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🩸 6- Leah Beah 🩸


Al despertar, sentí una relajación completa, tanto física como mental, un fenómeno que creo que llaman sueño reparador, algo completamente nuevo para mí. Los encontré discutiendo las reglas del internado, ya que, según Evan, nunca se las habían explicado, y me sumé a la conversación, aportando consejos para sobrevivir aquí.

—Nunca mires a los ojos a los supervisores ni los contradigas —advirtió Ezra con una seriedad inusual en él, dejando de lado su habitual sonrisa y sus chistes. Los supervisores, siempre con gorras y guantes, vestidos de negro y con armas ocultas en su espalda, mal disimulados, y radios, no eran motivo de broma—. Después de entrar a las habitaciones no pueden verte deambular, hay un cambio de supervisores a la media noche, cinco minutos máximo.

—¿Cómo sabes eso?--pregunté sorprendida, nunca lo había notado.

Axel se puso rojo cuando Ezra embozo una sonrisa más grande y lo miro–Experiencias. No puedes salir de la reja del patio hacia el bosque. Nos cuentan al entrar y salir, y hay cámaras en todas partes: en el patio, en las aulas, en los pasillos y en las entradas de los baños.

—Además, está prohibido ir a la ciudad o recibir objetos del exterior. Las llamadas también están prohibidas. Todo contacto con el mundo exterior está prohibido.--añadi finalmente

—Esto no es un internado, es una cárcel disfrazada —concluyó Evan.

—Y eso que aún no has visto lo peor —dijimos al unísono Ezra y yo, mirándolo fijamente. Luego, Ezra retomó la palabra—. Solo llevas un par de semanas aquí, pero los que llevamos años sabemos demasiado. Por eso a la directora no le conviene que nos adopten, por eso nos presentan como un psiquiátrico, por eso hay estudiantes medicados en exceso.

—Al menos seguimos vivos... —murmuré, dándole la razón.

—Por ahora... —dijo alguien, ¿Axel? No estaba segura, lo dijo tan bajo que pareció un susurro.

Después de lo que parecieron horas, dos supervisores nos sacaron del lugar. Eran más de las diez y habíamos perdido dos clases. No supe nada más de ellos durante todo el día. Me aseguré de que Summer estuviera bien, observándola desde la ventana de su clase. Me di un baño, aprovechando que las duchas estaban vacías, y no salí de la habitación hasta la hora de la cena.

—Leah Beah, Leah Beah, Leah Beah, Leah Beah —canturreaba Summer mientras comía el puré insípido y masticaba el pedazo de carne duro. Había rechazado la sopa de verduras por estar demasiado salada, pero era preferible a las sobras que antes encontrábamos en la basura. Casi me golpeo la cabeza contra la mesa del comedor, frustrada por el apodo que me habían puesto hace poco—. ¿Cuándo veremos a mi amigo?

Me tensé, sin saber qué excusa inventar. Estaba a punto de responder cuando me sobresalté al oír a Summer gritar y saludar con entusiasmo. Ahí estaba Evan, seguido de Ezra y Axel, cada uno con su bandeja de comida. Tomé un sorbo de agua, sintiendo que perdía el apetito, y eso que apenas había probado la sopa.

—¿Pueden sentarse con nosotros? —Summer preguntó con alegría, sintiendo cómo los ojos de todos en el comedor se posaban sobre nosotros. De repente, el bullicio habitual se transformó en susurros apenas disimulados.

Nadie se había sentado jamás con la "pelirroja asocial", un apodo que resonaba a menudo en los pasillos y aulas. Para todos fue una sorpresa que me llevarán al sótano con Evan, "el chico nuevo lindo", y ahora, tres chicos estaban parados frente a mi mesa, esperando mi permiso para sentarse.

—Claro —susurré, y los chicos tomaron asiento en la mesa redonda. Evan se acomodó junto a Summer, después de que Ezra se sentara a mi lado con una sonrisa pícara, mientras Axel observaba a Summer con una expresión de terror absoluto, pálido como un fantasma.

Summer gritó de felicidad al verlos —¡Mira, Leah Beah, nuevos amigos! —Ezra y Evan contuvieron sus risas al escuchar el apodo. Le sonreí a mi hermana con los labios cerrados, y ella me devolvió la mirada, sus ojos brillando de emoción como nunca antes.

—¡Mira, tiene rizos! ¡Como nosotras!—exclamó, señalando a Axel, quien parecía querer desaparecer bajo la mesa. Summer tenía una pequeña obsesión con tocar y jugar con el cabello rizado, siempre me hacía peinados ridículos antes de dormir.

Axel se acercó más a Ezra, clavándole las uñas en el brazo. Ezra probó la sopa y puso una cara de asco. Summer rió al ver su expresión. Axel le susurró algo al oído.

Ezra soltó una carcajada, haciendo que Axel se sonrojara —Claro, Ax, como si la niña no pudiera hablar. No tiene un año —dijo, y luego se dirigió a Summer— ¿Cuántos años tienes, princesa?

—Ocho —respondió ella, mostrando sus dientes, y Axel la miró con los ojos muy abiertos y una expresión de puro terror. Axel es un poco raro, más de lo que imaginaba.

—Ax tiene un pequeño trauma con los niños; tenía seis hermanos menores y no acabó muy bien. —explicó Ezra, pasando su brazo alrededor de los hombros de Axel en un claro gesto protector.

Mis ojos se abrieron de par en par, sin poder contener mi asombro. Apenas podía manejar a Summer, no podía imaginar lidiar con cinco más.

—Mierda, ¿sies? —exclamó Evan de repente.

—Dijiste una grosería —protestó Summer, cruzándose de brazos con una mueca de disgusto.

—No lo hice.

—Sí lo hiciste.

—No, y como soy el mayor, yo gano —declaró Evan, y Summer bufó, mirándome con una expresión de indignación.

¿Evan realmente acababa de discutir con mi hermana menor? ¿Y él había ganado?

—Leah Beah decide quién gana. ¿Quién gana? —contraatacó Summer.

—Oh, no me involucren en su estúpida pelea —dije cuando todos me miraron— pero ganó Summer.

—¡JA! YO GANÉ. ¿Qué gano? —gritó mi hermanita.

—Una paleta —respondió Ezra, sacando de su bolsillo una paleta roja y ofreciéndosela a Summer.

—¿Siempre llevas dulces contigo? —pregunté sorprendida. Él asintió, mirando a Axel, dándome a entender que también tenía una para él.

Summer extendió su mano para tomar la paleta, se detuvo a medio camino. Los tres chicos la miraron con incertidumbre. Summer me miró y preguntó:

—¿Ezra es un extraño? ¿Puedo tomarlo?

Las imágenes me asaltaron como una secuencia de película, recordando las veces que advertí a Summer sobre no aceptar dulces de extraños, especialmente porque nuestra vida en la calle nos obligaba a ser cautelosos. No había un día específico; era una lección constante, pero mi mente traicionera evocó el recuerdo de cuando Summer tenía apenas un año.

—¡Leah! —lloró con las manos sobre su estómago. Yo, con solo nueve años, ya había agotado las opciones de biberones hace muchos meses. Mendigaba por comida y rebuscaba en los basureros, aunque ese día había sido particularmente infructuoso. La desesperación no era exclusiva mía; el llanto de Summer me partía el corazón. Llevábamos unos cuatro o cinco meses en la calle, y aunque yo ya me había acostumbrado al hambre, Summer era solo una bebé, incapaz de entender nuestra situación.

—Tranquila, bebé, encontraré algo —prometí, ajustándole la bufanda desgastada, intentando mantenerla caliente en el frío invierno mientras yo me congelaba.

—¡Leah! —exclamó resignada. Observé a una pareja que pasaba, envuelta en la calidez de su felicidad y abrigos. Intenté una mirada suplicante mientras sostenía un frasco con una moneda solitaria, insuficiente para comprar cualquier cosa.

La pareja se detuvo abruptamente, tal vez conmovida por nuestra lastimosa apariencia: ropas rotas, temblando de frío, apoyadas contra un muro desmoronado cerca de un callejón. La mujer se agachó frente a nosotros, quitándose su bufanda y la del hombre para envolvernos a mí y a Summer, quien le sonrió mostrando sus dos dientes. La gratitud me inundó, y con ella, la duda: ¿podía confiar en ellos? ¿En su comida? La regla era clara: nada de extraños, pero la desesperación podía más.

El hombre, tras un susurro de la mujer, corrió y regresó cinco minutos después con dos bolsas de comida rápida. Nos entregaron la primera cena caliente que habíamos tenido en meses.

Solo cuando Evan me llamó, me di cuenta que me había consumido los recuerdos, respire hondo y miré a mi hermana que esperaba mi respuesta expectante.

—Puedes tomarla, Summer —le dije con voz ronca. Ella sonrió y tomó el dulce con alegría.

—¿Estás bien? —preguntó Evan.

—Sí, solo me distraje —respondí, quitando el plástico de la paleta para dársela de nuevo.

—Eres mi favorito —declaró mi hermana a Ezra, quien sonrió con orgullo— Y tú eres raro —señaló a Axel, quien se acurrucó aún más contra él.

El murmullo constante de la cafetería fue interrumpido abruptamente por el sonido de un objeto que caía en el exterior.

Decenas de estudiantes se levantaron de sus mesas, desoyendo las advertencias de los supervisores de permanecer sentados, y se apretujaban en las amplias ventanas del comedor.

—¿Qué sucede? —inquirió mi hermana, visiblemente confundida mientras degustaba su paleta. La observé, incapaz de articular palabra.

Una estudiante, que había estado mirando hacia afuera, soltó un grito desgarrador y se precipitó hacia la salida, pero fue interceptada por uno de los supervisores. Los murmullos de asombro no tardaron en esparcirse. Nos intercambiamos miradas de desconcierto. La joven continuó forcejeando y clamando, luchando inútilmente contra el agarre del supervisor, mientras otros tres se cernían sobre la puerta.

—¡Es Valeria! ¡Valeria se ha lanzado desde el tejado! —exclamó uno de los estudiantes junto a la ventana.

Un escalofrío me recorrió al llevarme la mano a la boca, mis ojos se abrieron desmesuradamente. Nunca antes había pasado algo así, la gente no se suicidaba aquí, teniendo el riguroso y obsesivo control que tenían sobre los estudiantes y las instalaciones .

Un grupo de supervisores irrumpió en el lugar segundos después, comenzando a dispersar a los adolescentes que se habían agolpado, sujetándolos por el cuello de la camisa para hacerlos sentar. Los profesores intentaron intervenir, pero los supervisores insistieron en que debían permanecer en sus asientos... ¿Qué estaba ocurriendo?

El taconeo resonante de unos zapatos de tacón se hizo eco en el recinto, y todos los alumnos se acomodaron en sus sillas al instante; todos reconocemos que se trataba de la directora. A pesar de que nuestra mesa se encontraba al fondo, en una esquina, ello no impidió que presenciáramos cómo la directora miraba con desdén a la estudiante que aún se debatía con el supervisor. Un silencio sepulcral se apoderó del comedor, en parte debido a la presencia de la directora y, en parte, porque todos deseábamos ver el desenlace.

—¡Es mi hermana! ¡Necesito verla! —gritó la joven, jadeante y llorosa, mientras el supervisor la sujetaba firmemente del brazo. La directora rodó los ojos y, con un gesto, indicó que la sacaran de allí, pero en lugar de llevarla al patio, el supervisor la condujo hacia el interior, ignorando los gritos desesperados de la hermana de Valeria, quien exigía verla.

—¡Atención, jóvenes! ¡El espectáculo ha terminado! ¡Cabezas abajo, y quien levante la vista será confinado en el sótano toda la noche!

Todos obedecieron. Sentí la pequeña mano de Summer aferrarse a la mía, fría al tacto a pesar del calor reinante.

—Todo estará bien, Sum —le aseguré con una sonrisa, aunque ella no me correspondió, dejando su paleta a medio consumir en la bandeja y bajando la cabeza.

—No lo creo... —murmuró en voz baja. Tragué con dificultad, observando cómo los supervisores patrullaban el área.

Uno de ellos me agarró el cabello con fuerza y empujó mi cabeza hacia adelante, en un claro gesto de silencio. Contuve un gemido de dolor y cerré los ojos. 

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