6.- ¿Capisci?
No es por quejarme pero, ¿por qué siempre me pillaba la vida desprevenida? Precisamente cuando estoy de bajón y sin ganas de vestir bien, llega Damien y me trae a un restaurante súper elegante (y caro, me imagino).
El camarero que nos atendió en la puerta nos guió hasta el fondo del lugar, donde había una mesa separada del resto, dándole más intimidad al ambiente. Y por si el local no fuera bonito de por sí, un gran ramo de flores adornaba el centro de la mesa.
—Sólo para que conste, este ramo es para ti, lo he comprado yo —explicó sonriente—. Johann, retíralo y, para cuando nos vayamos, lo preparas para que la señorita se lo pueda llevar, ¿vale? —dijo dirigiéndose al camarero.
Soy pésima para describir la comida pero, estaba todo delicioso. Eran platos delicados y estéticos, aunque soy físicamente incapaz de analizarlos más allá de eso.
—¿Pedimos el postre ya? —sugirió Damien—. ¿Te gustan los dulces o prefieres un café?
—Bueno... —recordé los precios desorbitados de los platos principales—, estoy bien así.
Damien suspiró y, echándose sobre el respaldo de su silla, dice:
—Vale, entonces, pediremos uno de cada —decidió dirigiéndose al camarero. Vio por el rabillo del ojo mi expresión incrédula y se echó a reír—. Lo decía de broma. Se nota que no quieres pedir de más, pero te estoy llevando a una cita, yo me encargo. Sólo elige lo que más te guste, ¿sí? Aunque si prefieres probarlo todo, no me importaría.
—¡No, no, no! Pediré... esto... mousse de limón.
—Lo mismo para mí también —al volverse hacia mí de nuevo, me guiñó un ojo. Mientras tanto, puso su mano para descansar en ella su rostro, sin dejar de mirarme—. Ya sé que es algo inoportuno pero, ¿quién era el tipo de ayer?
—¿Te refieres a... ?
—El tipo que te llamó.
—Ah... es algo complicado —suspiré, sabía que era inevitable que me lo preguntara.
—Te sentirás mejor si se lo cuentas a alguien —Damien me acarició la mano, infundiéndome ánimos—. Puedes confiar en mí.
—Es mi ex, ayer por la noche, cuando volvimos a casa...
—¿Vivís juntos?
—Sí, es un piso compartido entre cuatro. Entonces, cuando volvimos a casa, me dijo que quería hablar conmigo y... eso.
Respiré profundamente y pestañeé deprisa, era la primera vez desde que corto conmigo que me ponía a analizar lo que había pasado.
Los ojos grises de Damien reflejaban lo preocupado que estaba por mí. Me dio unas palmaditas en el hombro y exprimió una sonrisa, intentando hacerme imitarlo.
—Ese tipo está demente —terció, encogiéndose de hombros—. No sabe lo que se pierde. Tú no te dejes llevar y demuéstrale que no lo necesitas como él piensa. ¿Sigues pensando mucho en él?
Aparto mi mirada, no sabía bien cómo responder.
—Entonces, regla número uno para hoy, no volvemos a hablar de este tema y, dos, sólo tienes permitido pensar en un chico —dijo mientras se señalaba a sí mismo, guiñando de nuevo.
Me reí.
—Lo intentaré.
—Ya sé que soy impaciente, pero quiero que me veas como tu cita, a partir de ahora. ¿Capisci?
—Vale.
Justo entonces, llegó el camarero con dos platitos de mouse de limón. La boca se me hizo agua cuando lo vi, no era uno cualquiera sino uno muy superior a los que suelo comer. Le hinqué la cuchara, impaciente por probarlo. Después de saborear ese sabor dulce y ácido a la vez, me detuve a mirar la reacción de Damien. No parecía muy entusiasmado al llevárselo a la boca.
—Demasiado dulce —explicó.
—Los hay peores —repliqué yo—. Como el merengue o la tarta de tres chocolates...
—Uf, no me lo recuerdes. La última vez que fui a Galicia lo pasé fatal con los merengues. No entiendo cómo a la gente les gusta esas cosas empalagosas. Son demasiado...
—Bueno, a mí no me gustó demasiado. El mousse es mucho mejor —dije llevándome una buena cucharada a la boca.
—Si quieres más, podemos pedir más —negué—. También puedo ofrecer el mío, he tenido suficiente dulce para un mes.
—¿En serio? —exclamo involuntariamente. Para cuando me doy cuenta, ya estaba dicho—. Quiero decir, si no te importa...
—Claro que no me importa, ¿y qué otras cosas te gustan para comer?
Me lo pienso. Viendo lo que ha hecho ya, seguramente me lleve a comer lo que diga para la próxima vez.
—La comida de mi abuela —respondí. No me gustaba que me invitaran a comer, me sentía culpable por ser golosa—. Era una gran cocinera —añado.
—¿Era? Lo siento mucho, siempre doy con temas tristes...
—¡No, no, no! Mi abuela está bien, sólo que tiene Alzheimer y esas cosas.
—¡Oh! Vaya. Siento la confusión, así que... ¿qué tal si te compenso este mal rato? ¿Cómo suena... bolos?
—Sí, nunca he ido pero por qué no.
—Al Lambo, entonces, vamos a Queens'.
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