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Capítulo 6: La batalla

Mientras caminaba de regreso a mi hogar, la lluvia me empapó. El agua que caía del cielo se mezclaba con mis lágrimas de arrepentimiento.

Ese era mi castigo. Es lo que me había ganado por el daño que le hice. 

Desprecié el amor de Peeta y ahora la vida me lo quiere quitar cuando más lo amo. Si el arrepentimiento matara ya no estaría viva. Aborrezco aborrezco mis acciones, me porté como una perra, menos que eso...

"Por favor Dios mío, no te lo lleves. No me lo quites. Prometo ser mejor, trabajar más duro, ayudar a la gente que tiene menos que nosotros. Ya no seré tan egoísta, compartiré mis ganancias. Pero por favor, déjame a Peeta. Viviré para amarlo y hacerlo feliz cada día de mi vida" prometí en silencio.

Peeta y yo lloramos mientras hablamos de lo que pasaba. Se había sentido mal y fue a hacerse un chequeo la última vez que salió por maderas. Y no cambió la dirección que había dado a la clínica hace años. Lamentablemente los resultados no eran muy alentadores, le pedían ir a realizarse otros análisis más.

—Ya no llores, no es nada de qué preocuparse— me consolaba. —Pasé por esto una vez y lo volveré a enfrentar— susurraba mientras acariciaba mi espalda.

—Quiero estar contigo. Llévame por favor. Déjame estar a tu lado en todo momento— le pedí.

Aceptó que lo acompañe no sin antes poner un poco de resistencia. Se sentía traicionado por su padre pero le insistí en que el señor Mellark había hecho bien.

Decidida a estar a su lado en las buenas y en las malas, planeamos un viaje sólo para nosotros. A mi madre le pareció romántico, mis hijos se lo tomaron con una sonrisa, pensando que sus padres tenían otra luna de miel.

Allí estuve cuando le sacaron nuevas muestras y le realizaron otra biopsia. Siempre dándole ánimos y diciéndole que todo estaba bien, que pronto acabarían nuestros miedos y volveríamos a casa a seguir con nuestras vidas al lado de nuestros hijos.

Pero no fue así.

El resultado de la biopsia nos dejó una triste noticia.

El cáncer había regresado.

Se planificaron las terapias,  ya no íbamos a poder ocultarles a los niños la enfermedad, se hicieron las recetas y nuestro viaje, aparentemente romántico, se convirtió en una pesadilla de la que no podíamos despertar.

Esa misma semana, con material ligero, Peeta dispuso terminar las habitaciones de los niños para poder tener una sólo para nosotros. La construyeron más cerca de los talleres, con una puerta independiente.

—No es necesario Peeta— le dije cuando me di cuenta que estaba gastando lo que aún no tenía previsto en un espacio para nosotros.

—Sí lo es. Quiero pasar cada segundo de mi vida a tu lado, no voy a desperdiciar ni una sola noche más, lejos de ti— contestó.

Mis padres prometieron apoyarnos en todo lo que pudieran, cuidando de los niños cuando tuviéramos que ir a las terapias. Mamá nos conseguía algunos medicamentos a muy bajo costo.

Darles a nuestros hijos la mala noticia no fue fácil. Prim ya tenía 15 años, Rye 13, más o menos comprendían lo que sucedía. Sin embargo Madge no llegaba a los 10 y la idea del cáncer no ayudaba. Pero nos demostraron que eran fuertes. Estaban al pendiente de su padre todo el tiempo, a veces hacían sus tareas en el taller de Peeta para pasar más momentos en familia. Nuestra habitación se convirtió en centro de reuniones. Compramos algunos juegos, de esos que se hacen en familia, papá nos armó una hermosa mesa de caoba para poder sentarnos todos y compartir momentos felices.

Todo siguió como siempre, salvo que cada dos semanas, Peeta y yo viajábamos a la ciudad para realizar las quimioterapias. Nos quedábamos dos días para que se recupere y cuando ya podía mantenerse en pie, volvíamos a casa. Ya no podía trabajar como antes, así que contratamos operarios para avanzar su trabajo. Yo misma hacía las veces de secretaria personal, tomando llamadas, haciendo contratos y dando indicaciones a los ayudantes. Papá entró de lleno al taller ya que su trabajo de guardabosques había mermado pues muchas de nuestras zonas naturales, habían sido cedidas por el gobierno para la extracción de madera.

El padre de Peeta venía de vez en cuando y juntos salían a caminar para que pueda ver a su madre y hermana que nunca más pisaron nuestra casa.

Luego de dos meses de tratamiento, el precioso cabello rubio de mi esposo, cayó. Le tejí algunas gorras para que cubriera su cabeza. Estuve con él cada vez que se sentía mal y debía sostener su cuerpo cuando no retenía alimentos.

Luchamos juntos, hasta que luego de varios meses, casi cuando nuestra hija estaba por cumplir 16 años, le dieron de alta.

En ese tiempo, Peeta desarrolló mucho un talento que sabíamos que tenía pero que por problemas de la vida, nunca pudo realizar. Los hermosos cuadros que pintaba, me hacían recordar los atardeceres en la playa a la que fuimos cuando éramos adolescentes. Las tardes en el lago cercano. Los días en que lo llevaba al bosque para recoger bayas. Todos eran pasajes que habíamos vivido. También pintó a nuestros hijos, nuestra casa antigua y la nueva. En muchos de sus cuadros estaba yo, no aparecía mi rostro pero si mis manos, mi cabello alborotado, mi silueta. Decoró cada mueble de la casa con figuras que los niños les pidieron. Llenó las paredes de sus habitaciones de colores alegres, con dibujos animados, escenas de películas o sus artistas favoritos.

Cada noche al acostarnos, agradecíamos por el día que Dios nos había otorgado y por las mañanas, Peeta despertaba feliz, sonriendo por tener una nueva oportunidad con nosotros.

Cuando Prim cumplió 16 años, sus abuelos le organizaron una gran fiesta. Los cuatro abuelos, en conjunto.

Delly y la señora Mellark se encargaron de la comida y contrataron un hermoso restaurante campestre. Mi mamá y su amiga Effie, se hicieron cargo de la decoración del local, el vestido y la recepción. Annie ya tenía dos hijos por ese entonces, ella viajó con mi mamá y Prim hasta Chicago para traer un hermoso vestido.

Ver a mi hija, del brazo de su padre fue maravilloso. Había crecido tanto, ya era una señorita. Sé que toda madre cree que sus hijos son los más bellos del mundo pero mi Prim parecía un ángel. Ese día dejó las trenzas habituales y soltó su larga y rubia melena rizada.

Peeta estaba tan feliz y orgulloso de su familia, él jamás me reclamó mi desliz, es más, alguna vez intenté pedirle perdón y me decía "olvida el pasado" o "no quiero que vuelvas a recordar aquello". Pero su familia no pensaba igual, esa fue la única vez que nos juntamos todos. Aunque Delly declinó salir en la foto de familia porque yo estaba allí. De igual forma mis hijos pasaron un día maravilloso, compartiendo con sus abuelos, primos y tíos. Pues aunque mi suegra y mi cuñada me odiaban, siempre trataron a mis hijos con mucho cariño. Y sólo por eso yo jamás les guardé ningún resentimiento.

Prim entraba en su primer año de primer año de preparatoria, cuando en los chequeos regulares a los que íbamos con Peeta, le detectaron un tumor en su estómago. Había crecido con una velocidad asombrosa, a pesar que no nos descuidamos, simplemente apareció y había que extraerlo. Esta vez las cosas parecían más difíciles.

Esto no paraba, cuando yo creía que ya habíamos ganado a batalla, nuevamente otra se presentaba.

Desesperada fui a buscar consuelo a la iglesia. Me confesé, yo que no creía en Dios, ni en nada fuera de este mundo, fui a pedir perdón de mis pecados y a rezar por Peeta.

—Hija mía— dijo el padre una tarde. –Vienes muy seguido y sé que tienes fe. Pero así como rezas deberías agradecer lo que el señor te dio.

—Lo agradezco padre. Estoy muy agradecida por todo lo que tengo.

—Una forma de expiar nuestros pecados y debilidades es también ayudar a los demás.

—Ayudo en lo que puedo. Dono ropa, juguetes en navidad...

—No me refiero a dar lo que te sobra Katniss. Eso lo hace todo el mundo.

Entendí lo que quería decirme. Y estaba dispuesta a hacerlo, sin pedir nada a cambio. Porque las buenas acciones no se hacen para obtener el favor divino.

Algunas horas del día, iba al comedor parroquial a ayudar a preparar el menú diario. Servía raciones de comida, ayudaba en el albergue. Pero muchas mujeres que asistían me discriminaban. Varias veces me dijeron que no necesitaban ayuda, sé que era por el error que cometí. Aún para ayudar al prójimo se necesita no ser una pecadora.


La operación de Peeta se programó para finales de año. Luego de una navidad, especialmente hermosa, mi esposo entró al quirófano.

Mis rodillas tocaron el piso, cuando los médicos me dijeron la verdad. De algún modo el cáncer había avanzado tan rápido que no pudieron hacer nada, solo evaluaron los daños, sacaron muestras y volvieron a dejarlo así. El estómago de mi esposo se encontraba prácticamente inservible. Ya por ese entonces, Peeta sólo se alimentaba de licuados pero dentro de poco no iba a poder ingerir ningún alimento del modo habitual.

No había nada que hacer. Sólo esperar lo inevitable y ser fuertes mientras eso llegara.

—Vamos a hacer como que nada pasa— fue lo primero que dijo Peeta al recibir la noticia. —No quiero que mis hijos me vean y sepan que voy a morir— murmuró.

—Peeta...— mi voz se quebró. Él me miró como si me estuviera suplicando.

—Por favor. No quiero que mis hijos ni mi madre lo sepan— rogó.

—No se los diré— prometí. —Pero Peeta aún podemos reiniciar las terapias con...

—Ya no quiero más quimioterapia— protestó.

— ¡Pero Peeta!— reclamé.

—No creo que las quimios vayan a tener resultados— nos ratificó el médico cuando pedimos su opinión. Ellos suele tomarlo con mucha más frialdad, quizás porque ven esos casos a diario. Hablar de morir parecía bastante normal dentro de aquel hospital de neoplasias.

—No más medicamentos... por favor— volvió a pedir mi esposo.

—En algún momento necesitaras morfina— la voz del doctor sonaba vacía. ¿De que estaban hablando?

— ¿Morfina?— temblé sólo de pensarlo.

—Para el dolor. Puede llegar a ser insoportable.

—Lo sé— contestó mi esposo con coraje.

Intenté no echarme a llorar sobre su hombro pero fracasé. 

—Sólo estoy enfermo del cuerpo amor— me obligó a mirarlo. —Mi corazón sigue entero y mi alma te pertenece. 

—No quiero perderte—lo abracé como intentando mantenerlo conmigo. 

—No me perderás, sigo soñando con el futuro. Con nuestros hijos grandes, felices. Con nosotros dos, juntos. Vamos Katniss, sigo aquí— me brindó una deslumbrante sonrisa antes de volver a casa.

*************

Mañana publico el último capítulo amigas, no las haré esperar. Es sólo que estaba retocándolo. 

Gracias por leer.

PATITO


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