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🩸1- Truenos 🩸


La lluvia caía con furia fuera del edificio, el viento azotaba las ventanas con tal fuerza que las gotas de agua parecían pequeños proyectiles. De vez en cuando, el estruendo de los truenos rompía la monotonía del aguacero, anunciando la presencia de una tormenta eléctrica. Los profesores advirtieron que si la intensidad no disminuía, pronto nos quedaríamos sin luz.

Todos los estudiantes nos encontramos en la cafetería, no fueron amables a la hora de que los supervisores, guardias, nos sacaron de nuestras habitaciones. Era una medida de precaución, claro está, pero también una forma de mantenernos bajo control. A pesar de todo, prefería estar aquí que en la calle; al menos había algo que comer, aunque llamar "comida" a la sopa marrón y al puré insípido era ser demasiado generoso.

Un trueno retumbó, provocando gritos entre los más pequeños y una ola de sollozos. Me encontraba sentado, observando la escena con desdén, mientras otros adolescentes intentaban calmar a los niños ayudando a los profesores desesperados. Nunca fui aficionado a los pequeños; como hijo único, nunca tuve esa conexión, y menos aún deseaba establecerla en este lugar.

De reojo, noté una cabellera rojiza acercándose. La niña se sentó a mi lado en una silla vacía, ajena a las miradas curiosas. Apenas llevaba una semana aquí y ya habían rumores de mi por los pasillos.

—Hola —dijo a mi derecha—. ¿Cómo te llamas?

No necesitaba más distracciones, no quería establecer contactos en este lugar, pero su presencia era innegable. Levanté una ceja, sorprendido por su alegría ante la tormenta.

Sin previo aviso, tomó un mechón de mi cabello, examinándolo con curiosidad.

—Me llamo Summer, ¿y tú?

—Evan —respondí, resignado a interactuar con ella, especialmente con mi cabello en sus manos pegajosas, odiaba el contacto físico pero lo que más odiaba era que me tocaran mi cabello.

—¡Summer! —Una voz familiar resonó, y la niña soltó mi cabello de golpe—. ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso?

—Solo me dijiste que no lo hiciera con las niñas que no me gustan, no con los niños lindos—replicó Summer con una sonrisa inocente.

La pelirroja se acercó, su rostro se tiñó de un ligero rubor al reconocerme. Era Leah, la hermana de Summer y la misma que me había mostrado el internado cuando llegué. La misma con la cual no había comenzado con el pie derecho.

—Vámonos —le ordenó a Summer.

—No quiero.

—¿Disculpa? —Leah parpadeó.

—Quiero quedarme con mi amigo Evan —declaró Summer, mirándome con ojos suplicantes con el labio temblando.

—Quédense —dije con voz ronca, no quería escuchar a otro niño llorar.

Leah me miró, desconcertada, mientras Summer se aferraba a mi brazo con entusiasmo.

—¿Te gustan las tormentas eléctricas? —preguntó Summer, ignorando la tensión.

—No —admití, intentando despegarla con cuidado.

—A mí me encantan —confesó, y comenzó a relatar una anécdota que no llegué a escuchar, pues mi atención se desvió hacia Leah. Su cabello rojo en rizos era largo tal vez mitad de su espalda, sus mejillas salpicadas de pecas y sus intensos ojos azules me recordaron a nuestra primera reunión, no precisamente amistosa.

Summer interrumpió mis pensamientos con una sonrisa traviesa.

—Mi hermana está soltera —anunció, provocando que las mejillas de Leah se tiñeran de un rojo intenso.

—¡Summer! —exclamó Leah, mortificada.

—Es verdad, nunca ha tenido novio. Está muy sola la pobre...—continuó Summer, sin inmutarse ante la vergüenza de su hermana—. Pero si quieres salir con ella, yo vengo en el paquete. Dos por uno.

Leah intentó callarla, pero Summer seguia hablando ajena a los regaños.

–Calla que te estoy presentando, ¿por dónde iba?...-- entonces se distrajo en los ojos de regaño que le mandaba su hermana, muy parecidos a los de mi madre cuando me regañaba en silencio, entonces la cría cambió radicalmente su atención y ahora se dirigió hacia mi cabello, otra vez --—Quiero peinarte, ¿puedo? —preguntó, volviéndose hacia Leah en busca de aprobación.

Leah soltó un suspiro tembloroso, como si estuviera perdiendo la paciencia poco a poco, pedí ayuda pero solo se encogió en su lugar sin saber qué decir.

--Si, si puedes.

No sé qué me llevó a hacerlo, pero aquí estoy, permitiendo que una niña impertinente juegue con mi cabello. Dejó que sus manos, no precisamente limpias, se enreden en mis mechones.

Nota mental: Lavar mi cabello, no una, sino tres veces.

Mis ojos se fijan en Leah, observándola mientras Summer manipula mi cabello a su antojo, creo que acepte solo para que Leah y Summer se quédense un poco más.

La hermana mayor parece hacer un esfuerzo consciente por evitar mi mirada. Cada vez que nuestros ojos se encuentran, ella se estremece, y no puedo discernir la razón. ¿Será por el trato frío que le di al conocernos? ¿Le resultó incómodo? ¿Por qué evita mirarme hoy también? Pero la pregunta que realmente me inquieta es: ¿Por qué siento tanta curiosidad por entenderla?

La ley del control aquí es muy obsesiva.

Después de la tormenta, nos llaman primero a los chicos. En fila, nos formamos por edades. Aún no sé a dónde voy; no llevo ni dos días aquí y ya quieren que me acople sin instrucciones.

Me paro junto a los chicos. El ambiente se vuelve tenso cuando anuncian el fin de la tormenta. Ya no hay ruido, solo el sonido del arrastrar de las sillas contra el piso. Miro confundido, tratando de adivinar dónde voy, cuando una voz resuena.

--¡Eh, chico nuevo! —un chico moreno con pelo negro y ondas cortas me llama. Detrás de él hay un chico rubio con ojos azules bien abiertos, como un cervatillo --.¡Vas aquí!

Me coloco detrás del chico rubio. El chico que estaba detrás de él resopla y se aparta un paso.

–Gracias—murmuró, los más pequeños se paraban adelanto mientras que los más grandes al final.

—No es nada. Asegúrate de no tardar tanto en formarte, buscándonos para que sea más fácil—dice medio volteando, pendiente de que nadie los atrape—. Por cierto, soy Ezra, y él es Axel.

—Evan—respondo, viendo que la fila empieza a caminar.

—Lo sabemos—sonríe. Ezra habla por los codos, es como un perrito hiperactivo, y Axel solo mira entre su amigo y yo—. En los pasillos se habla mucho de ti.

–Eh...

—Es normal. Aquí siempre hay un chisme rodando—se queda callado cuando llegamos a la entrada. Agarra el blazer de su uniforme, revisando la placa con su nombre. Bruscamente, lo deja para empujarlo hacia afuera.

La vestimenta de los supervisores es rara: toda ropa negra que cubre toda su piel, gorros que ocultan sus ojos. Puedo ver un arma en su espalda, en su cinturilla. Usan guantes y botas de militar.

Cuando llega mi turno, me mira por largos segundos. No llevo el blazer; aún me estoy acostumbrando al uniforme. En mi anterior escuela usábamos ropa normal, pero aun así llevaba la placa. No entiendo cuál es el problema. Me agarra de la nuca y me empuja hacia afuera para seguir la formación que se forma en las escaleras.

–Idiota—murmuro, estabilizándome.

—Tienes que usar tu uniforme completo. Los supervisores son como máquinas que escanean los errores—dice Ezra cuando vuelvo a pararme detrás de Axel—. Y no merodees por los pasillos después de las clases o después de las horas de acostarse. Aquí son muy estrictos con los horarios y las reglas.

—Ya lo noté.

Empezamos a subir las escaleras, con supervisores flanqueando al principio y al final de la fila. Esto era jodidamente asfixiante.

—Nos vemos—dice Ezra en modo de despedida cuando entramos al pasillo para los chicos. Axel se despide de la mano.

Cada uno se dirige a su puerta de la habitación, esperando a que los supervisores den la orden de entrar. Todos esperan con su compañero de habitación. Yo no tengo uno; creo que me siento agradecido por no tener que compartir mi espacio con alguien.

Un supervisor se colocó al lado de cada puerta, custodiando. Esto era demasiado raro. Cuando cada uno se colocó donde correspondía, un supervisor idéntico nos indicó que podíamos entrar con una voz demasiado grave. Papá y mi tío eran fumadores, pero no tenían una voz así de profunda.

Al entrar en el espacio blanco, siento que me asfixio. Hay una sola cama pegada a la pared con una mesita de noche a su lado, un armario pequeño y el baño, donde solo hay un retrete y un lavamanos. Las duchas son comunitarias, una molestia más para controlarnos.

Me siento aflojando la corbata y quitándome la camisa y los zapatos con una patada. Después de la muerte de mamá hace cuatro meses, he tenido ataques de ansiedad recurrentes en espacios cerrados. Mamá y yo íbamos en el carro cuando chocamos; ella no sobrevivió. Papá me llevó al mejor terapeuta de la ciudad y me recetaron pastillas para controlarlos. Aquí también me asignaron uno después de un diagnóstico con mi psiquiatra, el Dr. Rames.

Respiro y respiro, intentando desviar mi mente hacia otra cosa. Recuerdo nuestra casa: ruidosa, siempre con los guardias de papá de un lado a otro. Siempre olía a galletas recién horneadas. Mamá amaba hornear; no era la mejor, pero papá comía todo lo que ella preparaba. Estaban muy enamorados. De hecho, el accidente de papá los unió aún más.

Mi pecho duele. Quiero volver atrás en el tiempo y vivir cada momento con ellos de nuevo. Quiero regresar a mi hogar, donde me quejaba constantemente de los guardias excesivos, pero por las noches, en medio del insomnio, jugábamos a las cartas sentados en el pasillo mientras los demás dormían.

Tomo la pastilla con manos temblorosas y la cara llena de lágrimas. Solo quiero abrazar de nuevo a mis padres y escapar de este espantoso lugar.

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