Capítulo 2: Cuando el fuego nos quema por dentro
Luego de un impacto como aquel, volver a mi rutina es lo que más me costó. No podía hacer la comida, limpiar la casa o sacar la basura sin recordar esa tarde. Intenté en vano olvidarlo, seguí con mi vida como si nada pasara pero en las noches antes de acostarme aquellos recuerdos volvían y su fuerza era superior a la culpa.
El impacto que había producido Gale en mí fue brutal. Cada vez que oía o miraba una motocicleta mi cuerpo transpiraba y mi vientre perverso me reclamaba aquellas sensaciones calientes. La pasión me quemaba y yo ardía en deseos.
Los días pasaron, Peeta volvió a casa el fin de semana. Me parecía entonces tan soso. Se veía apagado, cansado y aburrido, quizás siempre había sido así y era yo quien pensaba que él era una especie de príncipe azul. Por la noche del sábado le pedí hacer el amor, me insinué de muchas formas pero apenas me hizo caso. Sólo en la madrugada accedió a mis requerimientos. Pero fue tan monótono como siempre. Él sobre mí, mete y saca por unos minutos y se vino dentro. Como siempre lo hacía. La pasión entre nosotros había muerto definitivamente y debía conformarme con un marido aburrido.
Mientras yo, apenas oía el sonido del motor de una motocicleta saltaba a mirar por la ventana y mi corazón se aceleraba.
Pasaron dos meses y no tuve noticias de Gale, hasta que una mañana apareció pidiendo una soda. Mis hijos mayores estaban en la escuela y la pequeña Madge miraba la televisión.
—Ey guapa ¿Me das una soda y un orgasmo?— me guiñó un ojo.
— ¿Qué haces aquí?— pregunté asustada.
—Estoy de paso, voy hacia mi guarida— le alcancé la soda y un pastelito. Se tragó el pastel de un solo bocado. –Carajo, cocinas como te mueves en la cama— me sonrió.
— ¡Cállate!— dije nerviosa. Mi pequeña podía escuchar.
— ¿No quieres ir a dar una vuelta?— me guiñó un ojo.
— ¡No!— dije enfadada.
—Eres más hermosa cuando te enojas, como quisiera tumbarte y arrancarte la ropa— dijo antes de tomar un sorbo de la bebida que le ofrecí. Me estremecí de placer, aquellas profanas palabras que salían de esa boca pecaminosa me hacían temblar.
—Termina y lárgate... por favor— pedí.
—Me voy a Chicago y quiero que vengas conmigo— volvió a sonreír.
—¿Qué? ¡Estás loco! Ya vete— a pesar de fingirme irritada mi corazón bombeó más rápido al imaginarme lejos de aquí. Era una locura, algo descabellado e imposible. Yo tengo hijos, una casa, un marido que me necesitan. Soy ante todo madre, no debo pensar egoístamente sólo en mí.
—Vendré el primero de abril, te estaré esperando allá en aquella carretera, con el corazón dispuesto a llevarte hasta el cielo. Quiero que seas mía Katniss y sé que tú también quieres— tomó un último pastelillo, sin decir más montó en su enorme motocicleta y se perdió.
Me hubiera gustado tener más voluntad, ser menos débil... ¡Cómo quisiera regresar el tiempo atrás para no hacer lo que hice!
La razón se me nubló, no pude ver que aquello era una abominación. Sin el menor remordimiento, al menos en ese momento, preparé una maleta y salí de casa. Perdí mi conciencia. Me perdí a mí misma el día que abandoné a mi familia.
Decir que fue culpa de Peeta por tenerme tan abandonada sería una excusa sin fundamento. Creo que todos los matrimonios pasan por etapas donde ambos se alejan. O quizás como en mi caso, el trabajo y la distancia, hicieron que mis sentimientos enflaquecidos fueran sofocados por la ardiente pasión que sentía por Gale.
Sin embargo para lo que no tengo perdón ni excusa es lo que le hice a mis hijos.
Los abandoné.
Me fui... tomé unos cuantos trapos en un bolso viejo y me largué sin rumbo en aquella moto. Le dejé una nota a Peeta en la que le confesaba que estaba harta de vivir así, que me iba porque no soportaba más. Ni siquiera recuerdo las palabras que usé, con la adrenalina corriendo por mis venas garateé una estúpida excusa para cargarle el peso de mi decisión. Esperaba que Primrose la encontrara y avisara pronto a su padre, de todas formas faltaban apenas unos días para que él esté de vuelta en la casa y la despensa estaba llena.
Mentiría si dijera que me arrepentí pronto porque no lo hice. En aquel momento pensaba con la vagina, debo ser sincera. Sólo quería ser deseada, amada... penetrada. Necesitaba sentir sensaciones fuertes todo el tiempo y probar cosas nuevas.
Pero cuando me cansé de aquello, cuando recuperé la conciencia, el momento en el que recordé lo que había dejado atrás, fue que empezó la peor de mis pesadillas...
Llegamos a Wyoming y nos hospedamos en un motel de la carretera. Mientras Gale me hacía el amor yo temía que en cualquier momento el FBI derrumbara la puerta para regresarme a mi hogar. Eso hacía más candente la situación, me sentía prófuga y libre.
Gale me llevaba al límite de la vergüenza. Me hizo cosas que mi marido ni siquiera debía conocer. Fue la primera vez que me follaron por detrás. Después de mucho insistirme accedí. Él decía que era normal y muy placentero pero me dolió muchísimo. Loca de excitación le aceptaba lo que me proponía, incluso dormir a la intemperie cuando se le acabó el dinero.
Me di cuenta entonces que algo andaba mal, no había un lugar al cual dirigirnos. Acostumbrada a tener un techo seguro mi preocupación fue en aumento. Gale parecía no notarlo, siempre que le preguntaba dónde dormiríamos él sonreía y decía "dónde nos alcance la noche".
Nos colamos en casas abandonadas, cobertizos, caballerizas, incluso nos alojó una pareja de ancianitos que creyó que estaba embarazada. Me asombraba de la naturalidad con la que Gale mentía, inventaba historias y robaba a la gente. Si algún despistado anciano, que eran los que siempre sorprendíamos, nos daba posada, mi amante se aseguraba de salir de esa casa antes de amanecer llevándose en su mochila cualquier objeto de valor que encontrara. Una vez incluso se llevó una notebook que el confiado abuelo había dejado en la sala.
Ante mis protestas me silenciaba con un beso y decía que nosotros lo necesitábamos más. Yo trataba de no pensar en ello pero la sensación de estar robando era muy fuerte.
En dos semanas llegamos a Holland, ya nos habíamos hecho más de mil dólares sólo con las cosas que sacábamos de las casas que nos daban posada. Gale me obligaba a ponerme un abrigo sobre mi vientre para que piensen que estaba embarazada. Poco a poco dejó de darme besos para convencerme y me apretaba la muñeca o me pellizcaba los brazos.
— ¡Ya basta! Deja de engañar a esos ancianitos. Nos dan albergue y comida ¿Cómo puedes robarles?— reclamé una noche.
—Nosotros lo necesitamos más, no tenemos nada como puedes ver. Y tu participas bien en esto, cualquier diría que llevas años robando— se burló.
—No quiero hacerlo más...
— ¿Y qué vamos a comer? No veo que protestes cuando paramos a almorzar— me dijo más serio.
—Pero... podríamos vender algo...
—Eso es lo que hacemos.
— ¡Robado no!— volví a quejarme.
—Si quieres puedes volverte, pero ve tu como le haces porque yo quiero llegar a Chicago en mayo— me dio la espalda. Me indignó tanto, era la primera pelea que teníamos.
— ¡Vine aquí por ti! ¡Fuiste tú quien me pidió que te acompañara! Dijiste que... que me llevarías al cielo...
—Todas las noches tocas el cielo bebé, te he dado cientos de orgasmos, eres una perra entre mis brazos ¿Qué más quieres? ¿Qué trabaje?— elevó la voz.
—Yo creí...
— ¿Qué creíste? ¿Qué iba a ser como el idiota de tu marido? ¿Qué te compraría una linda casita? Yo soy así, vivo la vida. ¡Soy un alma libre!
—Eres un ladrón— me giré para darle la espalda, sentí un fuerte jalón de cabellos. Me obligó a mirarlo.
—Mira puta pendeja, o vas conmigo pero calladita, o te regresas con tu marido pero dudo que te reciba él o tu familia. Una mujerzuela que abandona a sus hijos no tiene perdón de Dios— me soltó antes de darme un empujón que me impulsó hasta darme con la pared.
Era la primera vez que alguien ejercía violencia en mí. Mis padres jamás me golpearon y Peeta tampoco. Me asusté, empecé a llorar intentando no pensar en nada más. Gale tenía razón, volver no era una opción, después de la carta que le dejé a Peeta, toda la familia debía saber que me escapé con un hombre. Todos debían odiarme, incluso Prim debía pensar lo peor de mí.
Me tendí en la cama esperando que pasara el susto y la pena, Gale creyó que lo hacía porque quería sexo y se abalanzó sobre mí.
—Déjame...— murmuré pero no se detuvo.
—Me dieron ganas de joderte, relájate— me respondió con aquel lenguaje vulgar que estaba empezando a hacerse evidente. Quise negarme pero su fuerza venció mi oposición. Estuvo más de una hora sobre mí intentando que tuviera un orgasmo pero yo me había encerrado y no quería participar esta vez. Cansado se rindió y después de terminar se quedó dormido.
Esa noche fue la primera que no cooperé con él en la cama. Como era su costumbre se despertó en la madrugada a comer algo, siempre traía comida en la mochila. Luego se fumaba un porro y empezaba conmigo. Días atrás esperaba ansiosa el amanecer pues es cuando más orgasmos lograba. Una y otra vez tomó mi cuerpo, esta vez sus caricias lograron arrancarme gemidos pero no me entregué, dejé que mi cuerpo disfrutara sólo. Al final tuve un par de espasmos propios del clímax pero eso no me alegró el día.
Igual que siempre nos llevamos los adornos y una máquina pequeña que no sabía qué era.
Así seguimos, mi humor no mejoraba, empecé a darme cuenta de todo. Él me usaba para que nos abrieran las puertas y poder robar. Siempre cosas pequeñas, nada por lo que pudieran demandarnos o perseguirnos la policía. Pero eso seguía siendo un delito y no estaba bien.
La siguiente vez que peleamos fue al llegar a Chicago. Por fin conocí a sus amigos de los que tanto hablaba. Eran una pandilla de motociclistas, cada uno con su pareja. Me di cuenta que usaban la misma modalidad de Gale, el falso embarazo. Pero en la ciudad ya eran conocidos así que no le podían robar a nadie de esa forma. Entonces comprendí como se ganaban la vida. Ellos apostaban, jugaban al póker, mientras que las mujeres de los motociclistas tenían clientes casuales. No eran prostitutas pero si algún hombre se prendaba de ellas, le cobraban para tener sexo.
Clove era una de las más jóvenes y vivarachas, apenas tenía quince años era quien más animaba a Cato cuando apostaban. Y si perdía ella sabía cómo obtener dinero para que él pudiera pagar.
—Es fácil— decía con bastante seguridad. –Tienes que aprender a reconocer a la gente. Muchos son viejos intentando tener un poco de aventura. De esos obtienes más y haces menos. Ayer solo tuve que mamársela a un viejo y me dio doscientos dólares— con total desparpajo hablaba de sus "actividades".
—A mí me tocó un imbécil la semana pasada— agregó Glimmer. –Quiso golpearme porque no lo dejé atarme— refunfuñó. —Menos mal que Marvel estaba cerca y le dieron su merecido— rió.
Yo las oía pasmada, no sabía que decirles. No podía alabar sus actos ni repudiarlas. Apenas las conocía pero todos compartíamos la misma casa abandonada.
Una noche, Gale perdió mucho dinero en un juego. El tipo que le ganó exigió su moto si para la mañana siguiente no conseguía el dinero.
—Creo que vas a tener que ayudarme a no perder nuestro vehículo— me dijo algo ebrio.
—Si te refieres a prostituirme estás loco. ¡Yo no soy una puta!— grité. Si las demás hacían eso por placer yo no. Me daba asco imaginarme siendo manoseaba y penetrada por otros hombres. No dejé a mi familia para acabar de meretriz. Esa no era la vida que quería. Sin embargo algo me decía que me merecía lo que me pasaba.
Tarde me di cuenta de mi error, Gale no me iba a proteger. Ya estaba en el piso luego de una enorme bofetada.
— ¿Te crees mejor que las chicas?— preguntó furioso. –Ellas saben cómo sacar de problemas a sus maridos en cambio tu...
— ¡Yo no sé hacer eso!— le grité. –Tú eres el único con el que he estado aparte...
—Pues tu ve como me consigues ese dinero o nos quedamos sin moto— me tomó de un brazo y me llevó al bar.
Allí, al lado de las demás parejas de motociclistas y apostadores me ofrecí al mejor postor. Fueron las peores horas de mi vida, uno tras otro pasaron por mí, fueron cuatro hombres, uno de ellos me obligó a hacerle un oral. También tuve que acceder a tener sexo contra natura y ahogué mi llanto cuando le tocó el turno a un hombre con una sola pierna que no podía tener erecciones. Usó un consolador enorme que luego de sacarlo de mi vagina, lamió asquerosamente.
Habían pasado tres meses desde que dejé a mi familia, dos que llevábamos en Chicago y una semana en que Gale me obligaba a ganar dinero para cubrir sus pérdidas en las apuestas.
—Ganas más dinero que Jacky, creo que te quedarás con Gale— me sonrió Clove una noche antes de empezar a alistarnos.
— ¿Jacky?— pregunté.
—Era la anterior pareja de Gale, aunque le decíamos la comadreja— soltó una risotada. —Ahora está presa, no le gustaba tener sexo, vendía éxtasis en las entradas de algunas discotecas pero la atraparon y le dieron tres años. Sale el mes que viene, le redujeron la pena porque no tenía antecedentes y se portó bien en el bote— me dijo como si fuera lo más normal del mundo vender drogas.
— ¿Tú crees que quiera volver con Gale?— pregunté, era una posibilidad, con gusto le cedería mi puesto, sin embargo debía encontrar un lugar para marcharme. Había dos albergues en la ciudad, ofrecían una cama para pasar la noche a mujeres y niños en situación de calle. Quizás podría dormir allí unos días mientras conseguía trabajo. Una nueva esperanza resurgió en mí.
—No lo creo, ella quería a Marvel pero él la botó cuando llegó Glimmer. En realidad se quedaba con Gale para no tener que marcharse del grupo. Aunque es posible, nunca se sabe. Tendrías que prepararte para pelear tu puesto— me advirtió.
— ¿Pelear?
—Claro, a puño limpio. Es lo usual si quieres conservar a tu hombre.
Quizás sólo debía esperar a que la ex mujer de Gale regresara a reclamar su lugar para poder marcharme.
Esta vida miserable no es lo que había pensado al marcharme de casa. Y no podía volver. Había perdido todo.
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Ay Katniss, estás pagando por tu mala cabeza.
Gracias por leer
PATITO
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