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🩸3- Castigo 🩸


Tragué con dificultad al vernos dirigidos hacia el sótano por segunda vez en el mes. La primera ocasión fue cuando Summer sufrió una intoxicación alimentaria de la comida asquerosa de la cafetería y vomitó durante toda la noche. Corrí a buscar a la enfermera Elena, pero antes de que pudiera salir de la habitación, me detuvieron. Tras explicar la situación, permitieron que la señorita Elena atendiera a mi hermana, pero aún así fui castigada por estar fuera de mi cama después de las nueve.

El sótano era un castigo muy frecuente, te encerraban en un pequeño espacio, y dependiendo de que habíamos hecho dependiendo tus horas para quedarnos en ese infierno caluroso, pequeño y oscuro. El sótano era pequeño, apenas cabían cinco personas. No entendía por qué lo llamaban así si sólo servía para castigos. La puerta se abrió con un chirrido, revelando unas escaleras que descendían a la oscuridad. Evan, a mi lado, comenzó a sudar profusamente.

—No puedo bajar, necesito hablar con mi doctor —dijo Evan con voz entrecortada, como si le faltara el aire.

—Has roto una regla y debes enfrentar las consecuencias.—respondió la directora con frialdad, empujándonos hacia el interior antes de cerrar la puerta con una sonrisa maliciosa.

¿Por qué esa mujer me detestaba tanto? ¿Qué le había hecho yo?

Descendimos con cautela para evitar caer en la penumbra, hasta que sentí la mano de Evan rodeando la mía. Quise apartarla, rechazando su contacto, pero al girarme, noté que él parecía ajeno a su propio gesto, mirando a su alrededor temeroso. Un sentimiento me inundó pero no supe cual era.

Al llegar al fondo, encontramos a dos chicos apoyados contra la pared. Uno con los brazos y piernas cruzados miraba al suelo, y el otro, con la cabeza en el hombro del primero, tenía los ojos cerrados. Frente a ellos, una caja de madera hacía las veces de mesa con una vela encima, única fuente de luz en la ausencia de ventanas o lámparas. Era evidente que no llevaban mucho tiempo allí. Genial, simplemente genial.

Mis manos comenzaron a sudar y solté a Evan, contando hacia atrás para distraerme y calmar mi respiración. Aunque había gente, no como la otra vez que me había tocado dos horas sola, casi enloquezco por completo, pero no me agradaba estar rodeada de chicos... la sola palabra me descolocaba. No sabía si prefería la soledad o la compañía. No los conocía y menos a Evan después de esa presentación desastrosa no quería entablar ninguna relación con él.

Avancé con pasos temblorosos, abrazando mis rodillas y apoyando la cabeza en ellas. Evan hizo lo mismo, estirando sus largas piernas y frotándose las manos mientras murmuraba algo inaudible. El chico que había mostrado frialdad y brusquedad a la hora de conocernos ahora estaba sudando, jadeando y al borde del llanto. Los otros dos nos observaban en silencio.

—¿Por qué están aquí? —preguntó el chico de brazos cruzados con un ligero acento latino.

—Nos pillaron juntos en el pasillo de las chicas —respondió Evan, temblando, después de unos minutos de duda.

—¿Nos? Tú fuiste quien me arrastró, por tu culpa estoy aquí de nuevo —repliqué con indignación.

—Tú también estabas allí y no parecías preocupada mientras charlábamos —replicó con una sonrisa burlona.

—Si me hubieras dejado espiar en paz, ninguno de los dos estaríamos aquí —murmuré, aún más molesta.

—¡Yo no he dicho nada! —exclamó, levantando los brazos en un gesto de inocencia.

—¡Claro que lo hiciste! —insistí, estirando las piernas y gesticulando para enfatizar mi enojo—. En primer lugar, ni siquiera deberías estar en el pasillo de las chicas.

—No lo sabía, nadie me dio un recorrido por el internado ni me explicó las reglas —se defendió con un tono de falsa inocencia.

—¡No me hagas hablar de eso también! —alcé la voz, sintiendo cómo se calentaban mis mejillas— ¡Eso también fue tu maldita culpa!

—Oigan, si quieren, podemos irnos a las escaleras para que terminen su discusión en paz —intervino el chico con acento latino, recordándonos que teníamos audiencia. Ambos chicos nos miraban con sonrisas cómplices que no logré descifrar.

—Yo me voy a las escaleras ni siquiera quiero verlo —murmuré, cruzándome de brazos. Evan abrió la boca para replicar, pero lo interrumpí—. ¡Ya no quiero hablar contigo! ¡Basta! —Evan murmuró algo ininteligible y se quedó mirando al frente, como un cachorro regañado.

—¿Y ustedes? ¿Por qué están aquí? No parecen los tipos que se meten en problemas—preguntó Evan, rompiendo el prolongado silencio que había caído entre nosotros, parece que se conocen.

Una sonrisa astuta se dibujó en el rostro del chico de acento latino, cuya piel bronceada y cabello castaño desordenado. A la luz tenue de la vela, pude notar sus ojos marrones y el tic nervioso en su ojo derecho.

—Nos encontraron besándonos—confesó mientras Evan y yo girábamos hacia ellos, impresionados por su osadía. Las relaciones amorosas estaban prohibidos en internado, especialmente entre parejas del mismo sexo. El otro chico se sonrojó visiblemente.-- Yo no quería hacerlo, le dije a Axel que no, pero él me tentó —dijo riéndose.

El otro chico, Axel, lo miró con las cejas fruncidas y le dio un golpe en el pecho. Luego se cruzó de brazos y fingió estar indignado. —Estoy bromeando, nene—le revolvió el pelo. Axel volteó los ojos pero se sonrojó.

—Yo pensaba que eran solo amigos—murmuró, y ellos rieron.

—Ya, solo que no te fijas en nuestras sutiles muestras de amor—dijo divertido el moreno.

—Sí, súper sutiles. Le arreglaste la corbata a Axel cuando nadie veía. ¡Qué sutiles son!---exclamó el rubio.

—Y aun así no te diste cuenta.

—Pensaba que eran algo así como mejores amigos con mucha confianza—el moreno rió a carcajadas mientras el rubio reía sin sonreír.

—Eres demasiado divertido, me encanta.--Luego se volteó hacia mí con una sonrisa, su cabeza se fue hacia atrás en una especie de tic. —Soy Ezra, y él es Axel.

—Leah.

A medida que el tiempo transcurría, noté que lo que Axel no decía, lo compensaba Ezra con su charla constante. Axel, de cabello rubio y rizado, peinado hacia los lados de manera imperfecta debido al volumen, tenía una complexión notablemente delgada y unos ojos azules que destacaban en su rostro. A su lado, Ezra parecía ser solo un poco más bajo, una diferencia apenas perceptible desde nuestra posición sentada.

Ezra relató su origen en Venezuela y cómo sus padres habían emigrado a Estados Unidos en busca de una vida mejor, se metieron a robar y acabó con la vida de sus padres, los servicios sociales lo enviaron al internado Andrade a la temprana edad de nueve años, pasando casi un año en hogares de acogida hasta que termino aquí, dos años antes que yo.

Evan y yo interveníamos ocasionalmente, haciéndole preguntas. Sin embargo, cuando nos dejaba porque hablaba sin parar, me recordaba a Summer. Sus tics eran notorios: su cabeza se iba hacia atrás y emitía pequeños chillidos que me asustaban. Axel y Evan parecían acostumbrados y no se inmutaban; incluso aplaudían.

—Síndrome de Tourette, ¿verdad? Lo tengo desde nacimiento —continué, habiendo notado que sus tics oculares y los movimientos involuntarios de su cabeza y pierna izquierda no cesaban. Supuse que esos síntomas habían influido en la decisión de los servicios sociales de traerlo al internado.

Con el tiempo, aprendí a distinguir entre un síndrome y un trastorno. Aprendí a no confiar en nadie, a reconocer la locura oculta tras una fachada de cordura y a entender que algunos fingían su locura solo para sobrevivir y evitar ser llevados por los servicios sociales, a veces por los pasillos decían relatos no muy lindos sobre las casas de acogidas.

Axel me miró sorprendido ante mi confesión, sus ojos azules reflejando la inocencia de un cervatillo asustado.

—Parece que eres muy observadora —comentó Ezra con una sonrisa ladina.

—Solo cuando me conviene —respondí, intentando proyectar seguridad. Mis pensamientos, sin embargo, no solo se dirigían hacia la pareja, sino también hacia Evan, quien no dejaba de mirarme, recordándome la disculpa pendiente por su comportamiento anterior.

De repente, me di cuenta de que había estado conversando durante horas, algo impensable para mí hasta ese momento. ¿Había logrado realmente interactuar con chicos sin temblar, tartamudear o desviar la mirada? La emoción de ese logro se desvaneció rápidamente cuando el recuerdo de esa noche viene a mi cabeza, mi costado arde como si esa cicatriz cobrará vida.

Con un suspiro, abracé mis piernas y apoyé la mejilla en mis rodillas, evitando la mirada de los demás. No quería llorar, no quería sentir las paredes cerrándose sobre mí, no quería ver la lástima en los ojos de los demás... ya no.

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