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24 - La tercera es la vencida

Caminar compulsivamente por toda la habitación era lo único que podía hacer, aunque tal vez no fuera tan buena idea. Mis pies ardían y las ampollas me molestaban al caminar, pero aun así nada de eso se comparaba con la angustia y la frustración que sentía.

Habían pasado horas desde que ese guardia se llevó a Ben y desde que Viktor confesó estar detrás de Bucky. Lo peor era que en todas esas horas no hice nada más que caminar por toda la habitación como lo haría un maldito león enjaulado.

Primero pensé en utilizar la tarjeta de identificación del guardia inconsciente, pero recordé que la puerta solo se abre desde el exterior. Después intenté escabullirme por la puerta cuando vinieron por ese guardia, pero fue imposible... Y hasta ahí llegaron mis inútiles intentos.

Lo peor era no poder pensar con claridad. Cada vez que intentaba idear un plan, me distraía imaginando lo que podrían estar haciéndole a Ben o lo que le sucedería a Bucky si Viktor daba con él.

Mi mente era un caos.

—Golpear la cabeza contra la pared tal vez ayudaría a aclararla.

Me detuve en seco, como si me hubieran arrojado un balde de agua fría. La palabra «pared» resonó por segunda vez en mi cabeza. Después resonó una tercera. Y entonces me di cuenta.

¡La maldita pared!

¿Cómo no pude acordarme antes? La pared era lo que había estado pidiendo durante horas, era lo que necesitaba. Lo supe desde el momento en el que puse un pie en esta mugrosa habitación.

Caminé con una rapidez que me sorprendió hasta a mí misma y me planté frente a la pared que semanas atrás había examinado con cuidado. Era hueca, delgada, y estaba segura de que había algo detrás, pero si eso era cierto no importaba, ni siquiera importaba ser capaz de derribarla a golpes. Solo necesitaba llamar la atención de Viktor y sus guardias. Necesitaba obligarlos a entrar en la habitación.

Esa sería mi ventana de escape.

—No puedo creer que vaya a hacerlo —susurré y miré mis manos con una mueca. —Me las voy a quebrar.

Pero eso tampoco me importó mucho que digamos.

Dejé de lado cualquier pensamiento que pudiera distraerme y puse en marcha mi nuevo plan. Era el tercero que ideaba estando en este lugar pero, como dicen por ahí, «la tercera es la vencida».

Y deseaba que fuera la vencida sino... no sé. Ya no sabría qué hacer.

Solté el primer golpe y sentí que los huesos de mi mano crujieron. Un dolor agudo recorrió mis dedos hasta extenderse por todo mi brazo, pero no permití que eso me detuviera. Solté otro golpe. Después otro. Y otro.

Toda mi fuerza iba contenida en esos golpes —era evidente por la forma en que la pared crujía— y cuando una grieta apareció en ella, supe que no estaba tan equivocada al asegurar que el suero del super soldado aún corría por mis venas.

Pero la satisfacción de esa pequeña victoria no duró demasiado.

Gritos provocados por el terrible dolor que sentía, comenzaron a oírse por toda la habitación. De repente la vista se me nubló por las lágrimas que se arremolinaron en mis ojos. Me obligué a retenerlas. No debía parar, no importaba el dolor en mis manos ni la sangre manchando la pared.

En ese momento sucedió lo que más estaba esperando que sucediera: la puerta se abrió. Lo hizo con una lentitud que me pareció tortuosa.

—¡Detente! —ordenó alguien detrás de mí.

Entonces, paré.

Miré mis manos, enrojecidas y temblorosas. Casi no podía moverlas. La sangre manchaba mis nudillos y una sensación de ardor me hacía apretar los dientes con fuerza.

Miré sobre mi hombro y vi a dos guardias frente a la puerta, la cual dejaron abierta. Uno de ellos se acercó a mí. Con rapidez giré y levanté la pierna tan alto como para golpear su cabeza, tirándolo al suelo. Me agaché para tomar su arma mientras observaba que el otro guardia me imitaba. En cuanto mis dedos tocaron el frío hierro de la pistola, le disparé. Lo hice antes de que él lo lograra.

Me enderecé y, sin molestarme en mirar, le disparé en la cabeza al guardia que había golpeado antes. Sentí que un líquido caliente salpicaba mis piernas.

Salí de la habitación después de tomar todas las municiones que traían. El pasillo estaba deshabitado, pero sabía que no tardarían en enviar refuerzos. Avancé lo más rápido que pude. No podía caminar bien y la sangre en mis piernas chorreaba hasta mis pies, provocando que me resbalara de vez en cuando. Aún así, no me detuve.

El laboratorio era mi objetivo. Solo allí pudieron llevar a Ben y, para mi suerte, me sabía el camino de memoria.

—¡Ahí está! ¡Deténganla! —Detrás de mí oí los gritos imponentes de varios guardias.

Me eché a correr sin pensarlo. Miré sobre mi hombro y vi que cuatro guardias me perseguían con expresión furiosa. Eran gigantes, aún para mí, y no cargaban simples pistolas. No. Cargaban fusiles.

—Maldición.

Giré por un pasillo y me pegué a la pared. Le quité el seguro a la pistola y me asomé para dispararles. No veía bien y el ángulo no era el ideal, pero de los dos disparos que solté, uno le dio al guardia que encabezaba la marcha. Eso desencadenó una ola de disparos. Volví a pegarme a la pared para cubrirme y no pude evitar encogerme cuando las balas impactaron contra el cemento, destrozando una buena parte de este.

—¡No disparen! —ordenó uno de ellos. —¡El jefe la quiere viva!

Vaya. Al fin Viktor iba a servirme de algo.

El pasillo se sumió en un silencio extraño. No avanzaban, pero podía notar que se estaban comunicando silenciosamente entre ellos. Casi podía percibir sus manos moviéndose en el aire, indicando nuevas órdenes.

—Así que Viktor me quiere viva, ¿eh? —hablé, intentando ganar tiempo. —Pues esos fusiles me dicen otra cosa.

—Es solo precaución —dijo el mismo que había hablado antes, con voz diplomática.

A la mierda la diplomacia.

Bajé la mirada y observé el zócalo del suelo. Era de metal y en él se reflejaban los pies de los tres guardias. Se estaban moviendo muy lentamente, pero con seguridad.

Entrecerré los ojos, desconfiada.

Eran sigilosos, demasiado para ser simples guardias. Eso solo significaba que estaban bien entrenados.

Pero no más que yo, claro.

Apunté al zócalo. Respiré hondo y cuando solté el aire, disparé. La bala rebotó en el zócalo y fue a parar a la pierna del guardia más cercano. Nuevos disparos se oyeron, pero ninguno de ellos iba dirigido a mí. Cuando volví a mirar el reflejo, me di cuenta que el guardia herido había disparado sin querer, hiriendo a uno de sus compañeros.

Bueno, ese no estaba tan entrenado. Cualquiera sabía que no se debía poner el dedo en el gatillo hasta tener un objetivo.

Aproveché la confusión del momento para salir de mi escondite y dispararle al único hombre que seguía ileso. Tres menos, solo quedaba uno.

—Maldita... —murmuró el guardia con el pie herido.

Apenas podía hablar, pero de todas formas se tomaba el atrevimiento de insultarme. Seguro quería morir allí mismo. Y no tenía que pedirlo dos veces.

Le disparé en la cabeza.

A ver si ya dejaba de insultarme.

Me acerqué a tomar uno de los fusiles, lo cargué y me lo colgué en el hombro. Después robé el cinturón de uno de los guardias y lo coloqué alrededor de mis caderas. Debía de verme graciosa con una bata blanca, un fusil y un cinturón repleto de municiones. Incluso yo...

De repente, una frialdad escalofriante me paralizó. Mis vellos se erizaron y mi estómago dio un vuelco. Supe, entonces, que tenía el cañón de una pistola clavado en la nuca. Sentí que el dueño lo presionó con brusquedad para intimidarme.

Tensé la mandíbula.

No lo vi venir.

¿Por qué demonios no lo vi venir?

—Gira. Muy. Lentamente —remarcó cada palabra con dureza.

Aún tenía la pistola en la mano, contra mi abdomen, y sospechaba que él no lo sabía. Me habría obligado a soltarla, de ser así. Significaba que yo tenía la ventaja.

—He dicho que te des la vuelta, maldición —sonaba alterado.

Giré, un poco encorvada para que no viera la pistola, y apreté el gatillo. No le di mucho tiempo para pensar. La sangre manchó mi bata y el cuerpo del guardia cayó a mis pies. Pasé sobre él, colgando la pistola en mi cinturón y levantando el fusil preparado.

Viktor tenía a hombres bien entrenados que eran capaces de moverse sin hacer un solo ruido, disparar perfectamente e incluso hablar desde la diplomacia. Pero también tenía a guardias novatos, como ese que sin querer le disparó a su compañero.

Debía ser precavida.

Estaba a punto de girar por el pasillo de la derecha, donde se encontraba el laboratorio, cuando oí pasos apresurados provenientes del pasillo izquierdo. Este se dividía en tres, pero por las sombras que se proyectaban en las paredes podía adivinar que se acercaban desde la división derecha. Calculaba unos seis guardias, aunque podrían ser más.

Me quedé en la encrucijada de los cuatro pasillos, sabiendo que las paredes podrían servirme como escudo. Levanté el fusil y esperé a que aparecieran. Se llevarían una bonita sorpresa.

Después de lo que me pareció una eternidad, el primer guardia apareció por el pasillo. Detrás de él se amontonaron varios hombres más. No esperé a que ellos reaccionaran. Solté una chorrera de disparos y los cuerpos empezaron a apilarse en el pasillo. La mayoría ni siquiera atinó a disparar, pero unos pocos sí lo hicieron. Aún así no me moví y continué disparando a pesar de correr el riesgo de ser alcanzada por una bala.

Porque me creía inmortal.

Pero claramente no lo era.

Y así fue que, cuando el cargador estuvo a punto de vaciarse por completo, una bala me rozó el brazo derecho. Al instante me arrojé detrás de una de las paredes, maldiciendo. Le eché un vistazo a la herida, pero no era nada grave, solo un rasguño.

Recargué el fusil y me asomé para continuar disparando. Sin embargo, uno de los guardias había logrado llegar hasta mí y, como me encontraba en el suelo, le fue fácil patear mi mano y hacer que el rifle se me cayera. Reaccioné rápido y pateé sus piernas. Él cayó sobre las mías y el fusil también se le escapó, al igual que unas cuantas palabrotas. Entonces comenzamos a forcejear.

De un momento a otro, sus manos salieron disparadas hacia mi cuello, con intenciones de ahorcarme, pero alcancé a tomar sus muñecas e impedirlo. Apreté los dientes al notar lo fuerte que era y me di cuenta que por mi estado no podría detenerlo por mucho tiempo. No tuve más opción que levantar la rodilla y golpearlo en sus partes. Eso lo desconcertó lo suficiente para que yo pudiera echar la cabeza hacia adelante y romper su nariz. De esa forma, y usando mis brazos y piernas, conseguí sacármelo de encima para poder tomar mi pistola y dispararle en el pecho.

Tuve que tomarme un momento para respirar hondo y recuperar el aliento. Cerré los ojos, sintiéndome cansada. Usar la fuerza bruta en mi condición no era tan buena idea.

Recogí el fusil, desganada, y volví a asomarme para revisar el pasillo izquierdo mientras guardaba la pistola. Estaba despejado y no había indicios de que más guardias fueran a aparecer. Al menos por el momento.

Me puse de pie con lentitud, usando el fusil como apoyo de vez en cuando. Un repentino impulso de querer gritar y romper todo se apoderó de mí. Estaba cansada de pelear, no quería volver a hacerlo, pero sabía que no estaba destinada a tener una vida pacífica.

No tuve más remedio que reprimir todo lo que sentía.

Me adentré por el pasillo derecho. Levanté el fusil vagamente cuando vi a un guardia vigilando la puerta del laboratorio y disparé. Su cuerpo cayó al suelo en cuestión de segundos. Una vez que llegué a él, me agaché y tomé su tarjeta de identificación.

—Gracias, buen hombre, la necesitaba —murmuré, pasando la tarjetita por el lector de la puerta.

Cuando la puerta se cerró detrás de mí, le disparé al lector para evitar que alguien pudiera abrirla. De esa forma, nadie podría entrar o salir.

Me volví hacia el interior del laboratorio y fruncí el ceño al ver que varios científicos habían dejado de hacer sus cosas solo para observarme, pasmados.

Bueno, puede que haya entrado con un poquito de despreocupación, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Nada. Solo entrar y disparar.

Así que lo hice.

Levanté el fusil y les disparé a todos los científicos que encontré.

Uno junto a la puerta. Otro al final de la habitación. Dos sentados en una mesa. Y el último de pie junto a Viktor.

Cinco científicos.

Cinco muertes.

Y cuando él último cuerpo cayó, el laboratorio se sumió en un silencio pesado, siendo interrumpido únicamente por mis pisadas.

Me detuve frente a Viktor y clavé la mirada en él. Solo unos metros nos separaban y desde mi posición podía ver con claridad la sonrisa siniestra en su rostro. Los ojos le brillaban, como si acabara de presenciar el mejor espectáculo de su vida. Casi me sorprendió su frialdad. Casi.

Me colgué el fusil sobre el hombro y tomé la pistola, sin despegar los ojos de los suyos. Un «click» interrumpió el silencio que había vuelto a extenderse por todo el laboratorio.

La sonrisa de Viktor se desvaneció, pero el brillo de sus ojos se intensificó. No me costó adivinar lo que pensaba. Me subestimaba, claro. No me tomaba en serio ni siquiera cuando apuntaba una pistola a su cabeza. Y, en parte, estaba segura de que era una jugada para alterarme y recuperar el control de la situación. Porque Viktor sabía de sobra que nada me jodía más que ser subestimada.

Pero, en ese momento, no me importó, solo me importó saber dónde estaba Ben.

—Tiradora experta —murmuró con un tono burlesco. —Veo que tu expediente de Hydra no está tan desactualizado como creí.

—¿Dónde está Ben? —ignoré cada una de sus palabras. —Y será mejor que me lo digas porque juro que voy a encajarte una bala en medio de la cabeza.

—¿Realmente quieres cargar con otra muerte?

Sonreí de lado.

—Ansío cargar con tu muerte, solo para recordarme que le hice un gran favor al mundo —respondí, frustrada. —Y no creas que no sé lo que haces. Será mejor que no intentes fastidiarme porque la que tiene el arma aquí soy yo. ¿Dónde está Ben?

Entrelazó las manos a sus espaldas, con toda la tranquilidad del mundo.

La sangre me hirvió en las venas.

—Te ves tensa.

—Lo estoy. Y créeme, no te conviene que esté tensa.

—¿Y eso por qué? —inquirió con calma.

Intenté mantener una expresión neutra que no revelara nada de lo que en realidad pensaba, pero no estaba segura de haberlo logrado.

No. Definitivamente no lo logré.

Porque Viktor sonrió y me pareció que había percibido algo en mi rostro que fue de su total agrado. Eso no me gustó.

—¿Dónde está Ben? —insistí y cuando él no respondió, agregué: —Dímelo. Ahora.

—No creas que...

Un súbito disparo acalló su voz, la cual fue reemplazada por un grito cargado de dolor y frustración. Su cuerpo impactó contra el suelo como consecuencia de la fuerza con la que la bala atravesó su hombro.

Me acerqué hasta que solo unos pasos nos separaron y observé cómo se retorcía ante mis pies.

—La próxima irá a tu cabeza si no me dices dónde está Ben —amenacé.

Viktor me miró. Sus ojos cristalizados e inyectados de pura ira se posaron en mí con una intensidad que hubiera hecho huir hasta al más temerario de los hombres.

Pero yo era una mujer.

Y estaba cabreada.

—Si me matas... —empezó con la voz entrecortada. —Si me matas, jamás lo encontrarás.

Me acuclillé junto a él, apoyando los antebrazos en mis rodillas, y le sonreí como quien le sonríe a un niño que no entiende.

Su expresión se contrajo por la impotencia y la rabia.

—Está aquí, Viktor —borré la sonrisa de golpe. —Si te mato, tendré que quemar este maldito lugar desde los cimientos para encontrar a Ben yo sola.

Abrió la boca para replicar, pero me apresuré a presionarle el cañón de la pistola contra la sien para callarlo.

—Eso me cansaría demasiado y, para ser sincera, no quiero cansarme —hice una mueca fastidiosa. —Así que hazme un favor y ahórrame ese trabajo. Dime dónde está Ben, te mato y tal vez este horrible lugar continúe de pie.

Presionó los labios con fuerza y me sostuvo la mirada, retador. La ira brillaba en sus ojos, sin embargo, había algo más. Sí, era la duda. Viktor estaba considerando mi propuesta. Al parecer este lugar era más importante que su propia vida.

De repente, ya no sentía tantas ganas de asesinarlo como de destruir este maldito lugar.

En ese momento, justo cuando estaba por responder, Viktor miró sobre mi hombro. Fruncí el ceño por inercia. Lo que vio hizo que toda su furia se esfumara porque cuando regresó su mirada a mí, tenía una sonrisa plasmada en su odioso rostro.

Iba a golpearlo, porque estaba acabando con mi paciencia, pero algo me detuvo. Más bien, una voz.

—¿Va-Valerie?

Al oírlo, el cuerpo entero se me paralizó y mi agarre en la pistola flaqueó a pesar de mi determinación a mantenerme firme. Viktor aprovechó ese segundo de descuido para incorporarse y atrapar la pistola entre sus manos.

—¡Valerie! —La voz de Ben me sonaba lejana, solo podía centrarme en evitar que Viktor lograra arrebatarme el arma.

Pero entonces recordé que cargaba un fusil en mi hombro. Era un arma más poderosa y si quería que sirviera de algo, debía ser rápida.

Me aferré a la pistola y tiré de ella con todas mis fuerzas, las cuales habían disminuido en las últimas horas. Viktor continuó forcejeando y cuando me aseguré de que seguiría haciéndolo, solté el arma de imprevisto. A diferencia de mí, él se balanceó hacia atrás, perdiendo el equilibrio por la repentina acción. Aproveché esos preciados segundos y de un movimiento veloz tomé el fusil para apuntarlo con él.

Le disparé en una pierna.

Hubiera deseado encajarle una bala en medio de la cabeza, pero lo necesitaba con vida. Después de todo, necesitaba que alguien me quitara el maldito brazalete y dado que había asesinado a todos los científicos de este lugar, solo él podía hacerlo.

Viktor se desplomó sobre sus rodillas.

Pero sucedió algo que no esperaba, algo que no había previsto.

En el último momento, giró la muñeca con una habilidad impresionante y jaló el gatillo de la pistola. Una bala salió disparada en mi dirección. Después, todo pasó demasiado rápido como para darme cuenta de lo que acababa de suceder.

El disparo resonó por todo el laboratorio.

Mi cuerpo impactó contra el suelo y mis huesos crujieron. Un dolor insoportable me recorrió de pies a cabeza cuando mi brazo herido tocó el frío cemento, pero esa fue la menor de mis preocupaciones. Por inercia llevé una mano a mi estómago, esperando sentir la sangre brotando de una herida mortal. Sin embargo, mis dedos permanecieron secos.

Confundida, levanté la mirada para averiguar qué diablos había sucedido.

Deseé no haberlo hecho.

Ben estaba de pie frente a mí, con el cuerpo paralizado como si fuera una estatua de piedra. No tardé en darme cuenta que me había empujado para evitar que el disparo me diera a mí... para que terminara dándole a él.

Todos mis músculos se tensaron al momento de bajar la mirada hacia su abdomen. Sentí que el aire dejaba de circular por mis pulmones cuando vi la sangre manchando su bata blanca. Demasiada sangre. Demasiada como para que...

Levanté la cabeza y nuestras miradas se encontraron. No dijo nada, pero con solo ver sus ojos fui consciente del dolor y el pánico que sentía. No quería morir.

Sus piernas fallaron y su cuerpo cayó al suelo.

Viktor reaccionó antes de que yo lo hiciera. Como pudo, se arrastró hacia Ben para intentar detener el sangrado y salvarle la vida. Tenía una expresión de genuina preocupación. Estaba asustado. No quería que Ben muriera.

Verlo de esa forma hizo que la ira me consumiera, que lo viera todo rojo.

¿Por qué le importaba si de todas formas se pasó días torturándolo? ¿Por qué se preocupaba? ¿Porque significaba el fin de lo que sea que intentaba hacer?

Grité, dejándome llevar por la furia que sentía, y me abalancé sobre Viktor. Ambos caímos al suelo, forcejeando. Soltó puñetazos y patadas pero, aunque conseguía acertar la mayoría, no dejé que me quitara de encima. Contraataqué de la misma forma y conseguí darle unos cuantos golpes en el rostro.

Ben estaba muriendo por su culpa. No merecía salir vivo de aquí. Lo único que se merecía era la muerte.

—¡Suéltame! —ordenó en un grito desesperado. —¡Morirá si no lo ayudo!

—¡¿Ayudarlo?! —repetí con verdadera ira. —¡Está así por tu culpa!

—No...

—¡Va a morir por lo que le has hecho! —grité, dándole un puñetazo en la mandíbula.

Viktor forcejeó con mayor desespero.

—¡No morirá!

No lo escuché. Sentía mi rostro caliente y apostaba que estaba enrojecido, no tanto por el esfuerzo como por mi enojo. Todo mi cuerpo temblaba por las emociones contenidas durante este tiempo, las cuales ahora salían en forma de puñetazos directos al rostro de Viktor. Pronto la sangre manchó sus facciones y mis nudillos.

Una voz en lo más profundo de mi cabeza me decía que esta no era la forma ni el momento adecuado, pero la arrojé muy lejos. Jamás me había sentido tan bien... tan liberada.

—¡Quítamela de encima!

De repente, dos brazos me rodearon la cintura y me elevaron por el aire hasta arrojarme contra el suelo, muy lejos de Viktor. Tardé varios segundos en calmar mi respiración y darme cuenta de lo que estaba sucediendo.

Un guardia había logrado escabullirse por un ducto de ventilación hasta llegar al laboratorio. La ira me había consumido tanto que no pude notarlo hasta que fue muy tarde. Un sentimiento de culpabilidad me invadió. No por el ataque a Viktor, sino por mi comportamiento salvaje. Ni siquiera me había preocupado por Ben.

Actué como Flicker.

Esa era la pura verdad.

Aturdida, observé que Viktor regresaba su atención a Ben.

—Yo me encargo —murmuró con agitación y luego me señaló vagamente. —Que no escape.

Traté de levantarme para ir con Ben, pero apenas había logrado incorporarme unos centímetros cuando una descarga eléctrica me arrojó al suelo otra vez. Caí boca abajo, ahogando un grito.

Cerré los ojos con fuerza y tomé una bocanada de aire, tratando de contrarrestar los efectos ya familiares de las descargas. Cuando pude recuperar un poco de lucidez, intenté levantarme por segunda vez.

—Oh, no lo creo —murmuró el guardia y acercó un bastón eléctrico a mi espalda.

Mi cuerpo se sacudió con una intensidad dolorosa y la quemazón en mi piel me hizo apretar los dientes con fuerza. Un fuerte sollozo salió de lo más profundo de mi garganta sin mi previo consentimiento. Fue inevitable.

La situación era una mierda.

Estaba cansada de tener que soportar estas descargas eléctricas. Estaba cansada de ser tratada como basura y de ver que hacían lo mismo con Ben. Muchas cosas terribles me hicieron a lo largo de estas décadas y las recordaba a cada una de ellas. Recordaba el dolor constante, el hambre, la sed, el cansancio, la desesperanza, el temor y la soledad. Lo recordaba todo y era por eso que estaba decidida a evitar que Ben pasara por lo mismo.

Una descarga más.

Mi cuerpo ya no soportaba. Yo ya no aguantaba vivir de esta forma. Me quería dar por vencida, desvanecerme para finalmente ser libre. Ya no quería vivir de esta forma.

Otra sacudida más.

Pero sabía que no tenía más opción que mantenerme de pie. Era mi deber seguir luchando. Había personas que me necesitaban. Yo me necesitaba. Darme por vencida no significaba conseguir la libertad que tanto anhelaba. Debía luchar para obtenerla.

La determinación crecía en mi interior, pero también había algo más. Era algo poderoso e irreal. Era una sensación que no sentía hacía semanas, sin embargo, seguía siendo familiar y reconfortante.

Eran mis poderes.

Sin esperarlo, un grito ahogado se me escapó.

Una extraña sensación me recorrió el cuerpo entero. Era dolorosa, pero soportable y claramente diferente a cualquier cosa que hubiera sentido en toda mi vida. Estaba segura de que no se debía sólo a las descargas eléctricas. No, era otra cosa. Algo me estaba sucediendo y podía sentirlo en cada rincón de mi organismo.

Fruncí el entrecejo cuando un halo de luz azul se enroscó en mi muñeca, proporcionándome una calidez desconcertante. En ese momento supe que era el brazalete quien expedía esa luz tan brillante.

El guardia detuvo el bastón a medio camino de mi espalda y me miró con la boca abierta, paralizado por lo que estaba presenciando. Incluso Viktor centró su atención en mí. Ninguno podía creer lo que sucedía, ni siquiera yo podía.

Algo en mi interior explotó y fui incapaz de controlar sus efectos. Mi cuerpo se elevó varios metros sobre el suelo de manera brusca, arrojando al guardia lejos de mí. Ahogué un grito cuando la misma luz azul se extendió hasta rodear mis extremidades. Me sacudía con fiereza, provocándome un terrible dolor de cabeza. No podía recuperar el control de mi cuerpo y la sensación de vértigo me estaba sofocando.

El poder del teseracto se había liberado y era imposible controlarlo.

—No puede ser... —Viktor me miró con los ojos muy abiertos. —Es imposible que tú puedas...

No tuve tiempo de evaluar sus palabras.

Un dolor insoportable me azotó y no pude evitar soltar un grito desgarrador. Mi garganta ardió, pero ese ardor no se comparaba con el dolor que recorría todo mi cuerpo. Sentía que mis extremidades se desgarraban. Un hilo de sangre proveniente de mi nariz me provocó un cosquilleo escalofriante en la parte superior de mis labios. Sangre.

En ese momento, pensé que moriría.

Pero entonces todo se detuvo de repente y mi cuerpo impactó con dureza contra la superficie. Eso fue lo último que sentí antes de caer en la inconsciencia. 

~ ~ ~ ~ ~

Voy a ignorar el hecho de que Valerie mató a 19 hombres (probablemente más) en este capítulo y solo voy a decir que empecé esta historia porque me gusta Bucky, pero creo que ahora Valerie me gusta más xd

Y mi conciencia es tipo: you guys are pathetic, your idolizing a murderer 

JAJAJAJAJAJAJJA anyways VALERIE TE AMO

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