de nuevo en la base, sumergido en una bañera con agua caliente. Mira su ropa oscura, solo lleva la camiseta negra y los pantalones, sus botas aún siguen fuertemente atados a sus pies y entre los hilos de agua que se forman al moverse mira sus palmas enrojecidas perder los tintes de la sangre. Los cabellos rubios se le pegan al rostro y puede ver humo salir de su nariz, uno caliente. El agua esta hirviendo.
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