05 - ¿Quién es ella?
Pierce nos había recibido gustoso por saber que Fury estaba muerto, aunque sabía que no tenía el camino libre como le hubiera gustado. Steve no se quedará de brazos cruzados ante la muerte de Fury. Estaba segura de que iría tras su asesino y eventualmente lo encontraría.
Aquel día, cuando me encontraron en Marrakech, pude haberle dicho la verdad a Steve. Pude haberle contado todo sobre Hydra y lo que había sucedido durante estos años, sin embargo no lo hice. Tenía algo que hacer antes de derrocar a Hydra. Necesitaba todo el tiempo posible y, para eso, era necesario que Steve hallara la verdad por sí mismo.
Tarde o temprano descubrirá que Hydra en realidad no había desaparecido en la Segunda Guerra Mundial como todo el mundo creía. La verdad saldría a la luz.
Suspiré, saliendo de mis pensamientos.
Al doblar por un pasillo me encontré con dos figuras imponentes. Los reconocí al instante, por lo que regresé sobre mis pasos rápidamente y me apegué a la pared para evitar que me vieran. Mantuve mi atención en ellos, tratando de entender lo que decían.
—¿Quién es ella?
Al oír la voz del soldado asomé la cabeza para verlos. Se encontraban enfrentados, Pierce dándome la espalda. No podía verme y el soldado estaba muy perdido en su mente como para notarme.
—Flicker —respondió Pierce.
La mirada del soldado se perdió en algún lugar del suelo. Podía ver su entrecejo fruncido. Lucía confundido, fuera de sí.
—La conozco.
Mi boca se abrió al oír la confesión del soldado. Llevé una mano a mi pecho al sentir que mi corazón se aceleraba ante aquella confesión. No esperaba aquello.
—No —contradijo Pierce de forma cortante. —Solo la has visto por los pasillos.
El soldado levantó la cabeza y miró a Pierce nuevamente. Tragué saliva al notar la cantidad de emociones que su mirada expresaba. Era abrumante, sobre todo porque podía notar cuán perdido estaba.
—Pero la conozco —insistió.
—No.
Volvió a agachar la cabeza ante la negativa de Pierce, luciendo confundido. Podía ver que trataba de hacer todo lo posible para recordar y sufría por no poder hacerlo. No hallaba la manera de recordar su pasado y eso lo frustraba.
—Ella es la única persona a la que puedo recordar cada vez que abro los ojos —confesó con la voz quebrada. —Recuerdo su rostro, pero aún no sé por qué.
Inconscientemente solté el aire que mis pulmones retenían. Lo que estaba diciendo era sumamente importante. Él me recordaba o, al menos, recordaba mi rostro.
Pierce pasó una mano por su cabello, supongo que descontento por la confesión del soldado.
—Ella está presente cuando despiertas, por eso la conoces —respondió Pierce, hostil. —Ahora debo irme, tengo cosas que hacer.
Y pasó junto a él, dejándolo solo. El soldado se quedó de pie, con la mirada clavada en el suelo. Su mente estaba hecha un caos, todo lo que pasaba por ella lo desestabilizaba y podía verlo en sus ojos. Estos eran la puerta hacia su alma.
Cuando Pierce desapareció por completo, decidí acercarme al soldado. Lo hice silenciosamente, por lo que él no notó mi presencia. Estaba demasiado metido en su propia mente.
—Será mejor que no molestes a Pierce —comenté haciendo que me mirara. —Ese tipo puede ser molesto. No digas cosas que no debes.
Fue lo único que dije antes de alejarme de él. No voy a negar que pronunciar aquellas palabras había sido un acto egoísta, lo sabía, y dolía. Quería que me recordara, que se recordara a él mismo, pero aún no era tiempo de hacerlo.
Debíamos esperar. Solo un poco más y esto se acabaría.
(...)
La pequeña pelota rebotó en la pared y regresó hasta mis manos, entonces volví a arrojarla contra esta. Era un juego que adopté durante estos dos años. Estar sola, escondiéndome, se volvía aburrido y este juego era mi única compañía.
Me encontraba en una especie de sala —aunque más bien parecía ser una jaula— que Hydra me había proporcionado. Continuábamos en el subsuelo del banco y tenía órdenes específicas de no salir de aquí. Supongo que aún no confiaban en mí, a pesar de haber ayudado a asesinar a Fury.
Tampoco creía que en algún momento fueran a confiar en mí.
De repente la puerta de la habitación fue abierta bruscamente y por ella entró Pierce, luciendo su habitual traje. Podía engañar a cualquiera, pero no era el hombre de paz que todos veían. A mí no me engañaba, yo lo había conocido como realmente era. No era para nada el hombre pacífico que fingía ser. Pierce era todo lo contrario, era el mismísimo caos en persona.
En ese momento solté la pelota, dejándola caer en el suelo, y me puse de pie. Tal vez se trataba de una nueva misión, sino él no estaría aquí.
—¿Qué le dijiste al soldado? —preguntó sin rodeos.
Sonreí, algo divertida por su pregunta. Supongo que se debía a la conversación que habían tenido anteriormente. El soldado había insistido en que me conocía, algo que Pierce no podía aceptar.
—La inseguridad no te sienta, jefe —comenté, cruzándome de brazos. —Sinceramente me ofende que me creas una idiota.
Se acercó a mí, tomándome del brazo fuertemente. Hice una mueca al sentir que sus dedos se clavaron en mi piel. Sus ojos claros estaban oscurecidos y podía ver la ira en ellos.
—No juegues conmigo —murmuró entre dientes. —Si le dijiste algo...
Me teletransporté detrás de él, quedando parada frente a la puerta.
—¡Tú no juegues conmigo, Pierce! —exclamé, molesta. —Si dije que no diría nada es porque eso haré, deja la paranoia.
—Él comienza a recordarte.
Solté una risa sarcástica y dejé caer mis brazos a los lados, frustrada.
—Tal vez el lavado de cerebro ya no funciona, ¿quién sabe? Pero yo no soy la responsable de eso.
Tensó la mandíbula ante mi comentario. Luego pasó una mano por su cabello, algo que habitualmente hacía cuando algo lo molestaba.
—Entonces comprobaré si el lavado de cerebro funciona o no —dijo, haciendo un asentamiento de cabeza.
Fruncí el entrecejo al oír sus palabras.
—¿A qué te...?
Pero entonces unas manos me tomaron de los brazos y, antes de que pudiera teletransportarme, sentí un pinchazo en mi cuello. Casi al instante comencé a sentirme débil y mi cuerpo no respondía a mis órdenes de huir. Mis extremidades se habían vuelto tan pesadas que no me permitían moverme como realmente quisiera.
—No, Pierce...
Pero ya era tarde.
En ese momento alguien comenzó a arrastrarme fuera de la sala, mientras caía en la inconsciencia. Podía sentir que me tomaban de los brazos con fuerza y brusquedad.
Lo último que ví fue el rostro sonriente de Pierce.
(...)
Unos gritos desgarradores hicieron que abriera los ojos. Pestañeé repetidas veces al sentir un ardor en ellos. Cuando me acostumbré al ambiente, miré a mi alrededor. Me encontraba en la bóveda del banco.
Traté de sentarme, pero no pude. Mis manos y pies estaban atados a la camilla metálica. La correa se aferraba fuertemente a mi piel y me impedía moverme.
Nuevamente oí esos gritos. Giré la cabeza hacia la derecha, solo un poco, pero fue suficiente para saber a qué se debían. Estaban borrando la memoria del soldado. Era de esperarse que no dejarían que me recordara por completo. Eso arruinaría sus planes.
Desvié la mirada rápidamente. No soportaba verlo sufrir, pero tampoco podía hacer algo al respecto. Intervenir solo haría que las cosas fueran peores para nosotros y no podía permitir que eso sucediera.
Segundos después los gritos cesaron y fue cuando me atreví a mirarlo nuevamente. Observé que dos guardias se lo llevaban fuera de la bóveda. Los hombres lo tomaban de los brazos para evitar que cayera al suelo. Este no me miró en ningún momento, parecía que ni siquiera notó mi presencia.
Lo poco que pudo recordar se había ido. Todo había desaparecido en cuestión de segundos. Habían vuelto a comenzar, como cuando amanece luego de una turbulenta noche.
En ese momento un hombre se acercó a mí, aparentaba unos cuarenta años aproximadamente. Usaba una larga bata blanca y escondía sus manos dentro de los bolsillos de esta. Todo en él indicaba que era un científico.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con un marcado acento ruso. —¿Puedes recordar lo que sucedió?
Sus preguntas me desconcertaron, pero mantuve mi expresión habitual.
—¿Te refieres a todo lo que Hydra me ha hecho? —cuestioné y fingí pensar. —¿O a la visita de Pierce? Porque puedo recordarlo todo.
—Supongo que no funcionó —comentó alguien.
Guié mi mirada hacia la entrada de la bóveda y me encontré con Pierce, quien se adentraba a la bóveda. Caminó directamente hacia nosotros, manteniendo su mirada clavada en el científico.
—Pierce —alargué con una sonrisa burlona. —¿Cómo va todo?
Él me miró por unos segundos y finalmente me ignoró por completo. Atravesó toda la bóveda y se posicionó junto a la camilla en donde me encontraba, la cual estaba frente al científico.
—¿Qué pasó? ¿Por qué no funcionó? —cuestionó con un tono de voz demandante.
El otro hombre sacó sus manos de los bolsillos de su bata y miró a Pierce con tranquilidad, parecía no temerle en lo absoluto.
—La energía del teseracto que habita en ella no me permite borrar su memoria —comentó con un toque de fascinación en su voz. —Es como si estuviera protegiendo su mente.
Así que habían tratado de borrarme la memoria, con razón mi cabeza dolía.
—Ah, eso —murmuré, llamando su atención. —Debieron leer los archivos, allí dice que no se puede, ¿por qué creen que no han borrado mi memoria en todas estas décadas?
En cuanto terminé de pronunciar aquellas palabras ambos dejaron de mirarme y se concentraron en su conversación, ignorándome nuevamente.
—¿Cómo es posible? —preguntó Pierce, dirigiéndose al científico.
—Misterios de la vida —volví a entrometerme.
Pierce me miró de nuevo, harto por mis comentarios, y luego volvió su mirada al científico.
—Busca la manera de controlarla, no puede hacer lo que quiera —sentenció.
Y sin decir otra palabra, o esperar una respuesta, giró para luego salir de la bóveda a pasos firmes y apresurados. Lo seguí con la mirada hasta que desapareció por completo. Al parecer las cosas no iban como él quería, por eso lucía tan molesto.
Regresé la mirada al científico esta vez para examinarlo con mayor atención. Su cabello era castaño y una ligera barba cubría su mandíbula y mentón. Tenía un aspecto lúcido y me miraba como si fuera un experimento.
Bueno, lo era, pero no tenía que mirarme así.
—¿Quién eres?
Él caminó hasta mí y se sentó en un banquillo que se encontraba junto a la camilla. Me miró con atención, lo cual me inquietó. Tenía una mirada particular, un tanto escalofriante diría yo.
—Viktor Kuznetsov. —Se presentó con simpleza. —Pierce me buscó en cuanto regresaste.
Solté un suspiro y miré el techo del lugar. Era de esperarse que buscara a alguien que siguiera experimentando conmigo. El cómo funcionaba mi poder aún era un misterio para Hydra y sabía que no descansaría hasta descubrirlo, aunque tuvieran que dañarme para hacerlo.
—Supongo que ya sabes todo sobre mí —comenté, sabiendo que había leído mi expediente.
—Sí. Soy consciente de las habilidades que el teseracto te dio, Flicker —admitió, luego chasqueó la lengua. —Pero estoy convencido de que puedes hacer más que teletransportarte y crear portales.
Fruncí el entrecejo ante sus palabras, pero sobre todo por la forma en la que las pronunció. Su tono de voz había sonado lúgubre, un tanto ambicioso.
—¿Qué quieres? —cuestioné.
Sabía que esto iba más allá de las órdenes de Pierce. Presentía que había interés personal de por medio. Esperaba que estuviera equivocada. No tenía ánimos para lidiar con alguien más.
—Con los tratamientos y el entrenamiento adecuado puedes desarrollar habilidades aún más poderosas —comentó, demostrando interés. —Tú vales más que ese soldado.
Lo miré, sin expresión alguna. Lo acababa de conocer, pero todo en él demostraba que no tenía buenas intenciones. No me agradó para nada, sobre todo su interés en mis poderes.
—No valgo nada, no si Hydra no puede controlarme.
Las comisuras de sus labios se elevaron levemente en una sonrisa maliciosa. Fue una acción que me transmitió un escalofrío.
—Para eso estoy aquí —murmuró, poniéndose de pie. —Controlarte es el primer paso.
Me removí, tratando de soltarme, pero me fue imposible. Las correas de cuero se clavaron más a mis extremidades, inmovilizandome.
—¿Primer paso para qué?
—Ya lo verás.
Sus palabras no me agradaron en lo absoluto. No quería ser controlada por Hydra. No quería que me utilizaran para sus propios beneficios. Realmente era molesto que los humanos quisieran controlar todo lo que existía. La historia demostró incontables veces que no todo puede ser controlado.
—Hydra intentó controlarme por décadas, pero los poderes del teseracto están fuera de su control —comenté al mismo tiempo que tiraba de las correas para liberarme. —No podrás hacer lo que ellos no pudieron. Te recomiendo dejarlo antes de que te decepciones.
Él me ignoró y tomó una jeringa, la cual contenía un líquido transparente dentro de ella. Me removí, desesperada, al ver que se acercaba a mí. No quería tenerlo cerca, no quería que me tocara. Sus intenciones no eran buenas.
Debía salir de aquí ahora mismo.
Fue entonces cuando una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo al intentar teletransportarme. No fue tan fuerte como para dejarme inconsciente, pero sí lo suficiente como para dejarme un tanto aturdida y fuera de sí.
Cuando logré recuperarme miré a Viktor, furiosa.
—¿Qué me hiciste? —exigí saber.
Se encogió de hombros, como si lo que acaba de suceder fuera algo normal de todos los días. No me miró, sino que mantuvo su atención en la jeringa para comprobar que todo estuviera bien.
—Un pequeño implante en tu nuca —informó desinteresadamente. —Nada permanente. Lo sacaré en cuanto termine la revisión.
Al oírlo me removí con fiereza, haciendo que mis extremidades dolieran. Solté unos gritos de frustración al darme cuenta que no podía hacer nada para huir.
—¡Te juro que si me tocas voy a...!
Pero un pinchazo en mi brazo no me permitió terminar la frase. Lo que me inyectó fue un tranquilizante, lo supe cuando mi cuerpo se volvió más pesado y se me hizo imposible mantener los ojos abiertos.
—¿Qué decías? —Fue lo último que escuché antes de caer en la inconsciencia.
Tal vez no debí regresar.
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