🩸18-Detonantes y una directora loca🩸
Cuando llegamos a la planta baja, tardamos un poco más porque el zapato se salía de mi pie en cada escalón. Además, teniendo en cuenta que Leah estaba descalza y solo vestía unos calcetines aún medio mojados, no quería que se resbalara. Pero valió la pena solo por Leah, que estaba riendo y descalza. Todo estaba desolado; la mayoría de los chicos estaban en sus habitaciones o en el patio. Algunos supervisores estaban esparcidos aquí y allá, pero ya no era como antes. Antes había supervisores en cada esquina. ¿Qué estaba pasando?
Dos mujeres, una morena de cabello corto y otra rubia, entraron al internado mirando todo con curiosidad y el ceño fruncido. Cada una tenía un niño en brazos. El chico, Archie, era exactamente igual que Axel pero más pequeño, y la niña, Tatiana, tenía el pelo un poco menos rubio y sus ojos eran color miel.
—Qué genes tan dominantes—murmuré, y Leah estuvo de acuerdo.
—Da hasta miedo que sean todos rubios.
Cuando los niños se dieron cuenta de la presencia de su hermano, se soltaron de las manos de sus madres y chillaron:
—¡Axel!---En menos de dos segundos, los dos niños estaban en brazos de Axel, quien se arrodilló en el suelo.
Leah resopló a mi lado, y cuando la vi, lágrimas caían. Las limpió rápidamente, forzando una sonrisa. —Estoy bien, tranquilo. Estoy un poco sensible ya sabes.
—Dime si quieres irte, y vamos a nuestro cuarto.---Nuestro... joder, se escuchaba lindo.
Las mujeres llegaron y nos dedicaron sonrisas amables.
—Entonces tú eres el famoso Axel—habló la rubia cuando Axel se levantó con ambos niños en brazos—. Los niños no paran de hablar de ti todo el tiempo. Soy Alice y mi esposa Abril.
—Hola, soy Ezra, su novio—tendió su mano presentándose. —Axel no habla mucho después del accidente, así que hay que tener un poco de paciencia.
—Sí, claro. Nos contó el doctor Rames sobre eso— habló la morena.
Tatiana puso sus manos en las mejillas de su hermano para llamar su atención. ¿Archer dice que venciste a un monstruo? ¿Es verdad? —preguntó en susurro.
–Te acuerdas de algo—La niña negó moviendo sus dos coletas.
–Pero Archer siempre me cuenta cosas—continuó—siempre nos protegiste del monstruo y lo derrotaste. Eso es genial—rió mostrando sus dientes, uno faltaba en la parte de arriba.
—¡Te lo dije! Axel es un héroe— dijo el rubio, Axel hizo un esfuerzo por no llorar mientras veía a sus hermanos—. Siempre nos preparaba la comida, nos acostaba y nos leía cuentos para dormir. ¡Y nunca olvidaba nuestros cumpleaños!
Antes de continuar, un supervisor nos llamó la atención. Las mujeres, los niños y Axel tenían que entrar a la sala de visitas.
—Si quieres, puedo ayudarte a cargarlos—dijo la morena nerviosa, tal vez porque pensaba que se le podía caer cualquier niño por el peso, cuando empezamos a caminar.
Axel sonrió y soltó una risita. —Esto no es nada. A veces tenía a los chicos por todos lados. Archer siempre quería estar en brazos, y con otro cargaba a Tati, que tenía solo unos meses. Brisa se colgaba de mi cuello y se agarraba de mi espalda. Kilyan se sentaba en mi pie izquierdo, y su gemelo Kaleb se sentaba en mi pie derecho, mientras que Amadea se sentaba en la encimera mientras cocinaba— Las mujeres los miraron sorprendidas, mientras que Ezra sonreía orgulloso—. No siempre era así, pero había días que les daba a todos'.
–¡Axtitis!--- chilló Archer recordando—. Era divertidísimo porque sacamos de quicio a Axel todo el día.
Cuando ingresamos a la sala, nos sentamos en la pared en el frío piso, esperándolos.
—Creo que si hubiera tenido hermanos, me hubiera vuelto loco', murmuré. 'Imagínate con seis de ellos.
Ezra suspiró y nos miró. Leah estaba a mi lado, con la cabeza apoyada en mi hombro. —Axel me dijo que les contara lo que le pasó—dijo Ezra—. A veces decía que se sentía culpable por no poder saludar a Summer al principio. Pero asociaba a todos los niños con sus hermanos y tenía miedo de que acabaran como todo terminó.
Pero...–trato de decir Leah pero Ezra le indico que no tenía importancia y siguió hablando.
—Axel vivió con un padre que siempre tenía una mujer nueva cada semana. Todas tenían un problema: alcohol, drogas o ludopatía. Y él les daba más dinero para su obsesión, con la única condición de que se quedaran embarazadas y le dieran un hijo.--- Ezra se detuvo, echando la cabeza hacia atrás en un tic. —El primer niño llegó: Archer. Para ese entonces, Axel solo tenía ocho años y no sabía nada de niños. Pero aprendió a sobrevivir sin una madre que lo ayudara y con un padre ausente. Tuvo que madurar rápidamente cuando llegó Amadea, cuando tenía nueve años. Luego, Brisa a los diez, los gemelos Kilyan y Kaleb a los once, y la última, Tatiana, unos meses antes de cumplir los doce.
—Mierda—murmuramos al mismo tiempo.
—Una noche, Tatiana no paraba de llorar y todos los niños estaban inquietos. Nadie quería dormir. Sumado a eso, su padre no los dejaba ir a la escuela. Entonces, para colmo, Axel también fue su maestro, entonces los niños no tenían una rutina muy estricta. Bajó a la sala solo para escuchar que su padre quería vender a los niños, a cada uno de ellos. Ese era su plan desde el principio. Axel trató de escapar esa misma noche y había robado dinero de su padre con los niños, pero su papá los atrapó y mató a los gemelos, Amadea y Brisa, con su pistola. Los vecinos lo escucharon y llamaron a la policía. Su padre intentó escapar, pero Axel lo detuvo y le disparó. Llegó la policía, pero Axel no quería alejarse de sus hermanos. Después de los funerales, mandaron a Axel aquí y a sus hermanos a una casa de acogida, solo porque a Axel se le descubrió depresión y a sus hermanos no.
–¡Oh, joder! —murmuró Leah con la mano en la boca—. Pobrecito.
—Llegó aquí con doce años y no hablaba. No hablaba ni con el psiquiatra ni con nadie, hasta que nos conocimos —sonrió absorto en los recuerdos—. Siempre lo veía por los pasillos o en el comedor. Siempre estaba solo. Yo también, pero trataba de entablar cualquier conversación con alguien. Nunca podía estar callado. Así que me acerqué y lo primero que le dije fue: "¿Eres mudo o sordo?"
Sin poder evitarlo, me carcajeé, y Leah y Ezra se unieron. —¿Cómo puedes preguntar algo así? —le reproché.
—¡Tenía doce años! ¿Qué esperabas?—respondió él—. En fin, me dijo que no era ninguno de los dos, y desde entonces somos inseparables. Luego, a los diecisiete, le dije lo que sentía. Estaba muy nervioso porque no sabía cómo reaccionaría, pero si no hubiera sido por Axel, no seríamos pareja.
—¿Por Axel?—preguntó intrigada la pelirroja.
—No me salían las palabras, y él se me adelantó —murmuró con las mejillas rojas. La puerta se abrió, y de inmediato nos pusimos de pie, viendo cómo salían las mujeres y los niños ahora en sus brazos. Axel estaba detrás, adelantándose para estar al lado de su novio. Ezra le pasó un brazo por la cintura y le murmuró algo al oído. No hubo respuesta.
—¿Entonces nos vemos en dos meses?' —sonrió la mujer. El rubio asintió—. Bien, niños, despídanse de su hermano.
–¡Adiós! —los niños agitaron sus manos y se fueron.
—¿Qué pasó? —preguntó Ezra preocupado.
–Vendrán cada dos meses, y cuando cumpla la mayoría de edad, podré vivir con ellos en Akrimia —murmuró pensativo.
La cara de Ezra se contrajo, pero rápidamente se volvió de felicidad. Sabía lo que pensaba: no quería separarse de él después de la mayoría de edad.
–¡Eso es genial, Axel! —lo abrazó—. ¿No estás feliz?
—Sí, pero ¿qué pasará con nosotros? ¿Qué harás tú cuando cumplamos la mayoría de edad?' —uy, creo que esto se estaba convirtiendo muy personal para quedarnos.
Leah me arrastró de la mano, indicándome que los dejáramos solos, mientras subíamos las escaleras en un cómodo silencio. El doctor Rames apareció. Había visto a mi psiquiatra hoy más veces de las que había pasado aquí.
—¿Pasa algo? —pregunté.
—Sí, ven a mi consultorio. Hace mucho que no hablamos —respondió, mirando nuestras manos entrelazadas. Leah se tensó—. Ahora.
El doctor subió las escaleras. Intenté subir un peldaño, pero Leah se clavó en el piso.
—¿Qué pasa?
—Si quieres que me vaya, puedo ir a tu habitación—murmuró sin mirarme. Puse mi dedo en su mentón para que me viera, para que me mirara con esos ojos azules que tanto me gustaban.
—Vamos, tienes que darme un abrazo después de la sesión—Eso la hizo sonreír. Subimos lentamente, primero para que no se resbalara con las medias y yo para no caerme con el zapato flojo.
Finalmente, llegamos al tercer piso y nos dirigimos a los consultorios. Había cuatro en total. Leah se sentó en el piso y me dedicó una sonrisa mientras me indicaba que me esperaría allí.
Pero toda la felicidad se desvaneció cuando entré al consultorio y vi a la directora sentada en el sofá individual junto con el doctor Rames. Apreté el pomo de la puerta, cerrándola lentamente, tenso.
—Querido, por fin llegas—habló la directora. Por fin, desde que la había conocido, una sonrisa genuina decoraba sus labios rojos—. Siéntate, ven.
—No quiero, estoy bien parado—seguía al lado de la puerta.
—Te dije que vinieras a sentarte antes de que los supervisores lleven a tu noviecita hacia el sótano—apreté los puños y la mandíbula. Me acerqué hacia el sofá. La directora puso una sonrisa de victoria.
—Bien, ya nos estamos entendiendo—Se acercó con sus tacones resonando. Sus uñas vinotinto me agarraron el pelo en un puño, echándome la cabeza hacia atrás. Levanté el puño, preparado para que me soltara. —Uy, yo no haría eso. Recuerda a tu noviecita.
Respiré lentamente. —¿Qué quieres?
¿Yo?, todo— Chasqueó los dedos y vi un movimiento por el rabillo del ojo—. Pero por ahora, te quiero a ti, mi Experimento A.
Ahí estaba eso otra vez. —Tu eres la voz en la bocina--Apreté los dientes cuando su uña recorrió mi cuello. Ella rió. —¿Qué es eso de Experimento A?
—El Experimento A creará al soldado perfecto, y tú serás mi prueba perfecta. No hay muchos con tu código genético, Evan. ¿Alguna vez te has enfermado?
¿Por qué mierda ella necesitaba saberlo?, y aunque momentáneamente lo pensé durante dos segundos, nunca me había enfermado ni roto un hueso. El único incidente en el que me lastimé fue por la bala... pero ¿qué tenía que ver eso con todo esto?
Estaba tan concentrado que no me di cuenta del pinchazo. Volteé solo para ver al doctor con una aguja, sacándome sangre. Me la arrancó con furia y la tapó para evitar que cayera más sangre.
–¿Qué hace?--- Grité. —¡Están locos! ¡Todos ustedes!---La directora rió y chasqueó los dedos. Supervisores que no había visto salieron de las esquinas y me agarraron de ambos brazos, volviéndome a sentar. Me revolví con fuerza. —Si me vuelven a sacar mierda, lo voy a hacer mierda—Grité cuando vi al doctor otra vez con la aguja.
Este tembló y se puso pálido. Miró a la directora, pero ella estaba caminando hasta quedar enfrente de mí. Me tomó de la mandíbula con fuerza.
—Ese temperamento es perfecto, doctor. Prosiga. Cuida lo que dices, querido. Alguien puede salir lastimado—. Miró al supervisor que me agarraba del costado y señaló la puerta. No.
La directora me ignoró mientras se concentraba en extraer mi propia sangre. —Recolecta lo suficiente para el laboratorio— volvió a mirarme con una sonrisa. Agitó el tubito de sangre frente a mis ojos y luego se alejó de mi campo de visión.
—¡Déjenme! ¡Hijo de puta! ¡El oficial Daniel se enterara de esto!—gritó Leah, forcejeando para liberarse. De repente, me sentí mareado y todo comenzó a dar vueltas. Intenté enfocar la figura de Leah, pero no pude. Mi cabeza cayó hacia un lado. —¡Evan! ¡Dios, Evan!
La directora comentó desde algún lugar: —Perfecto. Idiota, te dije que sacaras sangre, no que lo mataras—Alguien me tocó la cara para despertarme. —Aún no he terminado contigo, querido.
Me moví débilmente, pero el supervisor me agarró con más fuerza. Luego, unos lentes de visión con una pantalla cayeron sobre mis ojos. Escuché el grito de Leah llamándome.
—Diviértete recordando—susurró alguien en mi oído. Escuché el repiqueteo de los tacones alejándose.
—¡Está loca! ¡Loca! ¿Qué quieren de él? —grité al ver a Leah siendo golpeada.
—¡Déjenla! ¡No la golpeen!—pero no escuché ningún sonido. —¡Leah!
—Estoy bien—, jadeó Leah. —Estoy bien.
La puerta se cerró de golpe. —Adiós, querido. No nos veremos muy pronto. Diviértete con el doctor.
Las imágenes llenaron la pantalla de golpe. Todo iba tan rápido que no podía enfocar nada. Sin embargo, las imágenes comenzaron a cobrar sentido. Era la autopsia de mamá, de papá, fotos de mi caso, los cadáveres... No, no otra vez.
Respiré agitadamente. No escuchaba nada; era como si estuviera debajo del agua. El olor a putrefacción llegó a mi nariz. Mi cuerpo picaba, y el muslo ardía como si aún tuviera la bala. Incliné la cabeza para vomitar en algo que no fuera mi ropa. Las imágenes seguían saliendo. En medio de los cuerpos descompuestos, yacía el cadáver que me aplastaba.
Me liberé de las manos que me ataban y me rasqué nerviosamente los brazos. La sensación persistía; no me importaba abrirme la piel, solo quería que se fuera. Jadeé por aire. Otro maldito ataque de pánico. Estaba a ciegas; las imágenes seguían apareciendo. Y de repente... nada.
Los lentes salieron volando de mi visión. Enfoqué, parpadeé rápidamente y vi un pelo rojo. Rojo... eso, concéntrate en eso, concéntrate en las cosas pequeñas. Leah hablaba, pero no escuchaba nada. Mis oídos pitaban irritantemente. Rasqué más mis brazos, pero sus manos me impidieron seguir. Eran suaves pero callosas y pequeñas... pequeñas. Sus manos fueron a mi cara mientras seguía llamándome, diciendo mi nombre, pero yo no la escuchaba.
Unos brazos me agarraron, y me levanté de golpe, mareándome en el proceso. Pensé que eran los supervisores. —¡No me toquen! —grité cuando vi las figuras borrosas de Axel y Ezra. Jadeé por aire y casi me caí debido al mareo. Otra vez, sus brazos me rodearon.
No sé cómo bajamos las escaleras ni cómo llegamos a mi habitación, pero cuando vi las características paredes blancas y caí en mi cama, me senté y busqué en mi mesita de noche, entre los cajones.
—¿Qué está buscando? — La voz de Leah volvió a mi cabeza, parecía desesperada.
Cuando encontré el bote de pastillas, casi canté victoria. Mis manos temblaban y, al intentar abrir el bote, las pastillas se cayeron. Gruñí de frustración.
—Voy... voy a morir... no puedo respirar — el cuello de mi camisa me apretaba, así que me la quité como pude. Leah apareció nuevamente en mi visión con una pastilla, me abrió la boca y me obligó a tragarla en seco.
—Vamos, respira conmigo— puso su frente contra la mía y llevó mi mano a su pecho para seguir su respiración— vamos, Evan, respira conmigo.
Respiré, concentrándome en sus ojos. La calma llegó. Respiré uno, dos, tres veces hasta que sentí los pulmones llenos y el nudo en la garganta se iba.
—Nosotros estamos a tres puertas de distancia— dijo Ezra. Leah no se movió—. Por si quieres algo—añadió, asintiendo hacia la puerta. Se escuchó el portazo.
¿Estás bien? ¿Qué pasó ahí?" preguntó suavemente la pelirroja.
—Estoy...—Carraspeé cuando volví a sentir el nudo en mi garganta–. Bueno... mierda.
—Ven, acuéstate.---Leah me empujó para que cayera en mi espalda, su mentón se apoyó en mi corazon que latia fuerte y dolorosamente, pero con ella todo era menos doloroso. Acarició mi mejilla con los dedos suavemente.
—Quieren... quieren experimentar conmigo—conté las pecas de su lado derecho, tratando de concentrarme para relajarme—. No tengo idea del porqué yo, pero mentiría si dijera que no tengo miedo. Me sacaron demasiada sangre, mencionaron algo sobre un Experimento A y que yo era el indicado para eso.
—Nadie te hará nada, Daniel nos protegerá—Jugueteó con las puntas de mi cabello. Bien, ahora cuenta el lado izquierdo.
—No lo sé, Leah. Tengo un mal presentimiento. Siento que algo pasará mañana.
Ella suspiró.--- Yo también tengo esa sensación.
—Te golpearon–dije viendo la marca de dedos en su pálida mejilla.
—Fue la directora, pero no duele.
—¿Sabías que tienes quince pecas del lado izquierdo y dieciocho del lado derecho?---Sin poder evitarlo, estiré mis dedos para tocar el salpicadero de pecas. —Pero acabo de contarlas de nuevo y tal vez sean diecisiete del lado izquierdo y dieciocho del lado derecho.
—¿Contaste... mis pecas?" Leah parpadeó pero una sonrisa se extendió. "Estás loco.
¿Por ti?. Sí, claro que sí.--La tomé de la nuca y la atraje para besarla. Besarla no se parecía a ninguna de mis fantasías; se sentía como si estuviera en la luna y ella fuera el astronauta.
Cuando nos quedamos sin aire, ella tomó mi labio inferior con sus dientes como si no quisiera separarse, mentiría si dijera que eso no era sexy de cojones. Ella se recostó sobre mi pecho, aún mirándome con una sonrisa, las mejillas sonrojadas y los labios hinchados.
—Oye, Leah—murmuré después de un rato.
—¿Sí, Evan?
—Me gustas.
—Oye, Evan.
—¿Sí, Leah?
—Tú también me gustas.
Volví a besarla, pero este beso tuvo un sabor amargo, como si fuera...
Esto se sentía como si fuera una despedida.
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