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Capítulo 7: Decir adiós

Poco a poco lo vi decaer. Antes de dormir rezaba mucho, muchísimo. Tenía fe en que mi Peeta se recuperaría. En un milagro que llegaría de un momento a otro. Buscaba curas milagrosas que no funcionaban, encontré grupos dónde hablaban de gorgojos y sesiones de pastores que aseguraban curar el cáncer.

Los días pasaban y a veces notaba cierta mejoría en él, eso me daba esperanzas. Pero otros días su semblante decaído me deprimía. Su trabajo en el taller se redujo al mínimo. Papá se hizo cargo, Peeta sólo firmaba papeles.

Había adelgazado tanto que fue imposible que los niños no se dieran cuenta de su deterioro, los dolores poco a poco aumentaron, también las náuseas y los temblores.

—Creo que es hora de empezar a usar la morfina— me dijo mi esposo una mañana luego de colocarle la bolsa para recoger sus desechos. Mamá le aplicó la primera ampolleta. Durmió por horas, cada tanto iba a ver si estaba bien.

—Katniss, quiero decirte algo— me sorprendió cuando estaba checando sus signos. Yo creí que seguía dormido.

—Dime.

—Quiero irme de casa.

— ¿A dónde?— intenté hacerme la fuerte.

—He contactado con una clínica para enfermos terminales.

—En el hospital podrían atenderte...— sollocé al escucharlo decir "terminales"

—No. Allí ya no me aceptan. Dentro de poco no podré ni vestirme, ni siquiera levantarme. Y no quiero que me veas así.

—Pero... En la salud y en la enfermedad ¿recuerdas?— una lágrima se me escapó al recordar nuestra boda.

—Lo sé... pero... quiero irme de casa. No deseo morir aquí.

—No digas eso...

—Debes aceptarlo amor. Me estoy yendo poco a poco. Cada día, cada minuto que pasa.

—No Peeta. ¡No! ¡Dijiste que te quedarías conmigo!

—Lo siento. Pero ya no tengo fuerzas Katniss.

—Por favor llévame. Permíteme ir contigo, para cuidarte...

—No. No quiero que me veas morir. Quiero que me recuerdes así como era antes. De pie, siendo yo mismo. No deseo que tus últimos recuerdos conmigo sean al lado de un enfermo que no pude soportar el dolor y que ensucie la cama. Eventualmente enloqueceré, ya casi estoy fuera de mí algunas veces. Por favor...

—No...

—Por favor Katniss. Déjame ir. Necesito morir dignamente.

Lloré amargamente aquella noche. Lo abracé y a pesar que se removía mucho, no lo solté. Sus ojeras se habían acentuado y sus manos temblaban cuando pasaba el efecto de la morfina. Estaba volviéndose adicto a ella.

Finnick pasó por él una mañana. Tomó su pequeña maleta y lo ayudó a subirse al auto. Los niños estaban en la escuela, mis padres se habían ido a trabajar. Yo fui la única que le dijo adiós. No pudo evitar prometerme que me permitiría verlo al menos una vez al día. O que respondería mis llamadas para hablarle y contarle cómo estaban los niños.

Creía fervientemente que lo vería volver, recuperado. Que entraría un día no muy lejano por aquella puerta que él mismo construyó con sus manos.

Pero no fue así. Esa fue la última vez que lo vi. Se despidió con un beso y una sonrisa.

Dos días después, Peeta murió.

Me llamaron temprano de la clínica, Delly estaba histérica, lloraba y gritaba como loca. Fui de inmediato, el día anterior había estado con él, comió unas cucharadas de la gelatina que le sirvieron. Incluso bromeó conmigo diciéndome que el paciente de al lado me miraba el trasero.

La madre de Peeta se había desmayado, cuando llegué. Entré corriendo a comprobar lo peor. Pero su padre no me dejó ver su cuerpo.

—Mi esposa vino esta mañana con Delly. Ella creía que Peeta estaba recibiendo algún tratamiento no convencional. Eso les dijo él. Pero ya era tarde. Anoche Peeta escapó, parece que no soportaba el dolor, llegó hasta los acantilados. Lo encontraron de madrugada. Se había atado con una cuerda a un árbol para no saltar.

—Yo no estuve allí— me lamenté.

—No habrías podido detenerlo. Dicen que los dolores en esa etapa son insoportables. Pero él resistió y eso lo agotó.

Debía decirles la noticia a mis hijos, pero me sentía perdida. Como si no fuera cierto, como si no me estuviera pasando a mí sino a otra persona. Mi cabeza zumbaba, mis manos nerviosas sudaban y mi corazón retumbaba sin ritmo.

— ¡Tú tienes la culpa!— me gritó Delly cuando llegué a la sala de espera.

— ¿Yo?— pregunté sin fuerzas.

— ¡Maldita mujer! ¡Tú lo enfermaste! Siempre te quejabas de todo, haciendo problemas, gritando como loca. Yo te vi varias veces, era una niña pero te vi. Le hiciste la vida miserable a mi hermano desde que se casaron. Luego te largaste con ese vagabundo y Peeta se deprimió tanto. Ha vivido con vergüenza desde que volviste, todos en la calle le gritaban cornudo. Y fue por ti...

— ¡Lo siento mucho!— grité. – ¡Es mi culpa y lo sé! No tienes que repetírmelo, lo sé. Y nunca voy a olvidarlo. Jamás podré sacarme este remordimiento Delly. Jamás. Es la cruz que debo cargar... haber matado poco a poco a la persona que más me amó... y a la que más he amado.

Me dejé caer en aquel sofá y lloré todo lo que no había llorado en esos años.

El funeral y el entierro pasaron como un sueño. Todavía creía que en cualquier momento Peeta llegaría y me abrazaría diciéndome que todo había sido mentira.

Mis hijos estaban devastados. Primrose no paraba de llorar. Rye permaneció junto a mí, sosteniendo mi brazo. Y soportando mi peso cuando me desmayé en el cementerio. Mi pequeña Madge dejó de hablar unos días.

Regresé a casa y no sabía qué hacer. ¿Cómo empezar otra vez? ¿Cómo continuar si sentía que ya no estaba entera?

Todavía recordaba el día que me dijo adiós, aquel beso que me dio... su mirada. Él sabía que no volvería. Sabía que se iría rápido. Pero yo no estaba preparada. ¡Nunca lo estaría!

No quiero aceptarlo, no quiero.

Ya no está... y no va a volver.

No sé qué es más doloroso... saber que no voy a verlo más o todo el daño que le hice. Quiero pensar que está en un lugar mejor, donde ya no sufre, donde ya no lo tortura su enfermedad.

¡Cómo me gustaría volver el tiempo atrás y haber hecho más por él! ¡Cómo me gustaría no haberme fugado con otro hombre y haberlo lastimado tanto!

Los días pasaron y no podía superarlo porque estas cosas no se superan. Sólo se aceptan pero yo estaba lejos aún de resignarme.

Mi suegra vino a verme y me pidió algunas cosas de su hijo, para recordarlo. Le di fotografías, un par de camisas y adornos que él mismo había tallado en madera.

Pero revisando el maletín que se había llevado al hospital encontré un papel entre sus ropas.

Era una carta. Una carta que Peeta había escrito para mí, antes de morir. Las manos me temblaban mientras desenvolvía aquel papel.

Querida Katniss:

Si estás leyendo esto es porque ya no estoy contigo... físicamente. Y a pesar que no puedas verme, yo aún estoy aquí. Tú eres mi vida Katniss. Te he amado desde que te vi, hace años, el primer día de clases. Y estoy seguro que el amor puede traspasar cualquier barrera, incluso la muerte. Por eso te digo con seguridad que yo te amo. Siempre lo haré.

No te atormentes más por errores del pasado. Deja de pensar que tienes alguna culpa por lo que nos pasó. Libérate de eso mi amor, yo no te culpo. Tuviste una debilidad y eso te hace humana, no un monstruo. No dejes que nadie te haga pensar lo contrario, no necesitas la aprobación del mundo. Eres fuerte y por eso te amo.

Me quedaré contigo el tiempo que haga falta, no podrás verme pero estaré allí, a tu lado. Cuidándote como lo prometí. Quizás no puedas escuchar mi voz, ni tocarme o abrazarme pero puedes cerrar los ojos y recordar nuestra vida juntos. El primer beso que nos dimos, aquella vez que te declaré mi amor, nuestra primera vez... los hermosos hijos que el cielo nos envió. Cada recuerdo es precioso y nuestro.

No sé qué hay más allá de la muerte y no tengo miedo porque no me iré, te esperaré sin importar cuanto tardes.

No llores mi Katniss, quiero ver tu sonrisa, yo quiero verte feliz. Vive por mí. Vive para mí. Y yo prometo esperarte.

Me quedaré contigo, siempre.

Te ama

Peeta.


Han pasado cuarenta largos años desde que Peeta se fue y todavía lo extraño. Mis hijos crecieron, me hicieron abuela y algunos de mis nietos ya tienen sus propios hijos. Mis suegros fallecieron hace mucho, al igual que mis padres. Incluso Delly, le dio un aneurisma cuando aún no llegaba a los cuarenta.

Yo sigo viviendo en la casa que una vez fue de mis padres y que Peeta agrandó. Ahora todo es distinto. Las cosas han cambiado mucho, yo trato de no quedarme en el pasado, mis nietos ayudan en eso. Vivo con Primrose, mi bisnieta. Tiene 18 años y se empeña en enseñarme a usar la computadora. Yo le digo que no la necesito pero acabo cediendo para distraerme.

Tengo artritis, el cuerpo me duele sin motivo aparente, uno de mis riñones no funciona bien y espero con ansias el día que deje este mundo. No tengo miedo a morir porque sé que al cerrar los ojos podré verlo.

Mi Peeta.

Ha sido difícil su ausencia, no soy vidente y no sé si él esté rondándome. Mentiría si dijera que he sentido su presencia. Si él está por aquí, es muy discreto porque solo lo he visto en mis sueños.

Pero en este tiempo no he intentado olvidarlo, Peeta es el amor de mi vida, lo sigue siendo. No me he vuelto a casar, ni siquiera he tenido más novios. Quedé viuda a los 34 años pero no me interesó rehacer mi vida amorosa. Sabía que nadie podría ocupar el lugar de mi esposo fallecido así que me enfoqué en sacar adelante a mis hijos, darles la educación que su padre quería y hacer de ellos unos jóvenes profesionales.

Decidí vivir para los demás y de paso expiar mis culpas, me uní a las voluntarias de la parroquia. He viajado a muchos lugares llevando alimentos, ropa y esperanza. Lo hice hasta que ya no pude más. Me caí el año pasado, me rompí la cadera por eso debo permanecer en casa y seguir con mi labor más tranquila.

Nunca más volví a ver a Gale ni a su pandilla. Tampoco tuve noticias de ellos, quizás porque ni siquiera supe sus nombres verdaderos.

La vida siguió... yo seguí adelante. Tenía tres hermosos motivos para continuar y desde los ojos de mis hijos, Peeta me miraba. Sonreía cuando Rye hacía los mismos gestos de su padre, suspiraba al ver los ojos azules de Primrose o aquel lunar en la espalda de Madge. Cada uno de mis retoños tenía una parte de él, eso me sirvió para darme fuerzas.

Durante varios años luego de la muerte de mi marido, su familia, los Mellark, me ignoraron. Jamás me invitaron a ninguna reunión, evento, cumpleaños, boda o bautizo. Incluso a las conmemoraciones por el aniversario de la muerte de Peeta, las tarjetas llegaban a nombre de Primrose, Rye y Madge. Pero mis hijos las despreciaban todas. Muchas veces los animé a ir al cumpleaños de tal o cual primo. Y nunca quisieron.

A los únicos Mellark que frecuentaba era a la familia de Finnick. Annie es hasta ahora mi mejor amiga. Sus hijos siempre fueron respetuosos conmigo, sus nietos y los míos se llevan de maravilla. Mi suegra y Delly evitaban ir a las reuniones en casa de Finnick y Annie para no encontrarse conmigo. Mi suegro por el contrario asistía y teníamos largas charlas.

Estoy tan cansada, no sé cuánto tiempo más deba seguir en este mundo, yo espero que no sea mucho. Ahora que ya no le hago falta a nadie quiero irme con él. Es difícil soportar el peso de los años y de las culpas. Pero ya no siento dolor por eso, tal vez un poco de vergüenza. Muchos de mis bisnietos ni siquiera saben que su nana un día fue joven, se equivocó, engañó a su marido, se fugó con un motociclista y él fue por ella a rescatarla.

Pocos recuerdan el maravilloso ser que fue Peeta.

Yo confío en su palabra, lo veré pronto. Lo sé.

F I N



Por tratarse de una historia real, no he querido cambiarle el final. Las cosas ocurrieron así, tuve un maravilloso tío llamado Pedro, con un corazón de oro. Escribí esta historia como un homenaje a él.

Gracias por leer

PATITO


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