🩸12- Otro incidente y una llamada🩸
La conversación que había tenido ayer con Summer me dejó inquieta y pensativa, tanto que no pude conciliar el sueño. Cuando el guardia tocó la puerta, nuestro despertador habitual, me di cuenta de que había estado mirando el techo toda la noche y que las preguntas se acumulaban en mi mente a cada minuto.
¿Qué haría cuando cumpliera la mayoría de edad? Aunque faltaban tres años para eso, ¿volveríamos a la calle? No tenía dinero, ni casa, ni un lugar adonde ir después de que me echaran al cumplir la mayoría de edad. Al menos podría trabajar, pero ¿dónde nos quedaríamos? No podía permitir que Summer volviera a dormir en un suelo duro y frío o que comiera las sobras del basurero, otra vez... Solo esperaba que en estos tres años alguien se interesara en Summer y la adoptará, aunque me doliera porque ella es mi ancla, sería una mejor vida de la que yo podría darle después.
cuando me mire en el lavabo del cuarto con espejo, tuve que evitar gritar al ver mi pelo ahora mas indomable por lo corto y risado que estaba, aparte de los dias que lo tuve descuidado, habia citracis blancas en mi ceja, la mas notoria, en mi frente y pomulos, resople tratando de respirar y amarre mi pelo rojo con un moño rapido y fui a despertar apidamnete a Summer para ayudarla a vestirse.
Ella, con su habitual entusiasmo matutino, me contagiaba un poco de su energía. Juntas, nos unimos a la fila de chicas que esperaban para ir al comedor. En el internado, todo estaba organizado meticulosamente: los más pequeños iban al frente, por eso Summer se separó de mí al salir, pero sabía que después ella solita vendría a mí para ir a comer con los chicos. Seguíamos las de mediana edad, donde me ubicaba yo, y al final, las mayores, donde no había más de diez chicas, ya que a las que cumplían los veintiún años las despedían el mismo día que los cumplían. Eché un vistazo hacia ellas, claramente más grandes que yo, pero no podía evitar ver sus ojos rojos y ojeras oscuras, manos inquietas y algunas mordiéndose las uñas, sabía que estaban nerviosas por lo que iba a llegar.
Cuando llegamos al comedor, como robots, agarramos las bandejas pasando por la cocinera que nos sirvió una masa amarilla que se suponía que eran huevos, y tostadas, una blanca y otra negra, lindo. Después de ayudar a Summer con su bandeja, que parecía muy pesada para ella —una exageración, porque después de tomarla se fue dando saltitos hasta la mesa donde los chicos ya estaban sentados con expresiones somnolientas—, tomé asiento al lado de Summer, que estaba junto a Evan, y a mi izquierda estaban Ezra y Axel. Summer hizo una mueca al probar los huevos, al igual que Axel, que parecía querer vomitar.
—Yo opino que me des una paleta —dijo mi hermana a Ezra. Enarqué una ceja y me obligué a tragar, no tenia tanta hambre pero sabia que depues de cinco dias de nula alimentacion tenia que tragar algo.
Ezra la miró con firmeza, negándo con la cabeza.
—No habrá paleta si no comes algo de verdad, Summer —respondió con voz calmada pero inquebrantable.
Summer cruzó los brazos, frunciendo el ceño con desafío.
—Pero si ninguno de ustedes quiere comer, ¡mira a Ax! Parece que va a vomitar —declaró, con los brazos cruzados.
Efectivamente, Axel estaba pálido, más de lo que era, y parecía querer vomitar, pero no por la comida, sino por algo más. Ezra frunció el ceño y le pasó el brazo por los hombros para acercarlo; este le susurró algo que hizo profundizar más su ceño.
—¿Por qué Axel solo habla con Ezra? —preguntó Summer, dirigiéndose a Evan, quien estaba muy ocupado quitándole lo quemado a la tostada con el tenedor de plástico sin éxito.
—Porque... —Trato de decirle algo, inventar algo, pero no supo qué decir. Suspiró y dejó la tostada rindiéndose, y yo... alargué la mano para hacer un intercambio con mi tostada blanca con la suya quemada. Me miró por un largo rato, perforándome con la mirada mientras que yo me ponía roja y miraba a otro lado, sin saber concretamente porque.
—¿Es porque se quieren mucho? —insistió Summer.
Evan se encogió de hombros. —Tal vez Axel confía más en Ezra para ciertas cosas, o quizás tienen secretos entre ellos que no están listos para compartir —respondió con una sonrisa tranquilizadora.
Summer, que no parecía convencida, infló sus cachetes con los brazos cruzados.
—¡Pero si yo soy buenísima guardando secretos! Por ejemplo: no te he dicho que Leah ronca siempre que... —de inmediato le puse la mano en la boca, callándola con las mejillas rojas.
—Claro, buenísima guardando secretos —dijo Evan, soltando una carcajada.
Ezra aprovechó para intervenir.
—Axel tiene un mal presentimiento —dijo con seriedad, atrayendo la atención de todos—. Es mejor que tengamos el número de la policía a la mano, por si acaso.
La atmósfera se tornó grave de repente. Summer bajó los brazos y miró a Axel con preocupación. Axel evitó el contacto visual, su mirada perdida en el suelo, aún refugiándose en el brazo de su novio.
—¿Es por eso que te sientes mal? ¿Por qué tienes un mal sentimiento? —preguntó con voz suave.
—Es presentimiento, Summer —le corrijo suavemente, sacando la tarjeta del oficial Daniel.
—Es lo mismo... Eso significa: ¡que necesitas un abrazo! —dijo Summer, y antes de que cualquiera pudiera detenerla, ya estaba abrazando a Axel.
—¡No, Summer! —exclamó Ezra, pero ya era demasiado tarde.
Axel se paralizó y tenso con los brazos colgando por un momento, pero luego vio a Summer en sus brazos, se le llenaron los ojos de lágrimas y le correspondió el abrazo, enterrando su cara en su pelo. Ezra abrió los ojos sorprendido pero su boca se curvó en una sonrisa de orgullo al verlo, no sabía que había pasado pero el si, y por su cara sabía que era un paso muy grande para Axel. Cuando se separaron, Summer le limpió las lágrimas con sus pequeñas manos y le dijo:
—Ves, solo necesitabas un abrazo.
Axel asintió, todavía con lágrimas en los ojos, pero con una sonrisa agradecida.
—Gracias...Summer —murmuró con voz áspera que hizo sonreír más a Summer, dio un saltito antes de llegar al asiento y mirar a Evan.
–Ha hablado conmigo, eso significa que me quiere.-- este le revolvió los rizos que llevaba sueltos y mi hermana carcajeo, la mire con un sonrisa, no se que había hecho para tenerla pero era lo mejor de mi vida–. Ahora si quiero mi paleta.
Ezra se separó ligeramente de Axel, porque este siguió teniendo la cara enterrada en su pecho y la miró metiendo su mano en el bolsillo de su saco.
–Joder...toma tres, te los mereces.-- dijo lazandolas a la mesa, mi hermana rió y rápidamente las agarro.
El desayuno había terminado, y poco a poco, todos nos dirigíamos al patio, siguiendo la rutina de los fines de semana. La idea era sencilla: absorber vitaminas y dejar que los más jóvenes liberaran su energía acumulada. El bullicio era constante, una mezcla de voces y risas que llenaba el aire, mientras los supervisores se movían entre nosotros, vigilantes y atentos.
Estábamos a punto de cruzar la entrada cuando un sonido abrupto capturó nuestra atención. Un golpe sordo, seguido de gritos agudos que cortaban el murmullo matutino.
—¡Joder, otra vez no...!
—¡Es Camilo! —gritó alguien con voz estridente— ¡Se ha lanzado!
El caos se desató en cuestión de segundos. Adolescentes corriendo en todas direcciones, supervisores intentando mantener el orden, gritos que se entremezclaban con órdenes y llamados a la calma, los ventanales llenos de manchas rojas...sangre. Sentí la bilis subir por mi garganta y obligándome a mirar a otro lado para no vomitar. Sangre...Sangre...esa noche...
—¿Por qué siempre tiene que pasar algo? —se quejó mi hermana, su voz perdida entre el tumulto me hizo reaccionar— ¡Evan!, cárgame, esto va a ser largo.
Más gritos resonaron, y Ezra y Axel me miraron con expresiones tensas.
—Usted, señorita, se está convirtiendo en una mandona —dijo Evan con un tono burlón, pero sus ojos reflejaban preocupación mientras cargaba a mi hermana y le enterraba la cara en el cuello para que no viera la sangre.
—Ve, Leah, tienes que llamarlo —me instó Ezra, su voz apenas audible sobre el caos.
–Y-yo hay mucha gente y si me descubren va a hacer horrible.--dije entrando en pánico.
Evan me miró con determinación, sus manos firmes en mis hombros aún con dificultades ya que sostenía a Summer, más alto que yo, obligándome a doblar la cabeza para poder ver sus ojos grises. – Siempre encuentras la manera, Leah-- dijo-- No dejes que los supervisores te descubran tu siempre tienes tu manera de pasar.
Asentí, tragando el miedo que amenazaba con paralizarme. La sala de visitas estaba a solo unos metros, era el único lugar que sabia que tenia un teléfono fijo. pero llegar allí sería como cruzar un campo minado. Los supervisores estaban por todas partes, sus ojos escudriñando cada movimiento, cada rostro, buscando cualquier signo de desorden, sin permitirse más desorden del que había.
Tomé una respiración profunda y me mezclé con la multitud, moviéndome con la corriente de cuerpos que se dirigían hacia el patio. Mantuve la cabeza baja, evitando el contacto visual, mi corazón latiendo con fuerza contra mi pecho. Cada paso era calculado, cada movimiento, medido. No podía permitirme un error.
Finalmente, después de lo que parecieron horas en esos tensos minutos, alcancé la sala de visitas. El teléfono estaba allí, en la esquina, como un faro de esperanza. Habian dos sofas de cuero negro, pero no le preste atencion a la decoracion. El teléfono era uno fijo pero parecía nuevo. Marqué rápidamente el número del oficial Daniel con las manos temblando.
–Daniel, soy yo, Leah,-- susurré rápidamente y atropelladamente en cuanto escuché su voz presentándose. –Ha pasado algo otra vez y si no llega pronto...
La línea se llenó de estática, y por un momento temí que la llamada se cortará. Pero entonces su voz llegó, clara y calmada, también escuche el chirrido de neumáticos. –Estoy en camino, Leah. Aguanta.
Colgué el teléfono y me apoyé contra la pared, cerrando los ojos por un momento para permitirme respirar. Había logrado lo imposible: escapar de la vigilancia de los supervisores y pedir ayuda. Pero el alivio fue breve. Ahora tenía que volver a la multitud y esperar a que Daniel llegara.
Esperé, contando los segundos que se arrastraban como horas, cada tic del reloj amplificado por el latido de mi corazón. No quería salir; estaba paralizada por el miedo. ¿Y si al salir me encontraba justo con un supervisor o, peor aún, con la directora? Cuando el tumulto afuera se convirtió en un murmullo distante, cinco minutos...seis minutos cuando de repente la puerta se abrió de golpe. Un supervisor entró, su mirada fija en mí por primera vez en años internada en Andrade un supervisor me miraba a los ojos, tragué con miedo cuando vi la furia, y supe que había sido descubierta.
—¡Tú! ¿Qué haces aquí? ¡Vas a pasar dos días en el sótano por esto! —exclamó con una voz que no admitía réplica. Era la primera vez que escuchaba hablar a un supervisor, era profundo y sus ojos tenian las pupilas dilatadas de una manera nada saludable, toda la iris de color de su ojos ahora era negro...¿que carajos?
El supervisor me agarró del brazo con fuerza, arrastrándome hacia la salida de la habitación.
—Si sigues resistiéndote, pasarás una semana en el sótano —amenazó, apretando su agarre.
Intenté zafarme, pero fue inútil. Traté de divisar el pelo de mi hermana para así encontrar a Evan entre la multitud, ahora un poco más dispersa. Desesperada, intentando llamar la atención de alguien cuando vi que su intención era llevarme al sótano, un grito desesperado escapó de mis labios. El supervisor me golpeó en el labio, aturdiéndome por unos segundos.
—¡Evan! ¡Evan! —chillé más fuerte al sentir la sangre caer por mi labio partido.
Justo entonces, un sonido cortó el suave bullicio que se formaba en la entrada: el chirrido de neumáticos sobre el asfalto. Con una autoridad que imponía respeto, el Oficial Daniel, se abrió paso entre la multitud que ahora se dispersaba, su mirada encontrando la mía entre la confusión.
—¡Suelta a la chica o tendré que usar la fuerza! —advirtió, su mano posada sobre la empuñadura de su arma.
Oh mierda.
El supervisor se rió con desdén.
—No tienes autoridad aquí —replicó, sin soltarme, clavándome la mano enguantada aún más en mi pobre brazo.
Evan, ahora con mi hermana a su lado quien estaba pegada a su pierna cual garrapata, emergió de entre la gente, interponiéndose entre el supervisor y yo.
—Si ella va al sótano, yo también voy —declaró con firmeza, mirando al supervisor directamente a los ojos, algo totalmente prohibido.
Summer se soltó de su pierna y corrió hacia Daniel, llorando y suplicando:
—¡Haga algo! ¡Haga algo!
El oficial Daniel hizo algo que no esperaba: la cargó, calmándola, y volvió a hablar con tono autoritario. Parpadeé anonadada. ¿En serio el oficial Daniel estaba cargando a mi hermana? ¿Justo ahora? ¿Delante de mis ojos?
Rápidamente e inesperadamente, desenfundó su arma y apuntó al supervisor.
—Última advertencia —dijo con voz calmada pero firme.
El supervisor, midiendo la seriedad de la situación, soltó mi brazo lentamente. La multitud, que había estado observando en silencio, comenzó a murmurar. Algunos se alejaban, otros se acercaban para ver mejor. La presencia de Daniel había cambiado la dinámica del poder en un instante; la había destruido en cuestión de segundos. Ezra y Axel se acercaron de inmediato cuando todo pareció mejorar.
Evan se colocó a mi lado, su brazo alrededor de mis hombros, protegiéndome. Podía sentir su corazón latiendo tan rápido como el mío. Enterré mi cara en su pecho en un suspiro de alivio, pude sentir su mano en mi cabello y escuché sus palabras de consuelo.
—No vamos al sótano —declaró Evan suavemente—. Lo hiciste bien, Leah, lo hiciste muy bien.
Daniel guardó su arma y se dirigió a nosotros con una mirada preocupada.
—¿Están bien? ¿Y qué es eso del sótano? —preguntó, examinando mi labio herido desde la distancia. Asentí, aún conmocionada, mientras escuchaba a Evan decir que en otro momento se le contaría sobre el sótano.
—Summer, ven conmigo —dije, intentando mantener la calma—. El oficial Daniel tiene que hacer su investigación.
Pero Summer se negó, sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a Daniel.
—No, quiero quedarme con Daniel —respondió con voz temblorosa.
Evan también intentó persuadirla, pero ella sacudió la cabeza, terca.
—Vamos Summer, te doy una paleta —ofreció Ezra, acercándose a ella con una mirada comprensiva.
Sin embargo, Summer permaneció inmóvil, su decisión firme, aun en brazos del oficial quien no parecía incómodo casi también parecía que no quería soltarla.
De repente, con una voz pequeña pero clara, dijo: —Quiero quedarme con papá.
Un silencio cayó sobre nosotros. Luego, dirigiéndose a mí, añadió:
—Él es nuestro papá, Leah. Nos va a adoptar.
La tensión en el aire se hizo más densa, casi tangible, mientras las palabras de Summer resonaban en el silencio que se había formado. Miré a Daniel, buscando alguna señal de que lo que Summer decía era una fantasía infantil, pero su rostro estaba conmovido, sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y emoción. Mi corazón dio un vuelco y sentí que el piso se hacía más lejos.
—Summer, deja de decir tonterías —dije, intentando mantener la voz firme, no podía ilusionarme por una tonta fantasía, nadie quería adoptar a una adolescente y mucho menos con su hermana menor—. El oficial Daniel apenas nos conoce.
Me disculpé con Daniel, quien solo asintió, aún claramente afectado por la declaración de Summer. —No importa —dijo, pero su voz temblaba ligeramente.
Con determinación, me acerqué a Summer y le quité de los brazos de Daniel, quien la soltó con renuencia. Summer comenzó a gritar.
—¡Quiero a papá! ¡Quiero a papá!
Summer no hacía pataletas nunca, no entendía lo que pasaba o que lo había detonado. Evan intentó calmarla, pero ella se resistió, pataleando y llorando. La gente alrededor comenzó a detenerse, atraída por el drama. Íbamos a estar en boca de todos para la hora del almuerzo.
—¡Summer, por favor! —exclamé, pero ella no me escuchó.
Fue entonces cuando Ezra intervino, tratando de ofrecerle una paleta para distraerla, pero Summer la rechazó con un manotazo.
—¡No! ¡Quiero quedarme con papá!
La situación se estaba saliendo de control. El compañero del oficial hizo presencia gritando el nombre de Daniel, quien lo miro y le indico que iba en un segundo. Daniel se acercó de nuevo, su expresión seria.
—Summer, necesitas ir con tu hermana, más tarde vendré a jugar contigo —dijo con autoridad, pero su voz era suave, tratando de no asustarla.
–No le diga eso, solo la está ilusionando más.--dijo con voz temblorosa, mientras trataba de agarrar a Summer y en un momento de desesperación, se zafó de mi agarre y corrió hacia Daniel, abrazándose a sus piernas.
—¡No me dejes! —grito y lloriqueo.
No sabía cómo manejar la situación sin causarle más angustia a Summer. Fue un momento de caos, con la multitud observando y murmurando entre ellos, y nosotros cuatro, tratando de consolar a una niña que creía haber encontrado una figura paterna. Esto era un puto desastre.
Axel se acercó a Summer con su habitual calma. Con cuidado, la quitó de los pies de Daniel y la abrazó, arrullándola suavemente mientras la llevaba lejos de nosotras. Todos observamos, sorprendidos, mientras Summer se tranquilizaba poco a poco; su llanto cesaba hasta convertirse en sollozos esporádicos y, de vez en cuando, la oración "quiero a papá" salía de sus labios.
—¿Qué le hizo? ¿Cómo...como? —pregunte sorprendida con las palabras atascado en mi boca
Ezra sonrió levemente, esas sonrisas de enamorado típicas de él cuando veía a Axel, y después se giró para mirarme.
—Le canta una nana —respondió con sencillez, su cabeza se fue hacia atrás en un tic y continuo—. Es la misma que solía cantar para calmar a sus hermanos antes y también sirve cuando no puedo dormir. Es muy bueno haciendo eso.
Como había predicho, a la hora de la cena, un poco más temprano para que nos pudieran controlar y asegurarse de que nadie más se hubiera escapado, y aun con el oficial Daniel investigando afuera con su compañero, junto con una ambulancia y lo que parecía ser un forense, se llevaron el cadáver y limpiaron las ventanas. La directora, al ser fin de semana, no hizo acto de presencia. Daniel me dijo antes de irse que vendría el lunes a hablar con ella y conmigo, y también con Summer antes de irse.
Cuando crucé cerca de una mesa con Summer aún en brazos de Axel, quien había decidido que no quería caminar más y quería seguir escuchando las canciones que él le cantaba, él no se rehusó y siguió cantando. Si prestaba atención, podía escuchar los susurros roncos y dolorosos que salían de su garganta. Ezra y Evan venían a mi lado hablando de algo que no entendía muy bien, ya que venía distraída con mis pensamientos.
Fue entonces cuando una chica pelinegra, un poco más alta que yo, se plantó en mi camino. Casi tropiezo por lo sorpresivo que me pareció. El comedor se volvió un silencio tenso que me hizo sentir nerviosa y asustada. Nunca el comedor se encontraba así de silencioso a menos que los supervisores estuvieran ahí.
–¡Tú! —me señaló, tenía ojeras prominentes y sus dedos temblaban ligeramente—. ¡Tú eres la culpable de todo!
–¿Y-yo?—tragué saliva al darme cuenta de que todo el mundo nos estaba mirando—. ¿Qué tengo que ver yo con todo esto?
–Es la maldición de los pelirrojos.-- se acercó más a mí, su cabello azabache era corto y sus ojos color miel me miraban con odio, nada nuevo– Gerard dijo que lo mismo pasó cuando Thomas estaba aquí hace cinco años.
–Eso es mentira–dijo Ezra a mi lado–cuando Thomas estaba aquí no pasó nada de esto.
Y yo estaba perdida en el limbo, ¿quién carajos era Thomas y por qué no me acordaba de él?
–Algo parecido, la gente empezó a desaparecer cuando Thomas llegó y él era pelirrojo...–la chica otra vez me miró de nuevo y, en un acto rápido, me agarró con un puño el cabello corto. Grité del dolor y traté de deshacer su agarre.
–¡Déjala! –escuché a Evan maldecir.
–Y tú ni hables, chico nuevo. Solo llevas aquí un par de días y crees que puedes hacer lo que te plazca. Déjame decirte que no –un chico rubio apareció en la escena y encaró a Evan–. Nosotros llevamos años aquí; deberías dejar que nosotros nos encarguemos.
Cuando la chica me propinó el primer golpe, grité, pero no fue de dolor. Fue un grito hacia Axel:
–¡Llévate a Summer de aquí! –él me miró con sus ojos azules de corderito asustado, trató de refutar, pero volví a chillar–. ¡Ya!
Tan rápido como se fue, llegó el siguiente puñetazo, y lo siguiente que vi fue a Evan cayendo sobre el rubio, también a golpes.
—¡No entiendo cuál es tu problema! —chillé, esquivando otro golpe.
—¡Tú! ¡Tú eres el maldito problema! —No sé cómo, pero caímos al suelo. El bullicio de la cafetería me parecía lejano por el zumbido en mi cabeza. Se montó encima de mí y colocó sus manos en mi garganta, robándome el oxígeno—. Si me deshago de ti, nada de esto pasará.
Mi vista se nubló y el oxígeno empezó a escasear. Entonces supe lo que quería hacer: quería matarme, y lo iba a lograr, porque yo solo era una debilucha que había sobrevivido a las calles con suerte.
Jadeé por el aire y mis ojos se llenaron de lágrimas, pero tampoco en ese momento salieron. Todo se distorsionó a mi alrededor y, en vez de ver a la chica rubia, vi al señor Jensen. Su cabello negro, que en ese momento estaba desordenado, me miraba con los ojos desorbitados. Todo estaba borroso y no sabía si en verdad estaba pasando eso o si mi mente me estaba jugando una mala pasada. Pataleé tratando de liberarme cuando la sensación pegajosa volvió a apoderarse de mi cuerpo. Todos los recuerdos de esa noche regresaron con fuerza a mi mente: sus ojos negros evaluándome, sus asquerosas manos recorriéndome, los gritos de Summer...
¡Summer! Maldita sea, si moría aquí, ¿qué iba a hacer ella, sola, en un lugar como este? Cerré los ojos, cada vez con menos oxígeno. Alguien gritó mi nombre, tal vez, no estoy segura... Solo espero que el oficial Daniel adopte a Summer y sean felices.
Entonces el peso encima se quitó. Tosí y jadeé por aire, pero cuando logré conseguir suficiente oxígeno, mi vista se nubló y todo se volvió negro. Por primera vez en la vida, un pensamiento egoísta llenó mi cabeza: ojalá no despertar más.
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