Día 3 - Legado.
Las cenizas revuelan sobre sus cabellos y los gritos a su alrededor no cesan mientras la sangre se derrama hacia sus pies. El Rey esta imponente de pie con la gran capa roja removiéndose y los ojos de un depredador observando la vereda a su castillo.
Sus hombres luchan sin piedad a su alrededor dentro de los muros, su gente corre entre tropezones a esconderse tras él y los soldados que le resguardan a su alrededor. Todos pelean. El chirrido de las espadas suena frenético contra sus oídos.
Bakugou no lo piensa. La capa se desliza de sus hombros al suelo.
Entre los pasos contra el lodo el Dragón saca su espada mordaz con los colmillos desplegados. La tierra esta húmeda bajo sus botas que golpean con violencia entre sus pasos. Los hombres a sus lados tratan de seguirle, proteger a su Rey es su deseo pero entre ellos se escabullen como carne de cañón los agresores que son asesinados con la hoja de su espada.
Nadie puede detener al Rey que continua en un baile frenético contra la sangre y mugre. El sudor le baña cuando se desliza por debajo de algunos hasta cortar sus torsos. Salpicando de sangre la piel pálida y los cabellos rubios.
—¡Bakugou!
Gira y chocan, sin retroceder ninguno de los dos, espada contra espada ambos se miran. Un Rey y un Príncipe. Los ojos heterocromaticos son gélidos pero el endurecido corazón del Rey es más fuerte que eso. Se deslizan a un lado con el chirrido del metal desplegándose, se miran en esa burbuja que por un momento es retenida entre sus soldados. Hombres salvajes que respetan el honor de su Rey contienen a los soldados de armadura dorada, inmorales, que tratan de llegar a su Príncipe.
—¡¿Quién eres?!
Grita uno de los soldados de Shouto tras suyo antes de ser atacado y entonces, mirándole, la gran sonrisa del Dragón se extiende. Su espalda se irgue con suficiencia y la espada baja, burlándose de su poco poder, como si no fuera rival para él. Shouto se tensa sosteniendo con mayor fuerza el mango de la suya. Su ceño se frunce pero el Rey Dragón se ve confiado.
—¡Soy el Rey!
Se lanza con la espada hacia abajo y las piernas torcidas, comienza un baile del que todos saben en los reinos cercanos, el baile de un dragón. Sin despegar sus miradas la pelea del caballero es más rígida, limpia y espectral mientras que la suya es salvaje y hambrienta, sus manos tocan el suelo cuando se desliza y las palmas le sostienen cuando le esquiva. El joven príncipe le sigue el ritmo como puede con gran maestría aunque seguir su velocidad es completamente distinto. Ambos son buenos y el sudor perla sus rostros.
La primer cortada es hecha y la sangre se derrama sobre la seda azul pero el Príncipe no se detiene, arremete contra el con mayor fuerza sin detenerse a dejarle removerse a su alrededor. Bakugou gruñe al contener las embestidas que comienzan a hacerle retroceder, su sonrisa se desvanece en aquellos segundos con la espada sostenida por ambas manos.
El metal cruje y son disparados hacia atrás, rebotando contra la piel endurecida de un hombre que les detiene entre ellos.
Shouto da dos pasos atrás aun con la espada entre sus mallugadas manos que comienzan a sangrar entre los recovecos.
—¡¿Qué mierda haces?!
Kirishima mira con el entrecejo fruncido a su nuevo contrincante. La mitad de su torso desnudo esta endurecido por una capa opaca de escamas que le envuelven, Todoroki le observa pues nunca ha visto al Dragón de los Bakugou frente a él, con los dientes filosos en una mueca y los cabellos rojos puntiagudos.
—¡¡Ha tomado la corona!!
Los hombros del Rey Salvaje caen ligeramente y su mano se envuelve con más fuerza sobre la espada.
—Tráelo, que lo vea morir.
Pero Shouto no le escucha, los rugidos de sus guerreros se profundizan en su cráneo pues su Rey les ha dado el libre albedrio que esperaban cuando sale de aquella burbuja de carne.
Miradas hambrientas le rodean.
No puede correr, los Reyes no actúan así, pero se desliza con ferocidad entre los cadáveres en el suelo. Le protegen desde la distancia con ballestas que le juran su vida. Cruza, corta y sangra hasta que llega a las altas escaleras de mármol.
Las puertas negras están cerradas.
Un fuerte golpe a su espalda retumbando los cimientos bajo sus pies y un rugido de Dragón suelta fuego que quema todo frente a él, los guerreros que la protegen no tienen tiempo de solo gritar, las puertas se abren.
Los ojos escarlatas brillan con los tintes anaranjados del fuego y las cenizas oscurecen los cielos.
Avanza frente a su imperio. Todos quedan mudos cuando el joven Rey entra a su castillo destruido. Los suelos de mármol están manchados con la sangre de su gente y en las escaleras al Trono la de sus progenitores se derrama pero el Rey no se detiene a admirarles cuando entra sin ningún miedo a que los caballeros dorados le ataquen, ni blande la espada frente a él, derecho y orgulloso su mirada de fuego se pega a la del hombre que se irgue desde su trono con la corona negra en sus cabellos rojos. El hielo en los ojos azules no le quema. Los soldados están en guardia pero el Dragón gruñe aun desde la espalda del Rey de cabello ceniza.
Eijirou no dudara, si es necesario, en quemarlo todo.
Katsuki lo sabe.
Retándose el Rey Enji baja de las escaleras sin importarle pisar los cadáveres en el transcurso.
—Tienes agallas, mocoso.
Las botas de metal se detienen frente a él en el repiqueteo contra los azulejos, en el silencio del castillo. Las calles parecen haber enmudecido para ambos. Cara a cara la sonrisa del Rey Dragón se extiende con rabia.
Su voz no sale entre el dolor que oprime su garganta asique aprieta su mango con los dedos sangrados y le señala con la punta de su ancha espada.
Se rodean entre una caminata ardiente de furia de lo que puede y fue perdido. El pelirrojo se aproxima con el grácil movimiento de un caballero que falsamente trata de imitar el rugido de un dragón. Los pasos de él lo deslizan a un lado con agilidad, la furia le endurece pero se recuerda respirar, se miran mientras embiste y el otros le esquiva, la velocidad hace que su espada corte el aire cerca de su rostro, Bakugou no se detiene y le sigue esquivando.
El gran cuerpo del hombre se cierne sobre el con golpes duros que no logra esquivar, la espada le hace doblar las rodillas con el impacto, su sonrisa se borra y la sonora carcajada de Enji hace gritar a sus soldados con apogeo mientras el Dragón observa tieso en su lugar. Le está sosteniendo, el Rey Dragón le sostiene, las manos le tiemblan pero su semblante duro continua.
—¿No puedes más niño? Deberías dejar que los mayores se hagan cargo.
Los ojos del Rey Dragón se encienden y entonces se desconecta. Deja caer su espada desconcertándolo. Los cabellos rubios ondean como un manchón blanco en sus ojos al tratar de herirlo de una tajada, Enji gira con velocidad que es lenta ante los ojos rubíes y se enfrentan, agazapado en el mármol, con las palmas en garras contra el suelo y la sonrisa sangrienta en su rostro. Sin despegarse del piso le rodea lentamente, estirando de a una sus piernas en el suelo sin cernirse aún, y un temblor que esconde recorre el torso del Rey estupefacto.
Katsuki le caza como es conocido por todos en leyendas de hazañas, los Reyes a los que la sangre de dragón les persigue en las venas son cazadores innatos, guerreros que fluyen como leones contra su presa.
Todoroki se siente como una presa extasiada ante el poder de su enemigo.
Se impone pero no lo ve venir cuando le cruza entre las piernas y le abre una herida punzante entre ellas, no lo ve cuando le corta el hombro con sus garras doradas y la hombrera cae. El hombre trata de imponerse girando hacia atrás pero pronto se topa con los ojos escarlatas de cara a los suyos. Los espectadores rugen con dolor. Sosteniéndose de su espada Todoroki nota lo profusas que son las heridas, quemándole los huesos, y admira a su contrincante con las manos manchadas de sangre, una palma y sus pies le sostienen desde el suelo donde le observa. El rostro del joven es grácil, mordaz pero mantiene la calma.
Enji toma una bocanada de aire antes de alzar la pesada espada en un intento lento y soez por arremeter contra la carne.
Bakugou le esquiva entre manchones negros y blancos hasta que sus ojos se abren con fuerza mirando el azulejo del castillo oscuro. Gira su rostro hasta los cabellos dorados que le sostienen desde el torso inclinado hacia el suelo. Sus espiraciones agitadas están juntas. Katsuki remueve las zarpas enterradas en su estómago, arañando sus entrañas.
—Soy el Rey
El húmedo chasquido de la sangre suena antes de que el cuerpo caiga contra el mármol en un chirrido de metal.
Se miran mientras la vida escapa tortuosa de los ojos azules. El silencio embarga una vez más a los espectadores que se han quedado sin aliento. Hombres orgullosos que admiran a su Rey recién proclamado. La corona negra es tomada sin cuidado de los cabellos rojos sangrantes y de un zarpazo sin contención el rostro es abierto sin piedad antes de levantarse. El joven Rey da su primer paso sin chistar y a su alrededor las sonrisas se forjan con los colmillos dignos de su tribu. El hombre de cabellos rubios se coloca la corona negra sobre las hebras rubias con un rápido movimiento, sin nimiedades o premuras, antes de cruzar hasta las escaleras sangrientas, los hombres se tensan con expectación al observarlo subir. El aura del Rey es poderosa, cándida y triunfal, aun cuando las heridas en su piel continúan siendo profusas y las gotas se derraman desde las zarpas plateadas aun extendidas. El aliento se detiene en sus gargantas.
El Rey se gira y la capa es colocada en sus hombros sin que le preste demasiada atención. Pasea su vista de un extremo a otro en el gran salón, penetrando en los ojos azules de los soldados enemigos. Han caído, el Rey está de vuelta.
Allí están, los ojos heterocromaticos le observan con repentina resignación. Shoto no piensa en aquello como una perdida, conoce demasiado a su padre y al Rey Katsuki.
Cae de rodillas, guiado por las garras de algún guerrero, frente al primer escalón del trono, sin despegarle la mirada.
Katsuki no sonríe mientras lentamente se sienta en su trono.
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