Brooke era siempre esa chica radiante, sin importar quien era la persona con la que hablaba. A mí eso me salvó. Me devolvió la esperanza en mí mismo y me tendió la mano para poder estar a su lado. Era la única persona, ni Vix ni Callum habían estado ahí así para mí.

Y yo sabía que era así con todos.

No había comenzado a sospechar de ellos hasta finales de segundo, cuando un día fui a recogerla a la facultad de ciencias. Todo el mundo la conocía y la saludaba, y ella les devolvía el saludo con ese mismo cariño que me daba a mí.

Desde ahí, empecé a preguntarme si de verdad yo era especial. Me volvía paranoico intentando descifrar qué era lo que me diferenciaba del resto. ¿Qué era lo que yo tenía que el resto no? ¿En qué se diferenciaba ella como amiga y ella como novia? Desde aquel momento, decidí hacer lo único que estaba en mi control: monopolizar su tiempo.

Sabía que nuestras carreras eran diferentes pero le pedía cada vez más que se quedara conmigo en vez ir a la biblioteca o a estudios grupales con sus compañeros de clase. Su tiempo y su atención era lo que me reafirmaba que seguía estando ahí para mí. Y no me importaba ser un tóxico o un manipulador para conseguirlo.

—Tío. Esto apesta —me dijo Callum un día—. Sabes que ya no tiene vida social, ¿por qué la retienes? Hablando como su mejor amigo, echo de menos a mi mejor amiga. Y estoy seguro de que otros la echaran de menos igual.

—¿A qué quieres llegar? Sólo suéltalo.

—Nos conocemos desde hará seis años por lo menos.

Puse los ojos en blanco.

—Sin historias, por el amor de Dios.

—Sé que la necesitas pero no puedes tenerla así. Sabes que necesita más espacio, relacionarse con más gente, vivir una vida que no la ate o la limite.

—¿Me estás diciendo que corte con Brooke?

—¡No! Bueno, sí, pero no os deseo ningún mal. ¿Tiene sentido? —negué con la cabeza, pero, al parecer, se lo tomó un sí—. Pues eso, no deberías hacerle eso.

—Tú eres bipolar, ¿te lo han dicho alguna vez?

—Tal vez pero yo que tú, me buscaba ayuda profesional de verdad... un psicólogo, ya sabes. Lo tuyo se llama ansia de posesión y Brooke terminará desarrollando síndrome de Estocolmo a este paso. Aunque, si lo pienso, eso puede que te convenga y todo. Pero no lo hagas, ¿de acuerdo? Quedas avisado, me tengo que ir, así pórtate bien, niñito de mamá.

—¿Q-qué?

—Tengo conferencia en quince minutos. Me voy, ciao ciao.

Y, aunque no lo admití hasta después de mucho, era la primera vez que de ver sopesé la posibilidad de que esto pudiera ser un problema.