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🩸11- Un policía y un número🩸


Había pasado una semana desde aquel incidente, y no había encontrado la fuerza para salir de la cama. No me levantaba ni siquiera para comer, lo que obligó a Elena a traerme el desayuno, almuerzo y cena a la habitación. Durante esos días, apenas comía una vez al día porque había perdido el apetito casi por completo, pero al cuarto día, cuando mis heridas ya no eran tan evidentes, los recuerdos empezaban a difuminarse y las lágrimas acumuladas no me nublaban la visión, decidí salir. La visita de Evan me había reconfortado y me había aliviado pensar que ahora tenía amigos que se preocupaban por mi pero preguntas rondaron mi mente después de su visita, ¿Porque era diferente con Evan? ¿Porque confiaba tanto en el que hasta había tomado su mano?

Al regresar a clases, cada paso que daba resonaba en un mar de murmullos y especulaciones cosa que sabía que iba a pasar pero sus palabras me golpearon.

—Dicen que el castigo fue brutal, como el que recibieron Evan, Ezra y Axel —comentó alguien en voz baja.

—¿Crees que ella vivió lo mismo? No hay manera de que se recupere de eso —respondió otro.

—Seguro que la expulsan. Después de todo, la directora nunca la soportó.

Los susurros se entrelazaban, formando una red de conjeturas que me asfixiaba. La idea de que compararan mi situación con la de ellos me resultaba insoportable, como si fuéramos piezas intercambiables en un juego cruel.

—Concentrémonos, por favor —intervino la voz del profesor, que escribía en la pizarra—. La clase no es lugar para chismes.

Pero los susurros no cesaron.

—Es solo cuestión de tiempo para que la saquen. Nadie la quiere aquí.

—La directora la odia, eso es sabido por todos. No tiene escapatoria.

Sentía que cada palabra susurrada era una piedra en mi espalda, haciéndome más pesado el camino. La presión en mi pecho creció, y el aire se volvió más denso, más difícil de respirar.

Con un movimiento brusco, empujé la silla hacia atrás y me puse de pie, interrumpiendo la clase. Me abrí paso entre los pupitres y salí del aula, dejando atrás los susurros y las miradas acusadoras. El pasillo estaba vacío y silencioso, un santuario momentáneo lejos del juicio de mis compañeros. La ausencia de supervisores me pareció extraña, pero no le di muchas vueltas al asunto, tratando de respirar para calmarme.

Caminaba por los pasillos y mis pasos resonaban en el silencio que me envolvía. Los murmullos de las aulas quedaban atrás, y con cada paso, me sumergía más en mis pensamientos. La soledad del corredor era un reflejo de mi estado interior, un vacío que parecía expandirse con cada respiración.

De repente, una figura se materializó ante mí. Un policía, con su uniforme impecable y su mirada seria, interrumpió mi ensimismamiento. Era un hombre alto y rubio, cuyo porte y uniforme me intimidaron.

—Disculpa —dijo, pareciendo leer algo antes de dirigirse a mí, mi placa—. Leah, ¿sabrías decirme dónde está la oficina de la directora?

Levanté la vista, encontrando con sus ojos miel una chispa de comprensión que no esperaba. Temblé y desvié la mirada, notando a su compañero a unos metros de distancia. ¿Habrían venido para descubrir la corrupción que había en este lugar?

—Sí, claro. Está al final de este pasillo, a la derecha. No tiene pérdida —respondí, señalando en la dirección indicada.

El policía asintió, agradecido, y antes de continuar su camino, se presentó.

—Por cierto, me llamo Daniel Honsher. Estoy aquí por los recientes casos... los incidentes que han ocurrido en el internado. Quería saber si has notado algún patrón o algo que puedas decirme.

Sentí un nudo en la garganta. ¿Era seguro hablar? ¿Y si algún supervisor se daba cuenta?

—Yo... me tengo que ir. Si me ven hablando contigo, me castigarán —dije, estremeciéndome al pensar en los posibles castigos. Ya habían cortado mi precioso cabello largo y ahora tenía cicatrices en la mejilla, en el labio y una que atravesaba mi ceja gracias a los cortes y sin mencionar mis brazos y piernas.

Daniel pareció entender la delicadeza del asunto y frunció el ceño, confundido, mas no hizo preguntas en cambio sacó una tarjeta de su bolsillo y me la ofreció.

—Entiendo. Pero si vuelve a pasar otro incidente o si sabes algo que pueda ayudar, aquí tienes mi número —dijo, extendiéndome la tarjeta.

Tomé el papel entre mis dedos, consciente de la importancia de aquel gesto. Un pensamiento cruzó mi mente: si hablaba con la directora, ella mentiría y endulzaría lo que pasaba aquí. Entonces ellos no volverían más y todo regresaría a la nueva "normalidad": gente suicidándose y ellos enterrándolos en el patio.

—No se deje engañar por las mentiras y la sonrisa de la directora. Pase todos los días si puede. Hay más secretos de lo que piensa. A veces, las respuestas están en la entrada —dije con el corazón latiendo con fuerza. El oficial me miró con el ceño aún más fruncido y, antes de que pudiera decir algo más, salí corriendo antes de que los supervisores me encontrarán hablando con él. Guardé la tarjeta en el bolsillo de mi chaqueta y sonreí, pensando en la noticia que compartiría con los chicos.

Con el corazón aún palpitando con fuerza por el encuentro con el policía,entre buscando a los chicos quienes se encontraban en una mesa al fondo. La cafetería se sumía en un bullicio del que ya estaba acostumbrada, cuando llegue a la mesa de inmediato los ojos de Ezra y Axel me miraron llenos de preocupación pero los de Evan eran diferentes, esos ojos grises estaban llenos de orgullo.

Tomé una profunda respiración y comencé a hablar—Hay policías aquí, y no es solo una visita de rutina. Parece que están implicados de verdad.

Hubo un silencio tenso mientras procesaban mis palabras.

—Hablé con uno de ellos, Daniel Honsher. Están investigando los incidentes recientes... y creo que podrían ayudarnos —continue, notando cómo sus rostros se iluminaban con una mezcla de esperanza y miedo.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Evan, me senté a su lado sin mucho apetito al ver que el almuerzo era sopa insípida y arroz de verduras.

—No mucho, pero le di una pista. Les dije que no se dejaran engañar por las sonrisas y las mentiras de la directora —respondí

—Eso es arriesgado, Leah —comentó Ezra, su cabeza se desvió dolorosamente. --. Si la directora se entera...

–Pero el policía sabrá que no tendrá que tomarse a la ligera esta situación, yo digo que estuvo bien–replicó Evan regalándome una sonrisa haciendo que se marcaran unos hoyuelos que no sabía que estaban ahí, mi corazón se agitó repentinamente. Vi como la cabeza de Axel asentia en dirección a Evan dandole la razón, eso hizo que Ezra jadeara dramáticamente

–Entonces mi propio novio no me apoya. –dijo e hizo una pausa aplaudiendo, ya me estaba acostumbrado, y volvió haciendo un drama que hizo sonreír al rubio y negar con la cabeza– Está bien, no quiero...–Un escalofrío inquietante me recorrió la espina dorsal, presagiando algo más. – ¡No, no quiero un abrazo! ¡Está bien si insistes tanto!

Pero la voz del latino había pasado a un segundo plano cuando escudriñe la multitud en busca de un rostro conocido, pero fue en vano. Summer no estaba en el rincón con los niños, ni tampoco con los chicos. Mi corazón latía aceleradamente y, sin meditarlo, me puse de pie abruptamente.

—¿Qué sucede, Leah? —inquirió Evan, su voz teñida de alarma ante mi súbita reacción.

—Es Summer —articulé con voz temblorosa—. No está aquí.

Al captar la urgencia en mi mirada, los chicos miraron por todas partes como yo lo había hecho y pusieron cara de pánico cuando no la vieron. Nos levantamos y salimos del comedor rápidamente.

Avanzamos con paso ligero por los corredores, el eco de nuestras pisadas hacían eco contra los muros. Al alcanzar la entrada, la vimos. Summer estaba allí, erguida frente al oficial Daniel Honsher. La pequeñez de su figura resaltaba ante la imponente estatura del policía. A pesar de la solemnidad del uniforme, Summer irradiaba una alegría contagiosa.

—¡Summer! ¿Dónde te habías metido? Te he buscado por doquier —exclamé, mi alivio apenas velado al encontrarla ilesa.

—¡Leah! ¡Mira, hice un nuevo amigo! —proclamó ella, señalando al policía con una sonrisa radiante.

El oficial Honsher se inclinó para quedar a la altura de Summer, obsequiándole una sonrisa cálida.

—Así que tú eres la célebre hermana de Summer. No es de extrañar, el parecido es notable. Tu hermana ha sido una guía excepcional —comentó, dedicándole un guiño cómplice a Summer.

—¿En serio? ¿Le has enseñado todo el internado? —pregunté, .

—¡Claro que sí! Le mostré el jardín, los dormitorios, ¡y hasta mi escondite secreto! —declaró Summer, su entusiasmo desbordante.

Me pregunté cómo había logrado mostrarle todo eso sin ser reprendida por los supervisores. Espera... no había visto a ningún supervisor en todo este tiempo. ¿Los habrían retirado debido a la visita policial?

—Espero que no todos los secretos —repliqué en tono jocoso, aunque la tensión me carcomía por dentro. Deseaba que Summer no hubiera mencionado el incidente del patio... aunque parte de mí anhelaba que lo hubiera hecho, para que tomaran nuestro caso con la seriedad que merecía.

Daniel soltó una carcajada y se puso en pie.

—No te preocupes, Leah. Los secretos de los niños son sagrados para mí —afirmó con una sonrisa, ofreciendo un caramelo de menta a mi hermana.

–¡Mira Evan me ha regalado un caramelo!-- los chicos que habían estado al margen de la situación se asustaron cuando Summer chillo y sacudió el caramelo enfrente de Evan, este le sonrió y arreglando el cabello, esta le paso el caramelo con una clara seña de que lo abriera, este lo hizo y se lo comió al instante con una sonrisa– ¡Evan! ¡Evan! ¡Cargame!-- Sin dudarlo, Evan la levantó, y ella, radiante, jugueteó con su cabello. Mi sorpresa fue evidente al verla tan cómoda con él. ¿Qué me había perdido durante mi retiro depresivo?

El oficial se presentó a cada uno de los chicos con un apretón de manos y una sonrisa genuina. Ezra lo observó con recelo, entrecerrando los ojos y con un tic nervioso. Axel le dio un golpecito en el brazo, con una mirada que le pedía calma. con una mirada diciéndole que se comportara

— Ha sido un placer conocerlos a todos,-- después me miró con una sonrisa más cálida que la anterior– No dudo que me llamaras si pasa algo. – asentí con una sonrisa tensa, Daniel confiaba mucho en mí y temí por eso.

Tras la partida de Daniel, caminamos de vuelta al comedor aun con Summer en brazos de Evan y cuando puse la comida enfrente de mi hermana esta hizo una mueca de asco, y dirigió su mirada suplicante hacia Ezra, con ojos de cachorro anhelante.

—Ezra, ¿me das una paleta? —pidió Summer.

Ezra sonrió y le dijo: —Si te comes todo, te doy una. Si no, nada.

—No quiero comer eso, es feo —protestó Summer, frunciendo el ceño.

Ezra cruzó los brazos, sin ceder.

—Si no comes, no hay paleta. Esas son las reglas —respondió con firmeza.

Summer hizo un puchero, mirando la comida con desdén.

—Pero no me gusta. Quiero algo rico —insistió, intentando convencer a Ezra con su mirada más tierna.

—La comida no siempre es la más divertida, pero necesitas comer sano para crecer fuerte. La paleta es un premio por hacer lo correcto —explicó Ezra con paciencia.

Summer suspiró, consciente de que no tenía otra opción.

—Está bien, pero solo porque quiero la paleta —concedió al fin, empezando a comer con desgano.

Ezra sonrió, complacido con la pequeña victoria.

—Así me gusta, verás que después la paleta sabrá aún mejor —dijo, alentándola. Mientras tanto, Axel lo observaba con una mirada llena de afecto.

Con la paleta en mano, Summer se recostó en su silla, una sonrisa de contento adornando su rostro. Luego, se volvió hacia mí, que a diferencia de ella, había terminado mi plato.

—Oye, Leah Beah, ¿tú crees que algún día nos adoptarán? —preguntó con una mezcla de esperanza e incertidumbre. Los chicos clavaron sus miradas en mí, incómodos.

Asentí, intentando transmitirle confianza con mi respuesta.

—Claro que sí, Summer. Algún día encontraremos un hogar —respondí, aunque en mi interior, las dudas me asaltaban. ¿Realmente saldríamos de este internado?, me pregunté. A pesar de las sonrisas y las promesas, una parte de mí temía que nuestras vidas ya estuvieran escritas entre estas paredes grises y que el mundo exterior siguiera girando sin nosotros.

—Pero... ¿y si no es así? —insistió ella, captando mi vacilación.

—Entonces haremos de este lugar nuestro hogar, y lo llenaremos de momentos felices —contesté, forzando un tono optimista. Sin embargo, la sombra de la realidad se cernía sobre mí, pesada y fría. Nunca nos iríamos de aquí, nadie quería adoptar a una adolescente y su hermana, resonaba la voz en mi cabeza, una y otra vez, como un eco sombrío que se negaba a desvanecerse.

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